LA RESURRECCIÓN,

REALIZACIÓN DE LA UTOPÍA HUMANA


por LEONARDO BOFF


RS/UTOPIA: Jesús posee una significación determinante para 
nosotros porque resucitó. Ahí reside el núcleo central de la fe cristiana. 
Por el hecho de la resurrección sabemos que la vida y el sinsentido de 
la muerte tienen un verdadero sentido que llega con este 
acontecimiento a la plena luz del mediodía. Se ha abierto para 
nosotros una puerta al futuro absoluto y una esperanza indestructible 
ha penetrado en el corazón humano. Si Jesús resucitó, nosotros lo 
seguiremos, y «en Cristo todos reciben la vida» (1 Cor 15,20.22).

Jesús anunció al mundo la liberación radical de todas las alienaciones 
que estigmatizan la existencia humana: el dolor, el odio, el pecado y, 
por fin, la muerte. Su presencia convertía en actual esa revolución 
estructural de los fundamentos de este mundo, que él denominaba, en 
lenguaje de la época, reino de Dios. Pero contrariamente a lo que se 
podría esperar de él (Lc 24,21), murió en la cruz con este clamor en su 
boca: «¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?» (Mc 
15,34). Su muerte parecía no sólo haber enterrado las esperanzas de 
liberación, sino destruido incluso la primera fe de los discípulos. La 
fuga de los apóstoles (Mc 15,50), la frustración de los discípulos de 
Emaús (Lc 24,21) y el miedo a los judíos (Jn 20,19) nos lo sugieren con 
mucha claridad. ¿Habría la muerte sido más fuerte que tan gran amor? 
¿Sería la muerte y no la vida la última palabra que Dios pronunció 
sobre el destino de Jesús de Nazaret y de todos los hombres?

1. NO CRECIÓ LA HIERBA SOBRE LA SEPULTURA DE JESÚS 
Algunos días después de su muerte, aconteció algo inaudito y único en la 
historia de la humanidad: Dios lo resucitó (Hch 2,23; 15; 4,10; 
10,39-40), y lo reveló a sus íntimos discípulos. No resucitó como quien 
vuelve a la vida biológica que tenía antes, igual que Lázaro o el joven 
de Naín, sino como quien, conservando su identidad de Jesús de 
Nazaret, se manifestó totalmente transfigurado y plenamente realizado 
en sus posibilidades humanas y divinas. Lo que aconteció no fue la 
revivificación de un cadáver, sino la radical transformación y 
transfiguración de la realidad terrestre de Jesús, llamada resurrección. 
Ahora todo se revelaba: Dios no había abandonado a Jesús de 
Nazaret. Estuvo a su lado, al lado de aquel que, según la ley, era 
maldito (Dt 21,23; Gál 3,13; cf. Heb 4,15). No dejó que la hierba 
creciera sobre la sepultura de Jesús, sino que hizo que todas las 
cadenas se rompieran y él surgiera a una vida no amenazada nunca 
más por la muerte, sino sellada para la eternidad. Ahora quedaba 
demostrado que la predicación de Jesús era verdadera. La 
resurrección es la realización de su anuncio de total liberación, 
especialmente del dominio de la muerte. La resurrección significa la 
concreción del reino de Dios en la vida de Jesús. Si el rechazo de los 
hombres no permitió que el reino de Dios se hiciera realidad 
cósmicamente, Dios, que vence en el fracaso y hace vivir en la muerte, 
lo realizó en la existencia de Jesús de Nazaret. Ahora sabemos que la 
vida y el sinsentido de la muerte tienen un verdadero sentido, que llegó 
con la resurrección de Jesús a la plena luz del mediodía. Pablo, 
pensando en ello, podía decir en tono de triunfo: «Se aniquiló la muerte 
para siempre. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, 
tu aguijón?» (1 Cor 15,55).
Jesús posee un significado determinante para nosotros, porque resucitó. 
Si no hubiera resucitado, «vana sería nuestra fe» y «seríamos los más 
desgraciados de todos los hombres» (1 Cor 15, 14-19). Porque en vez 
de afiliarnos al grupo de los que dicen «comamos y bebamos, que 
mañana moriremos> (1 Cor 15,32), huiríamos de la realidad, en un mito 
de supervivencia y resurrección, y engañaríamos a los otros. Y si él 
resucitó, entonces lo seguiremos y «en Cristo todos resucitaremos» (1 
Cor 15,22). Se ha abierto para nosotros una puerta hacia el futuro 
absoluto y una esperanza indestructible ha penetrado en el corazón 
humano. Aquí reside el núcleo central de la fe cristiana. Sin este 
núcleo, la fe carece de fundamento. Y en este punto poco pueden 
ayudarnos los historiadores. La resurrección no es un hecho histórico, 
susceptible de ser captado por el historiador. Es un hecho sólo 
captable por la fe. Nadie vio la resurrección. El evangelio apócrifo de 
Pedro (escrito hacia el 150 d. C.), que en un lenguaje fantástico narra 
cómo Cristo resucitó, fue rechazado por la Iglesia, porque la conciencia 
cristiana percibió de inmediato que no se puede hablar de la 
resurrección del Señor. Lo que poseemos son apariciones y el 
sepulcro vacío. Basándose en estas experiencias, los apóstoles, 
deslumbrados, llegaron a la siguiente interpretación que, 
verdaderamente, expresaba la realidad de la nueva vida de Jesús: «¡El 
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Le 24,34). Para 
asegurar la certeza de la fe en la resurrección, que tantos ponen hoy 
en tela de juicio, y para poder dar «culto al Señor, Cristo, en nuestros 
corazones, siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a 
todo el que os la pida» (1 Pe 3.,15), debemos reflexionar brevemente 
sobre los datos bíblicos fundamentales.

2. ¿QUE DICE LA EXEGESIS MODERNA ACERCA DE LA 
RESURRECCIÓN DE JESÚS?
Anteriormente hemos aludido a dos datos determinantes en los relatos 
sobre la resurrección de Jesús: el sepulcro vacío y las apariciones a los 
discípulos. Según estudios serios de exegetas católicos y también 
protestantes sobre las tradiciones que, recogidas o redactadas, dieron 
origen a nuestros actuales evangelios, se comprueba lo siguiente: al 
principio, en la tradición circulaban entre los primeros cristianos, 
autónomamente y sin referencia mutua, los dos relatos. Más tarde, 
como ya se ve en Mc 16,1-8, al componerse los evangelios se unieron, 
no sin tensiones internas, las dos tradiciones: los relatos que sólo 
hablaban del sepulcro vacío se completaron con los de las apariciones. 
La tradición antigua de Mc 16,5a.8 decía así: Las mujeres van al 
sepulcro. Lo encuentran vacío. Huyen. Por miedo, no se lo cuentan a 
nadie. La aparición del ángel (Mc 16,5b-7) y, en Juan, del propio 
Resucitado (Jn 20,Ilss) sería una adición procedente de la otra 
tradición, que sólo conoce las apariciones y no el sepulcro vacío.

a) El sepulcro vacío no dio origen a la fe en la resurrección
Si nos fijamos bien, ningún evangelista aporta como prueba de la 
resurrección el hecho del sepulcro vacío. Este hecho, en vez de 
provocar la fe, causa miedo, espanto y temblor, hasta el punto de que 
"las mujeres salieron huyendo del sepulcro» (Mc 16,8; Mt 28,8; Lc 
24,4). María Magdalena lo interpreta como robo del cuerpo del Señor 
(Jn 20,2.13.15). Para los discípulos no pasa de un chismorreo de 
mujeres (Lc 24,11.22-24.34). Como es evidente, el sepulcro vacío, 
tomado en sí mismo, se presenta como un signo ambiguo, sujeto a 
distintas interpretaciones, una de las cuales podría ser la de la 
resurrección. Pero no existe ninguna necesidad intrínseca que obligue 
a tal afirmación, con la exclusión de las otras posibilidades de 
interpretación. Solamente a partir de las apariciones, su ambigüedad 
se disipa y puede ser leída por la fe como una señal de la resurrección 
de Jesús. Como tal, el sepulcro vacío es un signo que hace pensar a 
todos y lleva a reflexionar en la posibilidad de la resurrección. Es una 
invitación a la fe. No es aún la fe. La fe en que el Señor resucitó -y 
aquí reside la razón del sepulcro vacío- se expresa, según el lenguaje 
de la época, colocando la explicación en boca del ángel: «El 
Crucificado ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde lo 
pusieron» (Mc 16,6c). Sin discutir la existencia de los ángeles, no 
necesitamos admitir, dentro de los propios criterios bíblicos, que uno de 
ellos haya aparecido junto al sepulcro. El ángel sustituye, 
especialmente para el judaísmo posexílico, al Dios Yahvé en su 
trascendencia que se manifiesta a los hombres (Gn 22,11-14; Ex 3,2-6; 
Mt 1,20). Las mujeres que vieron el sepulcro vacío. al conocer las 
apariciones del Señor a los apóstoles en Galilea, atinaron 
inmediatamente con el verdadero sentido: el sepulcro está vacío, no 
porque alguien haya robado su cuerpo, sino porque él ha resucitado. 
Esta interpretación de las mujeres es aceptada como revelación de 
Dios y se expresa, en el lenguaje común de la época, como un mensaje 
del ángel (Dios)

b) Las apariciones de Cristo, origen de la fe en la resurrección
Lo que realmente acabó con la ambigüedad del sepulcro vacío y dio 
origen a la exclamación de fe de los apóstoles: «¡En verdad, él ha 
resucitado!», fueron las apariciones. Las fórmulas más antiguas de 1 
Cor 15,3b-5 y Hch 2-5 dejan entrever claramente, por su formulación 
estricta y desapasionada, que estas apariciones no son visiones 
subjetivas, producto de la fe de la comunidad primitiva, sino realmente 
apariciones trans-subjetivas, testimonio de un impacto que les vino 
desde fuera. En eso están de acuerdo hoy todos los exegetas 
protestantes y católico, incluso los más radicales. Cuántas fueron esas 
apariciones, su lugar exacto y quiénes fueron los privilegiados es difícil 
de determinar históricamente,. Los actuales textos evangélicos reflejan 
varias tendencias de orden apologético, teológico y cultural que 
matizaron de forma palpable las tradiciones primitivas. El texto 
literariamente más antiguo (1 Cor 15,5.8, entre los años 54-57) nos da 
cuenta de cinco apariciones del Señor vivo. Mc 16,1-8 no conoce 
ninguna. Pero dice claramente que, el Resucitado se dejará ver en 
Galilea (7b). El final de Marcos (16,9-20) condensa las apariciones 
relatadas en los otros evangelios y, con buenas razones puede ser 
considerado como adición posterior. Mt 28,16.20 conoce una sola 
aparición a los Once. La otra aparición a las mujeres, en la puerta del 
sepulcro vacío (28,8-10 ) es para los exegetas una elaboración 
posterior sobre el texto de Mc 16,7: las palabras del Resucitado son 
notablemente semejantes a las del ángel. Lc 24,13-53 refiere dos 
apariciones: una a los jóvenes de Emaús y otra a los Once y a sus 
discípulos en Jerusalén. Jn 20 relata tres manifestaciones del Señor, 
todas ellas en Jerusalén1. Los relatos revelan dos tendencias 
fundamentales: Mc y Mt concentran su interés en Galilea, en tanto que 
Lc y Jn la centran en Jerusalén, con la preocupación de resaltar la 
realidad corporal de Jesús y la identidad de Cristo resucitado con Jesús 
de Nazaret. Estudios serios de los exegetas nos permiten afirmar que 
las apariciones en Galilea son históricamente seguras. Las de 
Jerusalén serían las mismas de Galilea, pero transferidas, por motivos 
teológicos, a Jerusalén. Jerusalén posee para la Biblia un significado 
histórico-salvífico de primer orden: «La salvación viene de Sión 
(Jerusalén)» (Sal 13,7; 109,2; Is 2,3; Rom 11,26). La muerte, Pascua y 
Pentecostés ocurrieron allí, y Lucas y Juan profundizan teológicamente 
en ello. En cuanto al modo de estas apariciones, los evangelios nos 
transmiten los siguientes datos: son descritas como una presencia real 
y carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se deja tocar, dialoga 
con ellos..Su presencia es tan real que puede ser confundido con un 
caminante, un jardinero o un pescador. Al mismo tiempo suceden 
fenómenos extraños: aparece y desaparece. Atraviesa paredes. Si se 
observan con más atención los textos más antiguos, como 1 Cor 
15,5-8; Hch 3,15; 9,3; 26,16; Gál 1,15, y Mt 28, se nota con sorpresa 
una representación espiritualizante de la resurrección. Textos más 
recientes, corno Lc y Jn, denotan una materialización cada vez mayor, 
que culmina en los evangelios apócrifos de Pedro a los Hebreos y en la 
Epístola Apostolorum. Tal hecho se explica si consideramos que la 
Pascua de Cristo, en la interpretación más antigua, atestiguada en Hch 
2-5; Lc 24,26, y Flp 2,6-11, no se concibe aún en términos de 
resurrección, sino de elevación y glorificación del justo doliente. Se 
trata de la llamada interpretación apocalíptica. Con el tiempo, y debido 
a las polémicas, especialmente con los conversos provenientes del 
helenismo, se preguntaba si la glorificación de Cristo y su entronización 
junto a Dios implicaban también la vida corporal. Se preguntaba si el 
Jesús de la gloria es el mismo que el Jesús de Nazaret. Entonces la 
comunidad primitiva, especialmente con Lucas y Juan, interpretó las 
apariciones y el sepulcro vacío dentro de un horizonte escatológico, 
que respondía mejor a las cuestiones planteadas, y se emplea ya la 
terminología de resurrección. Cristo, en su realidad terrestre y 
corporal, fue totalmente transfigurado por la resurrección: no es un 
«espíritu» (Lc 24,39) ni un «ángel» (Hch 23,8-9). El que murió y fue 
sepultado es el mismo que resucitó (1 Cor 15,3b-5) 2. De ahí la 
preocupación por acentuar el hecho de las llagas (Lc 24,39; Jn 
20,20.25-29), de que él comió y bebió con sus discípulos (Hch 10,41) o 
de que comió delante de ellos (Lc 24,42). Los relatos de apariciones 
del Resucitado a personas particulares, como María Magdalena (Jn 
20,14.18; cf. Mt 28, 9-10), los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), están 
rodeados de motivos teológicos y apologéticos dentro del esquema 
literario de las leyendas, para dejar bien claro a los lectores la realidad 
del Señor vivo y presente en la comunidad. El relato de los discípulos 
de Emaús quiere asegurar a la comunidad posterior que aunque no 
reciba más apariciones del Señor, también tiene acceso al Resucitado 
por la palabra de la Escritura y por los sacramentos de la fracción del 
pan, igual que los dos discípulos en camino a su ciudad.
Es evidente que la resurrección no es una creación teológica de algunos 
entusiastas de la persona del Nazareno. La fe en la resurrección es 
fruto del impacto que las apariciones del Señor provocaron en los 
apóstoles, los cuales quedaron sorprendidos y dominados por un 
acontecimiento que superaba las posibilidades de su imaginación. Sin 
eso, jamás habrían predicado al Crucificado corno Señor. Sin «ese 
algo» que aconteció en Jesús, jamás habría existido la Iglesia, ni el 
culto ni la alabanza al nombre de este profeta de Nazaret y mucho 
menos el testimonio máximo de esta verdad: el martirio de tantos 
cristianos de la Iglesia primitiva. Afirmando la resurrección no sólo se 
afirman los magnalia Dei acontecidos en la vida de Jesús, se atestigua 
asimismo la posibilidad de la transfiguración y actualización total y 
global de las posibilidades del mundo presente, el hecho de que la vida 
eterna haya venido a transformar la vida humana y de que Dios pueda 
realizar su reino en el hombre. Escándalo para muchos (1 Cor 1,23; 
Hch 17,32), la resurrección es esperanza y certeza de vida eterna para 
todos y para el mundo (1 Pe 1,3; 1 Cor 15,50ss). Por esta razón, la 
Iglesia primitiva, junto con la resurrección de Cristo, proclamaba su 
significado para nosotros como esperanza (Pe 1,3) de vida futura, 
como total liberación de nuestra esquizofrenia fundamental, llamada 
pecado (1 Cor 15,3.17; Rom 4,25-1 Lc 24,37; Hch 10,43). «Porque 
Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que 
durmieron» (1 Cor 15,20; Col 1,18). «El es el primogénito entre muchos 
hermanos» (Rom 8,29). Lo que es presente actual para él, será para 
nosotros futuro próximo.

3. CON LA RESURRECCIÓN TODO SE ILUMINA
La resurrección produjo una transformación total en los apóstoles. Se les 
abrió un horizonte nuevo y vieron con nuevos ojos, de forma 
absolutamente nueva, la realidad humana del pasado, del presente y 
del futuro. Conviene señalar algunos puntos de lo que la resurrección 
significó para la comunidad primitiva.

a) La resurrección rehabilitó a Jesús ante el mundo 
La muerte en la cruz convirtió a Cristo, a los ojos del mundo, en un 
hombre abandonado por Dios (Gál 3,13). La fe que los apóstoles 
habían depositado en él, y que habían atestiguado con su seguimiento, 
su participación en la predicación de la buena noticia del reino y su 
perseverancia en las tentaciones de Jesús, se había quebrantado. En 
ellos se habían cumplido las palabras de Cristo: "Todos os vais a 
escandalizar de mí» (Mc 14,27; Mt 26,31). Ellos simplemente huyen y 
retornan a Galilea (Mc 14,50; Mt 26,56). Ahora todo cambia: vuelven a 
creer en él no como en un mesías y liberador nacionalista (recordemos 
la petición de los hijos del Zebedeo : Mc 10,37; Mt 20,21; cf ., también, 
Lc 10,11; 22,38; o 24,21; Hch 1,6), sino como el Hijo del hombre de Dn 
7, «elevado», "Sentado a la diestra de Dios» y «constituido Hijo de Dios 
con poder» (Rom 1,4; Hch 13,33; Mt 28,18). Con gran valentía 
confiesan delante de los judíos: «Vosotros lo matasteis... Dios lo 
resucitó» (Hch 2,22s; 3,15; 4,10; 5,30; 10,39s). Esta fe, como veremos 
más adelante, va a articularse con profundidad cada vez mayor hasta 
llegar a descifrar el misterio de Jesús en el sentido de que él es el 
propio Dios que viene a los hombres en carne mortal.

b) Con la resurrección de Jesús ha comenzado ya el fin del mundo
Esta convicción constituye la fe firme de la Iglesia primitiva. Mateo insinúa 
esta certeza hasta en la forma literaria de relatar la resurrección de 
Jesús (28,1.15) : el descenso del ángel, el terremoto, la remoción de la 
piedra, la confusión de los guardias, igual que los fenómenos 
acontecidos con ocasión de la muerte de Cristo, especialmente la 
resurrección de «muchos cuerpos de santos difuntos» (Mt 27,51- 53), 
revelan claros rasgos apocalípticos. Con la salida de Cristo del 
sepulcro ha comenzado ya a fermentar en el corazón del viejo mundo, 
el nuevo cielo y la nueva tierra: la resurrección de los demás hombres, 
especialmente la de los creyentes, muestra que el fin es inminente 
(Rom 5,12; 1 Cor 15,45ss; 2 Cor 5,10). Cristo es el primero de los 
muertos: los demás le seguirán en breve (1 Cor 15,20; Rom 8,29; Col 
1,18). El mismo Espíritu que resucitó a Cristo habita ya en los fieles 
(Rom 8,11) y va formando con todos ellos un cuerpo de gloria.

c) La resurrección reveló que Jesús murió por nuestros pecados
La resurrección puso de manifiesto que Cristo no era un malhechor, un 
abandonado por Dios, ni un falso profeta y mesías. Por la resurrección, 
Dios lo rehabilitó delante de los hombres. «La piedra que desecharon 
los constructores es ahora la piedra angular» (Mc 12,10). La maldad, 
el legalismo y el odio de los hombres lo arrastraron hasta la cruz, 
aunque ellos actuaron en nombre de la ley santa y del orden vigente. 
A partir de la resurrección la comunidad primitiva comenzó a 
preguntarse: ¿Por qué Cristo debía morir, si Dios después lo resucitó? 
Si Dios mostró por la resurrección que estaba de su lado, ¿por qué no 
lo manifestó durante su vida pública? El relato de los discípulos de 
Emaús nos insinúa con qué agudeza interesaba esta pregunta a la 
joven Iglesia. Consultaban las Escrituras, hacían trabajo teológico y 
reflexionaban a la luz de la resurrección para descifrar este profundo 
misterio. Los discípulos de Jesús, tal como aparecen en los textos 
evangélicos pertenecientes a la llamada Quelle 3, no atribuían todavía 
carácter salvífico a la muerte de Cristo. Para ellos, Jesús participó del 
destino común a todos los profetas, la muerte violenta (Lc 11,49ss y 
paralelos; Lc 13,34ss par.; 1 Tes 2,14ss; Hch 7,51ss). Y Dios lo exaltó 
y lo constituyó como el Hijo del hombre, que pronto vendría sobre las 
nubes. Esta es la imagen que la Quelle tiene de Cristo. Otro grupo de 
la comunidad cristiana palestinense procuraba interpretar la trágica 
muerte de Cristo como la realización de un plan oculto y preestablecido 
por Dios (Hch 2,23; 4,28). En este sentido se dice que Cristo «debía 
morir» (Mc 8,31), como lo predecían las Escrituras del Antiguo 
Testamento (Mc 14,49). En la misma línea de interpretación se 
conciben las profecías de Jesús acerca de su muerte y resurrección, 
todas ellas, muy probablemente, elaboradas después de estos 
acontecimientos (Mc 8,31; 9,31; 14,41). La muerte y la resurrección se 
tornan comprensibles si se insertan dentro del plan de Dios. Pero no 
bastaba comprobar la «necesidad» histórico-salvífica del camino 
cruento de Jesús. Se procuraba descifrar su sentido secreto. ¿Qué 
significado tiene la muerte violenta del justo? ¿No había dicho el Cristo 
terrestre: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»? (Lc 
22,27). La comunidad palestinense interpretó muy pronto la muerte de 
Cristo como la forma extrema del servicio a la humanidad. Y en este 
contexto se dice que «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, 
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). 
Esta interpretación fue posible porque en los ambientes del judaísmo 
tardío y helenístico circulaba la idea de que la muerte de los mártires y 
hasta la de los niños inocentes era capaz de asumir carácter vicario y 
redentor en favor de los pecadores (2 Mac 7,32.37; cf. 7,18; 2 Mac 
6,28s; 17,20-22; 18,4). Isaías 53 se refiere claramente al Siervo 
sufriente que «tomó sobre sí nuestras enfermedades y se cargó con 
nuestros sufrimientos» (4). Aunque inocente, «el Señor hace recaer 
sobre él el castigo de las faltas de todos nosotros» (5). Sin embargo, 
este castigo nos salvó y «fuimos curados gracias a sus padecimientos» 
(6). Con semejante interpretación, la comunidad quería expresar lo 
que ya emergía del comportamiento y palabras de Jesús de Nazaret; 
con su muerte, infligida injustamente, Dios se había vuelto hacia los 
pecadores y perdidos y los convidaba a la comunión con él. Un paso 
adelante supuso la interpretación de su muerte como una expiación 
sacrificial por los pecados del mundo, como aparece en Rom 3,25 y en 
la epístola a los Hebreos. Este pensamiento ya está contenido en las 
palabras de la última cena, cuando se habla de la sangre que será 
derramada por nosotros (Mc 14,24; Lc 22,20; Mt 26,28: «para la 
remisión de los pecados»). Pablo expone otra interpretación de la 
muerte de Cristo en el sentido de que la cruz significa el fin de la ley: 
«quien no conoció el pecado, se hizo pecado por nosotros, para que 
viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5,21). Por la cruz, el 
que era inocente atrajo hacia sí toda la maldición de la ley (Dt 21,23: 
«porque un colgado es una maldición de Dios») y así cumplió todas sus 
exigencias. Con eso ha quedado abolida la ley (Gál 3,13; 2,13s; Ef 
2,14.16).
Todas estas interpretaciones de la Iglesia primitiva son intentos, que 
utilizan el material representativo y su modo particular de ver la 
realidad, de dar sentido a la muerte de Cristo. La resurrección 
proyectó una luz iluminadora sobre el sinsentido de su martirio. Todas 
ellas, a pesar de los diferentes modelos de representación, están de 
acuerdo en que Cristo no murió a causa de sus pecados y culpas (2 
Cor 5,21; 1 Pe 2,21ss; 3,18), sino por la maldad de los hombres. Como 
resulta evidente, la interpretación de la muerte de Cristo como sacrificio 
no es sino una entre otras. Los propios textos del Nuevo Testamento 
no permiten absolutizarla, como sucedió en la historia de la fe, en el 
marco de la Iglesia latina. Debemos decir que Cristo murió a 
consecuencia de la atmósfera y la situación de mala voluntad, de odio y 
cerrazón en que los judíos y toda la humanidad vivieron y viven aún. 
Jesús no se dejó determinar por esta situación, sino que nos amó hasta 
el fin. Asumió sobre sí esta condición pervertida; fue solidario con 
nosotros; murió en solitario, para que nadie en el mundo tuviese ya que 
morir solo; él está con cada uno para hacerlo participar de la vida que 
se manifestó en la resurrección: vida eterna en comunión con Dios, con 
los otros y con el cosmos.

d) La muerte y la resurrección, origen de la Iglesia
El reino de Dios, que en la predicación de Jesús tenía una dimensión 
cósmica. debido al rechazo de los judíos, se realizó en una sola 
persona, ésto es, en Jesús de Nazaret. Como decía Orígenes, Cristo 
es «autobasileia tou Theou»: Dios realizó su reino sólo en su Enviado. 
Así queda abierto el camino para que haya una Iglesia con la misma 
misión y mensaje de Cristo: anunciar e ir realizando poco a poco el 
reino de Dios en medio de los hombres. No sólo a los judíos, sino a 
todos debe ser anunciada la buena noticia de que los hombres y toda 
la realidad tienen un fin bueno, y este fin se llama vida corporal y 
eterna. En medio del mundo, la Iglesia lleva adelante la causa de 
Cristo, la testimonia y simultáneamente la realiza bajo los velos de la fe, 
del amor, de la esperanza y del misterio. La misión surgió de la 
convicción de que el Resucitado, ahora en el cielo, lleno de poderío, es 
el Señor de todas las cosas. Urge anunciar y llevar a todos, judíos y 
paganos, la adhesión a lo que eso significa: el perdón de los pecados, 
la reconciliación, la certeza de liberación de las fuerzas y de las 
potencias que en el mundo se arrogan poderes divinos y quieren ser 
veneradas como tales y la seguridad de que es posible la total apertura 
y acceso a Dios Padre..

4. SIGNIFICADO ANTROPOLÓGICO DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Debido a la resurrección de Jesús, el cristianismo deja de una religión 
nostálgico volcada hacia un pasado. Es una religión del presente, que 
celebra la certeza de una presencia viva y personal. Con ello el 
cristianismo vino a responder a los problemas más acuciantes del 
corazón humano resumidos en la frase: ¿qué será del hombre?

a) Para el cristiano no hay ya utopía, sino solamente topía
El hombre es, por esencia, un ser siempre en camino, que procura 
realizarse en todos los niveles, en el cuerpo, en el alma y en el espíritu, 
en la vida biológica, espiritual y cultural. En esta aspiración se ve 
continuamente obstaculizado por la frustración, el sufrimiento, el 
desamor y la desunión consigo mismo y con los demás. El principio 
«esperanza» que está en él le hace elaborar constantes utopías como 
la República de Platón, la Ciudad del Sol de Campanella, la Ciudad de 
la Eterna Paz de Kant, el Paraíso del Proletariado de Marx, el Estado 
Absoluto de Hegel, la situación de total amor de Teilhard de Chardin o 
incluso el lugar donde no hay lágrimas ni hambre ni sed de nuestros 
indios tiipi--tiaraníes y apapocuvas-guaraníes. Todos gemimos como 
Pablo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7,24). Y 
todos añoramos, con el autor del Apocalipsis, esa situación «en la que 
no habrá ya muerte ni llanto, ni dolor, porque el viejo mundo ha 
pasado» (/Ap/21/04). La resurrección de Jesús quiere ser la 
realización de esta utopía dentro de nuestro mundo. Porque la 
resurrección significa la escatologización de la realidad humana, la 
introducción del hombre cuerpo-alma en el reino de Dios, la realización 
total de las capacidades que Dios colocó dentro de la existencia 
humana. Con ella fueron aniquilados todos los elementos alienantes 
que laceraban la vida, como la muerte, el dolor, el odio y el pecado. 
Para el cristiano, a partir de la resurrección de Jesús, no hay ya utopía 
(en griego: lo que no existe en ningún lugar), sino solamente topía (lo 
que existe en algún lugar). La esperanza humana se realiza en Jesús 
resucitado y ya se está realizando en cada hombre. A la pregunta: 
¿qué será del hombre?, la fe cristiana responde gozosamente: del 
hombre será la resurrección como total transfiguración de la realidad 
humana espíritu-corporal.

b) Dios no sustituyó lo viejo por lo nuevo, sino que convirtió lo viejo en 
nuevo
Hay una pregunta que interesa a todos: ¿cómo habremos de resucitar? 
San Pablo, teniendo ante sus ojos a Jesús resucitado, responde que 
los muertos resucitarán incorruptos, con gloria y fortaleza, con una 
realidad humana totalmente llena de Dios . (1 Cor 15,42-44). Habla 
incluso de un cuerpo espiritual (44a.b). Sin embargo, conviene aclarar 
que «cuerpo», para la mentalidad paulina y semita, no designa uno de 
los dos componentes del hombre, distinto del «alma». Cuerpo es el 
hombre todo entero (cuerpo-alma), persona, en relación con los otros. 
Cuerpo es el hombre en cuanto capaz de comunicación. Ahora, en la 
presente situación, el hombre-cuerpo posee una vida terrestre y 
perecedera. Por la resurrección, el hombre-cuerpo recibe una vida 
inmortal que viene de Dios, libre de cualquier amenaza de corrupción. 
El hombre-cuerpo se transforma de carnal en espiritual (esto es, lleno 
de Dios). Pablo insiste: «Es necesario que este ser (hombre-cuerpo) 
corruptible se revista de incorruptibilidad y que este ser mortal 
(hombre-cuerpo) se revista de inmortalidad» (1 Cor 15,53). El 
hombre-cuerpo, en su condición natural (carne y sangre), «no puede 
heredar el reino de los cielos» (resurrección, 1 Cor 15,50a). Necesita 
transformarse (52b: "que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor 
5,4c). No se piense que el cuerpo resucitado es algo absolutamente 
nuevo. Dios no sustituyó lo viejo por lo nuevo, sino que convirtió lo 
viejo en nuevo. Cuerpo tampoco es el cadáver ni el conglomerado 
físico-químico de nuestras células vivas. Es algo más profundo, es la 
conciencia de la materia humana o el espíritu que se manifiesta y 
realiza en el mundo. La materia de nuestro cuerpo se transforma y se 
modifica de tiempo en tiempo, manteniendo siempre nuestra identidad 
corporal. Cuando decimos yo expresamos nuestra identidad 
espíritu-corporal. Ahora bien, la resurrección transforma nuestro yo 
espíritu-corporal a imagen de Jesús resucitado.

c) El fin de los caminos de Dios es el hombre cuerpo
RS/ESPACIO-TIEMPO: Si el hombre-cuerpo es el hombre todo entero en 
su capacidad de comunicación, entonces la resurrección lo concreta y 
potencia al máximo. Ya en su situación terrestre, el hombre-cuerpo es 
comunión y presencia, donación y apertura a los otros, pues el cuerpo 
es lo que nos hace presentes al mundo y a los otros. No obstante, ese 
mismo cuerpo, al tiempo que comunica, impide la comunicación. No 
podemos estar en dos lugares. Estamos presos en el espacio y en el 
tiempo. La comunicación es un proceso de códigos y símbolos, 
generalmente ambiguos. Por la resurrección, todos estos obstáculos 
quedan destruidos, reina la total comunión, se da absoluta 
comunicación con las personas y cosas. El hombre. ahora 
espíritu-corporal, adquiere una presencia cósmica. Como se ve, el fin 
de los caminos de Dios reside en el hombre-cuerpo completamente 
transfigurado y hecho total apertura y comunicación.

d) ¿La resurrección en la muerte?
RS/EN-LA-MUERTE: Las fuerzas del siglo futuro ya están actuando en 
el corazón del viejo mundo (Heb 6,5). Por la fe y la esperanza, por el 
seguimiento de Cristo y por los sacramentos, el germen de la 
resurrección (Jesús mismo) queda depositado en la realidad del 
hombre-cuerpo. No se perderá con la muerte: «El que cree en el Hijo 
tiene vida eterna» (Jn 3 36; 3.15-16.36; 11,26; 5,24). Todos los que se 
revistieron de Cristo son nueva criatura (Gál 3~27 y 2 Cor 5,17 ). El 
«estar en Cristo» es primicia de vida resucitada y la muerte es una 
forma de «estar en Cristo» (Flp 1,23: 2 Cor 5,8; 1 Tes 5,10). Nosotros 
seremos transformados a semejanza de Cristo (Flp 3.21). Entonces 
todo lo que en el hombre está en germen recibirá con la muerte 
realidad plena y carácter definitivo. Como la muerte es el paso a la 
eternidad, en la cual no existe el tiempo, no hay ninguna repugnancia 
en admitir que ya se realiza en ella la escatología última de la 
resurrección de los muertos. La parusía final revelaría lo que ya se 
verificó en el fin del mundo personal. El hombre, unidad cuerpo-alma, 
entra, ya con la muerte, en la total y definitiva realización de aquello 
que él sembró en la tierra: resurrección para la vida o para la muerte. 
El cadáver puede permanecer y ser entregado a la corruptibilidad: 
nuestro verdadero cuerpo personalizado por el yo (que es más que 
materia físico-química) participará de la vida eterna. Con optimismo 
cristiano nos enseña el Vaticano II: «Ignoramos el tiempo en que se 
hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco 
conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de 
este mundo, afeada por el pecado, pasa; pero Dios nos enseña que 
nos prepara una nueva morada y una nueva tierra... No obstante, la 
espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien avivar la 
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la 
nueva familia humana, el cual puede, de alguna manera, anticipar un 
vislumbre del siglo nuevo... El reino está ya misteriosamente presente 
en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección» 
(Gaudium et spes 39).
....................
1 Juan 21 es considerado un apéndice posterior al Evangelio. La aparición ahí 
narrada se interpreta más coherentemente si admitimos que reelabora una 
tradición prepascual sobre la vocación de los discípulos (Lc 5,1.11), ahora contada 
nuevamente a la luz de la resurrección con una clara intención de relacionar el 
ministerio de Pedro con el poder de Cristo resucitado: P. Benoit, Passion et 
résurrection du Seigneur, op. cit., 337-353.
2 El kerigma fundamental se expresa ahora así: «Estuve muerto, pero ahora estoy 
vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Ap 
1,18; cf. Rom 6,10).
3 Quelle es una palabra alemana que significa fuente y es un término técnico de la 
exégesis moderna: pertenecen a la Quelle (o simplemente Q) los textos de los 
sinópticos que no están en Marcos, pero que son comunes, aunque a veces con 
pequeñas variantes, a Lucas y Mateo. 

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981. Pág. 144-159