SE CREE DENTRO DE LA IGLESIA Y CON LA IGLESIA


-La comunidad de los creyentes 
No se cree en la Iglesia I/REPROCHES:FE-EN-LA/I:
Muchas dificultades de fe son dificultades con la Iglesia. Difícilmente 
habrá otro enunciado de la confesión de fe que suscite hoy tanta 
oposición e irritación como el que afirma creer en la Iglesia una, santa, 
católica y apostólica. De hecho, cada uno de estos importantes 
predicados parece quedar desmentido por la realidad. La Iglesia, tal 
como la experimentamos, no es una ni es en todo santa; considerada 
empíricamente, no es por completo católica, y en muchas cosas parece 
estar muy lejos de su origen apostólico. Por otra parte, a la Iglesia se le 
puede presentar una larga lista de pecados que ha cometido en el 
pasado y en el presente. Quien reivindica algo tan elevado como la 
Iglesia será medido, lógicamente, con arreglo a dicha reivindicación, 
pero jamás podrá corresponder plenamente a ella, y quedará sometido 
al juicio de su propia pretensión. Así, todos los reproches que se hacen 
a la Iglesia van, una y otra vez, en la línea de que ella misma ni vive ni 
realiza lo que anuncia; más aún, que incluso ha traicionado con 
frecuencia el evangelio del amor de Dios. Cuando se habla de la Iglesia 
como comunidad de los creyentes, conviene, pues, emplear desde el 
principio tonos moderados y autocríticos. 
I/FE-EN-LA: También las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se 
expresan con cautela respecto de la Iglesia, y dicen: "Creo en un solo 
Dios,... en un solo Señor Jesucristo,... en el Espíritu Santo"; pero no 
suelen decir:"Creo en la Iglesia", sino únicamente: "Creo a la Iglesia". 
Con ello manifiestan que la Iglesia no es la meta del acto de fe; la meta 
y el objeto específico del acto de fe es únicamente el Dios trinitario. La 
Iglesia tiene su puesto dentro y, en cierto modo, debajo de la fe en 
Dios. La Iglesia no es Dios; es una realidad creatural que en ningún 
caso puede ser absolutizada ni divinizada. Esta absolutización es 
incluso una tentación permanente de la Iglesia. Puesto que la Iglesia es 
una realidad creatural y consta de hombres pecadores, no se puede en 
absoluto confiar en ella con la entrega radical con que se confía en 
Dios. No se cree en la Iglesia, pero sí dentro de la Iglesia y con la 
Iglesia (H. de ·Lubac-H); se cree a la Iglesia como lugar de la fe y como 
comunidad de los creyentes. Esto es lo que ahora es preciso 
desarrollar y fundamentar. 

Se cree dentro de la Iglesia y con la Iglesia 
I/NECESIDAD: Aun cuando la Iglesia no sea la meta del acto de fe, 
sin embargo, ocupa un lugar importante en la confesión de fe. No se 
puede decir simplemente: Dios y Jesús, sí; Iglesia, no. La fe y la Iglesia 
están esencialmente unidas. 
Incluso desde una perspectiva puramente humana, nadie vive 
completamente solo. Como hombres, dependemos en muchos 
aspectos unos de otros. Esto no sólo es válido respecto de la 
satisfacción de nuestras necesidades corporales básicas, de la 
consecución de alimento y vestido, vivienda y trabajo para las 
necesidades cotidianas. También en nuestras convicciones morales y 
religiosas nos nutrimos de lo que hemos recibido de nuestros padres y 
maestros, de amigos y conocidos y, en general, de nuestro entorno. 
Nuestro propio pensamiento necesita el lenguaje y con el lenguaje, por 
lo demás, expresamos nuestras ideas. Pero el lenguaje lo recibimos de 
la comunidad en la que crecemos y vivimos; con el lenguaje recibimos 
los patrones decisivos de interpretación del mundo. El hombre, en 
cuanto ser hablante, es un ser social. 
I/PUEBLO-DE-D: Dios es un Dios de los hombres. Por ello, en su 
revelación, nunca se dirige a individuos aislados. Más bien habla a los 
individuos en su tejido social. Llama y reúne a un pueblo. Esto 
comienza ya con Adán, que es el representante de toda la humanidad. 
Cuando, con su rechazo de Dios, se introduce también la enemistad 
entre los hombres, desde el asesinato de Abel por Caín hasta la 
confusión babilónica de las lenguas, Dios vuelve a poner en marcha un 
proceso de reunificación que, según los Padres de la Iglesia, comienza 
con el justo Abel y prosigue en todos los hombres que viven justa y 
piadosamente conforme a su conciencia; se trata, pues, de un proceso 
que se verifica secretamente en todos los pueblos y que se hace visible 
con Abrahán (a quien Dios hace padre de un gran pueblo; más aún, en 
quien bendice a todos los pueblos), con Moisés y con los profetas. El 
mismo Jesús se sabe llamado a reunir al pueblo de Israel. Una vez que 
la mayoría de Israel, a través de sus representantes legítimos, lo ha 
rechazado, comienza, -tras la muerte de Jesús, tras la Pascua y 
Pentecostés- un nuevo proceso de reunificación, del que ahora forman 
parte judíos y paganos, que se reúnen en una fe común en el Dios 
único y en el único Señor y Salvador Jesucristo, en el único Espíritu 
Santo, y se reconocen entre sí como hermanos, en quienes todas las 
diferencias de nacionalidad, de raza y de generación han perdido su 
significado discriminatorio y de separación. 
La Iglesia, como pueblo de Dios reunido fraternalmente a partir de 
todos los pueblos, razas y generaciones, es, pues, la acción de Dios 
contra el caos producido por el pecado. Aparece cada vez más 
claramente en la medida en que avanza la historia de Dios con los 
hombres. Es comienzo, signo e instrumento de la paz y la reconciliación 
que Dios ha prometido y que todos anhelan. En ella, la humanidad 
dividida y enemistada queda de nuevo unida en las convicciones y 
orientaciones básicas de la vida; en ella los extraños se hacen amigos. 
Así pues, la Iglesia misma es un fruto esencial de la actuación salvífica 
de Dios y, en este sentido, también un contenido de la fe. La palabra 
reconciliadora de Dios no puede existir -así hay que decirlo, recogiendo 
una famosa expresión de Martín Lutero- sin pueblo de Dios, del mismo 
modo que tampoco puede haber pueblo de Dios sin palabra de Dios, 
por la que es convocado y en cuya confesión de fe queda unido. 
FE/INDIVIDUALISMO INDIVIDUALISMO/FE Dado que la Iglesia 
como comunidad de los creyentes está tan estrechamente unida a la 
palabra de Dios, no puede haber ningún legítimo cristianismo privado. 
La fe es, desde luego, una decisión personal, insustituible, de cada 
individuo. Pero este acto personal de fe significa siempre, al mismo 
tiempo, entrar en la historia mayor y en la comunidad mayor de la fe. 
Por ello en las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se dice tanto 
"creo" como "creemos". El individuo nunca está solo en su fe personal; 
nosotros recibimos la fe de quienes han creído antes que nosotros, y 
en la fe estamos sostenidos por la fe de toda la comunidad de los 
creyentes. Se cree siempre dentro de la Iglesia y con la Iglesia. 
I/SENSU-ECLESIAL: Puesto que la Iglesia es el sujeto total de la fe, 
pertenece a la fe el "sentire-ecclesiam", un sentir dentro de la Iglesia 
y con la Iglesia, un sentido eclesial. No consiste en decir sí y amén a 
todo lo que hay en la Iglesia, pero sí en un sentido para lo que es 
correcto e importante en la Iglesia. El sentido eclesial puede incluir una 
crítica abierta y sincera, pero detesta toda sabihondez presuntuosa y 
todo arrogante afán de crítica. Se manifiesta más bien en el respeto a 
la doctrina y a la praxis de la Iglesia, así como en el esfuerzo por 
entenderla y en la apertura frente a lo que el Espíritu dice a las 
comunidades (Ap 2,7, entre otros). 

La Iglesia como signo e instrumento I/SIGNO/INSTRUMENTO: 
La conexión entre la Iglesia y la fe en la palabra de Dios se puede 
fundamentar aún más profundamente. La palabra de Dios está, en 
efecto, destinada a encontrar hombres que la escuchen, la acepten y 
den testimonio de ella. Sólo llega al mundo allí donde encuentra 
corazones y testigos fieles. Si no fuera recibida, hecha realidad viviente 
y testimoniada a otros por una comunidad de creyentes, sería como 
una llamada sin eco, quedaría privada de fuerza y de eficacia y se 
perdería en el vacío. Pero, puesto que la palabra de Dios es una 
palabra eficaz, que realiza lo que dice, a la revelación de Dios en la 
palabra también pertenece siempre su aceptación por el hombre en la 
fe. Por eso la Iglesia, como comunidad de los creyentes, pertenece 
constitutivamente al acontecimiento de la revelación. Sin la comunidad 
de los creyentes no se habría revelado nada en la historia. En la Iglesia 
y en su fe, a pesar de toda la debilidad y caducidad humanas, la 
palabra de Dios adquiere forma por el Espíritu de Dios. La Iglesia 
misma es una figura de la palabra de Dios. Es columna y fundamento 
de la verdad (1 Tim 3,15) y participa en el misterio de Cristo. 
I/PD PD/I: Yohann Adam Möhler expresó estas ideas así: "En la 
Iglesia y a través de ella la redención anunciada por Cristo adquirió 
realidad por medio de su Espíritu, porque en ella se creen sus 
verdades y se ejercen sus instituciones, y precisamente por ello han 
adquirido vida. Según esto, podemos decir también de la Iglesia que es 
la religión cristiana hecha objetiva, su exposición viviente. Cuando la 
palabra pronunciada por Cristo (tomada en su significado más amplio) 
penetró con su Espíritu en un círculo de personas y fue aceptada por 
éste, tomó forma, tomó carne y sangre; y esta forma es precisamente la 
Iglesia, que, en consecuencia, es considerada por los católicos como la 
forma esencial de la religión cristiana misma. Cuando el Redentor 
fundó por su palabra y su Espíritu una comunidad en la que dio vida a 
su palabra, se la confió precisamente a ella para que la conservara y la 
transmitiera; la depositó en ella para que, con fuerza siempre nueva, 
saliera de ella, se multiplicara y se extendiera, siendo siempre la misma 
y, sin embargo, eternamente nueva. Su palabra no es jamás separable 
de la Iglesia, ni su Iglesia de la palabra." 
I/SACRAMENTO-SV: Mohler también sabía, naturalmente, que la 
Iglesia, como Iglesia compuesta de hombres, más aún, de pecadores, 
muchas veces no refleja, sino que oscurece la palabra de Dios. Por eso 
el Vaticano II evita toda identificación directa de la Iglesia y de 
Jesucristo, que es la palabra de Dios. El Concilio designa más bien a la 
Iglesia como sacramento, es decir, signo e instrumento. Ella es un 
signo viviente, pleno y eficaz de la palabra salida de Dios, y al mismo 
tiempo su instrumento, por el que sigue resonando en la historia del 
mundo y de los hombres . 
Signo e instrumento no son, desde luego, meras funciones en la 
Iglesia. Todos los fieles y todos los bautizados están constituidos, como 
individuos y como conjunto, en testigos de la fe. El cardenal J. H. 
Newman, en su famoso tratado "Sobre la consulta de los fieles en 
cuestiones de fe", expuso que en el caótico siglo IV, en el que surgió la 
disputa en torno a la verdadera divinidad de Jesucristo, muchas veces 
no fueron los obispos ni los sínodos episcopales los que mantuvieron la 
verdadera fe, sino los simples fieles. Hoy ha llegado de manera 
especial la hora de los laicos cristianos. Porque sólo por medio de los 
laicos, que, en la familia, profesión y tiempo libre, viven en condiciones 
ordinarias, puede la fe llegar al mundo e impregnarlo desde dentro. 
Toda la comunidad de los creyentes es signo e instrumento de la fe, 
no sólo por la palabra, no sólo por la predicación, la catequesis, la 
enseñanza de la religión, sino por toda su vida. Lo que define al testigo 
es que no sólo da testimonio con la palabra, sino con toda su 
existencia; se compromete personalmente y, en casos extremos, pone 
incluso su vida en juego. Según las palabras del Vaticano II, la Iglesia 
es, por tanto, signo e instrumento por todo lo que es y por todo lo que 
cree. En su rostro ha de resplandecer en el mundo la luz, que es 
Jesucristo. 

La Iglesia, bajo la Palabra de Dios 
La Iglesia, como atestigua su historia, puede también oscurecer a 
Jesucristo y su palabra. En su manifestación exterior, puede también, 
como ocurrió en la baja Edad Media, convertirse en antisigno y en la 
ramera Babilonia. 
Sobre este trasfondo de tales abusos en la Iglesia, hoy ya 
difícilmente imaginables, es preciso entender que Lutero y los otros 
reformadores remitieran al testimonio del evangelio original, como 
aparece atestiguado en la Sagrada Escritura, y establecieran la 
Escritura sola como norma de toda palabra y de toda acción de la 
Iglesia. La Iglesia bajo la palabra de Dios era para ellos una Iglesia que 
necesita constantemente de reforma a partir del evangelio ("ecclesia 
semper reformanda"). 
ESCRITURAS/TRADICION TRADICION/ESCRITURAS El Concilio de 
Trento rechazó el principio "la Escritura sola" y defendió el carácter 
vinculante de la Tradición. De hecho, la Sagrada Escritura no se puede 
aislar de la Tradición viva; ella misma es un producto de la tradición de 
las comunidades primitivas y tiene en la Iglesia su "contexto vital". Así 
como nació de la vida de la Iglesia y se escribió para la vida de la 
Iglesia, del mismo modo, sólo se puede entender e interpretar 
correctamente, a su vez, cuando se está arraigado en la vida de la 
Iglesia, es decir, en su Tradición. Pero esa recta interpretación es 
decisiva. Porque la Escritura en sí ayuda poco; a ella apelan todas las 
Iglesias y grupos cristianos. Se trata de interpretar correctamente la 
Escritura. Y esto sólo es posible cuando se está y se vive en el mismo 
contexto vital de la Iglesia del que nació también la Escritura. Así, por 
ejemplo, sólo entenderá plenamente los relatos de la eucaristía del 
Nuevo Testamento, que ya son testimonios de la liturgia primitiva, quien 
celebre a su vez la eucaristía. Esta es la razón más profunda por la que 
la doctrina católica considera siempre estrechamente unidas la 
Escritura y la Tradición. Hoy se perfila un amplio consenso sobre ello 
entre las iglesias. 
Igualmente se abre paso un consenso en que hoy también la Iglesia 
católica acentúa que la Iglesia, sin menoscabo de lo dicho hasta ahora, 
no está sobre la palabra de Dios, sino bajo ella. Ya el Concilio de 
Trento distingue entre las tradiciones apostólicas originales y siempre 
vinculantes y las tradiciones humanas en la Iglesia, que no sólo son 
cambiantes, sino que incluso puede oponerse a la tradición apostólica 
original u oscurecerla. No todo lo que comúnmente es tradición en la 
Iglesia es, pues, en la misma medida, vinculante e inmutable; al 
contrario, las múltiples tradiciones tienen que medirse sin cesar con la 
única Tradición -transmitida de una vez por todas- del testimonio 
apostólico. Así, ya Trento pudo introducir una de las mayores reformas 
en la vida de la Iglesia. El Vaticano II ha mostrado con mucha más 
claridad este aspecto y la importancia que en él tiene la Escritura, y ha 
hablado de que la Iglesia tiene que seguir siempre el camino de la 
purificación y de la renovación. 
La Iglesia está, desde luego, convencida de que le han sido dadas 
inamisiblemente la palabra y la verdad de Dios. Pero sabe al mismo 
tiempo que esta verdad es tan elevada y tan rica que nunca podrá ella 
agotarla con ninguna de sus afirmaciones de fe. Éstas son, sin duda, 
ciertas en lo que dicen; pero su fuerza de expresión es, como la de 
todas las palabras humanas, limitada. Así, aun en las afirmaciones de 
fe, a toda semejanza corresponde una diversidad aún mayor entre lo 
que se dice y lo que se quiere expresar. Toda afirmación de fe se 
transciende a sí misma; el acto de fe no se dirige, como dice Tomás de 
Aquino, a la afirmación como tal, sino, a través de ella, a lo que se 
pretende decir con ella, al "objeto" propio de la fe, es decir, al misterio 
del Dios trinitario. Por eso toda afirmación de fe puede ser 
profundizada. Sobre todo, es posible y necesario purificar y renovar 
constantemente en la Iglesia muchas cosas que desfiguran y 
oscurecen el verdadero sentido de las afirmaciones eclesiales de fe. 
Creer desde la Iglesia y con la Iglesia no significa adoptar una 
posición ideológica fija ni un triunfalismo eclesial; significa, más bien, 
recorrer desde la Iglesia y con la Iglesia el camino de una incesante 
conversión y de una escucha siempre nueva de la palabra de Dios. No 
sólo la fe del individuo es camino; también la fe de la Iglesia es un 
camino y un proceso, que frecuentemente pasa por interrogantes, 
crisis y sacudidas. No es la primera vez que esto sucede; ya en la 
historia de la Iglesia hubo desarrollos y transformaciones que 
esclarecieron el contenido preciso de la fe eclesial. Es creyente y 
católico no el que está incólume, o incluso en actitud orgullosa y 
arrogante por encima de todas estas dificultades, sino quien recorre el 
camino con toda la comunidad de los creyentes y contribuye, en la 
medida de sus fuerzas, al esclarecimiento y profundización de la fe. 
Precisamente como Iglesia peregrinante, que conoce el 
arrepentimiento, la Iglesia puede adquirir una nueva credibilidad. 

¿Iglesia infalible? I/INFALIBLE INFALIBLE/I Hasta ahora hemos 
desarrollado, sobre todo, dos puntos de vista: en la Iglesia, la buena 
noticia de la salvación definitiva ha llegado ya al mundo y está siempre 
presente. Pero la Iglesia todavía no es el Reino consumado de Dios; 
también ella está aún en camino con su testimonio de fe. Esta tensión 
tiene una importancia fundamental si ahora preguntamos por las 
afirmaciones definitivas e inmutables de fe y por las declaraciones 
infalibles de la Iglesia. 
La infalibilidad de la Iglesia en cuestiones de fe y de costumbres 
suscita hoy en no pocas personas considerables dificultades. Ven en 
ello una rigidez e inmovilidad que, según ellas, especialmente hoy, a la 
vista de los nuevos conocimientos que aumentan con rapidez y de los 
veloces cambios en todos los sectores de la vida, es un gran 
inconveniente. 
Pero veamos, en primer lugar, lo positivo. Precisamente en la 
profusión de palabras de nuestro tiempo, en la inconsistencia de 
ideologías y en el cambio estremecedor de todas las cosas, en la 
agitación y precipitación de nuestra época, también necesitamos, como 
hombres, un lugar en el que podamos fondear de manera estable y 
permanente; necesitamos "algo" en lo que se pueda confiar con 
carácter definitivo, un ámbito en el que ya ahora nos sintamos seguros 
y tranquilos. En esta situación es precisamente un beneficio el hecho 
de que en las declaraciones solemnes de fe de la Iglesia se nos diga, 
haciéndose la Iglesia garante de ello: si te atienes a esta verdad, no 
vas por el camino erróneo, te mantienes "en rumbo", estás en la verdad 
que permanece y tiene consistencia. Es cierto que infalible en sentido 
propio sólo es Dios; por eso, sólo Él es el fundamento de nuestra fe. 
Sin embargo, Dios, que se ha comunicado a sí mismo en Jesucristo, 
hace participar a su Iglesia, por el Espíritu Santo, en su verdad, es 
decir, en su consistencia y solidez; Él da a la Iglesia en sus ministerios, 
especialmente en el ministerio de Pedro, por decirlo así, una boca por 
la que ella puede hablar de manera vinculante. Esta univocidad y 
obligatoriedad está basada en la esencia de la fe, en la que lo definitivo 
irrumpe ya ahora en el tiempo. Sin afirmaciones firmes y seguras, la fe 
se disolvería en su esencia más íntima. 
En los últimos doscientos años, desde que se generalizó una 
conciencia más histórica, ha quedado también más claro el otro 
aspecto: las declaraciones infalibles de fe no sólo participan del "ya", 
sino también del "todavía no" de la realidad salvífica. Así como son 
permanentemente ciertas en aquello que dicen, así también expresan 
esta verdad en palabras e imágenes humanas e históricas, en palabras 
cuya fuerza de expresión es limitada. Además, en la mayoría de los 
casos sus afirmaciones tienen carácter delimitador y su formulación 
está dirigida contra un error determinado; por eso muchas veces sólo 
tienen en cuenta un aspecto; no pretenden en absoluto decirlo todo. 
De ahí que hayan de interpretarse en el marco del testimonio global 
más amplio de la Escritura y de la Tradición. En esta tarea pueden ser 
complementadas y profundizadas; en determinados casos, se puede 
formular después mejor y de manera más amplia lo que se expresó 
antes. Así pues, no sólo hay un desarrollo doctrinal hasta que se llega 
a una declaración solemne de fe; después de la definición suele 
comenzar el proceso de la interpretación. Este proceso no sólo está 
encomendado a la teología, sino a toda la comunidad de los creyentes. 
En la fe y en la vida de toda la comunidad de fe queda claro de manera 
definitiva lo que es espiritualmente fecundo en una declaración 
dogmática del magisterio eclesiástico. 
Así como no se debe subestimar la importancia de las declaraciones 
solemnes de fe de la Iglesia, tampoco se las debe sobrevalorar o 
quedar fijado a ellas. Son acontecimientos relativamente raros, 
extraordinarios, en la vida de la Iglesia, insertos en la vida, la fe y la 
predicación cotidianas. Muchas verdades centrales de la fe, ante todo 
la confesión de fe apostólica, no han sido nunca formalmente definidas 
y, sin embargo, se mantienen inalterables en virtud de la fe común de 
la Iglesia. Este hecho pone a su vez de manifiesto que el sujeto propio 
de la fe no es un individuo, ni siquiera un ministro particular de la 
Iglesia, sino toda la comunidad de los creyentes, en la unidad y 
multiplicidad de sus carismas, servicios y funciones. A la totalidad de 
los creyentes y a su consenso está infaliblemente confiada, por la 
asistencia del Espíritu, la verdad del evangelio. 

La comunidad de fe en concreto I/C: 
La afirmación que acabo de hacer nos lleva a una última pregunta: 
¿se experimenta todavía hoy la Iglesia como comunidad? ¿Es 
realmente hogar, en el que el cristiano concreto se encuentra a gusto, 
o se percibe como institución extraña? Esta pregunta quizá no admite 
una respuesta válida para todos los casos. Las experiencias son muy 
distintas. Sin embargo, el ideal que nos dibuja el Nuevo Testamento, 
sobre todo en la comunidad primitiva de Jerusalén, es inequívoco. 
I/SIGNIFICADOS: En efecto, si examinamos en el Nuevo Testamento 
la palabra-guía "Iglesia", encontraremos no uno, sino tres significados 
diversos. En primer lugar, se habla de la Iglesia en el sentido en que 
hoy solemos entenderla: Iglesia como Iglesia universal, Iglesia en el 
sentido de Iglesia "católica". Pero "lglesia" significa también, en 
muchísimos pasajes del Nuevo Testamento, la Iglesia en un lugar, la 
Iglesia local. Entonces se identificaba ampliamente con una comunidad 
y significaba no sólo un sector o un distrito administrativo de la Iglesia 
universal, sino realización y representación de la Iglesia en un lugar 
concreto. La unidad de la Iglesia universal era en la antigüedad una 
red de comunión de tales iglesias locales relativamente autónomas. 
Hoy se considera como iglesia local en sentido pleno sólo la diócesis 
bajo la dirección de un obispo. Sin embargo, el nombre de "iglesia" 
puede aplicarse también análogamente a la comunidad local o 
parroquia; al menos así se hace en la reciente teología de la 
comunidad. En la comunidad se experimenta la iglesia de un lugar; en 
ella tienen que darse de manera concreta el enraizamiento y la 
familiaridad. Pero también es importante en el Nuevo Testamento un 
tercer significado: "iglesia" como "iglesia doméstica`', la comunidad o 
grupo en comunión que se reúne en la casa de un cristiano o de una 
familia cristiana (Rom 16,5.23; 1 Cor 16,19; Flm 2; Col 4,15). En cierto 
sentido, se puede decir incluso que la Iglesia del comienzo se 
constituyó "en forma doméstica". 
La imagen ideal de la comunión fraterna es la comunidad primitiva de 
Jerusalén: "Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en 
común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según 
la necesidad de cada uno. A diario frecuentaban el templo en grupo; 
partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con 
alegría y de todo corazón" (Hch 2, 44-46). 
Este sistema de las iglesias domésticas perduró en la Iglesia antigua, 
en principio, hasta el giro constantiniano. Sólo tras la época de 
persecución, cuando la Iglesia fue permitida como comunidad religiosa 
y, más tarde, incluso reconocida como religión del Estado, y las masas 
afluyeron a ella, fue posible y, por razones prácticas manifiestas, 
también necesario construir grandes edificios eclesiásticos propios. Hoy 
en muchas iglesias del tercer mundo, no sólo en América Latina, sino 
también en África, se vuelve a optar por las pequeñas comunidades, 
llamadas con frecuencia comunidades de base. El papa Pablo Vl y el 
Sínodo episcopal de Roma de 1985 hablaron de estas comunidades 
como de una gran esperanza para la Iglesia universal. En ellas, una 
iglesia en muchos casos percibida como anónima puede 
experimentarse y vivirse otra vez en concreto como comunidad de fe: 
en la lectura e interpretación comunes de la Sagrada Escritura, en la 
oración y en el canto en común, en la instrucción cristiana, en la 
actuación común en situaciones concretas de necesidad. Esto es 
posible de muchas maneras, en múltiples grupos, círculos, 
movimientos, comunidades religiosas, agrupaciones y asociaciones 
eclesiales. 
Sin vinculación a una comunidad concreta de creyentes, en el mundo 
de hoy será cada vez más difícil mantener la vida y la fe cristianas. De 
tales comunidades de fe depende hoy también, de forma decisiva, la 
transmisión de la fe a la próxima generación. Por eso les corresponde 
una alta prioridad pastoral. 
Ciertamente, no hay que subestimar el peligro de "conventiculismo" y 
de riñas partidistas. Este peligro se daba ya, como atestigua la 1ª carta 
a los Corintios, en la época del Nuevo Testamento. Lo decisivo será, 
pues, que las comunidades concretas no vivan aisladas entre sí, y 
menos aún en oposición mutua. Una comunidad sólo puede ser 
legítima y auténtica comunidad de Jesucristo si está en comunión con 
todas las otras comunidades, en las que Jesucristo también está 
presente (cf. Mt 18,20). No obstante, se deberían ver no sólo los 
peligros, sino también las posibilidades positivas de la opción por las 
pequeñas comunidades. Éstas deberían emplearse como oportunidad 
para llevar a cabo una renovación y vivificación de la imagen bíblica y 
original de la Iglesia: Iglesia como comunidad de fe concretamente 
experimentada en un lugar, en comunicación ilimitada dentro de la 
única Iglesia universal. 
Tal Iglesia, entendida y vivida como "communio", podría ser 
experimentada de nuevo más claramente como signo e instrumento de 
la salvación para el mundo. En su rostro resplandecería más límpida y 
claramente la luz de Cristo como luz del mundo y de los hombres. Así, 
la fe cristiana podría adquirir nuevos contornos en nuestra época.

WALTER KASPER
LA FE QUE EXCEDE TODO CONOCIMIENTO
SAL TERRAE Col. ALCANCE 42
SANTANDER-1988
.Págs. 107-126