02. BENDITA TÚ QUE HAS CREÍDO


A) HIJA DE ABRAHAM

La fe de María es la fuerza integradora de su vida. Si hay algo que revela la grandeza de María es la exclamación de Isabel: "Dichosa la que ha creído que se cumpliría lo que le fue dicho de parte del Señor" (Le 1,45).1 María es un signo de la gracia de Dios y de la actitud responsorial a la iniciativa libre y benevolente de Dios.

La fe de María puede parangonarse a la de Abraham, llamado por el Apóstol "nuestro padre en la fe" (Rm 4,12). En la economía salvífica de la revelación divina, la fe de Abraham constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da comienzo a la Nueva Alianza (RM 14).

María está situada en el punto final de la historia del pueblo elegido, en correspondencia con Abraham

1 R. GUARDINI, El Señor I, Madrid 1960, p.33 Y. CONGAR, María y la Iglesia, Barcelona 1967, p. 455-465.

(Mt 1,2-16). Abraham es el padre de los creyentes (Rm 4) y el paradigma de los justificados por la fe. A Abraham le fue hecha la promesa de un hijo y de una tierra (Gn 12,lss); y efectivamente, aún siendo anciano, Dios le dio un hijo de Sara, su mujer estéril. Y, cuando Dios le pidió a Isaac, el hijo de la promesa, el patriarca obedeció, "pensando que poderoso era Dios aún para resucitar de entre los muertos" (Hb 11,19), y Dios en el monte proveyó con un cordero. Abraham en su historia vio que Dios es fiel; aprendió existencialmente a creer. Apoyado en Dios recibe la fecundidad de su promesa.

Abraham, el padre de los creyentes, es el germen y el prototipo de la fe en Dios. Y en María encuentra su culminación el camino iniciado por Abraham. El largo camino de la historia de la salvación, por el desierto, la tierra prometida y el destierro, se concretiza en el resto de Israel, en María, la hija de Sión, madre del Salvador. María es la culminación de la espera mesiánica, la realización de la promesa. El Señor, haciendo grandes cosas en María "acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1,54-55). Así toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de mujer" (Ga 4,4). María es el "pueblo de Dios", que da "el fruto bendito" a los hombres por la potencia de la gracia creadora de Dios.2

María, hija de Abraham, con su fe supera las incredulidades de los hijos de Abraham. En María se cumple el signo que Acaz, en su incredulidad, no había querido pedir a Dios, cuando, por el profeta Isaías le invitaba a confiar en Él en vez de aliarse con Asiria: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel" (Mt 1,23; Is 7,14). María no duda de Dios, como lo hizo Acaz. La fe de María borra la incredulidad de Israel y así madura en el seno de Israel el "fruto bendito" de Emmanuel.

El acto de fe presupone una experiencia inicial de conocimiento inmediato y sensible. Dios se comunica con los hombres a través del tacto, del oído, de la vista (1Jn 1,1-3). Esta es la experiencia de los apóstoles. Pero existe otra experiencia más profunda aún, corporal y espiritual, que es la experiencia de María: "En la encrucijada de todos los caminos, que van del antiguo al nuevo testamento, se sitúa la experiencia mariana de Dios, tan rica y al mismo tiempo tan misteriosa que apenas puede describirse; y tan importante que aparece siempre como trasfondo de lo que se manifiesta. En María, Sión se transforma en la Iglesia, el Verbo se hace carne, la cabeza se une al cuerpo. Ella es el lugar de la fecundidad sobreabundante".3 La característica de la experiencia de María es que se trata de una experiencia maternal, que implica las profundidades del cuerpo, de su seno.

Ya en las palabras de Isabel - "Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1,45)- se ve que la maternidad divina de María no fue simplemente una maternidad física, sino maternidad espiritual, fundada sobre la fe. Como comentará san Agustín: "La Virgen María dio a luz creyendo al que había concebido creyendo... Después que habló el ángel, ella, llena de fe, concibiendo a Cristo antes

2 CEC 144-149.
3
U. VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica I, Madrid 1985,
p.299.

en el corazón que en el seno, respondió: He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra".4 La llena de gracia es también la "llena de fe". Ha creído lo increíble: que concebiría un hijo por obra del Espíritu Santo. Y concluye Agustín: "María creyó y en ella se cumplió lo que creyó. Creamos también nosotros para que lo que se cumplió en ella se realice también en nosotros".

Ser madre de Jesucristo implica acompañarle en su misión, participar de su misión, compartiendo sus sufrimientos, como dirá San Pablo: "Sufro en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo" (Col 1,24). María, como verdadera hija de Abraham, ha aceptado el sacrificio de su Hijo, el Hijo de la Promesa, pues Dios, que sustituyó la muerte de Isaac por un carnero, "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros" (Rm 8,32), como verdadero Cordero que Dios ha provisto para que "cargue y quite el pecado del mundo" (Jn 1,29; Ap 5,6). María, pues, como hija de Abraham, acompaña a su Hijo que, cargado con la leña del sacrificio, la cruz, sube al monte Calvario. El cuchillo de Abraham, en María, se ha transformado en. "una espada que le atraviesa el alma" (Lc 2,35).

Con la respuesta de María al ángel - "he aquí la sierva del Señor, se cumpla en mí lo que has dicho"-, la fe de Abraham y de todo Israel llega a su perfección. Ya a Abraham se le había pedido una obediencia de fe extraordinaria cuando Dios le pidió que le restituyera en el Moria aquel don que, por la fe, había recibido, el hijo de la promesa, en un sacrificio materialmente interrumpido pero espiritualmente cumplido. Pero con

4 SAN AGUSTÍN, Sermo 215,4: PL 38,1074.

María Dios llega hasta el fondo. Cuando María está bajo la cruz no interviene ningún ángel que interrumpa el sacrificio del Hijo, y María debe realmente restituir a Dios su Hijo, el Hijo de la promesa cumplida.

María ofreció a su Hijo ya en el templo,5 con un ofrecimiento que llega a su culminación en el Calvario. Jesús es el primogénito ofrecido como Isaac pero no perdonado. Todo primogénito de Israel es rescatado de la muerte, como lo fueron en Egipto cuando murieron los primogénitos egipcios. Pero Jesús, el Primogénito del Padre, no fue liberado de la muerte, pues fue ésta la que nos ha liberado a todos de la muerte. Y María, no sólo se somete a las leyes que mandan la oblación del primogénito (Ex 13,11-16) y la purificación de la madre (Lv 12,6-8), sino que se nos presenta como tipo de la aceptación y de la oblación: acoge al Hijo del Padre para ofrecerlo por nosotros.

Abraham sube al monte con Isaac, su único hijo, y vuelve con todos nosotros, según se le dice: "Por no haberme negado a tu único hijo, mira las estrellas del cielo, cuéntalas si puedes, así de numerosa será tu descendencia". La Virgen María sube al Monte con Jesús, su Hijo, y desciende con todos nosotros, porque desde la cruz Cristo le dice: "He ahí a tu hijo" y, en Juan, nos señala a nosotros, los discípulos por quienes El entrega su vida. María, acompañando a su Hijo a la Pasión, nos ha recuperado a nosotros los pecadores como hijos, pues estaba viviendo en su alma la misión de Cristo, que era salvarnos a nosotros.

Si Abraham recibe el nombre de "padre de todos nosotros, los creyentes" (Cfr Rm 4,16), ¿cómo no llamar a

5 El verbo presentar (parastesai, poner delante) que usa Lc 2,22, es un verbo litúrgico-sacrificial; se usa para indicar la presentación de las ofrendas para el sacrificio.

María "Madre de todos los creyentes"? Ella hace lo que siempre hubiera debido hacer el pueblo elegido en Abraham: vivir su historia a partir de la fe. Se diría que en María se le da una vez más la posibilidad de ser lo que siempre debiera haber sido según el plan de Dios. La fe que se requiere a María es propia del Antiguo Testamento: el reconocimiento de que Dios actúa aquí y ahora y la obediencia a la llamada a colaborar en tal actuación, encaminándose hacia lo desconocido. Así empezó la vida del pueblo elegido en Abraham. En la hora de la Anunciación, María se decide a existir enteramente desde la fe. En adelante ella no es nada al margen de la fe; todo lo que es, es cumplimiento de la fe. La fe se hizo la forma de su vida personal y la realidad en que creía se convirtió en contenido de su existencia. Con esa fe María pasa del Antiguo Testamento al Nuevo. Al hacerse madre se hace cristiana. Este hecho es tan sencillo como profundo. El Redentor de todos es su Hijo. En la tarea que afecta a todos, ella realiza lo más propio suyo: entrar como madre en su propia redención.

María, como nos la presenta el icono de la Pistéusasa, es "la que ha creído". Y el icono bizantino de la Odigitria, "la que indica el camino", nos la muestra indicándonos el camino de la salvación a través de la "obediencia de la fe": con la mano derecha nos muestra al Niño sostenido sobre su brazo izquierdo. Así nos la pinta también Juan Pablo II a lo largo de toda la encíclica Redemptoris Mater: "La fe de Abraham constituye el inicio de la antigua alianza, la fe de María da inicio a la nueva alianza" (n.14). "La obediencia de la fe" (Rm 4,11) es el leitmotiv de toda la encíclica.6 Y la culminación de esta obediencia

6 Cfr n.13,15,16,18,29.

está en el monte Calvario, que recuerda el monte Moria donde sube Abraham a sacrificar a su hijo Isaac (Gn 22). Esta obediencia de la fe sitúa a María en camino, recorriendo el itinerario de la fe (RM 39.43), como hizo el mismo Abraham, saliendo de Ur "hacia la tierra que te indicaré" (Gn 12,1-4), que la carta a los Hebreos nos presenta como "obediencia de la fe": "Por la fe Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra prometida..." (Hb 11,8ss). Este peregrinar en la fe es la expresión del camino interior de la historia de María, la creyente: "La bienaventurada Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y conservó fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz" (LG 58). El "punto de partida del itinerario de María hacia Dios" fue "el fíat mediante la fe" (RM 14). "En la penumbra de la fe" (RM 14) procede toda la vida de María, pasando "por la fatiga del corazón", "por la noche de la fe" (n.17) hasta llegar a la gloria plena del alba de la resurrección, el día que de lejos Abraham "vio y se alegró" (Jn 8,56).


B) PARA DIOS TODO ES POSIBLE

Abraham, el "padre en la fe" (Rm 4,11-12.16), es la raíz del pueblo de Dios. Llamado por Dios (Heb 11,8), con su Palabra creadora Dios fecunda el seno de Sara con Isaac como fecunda el seno de la Virgen María con Jesús, pues "ninguna Palabra es imposible para Dios" (Gn 18,14; Lc 1,37). La "descendencia" de Abraham llega en Jesucristo. La Palabra prometida se cumple por la Palabra creadora: en Isaac como figura y en Jesucristo como realidad definitiva (Ga 3,16).

Así como Cristo es llamado nuevo Adán, nuevo Isaac, Jacob, Moisés, Aarón..., sin embargo, no es nunca aludido como nuevo Abraham. Es Isaac, su hijo, la figura de Cristo. Abraham no es figura de Cristo, sino de María. Abraham es constituido padre por su fe; es la palabra de Dios sobre la fe. Y la fe nunca se le atribuye a Cristo. Sí se atribuye, en cambio, a María, proclamada bienaventurada por su fe. Abraham y María han hecho la experiencia de que "para Dios nada es imposible".7

La fe de María, en el instante de la Anunciación, es la culminación de la fe de Israel. Dios colocó a Abraham ante una promesa paradójica: una posteridad numerosa como las estrellas del cielo cuando es ya viejo y su esposa estéril. "Abraham creyó en Dios y Dios se lo reputó como justicia" (Gn 15,5). Así es como Abraham se convirtió en padre de los creyentes "porque, esperando contra toda esperanza, creyó según se le había dicho" (Rm 4,18). Como Abraham cree que Dios es capaz de conciliar la esterilidad de Sara con la maternidad, María cree que el poder divino puede conciliar la maternidad con su virginidad.

María, que había participado con ansiedad y esperanza virginales en la expectación de su pueblo en la venida del Mesías; ella, que sobresale entre los "pobres de Yahveh", que todo lo esperan del Señor, se siente llamada en el momento culminante de la historia de la fidelidad de Dios y da su consentimiento a los planes de Dios. Con su

7 Cfr M. THURIAN, María, Madre del Señor, figura de la Iglesia, Bilbao 1968, p.94ss.

fíat María se coloca del lado del acontecimiento de la salvación en Cristo y deja espacio para que Dios actúe. La historia de la salvación, cuya iniciativa pertenece enteramente a Dios, se acerca al hombre en María, a quien Dios invita a entrar en ella con la libertad de la fe. Y María se ha fiado de Dios y se ha puesto a su disposición. Dios ha tomado posesión de su corazón y de su vida. En este marco de la Anunciación se repite la palabra clave de la historia de Abraham: "Porque nada es imposible para Dios". De las entrañas muertas de Sara y de la ancianidad de Abraham Dios suscita un hijo, que no es fruto de la "carne y de la sangre", sino de la promesa de Dios. Del poder de Dios y de la fe de Abraham ha nacido Isaac. La fe fue la tierra donde germinó la promesa; en la fe como actitud del hombre se recibe el poder de Dios. En la virginidad de María y por el poder del Espíritu nace el "llamado Hijo de Dios", fruto de lo alto y de un corazón hecho apertura ilimitada en la fe en "quien todo lo puede" (CEC 273).

María se inserta en la nube de creyentes (Hb 12,1; CEC 165 ), siendo la primera creyente de la nueva alianza, como Abraham es el primero de la antigua alianza. En María, hija de Israel, se hace presente toda la espera de su pueblo. Israel está sembrado por la palabra de Dios y engendra en la fe la Palabra. Abraham ha creído y su hijo es declarado "hijo del espíritu" (Ga 4,29). Sus descendientes son "hijos de la promesa". La Hija de Sión es consagrada a Dios, es madre por la carne y por la fe en Dios, que la toma por esposa, y la hace madre en su virginidad. Ella es por excelencia la hija de Abraham el creyente: "Dichosa tú que has creído" (Lc 1,45), le dice Isabel. Su mérito fue el de creer. Su virginidad maternal no la aparta de la comunidad judía, sino que la sitúa en el corazón de su pueblo y en su cumbre. Más que en Sara la palabra fue operante en ella. Más hijo de la fe que Isaac fue la concepción virginal del Hijo de Dios en María. La fe en el Dios de los imposibles brilló más en María que en Abraham.

Abraham creyó la promesa de Dios de que tendría un hijo "aún viendo como muerto su cuerpo y muerto el seno de Sara" (Rm 4,19; Hb 11,11). Y "por la fe, puesto a prueba, ofreció a Isaac, y ofrecía a su primogénito, a aquel que era el depositario de las promesas" (Hb 11,17). Son también los dos momentos fundamentales de la fe de María. María creyó cuando Dios le anunciaba a ella, virgen, el nacimiento de un hijo que sería el heredero de las promesas. Y creyó, en segundo lugar, cuando Dios le pidió que estuviera junto a la cruz cuando era inmolado el Hijo que le había sido dado. Y aquí aparece la diferencia, la superación en María de la figura. Con Abraham Dios se detuvo al último momento, sustituyendo a Isaac por un cordero: "Abraham empuña el cuchillo, pero se le devuelve el hijo... Bien diverso es en el Nuevo Testamento, entonces la espada traspasó, rompiendo el corazón de María, con lo que ella recibió un anticipo de la eternidad: esto no lo obtuvo Abraham".8

Ante lo incomprensible de la promesa divina, Abraham "no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido" (Rm 4,20). Es la fe que brilla en la anunciación y en toda la vida de María. Ante lo incomprensible de la actuación de Dios y de las palabras de su Hijo, María no ha cedido a la duda de la incredulidad, sino que lo ha acogido y ahondado con la meditación en su corazón. Ella ha acogido la palabra en la tierra buena de su corazón y ha esperado que diera su fruto.

"María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1,34). María, con esta pregunta, no pide una explicación para comprender -como hace Zacarías (Lc 1,18)-, sino para saber cómo realizar la voluntad de Dios. Pide luz y ayuda para hacer la voluntad de Dios, que el ángel le ha manifestado. María pronuncia el fíat en la forma en que Cristo lo pronunciará en Getsemaní: "hágase en mí según tu voluntad". "Sí, Padre, porque así te ha parecido a Ti..." (Mt 11,26). Es lo que la Iglesia y cada creyente repite cada día, con la oración del Padrenuestro: "Hágase tu voluntad".

"En un instante que no pasa jamás y que sigue siendo válido por toda la eternidad, la palabra de María fue la respuesta de la humanidad, el amén de toda la creación al sí de Dios" (K.Rahner). En ella es como si Dios interpelase de nuevo a la libertad humana, ofreciéndole una posibilidad de rescatarse. Este es el significado profundo del paralelismo, tan repetido en los Padres, Eva-María: "Lo que Eva había atado con su incredulidad, María lo desató con su fe".9

De aquí el significado de María para el hombre de hoy, que vive en la incertidumbre, sintiéndose amenazado por todas partes y ve en peligro el sentido de su vida. La figura de María le permite mirar con confianza el sentido de su existencia. En María se percibe con exactitud el eco de su fe en Cristo y el último sentido de la vida establecido por El: "María es la imagen del hombre redimido por Cristo. En ella se da a conocer el cambio obrado en el hombre salvado por Cristo y viviente en la Iglesia. En María se manifiesta con toda su luz la grandeza y dignidad del hombre

8 S. KIERKEGAARD, Diario X A 572.
9 SAN IRENEO, Adv. haer. III,22,4.

redimido, tanto en su estadio inicial, que pertenece a la historia, como en su estadio de perfección, que cae más allá de la historia".10 "Si la Iglesia es el ámbito en que nace la nueva humanidad, María es la célula germinal y su plenitud. Pues ella ha llegado ya a esa plenitud, hacia la que marcha el pueblo de Dios en peregrinación larga e incansable",11


C) CAMINO DE LA FE

El Concilio Vaticano II ha afirmado que María ha caminado en la fe; más aún, ha "progresado" en la fe: "También la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Jn 19,25)" (LG 58). María se consagró a la voluntad salvífica de Dios, "como cooperadora de la salvación humana por la libre fe y obediencia" (LG 56). Esta fe de María, como la de Abraham, va mucho más allá de lo que comprende. Acepta sin reservas la palabra que el Señor la comunica. Y esa aceptación abarca todo lo que en el camino el Señor le irá mostrando a su tiempo.

"Ya desde el Antiguo Testamento la figura y la misión de María se presenta como envuelta en la penumbra de los oráculos proféticos y de las instituciones de Israel. En los umbrales del Nuevo Testamento se levanta sobre el horizonte de la historia de la salvación como síntesis ideal del antiguo pueblo de Dios y como madre del Cristo Mesías. Y luego, a medida que Cristo, `sol de justicia' (Ml 3,20), va avanzando por el firmamento de la nueva alianza, María sigue su trayectoria como sierva y discípula de su Señor, en un crescendo de fe. En el punto más alto de su culminación, que es el misterio pascual, Cristo hace de su madre la madre de todos sus discípulos de todos los tiempos. De aquella hora la Iglesia aprende que María pertenece a los valores constitutivos de su propio Credo".12

María, desde el momento de su fíat, es Israel en persona, es la Iglesia en persona. Con su fíat se convierte en Madre de Cristo, pero no sólo en sentido biológico, sino como realización de la alianza establecida por Dios con su pueblo. María es proclamada dichosa "porque ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor" (Lc 1,45). Es lo que confirmará más tarde el mismo Jesús, ampliándolo a todos los creyentes: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). En la maternidad de María se da el factum y el mysterium, el hecho y su significado salvífico: madre en su seno biológicamente y en su corazón por la fe. Las dos cosas son inseparables. El hecho sin significado quedaría ciego; y el significado sin el hecho, estaría vacío. La mariología se presenta auténticamente cuando se basa sobre el acontecimiento interpretado a la luz de la fe. No se puede, por tanto, confinar la maternidad de María en el orden biológico. La salvación operada por Dios en la historia se realiza plenamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Ya la concepción de Jesús supone una fe que supera la fe de Abraham (y más la de Sara que ríe incrédula). La Palabra de Dios, que quiere hacerse carne en María, requiere una aceptación sin

10 M. SCHMAUS, Teología dogmática I, Madrid 1963, p.36.
11 Ibídem, p.284.
12 A. SERRA, Biblia, en NDM, Madrid 1988, p.378-379.

reserva, con toda su persona, alma y cuerpo, ofreciendo toda la naturaleza humana como lugar de la Encarnación.

La fe de María es un acto de amor y de docilidad, suscitado por el amor de Dios, que está con ella y la llena de gracia. Como acto de amor es un acto totalmente libre. En María se da plenamente el misterio del encuentro entre la gracia y la libertad. Esta es la grandeza de María, confirmada por Jesús, cuando una mujer grita en medio de la gente: "Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11,27). La mujer proclama bienaventurada a María que ha llevado a Jesús en su seno. Isabel la había proclamado bienaventurada, en cambio, porque había creído, que es lo que confirmará Jesús: "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). Jesús ayuda a aquella mujer y a todos nosotros a comprender dónde reside la verdadera grandeza de su Madre, que "guardaba todas las palabras en su corazón" (Lc 2,19.51).

Ante lo que no entiende, María guarda silencio, un silencio de acogida, conservando en su corazón esa palabra de Dios, que son los hechos de su Hijo. Es, a veces, un silencio doloroso, de renuncia, de abandono a los planes de Dios, el Padre de su Hijo. María fue preservada de todo pecado, pero no de "la fatiga de la fe". Si a Cristo le costó sudar sangre entrar en la voluntad del Padre, a María no se la privó del dolor, de la agonía en la peregrinación de la fe, para ser la madre, no sólo física, sino en la fe, de Jesús, "cumpliendo la voluntad de Dios" (Mc 3,33-35). San Agustín comenta este texto, diciendo:

¿Acaso la Virgen María no hizo la voluntad del Padre? Ella que, por la fe creyó, por la fe concibió y fue elegida por Cristo antes de que Cristo fuera formado en su seno, ¿acaso no hizo la voluntad del Padre? Santa María hizo la voluntad del Padre enteramente. Y por ello es más valioso para María haber sido discípula de Cristo que haber sido su Madre. Antes de llevar al Hijo, llevó en su seno al Maestro. Por ello fue dichosa, porque escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica.13

María es madre de Jesús en lo profundo de su corazón. Lo es por don de Dios y por su acogida del don: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). En su fe, María acoge a Dios, que engendra en ella a su Hijo en el mundo, por obra del Espíritu Santo. El mérito de María fue el de creer; el de acoger: "El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe. El espíritu cree, el seno concibe".14 María acoge en su alma y en su cuerpo al que es la Palabra de Dios. Esta fe acogedora es, ella misma, un don de Dios, un fruto del Espíritu. El "he aquí la esclava del Señor" de María nos hace presente la distancia entre el Señor y la sierva. La sierva obedece al Señor. Pero esta obediencia, que caracteriza la vida de María y la existencia cristiana, es lo contrario de la pasividad. El "aguardar despierto", la "disponibilidad activa", es la arcilla húmeda en la cual, y sólo en ella, puede imprimirse la forma de Cristo.15 En el adviento, la Iglesia nos invita a abrazar con especial afecto a María, porque de ella misma, que durante nueve meses llevó a Jesús en su seno, tuvo origen nuestro adviento.

13 SAN AGUSTÍN, Sereno 72A.
14 SAN AGUSTÍN, Sermo 13: PL 38,1019.
15 U. VON BALTHASAR, Gloria I, p.502.

Fe y virginidad maternal están unidas en María. La fe es siempre virginal, se apoya siempre en Dios, busca en Él la salvación y cree en lo imposible. La Virgen María se entrega al poder que triunfa en la flaqueza (2Co 12,9), al Dios de lo imposible (Le 1,37), que "de las piedras puede suscitar hijos de Abraham" (Mt 3,9). En su virginidad creyente, María es el símbolo acabado de la fe. El Espíritu es la fuerza de su fe y de su maternidad y el sello de su virginidad: él suscita la vida de María, dando la fe que acoge esta vida. La fe forma parte de la gracia de la maternidad que Dios concede a María.

Pero siendo toda receptiva, María no está pasiva, coopera en su corazón y en su cuerpo. Pues el espíritu que se apodera de ella es el dinamismo de Dios, que se derrama en el hombre haciéndolo participar de su acción. Receptora, la fe es activa: acoge con solicitud. María concibió en su alma antes que en su cuerpo: ésta es la forma de actuar de Dios, cuya gracia se da haciéndose acoger por la fe.


D) DISCÍPULA DE CRISTO

El plan divino al que María presta su consentimiento, la transciende por completo, hasta el punto de que ella misma tiene que abrirse a la fe en Él. Y el misterio, que la envolvió a ella, envuelve a todo creyente que se acerca a ella y, a través de ella, al misterio de Cristo, su Hijo.

Al principio es la madre la primera en educar al Hijo, introduciéndolo en el conocimiento del Antiguo Testamento, que lo lleva a descubrir la misión de su vida, como cumplimiento de las promesas. Pero, en realidad, no ha sido la madre, sino el descubrimiento propio, en el Espíritu, del mandato del Padre lo que le ha revelado su propia identidad y su misión salvadora. Y aquí se trastrueca la relación entre María y su Hijo. Será el Hijo quien eduque a su Madre, que pasa a ser discípula de su Hijo.

María, como discípula de Cristo, caminará en la fe hasta llegar a la madurez que la permita estar en pie bajo la cruz y poder, luego, en la Iglesia en oración, recibir el Espíritu Santo destinado a todos los creyentes.

Este camino de la fe, como discípula de Cristo, está marcado desde el principio por el signo de la espada anunciada por Simeón y que, a lo largo de su vida, traspasará su alma. Todas las escenas que nos trasmiten los evangelios están marcadas por este signo de la espada. Es cierto que Jesús le ha estado sometido por treinta años (U 2,51). Pero Jesús ha llevado a su madre desde la relación física con Él a una relación en la fe. Lo importante es la fe en Él como Palabra de Dios hecha carne. Jesús, con sus bruscas respuestas irá cortando los lazos carnales, para llevar a su madre a una fe totalmente abierta al plan de Dios, su Padre, el único que cuenta, aunque José y María "no lo comprendan" (Le 2,50). Es la "hora" fijada por el Padre la que Él espera para manifestarse y no la de María: "¿Qué tengo que ver yo contigo, mujer?" (Jn 2,4). Sólo su fe, que la lleva a decir: "haced lo que Él os diga", obtiene una anticipación simbólica de la hora de la salvación en la cruz.

Cuando a Jesús le anuncien que su madre ha ido a visitarlo y que está a la puerta, no la recibirá, sino que señalando a sus discípulos dirá: "¡He aquí mi madre y mis hermanos! Quien cumple la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,34-35). ¡La primera en cumplir la voluntad de Dios entre todos los presentes es María! ¿Pero lo habrá comprendido ella misma? La espada de Simeón seguramente ha seguido penetrando su alma en su regreso a casa. Su Hijo se le escapa. Ella sólo lo encuentra entre los oyentes de su palabra. Jesús no le consiente que se sienta dichosa "por haberlo llevado en su seno y haberlo amamantado". Dichosa, sí, pero "dichosa tú, porque has creído que se cumplirían en ti las palabras que te han sido dichas", pues "dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28).

Es el Hijo el primero en usar la espada que atraviesa el alma de María. Pero así Jesús prepara a su madre para que pueda permanecer junto a la cruz entregando al Hijo al Padre por los hombres y alumbrando a la Iglesia como madre del Cristo, Cabeza y cuerpo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26). Como Jesús experimenta el abandono del Padre así la madre experimenta el abandono del Hijo. Así la fe de María llega a su plenitud para poder asumir la maternidad espiritual de todos los nuevos hermanos de Jesús.

Si Jesús fue tentado, María, que se mantuvo siempre unida a Él, también lo fue. La fe se prueba en el crisol (1P 1,7). El Apocalipsis dirá que el "dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz" y que "se lanzó contra la mujer que había dado a luz al Hijo varón" (Ap 11,4.13). Es cierto que aquí la mujer es directamente la Iglesia, pero María es "figura de la Iglesia" y no puede serlo sin pasar por esta prueba tan fundamental en la vida de la Iglesia. Los Padres han repetido que lo que se dice universalmente de la Iglesia se dice de modo singular de cada creyente y de modo especial de María.

En esta peregrinación de la fe, como hija de Abraham, María se mantuvo fiel hasta la cruz. Y habiendo seguido a Cristo en esta vida, le siguió también en el triunfo, asunta en cuerpo y alma a los cielos. Y por eso sigue presente, guiando en el camino de la fe a todos los discípulos de Cristo: "María, cuya historia nos atestigua que fue la Madre del Señor, vive hoy en la comunión de los santos; puesto que posee esta existencia actual, está en relación con la vida de la Iglesia y con la vida de fe de los cristianos"16 María, que participa de la liturgia celeste en torno al Cordero, continúa en el cielo, en la comunión de los santos, aquella oración que hacía en el cenáculo esperando Pentecostés (Hch 1,14).

"En la expresión feliz la que ha creído podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María" (RM 19). Toda la encíclica Redemptoris Mater sigue esta clave. Según el Papa:

María recorrió un duro camino de fe, que conoció una particular fatiga del corazón" o «noche de la fe" (18), cuando participó en la "trágica experiencia del Gólgota" (26). Su fe fue como la de Abraham, "esperando contra toda esperanza" (14), de modo que al pie de la cruz llegó hasta el heroísmo (18). La fe de María fue un "constante contacto con el misterio inefable de Dios" (17), pero sobre

16 M. THURIAN, Figura, dottrina e lode di Maria nel dialogo ecumenico, II Refino 28(1983)245.

todo un "abandono" en las manos de Dios sin reservas y una consagración total de sí misma al Señor (13). Y actualmente ya "la peregrinación de la fe no pertenece a la madre del Hijo de Dios" (16), pues ha superado el umbral de la visión cara a cara. Pero, "en la Iglesia de entonces y de siempre, María ha sido y es sobre todo la que `es feliz porque ha creído': ha sido la primera en creer" (26). Todos los testigos de Cristo, "en cierto modo participan de la fe de María" (27); más aún, "la fe de María se convierte sin cesar en la fe del pueblo de Dios en camino. Es una fe que se transmite al mismo tiempo mediante el conocimiento y el corazón. Se adquiere o se vuelve a adquirir constantemente mediante la oración" (28).

En el prefacio de "La Bienaventurada Virgen María, linaje escogido de Israel", la Iglesia canta:

En verdad es justo darte gracias, Señor, Padre santo: Que en la Bienaventurada Virgen María pusiste fin y coronamiento a Israel y diste inicio a la Iglesia, para hacer patente a todos los pueblos que la salvación viene de Israel, que tu nueva familia brota de un tronco sagrado. Pues, María, por su condición, es la hija de Adán que, por su inocencia, reparó la culpa de la madre; ella, por la fe, es del linaje de Abraham, porque, creyendo, concibió en su seno virginal; ella, por la estirpe, es del tronco y de la raíz de Jesé, de la que brotó, cual bella flor, Jesucristo, Señor nuestro.