SAN AGUSTÍN

IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

 

I/CRISTO-TOTAL/AG I/CUERPO-DE-CRISTO
En la Iglesia occidental quien con más vida y frecuencia predica a la 
Iglesia como cuerpo de Cristo es ·Agustín-san; esta idea está en el 
centro de su pensamiento, sobre todo en la Explicación de los 
Salmos. En la Explicación al salmo 3, 9 dice: 
«Este salmo puede también ser entendido de la persona de Cristo 
de otro modo, a saber, si El (Cristo) habla como totalidad. Como 
totalidad, digo, con el Cuerpo cuya Cabeza es. Hablan, pues, a la vez 
la Iglesia y su Cabeza en medio de las tormentas de persecución 
desatadas en toda la tierra -sabemos cómo se ha cumplido esto ya-: 
Señor, ¡cuántos son los que se alzan contra mí... Pero tú, Señor, eres 
escudo en torno mío y me proteges. En Jesús, naturalmente, pues en 
aquel hombre fue también asumida la Iglesia por el Verbo que se hizo 
carne y habitó entre nosotros... Con derecho, pues, dice también la 
Iglesia: tú eres escudo en torno mío, mi gloria. Pues no se atribuye a 
sí misma el ser ensalzada, porque sabe, por gracia y misericordia de 
quién es ensalzada. Quien te ensalza a ti, mi Cabeza, a Aquel que 
subió al cielo como Primogénito de entre los muertos... Levántate, 
Señor, sálvame, Dios mío! Así puede hablar el Cuerpo a su propia 
Cabeza.» 
Cfr. también la Explicación al salmo 15, 5; 21, 4; 37, 6. En la 
Explicación al salmo 17, 2, dice: 
«Aquí hablan Cristo y la lglesia, es decir, el Cristo total, cabeza y 
cuerpo: quiero amarte, Dios mío, mi fortaleza.» 

En el comentario al salmo 127, 3, dice: 
«Hay muchos hombres y, sin embargo, un solo hombre, muchos 
cristianos y un solo Cristo. Los cristianos mismos con su cabeza, que 
subió al cielo, son un solo Cristo. No es Aquel uno y nosotros muchos, 
somos uno en El. Un solo hombre, pues, Cristo, cabeza y cuerpo.» 

En la Explicación del salmo 26 (sección 2, 2) dice: 
«El nos salvó con su sangre y nos incorporó a El y así nos hizo 
miembros suyos, para que también nosotros fuéramos Cristo en El. 
Todos nosotros estamos en El porque en cierto modo el Cristo total 
es cabeza y cuerpo.» 

En la Explicación del salmo 60, 3, dice: 
«Nuestra vida en esta peregrinación no puede estar sin 
tentaciones; porque nuestro adelanto no pueden ocurrir más que por 
nuestras tentaciones, ni nadie se conoce a sí mismo si no en la 
tentación, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si 
no ha sido atacado... A nosotros, es decir, a su Cuerpo, nos quiso El 
prefigurar ya en su propio cuerpo, en el cuerpo con que murió y 
resucitó y subió a los cielos, para que los miembros confiaran seguir 
adonde la Cabeza nos precedió. Nos prefiguró en Sí, por tanto, 
cuando fue tentado por Satanás... En Cristo fuiste tentado tú, porque 
Dios asumió carne tuya,. Oprobio tuyo, honor tuyo y, por tanto, 
tentación tuya, victoria tuya. Si fuimos tentados en El, en El vencimos 
al demonio... Acordémonos del Evangelio: sobre esta piedra quiero 
edificar mi Iglesia... (Mt. 16, 18). ¿Pero quién se hizo piedra? Oye a 
San Pablo: pero la roca era Cristo (I Cor. 10, 4). En El, por tanto, 
estamos edificados. Por eso la roca en que estamos edificados fue 
antes atacada por el viento, la lluvia y las corrientes, cuando Cristo 
fue tentado por el demonio. Mira sobre qué solidez quiso fundarte.» 

Cfr. también Ps. 142 3- 26, 2, 11; 18, 2, 10; 37, 6; 74, 4; 30; 
Sermón 1, 3. En la homilía 2i sobre el Evangelio de San Juan, 8, dice: 

«Dejad, pues que nos felicitemos y demos gracias, porque no sólo 
nos hemos hecho cristianos, sino Cristo. ¿Entendéis, hermanos; os 
dais cuenta de la gracia de Dios en nosotros? Admiraos, alegraos, 
nos hemos hecho Cristo. Pues si El es la Cabeza y nosotros los 
miembros, el hombre total es El y nosotros. Lo dice el apóstol Pablo: 
para que no fuéramos ya niños llevados de aquí para allá por el 
viento de las doctrinas. Pero antes había dicho: hasta que todos 
nosotros lleguemos a la unidad de la fe y al conocimiento del HiJo de 
Dios, al varón perfecto, a la edad de la plenitud de Cristo. La plenitud 
de Cristo son, pues, la Cabeza y los miembros. ¿Qué significa 
«Cabeza y miembros»? Cristo y la Iglesia. Pues nos lo atribuiríamos 
soberbiamente, si no se hubiera dignado atribuirnoslo Aquel que por 
San Pablo dice: pero vosotros sois el Cuerpo y los miembros de 
Cristo. Por tanto, cuando el Padre muestra algo a los miembros de 
Cristo, lo muestra a Cristo. Ocurre un milagro enorme pero verdadero; 
se muestra a Cristo, lo que Cristo sabía, y se muestra a Cristo por 
Cristo. Es algo maravilloso y grande, pero la Escritura así lo dice. 
¿Qué significa lo que he dicho es mostrado a Cristo por Cristo? Es 
mostrado a los miembros por la Cabeza. Mira, medita esto: imagina 
que quisieras levantar algo con los ojos cerrados; la mano no sabe 
adónde tiene que ir y sin duda la mano es un miembro tuyo, pues no 
está separada de ti; abre los ojos; ahora la mano sabe adonde tiene 
que ir: el miembro sigue a la cabeza que indica. La cabeza indica para 
que los miembros vean; la cabeza enseña para que aprendan los 
miembros; sin embargo, cabeza y miembros son un solo hombre. Él 
no quiso separarse de nosotros, sino que se unió a nosotros. Estaba 
lejos de nosotros, muy lejos; ¿qué hay más alejado que el hombre y 
Dios7 ¿Qué tan distanciado como la injusticia y la justicia, como la 
mortalidad y la eternidad? Mira cuán lejos estaba el Verbo al principio, 
Dios en Dios por quien todo fue hecho. ¿Y cómo se ha acercado 
hasta llegar a ser lo que nosotros somos y nosotros en El? El Verbo 
se hizo carne y habitó entre nosotros.» 

En su obra De peccatorum meritis et remissione (lib. 1, cap. 31), 
dice: 
«Si la esencia divina, a pesar de la distancia, pudo asumir la 
sustancia humana por amor nuestro, de manera que era una sola 
persona y el Hijo del hombre que estaba en la tierra era el mismo en 
el cielo debido a la participación de la carne en la divinidad, cuánto 
más digno de creer es que los demás hombres santos y creyentes en 
El se hagan un Cristo con el hombre Cristo, de forma que, 
ascendiendo ellos por su gracia y comunidad, El, el Cristo uno, que 
bajó del cielo suba al cielo! Y así dice también el Apóstol: del mismo 
modo que nosotros tenemos muchos miembros en un solo cuerpo, 
pero todos son miembros del cuerpo, porque son muchos, pero un 
solo cuerpo: así también Cristo. No dijo: así también de Cristo, es 
decir cuerpo de Cristo o miembros de Cristo, sino: así también Cristo, 
llamando Cristo a la Cabeza y al Cuerpo.» 

En De praedestinatione sanctorum (15, 31) dice: 
«En nuestra Cabeza se nos aparece la fuente misma de la gracia, 
desde donde fluye por todos sus miembros según la medida de cada 
uno. Por la gracia el hombre -sea quien sea- se hace de Cristo desde 
el principio de su fe, por ia gracia por la que aquel hombre fue Cristo 
desde el principio: renacido por el mismo Espíritu, por el que El nació; 
en el mismo Espíritu ocurre en nosotros el perdón de los pecados, en 
que ocurrió que El no tuviera pecado alguno... Del mismo modo, pues, 
que El solo fue predestinado a ser nuestra Cabeza, todos nosotros 
fuimos predestinados a ser sus miembros... Nos hace creer en Cristo, 
quien nos hizo Cristo en quien creemos; hizo en los hombres el 
fundamento de la fe y la plenitud en Jesús, el mismo que hizo al 
hombre fundador de la fe y cumplidor, el mismo que le hizo Jesús.» 
El Sermón 144, 5, dice: 
«Vuestra fe, amadísimos, sabe bien, y nosotros sabemos, que lo 
habéis aprendido bajo la enseñanza del celestial Maestro en quien 
ponéis vuestra confianza: que nuestro Señor Jesucristo, que ya 
padeció y resucitó por nosotros, es la Cabeza de la Iglesia, y que la 
Iglesia es su Cuerpo y que en su Cuerpo la unidad de los miembros y 
la obra vinculadora del amor representan la salud. Quien se enfría en 
el amor, está enfermo en el Cuerpo de Cristo. Y aquel a quien ya ha 
ensalzado nuestra Cabeza es poderoso incluso para curar a los 
miembros enfermos: si no se han desgarrado por un ateísmo 
excesivo, sino que están en relación con el Cuerpo hasta que ocurre 
la curación. Pues no hay que desesperar de la curación de lo que 
está todavía en relación con el Cuerpo: pero lo que ha sido separado 
y cortado no puede ni ser sanado ni recuperado. Y como Aquél es 
Cabeza de la Iglesia y la Iglesia su Cuerpo, el Cristo total es la Cabeza 
y Cuerpo juntamente. Aquella ya ha resucitado. Tenemos, pues, 
nuestra Cabeza en el cielo. Nuestra Cabeza intercede por nosotros. 
Nuestra impecable e inmortal Cabeza ruega a Dios por nuestros 
pecados: para que también nosotros, resucitando al fin y llevados a la 
gloria celestial, sigamos a nuestra Cabeza. Pues donde está la 
Cabeza deben estar también los demás miembros. Pero nosotros 
somos miembros ya mientras estamos aquí; no nos desanimemos: 
pronto seguiremos a la Cabeza. Pues, hermanos, ved el amor de 
nuestra Cabeza. Está ya en el cielo y está sufriendo aquí abajo, 
mientras sufra aquí abajo la Iglesia. Aquí abajo pasa hambre Cristo, 
pasa sed, está desnudo, es extraño, está enfermo, está en la cárcel. 
Pues todo lo que sufre su cuerpo aquí abajo, dice que lo sufre 
también El... «Yo estaba hambriento y me disteis de comer..., pues 
todo lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis» 
(/Mt/25/42-45). Y así también en nuestro cuerpo la cabeza está 
arriba, mientras que los pies están en tierra; sin embargo, cuando en 
una multitud alguien te pisa el pie, ¿no dice la cabeza: me has 
pisado? Y así clama también Cristo, con quien nadie tropieza: «Tenía 
hambre y me disteis de comer.» 

El Sermón 19, 1-4, dice: 
«Hay hombres que tengan fe y no amor? Hay muchos que creen y 
no aman... «Dices que hay un Dios. Tu fe es cierta, pero también los 
demonios tiemblan y creen» (/St/02/19). Por tanto, si sólo crees y no 
amas, eso tienes en común con los demonios. Pedro dijo: «Tú eres el 
Hijo de Dios» y le fue contestado: «Bienaventurado tú, Simón Bar 
Jona, pues no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre 
celestial» (Mt. 16, 16-17). Encontramos que también los demonios 
dicen: «¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios?» El Apóstol 
confiesa al Hijo y al Hijo confiesan también los demonios: la profesión 
parece igual, el amor es desigual. Los apóstoles creen y aman, los 
demonios creen y temen; el amor espera recompensa, el temor 
castigo. Nadie se ufane, pues, por cualquier don de la Iglesia, en caso 
de que destaque dentro de la Iglesia por algún don que le haya sido 
confiado; tenga más bien en cuenta si tiene amor. Pues también 
Pablo enumera muchos de Dios en los miembros de Cristo, que son la 
Iglesia, y dice que a todos los miembros son confiados dones 
especiales y que es imposible poseer todos los mismos dones. Pero 
nadie quedará sin dones: «apóstoles, profetas, doctores, luego el 
poder de milagros, las virtudes; después las gracias de curación, de 
asistencia, de gobierno, los géneros de lenguas» (/1Co/12/28). Así se 
dijo y vemos un don en éste y otro en aquél. Que nadie se ofenda, 
pues, de que a él no se le haya dado lo que a otro fue dado. Tenga 
amor, no envidia al poseedor, y tendrá junto con él lo que él mismo no 
tiene. Pues lo que tiene mi hermano, si no lo envidio, sino que le amo, 
yo lo tengo. En mí no tengo nada, pero lo poseo en él: no sería mío si 
no estuviéramos en el mismo Cuerpo y bajo la misma Cabeza. 
La mano izquierda, por ejemplo, lleva un anillo y la derecha no; ¿se 
queda ésta sin adorno por eso? Considera las manos por separado: 
ves que lo que tiene la una no lo tiene la otra. Considera el conjunto 
del cuerpo que comprende ambas manos, y ve cómo lo que una mano 
no tiene lo tiene la otra. Los ojos ven adónde van y los pies van hacia 
donde los ojos han previsto; pero los ojos no pueden andar, ni los 
pies ver. Pero el pie te dirá: también yo tengo luz, pero no en mí, sino 
en el ojo; pues el ojo no ve para él solo y para mí no. Y los ojos 
contestarán: nosotros andamos también no por nosotros, sino 
mediante los pies; pues los pies no se llevan a sí mismos solos y no a 
nosotros. Cada uno de los miembros cumple, pues, en particular, 
divididos los oficios, lo que el alma manda; y sin embargo, radican en 
un solo cuerpo y se mantienen en unidad; no se apoderan de lo que 
los otros miembros tienen, aunque ellos mismos no tengan aquellos 
miembros, ni tienen por ajeno lo que poseen en común en el mismo 
cuerpo. Y, finalmente, hermanos: si un miembro choca con algo bajo, 
¿qué miembro le negará su ayuda? ¿Qué parece en el cuerpo 
humano más en último lugar que el pie? Y en el pie mismo ¿qué más 
alejado que la planta? Y sin embargo eso más alejado está en tan 
estrecha relación con toda la estructura del cuerpo que, cuando se 
clava una espina, todos los miembros colaboran para sacar la espina: 
las rodillas se doblan, se curva la espalda.... uno se sienta para sacar 
la espina; y el hecho de sentarse es cosa de todo el cuerpo. ¡Cuán 
pequeña es la parte lastimada! Tan pequeña es la parte en que pudo 
clavarse una espina y, sin embargo, el apuro de un lugar tan pequeño 
y menudo no es descuidado por todo el cuerpo: los demás miembros 
no sufren y en aquel lugar sufren todos. El Apóstol nos ha dado en 
esto una parábola de amor, animándonos a que nos amemos entre 
nosotros, como los miembros en el cuerpo: «Si padece un miembro, 
todos los miembros padecen con él, y si un miembro es honrado, 
todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el Cuerpo de 
Cristo y sus miembros» (/1Co/12/26-27). Si se aman los miembros 
que tienen su cabeza en la tierra, ¿cómo tendrán que amarse los 
miembros que tienen su Cabeza en el cielo? Claro que no se amarían 
si fueran abandonados por su Cabeza; pero como esta Cabeza es 
Cabeza y está ensalzada y está a la derecha de Dios Padre, de forma 
que sigue trabajando en la tierra, no en sí sino en sus miembros, da 
modo que al final dice: «tuve hambre, tuve sed; fui extraño», y ellos 
contestan: «¿cuándo te vimos hambriento o sediento?», y El 
responde también: Yo, la Cabeza, estaba en el cielo, pero en la tierra 
estaban sedientos los miembros -dice al final: «lo que no hicisteis a 
uno de mis pequeños a Mí me lo negasteis» (Mt/25/35-45). A esta 
Cabeza estamos unidos única mente por el amor.
Y así, hermanos, vemos a cada miembro en su oficio cumplir su 
propia tarea: que el ojo ve, pero no hace; que la mano, en cambio, 
hace pero no ve, el oído oye pero ni ve ni hace; la lengua habla, pero 
ni oye ni ve; y aunque todos ellos son distintos y están separados por 
sus oficios, tienen, unidos por la única estructura del cuerpo, algo 
común a todos. Los oficios son diversos, el bienestar uno solo. El 
amor es en los miembros de Cristo lo que la salud y bienestar en los 
miembros del cuerpo. En mejor lugar está el ojo: está puesto arriba 
como en una almena de vigilancia, para desde allí ver, contemplar, 
mostrar; gran honor hay en los ojos, por lo fogoso del sentido, por la 
movilidad, por cierto poder que los otros miembros no tienen. Por eso 
los hombres suelen jurar por sus ojos más que por ningún otro 
miembro. Nadie dice a otro: te quiero como a mis oídos; y sin embargo 
el sentido del oído no está lejos del ojo, es el más cercano a él. 
Diariamente dicen los hombres: te amo como a mis ojos. Y también el 
Apóstol alude a que el amor a los ojos es mayor que el amor a los 
demás miembros: cuando se siente abandonado por el amor de la 
Iglesia de Dios dice: «pues yo mismo testifico que, de haber sido 
posible, los ojos mismos me hubiera arrancado para dároslos» 
(/Ga/04/15). Nada hay, pues, en el cuerpo más sublime y honrado 
que los ojos, y tal vez nada más pequeño que el dedo pequeño del 
pie. Pero está más en orden el dedo sano que el ojo enfermizo y 
legañoso, pues la salud, que es común a todos los miembros, es más 
valiosa que los oficios de cada uno. Y así ves en la Iglesia a uno que 
tiene un oficio pequeño y amor para él, y a otro tal vez con un oficio 
más importante pero que no tiene amor. Sea aquél el dedo pequeño 
del pie y éste el ojo. Pertenece más a la estructura del cuerpo el que 
ha conservado la salud. Finalmente es una carga para el Cuerpo, 
quien siempre está enfermizo; y todos los miembros se esfuerzan por 
curar al enfermo, y la mayoría de las veces cura. Pero si no es curado 
y se pudre de modo que no puede curar, los demás miembros tienen 
que aconsejar que sea cortado y separado del conjunto del cuerpo.»

El Sermón 3 dice:
«El oficio de la palabra y el cuidado en que nosotros padecemos 
dolores de parto por vosotros, hasta que Cristo haya sido formado en 
vosotros, nos impulsa a advertir a vuestra niñez, a vosotros que, 
renacidos del agua y del Espíritu, véis a nueva luz este manjar, esta 
bebida sobre la mesa del Señor y que los recibís con inocente 
devoción, sobre lo que significa este tan grande y divino sacramento, 
este tan celebrado y noble medicamento, un sacrificio tan puro y 
suave que hoy es inmolado, no ya en una ciudad terrena de 
Jerusalén o en el tabernáculo erigido por Moisés, ni en el templo 
construído por Salomón, sombras todas del futuro, sino inmolado 
según las profecías «desde la aurora al atardecer» y ofrecido según 
la gracia de la Nueva Alianza como sacrificio de alabanza a Dios. Ya 
no se elige entre los rebaños de animales un sacrificio cruento; 
ninguna oveja o cabrito son arrastrados ya hasta el altar de Dios: el 
sacrificio de nuestro tiempo es la carne y sangre del sacerdote mismo. 
Pues sólo de El se profetizó en los Salmos: «Tú eres sacerdote 
eternamente según el orden de Melquisedec». Y leemos en el libro 
del Génesis que Melquisedec, sacerdote del Señor, llevó pan y vino 
cuando fue a bendecir a nuestro padre Abraham. 
Cristo, pues, nuestro Señor, que sacrificó en la Pasión por nosotros 
lo que había recibido de nosotros al nacer, constituido eternamente 
como Sumo Sacerdote, fijó el orden de sacrificio que véis: el de su 
cuerpo y sangre. Pues su cuerpo traspasado por la lanza manó la 
sangre y agua, que perdonan nuestros pecados. Acordándoos de 
esta gracia, luchando por vuestra salvación con temor y temblor 
-porque es Dios quien obra en vosotros-, entrad en comunidad con 
este altar. Reconoced en el pan lo que pendió de la Cruz y en el cáliz 
lo que se derramó de su costado. Pues también los sacrificios de la 
Antigua Alianza con toda su abigarrada pluralidad eran una imagen 
del único sacrificio venidero. Pues Cristo mismo es el cordero, por la 
inocencia de su sencillo ánimo, y el cabrito, por su semejanza a la 
carne de pecado. Y todo lo que fue prefigurado de múltiples modos 
en los sacrificios del Antiguo Testamento, pertenece al único sacrificio 
que ha sido revelado en el Nuevo. 
Recibid, pues, y comed el Cuerpo de Cristo, vosotros que en el 
Cuerpo de Cristo os habéis hecho miembros de Cristo; recibid y 
bebed la sangre de Cristo. No os volváis a desatar, comed el vínculo 
de vuestra unidad; conoced vuestra dignidad, bebed vuestro precio. 
Del mismo modo que esto se convierte en vosotros, al comerlo y 
beberlo, así vosotros os convertís en Cuerpo de Cristo, Si vivís 
piadosa y dócilmente... Recibiendo en El la vida sois una carne con 
El. Pues este misterio no significa la carne de Cristo de modo que os 
separe de ella. El Apóstol dice que esto estaba profetizado en la 
Escritura: «Ambos serán una sola carne» (I Cor. 10, 17). Y en otro 
lugar dice de la Eucaristía misma: «un único pan, un cuerpo único, 
somos nosotros a pesar de ser muchos». Así empezáis a recibir ahora 
lo que habéis empezado a ser... 
Y lo recibiréis dignamente si os cuidáis de la «levadura de las falsas 
doctrinas», para que seáis «pan ázimo en pureza y verdad»; o si 
conserváis la levadura del amor, que «una mujer puso en tres 
medidas de harina, hasta que todo fermentara». Pues aquella mujer 
es la sabiduría de Dios, que vino a carne mortal por una Virgen y 
predicó su Evangelio por toda la tierra que había repartido después 
del diluvio entre los tres hijos de Noé, como en tres medidas, hasta 
que toda ella fermentara. Esto es el «todo», llamado 'holon' en griego, 
en que vosotros, conservando el vínculo de la paz, seréis «conforme 
al todo», es decir, Katholon, de donde viene el nombre de Iglesia 
católica.» 

El tema de la unidad entre Cristo y los cristianos esta tratado con 
especial fuerza en un sermón sobre la primera epístola de San Juan 
(Sermón 10, 3). A-DEO/A-H 
«En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios» 
(/1Jn/05/02). ¿Qué es esto hermanos? Inmediatamente antes, San 
Juan habla del Hijo de Dios, no de los hijos de Dios; Juan nos puso a 
considerar el Cristo único, y nos dijo «Todo el que cree que Jesús es 
el Cristo, ése es nacido de Dios, y todo el que ama al que le 
engendró, ama al engendrado de El», es; decir, al Hijo nuestro Señor 
Jesucristo. Y continúa. «en esto reconocemos que amamos a los hijos 
de Dios»; como que quisiera decir: en esto reconoceremos que 
amamos al Hijo de Dios; pero dice «hijos de Dios» habiendo dicho 
inmediatamente antes Hijo de Dios. Pues los hijos son el Cuerpo del 
unigénito Hijo de Dios; como El es la Cabeza y nosotros los miembros, 
sólo hay un Hijo de Dios. Quien ama, pues, a los hijos de Dios, ama al 
Hijo de Dios; y quien ama al Hijo de Dios ama al Padre: y nadie puede 
amar al Padre si no ama al Hijo; y quien ama al Hijo, ama también a 
los hijos de Dios. ¿Que hijos o niños de Dios? Los miembros del Hijo 
de Dios. Y justamente por amarlos se hace El mismo, por el amor, un 
miembro del conjunto del Cuerpo de Cristo; y así será un Cristo único 
que se ama a sí mismo et erit unus Christus amans seipsum. Pues 
cuando los miembros se aman unos a otros, se ama a sí mismo el 
Cuerpo. Y cuando un miembro padece, todos los miembros padecen 
con él; y cuando un miembro es honrado, todos los miembros se 
alegran con él. Y ¿cómo continúa San Pablo?, pero vosotros sois 
cuerpo de Cristo y sus miembros (l Cor. 12, 26 s.). Juan hablaba poco 
antes del amor fraternal y decía: «quien no ama al hermano a quien 
ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve? (4, 20). Y cuando amas 
al hermano, ¿acaso amas sólo al hermano y no a Cristo? ¿Como va a 
ser eso, si amas a un miembro de Cristo? Por tanto, cuando amas a 
un miembro de Cristo, amas a Cristo; cuando amas a Cristo, amas al 
hijo de Dios, y si amas al Hijo de Dios, amas también al Padre. El amor 
es, por tanto, indivisible. Elige lo que quieres amar. Lo demás se 
sigue por sí solo necesariamente. Di: yo amo sólo a Dios, a Dios 
Padre. Mientes. Si le amas, no le amas a El solo, sino que si le amas, 
amas también al Hijo. Sí, dices, amo al Padre y al Hijo, pero sólo a 
Ellos: a Dios Padre y a nuestro Señor Jesucristo, que subió al cielo y 
está sentado a la derecha del Padre, al Verbo por quien todo fue 
hecho, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sólo a Ellos amo. 
Mientes; pues si amas a la Cabeza también amas a los miembros; 
pero si no amas a los miembros, tampoco amas a la Cabeza. ¿No 
temes la voz de la Cabeza, que desde el cielo grita por sus miembros: 
«Saulo, Saulo, por qué me persigues»? (/Hch/09/04). Le persigue, 
dice, quien persigue a sus miembros; le ama, quien ama a sus 
miembros. Sabéis quienes son los miembros de Cristo: la Iglesia de 
Dios. «Conoceremos que amamos a los hijos de Dios en que amamos 
a Dios» (/1Jn/05/02). ¿Cómo? No es distinto hijos de Dios, ¿y Dios? 
Sí, pero quien ama a Dios, ama sus mandamientos. ¿Y cuáles son los 
mandamientos de Dios? Un nuevo precepto os doy, que os améis los 
unos a los otros (Jn 13, 34). Nadie se disculpe con otro amor ni 
invocando otro amor; este amor es así, ni más ni menos: del mismo 
modo que él es unidad, junta en unidad a todos los que de él 
proceden y les funde como el fuego. Ahí está el oro; se funde la masa 
y se hace unidad pero si la llama del amor no enciende el fuego, los 
muchos no pueden juntarse en unidad. Conocemos que amamos a 
Dios en que amamos a los hijos de Dios.»

Podríamos citar muchos más textos de Santos Padres; todos ellos 
atestiguan que la Iglesia es el cuerpo de Cristo.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA
RIALP. MADRID 1960.Págs. 286-294

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