No codiciarás nada de lo que pertenece a tu prójimo

 

Para nosotros, hoy, el noveno mandamiento dice: "No desearás la mujer de tu prójimo"... La Biblia dice:

"No codiciarás la casa de tu prójimo.
No codiciarás su mujer, ni sus servidores,
su buey o su burro. No codiciarás
nada de lo que le pertenece" (Ex 20,17).

Nosotros dividimos el noveno mandamiento en dos. Por eso tenemos diez mandamientos. El noveno prohíbe desear la mujer del prójimo. El décimo prohíbe desear la propiedad ajena. Aquí vamos a tratar los dos juntos, como lo hace la propia Biblia.

¿Cuál es el sentido de este mandamiento? ¿Cómo se constituye en respuesta al clamor del pueblo que sufría en la "casa de esclavitud de Egipto"? ¿Cuál es la causa de la opresión que él quiere atacar y combatir? Actualmente pasa lo siguiente: Los pobres que fueron despojados de sus tierras por ricachos que compran todo lo que ven, no pueden tener de nuevo sus tierras. Se invoca el décimo mandamiento que prohíbe desear los bienes y manda res- petar la propiedad de los otros. ¿Será éste el sentido de la ley?

El último mandamiento ataca y combate la acumulación y la codicia. La ambición del Faraón era grande y era imitada por los reyes de Canaán. Basta recordar las ganancias del rey Salomón. En cambio, el profeta Samuel, viejo ya, al fin de su carrera de jefe y juez, dio cuenta de su gestión y mostró que nunca había sido ambicioso (1 Sam 12, 3-5). Samuel estaba obligado a dar cuenta ya someterse a la crítica del pueblo. Después de Samuel vinieron los reyes (1 Sam 12, 1-2). Los reyes nunca dieron cuenta al pueblo. Imitando al Faraón ya los otros reyes comenzaron a acumular, llevados por la ambición. David abrió la lista (2 Sam 12, 1-15).Salomón lo imitó y 10 superó. Llegó a tener mil mujeres. (1 Reyes 11, 3). Muchas de ellas eran extranjeras (1 Reyes 11,1). Eran casamientos políticos en su mayor parte para conseguir mayor influencia y ampliar su dominio y comercio. Por causa de eso, se desvió de la Alianza con Dios y dejó de observar la ley. (1 Reyes 11, 11).Otro caso de ambición fue el rey Acab. Siendo dueño de muchas tierras, quería también la pequeña quinta de Nabot. Para obtenerlo, Jezabel, su mujer, hija del rey de Tiro, actuando dentro de las costumbres normales de los reyes de aquel tiempo, no tuvo miedo de matar a Nabot (1 Reyes 21' 1-26). Todo esto nos da una idea de cómo era la ambición del Faraón de turno y de cómo esta ambición hacía sufrir al pueblo oprimido.

Este sistema, alimentado por la ambición del tener más, se propagaba hacia abajo y acababa entrando también en la cabeza de los pequeños y de los pobres. Surgen así "Ios pobres con cabeza de. rico". A la hora de luchar por su liberación cuando la situación se torna difícil, retroceden, y no se comprometen (Ex 5, 21; 14, 11; 16, 3). La ambición desmedida del sistema impedía tener una visión clara de las cosas.

Por todo eso, no se adelantaba nada prohibiendo el robo, si no se combatía también, al mismo tiempo, la tendencia a acumular más y más que está en la raíz del robo. Así, el último mandamiento ataca la raíz de la opresión, combate su causa más profunda: "No codiciarás nada de lo que pertenece a tu prójimo". Estas leyes para impedir que el sistema de esclavitud vuelva a reinar ya dominar al pueblo. Defiende el derecho que los pequeños tienen de poseer lo necesario para vivir.

El último mandamiento no defiende la propiedad priva- da de los grandes que nunca se cansan de añadir más tierras y más riquezas. Invocar este mandamiento para defender el latifundio que crea tanta opresión y tanta injusticia, es "invocar el nombre de Dios en vano". Es lo mismo que transformar la ley de Dios en instrumento de mentira (Jer 8, 8). Es mantener la letra y negar el espíritu de la ley. El sistema del Faraón no puede ser defendido por una ley que quiere atacar exactamente lo contrario.

Jesús condena la ambición de los que sólo quieren acumular bienes (Lc 12, 16-21).Propone el ejemplo de los pajaritos y de las flores del campo. (Lc 12, 22-31). Donde se dé una comunidad organizada de manera igualitaria y fraterna, de acuerdo con los diez mandamientos, sus miembros podrán dejar de lado toda la preocupación y vivir realmente como los pajarillos y las flores del campo.

Los primeros cristianos consiguieron realizar este' ideal durante algún tiempo. En vez de codiciar y acumular, vendían sus bienes y los dividían entre los necesitados (Hch 4, 32-35). Pero cuando años más tarde Santiago escribe su carta, la situación ya no será así. El condena violentamente a los ricos que se enriquecían a costa de los pobres indefensos. Santiago dice a los ricos: "Han condenado al inocente y lo han matado porque no se podía defender" (St 5, 6). La indefensa debilidad del pobre estimula y aumenta la ambición y la prepotencia impune de los ricos. Por eso, el último mandamiento convoca y compromete al pueblo oprimido, que acaba de salir de la esclavitud, a que se organice de manera diferente. Sólo así podrá impedir que la codicia vuelva a infiltrarse en la cabeza del pueblo.