¡ERA EL HIJO DE DIOS!

A partir de la resurrección de Jesús, para los discípulos se hizo evidente que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hech 4, 12). Empezaron a llamarle "el Salvador": No había otro. Y esto da que pensar.

Es verdad que Jesús de Nazaret anunció un Dios que se preocupa de los más desvalidos, ofreció un futuro que llamó Reino de Dios y dio la vida por él. Pero apenas veinticinco años después, el emperador romano Nerón condenó a muerte a Séneca por recordarle insistentemente que debía proceder con mayor justicia y misericordia. ¿Por qué decimos que "Jesús nos salva" y no que "Séneca nos salva"?

Más claro todavía: Si habíamos concluido la reflexión sobre el pecado original convencidos de que el hombre, abandonado a sus propias fuerzas, no puede salvarse, y ahora decimos que Jesús nos salva, es imposible eludir este interrogante: ¿Qué relación guarda Jesús de Nazaret con Dios?

En definitiva, estamos frente a la pregunta que Jesús lanzó a los suyos: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" (Mc 8, 27); pregunta que la humanidad lleva siglos respondiendo.

Algunos de sus contemporáneos fueron viendo que era más que Abraham (Jn 8, 53), más que Moisés (Mt 5), más que Jonás (Lc 11, 32), más que David (Mt 22, 45), más que Salomón (Mt 12, 42), más que Jacob (Jn 4, 12), más incluso que el templo mismo (Mt 12, 6)...

Después de la resurrección, la comunidad cristiana manifestó su entusiasmo asignándole multitud de títulos. El Nuevo Testamento ha recogido más de cincuenta: Hijo del Hombre, Señor, Mesías, Cristo, Hijo de David, Siervo de Dios, Salvador, Hijo de Dios, Palabra de Dios... E incluso empezaron a preocuparse por la realidad intradivina de Cristo: Flp 2, 6; Heb 1, 3; Jn 1, 1...

Había nacido la cristología, es decir, el intento de explicar el misterio de Jesús.

Concilio de Calcedonia:

Los años no pasan en balde

Una vez concluido el Nuevo Testamento, el proceso de profundización cristológica siguió adelante. La difusión del cristianismo en el ámbito de la cultura helenista exigía expresar la originalidad de Jesús de Nazaret en las categorías de la filosofía griega. Y se intentó. El pueblo entero participaba en los debates teológicos con auténtica pasión. Así refleja san Gregorio de Niza (334-394) las charlas cotidianas de su tiempo: "Preguntas por el precio del pan y te responden que 'el Padre es mayor que el Hijo y el Hijo está subordinado al Padre'. Preguntas si el baño está preparado y te responden: 'El Hijo fue creado de la nada'." 1

Tras no pocas vicisitudes, el Concilio de Calcedonia (año 451) concluyó con la conocida fórmula de que en Cristo hay "dos physis (naturalezas), sin confusión, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de physis por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada physis su propiedad y concurriendo en una so]a prosopon (persona) y en una sola hypostasis (sustancia)"2.

A partir de ese momento se detuvo el proceso de reflexión cristológica como si se hubiera tocado techo. En vez de seguir el pueblo de Dios, como hasta entonces, reelaborando constantemente su comprensión de Jesús, se fosilizó la fórmula de Calcedonia, que se ha venido repitiendo hasta hoy, traducida literalmente a las lenguas modernas, como si esa fuera la mejor forma de conservar la verdad.

Por desgracia, ocurre justamente lo contrario. Esa fórmula ha perdido hoy gran parte del valor que tuvo en el siglo V, y esto por las siguientes razones:

1. El lenguaje es siempre insuficiente.

LENGUAJE/REALIDAD: Ni por una palabra ni por un conjunto de ellas puedo captar totalmente la realidad. Siempre queda una diferencia entre lo que quiero decir y lo que digo, porque hay una fundamental inadecuación e insuficiencia del lenguaje. Y si esto ocurre al hablar de las cosas humanas, mucho más al pretender referirnos a Dios. Suponer que la fórmula de Calcedonia, o cualquier otra por buena que sea, expresa inequívocamente el Misterio es una ingenuidad, como ya dijo bellamente ·Agustín-san

D/INCOMPRENSIBLE: "Si lo que se quiere decir lo comprendiste, no es Dios; lo que tú has podido abarcar es cosa bien ajena a Dios (...) Si lo comprendes no es él, y si es él, no lo comprendes." 3

2. Las expresiones sólo son traducibles de manera imperfecta.

Muy bien lo expresa el dicho italiano "traduttore, traditore" (traductor, traidor), y no, naturalmente, por mala fe del traductor, sino porque las experiencias vitales de cada pueblo que han dado lugar a su lengua son diferentes, y por eso nunca significan lo mismo un término de un idioma y el que suele emplearse para traducirlo a otro.

Por ejemplo, un caucasiano, cuya relación fundamental de ternura se establece con su propia hermana y, en cambio, a su mujer no la visita nada más que en secreto, sin atreverse jamás a aparecer con ella en público 4, no podrá nunca entender lo que significa para un occidental el término "esposa". La traducción de este concepto entre ambas lenguas, más que difícil, es imposible. El idioma tiene tal poder configurante que Heidegger pudo decir con razón que su filosofía no podía ser originalmente formulada nada más que en lengua alemana.

Ya lo hacía notar Ben Sira en el prólogo que escribió en griego para el libro del Eclesiástico:

"No tienen la misma fuerza las cosas expresadas originalmente en hebreo que cuando se traducen a otra lengua. Cosa que no sucede sólo en esto, sino que también la misma Ley, los Profetas, y los otros libros presentan no pequeña diferencia respecto de lo que dice el original" (vv. 21-26).

Lo que significaban expresiones como physis, hypostasis, etc., para los griegos del siglo v es sencillamente irrecuperable para nosotros. Vivimos otra experiencia cultural.

3. Las palabras van cambiando de sentido.

Con el correr de los siglos, una lengua viva puede llegar a cambiar tanto el significado de sus palabras y proposiciones que acaben significando cosas totalmente diferentes a las originales.

Y así se da el caso curioso de que el Papa san Dionisio condenó en el año 260 a los que afirmaban tres hypostasis en Dios 5, y posteriormente la Iglesia acabó afirmando precisamente eso. La razón es que en poco más de cien años hypostasis dejó de ser sinónimo de physis y empezó a serlo de prosopon.

Como consecuencia de que la teología actual ha tomado conciencia clara del problema, en vez de repetir rutinariamente la fórmula de Calcedonia, se está esforzando por hallar nuevas formulaciones capaces de decir al hombre contemporáneo lo que aquel Concilio dijo al hombre del siglo V. Igual que pasó entonces, la búsqueda no está exenta de pasos en falso y de llamadas de atención por parte del Magisterio de la Iglesia. Aquí sólo podremos desbrozar el camino.

Jesús es un hombre

Desde luego, intentaremos no perder de vista una intuición fundamental que exigió al Concilio de Calcedonia afirmar simultáneamente la humanidad y la divinidad de Jesús:

-Si Jesús no fuera Dios, sino sólo un hombre (aunque fuera el mejor de todos), no podría salvar. San Clemente Romano, allá por el año 150, decía: "Si colocamos a Jesucristo por debajo de Dios, no podemos esperar mucho de él." 6.

Por eso es obvio que no podemos compartir opiniones como la que sigue:

"Creemos que Jesús ha logrado hacer vibrar la parte más preciosa de los hombres. Eso es todo. Por lo demás, poco nos importa creer que Jesús es verdaderamente el hijo de Dios, que ha resucitado, etcétera. Esto cae, podríamos decir, en el terreno de los lujos metafísicos." 7.

-En segundo lugar, si Jesús fuera Dios, pero no hombre, la capacidad de salvar existiría, pero no habría llegado a nosotros.

J/D-H: La dificultad fue siempre cómo afirmar simultáneamente lo divino y lo humano en Jesús, porque existía el miedo de que a más divinidad, menos humanidad (y viceversa). Esa fue la piedra de tropiezo de las constantes herejías cristológicas, que alternativamente caían en un extremo o en el otro como cuando oscila un péndulo: los judeocristianos negaron la divinidad y los docetas la humanidad; Arrio disminuyó la divinidad y Apolinar la humanidad, etc., etc.

Aristóteles cuenta que unos visitantes quedaron tan sumamente decepcionados al ver a Heráclito calentándose junto al fuego que ya no quisieron saber nada más de él. Les parecía que calentarse era indecente en un filósofo. Algo parecido ha ocurrido con Jesús de Nazaret. El Evangelio más antiguo -el de Marcos- hablaba con toda naturalidad del hombre Jesús (lloraba, se sintió solo, se creyó abandonado por su Padre en el Calvario...), pero debieron causar tal malestar en los creyentes semejantes "debilidades" que los escritos posteriores fueron silenciándolas para que pareciera "más divino".

El proceso no se detuvo ni mucho menos en los escritos del Nuevo Testamento. San Clemente de Alejandría llegó a negar en Cristo... ¡incluso una verdadera digestión y evacuación de la comida!

Fácilmente se ve que así acabamos reduciendo la humanidad de Cristo a una especie de gabán que Dios se pone encima para pasearse "de incógnito" por la tierra pareciendo un hombre; pero, naturalmente, de hombre sólo tendría la apariencia 8.

Hoy ese problema debería estar resuelto. Las críticas de los humanismos recientes nos han hecho comprender que Dios no puede anular al hombre, sino todo lo contrario 9. Dejemos claro, pues, que Jesús fue un hombre, sin miedo de que así no podamos afirmar después su divinidad, porque, como dice Boff, "sólo Dios puede ser tan humano" 10.

Jesús es el Hijo de Dios

Y ahora asomémonos "con temor y temblor" al misterio profundo que se manifestó en ese hombre.

Parece claro que Jesús tenía conciencia de su intimidad con Dios:

-En el Antiguo Testamento se atribuyen ciertos milagros a los profetas, pero siempre los hacen "en nombre de Yahveh". En cambio, Jesús los hace en su propio nombre: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2, 11); "Joven, a ti te digo, levántate...'' (Lc 7, 14).

-Junto a (e incluso "en lugar de") la palabra de Dios pone la suya propia: "Habéis oído que se dijo (por Dios) a los antepasados... pues yo os digo..." (Mt 5, 21 y ss.).

-Se arroga el derecho de decir a una persona concreta: "Tus pecados te son perdonados", lo que escandaliza a muchos: "Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?" (Mc 2, 7).

-Hace valer unas pretensiones que sólo Dios puede tener respecto de los hombres: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37), "el que pierda su vida por mí, la encontrará" (Mt 10, 39).

Tras la resurrección, los discípulos se empezaron a relacionar con él como podrían hacerlo con Dios:

-Igual que Jesús se había dirigido al Padre en el momento de la crucifixión, Esteban se dirige a Jesús cuando le están quitando la vida: "Señor Jesús, recibe mi espíritu (...) Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hech 7, 59-60).

-Los cristianos serán conocidos como "los que invocan a Jesús" (Hech 9, 14 y 21), lo cual es significativo porque el Antiguo Testamento promete la salvación a los que invocan el nombre de Dios.

-En nombre de Jesús -y no en nombre de Dios como los profetas del Antiguo Testamento- Pedro cura al tullido de la Puerta Hermosa (Hech 3, 6).

Pero, a pesar de todo eso, evitaron llamarle "Dios". Casi siempre utilizaron expresiones menos directas: "Hijo de Dios" (Mc 1, 1) "Palabra de Dios" (Jn 1, 1), "Imagen de Dios" (2 Cor 4, 4; Col 1, 15)... Y en las seis únicas ocasiones en que le llaman Dios se cuidan muy bien de no hacerlo como lo hacen con el Padre: El Padre es siempre ho Theos ("el" Dios), y Jesús es Theos, sin artículo.

Podríamos traducir todo eso diciendo que Jesús es aquel ser que resulta cuando Dios se autoexpresa (encarna) de manera definitiva e insuperable; cuando Dios se aliena para poder ser visible ante el hombre y empieza a ser otro sin dejar de ser él mismo. Ya desde san Agustín suele decirse así: Jesucristo es el sacramento de Dios 11.

Anticipemos que sacramento es un signo visible de algo invisible y que además hace realmente presente aquello que significa. Pues bien, Jesús es la "Imagen de Dios invisible" (/Col/01/15) y le hace realmente presente, tanto que "en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Cor 5, 19). Cuando Jesús habla, perdona o alienta, es Dios quien habla, perdona o alienta. Por eso puede decir a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).

La afirmación "Jesús es sacramento de Dios" ha circulado frecuentemente entre nosotros en una versión taquigráfica: "Jesús es Dios". Indudablemente, se trata de una expresión correcta, pero, transmitida de unos a otros como una "píldora catequética" de la que no importa ignorar su contexto, puede producir malentendidos.

La Iglesia ha trazado una frontera, que no debemos` traspasar, al condenar el monofisismo, para el cual lo humano de Jesús se disolvería en lo divino como una gota de vinagre en el océano y quedaría exclusivamente la naturaleza divina 12. Ni que decir tiene que un Jesús monofisita sería tan mitológico como aquellos dioses que, según el canto XX de La Ilíada, bajan a Troya para comer, cantar y, si se tercia, llegar a las manos.

Lo lamentable es que hay cristianos que se creen paladines de la ortodoxia y entienden en sentido monofisita la frase "Jesús es Dios", porque identifican sin más el sujeto y el predicado. Eso se puede hacer cuando decimos "el Padre es Dios" (o "el Hijo es Dios", o "el Espíritu Santo es Dios"), pero no cuando decimos "Jesús -el Hijo encarnado- es Dios", por más que gramaticalmente parezcan iguales las cuatro frases. Como dice el P. Rahner: "No todo el que se escandaliza de la frase 'Jesús es Dios' tiene que ser por ello heterodoxo. Si ya la fe es un misterio, no la gravemos encima con tergiversaciones mitológicas." 18.

LUIS GONZÁLEZ CARVAJAL
ESTA ES NUESTRA FE
TEOLOGIA PARA UNIVERSITARIOS
Sal Terrae, Santander-1985. Págs. 63-72

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1 SAN GREGORIO DE NIZA. Rede über die Göttlichkeit des sohnes, cit. por AFRED LAPPLE, Jesús de Nazaret, Paulinas, Madrid; 2ª ed, 1973, p. 88.

2 Dz 302 (148)

3 SAN AGUSTíN, Sermón 52, 16: PL 38, 360; en Obras de san Agustín, BAC, Madrid, t. 8, 1950, P. 65.

4 Cfr. CLAUDE LÉVI-STRAUSS, Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires, 6ª ed. 1976. pp. 40-41.

5 Dz 112 (48).

6 SAN CLEMENTE ROMANO. Segunda carta a los corintios, 1, 1-2; en Padres Apostólicos. BAC, Madrid, 2ª ed. 1967, p. 357.

7 CLAUDE POULAIN y CLAUDE WAGNON, Et vous, qui dites-vous que je suis?: La Lettre 102 (1967) 19.

8 Esa es la postura del docetismo, herejía de los primeros siglos del cristianismo cuyo nombre viene del griego doqeo (="parecer").

9 Cfr. más adelante el capítulo titulado "Cuando Dios trabaja, el hombre suda".

10 LEONARDO BOFF, Jesucristo el Liberador. Ensayo de cristología crítica para nuestro tiempo, Sal Terrae, Santander, 1980, p. 189.

11 SAN AGUSTIN, Carta 187, 34, PL 33, 845, en Obras de san Agustin, BAC, t. 11, Madrid, 1953, pp. 730-733.

12 Monofisismo viene del griego mono-physis ( = una naturaleza).

13 KARL RAHNER Curso fundamental sobre la fe, Herder, Barcelora, 1979, pp. 340-341.