03. BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES

"Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece"
Sal 50,2.

 

A) MATERNIDAD VIRGINAL

La Iglesia en su profunda perfección es femenina. Ya en el Antiguo Testamento la comunidad de Israel es descrita ante Dios como novia o esposa. Y lo mismo la Iglesia, en el Nuevo Testamento, aparece como esposa en relación con Cristo (2Co 11, lss) que llega a las bodas escatológicas entre el Cordero y la mujer adornada para la fiesta. Esta feminidad de la Iglesia abarca la totalidad interna de la Iglesia, mientras que los ministerios, incluso apostólicos, no son más que funciones dentro de ella.

Para situar a María en el plan de salvación, que el Señor nos ha revelado, es necesario ver la continuidad entre el nuevo y el antiguo Testamento. Toda la obra salvífica tiene a Dios por autor, aunque la ha realizado mediante algunos elegidos. María entra en esta nube de elegidos, testigos del actuar de Dios. En ellos descubrimos el ser de Dios a través de su actuar. De este modo la vocación de algunas mujeres de la historia de la salvación nos ayuda a comprender la vocación de María dentro del plan de salvación de Dios. Las mujeres estériles, que conciben un hijo por la fuerza de Dios, son signo del actuar gratuito de Dios, que es fiel a sus promesas de salvación.

La llamada de María, en la plenitud de los tiempos, es una llamada singular, enteramente gratuita de parte de Dios. Y, sin embargo, no está disociada de la historia de la promesa y del actuar de Dios en esa larga historia. No se trata de aplicar a María textos bíblicos "por acomodación", sino de ver a través de la actuación de Dios en otras vocaciones, cómo es el actuar de Dios en su plan de salvación y que se realiza plenamente en María, madre del Salvador. San Lucas mismo nos presenta la concepción de Jesús en el seno de María en continuidad -y discontinuidad, por su singularidad- con el Antiguo Testamento, al narrarnos el anuncio a María en paralelismo con el anuncio de Juan Bautista en el seno de Isabel, vieja y estéril (Lc 1,13.18) y al responder a María con las mismas palabras dirigidas a Sara, la estéril, al concebir a Isaac: "porque nada es imposible para Dios" (Lc 1,37). De este modo Lucas pone la maternidad virginal de María en correspondencia con las intervenciones de Dios en el origen de la existencia de sus elegidos.1

La virginidad de María es un dato de fe proclamado por toda la tradición de la Iglesia. Ya San Ignacio de Antioquía escribía a los cristianos de Éfeso: "Nuestro Dios, Jesucristo, fue llevado en el seno de María según el designio divino porque ella provenía de la descendencia de David.

1 C.I. GONZÁLEZ, María, Evangelizada y Evangelizadora, Bogotá 1989.

Pero esto sucedió por obra del Espíritu Santo". Y lo mismo proclama el Credo Apostólico, que confiesa que Jesús ha "nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo".

La virginidad de María exalta, en primer lugar, la divinidad de Cristo, que no nace "de la sangre, ni del deseo de la carne, o del deseo del hombre" (Jn 1,13). Si se niega la concepción virginal de Cristo por parte de María, se está admitiendo la intervención de un padre terreno en su nacimiento en la carne. Y esto significa negar el origen divino de Cristo o la unidad de la persona de Cristo, como hacía Nestorio, quien afirmaba que, en Cristo, junto a la persona del Hijo de Dios, había otra persona humana engendrada por un hombre. Poner entre Cristo y el Padre que está en los cielos un padre humano sería destruir todo el evangelio. San Ambrosio, contra los docetas, considera que el nacimiento de Cristo no es aparente, sino real. Cristo era simultáneamente Dios y hombre, verdadero Dios y verdadero hombre. Como consecuencia del nacimiento del Hijo, la Theotókos se ha hallado libre de la esclavitud del pecado y, por ello, su virginidad ha quedado intacta. Con la encarnación del Verbo se ha inaugurado la nueva creación y el nuevo nacimiento de la Iglesia, réplica y manifestación terrena de su nacimiento eterno y arquetipo y garantía del nacimiento bautismal.2

María resplandece con una luz que no es propia ni finalizada en ella. Está, como una vidriera, traspasada por la luz del Sol. Esa luz del sol, a través de María, nos llega viva y gloriosa. Todo cristiano está llamado a ser vidriera o espejo de la gloria de Dios: "Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos, como en un espejo, la glo-

2 SAN AMBROSIO, De incarnationis Dominicas sacramento liben unos, PL 16,817-846.

ria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos" (2Co 3,18). En María esto se ha realizado perfectamente: "En su vida terrena ella ha realizado la figura perfecta del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes".3 Como Juan Bautista, no es María la luz, pero da testimonio de la luz (Jn 1,8). Sólo Cristo es la luz del mundo, pero María, más que cualquier otro, da testimonio de la Luz. En María, pura transparencia, la luz de Dios se ha difundido viva en toda su riqueza: "Espejo nítido y santo de la infinita belleza".4

En los himnos marianos de las iglesias orientales se aplicarán a María, como expresión de su maternidad virginal,-diversos hechos milagrosos de la Escritura, como el de la zarza ardiente, que arde y no se consume (Ex 3), el vellón de Gedeón sobre el que cae el rocío milagrosamente (Jc 6,36-40), el bastón de Aarón que florece (Nm 17,16-26). Estos milagros revelan cómo el contacto con Dios renueva y transfigura la creación, superando las leyes naturales, que rigen el mundo caído por el pecado. Estos hechos son signos de la renovación escatológica de toda la creación y, al mismo tiempo, son figuras del milagro de la virginidad inviolada de María en el nacimiento del Verbo divino encarnado en ella.

Y esto lleva a la afirmación de la virginidad después del parto. La santificación única, fruto de la posesión de María por el Espíritu Santo, supone una vida singular, íntegramente consagrada a Dios. Se aplica a María la visión del templo de Ezequiel: la puerta del templo debe quedar cerrada porque ha pasado por ella el Señor (Ez 44,2). Este quedar permanentemente cerra-

3 PABLO VI, Discurso de clausura de la 3' sesión del Concilio Vaticano II, el 21-11-1964.
4
Idem, Discurso de clausura del Concilio, el 8-12-1965.

da la puerta del templo se hace signo de la virginidad perpetua de María. Habiendo pasado por ella el Señor, queda cerrada como morada de Dios para siempre.

El vellón de lana de la historia de Gedeón es uno de los símbolos más repetidos en la liturgia y piedad mariana. "Gedeón dijo a Dios: Si verdaderamente vas a salvar por mi mano a Israel, como has dicho, yo voy a tender un vellón de lana sobre la era; si al alba hay rocío solamente sobre el vellón y todo el suelo queda seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi mano, como has prometido" (Jc 6,36ss). En el simbolismo mariano el vellón es visto como imagen del seno de María, fecundado por el rocío de lo alto, el Espíritu Santo.

En un ambiente seco como el de Palestina, el rocío es signo de bendición (Gn 27,28), es un don divino precioso (Jb 38,28;Dt 33,13), símbolo del amor divino (Os 14,6) y señal de fraternidad entre los hombres (Sal 133,3); es, igualmente, principio de resurrección, como canta Isaías: "Revivirán tus muertos, tus cadáveres revivirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras" (Is 26,19). Es fácil, pues, establecer el paralelismo entre el vellón y el rocío, por un lado, y, por otro, el seno de María fecundado por el Espíritu Santo y transformado en principio de vida divina. El vellón es el seno de María en el que cae el rocío divino del Espíritu Santo que engendra a Cristo. La liturgia sirio-maronita canta:

Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo de la Virgen y, como grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde ningún sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento del mundo... Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el hambre del mundo.

Virginidad y maternidad divina se entrecruzan en la imagen del vellón empapado de rocío. La grandeza de María está en esta irrupción de lo divino en lo humano, que está abierto y disponible a lo divino. Y, de este modo, en María brilla para la Iglesia un horizonte de luz y gracia, como signo de un mundo renovado sobre el que desciende el rocío vivificante de Dios.5 Y, junto al símbolo del vellón, hay otros muchos en la tradición patrística. San Efrén canta: "Vara de Aarón que germina, tu flor, María, es tu Hijo, nuestro Dios y Creador". La "puerta cerrada" del templo de Ezequiel - "Esta puerta permanecerá cerrada. No se la abrirá y nadie pasará por ella, porque por ella ha pasado Yahveh, el Dios de Israel. Quedará, pues cerrada" (Ez 44,2)- es un signo de María: "Tú eres la puerta cerrada, abierta sólo a la Palabra de Dios". Junto con la imagen del "huerto cerrado" del Cantar de los cantares será un símbolo de la virginidad de María, por la que pasa el Señor sin romper los sellos de su virginidad.

La piedad mariana ha asumido toda esta constelación de símbolos del Antiguo Testamento, transfigurándolos y haciéndoles brillar con una nueva luz. En la Edad media Walther von der Vogelweide celebra a María: "Tú; sierva y madre, mira a la cristiandad en angustia. Tú, vara florida de Aarón, aurora de la mañana que nace, puerta de Ezequiel que jamás nadie abrió, a través de la cual pasaba la gloria del rey. Una zarza que arde y no deja ninguna quemadura: verde e intacta en todo su esplendor, preservada de todo ardor. Era ésta la sierva, la toda pura, la Virgen inmaculada; tú eres semejante al vellón de Gedeón, bañado por Dios con su celeste rocío".


B) MUJERES ESTÉRILES, FIGURAS DE MARÍA

Por su maternidad virginal María es situada en la línea de las mujeres de la historia de la salvación, cuya esterilidad fue especialmente bendecida por Dios, haciéndolas fecundas (CEC 488-489). Desde Sara, la mujer de Abraham, hasta Ana, la madre de Samuel, y en el nuevo Testamento Isabel, la madre de Juan Bautista, aparece la voluntad de Dios de conceder a una mujer estéril un hijo predestinado a una misión particular. En la esterilidad humana, Dios muestra que el hijo es fruto únicamente de su designio y de su poder. Cuando Dios quiere suscitar un salvador de Israel, Dios lo hace en la esterilidad humana para que aparezca clara la gratuidad de su intervención. En este contexto aparece la profecía de Isaías sobre la virgen que concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros. Esta actuación de Dios culmina en María, la virgen de Nazaret, que concebirá y dará a luz al Mesías. María, hija de Sión, recoge y sintetiza en sí la herencia de su pueblo. "La sorpresa inesperada del acontecimiento es la regla de la actuación de Dios. El ser más inadecuado, aquel en el que nadie habría

5 G. RAVASI, L 'albero di María, Milano 1993.

pensado (y él menos que nadie), se convierte en objeto de la llamada de Dios. Inadecuadas son las mujeres estériles para concebir y alumbrar a los hijos de la promesa o a los profetas: Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón, Ana, Isabel; más inadecuada es la virgen María para dar a luz al Hijo del Altísimo".6

En su deseo de virginidad, María se sentía orientada hacia un estado de vida que, a los ojos de la gente, era igual a la esterilidad. De ello encontramos un eco en el Magnificat, donde María habla de la situación de "humillación" (tapeinósis) de la sierva de Dios (Lc 1,48). En este versículo María repite las palabras de Ana, la madre estéril de Samuel, que había dirigido a Dios esta plegaria: "Si te dignas reparar en la humillación (tapeinósis) de tu esclava" (1S 1,11). También Isabel, madre de Juan, era estéril, más aún, llamada por todos "la estéril". Por ello dirá: "Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres" (Lc 1,25). María, como Isabel, entra a formar parte de la larga serie de mujeres "estériles" del Antiguo Testamento, que fueron madres gracias a la bendición de Dios.? "Así, pues, la estéril prepara el camino a la Virgen".8

Todos estos casos de mujeres sin hijos bendecidas por Dios tienen un sentido para la historia de la salvación: son una preparación de la figura de María, que fue bendecida por Dios, haciéndola madre del Salvador, conservando su virginidad. La maternidad virginal de María es el térmi-

6 U. VON BALTHASAR, Teodrarnmatica, Milano 1980-1983, III, p.250.
7 Sara (Gn 18,9-15), Rebeca (Gn 25,21-22), Raquel (Gn 29,31;30,22-24), la madre de Sansón (Je 13,2-7), Ana, madre de Samuel (1S 1,11.19-20).
8 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Comentario al Génesis: PG 54,445-447.

no de esta historia de salvación: tanto en las estériles como en la Virgen, la maternidad es un don singular de Dios: "para quien nada de lo dicho es imposible" (Lc 1,37). Sólo Dios puede abrir el seno estéril a la maternidad y, más maravilloso aún, sólo Dios puede hacer que una virgen, sin dejar de ser virgen, sea madre. No sin motivo dirá el ángel a María: "El Señor está contigo". Sólo el Señor podía vincular la virginidad y maternidad de María, Madre del Hijo de Dios.

En todos estos casos se trata del nacimiento de hombres destinados a una misión en la historia de salvación de Israel. En ellos se revela la presencia de la palabra creadora de Dios en favor de su pueblo. Por eso dice Isaías: "Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, tú que no has tenido dolores de parto, pues son más los hijos de la abandonada que los hijos de la casada, dice Yahveh" (Is 54,1).

Ana, la mujer predilecta de Elkana, no tenía hijos, porque "el Señor le había cerrado el seno", "haciéndola estéril" (1S 1,5.6). El dolor y soledad de Ana se transforman en plegaria en su peregrinación al santuario de Silo, "desahogando su alma ante el Señor" (1S 1,15): "iOh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos los días de su viday la navaja no tocará su cabeza" (1,11).

El Señor, "que mira las penas y tristezas para tomarlas en su mano" (Sal 10,14), escuchó la súplica de Ana, que "concibió y dio a luz a un niño, a quien llamó Samuel, porque, dijo, se lo he pedido a Yahveh" (1S 1,20). Siendo estéril, el hijo que le nace es totalmente don de Dios, signo del amor bondadoso de Dios. Del seno seco de Ana, Dios hace brotar el vástago de una vida maravillosa. La esterilidad de Ana, que engendra al profeta Samuel, es imagen viva de la virginidad de María, que da a luz al Profeta, al Hijo de Dios. En ambos casos, con sus diferencias, el hijo es un don de Dios y no fruto del deseo humano.

Y Ana, consciente del don de Dios, entona el canto de alabanza a Dios, preludio del Magnificat de María. El himno de Ana canta la victoria del débil protegido por Dios: la mujer humillada es exaltada y exulta de alegría, gracias a la acción de Dios. El núcleo del canto de Ana confiesa el triunfo de Dios sobre la muerte: un seno muerto es transformado en fuente de vida, devolviendo la esperanza a todos los desesperados: "Mi corazón exulta en Yahveh, porque me he gozado con su auxilio. iNo hay Dios como Yahveh! El arco de los fuertes se ha quebrado, los que se tambalean se ciñen de fuerza. La estéril da a luz siete veces, la de muchos hijos se marchita. Yahveh da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar, enriquece y despoja, abate y ensalza. Yahveh levanta del polvo al humilde para darle en heredad un trono de gloria" (1S 2,lss). El cántico de alabanza se transforma en canto de esperanza para todos los pobres de Yahveh, que ponen su confianza en El. Y, si toda mujer de Israel veía en la bendición del propio seno un signo de la gracia de Dios, entre ellas María, Madre del Mesías, es la bendecida por excelencia; ella es realmente "la bendita entre las mujeres".


C) MUJERES DE LA GENEALOGÍA DE JESÚS

El relieve que se da a la madre de Jesús en la genealogía aparece ante todo en el cambio literario al llegar el momento de hablar de ella: "Abraham engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá... y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Mesías" (Mt 1,2-16). En el relato siguiente (v.18-25) se aclarará el sentido de dicho cambio. Pero ya es significativa la presencia de cuatro mujeres en la genealogía, como preparación para el hecho insólito que supone el salto a María, como Madre de Jesús.

Todas estas mujeres fueron instrumento del designio de salvación de Dios, aunque caracterizadas por sus uniones matrimoniales irregulares (extranjeras o pecadoras). Estas son las mujeres que Mateo escogió y no otras quizás más significativas en la historia de Israel. La acción de Dios a través de modalidades humanamente "irregulares" subraya la gratuidad de la elección divina y prepara la narración de la maravilla realizada por el Altísimo en la Virgen María. Mateo comienza su evangelio (c.1-2) viendo a María como el seno de la nueva creación, en donde el Dios de la historia de la salvación actúa de una forma absolutamente gratuita y sorprendente.

Mateo, aunque subraye el vínculo legal de Jesús con `José, hijo de David", afirma que lo que aconteció en María no es obra de padre humano, sino del Espíritu Santo: "El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18).

Esta concepción es fruto de la acción de Dios: la misma acción que en las situaciones irregulares de las mujeres de la genealogía manifestó la fidelidad y el poder de Dios. De este modo, si, gracias a la ascendencia davídica de José, Jesús es legalmente hijo de David, gracias a la inaudita concepción virginal por obra del Espíritu Santo, es Hijo de Dios (Mt 2,15). En María se realiza la esperanza mesiánica davídica mediante una acción divina sorprendente, improgramable. María es el seno de la nueva creación en donde la acción divina en el Espíritu realiza la maravilla de la Encarnación del Hijo y del nuevo comienzo del mundo.

Jesús, hijo de David, es hijo de Tamar, de Rut, Rahab y Betsabé, las cuatro mujeres, además de María, que incluye Mateo en la genealogía. Cada una de ellas tiene un significado. Tamar es una mujer cananea, que se fingió prostituta y sedujo a su suegro Judá, de quien concibió dos hijos: Peres y Zéraj; a través de Peres Tamar quedó incorporada a los antepasados de Jesús (Gn 38,24). Rahab es una prostituta pagana de Jericó, que llegó a ser ascendiente de Jesús, como madre del bisabuelo de David (Jos 2,1-21;6,22-25). Rut es una extranjera, descendiente de Moab, uno de los pueblos surgidos de la relación incestuosa de Lot y sus hijas y, por ello, despreciado por los hebreos; pero de Rut nació Obed, abuelo de David, entrando así en la historia de la salvación, como ascendiente del Mesías. En Israel se hará clásica la bendición de los ancianos, incorporando a Rut a las madres del pueblo elegido: "Haga Yahveh que la mujer que entra en tu casa (Rut) sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel" (Rt 4,11). Betsabé, la mujer de Urías, el hitita, perpetró el adulterio con David (2S 11), pero se hizo ascendiente de Jesús, dando a luz a Salomón.

Con tales uniones cumplió Dios su promesa y llevó adelante su plan de salvación. Tamar fue instrumento de la gracia divina para que Judá engendrase la estirpe mesiánica; Israel entró en la tierra prometida ayudado por Rahab; merced a la iniciativa de Rut, ésta y Booz se convirtieron en progenitores de David; y el trono davídico pasó a Salomón a través de Betsabé. Las cuatro mujeres comparten con María lo irregular y extraordinario de su unión conyugal. Nombrándolas Mateo en la genealogía llama la atención sobre María, instrumento del plan mesiánico de Dios, pues fue "de María de quien nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). Esto sucede, dice Lutero, porque Cristo debía ser salvador de los extranjeros, de los paganos, de los pecadores. Dios da la vuelta a la cosas. María, en el Magnificat, canta este triunfo de lo despreciable, que Dios toma para confundir lo que el mundo estima.

Desde el comienzo mismo del evangelio, advierte cuántas cosas se ofrecen a nuestra consideración... Conviene averiguar por qué, recorriendo el evangelista la línea genealógica por el lado de los varones, sin embargo intercala el nombre de varias mujeres; y ya que le pareció bien nombrarlas, por qué no las enumera a todas, sino que, dejando a un lado las más honorables, como Sara, Rebeca y otras semejantes, sólo menciona a las que se hicieron notables por algún defecto, por ejemplo a la que fue fornicadora o adúltera, a la extranjera o a la de bárbaro origen... Levanta tu mente y llénate de un santo escalofrío con sólo oír que Dios ha venido a la tierra. Porque esto es tan admirable, tan inesperado, que los ángeles en coro cantaron por todo el orbe las alabanzas y la gloria de semejante acontecimiento. Ya de antiguo los profetas quedaron estupefactos al contemplar que "se dejó ver en la tierra y conversó con los hombres" (Ba 3,38). En realidad, estupenda cosa es oír que Dios inefable, incomprensible, igual al Padre, viniera mediante una Virgen y se dignara nacer de mujer y tener por ancestros a David y a Abraham. Pero, ¿qué digo David y Abraham? Lo que es más escalofriante: a las meretrices que ya antes nombré... Tú, al oír semejantes cosas, levanta tu ánimo y admírate de que el Hijo de Dios, que existe sin haber tenido principio, haya aceptado que se le llamara hijo de David, para hacerte a ti hijo de Dios... Se humilló así para exaltarnos a nosotros. Nació él según la carne para que tú nacieras según el Espíritu.9

La genealogía de Jesús, en Lucas, es más universal que la de Mateo, ya que se remonta, más allá de Abraham, hasta Adán. De los dos se dice: "hijo de Dios" (Lc 3,23.38), sin padre terreno. También para Lucas, en el nuevo comienzo del mundo, inaugurado por el nuevo Adán, se alude a la presencia de María, y a su concepción virginal. De este modo establece la relación entre Jesús, nuevo Adán, y el Adán primero, padre de todos los hombres.

9 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Comentario al evangelio de Mateo, Homilía I y II: PG 57,21-26.

El Señor, al hacerse Primogénito de los muertos (Col 1,18) recibió en su seno a los antiguos padres para regenerarlos para la vida de Dios, siendo él el principio de los vivientes (Col 1,18), pues Adán había sido el principio de los muertos. Por eso Lucas puso al Señor al inicio de la genealogía para remontarse hasta Adán (Lc 3,23-38), para significar que no fueron aquellos quienes regeneraron a Jesús en el Evangelio de la vida, sino éste a aquéllos. Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe.10

La genealogía de Mateo muestra a Jesús como "Hijo de Abraham", hijo de Israel, fruto bendito de la elección de Dios sobre Israel, que, a pesar de sus infidelidades, de su esterilidad, por la gracia inquebrantable de Dios, ha dado a luz en el seno virginal de María al hijo de la promesa, al Salvador.

La genealogía de Lucas asciende hasta Adán, "hijo de Dios". Un árbol genealógico que llega hasta Adán nos muestra que en Jesús no sólo se ha cumplido la esperanza de Israel, sino la esperanza del hombre, del ser humano. En Cristo el ser herido del hombre, la imagen desfigurada de Dios, ha sido unido a Dios, reconstruyendo de nuevo su auténtica figura. Jesús es Adán, el hombre perfecto, porque "es de Dios".

Las dos genealogías unidas nos dicen que Jesús es el fruto conclusivo de la historia de la salvación; pero es El quien vivifica el árbol, porque desciende de lo alto, del Padre que le engendra en el seno virginal de María, por obra de su Espíritu Santo. Jesús es realmente hombre, fruto de esta tierra, con su genealogía detallada, pero no

10 SAN IRENEO, Adv.haer., III,22,4.

es sólo fruto de esta tierra, es realmente Dios, hijo de Dios, como señala la ruptura del último anillo del árbol genealógico: "...engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16).


D) DÉBORA, JUDIT Y ESTER

Débora aparece como juez y profeta de Israel. El profeta bíblico es el intérprete de la historia a la luz de la Palabra de Dios: "Yahveh me ha dado una lengua de discípulo para que sepa dirigir al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como un discípulo: El Señor me ha abierto el oído" (Is 50,4). Es lo que Dios ha hecho con Débora. Con su palabra, recibida de Dios, Débora revela el poder de Dios en medio de un pueblo que vive desesperado. Su misión es desvelar que la historia que el pueblo vive es historia de salvación, porque Dios está en medio de su pueblo.

Israel, liberado de la esclavitud de Egipto, se halla conquistando la tierra prometida, que habitan los cananeos. Pero, en la fértil llanura de Izre'el, el rey Yabin, bien armado con sus carros de guerra, opone una fuerte resistencia a Israel, gobernado por el titubeante Sangar y su débil general Baraq. En este momento Dios elige una mujer para salvar. a Israel: "En los días de Sangar, hijo de Anat, en los días de Yael, no había caravanas... Vacíos en Israel quedaron los poblados, vacíos hasta tu despertar, oh Débora, hasta tu despertar, oh madre de Israel" (Jc 5,6-7). Una mujer, en su debilidad, es cantada como la "madre de Israel", porque muestra a Israel la presencia potente de Dios en medio de ellos. Es lo que canta Débora en su oda admirable, que respira la alegría de la fe en Dios Salvador: "Bendecid a Yahveh" (Jc 5,9), que en la debilidad humana, sostenida por Él, vence la fuerza del enemigo Sisara, que "a sus pies se desplomó, cayó, yació; donde se desplomó, allí cayó, deshecho" (v.27). Esta es la lógica de Dios, que sorprende a los potentes y opresores. Es la conclusión del cántico: "iAsí perezcan todos tus enemigos, oh Yahveh! iY sean los que te aman como el sol cuando se alza con todo su esplendor!" (v31).

Es lo que se cumplirá plenamente en María. El Señor se fijará en la pequeñez de su esclava para realizar en ella "grandes cosas", "desplegando la potencia de su brazo... para derribar a los potentes de sus tronos y exaltar a los humildes" (Lc 1,51s). En realidad "Dios ha elegido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Dios ha escogido lo pobre y despreciable del mundo, lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1Co 1,27-28). "¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?" (St 2,5). La conciencia de la propia pobreza y simplicidad brilla en María, como en Débora, pero, al mismo tiempo, sabe que tiene una misión que cumplir en la historia de la salvación. Así se ofrece como "sierva del Señor" para que a través de ella realice su obra. Como Débora ha sido llamada "madre de Israel", María ha sido llamada desde la cruz "madre de los creyentes".

Judit, la "judía" por excelencia, como Débora y Ester, es madre de Israel. Judit es situada en Betulia, es decir, en Betel, la "casa de Dios". En Judit aparece el Dios de la revelación, que da la vuelta a la historia, exaltando al débil y humillando al potente: "No está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados" (Jdt 9,11). Judit es la judía fiel; Betulia es la casa de Dios, viuda defendida por Dios que destruye el orgullo de Nabucodonosor, aplastando la cabeza de su general Holofernes. De este modo Judit es el prototipo de la debilidad que vence la violencia, el mal, el Anticristo, como aparece en la catedral de Chartres y en infinidad de obras de arte.

La liturgia11 repite en honor de María la bendición que el sacerdote Yoyaquim, con los ancianos de Israel y los habitantes de Jerusalén, pronuncian sobre ella: "Tú eres la gloria de Jerusalén, el orgullo de Israel, tú el honor de nuestro pueblo. Al hacer todo esto con tu mano has procurado la dicha de Israel y Dios se ha complacido en lo que has hecho. Bendita seas del Señor Omnipotente por siglos infinitos" (Jdt 15,8-10). Y Ozías, jefe de la ciudad de Betulia, la aclama: "iBendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos" (Jdt 13,18). Estas bendiciones se cumplirán plenamente en María, cuyo Hijo aplastará realmente la cabeza del jefe de nuestros enemigos.

Ester aparece en un momento en que Israel está amenazado de muerte. Entonces la Palabra de Dios, palabra de esperanza en medio de la persecución, se expresa una vez más a través de la debilidad de una mujer, huér-

11 Segunda antífona de Laudes del común de la Virgen María y en el salmo responsorial del tercer esquema de Misas del común de la Virgen.

fana de padre y madre, adoptada por su tío Mardoqueo. Ester, "bella de aspecto y atractiva", modelo de fe en Dios y de amor a su pueblo, se enfrenta al enemigo Asuero y Amán, que han decretado la aniquilación de Israel. Ester, en su debilidad se apoya únicamente en Dios, al que dirige su oración, alternando el singular y el plural porque se dirige a Dios en su nombre y en el del pueblo:

Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi auxilio, que estoy sola y no tengo otra ayuda sino en ti, y mi vida está en peligro. Yo he oído desde mi infancia, en mi casa paterna, que Tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros padres de entre todos sus mayores para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto prometiste. Ahora hemos pecado en tu presencia y nos has entregado a nuestros enemigos porque hemos honrado a sus dioses. iJusto eres, Señor! Mas no se han contentado con nuestra amarga esclavitud, sino que ... han decretado destruir tu heredad, para cerrar las bocas que te alaban y apagar la gloria de tu Casa y de tu altar... No entregues, Señor, tu cetro a los que son nada. Que no se regocijen por nuestra caída, sino vuelve contra ellos sus deseos y el primero que se alzó contra nosotros haz que sirva de escarmiento. Acuérdate, Señor, y date a conocer en el día de nuestra aflicción... Dame valor y pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león... Líbranos con tus manos y acude en mi auxilio, que estoy sola y a nadie tengo, sino a Ti, Señor... Oh Dios, que dominas a todos, oye el clamor de los desesperados, líbranos del poder de los malvados y líbrame a mí de mi temor (Est 4 del texto griego).

La voz de Ester es la voz de todos los oprimidos, que esperan que Dios intervenga y les salve, dando la vuelta a su suerte. El impío Amán, que se había exaltado, es destruido y el perseguido Israel es exaltado y glorificado. Y "porque en tales días los judíos obtuvieron paz contra sus enemigos, y este mes la aflicción se trocó en alegría y el llanto en festividad, los días que conmemoran este acontecimiento deben ser días de banquetes y alegría en los que se intercambian regalos y se hacen donaciones a los pobres" (9,22). Ester queda en la historia y en la liturgia de Israel como testigo de vida y de alegría. Ester es semejante a un río de agua fresca que fecunda la vida de Israel, como afirma Mardoqueo en el final del libro:

De Dios ha venido todo esto. Porque haciendo memoria del sueño que tuve, ninguna de aquellas cosas ha dejado de cumplirse: ni la pequeña fuente, convertida en río, ni la luz, ni el sol, ni el agua abundante. El río es Ester, a quien el rey hizo esposa y reina. A través de ella el Señor ha salvado a su pueblo, nos ha librado de todos los males y ha obrado signos y prodigios como nunca los hubo en los demás pueblos (Del c. 10 del texto griego).

María, glorificada en el cielo, introducida como Ester en el palacio del Rey, no se olvida de su pueblo amenazado, sino que intercede por él hasta que el enemigo sea totalmente destruido. El Papa Juan Pablo II dice que "la mediación de María tiene el carácter de intercesión" (RM 21). La alegría vuelve a Israel no a través de la fuerza, sino a través de la palabra y de la persona de una mujer. Ella es el signo de la esperanza. En Ester que, confiando en Dios, salva a Israel con su intercesión ante Asuero, hallamos la imagen de María como "abogada" nuestra, como canta una de las primeras oraciones marianas: "Sub tuum praesidium", compuesta en Egipto hacia el siglo III:

Bajo tu misericordia buscamos refugio, oh madre de Dios. No desprecies las súplicas de quienes estamos en peligro, mas líbranos del mal, tú que eres la única pura y bendita.

En todos estos casos de vocaciones femeninas aparece con claridad la elección divina en favor de su pueblo. Es Dios que pone sus ojos en ellas para llevar adelante su designio de salvación. Con razón la Iglesia ha elegido para la liturgia mariana algunos textos de estos libros, que nos muestran el modo de actuar de Dios en favor del pueblo a lo largo de la historia de la salvación, que se continúa y llega a su culmen en María y en su Hijo Jesucristo.


E) ¡BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES!

María, como todas estas mujeres, y más que ellas, se ha dejado plasmar por el amor de Dios y por ello es "bendita entre todas las mujeres", "todas las generaciones la llamarán bienaventurada". En María se ha cumplido plenamente el designio creador y salvador del Padre para todo hombre. María ha recibido, anticipadamente, la salvación lograda por la sangre de Cristo. La singularidad de su gracia recibida sitúa a María entre las mujeres, en el corazón mismo de la humanidad. La singularidad propia de María es la de la plenitud y no la de la excepción. Dios le concede en plenitud la gracia impartida a la Iglesia entera, ofrecida a toda la humanidad. Ella es el icono de la salvación que Dios realiza para nosotros en Jesucristo. En la contemplación de esta imagen, cada cristiano tiene el gozo de descubrir la gracia que Dios le ofrece.

"iBendita tú entre las mujeres!", exclama Isabel. En la Biblia, la gloria de la mujer está en la maternidad. Isabel reconoce en María la maternidad más maravillosa que pueda haber: más que la suya y la de todas las mujeres agraciadas por Dios con la maternidad imposible. El Apocalipsis lanza sobre la historia del pasado una mirada de profeta y sondea el misterio escondido. Contempla a la Iglesia de la primera alianza bajo la imagen de una mujer que, desde siempre, llevaba a Cristo en su seno. La presencia de Cristo en la humanidad se remonta hasta el alba de los tiempos. La antigua serpiente colocada ante la mujer encinta y que acecha al niño que va a nacer para devorarlo es la del paraíso terrestre (Ap 12,4.9). La Iglesia de Cristo existía desde entonces, representada por la primera mujer, en quien estaba depositada, como una semilla, la promesa del Mesías (Gn 3,15). Ha llevado a Cristo en un adviento multisecular, gritando en los dolores del parto, a través de su historia atormentada.

En la persona de Eva la promesa esta destinada a la humanidad entera. Poco a poco la promesa se concentra y se dirige a una raza, la de Sem (Gn 9,26); a un pueblo, el de Abraham (Gn 15,4-6;22,16-18); a una tribu, la de Judá (Gn 49,10); a un clan, el de David (2S 7,14). La promesa se precisa y el grupo se estrecha; se construye una pirámide profética en búsqueda de su cima: María.

iBenditas son por ella todas las mujeres! El sexo femenino ya no está sujeto a la maldición; porque tiene un ejemplar que supera en gloria a los ángeles. Eva está curada. Alabamos a Sara, la tierra en que germinaron los pueblos; honramos a Rebeca, como hábil transmisora de la bendición; admiramos a Lía, madre del progenitor según la carne; aclamamos a Débora, por haber luchado sobre las fuerzas de la naturaleza (Jc 4,14); llamamos dichosa a Isabel, que llevó en el seno al precursor, que saltó de gozo al sentir la presencia de la gracia. Y veneramos a María, que fue madre y sierva, y nube y tálamo, y arca del Señor... Por eso digámosle: "Bendita tú entre las mujeres", porque sólo tú curaste el sufrimiento de Eva; sólo tú secaste las lágrimas de la que sufría; sólo tú llevaste el rescate del mundo; a ti sola se confió el tesoro de la perla preciosa; sólo tú quedaste encinta sin placer; sólo tú diste a luz al Emmanuel, del modo como él dispuso. "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42).12

12 PROCO DE CONSTANTINOPLA, Sereno 5,3: PG 65,716-721.

Israel es una nación materna. La bendición es concedida a la descendencia de Abraham: "Haré surgir un descendiente tuyo, que saldrá de tus entrañas" (2S 7,12); "yo suscitaré a David un vástago" (Jr 23,5). Una "virgen encinta que da a luz un hijo" (Is 7,14) será el signo de la salvación; "hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (Mi 5,2). Las promesas mesiánicas se repiten, pues se hacen al "seno de la hija de Sión". La nación llevaba, pues, oculto en ella al Cristo futuro: "No dice a tus descendientes, como si fueran muchos, sino a tu descendencia, refiriéndose a Cristo" (Ga 3,16). La risa, que suscitó el nacimiento de Isaac (Gn 17,17), es interpretada por Juan como la expresión de la alegría que hace estremecer a Abraham la vista de Cristo: "Vuestro padre Abraham se alegró deseando ver mi día: lo vio y se regocijó" (Jn 8,56). En el nacimiento milagroso de Isaac, el patriarca se alegra por el nacimiento de su descendiente más ilustre.

Dios se ha declarado padre de uno de los hijos de David: "Haré surgir un descendiente tuyo, que saldrá de tus entrañas... Yo seré para él padre y él será para mí hijo" (2S 7,12-14). La promesa concierne a Salomón y, tras él, a todo el linaje de David. Pero la tradición judía la ha interpretado como del último y más grande hijo de David (Sal 89); la epístola a los Hebreos (1,5) la aplica directamente a Cristo Jesús. Esta diversidad de interpretaciones posibles significa que la gloria filial del último de la estirpe refluye sobre sus antepasados, hasta Salomón. Jesús resucitado abrió a sus discípulos la inteligencia para que comprendieran las Escrituras: todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos acerca de El (Lc 24,44-45).

María pertenece a las tres fases de la historia de la salvación: al tiempo anterior a Cristo, al período de la vida terrena de Jesús y al tiempo posterior a Cristo. Y en estas tres fases está con un significado singular y, al mismo tiempo, desempeña un papel de unión en la transición de una fase a otra. María, Hija de Sión, une a Israel con la Iglesia de Cristo. Pero María precede a la Iglesia en cuanto que, antes de que ésta sea constituida, Israel se hace Iglesia en la persona de la Virgen en virtud de su obediencia y de su fe. La Iglesia está en María, su célula original, como está la planta en la semilla. Pero, al mismo tiempo, hay que afirmar que María está en la Iglesia, como uno de sus miembros. Así aparece en Pentecostés en medio de la comunidad orante que recibe el Espíritu Santo.13

Israel era, pues, una nación materna, bendita entre todas las naciones, que llevaba a Cristo en su seno. Mientras los paganos habían estado "sin Cristo" (Ef 2,12), el pueblo judío lo poseía. "Jesús era la sustancia de este pueblo".14 Y María es el lazo de la historia de Israel con la Iglesia, como madre de Cristo, a quien introduce en la estirpe humana. Así María queda indisolublemente unida a Cristo y asociada a El en la obra redentora, como queda ligada a la Iglesia, cuyo destino anticipa como primer miembro que realiza la forma más perfecta de su ser, es decir, la comunión con Cristo.15

En María se unen inseparablemente la antigua y la nueva alianza, Israel y la Iglesia. Ella es "el pueblo

13 R. LAURENTIN, María, prototipo y modelo de la Iglesia, en Mysterium salutis, IV/2, Madrid 1975, 312-331.
14 SAN AGUSTÍN, De civitate Dei 17,11: PL 48,575.
15 R. LAURENTIN, Compendio di mariologia, Roma 1956.

de Dios", que da "el fruto bendito" a los hombres por la potencia de la gracia creadora de Dios. Es el Espíritu de Dios, que aleteaba en la creación sobre las aguas del abismo, el que desciende sobre María y la cubre con su sombra, haciendo de ella la tienda de la presencia de Dios, la tienda del Emmanuel: Dios con nosotros.