06. ¿CÓMO ES QUE LA MADRE DE MI SEÑOR VIENE A MÍ?


A) ARCA DE LA ALIANZA

"Concebirás en tu seno" (Lc 1,31) expresa el cumplimiento de los anuncios proféticos a la Hija de Sión: "Alégrate, Hija de Sión; Yahveh, Rey de Israel, está en tu seno (o en medio de ti)" (So 3,16-17). Por medio de María se realiza la aspiración del Antiguo Testamento, la habitación de Dios en el seno de su pueblo.1 El "seno de Israel" indica la presencia del Señor en el Templo (So 3,5; Jl 2,27). El tabernáculo y el templo son la morada de Dios en el seno de Israel, en el arca de la alianza: "No tiembles ante ellos, porque en tu seno está Yahveh, tu Dios, el Dios grande y terrible" (Dt 7,21). María, Hija de Sión, va a ser la Madre del Mesías y, en el momento de su concepción virginal, Yahveh vendrá a morar en su seno, como en el arca de la alianza. Hija de Sión, Madre del Mesías, Morada de Dios, tales son los títulos que pueden darse a María, contemplándola desde la perspectiva del Antiguo Testamento, que San Lucas ha querido subrayar.2

1is 12,6; Sal 46,6; Os 11,9; Mi 3,11.
2M. THURIAN, María, Madre del Señor, figura de la Iglesia, Zaragoza 1966, p. 29.

María, pues, es presentada en el evangelio como la nueva arca de la alianza, sobre la cual baja la nube del Espíritu, lo mismo que descendía y moraba sobre la tienda de la reunión de la antigua alianza (Lc 1,35; Ex 40,35). Dios que en su espíritu bajó a morar en el monte Sinaí, más tarde en el arca y luego en el templo bajo la forma de nube, descansa ahora en el seno de María de Nazaret. Ella, envuelta por la nube del Espíritu, fuerza del Altísimo, está llena de la presencia encarnada del Hijo de Dios.

El saludo gozoso, que el ángel dirige a María, anuncia el cumplimiento de la nueva alianza, que viene a realizarse en ella, la virgen esposa de José, madre virginal del Hijo de Dios. El Espíritu creador, anunciado por los profetas (Is 32,15; 44,3; Ez 37,1-14), realiza en María el milagro de la nueva creación. El "Espíritu nuevo" viene a realizar la nueva alianza.

María se encuentra entre la antigua y la nueva alianza, como la aurora entre el día y la noche.3 Juan Bautista, aún en el seno de su madre, exulta de alegría al oír la voz del Esposo de la nueva alianza, presente en el seno de María: "El que tiene a la novia es el novio, pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz de novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud" (Jn 3,29).

La descripción de Lucas, que nos presenta a María subiendo "con prisa" a la montaña de Judá, evoca las palabras del libro de la Consolación de Isaías: "i Qué hermosos son sobre las montañas los pies del mensajero de la buena nueva que proclama la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación, que dice a Sión: Tu

3SANTO TOMÁS, In libro IV Sententiarum d.30,q.2,a.1.

Dios reina!" (Is 52,7). María es la primera mensajera de la Buena Nueva; en su seno lleva el Evangelio. La exultación suscitada por el Mesías en Isabel y en el hijo que salta de gozo en sus entrañas es la alegría del Evangelio que se difunde, transformando a las personas, "llenándolas del Espíritu Santo".

Lucas nos presenta, en paralelo, el anuncio a Zacarías (1,5-25) y el anuncio a María (1,26-38). Colocando el uno junto al otro y comparándolos, Lucas nos muestra cómo en Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, se cumple el tiempo de la preparación y con Jesús, el Hijo de María, se inaugura el cumplimiento del designio salvífico de Dios. Cada uno de los dos anuncios tienen su lugar propio. El anuncio a Zacarías tiene lugar en el Templo de Jerusalén, "a la derecha del altar del incienso" (Lc 1,11). Es el lugar más santo de Israel, el pueblo de la Antigua Alianza. El anuncio a María, en cambio, se realiza en "una ciudad de Galilea, llamada Nazaret" (Le 1,26). Con Jesús cesa la economía del templo de piedra. En vez del lugar sagrado, el anuncio a María ocurre en una zona profana, la "Galilea de los gentiles" (Is 8,23; Mt 4,14-15), en los confines entre Israel y los otros pueblos, una región despreciada (Jn 1,46; 7,52). El anuncio de la nueva y eterna Alianza no se hace en Jerusalén, ni en el templo, sino en Galilea, en la franja de la Tierra Santa, donde conviven hebreos y no hebreos. En el designio de Dios, Nazaret y María aparecen como el signo de la superación de las barreras, signo de la universalidad de la salvación. Jesús, presencia de Dios entre los hombres, no viene a habitar en el templo, sino en María y en "aquellos que escuchan la palabra". La persona misma de la Virgen parece presentarse ya como el nuevo templo. Lucas nos dice que el ángel Gabriel "entró donde ella" (Le 1,28). La persona misma de María es el lugar donde Dios desciende a dialogar con ella. Están comenzando los tiempos nuevos. El Dios de la Alianza, encarnándose en el seno de una mujer de "la Galilea de los gentiles" es el Dios que se acerca a "toda persona de cualquier nación, que lo tema y practique la justicia" (Hch 10,35).

El anuncio del Precursor está rodeado de toda la solemnidad del culto judío; el ángel se dirige a un sacerdote mientras ejerce su ministerio en el Santo de los Santos, con afluencia del pueblo, que en silencio aguarda y se une a la oración del sacerdote. Frente a esta solemnidad es sorprendente la simplicidad de la anunciación a María, de la que sólo se nos da su nombre, mientras que de Zacarías se hace constar su linaje sacerdotal, como descendiente de Aarón, igual que su esposa Isabel. De María, San Lucas no nos da ninguna noticia de sus antepasados ni de sus méritos. María es la muchacha elegida gratuitamente por Dios: "la llena de gracia". Zacarías "tiene una visión" "a la hora del incienso", cuando el ángel le declara que su oración ha sido escuchada. De María no nos dice ni la hora, ni lo que estuviera haciendo ni que tuviera ninguna visión. María simplemente "oyó una voz que la saludaba".

En el paralelismo de los dos anuncios aparecen las diferencias entre la antigua y la nueva alianza. Es el mismo ángel Gabriel el que hace los dos anuncios, como lazo que los relaciona. Pero las diferencias son notables. Zacarías e Isabel eran "irreprochables ante Dios y seguían escrupulosamente todos los preceptos del Señor" (1,6), María es "la llena de gracia", es decir, se encuentra bajoel favor de Dios, colmada de su benevolencia gratuita. En Zacarías se destaca la acción humana; en María resplandece la iniciativa libre, gratuita y poderosa de Dios. Zacarías "entra en el santuario del Señor" y allí encuentra al ángel. María no tiene que desplazarse, porque es el ángel quien "es enviado donde ella". En la nueva alianza, no es el hombre quien va hacia Dios, sino Dios quien viene a buscar al hombre. Antes los hombres debían "subir" al templo para hallar la presencia de Dios, ahora es Dios quien "baja" a los hombres. En María Dios desciende en medio de los hombres. El anuncio del nacimiento del Hijo de Dios tiene lugar lejos de Jerusalén y de su templo, porque con la Encarnación María es consagrada como nuevo templo, como nueva arca de la alianza, como nueva morada de Dios. Más tarde serán llamados templo de Dios, además de Cristo, también la Iglesia y los cristianos (Jn 2,21; 1Co 3,16; 6,19).

En Zacarías, la objeción "¿En qué puedo conocer esto?" revela una falta de fe, pues ante el anuncio pone sus ojos en la edad avanzada suya y de su mujer (v.18.20). La pregunta de María, en cambio, no se refiere al contenido del anuncio, sino a la modalidad de la misma: "¿Cómo será esto, si no conozco varón?" (v.34). María no duda del poder de Dios, sino que pide que se le indique el camino a seguir. Lo que María desea es discernir los caminos del Señor para ofrecerle su disponibilidad radical. Se trasluce la actitud de fe en la respuesta: "He aquí la esclava del Señor, que me suceda según dices" (v.38). El fíat de María está en el original griego en optativo, que expresa el deseo gozoso de colaborar con lo que Dios quiere de ella. Es el gozo de abandonarse a la voluntad de Dios. El elogio de Isabel, llena del Espíritu Santo - "bendita tú que has creído que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor"- es el contrapeso al reproche del ángel a su esposo, "porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo".

El paralelismo de las dos anunciaciones culmina en la confrontación entre los dos hijos que van a nacer: Juan "quedará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (v.15) y preparará los caminos del Señor (v.16). Jesús no sólo será "lleno del Espíritu Santo" (Lc 4,1), sino que es concebido por obra del Espíritu Santo y, por eso, será llamado "Hijo del Altísimo" (1,32), "Hijo de Dios" (v.35). Mientras que Isabel engendra, María da a luz, porque está excluida la acción del varón; la concepción del Hijo de María será obra del Espíritu Santo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios" (v.35). Lo mismo que la nube "cubría" la tienda (Ex 40,34-35), como signo de que el interior de la tienda estaba lleno de la gloria de Dios, así el poder del Altísimo "cubrirá" con su Sombra a María, convirtiéndola en la morada llena del Espíritu Santo. Lo que en Juan es preparación y espera, en Jesús es cumplimiento maravilloso.

La imagen del arca, lugar en donde se revela de un modo singular la presencia de Dios a Israel, aparece en filigrana sobre todo en la narración de la visitación de María a Isabel. María, que lleva en su seno al Mesías, es el arca de la nueva alianza, el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el episodio de la visita de María a Isabel (Lc 1,39-59), el relato de Lucas parece modelado sobre el del traslado del arca de la alianza a Jerusalén4. El contexto geográfico es el mismo: la región de Judá. El arca de la alianza, descrita en el libro del Exodo, capturada por los filisteos, tras la victoria de David sobre ellos, es llevada de nuevo a Israel en diversas etapas, primero a Quiriat Yearim y luego a Jerusalén. En ambos acontecimientos hay manifestaciones de gozo; David y todo Israel "iban danzando delante del arca con gran entusiasmo", "en medio de gran alborozo"; "David danzaba, saltaba y bailaba" (v.5.12.14.16). Igualmente, "el niño, en el seno de Isabel, empezó a dar saltos de alegría" (v.41.44). El gozo se traduce en aclamaciones de sabor litúrgico: "David y todo Israel trajeron el arca entre gritos de júbilo y al son de trompetas" (v.15). También "Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces" (v.41-42).

Durante la peregrinación, se revela la presencia de Dios en el arca: Uzzá que, viéndola balancearse sobre el carro, la toca para sujetarla, queda fulminado al instante. Ante esta manifestación de Dios, David, lleno de temor sagrado, exclama: "¿Cómo va a venir a mi casa el arca de Dios?". Entonces la llevó a casa de Obededom de Gat. "El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa". Entonces David hizo subir el arca de Dios de casa de Obededom a la ciudad de David con gran alborozo. María sube a la Montaña, a la casa de Zacarías. La exclamación de Isabel coincide totalmente con la de David: "¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?". Tres meses estuvo el

42S 6,2-16; 1Cro 15-16 y Sal 132.

arca en casa de Obededón, llenándola de bendiciones, como tres meses estuvo María en casa de Isabel, dichosa de tener junto a sí el arca de la nueva alianza.

De todo este paralelismo se deduce que María es el Arca de la nueva alianza, el lugar de la presencia de Dios con nosotros. Además, al llamar Isabel a María "la Madre de mi Señor" (v.43), empleando el título pascual de Jesús como Señor, señala la condición mesiánica, real, divina del Hijo de María. María es la Madre de Aquel a quien "Dios ha constituido Señor y Mesías" resucitándolo de entre los muertos (Hch 2,36), el Hijo de Dios entre nosotros (v.35), el Salvador, Jesús (v.31). Todo esto hace de María la "Bienaventurada porque ha creído" (v.45). La liturgia, inspirada en el Evangelio, aplicará a María las figuras del arca, el tabernáculo y el templo. Como la canta la liturgia maronita: "Bendita María, porque se convirtió en trono de Dios y sus rodillas en ruedas vivas que transportan al Primogénito del Padre eterno".

María es el lugar privilegiado de la Epifanía de Dios. En ella nos es mostrado y ofrecido el Salvador del mundo. María encinta es el lugar de la Shekinah de Dios. Cubierta por la sombra del Espíritu, la Virgen es el arca santa, morada del Altísimo, cuya presencia irradia gozo y exultación en el Espíritu Santo. A la luz de todos los paralelismos entre María y el arca, Lucas nos ha presentado a María como el Arca de la nueva alianza en camino. Jesús sube en María hacia Jerusalén, iniciando así aquella larga subida a Jerusalén que es el hilo conductor del tercer Evangelio.

San Juan Damasceno en una homilía sobre la Dormición de María imagina así la sepultura de la Virgen:

La comunidad de los apóstoles, transportando sobre sus espaldas a ti, que eres el arca verdadera del Señor, como en otro tiempo los sacerdotes transportaban el arca simbólica, te depositaron en la tumba, a través de la cual, como a través del Jordán, te condujeron a la verdadera tierra prometida, a la Jerusalén de arriba, madre de todos los creyentes, cuyo arquitecto es Dios.

Y San Atanasio, patriarca de Alejandría, nos ofrece este comentario del encuentro entre María e Isabel:

María saludó a Isabel: la madre del Señor saludó a la madre del siervo. La madre del Rey saludó a la del soldado. La Virgen saludó a la mujer casada. Y cuando se hubieron saludado, el Espíritu Santo, que habitaba en el seno de María, apremió al que estaba en el seno de Isabel, como quien incita al propio amigo: iDe prisa, levántate! Sal, endereza las sendas del Mesías, para que El pueda realizarla salvación que se le ha encomendado.


B) CUBIERTA CON LA SOMBRA DEL ALTÍSIMO

En la Anunciación Lucas evoca ya la sombra que la nube divina extendía sobre el arca como signo de la presencia del Señor: "Sobre ti extenderá su sombra la potencia del Altísimo" (Lc 1,35). "La presencia divina que descansaba antes sobre el tabernáculo, llenaba la casa hasta el punto de impedir a Moisés la entrada en ella, y luego habitaba el templo de Jerusalén, o más exactamente la parte más secreta de ese Templo, el Santo de los santos; esa presencia que debía consagrar por fin el Templo simbólico de la era mesiánica, el ángel Gabriel declara a María cómo va a realizarse y actualizarse en su seno, transformando sus entrañas virginales en un santuario, en el Santo de los santos viviente. Esa Presencia divina que había aprendido a venerar desde su infancia en un único lugar de la tierra, allí donde sólo el gran sacerdote entraba una vez al año en el gran día de la Expiación, el ángel Gabriel le enseña ahora que en adelante deberá adorarla en sí misma".5

Isaías había predicho que la nube de gloria de Dios reposaría sobre Sión: "El Señor formará, sobre toda la extensión del monte Sión y sobre sus asambleas, una nube de humo durante el día y un resplandor de fuego llameante por la noche. Y por encima la gloria de Yahveh será toldo y tienda para sombra contra el calor diurno, y para abrigo y reparo contra el aguacero y la lluvia" (Is 4,5-6). En el día de la concepción del Mesías, la nube de gloria reposa sobre la Virgen María, cubriéndola "bajo su sombra" y llenándola de bendiciones.

En el canto de Isabel se escucha el coro de la comunidad cristiana de los orígenes, que proclama a María "Madre del Señor" y de los creyentes. María es la creyente por excelencia: "En el saludo de Isabel cada palabra está cargada de significado y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: iFeliz la que ha creído que se

5P. LYONNET, Le récit de 1'Annonciation et la maternité divine de la sainte Vierge, LAmi du Clergé66(1956)43-46.

cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (RM 12). En María se cumplen las bendiciones de Dios proclamadas en favor de Israel, fiel esposa de Dios. En María se cumple la bendición de Judit: "Bendita eres tú, hija, delante del Dios altísimo más que todas las mujeres de la tierra y bendito el Señor Dios, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado" (Jdt 13,18). Se cumple también la bendición de Jael, exaltada en el canto de Débora: "Bendita entre las mujeres Jael" (Jc 5,24). En María, hija de Abraham, el primer creyente, llega a plenitud la fe y, por ello, a ella se extiende la bendición de Melquisedec sobre Abraham: "Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, Creador de cielos y tierra y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos" (Gn 14,19-20). María, la hija de Israel fiel y obediente, recibe la bendición prometida: "Si tú escuchas la voz de Yahveh, tu Dios..., El te levantará por encima de todas las naciones de la tierra y te alcanzarán todas las bendiciones..., bendito será el fruto de tus entrañas" (Dt 28,1-14).


C) MI ALMA GLORIFICA AL SEÑOR

"El abrazo suave de la estéril y de la virgen"6 se ha hecho canto de exultación a Dios ante la mutua experiencia de su bondad gratuita. En el relato evangélico, tras las palabras de Isabel, viene el cántico de María, el Magnificat (Le 1,46-55). El canto de María es portavoz de las esperanzas de los pobres, que encuentran su cumplimiento en

6SAN BUENAVENTURA, Lignum vitae 1,3.

la humilde sierva de Dios. En labios de María resuena anticipadamente la Buena Nueva de Jesucristo, que viene a buscar a los pecadores, a los últimos, viudas, samaritanos, a los pequeños,7 a quienes Jesús proclama bienaventurados (Le 6,20-26). María, que es "bienaventurada" porque ha creído, es la primera en quien se realiza la novedad del evangelio. En la Virgen Madre, que acoge en la fe la sorprendente iniciativa de Dios, se ofrece el misterio cristiano en su integridad, revelado a los pobres y sencillos.

El canto del Magnificat nos muestra cómo María vive inmersa en la tradición de Israel, basada en la promesa hecha a Abraham y a su descendencia, que se cumple en las "grandes cosas" realizadas por la misericordia de Dios, que derriba a los potentes y exalta a los humildes. En esta tradición, en la que vive María, ella introduce a su Hijo, de tal modo que Jesús, viéndose a sí mismo en las promesas, descubre en ellas su propia misión.

En filigrana el canto de María revela la matriz bíblica de la inspiración de su vida, como quien está inmersa en la fe y esperanza de los `anawim', "los pobres de Yahveh". Los pobres de Yahveh son los humildes, enfermos, oprimidos, la viuda y el huérfano, lo contrario de los ricos y poderosos. Los pobres de Yahveh son, por tanto, los que ponen su confianza únicamente en Yahveh, sin confiar en la fuerza del hombre, en el orgullo o presunción del dinero o el poder. María, y tras ella la Iglesia a lo largo de los siglos, con el Magnificat exalta el triunfo de Dios a través de los sencillos, los pobres y olvidados. Como comenta Lutero "María alaba a Dios porque es Dios": "Lo que quiere decirnos María es: Dios ha dirigido su mirada hacia mí,

7Cfr. Lc 7,11-17.36-50; 10,29-37; 17,11-19...

pobre sierva, despreciada e insignificante, mientras hubiera podido hallar reinas ricas, grandes, nobles y potentes... En cambio ha dirigido hacia mí sus ojos llenos de pura bondad y se ha servido para sus designios de una simple sierva. Todo es gracia y bondad divina y no mérito mío... ¡Oh, bienaventurada Virgen Madre de Dios, qué gran consuelo nos ha mostrado Dios en ti! Pues, habiendo mirado con tanta gracia a tu humildad y nulidad, nos ha recordado que desde ahora no despreciará, sino que mirará graciosamente a nosotros pobres hombres como tú".8

El Magnificat se abre con la explosión de alegría personal de María, que exulta por las maravillas que Dios ha hecho en ella: "mi alma..., mi espíritu..., mi salvador..., me llamarán bienaventurada..., por lo que ha hecho en mí el Omnipotente". Es el estilo bíblico de los salmos: "Bendeciré a Yahveh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza; en Yahveh mi alma se gloría, ióiganlo los humildes y se alegren! Celebrad conmigo a Yahveh... Mi alma exultará en Yahveh por la alegría de su salvación... Yo me alegraré en Yahveh, en Dios mi Salvador... Te glorificaré, Señor Rey mío, te alabaré Dios mío, mi Salvador, glorificaré tu nombre" (Sal 34,2-44; 35,9; Si 51,1). Pero esta explosión de alegría y exultación personal se hace invitación a todos los pobres a bendecir a Dios que ha elegido para realizar sus designios de salvación a los sencillos, "a los enfermos, a los atormentados de dolores y enfermedades, a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos" (Mt 4,24) y ha descartado a los potentes, ricos y orgullosos.

María anticipa la llamada que hará su Hijo: "Venid a mí, todos vosotros que estáis cansados y oprimidos y yo

8M.LUTERO, Comentario del Magnificat, en Scritti rebgiasi, Torino 1967, p.431-512.

os aliviaré" (Mt 11,28). María es la primera de esta lista de pobres que ha hallado gracia ante Dios. Ella es una esperanza para todos los pobres que ponen su confianza en Dios. Partiendo de las "grandes cosas" que Dios ha hecho en ella, María le bendice por sus obras salvadoras, por su fidelidad a las promesas hechas a los padres: "Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre". Ella muestra a todos el corazón de Dios:

Con las palabras del Magnificat, en primer lugar, María proclama los dones especiales que el Omnipotente le ha concedido y, luego, enumera los bienes universales con los que no cesa de proveer al género humano... "Grandes cosas ha hecho en mí el Omnipotente". Nada se debe, pues, a sus méritos, ya que ella refiere toda su grandeza al don de El, quien, siendo potente y grande, suele hacer fuertes y grandes a sus fieles, que son pequeños y débiles.9

María es la primera cristiana, nos precede en la acción de gracias a Dios, que nos salva en Cristo. El corazón de María está lleno de la alabanza a Dios. Le resulta espontáneo referirlo todo a Él. Como su Hijo más tarde, María reconoce la acción de Dios sobre ella, se alegra y canta agradecida, anticipando el himno de júbilo de Jesús: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido

9BEDA EL VENERABLE, Homilía I,4.

tu beneplácito" (Mt 11,25). María, Hija de Sión, ha sido inundada por la alegría anunciada por los profetas a Israel. En María el anuncio se ha cumplido. María proclama la fidelidad de Dios a sus promesas. A Israel se le había prometido un Salvador y ella es testigo de su llegada. Alborozada lo grita a todos los hombres. La salvación en ella se ha hecho presente para todos los pobres, que tienen puesta su confianza en Dios. Nada es imposible para El., como evidencian el embarazo de la que todos llamaban "la estéril" y su propia maternidad virginal.

El Magnificat es el canto de María, aunque no lo haya escrito ella, porque quien lo ha escrito lo ha hecho por ella y sobre ella.

El Magnificat es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahveh y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el canto que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo; es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre.10

Las expresiones del Magnificat, cantadas por la comunidad primitiva, revelan la situación vital de quienes han conocido la victoria de la resurrección-exaltación sobre la muerte-humillación del Hijo de María: "Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio. Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes" (v.51-52). Todo lo que ha sucedido en la humilde esclava de Dios,

10JUAN PABLO II, Homilía en Zapopán, AAS 71, p.23

proclamado a la luz de la pascua, es motivo de alegría y esperanza para los creyentes de las primeras generaciones cristianas, probados por la persecución. Y lo es para todas las generaciones que siguen llamando a María "bienaventurada". A veinte siglos de distancia esta profecía se ha cumplido. ¿No ha estado en estos veinte siglos María en los labios de todos los creyentes, en la oración, en los himnos, en los iconos, en los templos construidos bajo su advocación..?11

Iluminada por el Espíritu del Señor, que es fuente de profecía, María eleva su mirada sobre el horizonte de la historia y proclama: "Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí grandes cosas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc 1,48-49). A 10 largo de los siglos María será proclamada bienaventurada porque el Poderoso se ha fijado en su pequeñez, la ha llenado de su gracia, la ha hecho Madre de su Hijo. El origen y el término de la bienaventuranza coral a la Madre es el Hijo: para siempre ella será "la Madre de mi Señor" (Lc 1,43). La bendición de la Madre es inseparable de la bendición del Hijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42).

11También este libro es una voz de nuestra generación que quiere llamar a María bienaventurada.

 

D) MARÍA MUESTRA A CRISTO A LOS PASTORES Y A LOS MAGOS

San Lucas cuenta que, al nacer Jesús en Belén, un ángel del Señor se apareció a los pastores que vigilaban por turno durante la noche su rebaño. La gloria del Señor les envolvió en su luz y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,8-20).

El ángel ofrece como signo a los pastores los pañales en que está envuelto el niño. Esto quiere decir que el gesto de María, tan común, tiene un significado, encierra un mensaje por encima de las apariencias. El Hijo de Dios, hecho hijo de María, ha asumido la condición humana, común a todos nosotros. La "gloria del Señor que les ha envuelto con su luz" (v.9), y que compete al Hijo de Dios, se esconde en la pobreza de "los pañales, que envuelven al niño" (v.12). Allí deben buscarla y reconocerla. "El Señor de la gloria está envuelto en pañales", canta la liturgia bizantina. Su divinidad se oculta bajo el velo de su humanidad.

Pero, cuando los pastores a toda prisa van a verificar el signo que se les ha ofrecido, el Evangelio nos dice que "encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre" (v.16). En el lugar de los pañales, Lucas menciona a María y a José. El niño no está abandonado, sino circundado por el amor de María y de José, como Salomón, que exclama: "También yo, apenas nacido, me crié entre pañales y circundado de cuidados" (Sb 7,3-4; Cfr. Jb 38,8-9). No así Jerusalén: "Cuando naciste, el día en que viniste al mundo, no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte, no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales. Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos cuidados, por compasión a ti" (Ez 16,4-5). Fue Yahveh, quien pasó a su lado y tuvo piedad de Israel y le colmó de su amor y cuidados.

Sobre el primogénito Israel, abandonado en abierta campaña el día de su nacimiento en Egipto, se inclinó amorosamente el Señor. Sobre el primogénito Jesús, para quien no hay sitio en la posada, se inclinan María y José con sus cuidados amorosos. Lucas atestigua que María concibe virginalmente al Niño, lo da a luz "y lo envuelve en pañales" (Lc 2,7).

En una antífona de la liturgia bizantina se canta así el nacimiento del Señor:

El autor de la vida ha nacido de nuestra carne de la madre de los vivientes. De ella ha nacido un niño y es el Hijo del Padre. Con sus pañales desata los lazos de nuestros pecados y enjuga para siempre las lágrimas de nuestras madres. Danza y exulta, creación del Señor, porque ha nacido tu Salvador... Contemplo un misterio extraño y sorprendente: la gruta es el cielo, la Virgen es el trono de los querubines, el pesebre es el lugar donde reposa el incontenible, Cristo Dios. iCantémosle y exaltémosle!

La tradición de la Iglesia ha visto además, y sobre todo, el signo de los pañales y del pesebre en relación a las "vendas" y al "sepulcro": "José de Arimatea, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y, después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca" (Lc 23,52-53). El Hijo de Dios,nacido en la carne, asumiendo la condición humana, asume también la muerte. Para ello ha venido al mundo (Jn 12,27). Un famoso icono ruso de la Navidad representa a Jesús niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre en forma de sepulcro.

Los pañales de la cuna y las vendas de la tumba, dicen los Padres de la Iglesia, presentan a Cristo en la condición de Adán y Eva al salir del paraíso (Gn 3,7-21). Después del pecado, pierden su condición de inocencia y se ven sometidos al dolor y a la muerte. Cristo toma sobre sí esta condición y, a través de la cruz, la transforma, pasando de nuevo a la gloria: "¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?" (Lc 24,26). La tumba queda vacía, donde quedan únicamente las vendas (Lc 24,12; Jn 20,5-7). Jesús, al resucitar, no ha dejado la condición humana, sino sólo el aspecto de debilidad, significado en las vendas de que estaba envuelto. La vendas quedan en el sepulcro, mientras que Jesús resucita con su humanidad envuelta en los fulgores de la gloria de Dios. El, nuevo Adán, vuelve al Edén, en la desnudez de la gloria, como se encontraba Adán antes del pecado, porque la amistad de Dios era su manto.12

San Pablo resume todo esto en un denso texto: "Cristo, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó" (Flp 2,6ss).

12Cfr. SAN HIPÓLITO, De Cantico Canticorum 25,5; SAN EFRÉN, Comentario al Evangelio concordado XX,17.23; SAN AMBROSIO, In Lucam X,110.

Éste es el ámbito concreto en que se desenvuelve la fe de María. Desde el día en que el Hijo de Dios tomó carne en su seno, ella fue llamada a reconocer la presencia de Dios en la humanidad de un Niño, en nada diferente a los demás. "¡Verdaderamente tú eres un Dios escondido!" (Is 45,15), podía decir María cada vez que le cambiaba los pañales.13

13"Merece la pena citar un texto de Jean-Paul Sartre: "María advierte al mismo tiempo que Cristo es su hijo, su niño, y es Dios. Lo mira y piensa: 'Este Dios es hijo mío. Esta carne divina es carne mía. Está hecho de mí, tiene mis ojos; su boca tiene la forma de la mía; se me parece. Es Dios y se parece a mí'. Ninguna mujer ha podido jamás tener en este mundo a su Dios para ella sola, un Dios niño que se puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y suspira. Un Dios que se puede tocar y que ríe". Citado por G. RAVASI, L'albero di María, Milán 1993,p.324.

No es extraño que se maravillara de lo que los pastores decían y "lo guardara y lo diera vueltas en su corazón". Los pastores hallaron a Jesús en brazos de su madre y se alegraron: "se volvieron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído". Otros, "oyendo lo que los pastores contaban, quedaron maravillados", pero ahí quedó todo: "escucharon la palabra, la recibieron con alegría, pero no echó raíces en ellos" (Lc 8,13). María, en cambio, "escuchó la Palabra y la conservó en su corazón bueno y recto y dio fruto con perseverancia" (Lc 8,15). San Agustín nos interroga: "¿Estás con los pastores que glorifican y alaban? ¿Estás con María que conserva y medita? ¿O estás con los que simplemente se maravillan? Son dichosos los que escuchan la palabra y la guardan".

Mateo (2,1-12) responde a las objeciones de los judíos, que decían: "¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?". " ¿Ac. so va a venir el Mesías de Galilea? ¿No afirma la Escritura que el Mesías procede de la familia de David y de su mismo pueblo, Belén?".14 Y, al mismo tiempo y quizás principalmente, Mateo propone a la comunidad judeo-cristiana la ascendencia davídico-real del Mesías y de la salvación que se ofrece a todas las gentes, significadas por los magos de Oriente. En ese cuadro mesiánico real, María es presentada como la Madre del Mesías Rey; los sabios de Oriente parten en busca del "rey de los judíos que acaba de nacer" (v.2); "entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados por tierra" (v.11). Encuentran a Jesús en los brazos de María.

En la escena de la adoración de los Magos se realiza la profecía del capítulo 60 de Isaías. El profeta celebra la gloria de Jerusalén al regreso de los exiliados de Babilonia.15 Jerusalén entonces se convierte en madre universal. Dentro del seno de sus muros acoge a todas las naciones, que suben a la ciudad santa a adorar al único Señor en el templo. Reyes y príncipes "rostro en tierra se postrarán ante ti y besarán el polvo de tus pies" (Is 49,23; 60,14). A los ojos del profeta, Jerusalén aparece como la "Ciudad-Madre".

A esta Ciudad-Madre se encaminan los Magos "llevando oro, incienso y mirra" (Mt 2,11; Is 60,6). Pero los Magos no encuentran al Mesías recién nacido en Jerusalén, en el Templo, sino en el regazo de María, la Madre Virgen del Emmanuel. María es el arca donde reposa la Shekinah divina. Es María quien muestra a Cristo a los pastores y también a los magos. Y en los Magos están significados todos los gentiles que se abren a la fe en Cristo (Mt 8,11; 28,19). Al entrar en la casa: "vieron al niño con

14Cfr. Jn 1,46; 7,41-42.52.
15
Cfr. también Is 56,3-8; 66,20-21; Tb 13,11-13; 14,5-7.

María su madre". Es María quien presenta al mundo a Dios hecho hombre, "Dios con nosotros".

El simbolismo de la estrella, que guía a los magos a Cristo, se hace imagen del caminar cristiano al encuentro con Dios. La estrella recoge la imagen de la columna de fuego que guiaba a Israel por el desierto. Se trata de "su estrella", la estrella del Mesías, que pone en camino a los magos. "Nosotros somos siempre forasteros" confiesa David (1Cro 29,15) y la carta a los Hebreos nos amonesta: "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (13,14). También Dios es un peregrino con su pueblo, caminando con él en el arca de la alianza; es el pastor que camina con su rebaño (Sal 23); tras el encuentro de los magos, José "tomará al niño y a su madre" y con ellos marchará a Egipto, y de Egipto volverá a Israel. Dios está siempre en camino. El viaje de los magos es, pues, el símbolo de la vida cristiana como seguimiento de Cristo, como camino tras las huellas de Cristo. Quien se instala, como los sacerdotes de Jerusalén, puede conocer las profecías, pero no encuentra a Cristo. Quien se instala en la Jerusalén terrestre no subirá a la celeste. Con los magos, sin embargo, "muchos irán de oriente y de occidente a sentarse en la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos" (Mt 8,11). El creyente verá la luz de la estrella y saldrá de su casa, de su patria, y llegará "a encontrar al Niño y a María su madre".