SÍNTESIS DE LA ENCÍCLICA "REDEMPTORIS MATER"

Juan Pablo II - 25 de marzo de 1987

Síntesis preparada por Hernando Sebá López

 

1.- MOTIVO DE LA ENCÍCLICA:

La perspectiva del año 2000 - el Jubileo bimilenario del nacimiento de Jesucristo - orienta también una mirada hacia su Madre. Oportunidad de hacer preceder tal Jubileo por otro análogo dedicado al nacimiento de María.

María apareció antes de Cristo en la historia de la salvación... Es plenamente comprensible que en este período deseemos dirigirnos de modo particular a la que, en la "noche" de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera "estrella de la mañana".

Por eso se ha proclamado el Año Mariano del 7 de junio de 1987 (solemnidad de Pentecostés) al 15 de agosto de 1988 (fiesta de la Asunción).
Pentecostés: María - Iglesia. Asunción: María - glorificación.

 

2.- ESTRUCTURA DE LA ENCÍCLICA:

2.1 - El Concilio presenta a la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

1.- Si es verdad que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22), es necesario aplicar este principio de modo muy particular a aquella excepcional "hija de las generaciones humanas", a aquella "mujer" extraordinaria que llegó a ser Madre de Cristo. Sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente su misterio. El misterio de la Encarnación ha permitido a la Iglesia penetrar y esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo (Nº 4).

2.- El Concilio, presentando a María en el misterio de Cristo encuentra el camino para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia. María, como Madre de Cristo, está unida de modo particular a la Iglesia, que "el Señor constituyó como su Cuerpo" (LG 52) (Nº 5).

2.2 - La madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de salvación porque "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba, Padre!" (Gal 4, 4-6).

Estas palabras celebran conjuntamente:

en el misterio de la plenitud de los tiempos.

Esta plenitud determina el momento, fijado desde toda eternidad, en el cual el Padre envió a su Hijo...en que la Palabra que estaba con Dios se hizo carne...en que el Espíritu Santo plasmó en el seno virginal de María la naturaleza humana de Cristo. Define también el instante en el que, por la entrada del eterno en el tiempo, el tiempo mismo es redimido y llenándose del misterio de Cristo, se convierte definitivamente en tiempo de salvación.

Designa el comienzo arcano del camino de la Iglesia. La Iglesia, confortada por la presencia de Cristo (cf Mt 28, 20), camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María, que "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (LG 58).

 

1ª PARTE - MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

1.- LLENA DE GRACIA:

El plan divino de salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno. Está también eternamente unido a Cristo. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar especial a la "mujer" que es la Madre de Aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación (Nº 7).

María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo a través de este acontecimiento: La Anunciación del ángel (cf Lc 1, 28). ¿Qué significarían aquellas extraordinarias palabras, y en concreto, la expresión "llena de gracia"? (Nº 8). En el lenguaje de la Biblia "gracia" significa un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (cf 1Jn 4, 8). - ver texto de la encíclica

- Si el saludo y el nombre "llena de gracia" significan todo esto, en el contexto del anuncio del ángel se refiere ante todo a la elección de María como Madre del Hijo de Dios. María es "llena de gracia", porque la Encarnación del Verbo, la unión hipostática del Hijo de Dios con la naturaleza humana, se realiza y cumple precisamente en ella (cf LG 53) (Nº 9).

Pero también, en razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, María ha sido preservada de la herencia del pecado original.. De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir, de su existencia, es de Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante, y de aquel amor que tiene su inicio en el "amado", el Hijo del eterno Padre, que mediante la Encarnación se ha convertido en su propio hijo. (Nº 10).

En el designio salvífico de la Santísima Trinidad, el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres después del pecado original. La historia del Hijo de la mujer no sucederá sin una dura lucha que penetrará toda la historia humana. La "enemistad", anunciada al comienzo, es confirmada en el Apocalipsis, donde vuelve de nuevo la señal de la "mujer", esta vez "vestida de sol" (cf Ap 12, 1).

María está situada en el centro mismo de aquella "enemistad", de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y en la historia de la salvación. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura (Nº 11).

 

2.- FELIZ LA QUE HA CREIDO (Lc 1, 45):

La plenitud de la gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la Visitación, indica cómo la Virgen de Nazaret ha respondido a este don. (Nº 12).

"Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe" (Rm 16, 26; cf Rm 1, 5; 2Cor 10, 5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, como enseña el Concilio (DV 5). En la Anunciación María se ha abandonado en Dios completamente, manifestando la "obediencia de la fe" a Aquel que le hablaba a través del mensajero y prestando "el homenaje del entendimiento y de la voluntad" (DV 5). Ha respondido con todo su "yo" humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con "la gracia de Dios que previene y socorre", y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo que "perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (LG 56) (Nº 13).

La fe de María puede parangonarse también a la fe de Abrahám, llamado el padre de los creyentes (cf Rm 4, 12). En la economía salvífica de la revelación divina, la fe de Abrahám constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la Anunciación da comienzo a la Nueva Alianza.

La Anunciación representa el momento culminante de la fe de María, pero es, además, el punto de partida de donde inicia todo su "camino hacia Dios", todo su camino de fe (cf LG 58). En la expresión "feliz la que ha creído" podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María (Nº 19).

 

3.- AHI TIENES A TU MADRE:

El evangelio de Lucas (11, 27) en que alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo, dirigiéndose a Jesús: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!", constituía una alabanza para María. Jesús responde: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan". Quiere quitar la atención de la maternidad entendida sólo como vínculo de la carne, para orientarla hacia aquel misterioso vínculo del espíritu que se forma en la escucha y en la observancia de la Palabra de Dios.

En otra respuesta de Jesús se delinea el mismo paso a la esfera de los valores espirituales. Al serle anunciado que su madre y sus hermanos están fuera y quieren verle, responde: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 20-21).

La dimensión espiritual, de ponerse a la escucha de la Palabra de Dios para la extensión del Reino, da una dimensión nueva y un sentido nuevo a todo lo que es humano, y por tanto a toda relación humana, respecto a las finalidades y tareas asignadas a cada hombre. En esta dimensión nueva un vínculo, como el de la fraternidad, significa también una cosa distinta de la fraternidad según la carne. Y aún la "maternidad", en la dimensión del Reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso.

La maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne a María de un modo especialísimo. ¿No es María la primera entre "aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen?" María es digna de bendición por haber sido para Jesús Madre según la carne, pero también y sobre todo, porque ya en el instante de la Anunciación ha acogido la Palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente, porque "guardaba" la palabra y la "conservaba cuidadosamente en su corazón" (Lc 1, 38.45; 2, 19.51), y la cumplía totalmente en su vida.

Esta dimensión de la maternidad pertenece a María, pues, desde el comienzo. A medida que se esclarecía a sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, Ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella "novedad" de la maternidad que debía constituir su "papel" junto al Hijo. María madre se convierte, así, en cierto sentido, en la primera discípula de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: "Sígueme" antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf Jn 1, 43) (Nº 20).

Texto de las bodas de Caná: (Jn 2, 1 ss): ¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? Es evidente que en este hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. En estos textos Jesús intenta contraponer sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que esta "maternidad" (al igual que la "fraternidad") debe ser en la dimensión del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios.

En las bodas de Caná se delinea lo que concretamente se manifiesta como nueva maternidad según el espíritu, o sea, la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone "en medio", hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal más bien tiene el derecho de hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres (Nª 21).

Otro pasaje del Evangelio confirma esta maternidad de María en la economía salvífica de la gracia en su momento culminante, es decir, cuando se realiza el sacrificio de la cruz de Cristo: "Mujer ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 25-27). Jesús ponía en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo, del que confirma solemnemente toda la verdad y realidad. Se puede decir que, si la maternidad de María respecto de los hombres había sido delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor.

Esta "nueva maternidad de María", engendrada por la fe, es fruto del "nuevo" amor, que maduró en Ella definitivamente junto a la cruz por medio de su participación en el amor redentor del Hijo (Nº 23). Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su Madre encuentra una "nueva" continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan (Nº 24). En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María de Nazaret y María en el Cenáculo de Jerusalén.