La Iglesia Comunidad de amor


Por Juan José Llamedo González, o.p.


San Pablo se admiraba del misterio de la Iglesia, porque en la Comunidad de los discípulos de Jesús descubría él la maravilla del don de Dios. Según la carta a los Efesios, Dios tiene un plan de salvación y quiere una humanidad según su corazón. La humanidad según Dios ha sido reconciliada por la muerte y resurrección de Jesucristo, quien venciendo el odio ha hecho posible que toda persona humana compartiera el único vínculo esencial: el ser hijos de Dios. Para el Evangelio de San Juan permanecer en el amor de Cristo es el fundamento del ser cristiano y la cumbre misma de la historia de la salvación. Tomás de Aquino decía que la vida eterna consiste en que los bienes de uno son compartidos por todos y que la alegría de uno es la alegría de todos, de lo cual es anticipo la Iglesia. Catalina de Siena concebía a la Iglesia como Esposa de Cristo a la que Jesús, como Esposo enamorado, se da totalmente para que tenga vida y dignidad de Esposa y comparta todos los bienes del Esposo. Los bienes del Esposo son Dios mismo y toda la humanidad reconciliada por su muerte y resurrección.

Para mí la Iglesia es un Cuerpo Vivo. Es una Comunidad: la Comunidad de Dios por Jesucristo en el Espíritu. Esto quiere decir que los cristianos estamos dentro del ámbito de lo que Dios es. Nuestra esperanza se enraíza en que adquirimos la mirada de Jesucristo sobre el mundo y sobre Dios. Esa mirada es únicamente amor.

El Espíritu de Dios, que es el Amor, está impulsando a las comunidades cristianas hacia una renovación. Los cambios que, de hecho, ya se están dando, están marcados por el signo de una mayor fidelidad a Cristo. Se trata de hacer creíble a Jesucristo, para hacer creíble el proyecto de Dios. Y el proyecto de Dios es que todo hombre y mujer participen de su gloria, integrándose en su misterio de Amor. Lo esencial no puede cambiar. Lo antiguo ha de ser revisado, lo nuevo ha de ser acogido y lo que no sirve será desechado. Pero en todo ha de prevalecer el criterio del amor. Y el amor transforma desde dentro, sin violencias ni rupturas.

1. El misterio del amor

Viviendo en Iglesia es posible amar a fondo, sin comprender del todo. Cuando el amor es verdadero no hay límites ni fronteras. Se ama siempre, incluso más allá de la muerte. Por eso el amor es inmortal y sólo el que ama es capaz de permanecer vivo. Quien tiene el corazón lleno de amor es capaz de ver maravillas y es capaz de sentir de una manera diferente. El que ama no filtra la realidad, sino que la capta, la acoge, la sublima y la transforma en belleza indescriptible.

Amar no es fácil. Supone lanzar una mirada a lo lejos, supone abrirse a lo inesperado y dejarse inundar de la luz que hay alrededor. Supone guardar silencio y comunicarse con ese lenguaje que muy pocos dominan. Amar, de por sí, es ya comunicación. En realidad es la única comunicación verdadera, sin mentiras, sin oscuridades, sin incomprensiones, en diálogo y respeto de las diferencias. Para el que ama, el otro siempre es un don de Dios, una oportunidad para hacer creíble la muerte y resurrección de Jesucristo.

Amar es abrir la vida entera a todo y a nada en concreto. Es tener una mirada de gratuidad sobre el entorno y es tener abiertas las puertas de par en par a la recepción y al encuentro. El que ama no sabe de miedos, ni de rencores, ni de límites, ni de vacíos, ni de cansancios, ni de soledades, ni de cegueras, ni de ataduras, ni de esclavitudes. El amor es como un imán que atrae mil virtudes, y también mil riesgos, porque amar es arriesgar la vida y comprometer la existencia en una libertad vertiginosa, en una borrachera de sensaciones que escapan a la mayoría y que son imposibles de reducir a conceptos. El amor tiene un lenguaje universal, por eso, el que ama no siente barreras, aunque la vida se le escape. El que ama no teme, simplemente, vive. El que ama se pone en la perspectiva de lo divino.

No es posible vivir sin amor. Quien no tiene amor no vive, ha muerto. Quien no tiene amor anda en las tinieblas, huye de todo, no se siente a gusto ni consigo mismo y es esclavo de sí mismo. El que no ama está ciego, porque la luz no ilumina sus ojos y sus ojos son incapaces de ver la luz con todas sus gamas y dimensiones. Me compadezco del hombre y la mujer que no aman, y amar quiere decir darse a secas, sin esperar retornos o reciprocidades inmediatas. Como el Padre se da al Hijo en el Espíritu y todo Dios se derrama sobre los seguidores de Cristo.

Amar es dar la vida para el otro, sea quien sea. Hay dolor en el amor, pero es un dolor que purifica, que hace crecer. Cuando uno ama a alguien, de modo especial, todo cobra sentido. La propia existencia revela plenitud y alegría, aún en medio de las dificultades, porque la persona que ama es reconocida y al ser reconocida es amada y su vida se llena de sentido. Desde Cristo todo hombre y mujer es un don de Dios.

Por eso sólo es posible ver a Dios desde el amor, porque él ama a secas, con total gratuidad. La persona que es capaz de amar así, gratuitamente, entra en el ámbito de la perfección, porque penetra en el misterio de lo esencial, de lo verdadero y de lo infinito. El amor no tiene fin, no puede tenerlo, porque está abierto a todo. El amor facilita el encuentro y el encuentro es siempre sanador. Dios es amor, él ha amado primero. Captar su presencia y su belleza, captar su fuerza y la luminosidad de su mirada... captar que quien es capaz de abrise al amor por completo, es capaz de empezar a vivir del todo, aún arriesgándose a morir, porque el que ama no muere, sino que vive para siempre, más allá de la frontera del misterio.

Amar y ser amado, en pura gratuidad. Abrirse al encuentro y dejarse encontrar. Darse y recibir. Descubrir y ser descubierto. Dar la vida y encontrarse viviendo. Ahí está la fuerza misma del Reino de Dios. Y la Iglesia no es otra cosa sino el espacio humano en el que Dios se hace visible y en el que los hombres y las mujeres se acogen en una unánime pluralidad sin fragmentaciones.

2. El amor, fundamento de la comunidad cristiana

La razón de ser de la comunidad cristiana es, en primer lugar, que cada hombre o mujer crezca en el conocimiento de Cristo y le sigan revestidos de su Espíritu. En segundo lugar, ser toda ella un signo del Amor. Y, viviendo en el Amor, por la participación de todos, cada uno según sus posibilidades, trabajar en la construcción del Reino de Dios. La recompensa es entrar en la intimidad de Jesucristo, llenar la vida de sentido y participar, ya, desde ahora, en el Reino de Dios que ya está entre nosotros.

El rostro de Dios es el rostro del Amor, por eso sólo el Amor revela al Dios Vivo y le hace visible. Por eso el que vive el Amor se convierte, sin quererlo, en transparencia de Dios. Por el bautismo somos revestidos de Cristo y configurados con Él por el Espíritu. El Espíritu Santo hace del bautizado un templo de Dios y un signo de la humanidad nueva. La Eucaristía nos configura y compromete como Iglesia de Dios. La Iglesia es la Comunidad de los renovados en Cristo que viven bajo el signo del Amor y son instrumentos del Amor. Y eso ha de ser la Iglesia: transparencia de Dios, que en su Verbo Encarnado, pronuncia una Palabra de reconciliación e invita a todo hombre y mujer a la nueva humanidad en Cristo.

La Iglesia está marcada por la Comunión en Cristo y el Testimonio de Cristo. La comunión significa que, por Jesucristo, y bajo la acción del Espíritu Santo, según la voluntad del Padre, compartimos la vida misma que hay en Dios, entramos en comunión con Dios. Y gracias a esa comunión con Dios reconocemos que todo hombre y mujer son nuestros hermanos. El testimonio significa que cada uno de nosotros, los que hemos reconocido a Jesucristo y le seguimos, y toda comunidad cristiana, es testigo de la Salvación que Dios ofrece y que hemos recibido por Jesucristo, de manera que nos convertimos en signo e instrumento de esa Salvación. Esto quiere decir que estamos invitados a comunicar, a todos cuantos se cruzan en nuestro camino, la salvación que hemos recibido para que todo hombre y mujer, de cualquier lugar, pueda también reconocer a Jesucristo y entrar en la comunión de Dios. Es decir, ser cristiano significa aprender a amar como Dios ama y vivir en ese amor. Se trata de entrar, como diría Santo Tomás, en la dinámica del amor de Dios.

A causa de Dios descubro que todo hombre y mujer es hermano mío. Esta es la raíz de la significación de vivir en la Iglesia. Quiere decir esto que los cristianos estamos llamados a vivir en integridad los valores nuevos del Reino de Dios al interior de las comunidades cristianas, en una solidaridad que supera las fronteras y límites geográficos, culturales o temporales. Y, por otro lado, esta solidaridad no está exclusivamente dirigida a los cristianos, sino que, según la dinámica del amor de Dios, ha de hacerse extensible aún a los no cristianos, sin distinciones, ni prejuicios. Esto es, amar como Dios ama o, para que descubramos una mayor implicación, amar como somos amados.

Por eso a la Iglesia se la llama Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II dijo: "Este pueblo mesiánico tiene por suerte la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el mandato del amor, como el mismo Cristo nos amó. Tiene como fin la dilatación del Reino de Dios. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra". (LG 9)

La meditación del siguiente texto de S. Juan 15,1-17, sirve de punto de apoyo: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado/. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, lo echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y un fruto que permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda/. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros".