LA EJECUCIÓN DE JESÚS DE NAZARET
Desgraciadamente, sabemos muy pocos detalles de la la vida de
Jesús de Nazaret. Los testimonios no cristianos sobre él son
escasísimos. Por ejemplo, Josefo, un historiador judío de aquella
época, se limita a mencionarle en un libro que escribió hacia el año
93 ó 94:
"Anás convocó una asamblea de jueces e hizo comparecer a
Santiago, hermano de Jesús llamado el Cristo y a algunos otros, y
presentó contra ellos la acusación de ser transgresores de la ley, y los
condenó a ser apedreados"1.
Y hacia el año 116 ó 117 Tácito hace de él este juicio tan poco
amistoso:
«Cristo había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurado
Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida,
irrumpía de nuevo no sólo en Judea, origen del mal, sino también por la
Ciudad (de Roma), lugar en el que de todas partes confluyen y donde se
celeb
tros no tardáramos tanto como ellos en descubrirlo. Recordemos
que el talante midráshico no vacila en dejar correr la fantasía para
servir mejor a la teología que a la historia.
Y ahora es muy difícil separar en cada caso los hechos y
palabras que realmente son históricos del ropaje midráshico con
que han llegado hasta nosotros. Seleccionar los "ipsissima verba
et facta Jesu" (las mismísimas palabras y obras de Jesús) es una
auténtica cruz para los exegetas, a pesar de que el Nuevo
Testamento, traducido a mil quinientas lenguas, es, sin duda, el
libro más y mejor analizado de toda la historia de la literatura.
Hoy existe la convicción generalizada de que es imposible
escribir una biografía detallada de Jesús.
Ni siquiera sabemos exactamente cuándo nació. Probablemente
fue el año 6 ó 7 a. C. Desde luego, "en tiempos del rey Herodes"
(Mt 2, 1) y, por tanto, antes del año 4 a. C., fecha en que falleció
Herodes I. De modo que por un error de Dionisio el Exiguo -abad
de un monasterio romano al que se encomendó en el siglo VI
hacer los cálculos para implantar el calendario cristiano- nos
encontramos ahora con la paradoja de que Cristo nació "antes de
Cristo".
Tampoco consta que naciera el 25 de diciembre. En esa fecha
celebraba el mundo romano la fiesta del dios Sol, y al cristianizarse
el Imperio se empezó a conmemorar en su lugar el nacimiento de
Jesús, simplemente porque alguna fecha había que elegir y Cristo,
al fin y al cabo, es el "Sol verdadero que alumbra a todo hombre".
Además es probable que Jesús no naciera en Belén sino en
Nazaret; pero siendo este lugar irrelevante desde el punto de vista
teológico (cfr. Jn 1, 4ó), Lucas adelantó unos años el censo de
Augusto -que realmente debió ser el año 6 d. C.- para que pudiera
nacer en Belén (2, 1-7), donde "debía" nacer: "Tú, Belén Efratá,
aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti ha de salir
aquel que ha de dominar en Israel." (Mi 5, 1; cfr. Mt 2, 4-ó.)
¿Qué decir de los milagros? J/MILAGROS
Tampoco es fácil determinar con exactitud cómo fueron los
milagros de Jesús.
Es indudable que en él se dieron acciones singulares que sus
enemigos atribuyeron a "causas diabólicas" (Mc 3, 22) y sus
discípulos al poder de Dios. De hecho, el Talmud (siglo IV) dice de
Jesús que "ha practicado la hechicería y ha seducido a Israel" 3, y
Justino lamenta que los judíos "tuvieron el atrevimiento de decir
que era un mago y seductor del pueblo" 4.
Los evangelios narran con detalle más de treinta milagros
realizados por Jesús (tres resurrecciones, ocho milagros sobre la
naturaleza -como la tempestad calmada o la transformación del
agua en vino- y veintitrés curaciones). Además, de forma genérica,
hablan de "otras muchas" curaciones .
Pero resulta difícil determinar cómo transcurrieron los hechos
porque en las narraciones observamos el mismo proceso de
amplificaciones sucesivas a partir de un sobrio relato inicial que ya
vimos en las plagas de Egipto: Se pasa de un enfermo a dos, de
4.000 alimentados a 5.000, de siete canastas sobrantes a 12...
Sí está a nuestro alcance, en cambio, interpretar correctamente
su sentido. Ante todo, no debemos fatigar el cerebro investigando
si tales hechos supusieron siempre una derogación de las leyes de
la naturaleza porque esa problemática es totalmente ajena a la
Biblia. Los hombres del tiempo de Jesús ni siquiera sabían que la
naturaleza tuviera leyes. También el trueno y el relámpago eran
entonces "milagros" divinos, a pesar de que hoy sepamos que
tienen una explicación perfectamente natural.
El camino fructífero es éste: Comparar los milagros evangélicos
con otras colecciones de milagros (disponemos de varias, porque
en aquel tiempo los magos gozaban de general credibilidad). Los
contrastes hablan por sí solos.
En las colecciones ajenas al Evangelio es fácil encontrar:
1. Milagros jocosos, como el recogido en la tercera inscripción
del templo dedicado a Esculapio en Epidauro: Istmonike pidió
quedar embarazada, y se le cumplió el deseo. Como al cabo de
tres años no daba a luz, volvió al santuario y Esculapio le explicó
que ella sólo había pedido un embarazo, no un parto.
2. Milagros lucrativos. En la cuarta inscripción de dicho templo
consta cómo el mismo Esculapio fijó los honorarios que debía
percibir por complacer a sus "clientes".
3. Milagros punitivos, normalmente por desconfiar o no pagar
diligentemente los honorarios5.
4. Y hasta milagros para alcanzar fines inmorales o amores
ilegítimos, como los que abundan en el Diálogo de Luciano de
Samosata.
Resulta obvio que los evangelios nos trasladan a un paisaje muy
diferente; tanto que ni siquiera suelen emplear la palabra thauma
("milagro"). Juan habla casi siempre de semeia (signos, señales).
De hecho, Jesús se lamenta de que habitualmente valoren sus
milagros por su utilidad, sin captar su significado: "Vosotros me
buscáis no porque habéis visto señales, sino porque habéis
comido de los panes y os habéis hartado" (Jn 6, 26).
El significado que quiere dar a sus milagros es muy preciso:
Desde que él ha llegado, este mundo está resquebrajado y se
manifiestan ya los frutos del Reino de Dios que ocupará su lugar.
Por eso Jesús no realiza cualquier milagro -incluso rechaza como
tentación satánica los que no pasarían de ser una simple
exhibición personal: Mt 4, 1-11; Lc 11, 9-, sino solamente aquellos
que, al vencer los distintos males que afligen al hombre
(enfermedad, muerte, hambre...) sirven para mostrar la presencia
del Reino de Dios.
Sus milagros son predicación hecha sin necesidad de palabras.
Por eso cuando le preguntan los discípulos del Bautista si él es el
Mesías que había de venir o tienen que seguir esperando a otro,
responde: "Id y contad a Juan lo que oís y véis: los ciegos ven y los
sordos oyen; los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la
Buena Nueva" (Mt 11, 4-5).
Así, pues, la aparición de una nueva creación explica los
milagros: Son presagios de la victoria final del bien sobre el
pecado, la enfermedad y la misma muerte. Marcos los llama fuerza
(dynamis) del Reino.
El hombre para los demás J/H-LIBRE
De esta forma hemos tenido acceso a lo esencial de la figura de
Jesús. Desde luego, no podremos precisar muchos detalles de su
vida, pero en cambio el conjunto resulta transparente: Hizo del
Reino de Dios su propia causa y no vivió para otra cosa, hasta el
extremo de olvidarse de sus intereses personales. "El hombre para
los demás", le llamó certeramente Bonhöeffer 6.
El nunca explicó apodícticamente en qué consistía el Reino. Se
supone que el pueblo lo sabía perfectamente; desde luego, no con
conceptos claros y distintos, pero sí como totalidad significativa:
Una vida nueva en la que cualquier hombre será hermano para
otro hombre porque todos reconocerán a Dios como Padre; donde
habrán desaparecido las enfermedades y hasta la muerte
habrá sido vencida... en resumen: La salvación.
Jesús se caracterizó por una insobornable libertad. Al dar un
valor absoluto al Reino relativizó todo lo demás:
Se mantuvo libre frente al dinero:
"No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro
cuerpo, con qué os vestiréis... Mirad las aves del cielo: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta... Buscad primero el Reino y su justicia, y todas esas cosas se
os darán por añadidura" (Mt 6, 25-33).
Se mantuvo libre frente a la ambición de honores y poder:
"Dándose cuenta de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para
hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo" (Jn 6, 15).
Se mantuvo libre frente a los poderosos:
"Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la
levadura de Herodes" (Mc 8, 15).
"Le dijeron: Herodes quiere matarte (...) y él les dijo: Id a decir a ese
zorro..." (Lc 13, 31-32).
Se mantuvo libre frente a las ataduras familiares egoístas:
"¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 22 51).
"¿Quién es mi madre y mis hermanos...?" (Mc 3, 33)
Se mantuvo libre frente a cualquier grupo político o religioso:
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos...!" (Mt 23, 13-32).
"Había tapado la boca a los saduceos..." (Mt 22, 34).
Se mantuvo libre frente a la Ley:
"Habéis oído que se dijo... pues yo os digo..." (Mt 5, 21 y ss.).
"Quedaron asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como
quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mc 1, 22).
Se mantuvo libre frente a los ritos religiosos:
"El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado" (Mc 2, 27).
San Juan Crisóstomo ha expresado muy bien que la libertad de
Cristo es la del que nada tiene que perder:
"No hay nada que dé tanta libertad de palabra, nada que tanto ánimo
infunda en los peligros, nada que haga a los hombres tan fuertes como el
no poseer nada, el no llevar nada pegado a sí mismo. De suerte que
quien quiera tener gran fuerza, abrace la pobreza, desprecie la vida
presente, piense que la muerte no es nada. Ese podrá hacer más bien a
la Iglesia que todos los opulentos y poderosos; más que los mismos que
imperan sobre todo" 7.
La confianza en Dios J/CONFIANZA-EN-D
Cristo también experimentó, naturalmente, el drama de todo
hombre libre: Sentirse solo a pesar de estar rodeado de gente.
Sus mismos discípulos no le acababan de entender:
"No habían entendido (...), sino que su mente estaba embotada" (Mc
6, 52).
"¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia?" (Mc 7, 17-18).
Jesús llegó a sentirse solo incluso entre quienes le seguían:
"Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía
necesidad de que se les diera testimonio acerca de los hombres, pues él
conocía lo que hay en el hombre" (Jn 2, 24-25).
Sus mismos parientes le creían loco:
"Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues
decían: Está fuera de sí" (Mc 3, 21).
Sin embargo, todo lo que sintió de incomunicabilidad ante los
hombres sintió de relación personal e íntima con Dios. El nombre
que usaba para referirse a Dios era el vocablo arameo Abbá,
"papá". Él habla con Dios como un niño con su padre, lleno de
confianza y seguro, pero, al mismo tiempo, respetuoso y pronto a
obedecer.
Precisamente gracias a su intimidad con el Padre, no le
abrumaba la soledad humana: "Me dejaréis solo; aunque no estoy
solo, porque el Padre está conmigo (Jn 16, 32).
El silencio de Dios
Su tiempo le pasó la factura. La predicación del Reino era un
atentado contra el viejo mundo y el estilo de vida de sus
habitantes:
"Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo
de obrar (...) Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos
es insufrible, lleva una vida distinta de todas (...) Se aparta de nuestros
caminos como de impurezas (...) condenémosle a una muerte afrentosa"
(Sab 2, 12-20).
Ocurrió algo curioso: Grupos que parecían enemigos
irreconciliables se pusieron de acuerdo contra Jesús: los fariseos
porque rompía todos sus esquemas (cfr. Lc 15, 2), Pilato porque
defendía el pan de sus hijos (cfr. Mt 27, 24), los sacerdotes
"porque le tenían miedo" (Mc ll, 18). En definitiva, que todos
coincidieron contra Jesús:
"Antes de que perezca la nación entera, es preferible que uno muera
por el pueblo" (Jn 11, 50).
Su condena no fue un error. Murió como un delincuente:
"Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir" (Jn 19,
7). En un mundo como el nuestro no hay lugar para los profetas.
¡Incluso Barrabás fue preferido a Jesús! Ese bandido trastornaba
menos la vida cotidiana y los negocios de la gente que Jesús.
La muerte de Jesús fue el precio de su libertad. No tenía nada
de diplomático ni era "hombre de equilibrio". Pilato se extrañó de
que no buscase ninguna cobertura; esperaba ciertamente que
Jesús apelase a su clemencia. Habría sido una ocasión excelente
para mostrar su poder (los ricos saben perdonar muchas ofensas
a quienes les van a pedir dinero o recomendación). Todo indica
que una petición suficientemente humilde habría bastado para
satisfacer la vanidad del representante romano:
"¿A mí no me hablas? ¨No sabes que tengo poder para soltarte y
poder para crucificarte?" (Jn 19, 10).
Jesús fue víctima consciente y deliberada de su radicalismo. En
esta tierra sólo se salva quien acepta negociar.
Entre los suyos cundió el desánimo: "La muerte del pastor
dispersó a las ovejas" (Mt 16, 31). Y no es para menos: "La mort
est necessairement une contre-revolution", se leía en mayo de
1968 en un mural de París.
Y Jesús tuvo que afrontar solo la muerte porque todos le
abandonaron. Llegó a mendigar consuelo en Getsemaní cuando
fue por tres veces en busca de sus discípulos y los encontró
dormidos.
En su final se hizo presente todo lo que hace de la muerte algo
aterrador: el sufrimiento corporal, la tremenda injusticia con que se
le condenó, la burla de los enemigos, el fracaso de la obra de su
vida, la traición de los amigos... Y. sin embargo, lo peor no fue
nada de eso.
En el Antiguo Testamento existía una convicción muy arraigada
que podría expresarse así: No temas, cuando uno es fiel, Dios
acude a salvarle y no le oculta su rostro. Todo el libro de Daniel es
una exposición de este principio (una vez más: al estilo que
corresponde a una cultura narrativa): a los tres muchachos judíos
que se niegan a comer alimentos prohibidos los engorda Dios
milagrosamente (1, 3-15), el fuego no toca a Azarías y sus
compañeros que fueron arrojados al horno por no postrarse ante
la estatua de Nabucodonosor (3, 46-50), Daniel sale vivo del foso
de los leones al que le habían arrojado por no rezar a Darío (6,
1-25), Susana es librada de las falsas acusaciones contra su
honra (13), etc., etc.
Tanto Jesús como sus verdugos compartían el principio de que
Dios salva siempre al inocente. Por eso llega la prueba de fuego
cuando se mofan de él diciendo:
"Sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz"
(/Mt/27/40).
"Ha puesto su confianza en Dios: Que le salve ahora, si es que de
verdad le quiere, ya que dijo: Soy Hijo de Dios" (Mt 27, 43).
D/SILENCIO: Pero Dios guardaba silencio. Un silencio atroz que
parece dar la razón a quienes le habían condenado.
Ese es el momento más duro de la muerte de Cristo. Se pone a
prueba lo que había sido su único apoyo en vida: La conciencia de
Hijo frente a su "Abbá". Y en la desesperación se le escapa un
grito terrible:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34).
Aquí está lo específico de la muerte de Cristo: No en morir como
un profeta, que es una muerte gloriosa, sino en morir como Hijo
abandonado. Al Bautista le mató Herodes, y esto permitía leer su
muerte como un martirio. A Jesús le matan los representantes de
Dios (los sacerdotes) y, con ellos, todos, mientras Dios calla.
Tan incomprensible le resultaba a Mahoma que Dios pudiera
haber abandonado a una figura de la talla de Jesús que afirma en
el Corán que "no lo mataron y no lo crucificaron, sino que así les
pareció" 8, pero ocurrió que le sustituyó otra persona en la cruz.
La confianza a pesar de todo
La afirmación de que Jesús experimentó el abandono del Padre
en el Calvario puede parecer un sinsentido a quienes piensen: Si
Jesús sabía que iba a resucitar, no pudo sentirse abandonado.
Pero, ¿verdaderamente sabría Jesús que iba a resucitar? Hubo
un tiempo en que se exageró la ciencia de Jesús hasta límites
extravagantes 9, e incluso la Comisión Teológica preparatoria del
Vaticano II elaboró un esquema en el que se afirmaba que Jesús
fue en todo semejante a nosotros "menos en el pecado y la
ignorancia' 10. Afortunadamente fue echado abajo por los padres
conciliares que consideraron que eso sería corregir a la Sagrada
Escritura. En efecto, ésta dice únicamente "excepto en el pecado"
(Heb 4, 15). En capítulos posteriores veremos con cuánta
frecuencia hemos afirmado la divinidad de Jesús a costa de
olvidarnos de su humanidad.
Es muy posible, entonces, que Jesús no supiera que iba a
resucitar. Los anuncios de la resurrección que los evangelistas
atribuyen a Cristo antes de su muerte serían "vaticinia ex eventu",
es decir, profecías formuladas después del cumplimiento y puestas
en boca de Jesús Ya hemos dicho con cuánta libertad trataban la
historia para que sirviera a su proyecto teológico.
En tal caso, Jesús se habría enfrentado a la muerte en medio de
una auténtica "noche oscura". Pero, eso sí, en el momento de la
prueba terrible se sobrepuso y reafirmó su fe en lo que siempre
había creído:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46).
Realmente, ya estaba implícita esta expresión de confianza en la
queja anterior ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?") puesto que se trata de la primera frase del salmo
22 y para la espiritualidad judía citar el comienzo de un salmo
equivale a citar el salmo entero. Ese salmo expresa la convicción
de que Dios está cerca, incluso en momentos que impiden
experimentar empíricamente su presencia (léanse los versos
25-30).
Jesús no sabia cómo, pero pensó que Dios haría justicia al final.
Se aplicó a Sí mismo el consejo que había dado a sus discípulos:
"No os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí
mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal" (Mt 6, 34)
PROVI/MAGIA: Y así murió el Hijo de Dios. ¡Qué contraste con
las muertes de Moisés, Buda, Confucio... ! Todos ellos murieron en
edad avanzada, coronados de éxitos a pesar de los desengaños,
rodeados de sus discípulos y seguidores. En el Calvario
aprendemos que quien quiera creer en el Dios de Jesús quizá no
deba esperar el destino de Daniel o de Susana, sino el de Jesús.
La cruz de Cristo coloca al cristiano, paradójicamente, en una
situación muy parecida a la del ateo: Ninguno de los dos puede
vivir esperando soluciones mágicas de Dios.
LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL
ESTA ES NUESTRA FE
TEOLOGIA PARA
UNIVERSITARIOS
Sal Terrae, Santander-1985. Págs.
39-51
....................
1 FLAVIO JOSEFO, Antigüedades judías, lib. 20, 9, I, párrafo 200. Otro texto
mucho más expresivo (en el lib. 18, 3 3, párrafos 63-64) no reúne garantías
de ser auténtico.
2 CORNELIO TÁCITO, Anales, lib. 15, núm. 44; Gredos, Madrid, 1980, pp.
244-245.
3 TALMUD BABILÓNICO, Tratado Sanhedrín, 43 a,
4 SAN JUSTINO, Diálogo con Trifón, 69, 7; en Padres Apologistas Griegos,
BAC, Madrid, 1954, p. 429.
5 MIGROS/VENGANZA VENGANZA/MILAGROS: Es de notar que en el
Antiguo Testamento y en los evangelios apócrifos sí que aparecen milagros
punitivos, pero nunca en el Nuevo Testamento. Recordemos cómo Eiseo
maldijo a unos niños pequeños que se burlaban de su calva y dos osos
salieron del bosque y destrozaron a cuarenta y dos niños (2 Re 2, 23-24)
EVS/APOCRIFOS: Más llamativos todavía resultan los milagros que el
evangelio apócrifo del Pseudo-Tomás atribuye al niño Jesús: Con sus
maldiciones quita la vida a un muchacho que chocó contra él, al maestro que
le pegó en la cabeza... hasta el extremo que san José tiene que decir a María
"que no le dejara salir de casa, porque todos los que le enojaban quedaban
muertos". (Evangelio del Pseudo-Tomás 14, 3; en SANTOS OTERO, Los
evangelios apócrifos BAC, Madrid, 2ª ed., 1963, p. 298.)
6 DIETRICH BONHÖEFFER. Resistencia y sumisión, Sígueme, 2ª ed.,
Salamanca, 1983, p. 266.
7 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía II sobre Priscila y Aquila, 4; PG 51,
203.
8 MAHOMA, El Corán, 4, 156; Aguilar, Madrid, 6ª ed., 1973, P. 175.
9 J/SABIDURIA-HUMANA: Un teólogo escribió: "No puede haber frontera
alguna a su conocimiento del espacio, conoce el mundo material, sabe el
número de los astros que lo componen, mide las distancias que los
separan, hace ia ecuación de los caminos que siguen, conoce la geografía y
la geología, la historia y los destinos dei hombre": J. CHOLLET, La science
infuse du Christ: Revue des Sciences Ecclesiastiques (1903) 125-126.
10 Schema Constitutionis Dogmaticae de Fontibus Revelationis, Ciudad
del Vaticano, 1962, p. 14.