INTRODUCCIÓN

 

A) MADRE DEL REDENTOR

"La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque, `al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: iAbbá, Padre!' (Ga 4,4-6).

Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (LG 52), deseo iniciar también mi reflexión sobre el significado que María tiene en el misterio de Cristo y sobre su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia. Pues, son palabras que celebran conjuntamente el amor del Padre, la misión del Hijo, el don del Espíritu, la mujer de la que nació el Redentor, nuestra filiación divina, en el misterio de la plenitud de los tiempos" (RM 1).

En este texto se habla de María desde tres ángulos: en la historia de la salvación, como madre de Cristo y como figura de la Iglesia. Estos tres aspectos se unifican en el misterio de Cristo, en el que confluyen, pues la historia de la salvación culmina en Cristo y la Iglesia es la prolongación de Cristo en su cuerpo. María sólo puede ser comprendida a la luz de Cristo, su Hijo. Pero el misterio de Cristo, "misterio divino de salvación, se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo" (LG 52).

El misterio de María queda inserto en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, sin perder de vista su relación singular de Madre con el Hijo, pero sin separarse de la comunidad eclesial, de la que es un miembro excelente y, al mismo tiempo, figura y madre. María se halla presente en los tres momentos fundamentales del misterio de la redención: en la Encarnación de Cristo, en su Misterio Pascual y en Pentecostés. La Encarnación es el momento en que es constituida la persona del Redentor, Dios y hombre. María está presente en la Encarnación, pues ésta se realiza en ella; en su seno
se ha encarnado el Redentor; tomando su carne, el Hijo de Dios se ha hecho hombre. El seno de María, en expresión de los Padres, ha sido el "telar" en el que el Espíritu Santo ha tejido al Verbo el vestido humano, el "tálamo" en el que Dios se ha unido al hombre. María está presente en el Misterio pascual, cuando Cristo ha realizado la obra de nuestra redención destruyendo, con su muerte, el pecado y renovando, con su resurrección, nuestra vida. Entonces "junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre" (Jn 19,25). Y María estaba presente en Pentecostés, cuando, con el don del Espíritu Santo, se hizo operante la redención en la Iglesia. Con los apóstoles, "asiduos y concordes en la oración, estaba María, la madre de Jesús" (Hch 1,14). Esta presencia de María junto a Jesús en estos momentos claves, aseguran a María un lugar único en la obra de la redención.


B) MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

María, "la Virgen que concibió por obra del Espíritu Santo" al Hijo de Dios, está en el centro del Credo apostólico. El parto virginal es, en primer lugar, una confesión de fe en Cristo: Jesús es de tal modo Hijo único del Padre que no puede tener ningún padre terreno. Bajo esta luz María aparece situada en su lugar privilegiado dentro de la historia de la salvación. Dios ha mirado "la pequeñez de su sierva" para cumplir en ella "las grandes cosas" que había prometido "a Abraham y a su descendencia". El fíat de María es, pues, la realización y la superación de la fe esperanzada de Abraham. "Ha acogido a Israel, su siervo, recordándose de su misericordia" (Lc 1,54).

En la alianza, que Dios establece con su pueblo, y en la comunión, que Cristo realiza con la Iglesia, María aparece como la Hija de Sión por excelencia y también como la Iglesia naciente, inicio y realización plena de la Iglesia. Así, pues, el misterio de María se encuentra inmerso en otro misterio más amplio: el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia. Por eso los evangelios la describen como la madre virginal de Jesús y también como la Esposa de Cristo-Esposo en las bodas mesiánicas, que son la anticipación de las bodas de la Esposa y del Cordero en la realización escatológica de la Alianza.

En esta relación esponsal entre Dios e Israel, entre Cristo y la Iglesia, María se sitúa del lado de Israel, del lado de la Iglesia. Al llegar la plenitud de los tiempos una mujer representa al Israel de Dios, predestinada por Dios para desposarla. María, personificación de Israel, se convierte en la imagen de la Iglesia. Por eso se le ha llamado: "María, la primera Iglesia".1 Implícitamente los evangelios darán a María el título de "Hija de Sión", que en el Antiguo Testamento designa a Israel en sus relaciones con Dios. Explícitamente, el Vaticano II llama a María: "la Hija de Sión por excelencia" (LG 55). Y Juan Pablo II habla de María como "la Hija de Sión oculta", que Dios asocia al cumplimiento de su plan de salvación. "El solo nombre de Theotókos, Madre de Dios, contiene todo el misterio de la salvación", afirma San Juan Damasceno. La Theotókos es el testimonio fundamental de la encarnación del Verbo, el icono de la Iglesia, el signo anticipado del Reino y la Madre de los vivientes.

Según la antigua y vital intuición de la Iglesia, María, sin ser el centro, está en el corazón del misterio cristiano. En el mismo designio del Padre, aceptado voluntariamente por Cristo, María se halla situada en el centro de la Encarnación, marcando la "hora" del cumplimiento de la historia de la salvación. Para esta "hora" la ha plasmado el Espíritu Santo, llenándola de la gracia de Dios.

1 J. RATZINGER.-H.U. VON BALTHASAR, Marie premiére Église, Editions Paulines 1981.

 

C) MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

El capítulo VIII de la Lumen gentium lleva como título: "La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia". En este título se percibe el eco del texto de la carta a los Efesios sobre la significación del matrimonio cristiano: "Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,32). En la Escritura, la unión del hombre y la mujer es el símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo: Dios es el esposo e Israel es la esposa; después, Cristo es el esposo y la Iglesia la esposa (2Co 11,2). El Concilio nos invita a situar a María en este contexto esponsal del misterio de Cristo y la Iglesia. Como dice una judía de nuestro tiempo: "La virginidad de María consiste en el don total de su persona, que la introduce en una relación esponsal con Dios".2

Uno de los iconos marianos más repetido de la Iglesia de Oriente es el de la Odigitria, es decir, "La que indica la vía" a Cristo.3 María no suplanta a Cristo, lo presenta a quienes se acercan a ella, nos guía hacia El y, luego, escondiéndose en el silencio, nos dice: "Haced lo que Él os diga". Como dice San Ambrosio, "María es el templo de Dios, no el Dios del templo". Toda devoción mariana conduce a Cristo y, por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo. Por ello, como Moisés, debemos acer-

2AVITAL WOHLMAN, en María en el hebraísmo, Simposio internacional de Mariología, celebrado en Roma en octubre de 1986, Bologna 1987, p. 9-38.

3 Desde el punto de vista artístico e iconográfico el icono llamado Brephocratousa, o sea, Madre con el Niño, es el más frecuente y casi obligatorio en Oriente. Cfr G. GHARIB, Le Icono Mariane, Roma 1987.

carnos a ella con los pies descalzos porque en su seno se nos revela Dios en la forma más cercana y transparente, revistiendo la carne humana.

El fíat de María se integra en el amén de Cristo al Padre: "He aquí que yo vengo para hacer, oh Padre, tu voluntad" (Hch 10,7), "porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha mandado" (Jn 6,38). El fíat de María y el amén de Cristo se compenetran totalmente. No es posible una oposición entre Cristo y María. Como son inseparables Cristo cabeza y la Iglesia, su cuerpo. Quienes temen que la devoción mariana prive de algo a Cristo, como quienes dicen "Cristo, sí, pero no la Iglesia", pierden la concreción histórica de la encarnación de Cristo. Cristo queda reducido a algo abstracto, como un aerolito caído del cielo para inmediatamente volver a subir a él, sin echar raíces en la tierra y en la historia pasada y futura de los hombres.

La inserción de María en el misterio de Cristo cobra una inmensa importancia hoy para la Iglesia y para nuestra sociedad. Frente al modo tecnicista de pensar, que valora el hacer, producir, planificar..., sin acoger nada de nadie, sino confiando sólo en sí mismo, María, que renuncia a sí misma y se ofrece para que acontezca en ella la Palabra de Dios, nos muestra el verdadero camino de la fe. De otro modo ocurre lo que proclama el profeta Ageo: "Vosotros habéis sembrado mucho sin cosechar nada" (Ag 1,6). "Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo" (CEC 487)


D) MARÍA EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

La mariología se coloca en el misterio unitario de Cristo y de la Iglesia, como la expresión personal de su conexión. La Iglesia, en su hacerse un solo espíritu de amor con Cristo, permanece siempre un ser-en-frente del Esposo. Así la íntima unión de Cristo y la Iglesia aparece clara en la expresión esposo-esposa, cabeza-cuerpo.

María tiene su lugar en el acontecimiento central del misterio de Cristo, pero de Cristo considerado como Cristo total, Cabeza y cuerpo; y, en consecuencia, juntamente con la Iglesia. En ambos aspectos de este único misterio, María ocupa un puesto único y desempeña una misión singular. El culto de la Madre de Dios está incluido en el culto de Cristo en la Iglesia. Se trata de volver a lo que era tan familiar para la Iglesia primitiva: ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María, según la Iglesia primitiva, "es el tipo de la Iglesia, el modelo, el compendio y como el resumen de todo lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su destino".4 Sobre todo la Iglesia y María coinciden en una misma imagen, ya que las dos son madres y vírgenes en virtud del amor y de la integridad de la fe: "Hay también una, que es Madre y Virgen, y mi alegría es nombrarla: la Iglesia".5

San Pablo ve a la Iglesia como "carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones" (2Co 3,3).

4 H. RAHNER, María y la Iglesia, Bilbao 1958.

5 CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Pedagogo 1,6,42.

Carta de Dios es, de un modo particular, María, figura de la Iglesia. María es realmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo en su corazón de creyente y de madre. La Tradición, por ello, ha dicho de María que es "una tablilla encerada", sobre la que Dios ha podido escribir libremente cuanto ha querido (Orígenes); como "un libro grande y nuevo" en el que sólo el Espíritu Santo ha escrito (S. Epifanio); como "el volumen en el que el Padre escribió su Palabra" (Liturgia bizantina).

El misterio de María, misterio de la Iglesia, nos abre a la fecundidad de la fe, haciendo de nosotros la tierra santa, que acoge la Palabra, la guarda en el corazón y espera que fructifique. María es la expresión del hombre situado frente a la llamada de Dios. En María aparece la realización del hombre que, en la fe, escucha la apelación de Dios, y, libremente, en el amor, responde a Dios, poniéndose en sus manos para que realice su plan de salvación. Así, en el amor, el hombre pierde su vida y la halla plenamente. María, en cuanto mujer, es la representante del hombre salvado, del hombre libre. María se halla íntimamente unida a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad (CEC 963ss).

María revela a la Iglesia su misterio genuino. María es la imagen de la Iglesia sierva y pobre, madre de los fieles, esposa del Señor, que camina en la fe, medita la palabra, proclama la salvación, unifica en el Espíritu y peregrina en espera de la glorificación final:

Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio encuentra su verdadera luz el misterio del hombre (GS 22), como prenda y garantía de que en una pura criatura -es decir, en ella- se ha realizado ya el designio de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre. Al hombre moderno, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin término, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y de hastío, la Virgen, contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte (MC 57).

La única afirmación que María nos ha dejado sobre sí misma une los dos aspectos de toda su vida: "Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones" (Le 1,48). María, en su pequeñez, anuncia que jamás cesarán las alabanzas que se la tributarán por las grandes obras que Dios ha realizado en ella. Es la fiel discípula de Cristo, el Cordero de Dios, que está sentado sobre el trono de Dios como vencedor, pero permaneciendo por toda la eternidad como el "Cordero inmolado" (Ap 13,8). Es lo mismo que confiesa Pablo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Co 12,10). Este es -el camino del cristiano, "cuya luz resplandece ante los hombres... para gloria de Dios" (Cfr Mt 5,14-16). El cristiano, como Pablo, es primero cegado de su propia luz, para que en él se encienda la luz de Cristo e ilumine al mundo.

También nuestra generación, lo mismo que todas las anteriores, está llamada a cantar a María, llamándola Bienaventurada. Y la proclamamos bienaventurada porque sobre ella se posó la mirada del Señor y en ella realizó plenamente el plan de redención, proyectado para todos nosotros. De este modo la reflexión de fe sobre María, la Madre del Señor, es una forma de doxología, una forma de dar gloria a Dios.


E) DANDO VUELTAS A LAS PALABRAS

Según la Dei Verbum, la revelación se realiza "con palabras y con hechos" (n.2). "También los hechos son palabras", dice San Agustín.6 Los personajes bíblicos nos manifiestan la Palabra de Dios con lo que nos dicen y con sus gestos. Nos hablan con lo que dicen y con lo que son. Abraham es, en su persona, una palabra de Dios. Como lo es Ezequiel: "Ezequiel será para vosotros un símbolo; haréis todo lo que él ha hecho" (Ez 24,24). María también es Palabra de Dios, no sólo por lo que dice, o lo que se dice de ella en la Escritura (que es muy

6 SAN AGUSTIN, Discurso 95,3: PL 38,905.

poco), sino por lo que hace y es ella. De este modo, con María, Dios habla a la Iglesia y a cada uno de sus miembros. María es la única de la que se puede decir con todo realismo que está "grávida" de la Palabra de Dios.

En la presentación de María parto siempre de la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, que se iluminan mutuamente, pues la primera alianza conduce a la nueva, que la ilumina y lleva a plenitud. Así las figuras de María encuentran en ella el esplendor pleno del designio de Dios. Esto es lo que han hecho los Padres, de cuya Tradición beberé, lo mismo que de la liturgia y de la iconografía cristiana. San Buenaventura escribe: "Toda la Escritura puede compararse con una cítara: una cuerda, por sí sola, no crea ninguna armonía, sino junto con las otras. Así ocurre con la Escritura: un texto depende de otro; más aún, cada pasaje se relaciona con otros mil".7 Los pocos textos del Nuevo Testamento que hablan de María están en relación con otros mil textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. A su luz se nos ilumina el sentido profundo del misterio de María dentro de la historia de la salvación. María es la "Mujer" que compendia en sí el antiguo Israel. La fe y esperanza del pueblo de Dios desemboca en María, la excelsa Hija de Sión.

Me acerco, pues, a María desde la Revelación bíblica, que es la perspectiva fundamental. En la Escritura, el Espíritu Santo, a través de autores humanos, nos ha diseñado el icono de la Madre de Jesús para ofrecerlo a la Iglesia de todos los tiempos. Y desde la Tradición patrística,8 porque la comu-

7 SAN BUENAVENTURA, In Hexaemeron, col. 19,7.

8 C. IGNACIO GONZÁLEZ, María en los Padres griegos, México 1993.

nidad eclesial, en su existencia, ha profundizado en su comprensión bíblica, hastá llegar a la reflexión de la Lumen gentium, y al magisterio pontificio posterior, sobre todo la Marialis cultus de Pablo VI y la Redemptoris Mater de Juan Pablo II. La Lumen gentium presenta en la primera parte (52-54) la mariología bíblica, en la que se subraya la unión progresiva y plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la historia de la salvación. Y en la segunda parte (55-59) presenta la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María.9

También me acerco a María desde la liturgia, donde la comunidad cristiana expresa y alimenta su relación con María. La liturgia tiene su estilo propio de afirmar y testimoniar la fe. La liturgia, en su forma celebrativa, nos da una visión interior, de fe, basada en la revelación y enriquecida con toda la sensibilidad secular de la Iglesia. Es, sin duda, el lenguaje más apto para entrar en comunión con el misterio de Cristo, reflejado en su Madre, la Virgen María. La memoria de María en la liturgia va íntimamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15) y así aparece como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23). "En la celebración del ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a María santísima, Madre de

9 La Redemptoris Mater se estructura según el esquema conciliar. Con una fuerte impregnación bíblica, presenta primero a María en el misterio de Cristo (7-24) y luego en el centro de la Iglesia en camino (25-38), para subrayar finalmente su mediación maternal (38-50). La novedad respecto al Concilio está en la insistencia en la dimensión histórica: presenta a María en su itinerario de fe, señalando su carácter de "noche" y "kenosis''.

Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo; en María admira y exalta el fruto más excelso de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser" (SC 103).

En los prefacios marianos y en los textos de las fiestas marianas -además de las fiestas marianas distribuidas a lo largo del año litúrgico, hay 46 Misas en honor de la Virgen María para los sábados y para celebraciones de los santuarios marianos-, en todos estos textos María aparece insertada en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como único misterio de la salvación. También es importante ver la presencia de María en la Liturgia de las Horas, con sus himnos, antífonas, responsorios, preces, además de las lecturas bíblicas y patrísticas. Cada día, en las Vísperas, la comunidad cristiana se une al canto de María, al Magnificat, alabando a Dios por su actuación en la historia de la salvación.

A lo largo del año litúrgico, la Iglesia celebra las fiestas de la Virgen María, uniendo su memoria al memorial del misterio de Cristo. Adviento y Navidad se han convertido en tiempo mariano por excelencia. En estos tiempos contemplamos, junto a Jesucristo, el Mesías esperado y encarnado, a María que lo esperó, lo dio a luz, le acogió en la fe y le presentó a los pastores, a Simeón y a Ana, símbolos de Israel, y a los magos de oriente, representantes de todos los demás pueblos. En cuaresma y pascua, en la Iglesia oriental, la liturgia celebra a María junto a la cruz de Cristo y junto a la Iglesia naciente en Pentecostés.

Las fiestas de la Anunciación, la Inmaculada, Santa María Madre y la Asunción nos van recordado a lo largo del año litúrgico la presencia materna de María junto a su Hijo, junto a la primera comunidad y junto a nosotros en nuestro camino hacia la gloria. En toda la liturgia, como nos la presenta la Iglesia después del Vaticano II, descubrimos la presencia entrañable de María, "unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo" (SC 103). Cristo Jesús, desde su nacimiento hasta su pascua, es el centro del culto litúrgico. Pero Dios, en su designio de salvación, quiso que en el anuncio del ángel, en el nacimiento en Belén, en la Epifanía, en la casa de Nazaret, en la vida pública, al pie de la cruz y en medio de la comunidad congregada en espera del Espíritu Santo, estuviera presente María, la Madre de Jesús, como primera discípula de Cristo. Por ello está también presente en la celebración litúrgica del misterio de Cristo.

Celebrando el misterio de Cristo, la Iglesia conmemora con frecuencia a la Bienaventurada Virgen María, unida íntimamente a su Hijo: pues recuerda a la mujer nueva que, en atención a la muerte de Cristo, fue redimida en la concepción de un modo sublime; a la madre que, por virtud del Espíritu Santo, engendró virginalmente al Hijo; a la discípula, que guardó diligentemente en su corazón las palabras del Maestro; a la asociada al Redentor que, por designio divino, se entregó total y generosamente a la obra del Hijo.10

10 Colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, Decreto de la C. para el culto del 15-8-1986.

Y de la liturgia, como prolongación, brota la piedad mariana, que la Marialis cultus ofrece a los fieles, resaltando la nota trinitaria, cristológica y eclesial del culto a María (25-28). La fe de la Iglesia permanece en su viva integridad, imperturbablemente celebrada en la liturgia. La mariología, pues, no puede considerarse como un tratado separado de los demás, sino en un contexto más amplio y orgánico, explicando sus conexiones con la cristología, la eclesiología y el conjunto del misterio de la salvación. "María, rostro maternal de Dios, es el signo de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión... Por medio de María Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista".11 "El Verbo inefable del Padre se ha hecho describible encarnándose de ti, oh Theotókos; y habiendo restablecido la imagen desfigurada en su antiguo esplendor, él la ha unido a la belleza divina. Visto que Cristo como Hijo del Padre es indescriptible, él no puede ser representado en una imagen... Pero desde el momento en que Cristo ha nacido de una madre describible, él tiene naturalmente una imagen que corresponde a la de la madre. Por tanto si no se le puede representar por la pintura, significa que él ha nacido sólo del Padre y que no se ha encarnado. Pero esto es contrario a toda la economía de la salvación".12

11 Documento de la III Conferencia del CELAM: Puebla. Comunión vparticipación, Madrid 1982, n. 282 y 301.

12 Cfr el Kondakion del domingo de la Ortodoxia y en TEODORO ESTUDITA: PG 99,417C.

Las iglesias orientales se distinguen por su riqueza iconográfica. También por la Redemptoris Mater desfilan, como iconos de la Theotókos, las múltiples representaciones de la Virgen: "la que es camino que lleva a Cristo" (Odigitria), "la orante en actitud de intercesión y signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta el día del Señor" (Déisis), "la protectora que extiende su manto sobre los pueblos" (Pokrov), "la misericordiosa Virgen de la ternura" (Eleusa) y también "la que abraza con ternura" (Glykofilousa). Pero también "el icono de la Virgen del cenáculo" como "signo de esperanza para todos aquellos que, en diálogo fraterno, quieren profundizar su obediencia de la fe" (RM 31-34).13 Los iconos, en su lenguaje figurativo, nos revelan una realidad interior, que los creyentes de todos los tiempos nos han transmitido como voz de la presencia de María en la Iglesia.

En círculos abiertos en espiral, cada capítulo se apoya en los anteriores y en los posteriores. Se trata de un movimiento de ida y vuelta, del Nuevo Testamento al Antiguo y del Antiguo al Nuevo. Es un pensar y repensar, acercándonos a María, dando vueltas en torno a su misterio. La repetición es siempre igual y distinta, pues los diferentes estadios se apoyan y potencian mutuamente; se trata de un lenguaje y un saber no coactivo, sino persuasivo, que busca la comunión de amor con María en mente, corazón y fantasía. Se trata de una meditación-contemplación que vuelve sobre los mismos temas para saborear-

13 E. TOURON DEL PIE, Redemptoris Mater, NDM, p.1684-1689.

los y asimilarlos vitalmente.14 Mi deseo es dibujar ese rostro de María, que siempre se le puede seguir mirando y es siempre nuevo. La Escritura es profecía, anticipo y promesa de los tiempos futuros y, sobre todo, de su cumplimiento mesiánico y escatológico. La escucha atenta de la Palabra de Dios lleva al amor y a la sabiduría, pues se trata de volver la mirada hacia El para ser iluminados por El (Sal 34,6). Sólo quien escucha y medita en su corazón percibe la honda riqueza del plan de Dios, convirtiéndosele la Escritura en una fuente perenne, en un río siempre en crecida.

Se trata de seguir el método de María misma, que "guardaba todas las palabras en su corazón y las daba vueltas". María "compara", "simboliza", "relaciona" unas palabras con otras, unos hechos con otros, busca una "interpretación", "explicarse" los acontecimientos de su Hijo, a la luz de las prefiguraciones del Antiguo Testamento (como se ve en el Magnificat).15 El Papa Juan Pablo II invoca a María, diciéndole: "Tú eres la memoria de la Iglesia! La Iglesia aprende de ti, Madre, que ser madre quiere decir ser una memoria viva, quiere decir guardar y meditar en el corazón".

El misterio de la Virgen Madre, Esposa de la Nueva Alianza, la convierte en icono de todo el misterio cristiano. "Mi deseo es que tu Icono, Madre de Dios, se refleje continuamente en el espejo del alma y lo conserve puro hasta el fin de los siglos".16

14 Éste es el estilo de Juan Pablo II, de un modo particular en la Redemptoris Mater
15 Todos estos significados tiene el verbo griego symbiálló, que usa San Lucas (2,19).
16 Pseudo-Dionisio Areopagita.