MAGNIFICAT

 

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Un himno subversivo 
Por eso ya no retuvo su entusiasmo. Y toda la oración de aquellos cinco días de viaje 
«estalló» en un canto. Ricciotti recuerda que en Oriente la alegría conduce fácilmente al 
canto y la improvisación poética. Así cantó María, la hermana de Moisés; así Débora, la 
profetisa; así Ana, la madre de Samuel. Así estallan en cantos y oraciones aún hoy las 
mujeres semitas en las horas de gozo.
En el canto de María se encuentran todas las características de la poesía hebrea: el 
ritmo, el estilo, la construcción, las numerosas citas. En rigor, María dice pocas cosas 
nuevas. Casi todas sus frases encuentran numerosos paralelos en los salmos (31, 8; 34, 4; 
59, 17; 70, 19; 89, 11; 95, 1; 103, 17; 111, 9; 147, 6), en los libros de Habacuc (3, 18) y en 
los Proverbios ( I I y 12). Y sobre todo en el cántico de Ana, la madre de Samuel (I Sam 2, 
1-11) que será casi un ensayo general de cuanto, siglos más tarde, dirá María en Ain 
Karim.
Pero -como escribe Fillion- si las palabras provienen en gran parte del antiguo 
testamento, la música pertenece ya a la nueva alianza. En las palabras de María estamos 
leyendo ya un anticipo de las bienaventuranzas y una visión de la salvación que rompe 
todos los moldes establecidos. Al comenzar su canto, María se olvida de la primavera, de la 
dulzura y de los campos florecidos que acaba de cruzar y dice cosas que deberían 
hacernos temblar.
Mi alma engrandece al Señor 
y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.
Porque ha mirado la humildad de su esclava.
Por eso desde ahora me llamarán bienaventurada 
todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho en mí maravillas, 
santo es su nombre.
Y su misericordia alcanza de generación en generación 
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, 
dispersó a los soberbios de corazón, 
derribó a los potentados de sus tronos 
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos les colmó de bienes 
y a los ricos les despidió vacíos.
Acogió a Israel, su siervo, 
acordándose de su misericordia 
-como habla anunciado a nuestros padres- 
en favor de Abraham y su linaje por los siglos (/Lc/01/47-56).

Otra vez debemos detenernos para preguntarnos si este canto es realmente obra de 
María personalmente o si es un canto que Lucas inventa y pone en su boca para expresar 
sus sentimientos en esa hora. Y una vez más encontramos divididos a los exegetas. Para 
algunos sería un texto que Lucas habría reconstruido sobre los recuerdos de María. Para 
otros un poema formado por Lucas con un atadijo de textos del antiguo testamento. Para un 
tercer grupo, se trataría de un canto habitual en la primera comunidad cristiana que Lucas 
aplicaría a María como resumen y símbolo de todo el pueblo creyente.
A favor de la primera de las opiniones milita el hecho del profundo sabor judío del 
Magnificat; el hecho de que no aparezcan en él alusiones a la obra de Cristo que cualquier 
obra posterior hubiera estado tentada de añadir; y el perfecto reflejo del pensamiento de 
María que encierran sus líneas. Por otro lado nada tiene de extraño que ella improvisara 
este canto si se tiene en cuenta la facilidad improvisadora propia de las mujeres orientales, 
sobre todo tratándose de un cañamazo de textos del antiguo testamento, muy próximo al 
canto de Ana, la madre de Samuel (I Sam 2, 1-10) que María habría rezado tantas veces. 
Pero un canto que es, al mismo tiempo, un espejo del alma de María, como escribe 
Bernard.
MAGNIFICAT/RETRATO: Es, sin duda, el mejor retrato de María 
que tenemos. Un retrato, me parece, un tanto diferente del que imagina la piedad popular.
Porque es cierto, como ha escrito Boff, que la espiritualización del Magníficat que se llevó 
a cabo dentro de una espiritualidad privatizante e intimista, acabó eliminando todo su 
contenido liberador y subversivo contra el orden de este mundo decadente, en contra de lo 
que afirma de manera inequívoca el himno de la Virgen. Hace un siglo Charles Maurras 
felicitaba a la Iglesia por haber conservado en latín el Magníficat para «atenuarle su 
veneno» y por haberle puesto una música tan deliciosa que oculta el fermento 
revolucionario que contiene. Pero no parece que sea cristiano «censurar» a María o 
«ablandar» sus palabras.
Su canto es, a la vez, bello y sencillo. Sin alardes literarios, sin grandes imágenes 
poéticas, sin que en él se diga nada extraordinario ¡qué impresionantes resultan sus 
palabras!
Es como un poema con cinco estrofas: la primera manifiesta la alegría de su corazón y 
la causa de ese gozo; la segunda señala, con tono profético, que ella será llamada 
bienaventurada por las generaciones; la tercera -que es el centro del himno- santifica el 
nombre del Dios que la ha llenado; la cuarta parte es mesiánica y señala las diferencias 
entre el reino de Dios y el de los hombres: en la quinta María se presenta como la hija de 
Sión, como la representante de todo su pueblo, pues en ella se han cumplido las lejanas 
promesas que Dios hiciera a Abrahán.
Es, ante todo, un estallido de alegría. Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el 
entusiasmo. Dios es un multiplicador de almas, viene a llenar, no a vaciar. Pero ese gozo no 
es humano. Viene de Dios y en Dios termina. Y hay que subrayarlo, porque las versiones 
de hoy -por esa ley de la balanza que quiere contrapesar ciertos silencios del pasado- 
vuelven este canto un himno puramente arisco y casi político. Cuando el mensaje 
revolucionario de Dios -que canta María- parte siempre de la alegría y termina no en los 
problemas del mundo sino en la gloria de Dios.
La alegría de María no es de este mundo. No se alegra -escribe Max Thurian- de su 
maternidad humana, sino de ser la madre del Mesías, su Salvador. No de tener un hijo, 
sino de que ese hijo sea Dios.
Por eso se sabe llena María, por eso se atreve a profetizar que todos los siglos la 
llamarán bienaventurada, porque ha sido mirada por Dios. Nunca entenderemos los 
occidentales lo que es para un oriental ser mirado por Dios. Para éste -aún hoy- la santidad 
la transmiten los santos a través de su mirada. La mirada de un hombre de Dios es una 
bendición. Cuánto más si el que mira es Dios!
Karl Barth ha comentado esa «mirada» con un texto emocionante: ¡Qué indecible unión 
de conceptos en estas palabras de María: el simple hecho, aparentemente sin 
importancia, de ser mirada por Dios y la enorme importancia que María da a este 
acontecimiento. «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada». Todos los 
ángeles del cielo no tienen ojos en este momento más que para este lugar donde María, 
una muchacha, ha recibido simplemente una mirada de Dios, lanzada sobre su pequeñez. 
Este corto instante está lleno de eternidad, de una eternidad siempre nueva. No hay nada 
más grande ni en el cielo, ni en la tierra. Porque si en la tierra ha ocurrido, en toda la 
historia universal, algo realmente capital, es esa «mirada». Porque toda la historia 
universal, su origen, su centro y su fin, miran hacia este punto único que es Cristo y que 
está ya en el seno de María.
La cuarta estrofa del himno de María resume -como dice Jean Guitton- su filosofía de la 
historia. Y se reduce a una sola idea: el reino de Dios, que su hijo trae, no tiene nada que 
ver con el reino de este mundo. Y ésta es la zona revolucionaria del himno de María que no 
podemos disimular: para María el signo visible de la venida de ese reino, que Jesús trae, es 
la humillación de los soberbios, la derrota de los potentados, la exaltación de los humildes y 
los pobres, el vaciamiento de los ricos. Estas palabras no deben ser atenuadas: María 
anuncia lo que su Hijo predicará en las bienaventuranzas: que él viene a traer un plan de 
Dios que deberá modificar las estructuras de este mundo de privilegio de los más fuertes y 
poderosos.
Pero seríamos también falsificadores si -como hoy está de moda en ciertos 
predicadores-demagogos- identificamos pobres con faltos de dinero y creemos que María 
denuncia «sólo» a los detentadores de la propiedad. Los pobres y humildes de los que 
habla María son los que sólo cuentan con Dios en su corazón, todos aquellos a los que el 
salmo 34 cita como los pobres de Yahvé: los humildes, los que temen a Dios, los que se 
refugian en él, los que le buscan, los corazones quebrantados y las almas oprimidas. María 
no habla tanto de clases sociales, cuanto de clases de almas. ¿Y quién podrá decir de sí 
mismo que es uno de esos pobres de Dios?
María no habla sólo de una pobreza material. Tampoco de una lírica y falsa supuesta 
pobreza espiritual. Habla de la suma de las dos y ofrece al mismo tiempo un programa de 
reforma de las injusticias de este mundo y de elevación de los ojos al cielo, dos partes 
esenciales de su Magnificat y del evangelio, dos partes inseparables.
·Pablo-VI lo explicó a la perfección en su encíclica _Marialis-cultus cuando presenta la 
imagen de María que ofrecen los evangelios: .
Se comprueba con grata sorpresa que María de Nazaret, a pesar de estar 
absolutamente entregada a la voluntad del Señor, lejos de ser una mujer pasivamente 
sumisa o de una religiosidad alienante, fue ciertamente una mujer que no dudó en afirmar 
que Dios es vengador de los humildes y los oprimidos y derriba de su trono a los 
poderosos de este mundo; se reconocerá en María que es «la primera entre los humildes y 
los pobres del Señor (como dice el texto conciliar), una mujer fuerte que conoció de cerca 
la pobreza y el sufrimiento, la huida y el destierro, situaciones éstas que no pueden 
escapar a la atención de los que quieran secundar con espíritu evangélico las energías 
liberadoras del hombre y de la sociedad... De este ejemplo se deduce claramente que la 
figura de la Virgen santísima no desilusiona ciertas aspiraciones profundas de los 
hombres de nuestro tiempo, sino que hasta les ofrece el modelo acabado del discípulo del 
Señor: obrero de la ciudad terrena y temporal y, al mismo tiempo, peregrino diligente en 
dirección hacia la ciudad celestial y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y 
de la caridad que ayuda al necesitado, pero, sobre todo, testigo activo del amor que 
edifica a Cristo en los corazones.

María, en el Magníficat, no separa lo que Dios ha unido a través de su Hijo: los 
problemas temporales de los celestiales. Su canto es, verdaderamente, un himno 
revolucionario, pero de una revolución integral: la que defiende la justicia en este mundo, 
sin olvidarse de la gran justicia: la de los hombres que han privado a Dios de un centro que 
es suyo. Por eso María puede predicar esa revolución sin amargura y con alegría. Por eso 
en sus palabras no hay demagogia. Por eso tiene razón Hélder Cámara cuando, en su 
oración a la Virgen de la Liberación, pregunta:
¿Qué hay en ti, en tus palabras, en tu voz, 
cuando anuncias en el Magníficat 
la humillación de los poderosos 
y la elevación de los humildes, 
la saciedad de los que tienen hambre 
y el desmayo de los ricos, 
que nadie se atreve a llamarte revolucionaria 
ni mirarte con sospecha? 
¡Préstanos tu voz y canta con nosotros!

Más bien sería, tal vez, necesario que nosotros -todos- cantásemos con ella, como ella, 
atreviéndonos a decir toda la verdad de esa «ancha» revolución que María anuncia. Esa 
revolución que hubiera hecho temblar a Herodes y Pilato, si la hubieran oído. Y que deberla 
hacernos sangrar hoy a cuantos, de un modo o de otro, multiplicamos su mensaje.
Pero los espías que Herodes tenía esparcidos por todo el país no se enteraron de la 
«subversión» que aquella muchacha anunciaba. Y, de haberlo sabido ¿se habrían 
preocupado por aquella «niña loca» que se atrevía a decir que todas las generaciones la 
llamarían bienaventurada? ¿No se habrían mas bien reído de que una chiquilla de catorce 
años, desprovista de todo tipo de bienes de fortuna, humilde de familia, vecina de la más 
miserable de las aldehuelas, inculta, sin el menor influjo social, anunciara que, a lo largo de 
los siglos, todos hablarían de ella? Está loca, pensarían, ciertamente loca.
Sólo Isabel lo entiende, lo medioentiende. Sabe que estas dos mujeres y los dos bebés 
que crecen en sus senos van a cambiar el mundo. Por eso siente que el corazón le estalla. 
Y no sabe si es de entusiasmo o de miedo, de susto o de esperanza. Por eso no puede 
impedir que sus manos bajen hasta su vientre y que sus ojos se pongan a llorar. De 
alegría.
(·MARTIN-DESCALZO-JL. _VIDA-MISTERIO/1.Págs. 94-98)
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2.

/Ga/04/04-07: El cumplimiento de la promesa
Lc 1, 39-47: El canto de la liberación. 

El apóstol Pablo nos coloca el acontecimiento Cristo en el marco de la Historia de 
Salvación. El Hijo nos pone en una nueva relación con Dios. Ya no estamos sujetos a la 
legislación para alcanzar la Gracia, sino que tenemos un nuevo acceso. En Jesús todos 
somos Hijos de Dios y como tales accedemos a la gracia por el amor filial que el Padre nos 
comunica. Estamos pues en un nuevo tiempo, en que los hombres y mujeres se dirigen con 
plena confianza al Señor y son reconocidos como herederos de la gran promesa. Esa 
promesa es el futuro que Dios tiene reservado a los que responden a su llamado.
De la misma manera que la filiación nos viene por la acción generosa de Dios, de la 
misma manera Dios se ha encarnado en la historia humana para mostrarnos el camino 
definitivo. En Jesús la propuesta de Dios, su Reino, se hace patente. En el hombre de 
Nazaret tenemos la nueva realidad, el futuro de la humanidad, realizado ya y presente por 
la resurrección.
Ahora, esta propuesta de Dios ha contado con la decisión humana. María, en nombre del 
nuevo pueblo de Dios le ha dado el «sí» definitivo a la acción divina y ha superado la 
ambigüedad humana. Ahora, se abre un horizonte en el que la comunidad humana ve el 
Mundo Nuevo que ya da signos de realización en la humanidad redimida por la acción de 
Jesús.
María es entonces, la mujer que proclama el nuevo, futuro y definitivo orden divino. Por 
eso, su canto agradece la misericordia de Dios y lo enaltece porque le ha dado un nuevo 
orden al desorden mundial. El canto de María es la alabanza anticipada de lo que Dios ha 
manifestado como posible en la historia. Por eso, las generaciones venideras habrán de 
reconocer que con ella irrumpe la esperanza definitiva. 
SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO

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