JESÚS,

SIGNO DE CONTRADICCIÓN


Cuando ejecutaron a Jesús, todo el mundo estuvo de acuerdo en 
que era una medida necesaria y prudente, una medida exigida por 
la sensatez. 
Es verdad que cada grupo tenia sus razones propias para estar 
convencido de la prudencia y de la necesidad de esta ejecución. El 
ejército estaba convencido de que Jesús era un revolucionario 
político; las autoridades civiles, de que perturbaba el orden público; 
los piadosos, de que era un idealista iluminado; los revolucionarios, 
de que en secreto era un archiconservador; la gente del pueblo 
pensaba, finalmente, que, a pesar de las esperanzas que había 
suscitado, no era capaz de resolver los problemas reales de su 
vida.
Es verdad que tal unanimidad, en la que cada uno persigue unos 
objetivos que le son propios, siempre resulta sospechosa. Pero no 
deja de manifestar que nadie había llegado a reivindicar a Jesús 
para si mismo y para su programa, a anexionárselo. Algunas 
mujeres, es verdad, lloraron en su tumba, algunos pecadores y 
cobradores de impuestos conservaban, sin duda, buenos recuerdos 
de él. Pero a la hora de la verdad incluso éstos le habían 
abandonado porque ya no le entendían. 
Con todo, Jesús nunca había provocado a nadie, nunca había 
ofrecido resistencia abiertamente a nadie. Pero había llegado a 
excitar la contradicción de todos, incluidos los que le invocaban. 
Podríamos decir, por tanto, que Jesús había llegado a tocar el 
punto débil de cada uno, el punto donde cada uno es susceptible y 
que cuando se lo tocan acaba por ponerse en contra de él, 
abiertamente o a escondidas, activa o pasivamente, según el 
temperamento de cada uno. 
Es un éxito sorprendente y casi único en la historia del mundo: 
todos estaban contra él, y ninguno a favor de él, cuando fue 
ejecutado. Suscitó esperanzas; pero, en cuanto un grupo se 
entusiasmaba y quería integrarlo en su programa, lo decepcionaba. 
Curó a ciegos, y muchos esperaron los milagros del fin de los 
tiempos; pero no hubo más que unos pocos ciegos curados entre 
millones, y Jesús no hizo nada por crear casas o centros de 
asistencia para los ciegos. 
Se tomó con tanta seriedad las promesas de Dios que muchos 
vieron en él al Mestas que había de venir, pero nunca exhortó a 
tomar la espada y emprender con la ayuda de Dios la guerrilla 
contra los romanos. Proclamó felices a los pobres, y muchos 
pensaban que entonces tomaría su partido y provocaria la caída de 
los ricos y de los poderosos, pero no hizo nada en concreto de cara 
a un nuevo orden social, ni tan sólo de cara a la abolición de la 
esclavitud. Y, con todo, su impacto fue tan fuerte que de la izquierda 
a la derecha, de los pobres hasta los ricos, de la gente piadosa 
hasta los descreídos, todos se lanzaron contra él, contra este signo 
de contradicción. Y este signo de contradicción lo sigue siendo de 
tal manera que, hasta ahora, es un poco como el péndulo de un 
reloj que, en todo el mundo, despierta una y otra vez las 
conciencias, pone en marcha movimientos y desencadena la 
contradicción contra condiciones inhumanas.

E. Schweizer
ICTYS 1990-11