4. La vida afectiva de los jóvenes
Estado general de
la afectividad
Las psicologías contemporáneas están influidas por representaciones sociales
centradas en una vida afectiva y sexual fragmentada. La expresión afectiva debe
ser inmediata, como una llamada telefónica o una conexión por Internet, sin
respetar los términos y el sentido de la construcción de una relación. También
las imágenes de los medios de comunicación y de las películas se caracterizan
actualmente por una expresión sexual fácil, de fusión y del momento.
Algunos jóvenes también están condicionados por la separación y el divorcio de
sus padres, que en lo profundo de su vida psíquica han imprimido la desilusión y
la falta de confianza en el otro y a veces en el futuro. Las personalidades
actuales reivindican la autonomía, mas no saben separarse de los objetos
infantiles. El problema es trasladado a las personas, de las cuales se separan
cuando apenas surge un problema. Paradójicamente, los jóvenes manifiestan
también el miedo de ser rechazados, unido a la necesidad de ser tranquilizado
por la imagen que les es remitida por los demás. Esta actitud es el resultado
del tipo de vida familiar fragmentada que se está difundiendo en el occidente.
Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña
por medio de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional.
Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la
televisión por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y
agresivas, porcentaje que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los
hoteles. La proliferación de imágenes sexuales demuestra que vivimos en una
sociedad erótica, que permanentemente excita a los individuos desde el punto de
vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración de la sexualidad juvenil.
Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web pornográficas, y algunos de
ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad imaginaria y violenta, en
la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar al otro y que por
lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La masturbación, si
dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una falta de
madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede
resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.
La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el
sentido del amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la
necesidad de aprender a amar y de ser creadores de relaciones y de vida.
De la coeducación a la relación unisexuada
Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no
contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y
de mejor cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la
confusión de la identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos
aquí los frutos ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que
no existe, con la de las personas. El feminismo norteamericano y conductual ha
empujado al odio hacia el hombre y al rechazo de la procreación, animando al
puritanismo y a nuevas inhibiciones, interpretando el mínimo gesto, palabra o
mirada como un intento de agresión, de acoso sexual o incluso de estupro. Además
de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más en las leyes europeas, se ha
presentado la procreación como una limitación para la mujer y como una dimensión
que no debe entrar en la definición de la femineidad. La coeducación ha sido
condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes para que
aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer, y
por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual)
y el alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).
La mayor parte de los post-adolescentes ha pasado la infancia en el universo de
la coeducación. Era fácil de prever[9] que la coeducación, que nunca se había
pensado en términos de psicología diferencial y de pedagogía, diera origen a
nuevas inhibiciones entre chicos y chicas y a la alteración de los vínculos
sociales. Hoy apenas se comienza a prestar atención a los interrogativos que
suscita y a salir del moralismo que la ha provocado. Hay edades en las que la
coeducación es más indicada que otro tipo de educación. La experiencia demuestra
una vez más que durante la adolescencia ésta es un freno y que impide el
desarrollo de la inteligencia, de la afectividad y de la sexualidad. A menudo
termina por ser vivida por medio de la seducción y agresión sexual o, por el
contrario, algunos jóvenes se apartan de ahí para volverse a encontrar con los
del propio sexo; este pasatiempo corresponde con la necesidad de asegurar y
sostener la propia identidad, mientras que la coeducación desemboca en la
confusión de los sexos. La coeducación ha favorecido la indecisión en la
relación entre el hombre y la mujer durante la post-adolescencia, incluso el
celibato y una forma de homosexualidad reactiva para diferenciarse,
paradójicamente, del otro sexo y confirmarse en la propia identidad sexual. Los
niños y los adolescentes necesitan elaborar su tendencia de fusión, mientras que
la coeducación termina por encerrarlos en ésta, impidiéndoles adquirir el
sentido de la diferencia sexual y de la relación entre un sujeto y otro.
Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y
relaciones de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su
despertar afectivo-sexual comienza por lo tanto por medio de elecciones
sentimentales, pero que por lo general no perdurarán o que se mantendrán como
relaciones fraternales sin expresión sexual. Después, en el momento de la
post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una relación afectivo-sexual,
sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la necesidad de
encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para
compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber
hecho la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y
finalizados a manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida
afectiva a nivel social y de mantener las distancias en relación al sexo
opuesto, cosa que no han podido hacer durante la adolescencia.
Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la
necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la
necesidad de estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir
actividades sólo "entre mujeres", sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen
exactamente lo mismo, frecuentando lugares y manteniendo actividades sólo para
ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno en la nueva situación de co-inquilinos
en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una actividad profesional,
alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del mismo sexo, pero
raramente con jóvenes de ambos sexos.
Es importante que los hombres y las mujeres se puedan estructurar en su propia y
respectiva identidad, y la educación debe preocuparse de esto desde la infancia.
El miedo a comprometerse
Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está
fundada únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y
también en la inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados
en un proyecto de vida y en el sentido del amor.
La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes,
porque presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas
afectivos y relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974
sobre el divorcio consensual no ha hecho más que extender y normalizar el
divorcio, que sigue siendo un flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido
del compromiso y la elaboración de los conflictos y de las fases del desarrollo
es una sociedad priva del sentido del futuro y de la continuidad. El divorcio se
ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva de los individuos
que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del compromiso
en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes.
Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo
con el síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho
menos las consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.
El temor a comprometerse afectivamente domina la psicología juvenil, que es
vacilante, incierta y escéptica en el sentido de una relación duradera. Los
jóvenes piensan que permanecen libres al no comprometerse, y mientras actúan así
terminan por rechazar la libertad, porque al comprometerse se descubren libres y
se hace uso de la propia libertad. El celibato prolongado los habitúa a vivir y
a organizarse por su cuenta. A algunos les cuesta aceptar la presencia continua
de otro en su vida cotidiana; esto les angustia, dándoles la sensación de perder
la propia libertad. Por lo tanto alternan momentos en los que viven con otros y
momentos en los que viven solos. A los 35 años piensan todavía que son inmaduros
y que no están preparados para comprometerse, y que aún necesitan tiempo. Pero
cuánto más pasa el tiempo, menos se desarrolla su mentalidad para hacerlos
capaces de relacionarse con el otro que, por otro lado, quieren amar.
Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar
una familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación
en el tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver
todos los problemas respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes
tienen la necesidad de aprender a hacer la experiencia de la fidelidad en la
vida cotidiana: es un valor que recoge el consenso unánime de los jóvenes, pero
que no es valorizado por los medios contemporáneos. En el mensaje de la sociedad
predominan el miedo al matrimonio y a tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe
en sí mismo y aún menos en la vida, que según ellos debería limitarse y agotarse
con su historia personal.
De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto
civil de solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a
menudo provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso,
mientras cultivan la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en
vez de privilegiar el matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la
necesidad de saber perseverar frente a una concepción de tiempo breve y
dividido.
Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse
en el nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe
acompañar para que puedan descubrir que es posible la fidelidad como también los
caminos que conducen a ella.
La bisexualidad psíquica
El post-adolescente también debe afrontar la bisexualidad psíquica, resultado de
sus identificaciones con ambos sexos y no debido al hecho de ser a la vez hombre
y mujer, para así poder interiorizar la propia identidad sexual y encaminarse
hacia la heterosexualidad. La bisexualidad psíquica es la capacidad de
relacionarse con el otro sexo, en coherencia con la propia identidad sexual
tanto en la vida afectiva como en la social. Ya lo hemos dicho, durante la
post-adolescencia la vida psíquica comienza a interactuar con la realidad
externa. Pero la sociedad actual mantiene una cierta confusión acerca de las dos
únicas identidades sexuales existentes, aquélla del hombre y la de la mujer,
mediante tendencias sexuales multíplices y prácticas sexuales relativas a la
separación de las pulsiones. No hay que confundir la identidad con las
orientaciones sexuales, y menos aún cuando éstas están en contradicción con la
identidad sexual. En tal contexto no es fácil encontrar la propia identidad y la
coherencia a nivel sexual, sobre todo cuando la homosexualidad es valorizada y
presentada como una alternativa a la heterosexualidad. La elaboración de la
bisexualidad psíquica corre el riesgo de comprometerse y, como las relaciones
entre hombres y mujeres se complican hasta el punto de animar al celibato del
´cada uno en su casa´, el modelo social de la homosexualidad es banalizado.
Muchos adolescentes y post-adolescentes son inquietos e inestables cuando se
encuentran con que tienen que afrontar la bisexualidad psíquica. Algunos a veces
interpretan como homosexualidad constitutiva y permanente su ambivalencia
pasajera, frecuente en la adolescencia. Piensan que son homosexuales sin
desearlo ni quererlo, pero a veces viven de pasada como tales para experimentar
la homosexualidad, hecho que los irá minando psicológicamente. Cierto que todos
los individuos han sido llevados a vivir identificaciones homosexuales para
confrontar la propia identidad sexual, comenzando por el padre o la madre del
mismo sexo, pero cuando estas identificaciones sufren un fracaso, corren el
riesgo de ser erotizadas y desembocan en la homosexualidad. Hay que recordar que
la elección del objeto homosexual, inherente a la vida psíquica, no se confunde
con la homosexualidad en la cual un sujeto puede eventualmente orientarse.
La homosexualidad no es una "variante" de la sexualidad humana comparable con la
heterosexualidad, pero es la expresión de una tensión conflictiva no resuelta en
el ámbito de una tendencia que se aparta de la identidad sexual.
La educación al sentido del otro y al sentido de la diferencia entre el hombre y
la mujer es el punto cardinal del descubrimiento del verdadero sentido de la
alteridad.
5. Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas
El derrumbe de las
ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de consumo y del
crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio respecto a la
actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes
desafíos sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y
sectoriales.
Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de
las jóvenes generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general.
La valorización del matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer
con sus hijos, la escuela y la educación, la formación al sentido de la ley
civil y moral, la inserción social y profesional de las nuevas generaciones, la
calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son algunos de los
proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en la
vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas
ejercen sobre los jóvenes.
La teoría del gender
Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la
confusión sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o
sea el hecho de ser un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la
hora de fundar el vínculo social y las relaciones afectivas que se contraen en
le matrimonio y que contribuyen a crear una familia. Según esta teoría se
debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el género sexual, que ya no
depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada uno se construye
subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la homosexualidad, la
transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia heterosexual u
homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la
diferencia de la sexualidad.
La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las
Poblaciones de la ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que
modifiquen su legislación para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual
o la "homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa
una verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser
padres a la homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y
se basa sólo en la relación entre un hombre y una mujer. Además la
homosexualidad no puede estar en el origen del matrimonio y del ser padres y
carece de cualquier valor social. En cuanto a la problemática individual,
aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a partir de la cual
se eduque a los hijos.
La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada
en la pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza
con la existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios
con la humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer
en el torbellino de una lucha de poderes entre los sexos.
La sociedad del mercado y liberalismo
La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del
mercado; la publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos
inmediatos. La organización política de la sociedad reposa en la mentalidad
mercantilista, que transforma a los ciudadanos en consumidores. Las reglas
económicas reemplazan las reglas morales, dictan leyes e imponen su sistema de
referencia y de valoración en todos los campos de la existencia con el consenso
del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el trabajo, la vejez
son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores de la
vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el
costo y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a
través de la publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no
rinde no debe existir, lo que contribuye a alterar el sentido de la persona
humana, del vínculo social y del bien común.
Laicización y exclusión de lo religioso
El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del
poder temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de
confusión, el poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia,
interviniendo, por ejemplo, en las decisiones de los concilios. No es tanto el
poder religioso el que ha querido extender la propia influencia sobre el poder
temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces ha tenido que organizar
la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que debía ejercerlo;
pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder
religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso
neutralizándolo.
La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes,
pone varios problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa
inherente a la existencia. La laicización así se ha desarrollado en oposición al
papel y a la influencia de la Iglesia: se debía excluir lo religioso del campo
social, relegándolo a una cuestión privada dependiente de la conciencia
individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un fenómeno que ha
continuado con la laicización de la moral, separada de los principios
universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la
ley civil votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad
creando confusión en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a
creer que aquello que es legal tiene también un valor moral. La ley civil, al
contrario, no dice qué cosa es moral: organiza sólo la vida de la sociedad, pero
esta organización o reglamentación mediante los derechos y los deberes de los
ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios que respeten la dignidad
de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden todas las
leyes.
Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión
de ser laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y
poética, la Biblia es traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes
corrientes de opinión, mientras se va promoviendo una lectura laica de los
Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo ha subrayado el modo contradictorio
en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy, defraudado por numerosas
respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales de la vida, parece
abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el mensaje
bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la
exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta
desde siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy
variados de separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más
comprometedoras".[11] Por ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso
mundano, al unísono con las costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida
al mínimo denominador común en nombre de la "modernidad" y de una "religión
moderada". Serían, por lo tanto, los cánones imperantes en una sociedad los que
deberían regular la religión y sobre todo la fe cristiana: visión que consiste
en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las exigencias que derivan
de ella.
El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases
del desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como
también en otras zonas culturales, es el testimonio de esta laicización
rampante. La laicización así concebida no respeta la dimensión religiosa de la
existencia humana. Los que sostienen este orden de cosas son los primeros en
reconocer la libertad de la fe, que según ellos depende únicamente de la vida
privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y el derecho a la
religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es
importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar
representado en el concierto europeo y de las naciones al servicio del bien
común y de los intereses superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar
ausente del campo social.
Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e
institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la
Iglesia como un grupo puramente intimista e individual.
Jóvenes sin raíces
religiosas
La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto
ya sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre
1960 y 1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre
aquello que ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han
dejado que sus hijos se las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y
espiritual, sin tener otra preocupación en la educación que cuidar de su
realización afectiva. Así en muchos casos han carecido de referencias
espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin
enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un
pueblo y de la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay
que reconocerlo, el sentido de la persona humana, el sentido de la propia
conciencia, el sentido de la libertad, el sentido de la fraternidad, el sentido
del igualitarismo, todo esto se lo debemos al mensaje de Cristo transmitido por
la Iglesia. Se han banalizado estos valores separándolos de su fuente, con el
riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se desconoce su origen. Por
este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido bautizados ni
catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la
tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una
formación y cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la
Historia de nuestra civilización, como también del arte, de la literatura, de la
música. No son alérgicos a los dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana,
y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no saben nada de ella! Por ello, en las
encuestas más serias, sus respuestas revelan ignorancia, indiferencia y falta de
educación religiosa. Están condicionados por todos los clichés y por todos los
conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas palabras, están lejos
de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han integrado en
la tradición religiosa.
Confusión entre lo religioso y lo paranormal
Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión
religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo
podría ser de otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con
lo parapsicológico, lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del
"más allá de la realidad" que provocan una resonancia emotiva y suscitan
sentimientos capaces de hacerles creer en la existencia de un ser del más allá.
Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus sensaciones y su
imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla carente de
palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente
en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del
Oriente y de Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar
de ser valorizadas y deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento
de masas. Según esta mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea,
no hay que probar nada, sino hay que vivir en una inercia moderada. Toda
desviación es posible porque no hay ningún control institucional o intelectual.
Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud
totalmente opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo
de Dios y que transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede
construir la vida y luchar contra todo lo que la arruina y la destruye. Los
jóvenes cristianos advierten que la presencia de Dios y su mensaje llevan
consigo una esperanza inmensa que les abre los caminos de la vida. Pero cuando
el sentimiento religioso, inherente a la psicología humana, no ha sido educado y
enriquecido con un mensaje auténtico, permanece primitivo y prisionero de una
mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación religiosa anima a las
sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para hablar en
nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido en
una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el
corazón de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la
Historia, y, sobre todo, a un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo
humaniza y lo enriquece. He aquí el sentido de la Palabra del Evangelio
transmitida por la Iglesia.
Los jóvenes de la JMJ están en búsqueda de una vida espiritual
La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la
alegría de vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la
gentileza, la cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes,
que preparan una revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus
coetáneos, también ellos tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta
experiencia con la droga o se habrá comportado de cierta manera sin tener en
cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y fracasos, pero tienen hambre de
otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan un ideal de vida y una
espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea que cada vez
está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que
creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de
comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que
la vida no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o
menos cristianos, se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa
necesidad espiritual. Su presencia radiante deja un signo en todos países en los
que se desarrolla la JMJ. Invierten, de hecho, la imagen reducida que se tiene
de la juventud, porque cada vez que se habla de ella, es sólo para evocar una
sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si algunos viven de
ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.
La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando
en realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les
adula, pero la sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las
dimensiones educativas de las cuales son objeto. También la acción pastoral
local tiene su propia parte de responsabilidad en la medida en que a veces se
han desatendido las tareas educativas o han sido abandonadas por las órdenes
religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido como vocación. Pero hay que
reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de rotura (1960-1970), en
la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión religiosa. Los jóvenes
de hoy carecen totalmente de una base desde el punto de vista religioso y hacen
unas afirmaciones sorprendentes. Hace poco uno de ellos preguntó a un sacerdote:
"¿Por qué mezcláis la Navidad con la religión?". ¡Él no sabía que la Navidad es
el día en el que se celebra la natividad de Jesús! La Navidad es así reducida a
una fiesta comercial en familia. Gracias al éxito de la JMJ, este modo de ver
las cosas puede cambiar desde el momento en el que los jóvenes se empeñen en una
búsqueda espiritual y descubran que gran parte de la visión del hombre, como
también enteros sectores de la vida social, han sido modelados por el mensaje de
la Iglesia y de generaciones de cristianos.
¿Por qué Juan Pablo II atrae a tantos jóvenes, a pesar de que el mensaje
cristiano es exigente, sobre todo en materia de moral sexual?
A menudo hacen esta pregunta y la respuesta viene por sí sola: es el mensaje de
Cristo transmitido por la Iglesia, y siempre ha sido exigente; pero también es
fuente de alegría. Es difícil vivir no sólo en el campo sexual sino en todas las
realidades de la vida. Nada auténtico, coherente y duradero se construye sin
dificultad. Juan Pablo II presenta el camino a seguir para vivir como cristianos
en nombre del amor de Dios, y este amor es un modo de buscar el bien y la vida
para sí mismo y para los demás. Siempre seremos capaces de este amor que no es
un sentimiento, ni tampoco un bienestar afectivo, pero corresponde al deseo de
buscar en Dios aquello que nos hace vivir. Los jóvenes son sensibles a este
lenguaje y a la persona de Juan Pablo II que lo afirma tranquilamente, a pesar
de las críticas y el sarcasmo. Les habla de la vida allí donde no escuchan otra
cosa que muerte, droga y suicidio, de fracasos en el campo afectivo con el
divorcio, de desempleo, por no citar una sociedad que los descuida.
Juan Pablo II tiene fe en ellos y les da fe en la vida. Les dice que es posible
vivir y triunfar en la vida, y les explica incluso cómo se hace. La generación
precedente no siempre les ha transmitido convicciones firmes, ni les ha enseñado
a vivir con un cierto número de valores, limitándose a repetir hasta la saciedad
los valores de la sociedad de consumo. ¿Qué cosa hacen los jóvenes? Se dirigen a
los ancianos para obtener aquello que no han tenido: son los ancianos los que,
como lo hace el Papa, los enlazan con la Historia y la memoria cultural y
religiosa, desbancando así a sus padres. No hay divisiones entre el Papa y los
jóvenes. Cuando los jóvenes perciben palabras auténticas, se sienten respetados
y valorizados: "Por fin hemos sido tomados en serio, él tiene fe en nosotros".
A la Iglesia se le atribuye una obsesión en cuanto a la moral sexual. Aunque
este tema no represente ni el 9% de los discursos y de los escritos del Papa,
los medios de comunicación se detienen sólo en este aspecto, silenciando todo el
resto. La historia del preservativo[12] es característica de esta desinformación
y de la manipulación de la que son objeto sus discursos. Juan Pablo II en cambio
dice una cosa diferente: se apoya en el Evangelio y no depende de las ideas
ligadas a una moda pasajera. Apela al sentido del amor y de la responsabilidad.
Como Cristo, prefiere dirigirse a la conciencia humana, para que cada uno se
interrogue sobre el propio comportamiento para saber si se ha vivido en el
sentido de un amor auténtico, leal y honesto hacia uno mismo y hacia el otro.
Persigue su misión. La reflexión sobre la sexualidad no puede reducirse a un
discurso sobre la salud, sobre todo cuando ésta descuida la responsabilidad
moral de las personas. La valoración moral concierne también a la sexualidad y
no sólo a la vida social, a no ser que se quiera crear una escisión aberrante.
Los cristianos son invitados a inspirarse en este modelo y así su propio
comportamiento nazca de una conciencia evangélica iluminada.
7. El mundo de los jóvenes: conclusión
Los
post-adolescentes aspiran a realizar su propio ingreso en la vida. A pesar de
cierta falta de raíces culturales, religiosas y morales, intentan encontrar las
vías de acceso, porque a menudo se han formado a sí mismos, en un narcisismo
difuso e inconstancia. La fragilidad del yo, una visión temporal reducida a los
deseos del momento y a las circunstancias, y una interioridad restringida sólo a
la resonancia psíquica lo confinan al individualismo. Por eso algunos están
angustiados por el empeño y la relación institucional, a pesar de desear casarse
y fundar una familia. Prefieren mantener relaciones intimistas y lúdicas,
naturalmente entre más personas, pero que son relaciones que permanecen fuera
del vínculo social. Su perfil psicológico es también el resultado de una
educación centrada en lo afectivo, en el placer inmediato y en la separación de
los padres a causa del divorcio que, entre otras cosas, en las representaciones
sociales es el origen de la inseguridad afectiva, de la duda de uno mismo con
respecto al otro y del sentido del compromiso. Es posible promover una educación
más realista que no encierre a la persona en los objetos mentales y en el
narcisismo de la adolescencia, sino que estimule el interés por hacerse adulto.
Los jóvenes de la generación actual están haciendo una revolución religiosa
silenciosa, pero decidida. Suscitan interrogativos entre los cristianos y no
tienen miedo de manifestarse como tales. No quieren dejarse intimidar ni
constreñir al silencio y menos aún insultar. Los jóvenes provenientes de África,
de América Latina, Asia y del Oriente viven su fe como una emancipación y una
liberación en Dios, a veces en el martirio, actitud que debería inspirar las
viejas comunidades cristianas.
Cada JMJ es una etapa histórica para los jóvenes participantes. Ya no podemos
hablar de la religión del mismo modo como lo hacíamos antes. Además esto se nota
fácilmente en la prensa: la mayor parte de los informadores y comentaristas
políticos, esclavos de determinadas categorías sociológicas o de clichés, no
consiguen dar una valoración exacta del evento. Desde hace varios años los
encuentros de jóvenes promovidos por la Iglesia reúnen un número significativo
de participantes, pero raramente se habla de estos jóvenes en búsqueda de los
espiritual. Éstos no dan que hablar en los telediarios. ¿Es que un encuentro de
jóvenes por motivos religiosos no es acaso un evento para la prensa? La
información a menudo es desfasada respecto a lo que se vive y se prepara
silenciosamente en la sociedad, hasta el día en el que alguno se despierta
preguntándose: "¿Qué ha sucedido?". Los desafíos nacidos de la sed de un ideal y
una espiritualidad de los jóvenes no son tomados en serio por la sociedad.
La Iglesia no está agonizando, como pretenden algunos: encuentra la misma
dificultad que todas las demás instituciones que padecen los efectos del
individualismo, del subjetivismo y de una forma de socialización. En una
sociedad en la que el individuo vive como víctima de la vida de los demás, con
la mentalidad del consumador, a un ritmo concebido en función del instante y con
una representación de la vida mediática y virtual, es urgente hacer descubrir el
sentido de la realidad, promover vínculos de socialización y transmisión entre
las generaciones, para adquirir el sentido de las instituciones. La experiencia
espiritual cristiana implica tal dimensión y constituye su riqueza, que se
despliega en las diferentes tradiciones a través de los siglos.
Le toca a la Iglesia asegurar una continuidad a la JMJ y poner en práctica una
catequesis más activa y renovada. La inteligencia de la fe necesita ser nutrida.
La acción pastoral tendrá que preocuparse de sensibilizar a las familias sobre
la importancia de la educación religiosa y del catecismo en particular. Pero las
familias, a su vez, plantean una cuestión a la sociedad, que ha cancelado la
dimensión religiosa de la vida con una precisa voluntad política. La
laicización, como habíamos dicho, es la distinción entre el poder político y el
religioso y no la exclusión de la religión del campo social. La vida escolástica
debe respetar el tiempo que se debe dedicar a la enseñanza religiosa.
Aunque es verdad que cada uno es libre de abrazar o no un fe religiosa, la
sociedad no puede relegar la religión a la sección de lo opcional de la vida, al
campo de lo escondido y lo privado, pensando que la fe no debe tener ninguna
repercusión en la vida y la sociedad. El hecho religioso es un hecho social que
no se puede relegar a la esfera de lo privado; es más bien la fuente del vínculo
social y permanece inscrito en el ritmo del calendario. A esta privatización de
la vida religiosa han respondido los jóvenes, con su comportamiento, con un "no"
contundente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. La vida espiritual
es una exigencia humana que el poder público debe reconocer, respetar y honrar
porque califica a cada persona y constituye uno de los componentes esenciales de
la realidad social.
En su Mensaje con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud 2003, el
Santo Padre recuerda el papel que los jóvenes pueden desarrollar: "La humanidad
tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se
atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la
propia fe en Dios, Señor y Salvador" (n1 6).
Roma, 10-13 de abril 2003
P. Tony Anatrella
Psicoanalista, Especialista en Psiquiatría Social