01. PONDRÉ ENEMISTAD ENTRE TI Y LA MUJER

"El Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo" (DV 16).

 

A) MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Un único y mismo plan divino se manifiesta a través de la primera y última alianza. Este plan de Dios se anuncia y prepara en la antigua alianza y halla su cumplimiento en la nueva. Cristo está prefigurado en todo el Antiguo Testamento. Y con Cristo encarnado está unida su Madre, de quien El toma su carne. María, en el designio divino, forma parte del plan de salvación realizado en Cristo. También María, por tanto, está prefigurada en la antigua alianza. En el Antiguo Testamento se hallan textos que el Evangelio refiere explícitamente a María, viendo en ella su cumplimiento. "La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del reino mesiánico... Los libros del Antiguo Testamento manifiestan la formas de obrar de Dios con los hombres..., ofreciéndonos la verdadera pedagogía divina" (DV 15). "Los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo" (DV 16).

La mirada al Antiguo Testamento es retrospectiva. Partiendo de Cristo y de María ascendemos por el cauce de la historia de la salvación, iluminando el itinerario que Dios ha seguido y descubriendo en la primera alianza la tensión íntima hacia la nueva. Así los textos del Antiguo Testamento, "como son leídos en la Iglesia y entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor, insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente" (LG 55).

Al anuncio del ángel, María responde: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Con esta respuesta expresa el deseo de que se cumpla el plan de Dios. De este modo, la Virgen de Nazaret acepta, en nombre de toda la creación, la salvación que Dios envía en el Mesías que ha de nacer de ella. Para que la salvación se realice es necesario que el Redentor se haga hombre y eso es lo que María acepta. En ella, la humanidad, aunque caída, se ha mostrado capaz de acoger la salvación. Mediante el fíat de la fe, María, en nombre de la humanidad y en favor de la humanidad, acoge la redención que Dios nos ofrece en Cristo: "Esta persona humana que llamamos María es en la historia de la salvación como el punto de esta historia sobre el que cae perpendicularmente la salvación del Dios vivo, para extenderse desde allí a toda la humanidad".1

María, en quien se resume el misterio de la Iglesia, es también la síntesis de su larga historia. Los orígenes de María se remontan al alba de la creación, cuando el Padre ordena todas las cosas a Cristo. Pues la historia no comienza con el pecado de Adán, sino en el instante en que el Padre crea todas las cosas en Cristo y ordenadas a El. Por ello, la concepción de María fue santa, inmaculada, en razón de Cristo, que nacería de ella. María, pues, es santa en su origen, con todos los hombres que, antes de nacer del pecador Adán, nacen del Padre, creados en el Hijo y en vistas a Él. Es virgen y madre, como la creación original sobre la que aletea el Espíritu, a fin de que de su seno nazcan Cristo y la multitud de los hombres, discípulos de Cristo. Es virgen y madre con la nación judía, que, por la fe en la palabra, llevaba la semilla mesiánica. Y con la Iglesia de la nueva alianza, María es virgen y madre de todos los fieles, en su comunión de muerte y gloria con Cristo.

En María tenemos, pues, la imagen, el icono del hombre redimido. Pablo la nombra una sola vez y sin nombre, pero la inscribe en la constelación trinitaria del Padre, que envía, y del Hijo y el Espíritu, que son enviados, para que nosotros recibiéramos la filiación divina: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: iAbbá,

1 K. RAHNER, Mariá, Madre del Señor, Barcelona 1967, p.47.

Padre!" (Ga 4,4-6). María es la humilde sierva, pero Dios la puso al servicio del misterio de la concepción del Hijo con el poder del Espíritu Santo, cuando le plugo realizar este misterio en el mundo. Por esto, el Espíritu Santo, que mueve a los fieles a amar a la Iglesia, vuelve su corazón también hacia aquella en quien la Iglesia se encuentra toda entera. San Jerónimo, comentando el versículo del Salmo: "La tierra ha dado su fruto" (Sal 67,7), dice: "La tierra es la santa María que es de nuestra tierra y de nuestra estirpe. Esta tierra ha dado su fruto, es decir, ha encontrado en el Hijo lo que había perdido en el Edén. Primero ha brotado la flor; y la flor se ha hecho fruto para que nosotros lo comiéramos y nos alimentáramos con él. El Hijo ha nacido de la sierva, Dios del hombre, el Hijo de la Madre, el fruto de la tierra".2

María es la tierra fecundada de donde ha brotado el Salvador; no sólo ha pasado a través de María, sino que procede de María. De María ha asumido el Hijo de Dios carne y sangre, ha entrado realmente en la historia de los hombres, participando de nuestro nacer y de nuestro morir.


B) LA MUJER DEL PROTOEVANGELIO

Dios creó el mundo y, al contemplar cuanto había hecho, vio que era muy bueno (Gn 1,31). Pero en este mundo armonioso, salido de las manos de Dios, el pecado introduce la división. Al diálogo con Dios, que des-

2 SAN JERÓNIMO, Tratado sobre el salmo 66.

ciende en la brisa de la tarde a pasear con su creatura, sigue el miedo de Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gn 3,23), Adán y Eva "se esconden de Yahveh entre los árboles" (3,8); Dios tiene que buscar al hombre, llamarle: "¿Dónde estás?". La expulsión del lugar de la comunión, del jardín del Edén, es la ratificación de esa ruptura con Dios. El diálogo entre el hombre y la mujer, que el amor unía en una sola carne, se cambia en deseo de dominio (Gn 4,16). Al diálogo del hombre con la creación, como tierra que el hombre custodia y cultiva, sigue, en contraposición, el sudor y trabajo doloroso con que el hombre tiene que arrebatar el fruto a la tierra.

Estas rupturas y hostilidades, que entran en el mundo, no formaban parte del plan de Dios "en el principio" de la creación. Son el fruto del pecado del hombre que ha querido "ser como Dios", sustituir a Dios en la conducción de su vida. Pero algo no ha cambiado: la relación de Dios con el hombre. El hombre ha cambiado, pero Dios, no. Dios, que conoce el origen del pecado del hombre, seducido por el maligno, interviene para anunciar la sentencia contra la serpiente:

Por haber hecho esto,
maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás,
y polvo comerás todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu estirpe y la suya:
ella te aplastará la cabeza
mientras tú acechas su calcañar (Gn 3,14-15).

La maldición divina contra la serpiente anuncia la lucha implacable entre la mujer y la serpiente, lucha que se extiende a la estirpe, al semen de la serpiente y a la descendencia de la mujer, que es Cristo. El combate permanente, que recorre toda la historia, entre el bien y el mal, entre la justicia y la perversión, entre la verdad y la mentira, en la plenitud de los tiempos se hace personal entre Cristo y Satanás. La estirpe de la mujer, que combate contra la estirpe de la serpiente, es una persona, el Mesías. El es quien aplastará la cabeza de la serpiente. Ciertamente "la victoria del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha, que penetrará toda la historia humana... María, Madre del Verbo encarnado, está situada en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación". Pero, con la entrada de María en el misterio de Cristo, como "bendita entre las mujeres", está decidido que la bendición triunfará sobre la maldición:

María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios, de la que habla la Carta paulina: "Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del mundo..., eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos" (Ef 1,4-5). Esta elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella enemistad con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia, María sigue siendo una señal de esperanza segura (RM 11).

La serpiente acecha en todo momento el nacimiento de cada hombre para morderle el talón, pero María se le ha escapado, sin tocarla con su veneno. Es la Inmaculada concepción. Así se entrelaza el Génesis con el Apocalipsis, donde aparece "una mujer vestida de sol", que está encinta y da a luz un hijo contra el que se lanza "un enorme dragón rojo". "El dragón se coloca ante la mujer que está a punto de dar a luz para devorar al niño apenas nazca". Pero la victoria será de la mujer y su hijo, de María y del Hijo de Dios, que nace de ella, "mientras que el gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás porque seduce a toda la tierra, es precipitado sobre la tierra" (Ap 12).

La existencia de María, al contrario de la de todo hijo de Adán, se halla desde el primer instante bajo la gracia de Dios. Ni un momento estuvo marcada con el sello del pecado original, que está en el origen de nuestra concepción y de nuestra existencia. María es el signo de la total elección de Dios y de la entrega de todo su ser a Dios y a la lucha contra la serpiente. En ella se anticipa el triunfo de su Hijo sobre el pecado, salvación que se ofrece a cada hombre pecador en el bautismo. María, a través de su Hijo, inaugura la era del Reino de Dios, al ser totalmente salvada del pecado desde su misma concepción. María, en toda su persona, pertenece a Dios como su único Señor. Así es signo de la nueva creación que nace de lo alto, de Dios. Es la nueva Eva, la primera criatura del mundo futuro, del mundo nuevo inaugurado con la Encarnación. "Alégrate" es la primera palabra de la nueva alianza, la primera palabra de la aurora del mundo nuevo, anunciado por los profetas, heraldos del Mesías: "iExulta, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu' rey" (Za 9,9). Esta es la primera palabra que, dicha a María, Dios dirige al mundo el día en que llegó su cumplimiento. El Salvador llega y se nos invita a aclamarlo con alegría.

Cristo destruirá el poder de la serpiente. Ya el profeta Isaías describe el mundo inaugurado por el Mesías como un mundo nuevo, recreado, en el que la serpiente no constituirá un peligro para el hombre, descendiente de la mujer: "El niño de pecho hurgará en el agujero del áspid y el niño meterá la mano en la hura de la serpiente venenosa" (Is 11,8). Como Adán es cabeza de la humanidad pecadora, Cristo es Cabeza de la humanidad redimida. Cristo es "la simiente de la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente":

Por eso Dios puso enemistad entre la serpiente y la mujer y su linaje, al acecho la una del otro (Gn 3,15), el segundo mordido al talón, pero con poder para triturar la cabeza del enemigo; la primera, mordiendo y matando e impidiendo el camino al hombre, "hasta que vino la descendencia" (Ga 3,19) predestinada a triturar su cabeza (Lc 10,19): éste fue el dado a luz de María (Ga 3,16). De él dice el profeta: "Caminarás sobre el áspid y el basilisco, con tu pie aplastarás al león y al dragón" (Sal 91,13), indicando que el pecado, que se había erigido y expandido contra el hombre, y que lo mataba, sería aniquilado junto con la muerte reinante (Rm 5,14.17), y que por él sería aplastado aquel león que en los últimos tiempos se lanzaría contra el género humano, o sea el Anticristo, y ataría a aquel dragón que es la antigua serpiente (Ap 20,2), y lo ataría y sometería al poder del hombre que había sido vencido, para destruir todo su poder (Lc 10,19-20). Porque Adán había sido vencido, y se le había arrebatado toda vida. Así, vencido de nuevo el enemigo, Adán puede recibir de nuevo la vida; pues "la muerte, la última enemiga, ha sido vencida" (lCo 15,26), que antes tenía en su poder al hombre.3

 

Éste es el anuncio del protoevangelio, el anuncio de la victoria sobre el Tentador, mentiroso y asesino desde el principio. A la luz de Cristo y de la redención, se ilumina el significado último del anuncio del Génesis. Dios no se deja vencer por el mal. María es el signo glorioso de esta victoria de Dios sobre el poder del maligno. Con su Inmaculada concepción María es un signo de esperanza para todos los hombres redimidos por Cristo (CEC 410-411).


C) LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

La Inmaculada concepción de María es una verdad de fe, vislumbrada por algunos Padres, discutida en los siglos XII-XIII y proclamada por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus. Proclamar la

3 SAN IRENEO, Adv.haer, III,23,7.

Inmaculada concepción de María significa reconocer que María, por gracia, ha sido redimida, anticipando en ella la salvación que Cristo ha traído al mundo para todos los hombres:

Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo, y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo... Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados (LG 53; CEC 490-493).

María no está situada fuera de la redención. Es de nuestra carne, de nuestra raza, "de la estirpe de Adán". Es redimida como todos nosotros por su Hijo. Pero ella es redimida desde su concepción, completamente iluminada para que el Sol que nace de ella, Cristo, no sea mínimamente ofuscado. Madre del Día, ella no conocerá la noche, será la primavera de la humanidad renovada.4 María es la profecía viviente de la realidad a la que todos estamos predestinados: "El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1,4). A todos nos lleva el Padre en su corazón como hijos amados.

Todo fiel es liberado del pecado original por el bautismo, que lo hace remontarse más allá del pecador Adán,

4 Cfr A.D. SERTILLANGES, Il mese di Maria, Brescia 1953.

hasta la filiación divina de Cristo, que "existe antes de todas las cosas" (Col 1,17). La gracia, que el fiel encuentra en Cristo, es mucho más grande que el mal causado por la falta de Adán (Rm 5,15-17). En su raíz, el hombre ha sido creado en Cristo y hacia Cristo (Col 1,15s); luego, el pecado sobreviene, contradiciendo la alianza paternal y filial que Dios, al crear al hombre, establece con él. En su raíz, el hombre se sumerge, no en el pecado, sino en una gracia original, puesto que, antes de depender de Adán, ha sido creado por Dios en Cristo y hacia El.

Para María, la inocencia de su entrada en la existencia deriva de su relación materna con aquel cuya encarnación en el mundo es la fuente de toda gracia. El misterio de la mujer encinta, en perpetua enemistad con la serpiente antigua, es, en primer lugar, el misterio de María. María es santificada desde su concepción "en vista de los méritos de Cristo", por su comunión con El. María pertenece a la humanidad pecadora por la gracia misma que la distingue. Su santidad original no la separa, no es un privilegio de excepción, sino de plenitud y anticipación. El origen de María coincide con la inocencia original, inicial, en que toda la humanidad es creada. Pero, en ella, la inocencia es llevada a tal plenitud que el pecado no la alcanzó. Con toda la creación, María es creada en Cristo y hacia El; pero en ella la relación con Cristo es de tal inmediatez que el pecado no se ha interpuesto entre ella y su Salvador.5

Frente al "espíritu moderno", que ve al hombre como árbitro absoluto de su propio destino y artífice único de su vida, en María resuena la afirmación de la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia de la reden-

5 F.X. DURRWELL, María, meditación ante el icono, Madrid 1990.

ción. Por ello, en la edad moderna se llegó a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Sus raíces son indudablemente bíblicas: "En el título llena de gracia, utilizado por el ángel al dirigirse a María, leído a la luz de la tradición, se ofrece el fundamento más sólido en favor de la inmaculada concepción de María. El sentido de `transformada por la gracia' parece constituir efectivamente el mejor fundamento del dogma".6 María entró en la existencia como un ser redimido. Como Madre de Dios, ha sido redimida de la manera más perfecta, desde el momento de su concepción.

Ciertamente, Lucas no dice que María fue tal desde el comienzo de su existencia; sin embargo, si se comprende bíblicamente el concepto de gracia como eliminación del pecado y de sus consecuencias en la riqueza del don de la vida nueva (Ef 1,6s), se puede concluir: "Si es verdad que María quedó totalmente transformada por la gracia de Dios, esto incluye que Dios la preservó del pecado, la purificó y santificó de modo radical. Según el testimonio pascual de los orígenes, en ella es donde se cumple el nuevo comienzo del mundo; ella es la Hija de Sión escatológica en la que el pueblo de Israel se convierte en nueva creación, sin dejar de ser el pueblo de las promesas: misterio de la continuidad de la estirpe en la discontinuidad de la gracia".7

Duns Escoto fue quien tuvo la intuición de la praeservatio: el mediador único y perfecto Jesucristo escogió para su Madre un acto perfectísimo de mediación, como fue el de "haber merecido preservarla del pecado original".8

6 Cfr Ineffabilis Deus.
7 Cfr R. LAURENTIN, La Vergine Maria. Mariologia postconciliare, Roma 1983, p.220.
8
J. DUNS ESCOTO, Opus Oxiniense, Ordinatio III.

De esta manera quedaba a salvo la necesidad universal de la redención realizada por el Señor, mientras que se subrayaba la elección absolutamente libre y gratuita de María por parte de Dios. La elección por parte del Padre realiza también en María a través de la mediación única y universal del Hijo Jesús, por cuyos méritos ante el Padre quedó preservada inmune de la condición universal del pecado original y puede, por tanto, existir de manera totalmente conforme al designio de Dios.

La liturgia de la Inmaculada, además de la exención del pecado original, celebra principalmente la plenitud de la gracia de María y su fidelidad a la voluntad de Dios. El misterio de María es un misterio de elección divina, de santidad, de plenitud de gracia y de fidelidad al plan de Dios:

Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: "ella es redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3) más que a ninguna otra persona. El la ha "elegido en él, antes de la creación del mundo, para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef 1,4). (CEC 492)

La tradición bizantina en Oriente y la tradición medieval en Occidente han visto en el kecharitomene ("llena de gracia") la indicación de la perfecta santidad de María. Kecharitomene indica que María ha sido transformada por la gracia de Dios: es la "gratificada", como traduce la Vetus latina. Se indica el efecto producido en María por la gracia de Dios. Es lo mismo que dice San Pablo de los cristianos que han sido tocados y transformados por la gracia de Dios: "Dios nos ha transformado por esta gracia maravillosa" (Ef 1,6), como comenta San Juan Crisóstomo, que conocía bien el griego.9 El perfecto de la voz pasiva, utilizado por Lucas, indica que la transformación de María por la gracia ha tenido lugar antes del momento de la Anunciación.

¿En qué consiste esta transformación por la gracia? Según el texto paralelo de la carta a los Efesios (1,6), los cristianos han sido "transformados por la gracia" en el sentido de que, "según la riqueza de su gracia, alcanzan la redención por su sangre, la remisión de los pecados" (1,7). María es, pues, "transformada por la gracia", porque había sido santificada por la gracia de Dios. Así lo interpretan los Padres de la Iglesia: "Nadie como tú ha sido plenamente santificado; nadie ha sido previamente purificado como tú".10 María ha sido previamente "transformada por la gracia" de Dios, en consideración de su misión: ser la Madre del Hijo de Dios. Mediante la gracia Dios prepara para su designio de salvación a la Madre virginal del Mesías.

El icono de la Panagía o "Toda Santa", que se venera en la Iglesia rusa, lo expresa maravillosamente. La Madre de Dios está en pie con las manos en alto en actitud

9 SAN JUAN CRISOSTOMO, In epist. ad Eph. 1,1,3: PG 62,13-14.
10
SAN SOFRONIO,
Or. II, in Annut. 25: PG 87/3,3248.

de total apertura a Dios. El Señor está con ella bajo la forma de un niño rey, visible en la transparencia de su seno. El rostro de María es todo estupor, silencio y humildad, como invitándonos a "mirar lo que el Señor ha hecho de mí en el día en que dirigió su mirada a la pequeñez de su sierva".

Dios es el Santo por excelencia. Pero Dios hace partícipes de su santidad a sus elegidos, haciéndoles santos. Con esta participación en la santidad de Dios, sus elegidos entran a vivir en comunión con El, en la fe y en la respuesta al amor de Dios. De este modo los santos entran en la gracia de Dios, envueltos en la nube de su gloria, liberados de las tinieblas del pecado. Desde el siglo II, con San Justino, a quien siguen San Ireneo y San Epifanio, se ha contrapuesto la fe de María a la incredulidad de Eva. En esta fe de María la Iglesia ha visto la santidad singular de María, que supera "a los querubines y a los serafines":

Es verdaderamente justo glorificarte, oh Theotókos, siempre bienaventurada y toda inmaculada, Madre de nuestro Dios. Más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines, a ti, que sin mancha has engendrado a Dios, el Verbo, te magnificamos, oh verdadera Theotókos.11

La tradición cristiana, como aparece en la iconografía, ha visto en el pronombre "ésta" una referencia a la mujer, madre del Mesías, es decir, a María. El arte cristiano ha representado a María aplastando

11 Himno mariano "Es verdaderamente justo" de la liturgia y de la piedad bizantina.

con su pie la cabeza de la serpiente. La serpiente está enroscada en torno al globo terrestre, suspendido en el espacio. María, radiante y coronada de estrellas, domina el globo y con un pie pisa la cabeza de la serpiente. Ya la traducción de San Jerónimo de la Biblia, la Vulgata, traduce en femenino el texto del Génesis: "ésta te aplastará la cabeza" (Gn 3,15). Esta traducción se hizo tradicional en la Iglesia latina.


D) MARÍA, TIERRA VIRGEN DE LA NUEVA CREACIÓN

Mateo 1,1, -"Libro de la génesis de Jesucristo", recuerda a Génesis 2,4: "Éste es el libro de la génesis del cielo y de la tierra", así como a Gén 5,1: "Éste es el libro de la génesis de Adán". El paralelismo evidente parece significar que el nacimiento de Jesús inaugura una nueva creación: el segundo Adán se corresponde con el primero. María es, pues, la tierra del acontecimiento de este nuevo comienzo del mundo. Lo mismo que el Espíritu desplegó sus alas sobre las aguas de la primera creación, suscitando la vida (Gn 1,2), así desciende ahora sobre la Virgen, que le acoge, concibiendo a Jesús.

Los Padres, con una bella expresión, llaman a María la "tierra santa de la Iglesia", donde germina la Palabra y produce fruto, el ciento por uno, Cristo, la Palabra hecha carne. María "guardaba la Palabra en su corazón" (Lc 2,19;2,51) y ésta "no vuelve al Padre sin producir su fruto", el fruto bendito del seno de María. María no es otra cosa que "la madre de Jesús".12 María, con su fíat, ha renunciado a sí misma para estar totalmente a disposición del Hijo. Y, de este modo, María ha logrado la plenitud de su persona y de su misión. María es la verdadera tierra, de suyo estéril, caos y vacío, pero fecundada por Dios con su Espíritu.

Cuando fueron creadas la tierra y la humanidad, en las que nacería el Hijo encarnado, su rostro no estaba sucio por el pecado. María, de la que iba a nacer el Hijo, comparte la inocencia original de la creación y de la humanidad salida de las manos de Dios. Concebida sin pecado, María es anterior al primer pecado del mundo y de cualquier otro pecado; ella es "más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ha salido". Nacida largos milenios después del pecador de los orígenes, es anterior a él, mucho más joven que él; ella es "la hija menor del género humano", la que no ha llegado nunca a la edad del pecado.13

Jesús, en primer lugar, es anterior a todo antepasado, si bien es llamado el último Adán (1Co 15,45). El es descendiente de Adán, pero su origen es eterno, engendrado por el Padre en la santidad del Espíritu Santo. "Existe antes que todas las cosas" (Col 1,17). María es creada en este misterio del Hijo, inseparable de él en su inocencia original, anterior al pecado de sus antepasados. Cuando el anuncio del ángel vino a sorprenderla, la gracia la había preparado para ese anuncio: "iAlégrate, llena de gracia! ¡Alégrate, tú, a quien la gracia ha santificado; tú, que

12 San Juan en todo el Evangelio no la llama nunca María, sino "mujer" o la "madre de Jesús". Cfr. I. DE LA POTTERIE, Le mire de Jésus, Marianum 40(1978)41-90.
13 G. BERNANOS, Diario de un cura rural, Barcelona 1951, p.58-59.

has sido hecha agradable a Dios!". Fue santificada desde siempre y en vistas de este anuncio. La maternidad de la mujer coronada de estrellas, de la que habla el Apocalipsis, data de los orígenes de la humanidad. "La antigua serpiente", la del Génesis, está desde entonces ante la mujer dispuesta para devorar al hijo cuando nazca (Ap 12,4). La enemistad enfrenta desde siempre a la mujer embarazada y a la serpiente, a causa de la semilla mesiánica que lleva en ella. Las palabras del Génesis (3,15) valen para Eva, de cuya descendencia nacería el Mesías, pero mucho más para la mujer en quien se cumplirá la maternidad mesiánica.

Igualmente el nacimiento virginal de Cristo tiene una gran significación para la historia de la salvación. Como afirman los Padres, Jesús debía nacer de manera virgen para poder ser el nuevo Adán. Si Jesús, el nuevo Adán (ICo 15,45-49), no hubiera nacido de una virgen, no podría ser el inicio y la cabeza de la nueva creación. Con el primer Adán nos encontramos en el momento de la creación, al comienzo de la historia humana; con el nacimiento virginal de Jesús nos situamos al principio de la nueva creación, en el umbral de la historia de la salvación. Algunos Padres, como San Ireneo, aluden a la arcilla con la que Dios formó al primer hombre, que era todavía "tierra intacta", "virginal", pues aún no había sido arada ni trabajada por el hombre. Ahora bien, Adán es el fruto del seno de esta tierra todavía virgen. Teniendo esta imagen ante los ojos, se comprende el simbolismo de este texto de Máximo de Turín, obispo del s. V:

Adán nació de una tierra virgen. Cristo fue formado de la Virgen María. El suelo materno, de donde el primer hombre fue sacado, no había sido aún desgarrado por el arado. El seno maternal, de donde salió el segundo, no fue jamás violado por la concupiscencia. Adán fue modelado de la arcilla por las manos de Dios. Cristo fue formado en el seno virginal por el Espíritu de Dios. Uno y otro, pues, tienen a Dios por Padre y a una virgen por madre. Como el evangelista dice, ambos eran "hijos de Dios" (Lc 3,23-38),14

Cristo, nuevo Adán, nace "de Dios", en el seno virginal de María. La promesa de Isaías se cumple concretamente en María. Israel impotente, estéril, ha dado fruto. En el seno virginal de María, Dios ha puesto en medio de la humanidad, estéril e impotente para salvarse por sí misma, un comienzo nuevo, una nueva creación, que no es fruto de la historia, sino don que viene de lo alto, don de la potencia creadora de Dios.

Cristo no nació "de la voluntad de la carne, ní de la voluntad de varón". Por esta razón es el nuevo comienzo, las primicias de la nueva creación. "La acción del Espíritu Santo en María es un acto creador y no un acto conyugal, procreador. Pues bien, si es un acto creador, significa una repetición del comienzo primordial de toda la historia humana. Es un nuevo comenzar la creación, un retorno al tiempo anterior a la caída del pecado".15 La acción del Espíritu Santo en María es un acto creador Y significa una renovación del comienzo primordial de toda la historia humana. Así como el Espíritu Santo, en la cre-

14 MÁXIMO DE TURIN, Sereno 19: PL 57,571.
15 I. DE LA POTTERIE, Mamá en el misterio de la alianza, Madrid 1993, p
.1 73.

ación, "se cernía sobre las aguas" (Gn 1,2), así también el Espíritu Santo descendió sobre María al principio de los tiempos de la nueva creación. El Espíritu Santo plasma a María como nueva criatura (LG 56),16 es decir, inmaculada, para que pueda acoger a Cristo con el fíat de su libre consentimiento y concebirlo en la carne.

María, plasmada por la gracia y acogedora de la palabra de Dios, nos ofrece en su virginidad los rasgos de la nueva creación. La iniciativa libre y gratuita del Padre está en el origen del nuevo comienzo del mundo, como lo fue del primer comienzo. El Espíritu cubre a la Virgen con su sombra lo mismo que un día cubrió las aguas de la primera creación. El acontecimiento se cumple gracias al Hijo, que toma carne en María, así como el primer comienzo tuvo lugar "por él y en él" (Col 1,16). En la primera creación, como en la nueva, hay una tierra virgen y un Padre celestial. "Por ello hay que decir con toda verdad que María, por nosotros y para nuestra salvación, franqueó al Verbo la entrada en nuestra carne de pecado".17 El seno de María, les gusta repetir a los Padres, es el templo donde se celebran las bodas entre la divinidad y la humanidad. Con María el tiempo gira sobre sus goznes dando paso a una nueva era, a la nueva creación.

El Espíritu aleteaba sobre la creación y la hacía materna, capaz de dar la vida. La tierra nacía virgen y ya materna, materna en su virginidad, por el poder del Espíritu. Este instante original de la creación, al mismo tiempo virgen y materna, emerge en la historia de María

16 Cfr las citas patrísticas de este n° 56 de la LG.
17 K. RAHNER, La Inmaculada Concepción, en Escritos de Teología I, Madrid 1961, p.226.

y encuentra en ella su cumplimiento, por el mismo poder del Espíritu. El tiempo de plenitud, en el que Dios envía a su Hijo, nacido de una mujer, corresponde al tiempo primordial y lo lleva a su perfección. Las realidades del fin son preparadas, en secreto, desde los orígenes: "Publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo" (1VIt 13,35). En la maternidad virginal de María se expresa humanamente el misterio de Dios, que engendra al Hijo en el Espíritu Santo. En María virgen el fruto madura sin que se marchite la flor; el fruto mismo confiere a la flor su esplendor. En ella es honrada la tierra virginal y materna, sobre la que aletea el Espíritu Santo; es honrada toda mujer que da a luz un hijo de Dios y es honrada la "Hija de Sión", la nación mesiánica que lleva, de parte del Espíritu, al Mesías en sus entrañas. Es glorificado Dios Padre en su paternidad respecto a Jesús, concebido del Espíritu Santo y de María.

Sobre María se refleja, como primicia, el resplandor del nuevo Adán, que ella lleva en su seno. En María, la modelada por la gracia, resplandece la criatura "recreada" en Cristo, imagen perfecta de Dios. "María es la planta no pisada por la serpiente, el paraíso concretado en el tiempo histórico, la primavera cuyas flores y frutos no conocerán jamás el peligro de la contaminación. En María brota un germen de vida eterna y de una nueva humanidad. En ella está simbólicamente encerrada toda la creación purificada y transparente de Dios... Con María nos damos cuenta de que el paraíso no se ha perdido totalmente en el pasado y el reino no está interminablemente asentado en el futuro; hay un presente en el que la tierra ha celebrado sus esponsales con el cielo, la carne se ha reconciliado con el espíritu y el hombre salta de gozo delante del Dios grande".18

María es el primer fruto de la nueva creación: "Ella, la mujer nueva, está al lado de Cristo, el hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre como prenda y garantía de que en una simple criatura -es decir, Ella- se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre" (MC 57). En cuanto plasmada por el Espíritu Santo, colmada y guiada por El, María es el modelo acabado del hombre realizado en conformidad con la voluntad y la gracia del Padre. "María no es una mujer entre las mujeres, sino el advenimiento de la mujer, de la nueva Eva, restituida a su virginidad maternal. El Espíritu Santo desciende sobre ella y la revela, no como `instrumento', sino como la condición humana objetiva de la encarnación".19

Lo mismo que en el nuevo Adán se contemplan los rasgos de la nueva criatura, recreada según el proyecto de Dios, así también en María, unida singularmente a El por la maternidad, se reflejan estos mismos rasgos en la especificidad de su condición femenina. María atestigua que la vocación del hombre es el amor. Sólo amando, el hombre manifiesta la imagen de Dios que lleva dentro de sí, grabada en la creación y recreada en la redención. Fuera del amor el hombre no es realmente hombre.

Es cierto que Cristo es el "modelo transcendente de toda perfección humana", sin embargo, solamente en María, persona humana y sólo humana, nos es posible descubrir "todo lo que la gracia puede hacer de una criatura

18 L. BOFF, E! rostro materno de Dios, Madrid 1979, p.284; 158-159.
19. P. EVDOKIMOV, La mujer y la salvación del mundo, Salamanca 1960, p.207.

humana... La Virgen es, pues, nuestro modelo sin restricción. En María encontramos la perfección de una persona humana como nosotros, llevada al punto más alto que sea posible alcanzar",20 Como se expresan los Padres, "María es el recinto primordial del paraíso, en donde la flor más bella de la nueva creación no es más que el signo de la fuente divina. Allí se esconde y se encuentra la fuente secreta, en donde el Logos mismo quiso manifestarse en el corazón de la criatura humana".21 Con su fe y obediencia, en contraposición a Eva, María, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, restaura nuestra relación filial con el Padre en Cristo, su Hijo.


E) MARÍA-EVA

Los dos primeros dogmas marianos -la virginidad y la maternidad- unen indisolublemente a María con la fe en Cristo. La atención a María surge dentro del ámbito de interés por su Hijo, Señor y Salvador. Cuando se afirma su condición divina y su misión salvífica se advierte la necesidad de hablar de la virginidad de María y de su maternidad divina. Se habla de la Madre para glorificar al Hijo, para confesar su origen eterno y su significado salvador para los hombres, al nacer de una mujer.

Un ejemplo evidente del valor cristológico y salvífico de la reflexión de fe sobre la Madre de Jesús es el para-

20 L. BOUYER, Humanisme marial, Etudes87(1954)158-165.
21
L. BOUYER, Le tróne de la Sagesse, Paris 1961.

lelismo, que apareció enseguida en la reflexión patrística, entre Eva y María, forjado sobre el paralelismo paulino entre Adán y Cristo (Rm 5,14; 1Co 15,22-45). María es la primera testigo de la obra de salvación realizada por el Padre en el Hijo y el Espíritu Santo. Ella nos testifica en primer lugar que la humanidad, por obra de Cristo y del Espíritu Santo, se ha hecho una humanidad nueva, recapitulada en el nuevo Adán y en la nueva Eva. El viejo Adán falló y su pecado arrastró en su caída a toda la humanidad (1Co 15,22). Pero Dios mantuvo su designio con relación a la humanidad y, de nuevo, lo recreó en el nuevo Adán, Cristo "espíritu vivificante" (Rm 5,14ss; 1Co 15,45ss). También Eva, la mujer primera, creada como "ayuda" de Adán, falló "ayudando" a Adán en su caída. Dios, para devolver al hombre la vida, ha suscitado una nueva Eva, María, que con su fe y obediencia ha "ayudado" al nuevo Adán, aceptando ser su madre y permitiéndole, de este modo, llevar a cabo la Redención. Como nueva Eva, "madre de los vivientes", junto a la cruz de Jesús está María, la "mujer", acogiendo como hijos a los "hermanos de Jesús" (Jn 20,17Hb 2,11), hijos adoptivos del Padre (Jn 20,17;Ga 4,6-7). María, nueva Eva, personifica a la Iglesia en cuanto "madre de los vivientes", es decir, de los rescatados por Cristo. "En Cristo, nuevo Adán, y en María, nueva Eva, se revela el misterio de tu Iglesia, como primicia de la humanidad redimida".22

Este paralelismo entre Eva y María aparece ya en el siglo II con Justino y con Ireneo. San Justino ve una situación análoga en Eva y en María. Sólo que Eva, desobediente, engendra el pecado y la muerte, mientras que María, con su obediencia y su fe, engendra la salvación, al hacerse Madre del Salvador:

Si Cristo se ha hecho hombre por medio de la Virgen, es que ha sido dispuesto (por Dios) que la desobediencia de la serpiente fuera destruida por el mismo camino que tuvo su origen. Pues Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la Virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo cual, lo nacido en ella, santo, sería Hijo de Dios.23

Y San Ireneo desarrolla este paralelismo entre Eva y María. Para él, el plan de salvación consiste en la recreación de lo que había destruido el pecado. Para ello, Cristo ocupa el lugar de Adán, la cruz sustituye al árbol de la caída y María sustituye a Eva. Después de enunciar las grandes líneas del designio de Dios, escribe:

Paralelamente hallamos a María, virgen obediente. Eva, aún virgen, se hizo desobediente y así fue causa de muerte para sí y para todo el género humano. María, virgen obediente, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano... De María a Eva se restablece el mismo circuito. Pues para desligar lo que está atado hay que seguir en sentido inverso los nudos de la atadura. Es por esto por lo que Lucas, al comienzo de la gene-

22 Prefacio V de Santa María Virgen.
23
SAN JUSTINO, Diálogo con Tritón 100,4-5: PG 6,709D;712A.

alogía del Señor (Lc 3,23-38), ha llegado hasta Adán, mostrando que el verdadero camino de regeneración no va desde los antepasados hasta El, sino desde El hacia ellos. Y también así es cómo la desobediencia de Eva ha sido vencida por la obediencia de María. En efecto lo que la virgen Eva ató con la incredulidad, María lo desató con la fe.24

Según San Ireneo, María toma el papel de Eva. Eva se hallaba en una situación particular, de la que dependía la condición y la salvación de todo el género humano. Eva falló y Dios en su lugar ha puesto a María, que ha vencido con la obediencia y la fe:

Y como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y, precipitado, murió, así también fue reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la palabra de Dios, recibiendo la vida... Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen, deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia.25

Eva con su desobediencia atrajo la muerte para sí y para toda la humanidad. María, en cambio, con su obediencia fue causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad:

24 SAN IRENEO, Adv.haer. II1,92: PG 7,958-960.
25 SAN IRENEO, Demostración de la prediación apostólica 33, Madrid 1992, p. 124ss.

Como por la obediencia en el árbol de la cruz, el Señor disolvió la desobediencia de Adán en el otro árbol, así fue disuelta la seducción por la que había sido mal seducida aquella virgen Eva destinada a su marido, por la verdad en la cual fue bien evangelizada por el ángel aquella Virgen María ya desposada. Así como aquella fue seducida por la palabra del ángel para que huyese de Dios prevaricando de su palabra, así ésta por la palabra del ángel fue evangelizada para que llevase a Dios por la obediencia de su palabra, a fin de que la Virgen fuera abogada de la virgen Eva. Y, para que así como el género humano había sido atado a la muerte por una virgen, así también fuese desatado de ella por la Virgen. Y que la desobediencia de una virgen fuese vencida por la obediencia de otra Virgen. Si, pues, el pecado de la primera criatura fue enmendado por la corrección del Primogénito, y si la sagacidad de la serpiente fue vencida por la simplicidad de la paloma (Mt 10,16), entonces están desatados los lazos por los que estábamos ligados a la muerte.26

Tertuliano aplica el paralelismo de Eva una veces a María y otras a la Iglesia.27 La visión de la Iglesia como

26 SAN IRENEO, Adv Haer. V,19,1.
27 TERTULIANO, De carne Christi 17: PL 2,782; De anima 43: PL 2,723; Adv. Marcionem 2,4:PL 2,4:PL 2,289; en este último texto une las dos aplicaciones: a María y a la Iglesia.

Nueva Eva aparece ya en la segunda carta de Clemente: "Porque la Escritura dice: hizo Dios al hombre, varón y mujer. El varón es Cristo; la mujer, la Iglesia".28 La aplicación del doble paralelismo Eva-María y Eva-Iglesia, llevó a un tercer paralelismo: María-Iglesia. De una y de otra se dice: "La muerte nos vino por Eva, la vida por María",29 o por la Iglesia. Inspirado en estos textos patrísticos se lee en el Missale Gothicum: "Eva ha traído la muerte al mundo; María, la vida. Aquella con el jugo de la manzana bebió la amargura; ésta, de la fuente de su Hijo bebió la dulzura".

Eva, "madre de los vivientes", es el nombre que la dio Adán después del pecado (Gn 3,20). Antes la había llamado "mujer", subrayando la relación entre él y ella (Gn 2,23). Eva había sido creada como "ayuda" del hombre (Gn 2,18-24). Siendo la primera mujer, Eva, como Adán, está puesta en una situación singular, de la que depende la suerte del género humano. Seducida por la serpiente, con su desobediencia, igual que la de Adán, arrastra en su caída a toda la humanidad. Pero, después de su caída, la mujer recibe la tarea de luchar contra la estirpe de la serpiente, contra el mal (Gn 3,15). Por eso con Eva y su descendencia se inicia una lucha perenne entre los hombres y la serpiente, el Maligno. En esta lucha la maternidad de la mujer cobra una importancia fundamental, pues será un descendiente de ella quien vencerá, aplastando la cabeza de la serpiente.

Cristo, nuevo Adán, también ha dado a su madre el nombre de "mujer" (Jn 2,4;19,26), nombre que la dará también la Iglesia (Ap 12,1.6). María toma el lugar de Eva,

28 CLEMENTE, JlEpistola ad Corinthios 14,2.
29
SAN JERÓNIMO, Epistola 22,21: PL 22,408.

ocupando como ella un lugar único en la economía de la salvación. Frente a la desobediente Eva, María es "la sierva del Señor" (Lc 1,38), la que se ofrece como "ayuda" para llevar a término el designio de Dios:30 "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,4-5). María participa, como mujer, en la realización del plan de Dios: la salvación de los hombres. Como Cristo ocupa el lugar de Adán y la cruz sustituye al árbol del paraíso, María ocupa el lugar de Eva. Eva acoge la palabra de un ángel caído y María, en cambio, acoge a Gabriel, "uno de los ángeles que están ante Dios" (Lc 1,19). María, como sierva de Dios, participa en la salvación, acogiendo en su seno al Salvador y acompañándolo fielmente hasta la hora de la cruz. Con aceptación plena de la voluntad de Dios, María declara: "He aquí la sierva del Señor, hágase de mí según tu palabra". Es la expresión de su deseo de participar en el cumplimiento del designio de Dios. Con su obediencia se pone al servicio del plan de salvación, que Dios la ha anunciado. En cuanto mujer se ofrece totalmente como "ayuda" del hombre, convirtiéndose en Madre del Mesías, permitiéndole ser el Nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. María, pues, a diferencia de Eva, ha asumido el papel de la virgen obediente, causa de salvación para sí y para todo el género humano.

Desde la cruz, cuando todo se ha cumplido, Jesús llama a su madre "Mujer" y le confiere una maternidad en relación a todos los hombres. Ella es "la madre de los vivientes". El árbol de la cruz ha sustituido al árbol de la caída.

30 Siervo, en la Escritura, se aplica a los elegidos de Dios para realizar sus planes. Cfr Is 42,1-9; 49,1-6: 50,9- 11; 52,13-53,12.

La cruz es su contrario: árbol de la vida. Del costado de Cristo muerto, y con el corazón traspasado, como de Adán dormido, brota la nueva vida. Se ha cumplido el juicio sobre la serpiente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Pues, cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,31-32). Todas las realidades del comienzo, destruidas por el pecado, han sido restituidas a su estado original. Cristo es puesto en "el jardín", "en el que había un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido puesto" (Jn 19,41).

La mujer, alegría y ayuda adecuada del hombre, se convirtió en tentación para el hombre, pero siguió siendo "madre de todos los vivientes": E ia, como es llamada después del pecado. Ella conserva el misterio de la vida, la fuerza antagonista de la muerte, que ha introducido el pecado, como poder de la nada opuesto al Dios creador de la vida. La mujer, que ofrece al hombre el fruto de la muerte, es también el seno de la vida; de este modo, la mujer, que lleva en sí la llave de la vida, toca directamente el misterio de Dios, de quien en definitiva proviene toda vida, pues Él es el Viviente, la misma Vida. María es "la mujer", madre del Viviente y de todos los vivientes.

Esta simbología Eva-María la desarrolla ampliamente el arte cristiano. Sobre las puertas de la catedral alemana de Hildesheim, el obispo Bernward (s.XI) opuso a Eva y a María; y sobre su evangeliario quiso que el busto de Eva fuese pintado sobre la puerta cerrada del paraíso, mientras María aparecía sobre la puerta abierta del cielo. En él puso esta inscripción: "La puerta del paraíso, cerrada por la primera Eva, ya ha sido abierta para todos por medio de santa María". María es la Viviente por excelencia, es decir, la nueva Eva, que transmite la vida, pues ha
sido liberada del poder de la muerte por el Señor de la vida.

Concluyo con una cita del cardenal J.H. Newman: "Como Eva fue desobediente e infiel, María fue obediente y creyente. Como Eva fue la causa de la ruina, así María fue la causa de la salvación. Como Eva preparó la caída de Adán, así María preparó la reparación que debía realizar el Redentor. Si Eva cooperó a un gran mal, María cooperó a un bien aún más grande". Es lo que canta la liturgia del Adviento:

Te alabamos, Padre santo, por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles... La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Allí donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.31


F) LA MUJER VESTIDA DE SOL

En la historia de la salvación, el final explica los comienzos, pues la plenitud ilumina y da sentido al conjunto. La mujer de Ap 12, que con los dolores del parto

31 Prefacio IV de Adviento. Cfr S. ROSSO, Adviento, NDM, p. 33-64.

da a luz al Salvador, representa la unidad indisoluble de toda la comunidad de Dios: Israel-María-Iglesia.

El designio del Padre estaba inscrito en el mundo mismo antes de la historia de los primeros hombres, pues todo es creado en Cristo y hacia Cristo y todo subsiste en El. El germen de la nueva creación ya estaba sembrado en la primera. La creación estaba destinada desde siempre a concebir en ella al Hijo y a la multitud de sus hermanos reunidos en torno a El. La creación nace bajo el bautismo de las alas maternales del Espíritu: "Y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2).

El Espíritu creador, eterna concepción divina, da a la tierra su ser maternal, el seno en el que Dios engendra a su Hijo en el mundo, la cuna de Aquel hacia quien todo fue creado. El Espíritu, que aleteaba sobre las aguas vírgenes y maternales de la creación, aleteará un día sobre una mujer del linaje de Adán. Sembrada en la creación entera, la promesa mesiánica se ha concentrado después en una nación elegida, Israel, y se cumplirá en una mujer de ese pueblo, María, Hija de Sión. El Espíritu, que aleteaba sobre las aguas y acompañaba a Israel, se ha posado sobre María y ha hecho madurar en ella el fruto prometido, el fruto bendito de su vientre: Jesús. La vocación de esta mujer se remonta, pues, al alba de la creación: ella lleva a término la vocación de la tierra, la vocación de Israel. La liturgia pone en sus labios: "Desde la eternidad fui constituida; desde el comienzo, antes del origen de la tierra" (Pr 8,23).32

La mujer vestida de sol es, en su interpretación más primitiva, el símbolo de la Iglesia. El número de estrellas es una prueba de ello. Los números, tan usados

32 Fiesta de la Presentación.

en el Apocalipsis, son "cifras", que todo lector iniciado sabe descifrar (Ap 13,18). Doce, y sus múltiplos, es la cifra eclesial, el indicativo de la Iglesia (Ap 21,14). Pero la Iglesia no es una colectividad, sino una comunidad de personas, unidas a Cristo y entre sí por el Espíritu Santo. La Iglesia, por ello, se personaliza en cada fiel: "La Iglesia entera está en cada uno".33 Está toda entera, de un modo singular, personificada en María.

La mujer con doce estrellas, madre de Cristo, es símbolo de la Iglesia de la primera alianza,34 que lleva en su carne al Mesías que había de venir. Es también el símbolo de la Iglesia del Nuevo Testamento, que, tras el nacimiento de Cristo, da a luz "al resto de su descendencia" (Ap 12,17). María es la persona en quien Israel ha dado a luz para el mundo a Cristo; y es también a María a quien Cristo, señalando al discípulo, ha dicho: "He ahí a tu hijo" (Jn 19,26). La Iglesia de la primera alianza y la de la última se unen en María y se expresan en ella: "La Iglesia está toda entera en María". María es el icono de la Iglesia, porque en ella se encuentra contenido, personalizado, todo el misterio de la Iglesia, como en ningún otro miembro de la Iglesia.

Para el pensamiento oriental, como se expresa su conocido representante P. Evdokimov, "la Virgen es el corazón de la Iglesia", pero también es "la ofrenda más pura" de la humanidad, la "consanguínea" de Cristo y la prefiguración de la Iglesia:

La humanidad lleva su ofrenda más pura, la Virgen, y Dios la convierte en el lugar de su

33 SAN PEDRO DAMIÁN, Opuso. XI, Dominus vobiscum, 5 y 6: PL 145,235.
34 Iglesia es la traducción de la palabra hebrea gahal, que designa a la asamblea de Israel.

nacimiento y en la Madre de todos los vivientes, la Eva cumplida: "¿Qué podemos ofrecerte, oh Cristo? El cielo te ofrece los ángeles, la tierra te presenta sus dones, pero nosotros los hombres te ofrecemos una Madre-Virgen", canta la Iglesia en la vigilia de Navidad. Como se ve, María no es "una mujer entre las mujeres", sino el advenimiento de la Mujer restituida a su virginidad maternal. En la Virgen toda la humanidad engendra a Dios y por eso María es la nueva Eva-Vida; su protección maternal, que cubría al niño Jesús, cubre ahora al universo y a cada uno de los hombres... Su humanidad, su carne, se hacen la de Cristo; su Madre se hace "consanguínea" suya y ella es la primera que realiza el fin último para el que ha sido creado el hombre. Y al engendrar a Cristo, como Eva universal, lo engendra para todos y lo engendra en cada alma; por ello toda la Iglesia "se alegra en la Virgen bendita" (S. Efrén). De este modo la Iglesia es prefigurada en su función de matriz mística, de engendradora perpetua, de perpetua Theothóhos.35

La Virgen María, modelada por el Espíritu Santo, es cantada en la liturgia como primicia de la nueva creación:

En verdad es justo darte gracias, Padre Santo, porque hiciste a santa María Virgen madre y cooperadora de Cristo, autor de la nueva alianza, y la constituiste primicia de tu nuevo pueblo. Porque ella, concebida sin mancha, y colmada con los dones de la gracia, es en verdad la nueva mujer, la primera discípula de la nueva ley; la mujer alegre en el servicio, dócil a la voz del Espíritu Santo, solícita en custodiar tu palabra; la mujer dichosa por la fe, bendita por su Fruto, enaltecida entre los humildes; la mujer fuerte en la tribulación; fiel al pie de la cruz de su Hijo, gloriosa en su salida de este mundo.36

36 p EVDOKIMOV, L'ortodossia, Bologna 1965, p. 215. 36 Prefacio de la Misa "Santa María la mujer nueva".