CREO EN JESUCRISTO HIJO DE DIOS

J/HIJO-DE-D: Una precisión de palabras. Jesús en los Evangelios sinópticos nunca dice directamente quién es. Y nunca dice que El es el Hijo de Dios. Esta expresión equivalía a Cristo, Mesías y suscitaba demasiados equívocos en el espíritu de los contemporáneos. Todo el drama de la vida de Jesús fue precisamente rechazar lo que se esperaba de El. El no quería bendecir unas esperanzas humanas, no quería dejarse absorber por un ideal humano. Por eso mismo San Marcos aguarda a la pasión de Jesús para utilizar la expresión "Hijo de Dios". Cuando Jesús está en Cruz, entonces ya no hay peligro. Se puede proclamar que es el Cristo.

Así tenemos que, de la misma manera que Jesús sacó a la luz la palabra "Mesías", así iluminó la palabra "Dios" y "Hombre" que nosotros utilizamos para acercarnos a su hondo misterio: Jesús, verdaderamente hombre, es el Hijo de Dios.

I. La doctrina de la Encarnación

Según la doctrina tradicional, Jesús es la segunda persona de la Santísima Trinidad, hecha hombre, "encarnada". Los primeros concilios precisaban: en Jesucristo hay dos naturalezas, pero una sola persona real (lo que justifica la expresión: María, madre de Dios). Digámoslo de otro modo: el fondo de la realidad Jesús no es humano. Jesús está enraizado en el misterio de Dios, es Dios quien se expresa realmente, directamente, totalmente en Jesús. En Jesús, Dios se compromete realmente, directamente con una Humanidad. En Jesús, Dios hace suya realmente, directamente una humanidad.

Jesús es el encuentro de dos realidades: el hombre y Dios. No hay confusión: no es ni un semidiós, ni un superhombre. Tampoco yuxtaposición sino unión. Verdadero Dios y verdadero hombre, pero no compuesto. Realmente unificado.

He aquí la doctrina tradicional. Hay que notar que la fórmula "dos naturalezas, una sola persona", es la traducción en filosofía griega de la experiencia espiritual de los cristianos: la expresión está, pues, en relación con la experiencia. Esta experiencia que se expresa generalmente de manera simétrica: "Jesús es Dios manifestado en la carne" o "Jesús es un hombre asumido por el Hijo de Dios, un hombre que es Dios".

Ordinariamente se toma la primera fórmula "Dios hecho hombre". Es doctrinalmente más segura porque acentúa la iniciativa divina y el hecho de que la humanidad de Jesús no era independiente en su fondo, era la humanidad del Verbo. Pero pienso que esta fórmula es, desde el punto de vista de la catequesis, bastante peligrosa. Porque definir la Encarnación "a partir" de la divinidad se traduce en el pensamiento cristiano común por una imaginación que no se critica a sí misma y hace mucho mal. Se imagina el movimiento de descenso del Verbo a la Tierra que se reviste de una humanidad, en ella se compromete más o menos (más bien menos que más, por otra parte), y de todos modos vuelve hacia lo alto en la Resurrección. Esta imaginación es muy respetable, es la del Nuevo Testamento (Fil 2, 6 a 11), está vinculada a la antigua representación del mundo: cielo-tierra-infiernos que guarda siempre su valor simbólico.

Pero esta imaginación de la Encarnación lleva fácilmente a pensar que la Encarnación fue un paso bastante ficticio en la condición humana: Dios se vistió de hombre. De ahí, la tendencia natural a ver un Jesús en dos pisos. Si la planta baja resultaba insostenible, siempre había el recurso de refugiarse en el piso superior.

Ahora bien, la doctrina de la Encarnación insiste: Dios se hizo hombre. No se mojó los pies en la vida humana, se sumergió totalmente en ella. "Se anonadó en Sí mismo."

Por tanto, el acercamiento al misterio de la Encarnación no se hace obligatoriamente a partir de la realidad divina. El Nuevo Testamento parte de la realidad humana de Jesús, del Jesús concreto y descubre, poco a poco, la realidad última de su misterio de hombre excepcional: El es la imagen exacta de Dios. Ciertamente, al llegar a este término, no se puede menos de pensar en la preexistencia del Verbo de Dios: "En el principio era el Verbo... y el Verbo se hizo carne." Pero no lancemos al viento nuestra imaginación: porque ya la tenemos colocando juntas la divinidad del Verbo y la humanidad de Jesús y buscando el modo de unirlas. Ahora bien, la humanidad de Jesús no es una realidad independiente. Es la humanidad del Hijo de Dios.

Resumiendo, yo creo que no se gana nada con subirse a las cumbres de lo alto de la iniciativa divina. Quedémonos en nuestro lugar, el de hombres, que en su camino de hombres encuentran a Jesucristo. Y este Jesucristo real, que sigue viviendo hoy, nos hace la pregunta decisiva: "Según vosotros, ¿quién soy Yo?"

II. La situación actual

Voy a esquematizar de una manera escandalosa. Los dos tipos de hombre que vamos a presentar no existen evidentemente en estado puro. Son dos tendencias que se enfrentan quizá dentro del mismo hombre.

Pienso que actualmente hay dos clases de hombres que se interesan por Jesucristo: unos que yo llamo los místicos y otros los humanistas. Son dos "tendencias" espirituales, a mi modo de ver tan válida la una como la otra. Pienso que se puede abordar el misterio profundo de Jesucristo tanto por una rampa como por otra. Basta con admitir que su "pendiente" no es la única posible y que hay otras. Hay que aceptar, sobre todo, que Jesucristo provoca; contesta nuestro "temperamento" espiritual, le obliga a abrirse y a superarse. El encuentro con Cristo es, tarde o temprano un encuentro con el provocador.

III. La «pendiente» mística

¿Cómo definir el temperamento "místico"? Es la reacción instintiva de los que tienen naturalmente sed "de un más allá del hombre". Aquellos que sienten la proximidad de otro mundo ("la verdadera vida está en otra parte") y que tienen verdadera envidia de pasar al otro lado. Los que se sienten en su casa dentro de un claustro, cualquiera que sea la religión. Aquellos para quienes las palabras: oración, recogimiento, silencio, mundo interior, contemplación son palabras claves, palabras liberadoras, de los que abren la tercera dimensión. Estos hombres y mujeres no respiran más que bajo un cielo despejado.

Abordar a Jesucristo por este lado es una vía tradicional; parece fácil por lo frecuentemente recorrida. En realidad, es muy incómoda. Para las personas de temperamento "místico", Jesucristo se presenta ante todo como un maestro espiritual exigente, alguien que nos lleva a creer pero sin concretar un Dios determinado.

—Jesucristo empuja hacia la interioridad: "Cierra la puerta y ora en secreto." Dejar la disipación y afrontar el silencio.

—Nos enseña a eliminar todo cálculo en nuestras relaciones con Dios: "Cuando hayáis hecho todo lo que debíais hacer, decid: somos siervos inútiles." No creemos porque esto nos afecte. Creemos gratuitamente.

—Jesús pone un lazo indisoluble entre la oración y la vida cotidiana. El perdón pedido al Padre va vinculado al perdón dado al hermano. La búsqueda de Dios se conjuga con el servicio a los hombres.

—Jesús nos enseña también que hay una distancia entre Dios y el hombre. No la distancia en el sentido de la palabra "distante", sino la distancia en el sentido de 'desemejante". Dios no es como nosotros. Cuando Jesús dice: "Cuando ores, no seas reiterativo..." nos aconseja: "Respétate. Tú no eres un esclavo ni un pedigüeño. Mantente de pie." Al declarar: "Yo no rebajaré a Dios al pie de la pared..." enseña a respetar a Dios. A Dios no se le manipula. Jesús quiere un verdadero diálogo entre Dios y el hombre, un diálogo basado sobre el respeto. Jesucristo es, por tanto, un terrible purificador del sentimiento religioso, del deseo místico. Toda su religión está basada sobre la acción de gracias y la fe. La acción de gracias es la mirada desinteresada sobre Dios, el reconocimiento amoroso de su dependencia hacia Dios y el respeto de la diferencia infinita. La fe sigue siendo aceptación de la distancia: yo, hombre, tengo un proyecto, pero Dios también tiene el suyo. Yo no me someto ciegamente a su voluntad y no trato de traer abusivamente a Dios a mis planes. Vivo con la persuasión de que a través de mi vida humana, Dios intervendrá a su manera y su gracia transfigurará mi persona, mi vida y el mundo.

Es quizá peligroso creer con demasiada precipitación que Jesús es el Hijo de Dios. Hay quizá un tiempo preliminar indispensable en que se aprende, al lado de Jesús, a creer directamente en Dios. Porque nuestra necesidad de transcendencia, nuestra necesidad de Dios no es nunca pura. Tenemos una tendencia continua a la idolatría. Jesús mismo se puede convertir en un ídolo, es decir, una imagen ampliada de nosotros mismos ("Jesusito", "el Amigo ideal", "el gran Barbú", "el No-Violento", etcétera). Hay que aprender de Jesús que Dios es totalmente Otro y a pesar de ello no es un extraño.

Y así se está quizá mejor preparado para recibir poco a poco el "escándalo", es decir, el choque de la Encarnación. Este es el sentido completo de la fiesta de Navidad: no una elucubración sino una contemplación, una acogida (en que los sencillos tienen forzosamente la ventaja).

La aceptación de esta realidad: "Este niño, este hombre, este esclavo crucificado es el reflejo exacto, a nuestro nivel de hombres, del Misterio insondable de Dios." O bien: "el misterio de Dios no es realmente abordable más que a través del testimonio de esta humanidad de Jesucristo".

Ahora bien, vemos en Jesús a un hombre pobre, un hombre humilde, un hombre que depende de los demás, un hombre que perdona. Esta vida testimonia que Dios es pobreza, dependencia, humildad y perdón. La acogida de esta Revelación de Dios (Dios se muestra a cara descubierta) no supone una inteligencia acerada, ni un carácter bien templado. Creer que Jesús es Dios mismo es creer que Dios no es más que Amor: esto supone simplemente haber amado un poco y haber llevado el amor un poco lejos: "El que ama conoce a Dios."

Porque si se han dado algunos pasos en el camino del don de sí, se adivinan las tendencias principales, esas corrientes profundas del amor que nos llevarían lejos si nos dejáramos conducir. El amor, en estas tendencias radicales es pobreza, es decir, don de sí mismo. El rico capaz de hacer regalos, de desplegar sus cualidades, corre el riesgo de olvidar el secreto del amor: darse a si mismo. La frase magnifica de J. Prévert en Les enfants du Paradis: "Amigo mío, os amo por lo que tenéis. ¿No estáis satisfecho? ¿Querríais que os amara por vos mismo? Pero entonces, ¿qué les quedaría a los pobres? Son los pobres a quienes se ama por ellos mismos." Dios, no teniendo otra cosa que dar más que a Si mismo, es el infinitamente pobre. Y es esto de lo que da testimonio Jesús al venir materialmente como pobre y vivir con las manos vacías. Su tentación será justamente dar el pan, el sueño, el paraíso. Lo rechazará y morirá desnudo: no puede dar más que a Si mismo: "No hay mayor amor..."

J/A-H: El amor en sus tendencias radicales es dependencia frente aquel a quien se ama. El amor no puede forzar el "sí" del otro. Es, por tanto, discreción, pudor, mesura, espera. El amor desarma y, en cierto sentido, te entrega al otro (por ejemplo, el padre ante los hijos). Esto es lo que testifica Jesús crucificado, "entregado", como dice la plegaria eucarística. Es impotente y da testimonio de que Dios es impotente ante nuestra libertad. Porque el amor no puede apelar al menor chantaje sin renegar de sí mismo. Depende enteramente de la respuesta.

El amor, en sus tendencias radicales, es humildad y servicio. Porque lo que ante todo cuenta para El es el servicio del otro. Hay ciertas humildades del amor que son malsanas, otras envilecen, que se complacen en la esclavitud. Pero aquí se trata de un amor libre, capaz de permanecer a distancia del otro y que, no obstante, quiere apasionadamente su desarrollo. Es lo que testimonia Jesús al lavar los pies. El comienzo del capítulo 13 del Evangelio de Juan es muy solemne: Jesús viene del Padre y vuelve al Padre. Jesús es rico de Dios, Dios sólo llena su vida. Pero lava los pies de sus amigos. No es un acto de virtud obligada. Jesús no guarda las apariencias. Realiza la verdad. El es el Amor y el amor no soporta mirar a otro desde arriba. Se pone de rodillas para que puedan mirarlo incluso los humillados.

El amor, en sus tendencias radicales, es perdón, es decir, capacidad de absorber el mal y de convertirlo en amor. Pero nosotros en general, perdonamos sin olvidar. Jesús perdona "desinteresadamente", sin ninguna acrimonia ni dilación. Dios perdona y olvida que ha perdonado, de tal manera que entre El y nosotros no queda más que la pura gratuidad de la confianza. Todo el contencioso queda sobreseído para siempre.

Así todo hombre que sabe por experiencia lo que es el amor, reconoce en Jesús una transcendencia, una perfección increíble en el amor. Un amor muy por encima del nuestro. Pero esta perfección no nos aplasta, porque la perfección de la Belleza aplasta, o la de la Inteligencia o la del Poder. Pero no la perfección del amor, ya que es mano tendida y mirada ofrecida. El Amor perfecto es perfectamente simple, discreto, pero infinitamente fascinante.

El hombre místico que buscaba a Dios, dispuesto a un largo camino hacia las cumbres de la vida espiritual, ve venir hacia su encuentro a un Pobre silencioso. Si tolera el retraso de su itinerario y la familiaridad un poco lanzada con este hombre de discreción deslumbrante, descubrirá que buscar a Dios es aceptar ser encontrado por El. El amor está aquí y Dios no puede tener otro rostro que el rostro de Jesucristo.

IV. La «pendiente» humanista

El título de "Cristo" podría traducirse por "el Hombre", el hombre que esperamos, el hombre que no ha nacido todavía, el hombre de verdad que seguimos esperando. Jesús sería, en esta óptica, el que responde a los deseos del hombre en búsqueda de sí mismo.

Este acercamiento a Jesús es un acceso cada vez más familiar a muchas personas de hoy. Estos hombres y mujeres son poco accesibles a la mística y están mucho más inclinados a la acción. Para ellos, Dios es más una cuestión que una afirmación. Se sienten ante todo de esta tierra y tienen la pasión del hombre. Su potencial de sentimiento religioso, están dispuestos a invertirlo al servicio de la promoción indefinida de la Humanidad, de su liberación y de su unificación. Tienen una religión pero la religión del hombre. Tienen ritos, una utopía, un lenguaje de ofrenda, de sacrificio y de superación, tienen sus héroes y una vinculación única a Jesucristo. Hace ya tiempo que oí a un joven proclamar: "¿Dios? No lo conozco. No conozco más que a la Humanidad y a Jesucristo."

Algunos cristianos se maravillan de su pasión por Jesucristo. "¿Cómo pueden creer en Jesucristo si no creen en Dios?" Es un hecho: "siguen" a Jesús. Su vinculación a Cristo está enraizada en su acción por los hombres, ya que Cristo está estrechamente unido a su acción por los hombres en su vida de militantes. Esta vinculación es difícil de captar para los espíritus intelectuales. Los cristianos de este tipo "humanista" han recibido la luz de Jesucristo en el seno mismo de su acción. Su descubrimiento de Jesucristo no les ha venido fundamentalmente por la reflexión o la meditación ni la comprensión sino por el compromiso al lado de los humillados de todas clases y al lado de los que no renuncian y deciden seguir luchando. En este compromiso es donde Jesucristo adquiere para ellos una estatura única y donde ponen en El una confianza sin límites.

R. Garaudy ha escrito, en esta línea, un texto ya célebre: J/GARAUDY:

"Hacia el reinado de Tiberio, un personaje abrió una brecha en el horizonte de los hombres.

Debió vivir de tal manera que toda su vida tuvo este significado: cada uno de nosotros, puede en cada momento, comenzar un nuevo futuro. Decenas, centenares quizá de narradores populares contaron esta buena nueva. Nosotros conocemos tres o cuatro.

El choque que había recibido lo expresaron con las imágenes de la gente sencilla, de los humildes, de los ofendidos, de los afligidos, cuando sueñan que todo es posible: el ciego que se dispone a ver, el paralítico a caminar, los hambrientos del desierto que reciben pan, la prostituta que se siente mujer, este niño muerto que comienza a vivir.

Para proclamar hasta el final la buena nueva, era necesario que El mismo, por su resurrección anunciase que todos los límites, el límite supremo: la muerte misma había sido vencida.

Tal o cual erudito puede contestar cada hecho de esta existencia pero ello no cambia nada a esta certeza que transforma la vida. Se ha encendido una hoguera. Demuestra la chispa o la llama primera que la originó.

En este hombre el amor debía ser militante, subversivo, sin el que, El el primero no habría sido crucificado.

Hasta entonces, todas las sabidurías meditaban sobre el destino, sobre la necesidad confundida con la razón. El demostró la locura de las mismas. El es lo contrario del destino. El, la libertad, la creación, la vida. El que fatalizó la historia.

El realizó las promesas de los héroes y de los mártires con el gran despertar de la libertad. No solamente las esperanzas de Isaías o las cóleras de Ezequiel. Prometeo estaba desencadenado, Antígona fuera de su encierro. Estas cadenas y estos muros, imágenes míticas del destino, caían ante él hechas polvo. Todos los dioses estaban muertos y el hombre comenzaba. Era como un nuevo nacimiento del hombre.

Yo miro esta cruz del que es símbolo y sueño con todos aquellos que ampliaron la brecha, en todos los que nos hicieron tomar conciencia de que el hombre es demasiado grande para ofrecerse a sí mismo.

Vosotros, encubridores de la gran esperanza, que nos robó Constantino, gentes de Iglesia, ¡devolvednoslo! Su vida y su muerte también nos pertenece, a todos aquellos para quienes tiene un sentido. A nosotros que hemos aprendido de él que el hombre ha sido creado creador".

He aquí otro texto que, al parecer, fue escrito por Che Guevara J/CHE-GUEVARA

"Yo te amo, Cristo,
no porque hayas descendido de una estrella
sino porque me has revelado
que el hombre tiene lágrimas, angustias,
llaves para abrir las puertas de la luz.
Sí... Tú me has enseñado que el hombre es Dios,
un pobre Dios crucificado como Tú
y que incluso el que está a tu izquierda en el Gólgota,
el mal ladrón, es también un Dios. . . "

Lo mismo que los "místicos" en su pendiente aprenden de Jesús a purificar su sentimiento religioso, los "activos" verán también purificada y ampliada por Jesucristo su pasión por el hombre.

—Jesús nos enseña a amar a todos los hombres, a abrazarlos a todos en una misma pasión, a los de retaguardia y a los de vanguardia.

—Nos enseña a unir la esperanza más amplia al servicio más humilde y más realista. Creer en un mundo de alegría enseñando a un débil convencido a arreglárselas y hacer su desayuno (tal es para él el primer paso hacia la libertad).

—Jesús nos enseña que el sueño más descabellado (ser inmortal) se realiza aceptando la realidad más dura (morir). El compromiso consiguiente y durable en la acción es ciertamente el lugar privilegiado para captar el misterio pascual: la subida al cielo por el descendimiento a los infiernos. O como decía un joven: "Las brechas se pagan con la muerte de aquel que se arriesga a ellas." Jesús enseña al hombre que, para llegar a ser Dios, es necesario consentir ser plenamente hombre, por tanto, mortal.

—Jesús nos enseña que la promoción del hombre, en fin de cuentas, no se conquista, se acoge. Más bien "llegará" en lugar de "tenerse". Porque esta promoción verdadera del hombre no puede ser más que promoción en la libertad. Y desde el momento en que se da prioridad a la libertad, es más el dominio de la gracia que el de la conquista. Hay siempre un momento en que hay que esperar a que el otro se decida a avanzar sobre el camino que se le ha preparado. La actividad de Cristo culmina en la pasividad de la cruz.

—Jesús nos enseña que la fe da razón de todo, incluso de lo imposible. Se trata aquí de una fe que se expresa por la acción reducida a los límites de la acción pero que no baja los brazos. Así, el "humanista", el hombre de acción que ha caminado con Jesucristo ha visto ampliarse su horizonte en todas las dimensiones: su amor se siente universal, su esperanza quiere abrazar a toda la realidad humana desde el sueño más descabellado hasta la prueba más dolorosa, su fe en el hombre se siente indestructible. Pero en realidad, ¿qué es este hombre por el cual se bate? El sabía ya que el hombre es un caminante infatigable. A medida que el hombre cambia el mundo, se realiza un poco más y lanza su sueño un poco más lejos. Es un ser que se supera sin cesar. ¿Cuándo se realizará plenamente?

Y aquí es precisamente donde Jesús pide al hombre de acción no limitar sus ambiciones. El hombre para Jesús es paso, tránsito a lo que no es el hombre, a lo que verdaderamente supera al hombre, a lo que está por encima del hombre, a todo eso que precisamente queremos expresar cuando pronunciamos la palabra "Dios". "Deberíais alegraros porque me voy hacia el Padre, pues el Padre es mayor que Yo." Jesús vio su muerte como una "elevación", un "tránsito". Porque para El, la vida humana tiene un sentido: convertirse en diálogo cada vez más íntimo con Dios, una revelación cada vez más clara de la presencia de Dios, una "glorificación", es decir, una entrada en la vitalidad divina. "A este Jesús de Nazaret, Dios le ha hecho Señor y Cristo." El hombre de acción descubre que se le propone un itinerario semejante. Sobre las huellas de Jesús, ha querido ir lo más lejos posible, ha aprendido a esperar en la fe el fruto último de su acción, ya que la felicidad no se exige, se recibe. Y Cristo le pide mirarle con más atención: El es esta dicha, El es el fin. No es solamente el Maestro, el Compañero, el Pionero. El es el Descanso, la Tierra Prometida, el Amor que sacia verdaderamente. El hombre descubre que este Hombre es el Hombre Perfecto ya que es la humanidad de la Perfección, es el Hombre-Dios. El militante seguirá su camino en paz, el Futuro está ya en medio de nosotros, lo que el hombre haya de ser se ha realizado ya: un hombre primogénito de una Humanidad nueva, es DIOS.

De esta manera, sea por la vía "mística" o por la vía "humanística", el cristiano, para descubrir a Jesucristo, debe aceptar ver sometidas sus ideas a juicio. Creía saber quién es Dios y Jesucristo le vuelve a enseñar quién es Dios. Creía saber quién es el hombre y Jesucristo le vuelve a enseñar el hombre. Se puede, pues, concluir que una vía lleva a la otra ya que en los dos casos apela a esta vuelta cuyo nombre tradicional es la "conversión". Parece como si San Marcos hubiera escrito su Evangelio contra cierto abuso de los títulos dados a Jesús: Señor, Hijo de Dios, Cristo, etc. Todos estos títulos corrían el peligro de atenuar la fe.

Llamando a Jesús esto o lo otro, se imaginaban conocerle. La fe, según San Marcos, consiste en seguir a Jesús sin idea preconcebida, a seguirle incluso y a pesar de que rechace los calificativos con que se le quisiera etiquetar.

"¿Eres hombre? ¿Eres Dios?" No es el hombre ni el Dios que te imaginas. Es un Dios humano, es un hombre divino. El es El, el Único. La fe, como el amor va más lejos que el Hombre.

V. El misterio de la Encarnación

ENC/MISTERIO: Hay quizá que tratar de expresar este hecho extraordinario, esta revelación de que el Verbo se haya hecho este hombre Jesús o que este hombre Jesús sea Dios encarnado. Una oración de Navidad llama a esto "Pasmoso intercambio" (O admirabile commercium). Hemos visto anteriormente que la filosofía griega había proporcionado a la enseñanza de la fe las ideas de naturaleza, de persona, etc. Este lenguaje filosófico nos es muy extraño. Quizá el lenguaje de la experiencia nos sea más accesible. Sea la experiencia amorosa, sea la experiencia religiosa.

El sentido del amor, al menos su voto, es ser el otro, sin dejar de ser uno mismo y sin impedir que el otro sea él mismo. El amor deja de existir si no se mantiene la distancia. Para que haya amor es menester que haya dos y sean verdaderamente diferentes (en Cristo, las dos naturalezas, humana y divina, son diferentes y mantenidas en su integridad).

Pero el amor es un don de mí mismo de tal manera que el otro sea él mismo, sostenido por mí, alimentado por mí. La expresión: "Tú eres mi mujer, tú eres mi marido" podría entenderse en el sentido siguiente: "Yo, hombre que te amo, te permito ser plenamente mujer. Yo, mujer que te amo, te permito ser plenamente hombre. Tú eres mi feminidad, tú eres mi virilidad. Un otro yo mismo o mejor un yo mismo otro."

Así, el lenguaje del amor podría ayudarnos a introducirnos en este misterio de un Dios que se hace hombre o de un hombre que es el Otro, que es el Absoluto. Una sola persona, decía el lenguaje filosófico. Es el Verbo quien hace existir la humanidad de Jesús, quien la hace existir como verdadera humanidad. Es la humanidad de Dios. El adulto podría decir a su pequeño: "Tú eres mi hijo porque yo te he hecho existir en tu personalidad de hijo." O el hombre a su mujer: "Tú eres mi feminidad porque te he hecho existir en tu personalidad de mujer."

El lenguaje de la experiencia religiosa (de todas las grandes religiones) tiene un alcance semejante: el hombre que adora a su Dios querría perderse en El, desaparecer pero sin desaparecer. Brillar pero sin disolverse. Ser el Otro sin dejar de ser él mismo.

La Encarnación de Dios en Jesucristo puede expresarse así como el sueño realizado de la verdadera unidad.

PAUL GUERIN
YO CREO EN DIOS
Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978. Págs. 45-58