EL SURGIMIENTO DEL NUEVO ADÁN


1. H-NUEVO RS/H-NUEVO J/H-NUEVO J/RS
¿Cómo anunciar y vivir hoy la fe en la resurrección de Jesús de 
acuerdo con nuestra forma de entender la existencia? Si la 
resurrección es la verdad fundamental del cristianismo y el motivo de 
nuestra esperanza, ¿dónde podemos situarla dentro de nuestro 
horizonte? ¿Para qué problemática de nuestro mundo sería la fe en la 
resurrección una luz y un punto de orientación? Siempre debe haber 
una correlación entre las verdades de la fe y las experiencias de la 
vida. Sin eso, la fe no se legitima y corre el riesgo de transformarse en 
una ideología religiosa.

1. Nuestro horizonte de comprensión y la fe en la resurrección
El hombre es esencialmente un homo viator; está en busca de sí 
mismo. Quiere realizarse en todas sus dimensiones: no solamente en 
el alma, sino en todo el hombre, unidad radical de cuerpo y alma. El 
pensamiento utópico es una de las constantes de todas las culturas, 
desde las más primitivas, como las de los indios tupi-guaranís y 
apapocuva-guaranís, hasta nuestros días, como en Teilhard de 
Chardin o A. Huxley . El hombre quiere superar todas las alienaciones 
que lo afligen, como el dolor, la frustración, el odio, el pecado y la 
muerte. Quiere plenitud y vida eterna. El principio «esperanza» es 
una estructura existencial del ser hombre. «¿Quién me librará de este 
cuerpo de muerte?» (Rom 7,24). Todos los hombres sueñan con la 
situación descrita en el Apocalipsis, «en la que la muerte no existirá, ni 
habrá luto, ni llanto, ni fatiga, porque todo esto ya pasó» (21,4). El 
hombre que se degradó y llegó a ser «no hombre», ¿podrá 
recuperarse y volver a ser hombre?
El hombre de hoy se hace, más que en otras generaciones, 
preguntas radicales sobre su futuro. Lo que más le interesa no es la 
naturaleza del hombre, sino su futuro. Nietzsche soñó con el 
superhombre, de cuerpo de César y alma de Cristo, un santo de una 
especie que nunca había existido, capaz de dominar con suma 
responsabilidad el mundo creado por él mismo. El ansia de realización 
personal y cósmica del hombre se ve siempre truncada por la muerte, 
que es la barrera para todas las utopías. ¿Qué respuesta da el 
cristianismo a semejante planteamiento? Aquí es donde la fe en la 
resurrección, como futuro absoluto del hombre, alcanza una 
resonancia especial, como la tuvo en tiempos de Jesús. La teología 
judía posexílica elaboró la utopía del reino de Dios (en sus varios 
modelos: político, profético y sacerdotal) como transformación radical 
de los fundamentos de este mundo y como irrupción del nuevo cielo y 
la nueva tierra, una realidad totalmente reconciliada con Dios y consigo 
mismo. El tiempo de Cristo se caracteriza por esa efervescencia y 
expectativa mesiánico-escatológicas (Lc 3,15). De igual manera, el 
mundo helénico tenía su doctrinas de liberación. La gnosis prometía 
redención a la existencia alienada del hombre perdido en el mundo. 
Hans Jonás ha demostrado, en una minuciosa investigación, hasta qué 
punto el mundo gnóstico se asemeja, por su temática y 
preocupaciones, al moderno existencialismo. En un contexto así fue 
anunciada novedad absoluta del triunfo de la vida sobre la muerte y la 
verdad de aquellas palabras del Cantar de los Cantares: «Tan fuerte 
corno la muerte es el amor» (8,6). No sólo el evangelio de la 
resurrección se sitúa en ese horizonte de comprensión, sino todo el 
mensaje de Jesús, cuyo dato central es la resurrección.

2. La resurrección de Jesús, una utopía humana realizada
RD/QUE-ES: Un hombre surge en Galilea. Jesús de Nazaret, que 
más tarde se reveló como el mismo Dios en condición humana, levanta 
su voz y anuncia: «Se ha cumplido el tiempo. Está próxima la irrupción 
del nuevo orden que será traído por Dios. Cambiad vuestro modo de 
pensar y de actuar. Creed en esa gozosa noticia» (cf. Mc 1,15; Mt 
4,17). Cristo asume así un elemento de utopía presente en todos los 
hombres: la superación de este mundo alienado, llevada a cabo por 
Dios. El reino de Dios, expresión que aparece ciento veintidós veces 
en los evangelios y noventa en boca de Cristo, significa una revolución 
total y estructural, introducida por Dios, de los fundamentos de este 
mundo. No significa sólo algo interior o espiritual, que viene de arriba 
o que se debe esperar fuera de este mundo o después de la muerte. 
En su sentido pleno, el reino de Dios es la liquidación del pecado con 
todas sus consecuencias en el hombre, en la sociedad y en el cosmos, 
la transfiguración total de este mundo en el sentido de Dios. Los 
milagros de Jesús, más que probar su divinidad, intentan mostrar que 
el reino está presente entre nosotros. Cristo mismo dice: «Si yo 
expulso los demonios con el dedo de Dios, es porque el reino de Dios 
ha llegado a vosotros» (Lc 11,20). Cuando un enfermo es curado, se 
manifiesta la presencia del reino de Dios (Lc 10,9). Por eso, Jesús 
clama: «Bienaventurados los pobres, porque a vosotros pertenece el 
reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre, porque seréis 
saciados. Bienaventurados los que lloráis, porque un día reiréis» (Lc 
6,20-21). Cristo mismo es ya la presencia del nuevo hombre en el 
orden nuevo. Con su presencia se curan las enfermedades (Mt 
8,16-17; Mc 6,56), se apaciguan las tempestades (Mt 8,23-27), el mar 
se pone al servicio del hombre-rey (Lc 5,4-7), el hambre es vencida 
(Mc 6,30.40), los pecados son perdonados (Mc 2,5; Le 7,48) y hay 
misericordia para los caídos (Jn 8,1-11), resucitan los muertos y el luto 
se transfigura en alegría fraternal (Lc 7,11-17; Mc 5,41-43)
Al aparecer en Galilea anunciando la nueva del reino, Cristo lee en 
la sinagoga un pasaje de Isaías que dice: "El me envió para 
evangelizar a los pobres, para predicar la libertad a los cautivos, a los 
ciegos la vista, para liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia 
del Señor». Y comenta Jesús: «Hoy se cumple esta escritura que 
acabáis de oír» (Lc 4,18-19.21). Juan Bautista en la cárcel, dudando si 
Cristo era o no el enviado de Dios para traer el reino de la total 
liberación de los hombres y de su mundo, manda a sus discípulos a 
preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». 
La respuesta, que constituye el núcleo de su mensaje, es la siguiente: 
«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los sordos 
oyen, los muertos resucitan, y la buena noticia de la liberación es 
anunciada a los pobres» (Mt 11,5). Ese es el signo del cambio total y 
estructural. Quien consiga realizar eso será el liberador de la 
humanidad. Cristo se presenta como el salvador del mundo. Queda 
claro que el reino de Dios no puede ser aplicado en exclusiva a una 
zona del hombre, como es su alma, los bienes espirituales o la Iglesia. 
El reino de Dios abarca toda la realidad humana y cósmica que debe 
ser transfigurada y liberada de todo signo de alienación. Si el mundo 
sigue como está, no puede ser patria del reino de Dios. Debe ser 
transformado en todas sus estructuras. De ahí el logion de Jesús en 
/Jn/18/36: «Mi reino no es de este mundo»; es decir, no tiene su 
origen en las estructuras ambiguas y pecadoras de este mundo, sino 
en Dios, en el sentido objetivo de que es Dios quien intervendrá y 
sanará en su raíz la realidad total, transformando este mundo en un 
nuevo cielo y una nueva tierra. Ya san Agustín comentaba: «Mi reino 
no es de este mundo, pero está en este mundo». Elemento esencial 
del reino es la aniquilación de la muerte como el mayor enemigo del 
hombre en su ansia de realización y de vida plena. San Juan tradujo la 
temática de Jesús sobre el reino de los cielos, correctamente, por vida 
eterna.
J/RD RD/J: El rechazo de Jesús y su mensaje por parte de los judíos 
frustró la realización cósmica del reino de Dios. Sin embargo, Dios, 
que triunfa en la flaqueza y en la infidelidad de los hombres, realizó su 
reino en la persona de Jesús. Ya decía Orígenes que Cristo es la 
autobasileia tou Theou, esto es, el reino de Dios realizado en su 
persona. En él fueron vencidos la muerte, el odio y todas las 
alienaciones que estigmatizan la existencia 'humana. En él se reveló el 
hombre nuevo (homo revelatus), el nuevo cielo y la nueva tierra. Pablo 
lo entiende perfectamente cuando exclama: «Oh muerte, ¿dónde está 
tu victoria, dónde está ese espantajo con que asustabas a los 
hombres... ? La muerte ha sido vencida por la vida» (/1Co/15/55). 
Cristo resucitó no a la vida biológica que antes tenía, sino a la vida 
eterna. El bios está siempre bajo el signo de la muerte, la zoé (vida 
eterna) se sitúa en el horizonte del Pneuma de Dios indestructible e 
inmortal. La resurrección se define entonces como la escatologización 
de la realidad humana: es la introducción del hombre como conjunto de 
cuerpo y alma en el reino de Dios, la presencia de la zoé eterna en el 
bíos finito y humano, la realización total de las potencialidades que 
Dios ha puesto en la existencia humana. Así se realizó una utopía que 
dilaceraba el corazón humano.
VE/TOPIA: En Jesucristo recibimos la respuesta definitiva de Dios: no 
la muerte, sino la vida es la última palabra que Dios pronunció sobre el 
destino humano. Para el cristiano no existe ya una utopía, sino una 
topía. La vida eterna tiene un lugar dentro de nuestro mundo 
destinado a la muerte: Jesucristo resucitado. Nuestro futuro está 
abierto y el fin de la historia de pecado y gracia tiene un final feliz ya 
garantizado y alcanzado. Así entró en la historia de la conciencia 
humana lo que el mundo antiguo no conocía, la sonrisa de la 
esperanza. Aquel mundo conocía las risotadas de Pan o de Dióniso 
embriagado, conocía la sonrisa triste de quien vive bajo la Moira; pero 
desconocía la sonrisa de quien ya venció a la muerte y goza de las 
primicias de la vida eterna. «Porque Jesús resucitó de entre los 
muertos como primicia de los que mueren» (1 Cor 15,20), "él es el 
primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). Lo que es presente 
para él será para nosotros futuro próximo.
MARGINADOS/RS RS/MARGINADOS: La resurrección viene a 
responder a un grave interrogante de la historia: ¿qué futuro tienen los 
no hombres, es decir, los que sucumbieron a la saña de la opresión, 
los que fueron eliminados por sus propios hermanos, los que fueron 
empobrecidos y reducidos al estado de no hombres? El 
acontecimiento de la resurrección deja claro que tienen un futuro, 
porque el que resucitó no fue un César en el apogeo de su gloria, ni 
un vencedor de batallas históricas, sino un derrotado, reducido a 
gusano y clavado en la cruz. El crucificado fue quien resucitó y llegó, 
por obra y gracia de Dios, al supremo sentido de la vida y la plenitud 
humanas. Esto nos revela que especialmente los que participan en la 
pasión de Jesús, los humillados y ofendidos, están predestinados por 
Dios a la suprema realización en la resurrección.
La resurrección no es un hecho privado de la vida de Jesús. Es la 
realización, en su existencia, del mensaje de liberación global que él 
había predicado y prometido. Es la nueva humanidad, el nuevo Adán, 
«en el que todos somos vivificados» (1 Cor 15,22). «El reino ya está 
misteriosamente presente aquí en la tierra. Cuando llegue el Señor, se 
consumará», nos dice el Vaticano Il (GS n. 39).

3. La novedad del hombre nuevo
La novedad del hombre nuevo, que irrumpió con la resurrección, 
consiste, como queda dicho, en llevar a plenitud todos los dinamismos 
latentes en la realidad humana de Jesús. Dios no sustituyó lo viejo por 
lo nuevo, sino que renovó lo viejo. Como veremos en el próximo 
capítulo, la capacidad de apertura, de comunicación y comunión 
propias del hombre-cuerpo fueron totalmente realizadas por la 
resurrección. Por eso el resucitado tiene una presencia que ya no se 
limita al espacio y al tiempo palestinense, sino que se extiende a la 
totalidad de la realidad. Pablo expresa esta verdad diciendo que Cristo 
resucitado vive ahora en forma de espíritu (2 Cor 3,17; 1 Cor 6,17; 
15,45; Rom 8,9) y que su cuerpo sárquico (débil y limitado por el 
espacio y el tiempo) fue transformado en cuerpo pneumático-espiritual 
(1 Cor 15,44) 12 . Al afirmar que Cristo es espíritu, Pablo no piensa 
aún en términos de tercera persona de la Santísima Trinidad, sino que, 
.dentro de la comprensión judía, quiere indicar las auténticas 
dimensiones de la realidad de la resurrección: así como el Espíritu 
llena todas las cosas (Sal 139,7; Gn 1,2), así las llena ahora el 
resucitado.
J/PRESENCIA-COSMICA: El es el Kyrios, el Cristo cósmico (Col 
1,15-20; Ef 1,10) y el pleroma (Ef 1,23; Col 2,9) ; esto es, aquel 
elemento por el cual la totalidad del mundo alcanza su plenitud y el 
término de su perfección. Este tema fue desarrollado con inusitada 
pasión por Teilhard de Chardin, aunque ya estaba presente en el 
pensamiento paulino y en sus comunidades. La fe de la comunidad 
primitiva en una "ubicuidad cósmica» del resucitado fue expresada en 
un agraphoh del Evangelio de Tomás (griego) : «Dice Jesús: Donde 
estén dos, no están sin Dios. Donde alguien esté solo, yo digo que 
estoy junto a él. Levanta una piedra, y me encontrarás dentro de ella. 
Parte leña, y allí estaré yo». La promesa hecha por el resucitado: «Yo 
estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los 
tiempos» (Mt 28,20), adquiere aquí una concreción en medio del 
mundo secular del trabajo. Este puede parecer sin sentido y no raras 
veces peligroso y absurdo; pero para el creyente esconde una gloria 
misteriosa: pone en comunión con el resucitado, que está presente en 
todo y siempre junto a los suyos, hagan lo que hagan. El resucitado, al 
existir en forma pneumática, está libre de las cadenas del espacio y del 
tiempo; es total comunión y presencia en todo el cosmos y 
particularmente en la Iglesia, que es su cuerpo (Col 1,18) ; más todavía 
cuando la comunidad ora y se reúne en su nombre, como es el caso 
de las acciones litúrgicas, y de modo singularísimo en el sacramento 
de la eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium n. 7). Vemos, pues, que 
los caminos de Dios culminan en el hombre-cuerpo totalmente 
transfigurado y hecho total apertura y comunicación.

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD
MADRID 1981. Pág. 489-495