«EL CRISTO TOTAL» DE SAN AGUSTÍN
1.I/CRISTO-TOTAL/AG I/CUERPO-DE-CRISTO
En la Iglesia occidental quien con más vida y frecuencia predica a la
Iglesia como cuerpo de Cristo es san Agustín; esta idea está en el
centro de su pensamiento, sobre todo en la Explicación de los
Salmos. En la Explicación al salmo 3, 9 dice:
«Este salmo puede también ser entendido de la persona de Cristo de
otro modo, a saber, si El (Cristo) habla como totalidad. Como totalidad,
digo, con el Cuerpo cuya Cabeza es. Hablan, pues, a la vez la Iglesia y
su Cabeza en medio de las tormentas de persecución desatadas en
toda la tierra -sabemos cómo se ha cumplido esto ya-: Señor, ¡cuántos
son los que se alzan contra mí... Pero tú, Señor, eres escudo en torno
mío y me proteges. En Jesús, naturalmente, pues en aquel hombre fue
también asumida la Iglesia por el Verbo que se hizo carne y habitó
entre nosotros... Con derecho, pues, dice también la Iglesia: tú eres
escudo en torno mío, mi gloria. Pues no se atribuye a sí misma el ser
ensalzada, porque sabe, por gracia y misericordia de quién es
ensalzada. Quien te ensalza a ti, mi Cabeza, a Aquel que subió al cielo
como Primogénito de entre los muertos... Levántate, Señor, sálvame,
Dios mío! Así puede hablar el Cuerpo a su propia Cabeza.»
Cfr. también la Explicación al salmo 15, 5; 21, 4; 37, 6. En la
Explicación al salmo 17, 2, dice:
«Aquí hablan Cristo y la lglesia, es decir, el Cristo total, cabeza y
cuerpo: quiero amarte, Dios mío, mi fortaleza.»
En el comentario al salmo 127, 3, dice:
«Hay muchos hombres y, sin embargo, un solo hombre, muchos
cristianos y un solo Cristo. Los cristianos mismos con su cabeza, que
subió al cielo, son un solo Cristo. No es Aquel uno y nosotros muchos,
somos uno en El. Un solo hombre, pues, Cristo, cabeza y cuerpo.»
En la Explicación del salmo 26 (sección 2, 2) dice:
«El nos salvó con su sangre y nos incorporó a El y así nos hizo
miembros suyos, para que también nosotros fuéramos Cristo en El.
Todos nosotros estamos en El porque en cierto modo el Cristo total es
cabeza y cuerpo.»
En la Explicación del salmo 60, 3, dice:
«Nuestra vida en esta peregrinación no puede estar sin tentaciones;
porque nuestro adelanto no pueden ocurrir más que por nuestras
tentaciones, ni nadie se conoce a sí mismo si no en la tentación, ni
puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha sido
atacado... A nosotros, es decir, a su Cuerpo, nos quiso El prefigurar ya
en su propio cuerpo, en el cuerpo con que murió y resucitó y subió a
los cielos, para que los miembros confiaran seguir adonde la Cabeza
nos precedió. Nos prefiguró en Sí, por tanto, cuando fue tentado por
Satanás... En Cristo fuiste tentado tú, porque Dios asumió carne tuya,.
Oprobio tuyo, honor tuyo y, por tanto, tentación tuya, victoria tuya. Si
fuimos tentados en El, en El vencimos al demonio... Acordémonos del
Evangelio: sobre esta piedra quiero edificar mi Iglesia... (Mt. 16, 18).
¿Pero quién se hizo piedra? Oye a San Pablo: pero la roca era Cristo (I
Cor. 10, 4). En El, por tanto, estamos edificados. Por eso la roca en
que estamos edificados fue antes atacada por el viento, la lluvia y las
corrientes, cuando Cristo fue tentado por el demonio. Mira sobre qué
solidez quiso fundarte.»
Cfr. también Ps. 142 3- 26, 2, 11; 18, 2, 10; 37, 6; 74, 4; 30; Sermón
1, 3. En la homilía 21 sobre el Evangelio de San Juan, 8, dice:
«Dejad, pues que nos felicitemos y demos gracias, porque no sólo
nos hemos hecho cristianos, sino Cristo. ¿Entendéis, hermanos; os
dais cuenta de la gracia de Dios en nosotros? Admiraos, alegraos, nos
hemos hecho Cristo. Pues si El es la Cabeza y nosotros los miembros,
el hombre total es El y nosotros. Lo dice el apóstol Pablo: para que no
fuéramos ya niños llevados de aquí para allá por el viento de las
doctrinas. Pero antes había dicho: hasta que todos nosotros lleguemos
a la unidad de la fe y al conocimiento del HiJo de Dios, al varón
perfecto, a la edad de la plenitud de Cristo. La plenitud de Cristo son,
pues, la Cabeza y los miembros. ¿Qué significa «Cabeza y miembros»?
Cristo y la Iglesia. Pues nos lo atribuiríamos soberbiamente, si no se
hubiera dignado atribuirnoslo Aquel que por San Pablo dice: pero
vosotros sois el Cuerpo y los miembros de Cristo. Por tanto, cuando el
Padre muestra algo a los miembros de Cristo, lo muestra a Cristo.
Ocurre un milagro enorme pero verdadero; se muestra a Cristo, lo que
Cristo sabía, y se muestra a Cristo por Cristo. Es algo maravilloso y
grande, pero la Escritura así lo dice. ¿Qué significa lo que he dicho es
mostrado a Cristo por Cristo? Es mostrado a los miembros por la
Cabeza. Mira, medita esto: imagina que quisieras levantar algo con los
ojos cerrados; la mano no sabe adónde tiene que ir y sin duda la mano
es un miembro tuyo, pues no está separada de ti; abre los ojos; ahora
la mano sabe adonde tiene que ir: el miembro sigue a la cabeza que
indica. La cabeza indica para que los miembros vean; la cabeza enseña
para que aprendan los miembros; sin embargo, cabeza y miembros son
un solo hombre. Él no quiso separarse de nosotros, sino que se unió a
nosotros. Estaba lejos de nosotros, muy lejos; ¿qué hay más alejado
que el hombre y Dios7 ¿Qué tan distanciado como la injusticia y la
justicia, como la mortalidad y la eternidad? Mira cuán lejos estaba el
Verbo al principio, Dios en Dios por quien todo fue hecho. ¿Y cómo se
ha acercado hasta llegar a ser lo que nosotros somos y nosotros en
El? El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.»
En su obra De peccatorum meritis et remissione (lib. 1, cap. 31), dice:
«Si la esencia divina, a pesar de la distancia, pudo asumir la
sustancia humana por amor nuestro, de manera que era una sola
persona y el Hijo del hombre que estaba en la tierra era el mismo en el
cielo debido a la participación de la carne en la divinidad, cuánto más
digno de creer es que los demás hombres santos y creyentes en El se
hagan un Cristo con el hombre Cristo, de forma que, ascendiendo ellos
por su gracia y comunidad, El, el Cristo uno, que bajó del cielo suba al
cielo! Y así dice también el Apóstol: del mismo modo que nosotros
tenemos muchos miembros en un solo cuerpo, pero todos son
miembros del cuerpo, porque son muchos, pero un solo cuerpo: así
también Cristo. No dijo: así también de Cristo, es decir cuerpo de Cristo
o miembros de Cristo, sino: así también Cristo, llamando Cristo a la
Cabeza y al Cuerpo.»
En De praedestinatione sanctorum (15, 31) dice:
«En nuestra Cabeza se nos aparece la fuente misma de la gracia,
desde donde fluye por todos sus miembros según la medida de cada
uno. Por la gracia el hombre -sea quien sea- se hace de Cristo desde
el principio de su fe, por ia gracia por la que aquel hombre fue Cristo
desde el principio: renacido por el mismo Espíritu, por el que El nació;
en el mismo Espíritu ocurre en nosotros el perdón de los pecados, en
que ocurrió que El no tuviera pecado alguno... Del mismo modo, pues,
que El solo fue predestinado a ser nuestra Cabeza, todos nosotros
fuimos predestinados a ser sus miembros... Nos hace creer en Cristo,
quien nos hizo Cristo en quien creemos; hizo en los hombres el
fundamento de la fe y la plenitud en Jesús, el mismo que hizo al hombre
fundador de la fe y cumplidor, el mismo que le hizo Jesús.»
El Sermón 144, 5, dice:
«Vuestra fe, amadísimos, sabe bien, y nosotros sabemos, que lo
habéis aprendido bajo la enseñanza del celestial Maestro en quien
ponéis vuestra confianza: que nuestro Señor Jesucristo, que ya
padeció y resucitó por nosotros, es la Cabeza de la Iglesia, y que la
Iglesia es su Cuerpo y que en su Cuerpo la unidad de los miembros y la
obra vinculadora del amor representan la salud. Quien se enfría en el
amor, está enfermo en el Cuerpo de Cristo. Y aquel a quien ya ha
ensalzado nuestra Cabeza es poderoso incluso para curar a los
miembros enfermos: si no se han desgarrado por un ateísmo excesivo,
sino que están en relación con el Cuerpo hasta que ocurre la curación.
Pues no hay que desesperar de la curación de lo que está todavía en
relación con el Cuerpo: pero lo que ha sido separado y cortado no
puede ni ser sanado ni recuperado. Y como Aquél es Cabeza de la
Iglesia y la Iglesia su Cuerpo, el Cristo total es la Cabeza y Cuerpo
juntamente. Aquella ya ha resucitado. Tenemos, pues, nuestra Cabeza
en el cielo. Nuestra Cabeza intercede por nosotros. Nuestra impecable
e inmortal Cabeza ruega a Dios por nuestros pecados: para que
también nosotros, resucitando al fin y llevados a la gloria celestial,
sigamos a nuestra Cabeza. Pues donde está la Cabeza deben estar
también los demás miembros. Pero nosotros somos miembros ya
mientras estamos aquí; no nos desanimemos: pronto seguiremos a la
Cabeza. Pues, hermanos, ved el amor de nuestra Cabeza. Está ya en
el cielo y está sufriendo aquí abajo, mientras sufra aquí abajo la Iglesia.
Aquí abajo pasa hambre Cristo, pasa sed, está desnudo, es extraño,
está enfermo, está en la cárcel. Pues todo lo que sufre su cuerpo aquí
abajo, dice que lo sufre también El... «Yo estaba hambriento y me
disteis de comer..., pues todo lo que hacéis a uno de mis pequeños, a
mí me lo hacéis» (/Mt/25/42-45). Y así también en nuestro cuerpo la
cabeza está arriba, mientras que los pies están en tierra; sin embargo,
cuando en una multitud alguien te pisa el pie, ¿no dice la cabeza: me
has pisado? Y así clama también Cristo, con quien nadie tropieza:
«Tenía hambre y me disteis de comer.»
El Sermón 19, 1-4, dice:
«Hay hombres que tengan fe y no amor? Hay muchos que creen y no
aman... «Dices que hay un Dios. Tu fe es cierta, pero también los
demonios tiemblan y creen» (/St/02/19). Por tanto, si sólo crees y no
amas, eso tienes en común con los demonios. Pedro dijo: «Tú eres el
Hijo de Dios» y le fue contestado: «Bienaventurado tú, Simón Bar Jona,
pues no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre
celestial» (Mt. 16, 16-17). Encontramos que también los demonios
dicen: «¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios?» El Apóstol
confiesa al Hijo y al Hijo confiesan también los demonios: la profesión
parece igual, el amor es desigual. Los apóstoles creen y aman, los
demonios creen y temen; el amor espera recompensa, el temor castigo.
Nadie se ufane, pues, por cualquier don de la Iglesia, en caso de que
destaque dentro de la Iglesia por algún don que le haya sido confiado;
tenga más bien en cuenta si tiene amor. Pues también Pablo enumera
muchos de Dios en los miembros de Cristo, que son la Iglesia, y dice
que a todos los miembros son confiados dones especiales y que es
imposible poseer todos los mismos dones. Pero nadie quedará sin
dones: «apóstoles, profetas, doctores, luego el poder de milagros, las
virtudes; después las gracias de curación, de asistencia, de gobierno,
los géneros de lenguas» (/1Co/12/28). Así se dijo y vemos un don en
éste y otro en aquél. Que nadie se ofenda, pues, de que a él no se le
haya dado lo que a otro fue dado. Tenga amor, no envidia al poseedor,
y tendrá junto con él lo que él mismo no tiene. Pues lo que tiene mi
hermano, si no lo envidio, sino que le amo, yo lo tengo. En mí no tengo
nada, pero lo poseo en él: no sería mío si no estuviéramos en el mismo
Cuerpo y bajo la misma Cabeza.
La mano izquierda, por ejemplo, lleva un anillo y la derecha no; ¿se
queda ésta sin adorno por eso? Considera las manos por separado:
ves que lo que tiene la una no lo tiene la otra. Considera el conjunto
del cuerpo que comprende ambas manos, y ve cómo lo que una mano
no tiene lo tiene la otra. Los ojos ven adónde van y los pies van hacia
donde los ojos han previsto; pero los ojos no pueden andar, ni los pies
ver. Pero el pie te dirá: también yo tengo luz, pero no en mí, sino en el
ojo; pues el ojo no ve para él solo y para mí no. Y los ojos contestarán:
nosotros andamos también no por nosotros, sino mediante los pies;
pues los pies no se llevan a sí mismos solos y no a nosotros. Cada uno
de los miembros cumple, pues, en particular, divididos los oficios, lo
que el alma manda; y sin embargo, radican en un solo cuerpo y se
mantienen en unidad; no se apoderan de lo que los otros miembros
tienen, aunque ellos mismos no tengan aquellos miembros, ni tienen
por ajeno lo que poseen en común en el mismo cuerpo. Y, finalmente,
hermanos: si un miembro choca con algo bajo, ¿qué miembro le negará
su ayuda? ¿Qué parece en el cuerpo humano más en último lugar que
el pie? Y en el pie mismo ¿qué más alejado que la planta? Y sin
embargo eso más alejado está en tan estrecha relación con toda la
estructura del cuerpo que, cuando se clava una espina, todos los
miembros colaboran para sacar la espina: las rodillas se doblan, se
curva la espalda.... uno se sienta para sacar la espina; y el hecho de
sentarse es cosa de todo el cuerpo. ¡Cuán pequeña es la parte
lastimada! Tan pequeña es la parte en que pudo clavarse una espina
y, sin embargo, el apuro de un lugar tan pequeño y menudo no es
descuidado por todo el cuerpo: los demás miembros no sufren y en
aquel lugar sufren todos. El Apóstol nos ha dado en esto una parábola
de amor, animándonos a que nos amemos entre nosotros, como los
miembros en el cuerpo: «Si padece un miembro, todos los miembros
padecen con él, y si un miembro es honrado, todos los otros a una se
gozan. Pues vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros»
(/1Co/12/26-27). Si se aman los miembros que tienen su cabeza en la
tierra, ¿cómo tendrán que amarse los miembros que tienen su Cabeza
en el cielo? Claro que no se amarían si fueran abandonados por su
Cabeza; pero como esta Cabeza es Cabeza y está ensalzada y está a
la derecha de Dios Padre, de forma que sigue trabajando en la tierra,
no en sí sino en sus miembros, da modo que al final dice: «tuve
hambre, tuve sed; fui extraño», y ellos contestan: «¿cuándo te vimos
hambriento o sediento?», y El responde también: Yo, la Cabeza, estaba
en el cielo, pero en la tierra estaban sedientos los miembros -dice al
final: «lo que no hicisteis a uno de mis pequeños a Mí me lo negasteis»
(Mt/25/35-45). A esta Cabeza estamos unidos única mente por el
amor.
Y así, hermanos, vemos a cada miembro en su oficio cumplir su
propia tarea: que el ojo ve, pero no hace; que la mano, en cambio,
hace pero no ve, el oído oye pero ni ve ni hace; la lengua habla, pero
ni oye ni ve; y aunque todos ellos son distintos y están separados por
sus oficios, tienen, unidos por la única estructura del cuerpo, algo
común a todos. Los oficios son diversos, el bienestar uno solo. El amor
es en los miembros de Cristo lo que la salud y bienestar en los
miembros del cuerpo. En mejor lugar está el ojo: está puesto arriba
como en una almena de vigilancia, para desde allí ver, contemplar,
mostrar; gran honor hay en los ojos, por lo fogoso del sentido, por la
movilidad, por cierto poder que los otros miembros no tienen. Por eso
los hombres suelen jurar por sus ojos más que por ningún otro
miembro. Nadie dice a otro: te quiero como a mis oídos; y sin embargo
el sentido del oído no está lejos del ojo, es el más cercano a él.
Diariamente dicen los hombres: te amo como a mis ojos. Y también el
Apóstol alude a que el amor a los ojos es mayor que el amor a los
demás miembros: cuando se siente abandonado por el amor de la
Iglesia de Dios dice: «pues yo mismo testifico que, de haber sido
posible, los ojos mismos me hubiera arrancado para dároslos»
(/Ga/04/15). Nada hay, pues, en el cuerpo más sublime y honrado que
los ojos, y tal vez nada más pequeño que el dedo pequeño del pie.
Pero está más en orden el dedo sano que el ojo enfermizo y legañoso,
pues la salud, que es común a todos los miembros, es más valiosa que
los oficios de cada uno. Y así ves en la Iglesia a uno que tiene un oficio
pequeño y amor para él, y a otro tal vez con un oficio más importante
pero que no tiene amor. Sea aquél el dedo pequeño del pie y éste el
ojo. Pertenece más a la estructura del cuerpo el que ha conservado la
salud. Finalmente es una carga para el Cuerpo, quien siempre está
enfermizo; y todos los miembros se esfuerzan por curar al enfermo, y la
mayoría de las veces cura. Pero si no es curado y se pudre de modo
que no puede curar, los demás miembros tienen que aconsejar que
sea cortado y separado del conjunto del cuerpo.»
El Sermón 3 dice:
«El oficio de la palabra y el cuidado en que nosotros padecemos
dolores de parto por vosotros, hasta que Cristo haya sido formado en
vosotros, nos impulsa a advertir a vuestra niñez, a vosotros que,
renacidos del agua y del Espíritu, véis a nueva luz este manjar, esta
bebida sobre la mesa del Señor y que los recibís con inocente
devoción, sobre lo que significa este tan grande y divino sacramento,
este tan celebrado y noble medicamento, un sacrificio tan puro y suave
que hoy es inmolado, no ya en una ciudad terrena de Jerusalén o en el
tabernáculo erigido por Moisés, ni en el templo construído por
Salomón, sombras todas del futuro, sino inmolado según las profecías
«desde la aurora al atardecer» y ofrecido según la gracia de la Nueva
Alianza como sacrificio de alabanza a Dios. Ya no se elige entre los
rebaños de animales un sacrificio cruento; ninguna oveja o cabrito son
arrastrados ya hasta el altar de Dios: el sacrificio de nuestro tiempo es
la carne y sangre del sacerdote mismo. Pues sólo de El se profetizó en
los Salmos: «Tú eres sacerdote eternamente según el orden de
Melquisedec». Y leemos en el libro del Génesis que Melquisedec,
sacerdote del Señor, llevó pan y vino cuando fue a bendecir a nuestro
padre Abraham.
Cristo, pues, nuestro Señor, que sacrificó en la Pasión por nosotros
lo que había recibido de nosotros al nacer, constituido eternamente
como Sumo Sacerdote, fijó el orden de sacrificio que véis: el de su
cuerpo y sangre. Pues su cuerpo traspasado por la lanza manó la
sangre y agua, que perdonan nuestros pecados. Acordándoos de esta
gracia, luchando por vuestra salvación con temor y temblor -porque es
Dios quien obra en vosotros-, entrad en comunidad con este altar.
Reconoced en el pan lo que pendió de la Cruz y en el cáliz lo que se
derramó de su costado. Pues también los sacrificios de la Antigua
Alianza con toda su abigarrada pluralidad eran una imagen del único
sacrificio venidero. Pues Cristo mismo es el cordero, por la inocencia
de su sencillo ánimo, y el cabrito, por su semejanza a la carne de
pecado. Y todo lo que fue prefigurado de múltiples modos en los
sacrificios del Antiguo Testamento, pertenece al único sacrificio que ha
sido revelado en el Nuevo.
Recibid, pues, y comed el Cuerpo de Cristo, vosotros que en el
Cuerpo de Cristo os habéis hecho miembros de Cristo; recibid y bebed
la sangre de Cristo. No os volváis a desatar, comed el vínculo de
vuestra unidad; conoced vuestra dignidad, bebed vuestro precio. Del
mismo modo que esto se convierte en vosotros, al comerlo y beberlo,
así vosotros os convertís en Cuerpo de Cristo, Si vivís piadosa y
dócilmente... Recibiendo en El la vida sois una carne con El. Pues este
misterio no significa la carne de Cristo de modo que os separe de ella.
El Apóstol dice que esto estaba profetizado en la Escritura: «Ambos
serán una sola carne» (I Cor. 10, 17). Y en otro lugar dice de la
Eucaristía misma: «un único pan, un cuerpo único, somos nosotros a
pesar de ser muchos». Así empezáis a recibir ahora lo que habéis
empezado a ser...
Y lo recibiréis dignamente si os cuidáis de la «levadura de las falsas
doctrinas», para que seáis «pan ázimo en pureza y verdad»; o si
conserváis la levadura del amor, que «una mujer puso en tres medidas
de harina, hasta que todo fermentara». Pues aquella mujer es la
sabiduría de Dios, que vino a carne mortal por una Virgen y predicó su
Evangelio por toda la tierra que había repartido después del diluvio
entre los tres hijos de Noé, como en tres medidas, hasta que toda ella
fermentara. Esto es el «todo», llamado 'holon' en griego, en que
vosotros, conservando el vínculo de la paz, seréis «conforme al todo»,
es decir, Katholon, de donde viene el nombre de Iglesia católica.»
El tema de la unidad entre Cristo y los cristianos esta tratado con
especial fuerza en un sermón sobre la primera epístola de San Juan
(Sermón 10, 3). A-DEO/A-H
«En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios» (/1Jn/05/02).
¿Qué es esto hermanos? Inmediatamente antes, San Juan habla del
Hijo de Dios, no de los hijos de Dios; Juan nos puso a considerar el
Cristo único, y nos dijo «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ése
es nacido de Dios, y todo el que ama al que le engendró, ama al
engendrado de El», es; decir, al Hijo nuestro Señor Jesucristo. Y
continúa. «en esto reconocemos que amamos a los hijos de Dios»;
como que quisiera decir: en esto reconoceremos que amamos al Hijo
de Dios; pero dice «hijos de Dios» habiendo dicho inmediatamente
antes Hijo de Dios. Pues los hijos son el Cuerpo del unigénito Hijo de
Dios; como El es la Cabeza y nosotros los miembros, sólo hay un Hijo
de Dios. Quien ama, pues, a los hijos de Dios, ama al Hijo de Dios; y
quien ama al Hijo de Dios ama al Padre: y nadie puede amar al Padre si
no ama al Hijo; y quien ama al Hijo, ama también a los hijos de Dios.
¿Que hijos o niños de Dios? Los miembros del Hijo de Dios. Y
justamente por amarlos se hace El mismo, por el amor, un miembro del
conjunto del Cuerpo de Cristo; y así será un Cristo único que se ama a
sí mismo et erit unus Christus amans seipsum. Pues cuando los
miembros se aman unos a otros, se ama a sí mismo el Cuerpo. Y
cuando un miembro padece, todos los miembros padecen con él; y
cuando un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él.
Y ¿cómo continúa San Pablo?, pero vosotros sois cuerpo de Cristo y
sus miembros (l Cor. 12, 26 s.). Juan hablaba poco antes del amor
fraternal y decía: «quien no ama al hermano a quien ve, ¿cómo puede
amar a Dios, a quien no ve? (4, 20). Y cuando amas al hermano,
¿acaso amas sólo al hermano y no a Cristo? ¿Como va a ser eso, si
amas a un miembro de Cristo? Por tanto, cuando amas a un miembro
de Cristo, amas a Cristo; cuando amas a Cristo, amas al hijo de Dios, y
si amas al Hijo de Dios, amas también al Padre. El amor es, por tanto,
indivisible. Elige lo que quieres amar. Lo demás se sigue por sí solo
necesariamente. Di: yo amo sólo a Dios, a Dios Padre. Mientes. Si le
amas, no le amas a El solo, sino que si le amas, amas también al Hijo.
Sí, dices, amo al Padre y al Hijo, pero sólo a Ellos: a Dios Padre y a
nuestro Señor Jesucristo, que subió al cielo y está sentado a la
derecha del Padre, al Verbo por quien todo fue hecho, que se hizo
carne y habitó entre nosotros, sólo a Ellos amo. Mientes; pues si amas
a la Cabeza también amas a los miembros; pero si no amas a los
miembros, tampoco amas a la Cabeza. ¿No temes la voz de la Cabeza,
que desde el cielo grita por sus miembros: «Saulo, Saulo, por qué me
persigues»? (/Hch/09/04). Le persigue, dice, quien persigue a sus
miembros; le ama, quien ama a sus miembros. Sabéis quienes son los
miembros de Cristo: la Iglesia de Dios. «Conoceremos que amamos a
los hijos de Dios en que amamos a Dios» (/1Jn/05/02). ¿Cómo? No es
distinto hijos de Dios, ¿y Dios? Sí, pero quien ama a Dios, ama sus
mandamientos. ¿Y cuáles son los mandamientos de Dios? Un nuevo
precepto os doy, que os améis los unos a los otros (Jn 13, 34). Nadie
se disculpe con otro amor ni invocando otro amor; este amor es así, ni
más ni menos: del mismo modo que él es unidad, junta en unidad a
todos los que de él proceden y les funde como el fuego. Ahí está el
oro; se funde la masa y se hace unidad pero si la llama del amor no
enciende el fuego, los muchos no pueden juntarse en unidad.
Conocemos que amamos a Dios en que amamos a los hijos de Dios.»
Podríamos citar muchos más textos de Santos Padres; todos ellos
atestiguan que la Iglesia es el cuerpo de Cristo.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA
RIALP. MADRID 1960.Págs. 286-294
........................................................................
2. FE/I I/FE:
No sólo la fe en Dios que conduce la historia y hace que el mundo
camine, sino también la fe en una Iglesia que es prolongación del
Cuerpo celeste y glorioso de Cristo en la tierra y que conserva la
posibilidad de actualizar su presencia y sus misterios para la
construcción final del mundo.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.
86
........................................................................
3. A-H/EU EU/A-H EU/CARIDAD CARIDAD/EU:
Dice ·JUAN-CRISOSTOMO-SAN: "¿Qué es el pan? Cuerpo de
Cristo. ¿Qué se hacen aquellos que lo reciben? Cuerpo de Cristo. No
muchos cuerpos, sino un solo cuerpo. Si, pues, todos existimos por lo
mismo y todos nos hacemos lo mismo, ¿por qué no mostramos luego
también el mismo amor, por qué no nos hacemos también una sola
cosa en este sentido?» (In ICor Hom. 24 en PG 61, 200).
EU/CUERPO-DE-CRISTO: Un hecho tan fundamental como el de
nuestra unidad real con un cuerpo, debe tener también consecuencias
reales en nuestra vida diaria. Dicho de otra manera: Si la esencia de la
eucaristía es unirnos realmente con Cristo y unos con otros, quiere
decir que la eucaristía no puede ser mero rito y liturgia; no puede en
absoluto celebrarse por completo en el ámbito del templo, sino que la
caridad diaria y práctica de unos con otros es parte esencial de la
eucaristía y esa diaria bondad es verdaderamente «liturgia» y culto de
Dios. Más aún, sólo celebra realmente la eucaristía quien la completa
con el culto diario de la caridad fraterna. Ignacio de Antioquía lo
expresa de manera inimitable cuando dice que la fe es el cuerpo y la
caridad la sangre de Cristo (Trall 8,1), ¡inseparabilidad de liturgia y
vida! Y una vez más es el Crisóstomo quien se atreve a decir que los
pobres son el altar vivo del sacrificio novotestamentario, que se
construye con los miembros de Cristo. «Este altar es más espantoso
incluso que el altar de nuestra iglesia, y desde luego mucho más
espantoso que el de la antigua alianza. El altar de aquí (el que está en
el templo) es maravilloso por razón de la ofrenda que se pone sobre él;
pero el otro -el altar de la limosna- no lo es sólo por eso, sino porque
se construye con las ofrendas que opera esa santificación. Además, el
altar es aquí maravilloso porque, aun siendo por naturaleza de piedra,
es santo cuando sostiene el cuerpo de Cristo; pero aquel altar (= los
pobres, pudiéramos decir, el prójimo en general) es santo, porque él
mismo es cuerpo de Cristo» (In 2Cor Hom. 17,20, en PG 61, 540). Es
decir, la liturgia de Cristo se celebra en cierto sentido con mayor
realismo en el diario quehacer que en el acto ritual. Tomás de Aquino
conservó esta intuición de los padres, al decir que el verdadero
contenido de la eucaristía (res sacramenti) es la «sociedad de los
santos» (Societas sanctorum en S. Th III, q. 80 a 4c). O cuando otra
vez afirma: "En el sacramento del altar se designa una doble realidad:
el verdadero cuerpo de Cristo y el cuerpo místico» (Ibid., q. 60 sed
contra). Para los padres, digámoslo una vez más, la diaria caridad
cristiana es de hecho una parte esencial del acto eucarístico y en ella
empieza por cumplirse el que los cristianos sean cuerpo de Cristo, cosa
que tiene en la celebración eucarística su centro determinante y
cabalmente por ello también su centro exigente.
Consideraciones finales
Demos ahora brevemente una ojeada de conjunto a los diversos
elementos reunidos hasta ahora. Partiendo de lo que acabamos de
decir, se ve claro que la celebración eucarística da ciertamente a la
noción de cuerpo de Cristo su apoyo concreto, salvándola de diluirse
espiritualmente al situarla en un orden visible, en una realidad
«corpórea». Pero es igualmente claro que excluye toda fosilización
jurídica y ritualística, y empuja con poderosa energía al cumplimiento
interior y personal del ser cristiano. Aquí no hay ya en realidad
separación entre caridad y derecho, entre Iglesia visible e invisible, sino
que se alcanza el verdadero corazón de la Iglesia, en que se unifican
ambas realidades, tantas veces disociadas de hecho.
EU/JERARQUIA JERARQUIA/EU No sería difícil deducir esos dos
lados de la existencia eclesiástica y señalarles aquí su punto de fusión.
Cómo derivan de aquí el concepto y exigencia de la caridad y sólo aquí
cobran su pleno sentido, lo acabamos de indicar por medio de algunos
textos patrísticos, que fácilmente pudieran multiplicarse. La caridad,
que constituye la esencia espiritual del cristianismo, se enraiza en el
dato más concreto de éste: en la celebración del cuerpo de Cristo, y
quien de este centro la desprende, la convierte en frase humanitaria
sin fuerza, que nada tiene que ver con la caridad enseñada por Cristo.
Pero de una puntual consideración de la celebración eucarística no se
sigue sólo la exigencia de la caridad, sino también el imperativo del
orden. Es precisamente Pablo, en quien no cabe sospechar apetencias
jerárquicas (se ha querido y se quiere todavía encontrar en él una
Iglesia espiritual, sin jerarquía), quien, al tratar de la celebración
eucarística entre los corintios, hubo de sentar con todo énfasis el
imperativo del orden. Así, una Iglesia que se entiende a sí misma por la
eucaristía como cuerpo de Cristo, no es sólo una Iglesia de los que
aman, sino con la misma necesidad una Iglesia de orden sagrado, una
Iglesia ordenada jerárquicamente (jerarquía = orden sagrado). De
hecho, también aquí, en la celebración eucarística, que se entendió
como el vínculo de unidad de la Iglesia, hay que buscar el más antiguo
punto de partida de la idea del primado, que parece abrirnos a la vez
de la mejor manera el verdadero sentido del primado papal y su
adecuado lugar teológico. Según los estudios do Ludwig Hertling, la
Iglesia antigua entendió la forma concreta de su unidad, poco más o
menos, así: sintiéndose la comunidad de la cena. Cada comunidad
local particular se veía como la representación, como la manifestación
de la Iglesia una de Dios y celebraba el misterio del cuerpo de Cristo
bajo la presidencia del obispo y su presbiterio. La unidad entre las
«iglesias particulares», que se sentían como representación de la
Iglesia universal, no era de naturaleza administrativa, sino que consistía
en que «comulgaban» entre sí; es decir, admitían a la comunión con
ellas recíprocamente a los miembros de otras comunidades que
estuvieran presentes. Con los herejes (ora individuos, ora
comunidades enteras), no se comulgaba, no se los admitía a la
sociedad de comunión de las iglesias ortodoxas, quedando excluidos
de la Iglesia y declarados como herejes. A la inversa, los grupos
heréticos formaban entre sí sociedades semejantes de comunión, que
comulgaban por su parte entre sí, pero no con la gran Iglesia. Pero
¿cómo saber si un forastero o peregrino pertenecía o no realmente a la
sociedad ortodoxa de comunión? Aquí actuaba el principio episcopal de
orden para la celebración eucarística. El cristiano que viajaba a otra
comunidad recibía de su obispo la carta o letras de comunión, que lo
acreditaban como miembro de la sociedad de comunión de la gran
Iglesia. Para este procedimiento cada obispo poseía listas con las
comunidades miembros de la gran comunión ortodoxa. En este punto,
empero, Roma fue siempre tenida, por decirlo así, como el exponente
de la recta sociedad de comunión. Era axioma que quien comulgaba
con Roma, comulgaba con la verdadera Iglesia, aquel con quien Roma
no comulga, no pertenece tampoco a la recta comunión, no pertenece
en pleno sentido al «cuerpo de Cristo». Roma, la ciudad de los
príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo, preside la comunión general
de la Iglesia, el obispo de Roma concreta y representa la unidad, que
recibe la Iglesia de la cena del Señor.
Así la unidad de la Iglesia no se funda primariamente en tener un
régimen central unitario, sino en vivir de la única cena, de la única
comida de Cristo. Esta unidad de la comida de Cristo está ordenada y
tiene su principio supremo de unidad en el obispo de Roma que
concreta esa unidad, la garantiza y la mantiene en su pureza. El que no
está en concordia con él se separa de la plena comunión de la Iglesia
indivisiblemente una. De todo lo cual se sigue que el lugar teológico del
primado es a su vez la eucaristía, en la cual tienen su centro común
oficio y espíritu, derecho y caridad, que aquí hallan también su punto
común de partida.
Así pues, las dos funciones de la Iglesia -ser signo y misterio de fe-
tienen su lugar en la eucaristía. Según eso, la Iglesia es pueblo de Dios
por el cuerpo de Cristo, entendiendo aquí «cuerpo de Cristo» en el
sentido pleno, que hemos tratado de elaborar en el presente trabajo.
La tarea siempre nueva de los cristianos será luchar para que nunca
se pierda la verdadera plenitud de la Iglesia: la caridad en que cada día
se cumple de nuevo el misterio del cuerpo del Señor.
JOSEPH
RATZINGER
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
HERDER 101 BARCELONA 1972.Págs.
99-102
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4. CULTO/RIQUEZA:
"Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los
adornos superfluos de los templos" (·JUAN-PABLO-II, SRS n.
31:_SOLLICITUDO)
San Juan ·JUAN-CRISOSTOMO-SAN decía: «No pensemos que
basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y
pedrería después de haber despojado a viudas y huérfanos. ¿Queréis
de verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consintáis que esté
desnudo. No le honréis en el templo con vestidos de seda y fuera le
dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Este es mi
cuerpo, dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer.
Y: Cuando no lo hicisteis con uno de esos más pequeños, tampoco
conmigo lo hicisteis. Cristo anda errante y peregrino, necesitado de
techo; y tú te entretienes en adornar el pavimento, las paredes y los
capiteles de las columnas, y en colgar lámparas con cadenas de oro. Al
hablar así no es que prohíba que también se ponga empeño en el
ornato de la Iglesia; a lo que exhorta es a que juntamente con eso, o,
más bien, antes que eso, se procure el socorro de los pobres. A nadie
se culpó jamás por no haber hecho lo primero; pero por no hacer lo
otro se nos amenaza con el infierno».