DISTINTAS IMÁGENES DE LA IGLESIA
S U M A R I O
Autoconciencia de la Iglesia
Factores determinantes de la formación de la imagen de la Iglesia
La acción de la circunstancia histórica como factor de imagen
El rol social rasgo determinante de la imagen de Iglesia
Imágenes de Iglesia presentes en la Iglesia actual
La Iglesia exorcista
La Iglesia «Arca de salvación»
La Iglesia Mater et Magistra
La Iglesia profética y servidora
Conclusión
Autoconciencia de la Iglesia
I/IMAGENES-DISTINTAS: LAS DISTINTAS IMÁGENES DE LA
IGLESIA, de las que vamos a tratar, no son las formas figurativas,
simbólicas, en las que la fe cristiana ha visto prefigurado y anunciado
en la Sagrada Escritura el misterio de la Iglesia, tal como las presenta
el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium 6.
Tampoco son unas imágenes fruto de la elaboración especulativa en
las que el teólogo pretende simbolizar su comprensión del ser
misterioso de la Iglesia. Lo que intentaremos presentar son las
imágenes que la Iglesia se forma de sí misma, su autoconciencia tal
como aparece expresada en una imagen más o menos consciente y
explicitada.
Esto equivale a hablar de la identidad de la Iglesia, no como puede
definirse en una reflexión teórica, sino como es vivida y experimentada
por la Iglesia. ¿Cómo se entiende a sí misma la Iglesia?
Consiguientemente, ¿cómo se sitúa en la sociedad? ¿Qué postura
toma al enfrentarse con los problemas que tienen planteados los
hombres contemporáneos? ¿Qué tareas asume como quehaceres
propios de ella dentro de la trama apretada de los roles sociales? La
respuesta a estas preguntas está en función de esa autoconciencia
que tiene de sí misma la Iglesia y que puede expresarse en una cierta
imagen de sí misma. De ahí la importancia del estudio y análisis de
esas imágenes, reveladoras de una conciencia de identidad y
explicativas de posturas, compromisos y acciones de la Iglesia y de los
distintos grupos cristianos.
El estudio de las imágenes de Iglesia puede hacerse desde una
perspectiva histórica, atenta a los cambios de imagen, y
consecuentemente a la evolución de la autoconciencia, que se han
producido en la larga marcha de la comunidad cristiana a través de
veinte siglos de historia. La Iglesia que nace en el tenso ambiente de la
Palestina inmediatamente anterior a la guerra judeo-romana, que se
inserta en el mundo espiritualmente atormentado del helenismo y del
imperio, que ha de encontrar su puesto vértice en las estructuras
piramidales de la sociedad feudal y más tarde ha de hacerse un lugar
en la sociedad técnico-científica moderna, tiene que sufrir,
inevitablemente, una serie de cambios en la conciencia de su
identidad.
En todas esas variadas circunstancias, y por imperativo de su ser
histórico, ha tenido que negociar su identidad ante los nuevos factores
importantes y determinantes de cada circunstancia histórica. Y el
resaltado de esa negociación da lugar a la aparición de un conjunto de
rasgos definidores de su identidad (actitudes, actuaciones, universos
conceptuales, simbólicos...), que esbozan una imagen de sí misma, con
frecuencia explicitada verbalmente. Conocer esas imágenes, penetrar
su sentido, no es satisfacer una curiosidad de erudito; es ponerse en
contacto con el ser real de la Iglesia tal como, de hecho, se ha ido
realizando en la historia. La Iglesia no es una teoría.
Es esa entidad que ha vivido en la historia, que está ahí, no como
nosotros la soñamos o deseamos, sino como ella misma se ha hecho,
viviendo las tantas veces difíciles circunstancias de su historia 1.
Pero las imágenes de Iglesia también pueden descubrirse y
analizarse en la realidad viva de la Iglesia actual. Esa imagen, o
imágenes, son la expresión de una determinada autoconciencia actual
que nos explica el lugar en el que se encuentra hoy situada la Iglesia
en nuestro mundo, sus tomas de postura ante nuestros problemas, sus
intervenciones e inhibiciones, tantas veces polémicas, sus discursos y
sus indiferencias, sus intereses y sus silencios. Patentizarlas, no sólo
tiene el interés de una clarificación de la propia identidad, sino también
el de facilitar esa valoración critica que debiera formar parte del
proceso permanente de conversión y reforma, en el que, según nos
recuerda el Concilio Vaticano II (Unitatis Redintegratio 6), ha de vivir
empeñada la Iglesia. Es este estudio de las imágenes actuales de
Iglesia el que pretendo hacer. Pero, antes de adentrarnos en él, creo
que es necesario recordar algunas de las circunstancias en las que se
gestan las imágenes de Iglesia.
Factores determinantes de la formación
de la imagen de Iglesia
I/IDENTIDAD-ESENCIAL: LA IMAGEN DE IGLESIA nace en cada
época como resultado de un conjunto de factores, que actúan como
determinantes de una cierta autoconciencia que tiende a expresarse
en una imagen simbólica. Pero hay que recordar que esa
autoconciencia no es la primera expresión de la identidad de la
comunidad cristiana. Antes de ese momento la Iglesia poseía ya su
propia identidad y tenía una conciencia de si misma. Lo que se detecta
en este momento, en esta época determinada, es una concreción de
su identidad referida a una situación y circunstancia nueva, que, de un
modo más o menos profundo, la afecta y configura históricamente. Hay
pues, siempre, un factor fundamental previo, constituido por la
identidad original de la comunidad cristiana, hecha por su referencia a
Jesús de Nazaret, a su fuerza de seducción carismática, a su mensaje
de la proximidad del Reino de Dios y a la experiencia de Pascua. Esta
identidad original se ha expresado en unas imágenes, que se pueden
calificar de imágenes esenciales, en cuanto que reflejan la identidad
esencial de la Iglesia. Se encuentran en los testimonios escritos de los
primeros tiempos cristianos, en el Nuevo Testamento, y son
destacadas fuertemente por la tradición que reconoce en ellas su
identidad más profunda. Es la comprensión de la Iglesia como Nuevo
Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu. La coherencia
con ellas es una exigencia y garantía para la validez de cualquier otra
imagen.
Junto a las imágenes originales y dentro de ese factor previo
fundamental hay que situar las imágenes históricas, en las que, en un
momento determinado, plasmó la Iglesia su identidad. Se trata de un
conjunto de imágenes sedimentadas que construyen el suelo histórico
sobre el que se asienta hoy la Iglesia. Como tradición viva y vivida son
las mediadoras entre la Iglesia de las imágenes originales y la
comunidad actual.
Porque de hecho han conformado en un cierto momento la identidad
de la comunidad cristiana, se puede decir de ellas que de un modo
más o menos explícito, más o menos consciente, tal vez en forma
dialéctica, tienen aún una presencia activa en nuestra Iglesia, que es
como es, porque en el pasado fue así. A algunas de ellas se las puede
encontrar aún hoy reflejando la autoconciencia de la Iglesia actual en
sectores amplios de fieles, entreveradas con otras imágenes actuales,
condicionándolas. En todo caso, están presentes como factores
posibilitadores del cambio, mantenedores de la continuidad en la
identidad e inspiradoras dialécticas de la aparición de nuevas
imágenes.
Como factor inmediatamente determinante de la negociación de
identidad, de la que saldrá la autoconciencia del momento y el dibujo
de la nueva imagen, hay que señalar la circunstancia socio-cultural
que vive la Iglesia. Esa circunstancia viene a ser algo así como el
molde en el que tiene lugar la moderación de la nueva imagen. La
manera de entenderse a sí mismos que tienen el hombre y la sociedad
de una época determinada y, consiguientemente, la manera de
comprender a la Iglesia que tiene esa sociedad, influyen de modo
decisivo en el proceso de formación de la autoconciencia que la Iglesia
tenga de sí misma en esa época. Los psicólogos modernos han puesto
de relieve que los individuos y los grupos sociales elaboran la imagen
de sí mismos en confrontación con la imagen que los otros hombres se
han formado de ellos y asimilando las formas de vida y los tipos de
existencia que descubren en su entorno. Ese mismo proceso se da
también en el grupo social que es la Iglesia. Confrontación con la idea
y juicios de valor emitidos sobre ella por los contemporáneos;
asimilación de las formas de comprender la relación social que tiene la
época. La circunstancia socio-cultural aporta los materiales y
esquemas representativos con los que hay que construir la imagen de
identidad y que en cada momento son válidos para afirmarse
socialmente y para obtener el reconocimiento social. Naturalmente,
esos materiales han de ser susceptibles de admitir una elaboración
coherente con la experiencia y las imágenes originales y en una
referencia de continuidad vital con las imágenes históricas del pasado.
Sólo así podrán ser aceptadas como válidas para reflejar su propia
identidad de Iglesia.
Finalmente, al hablar de la Iglesia y de los factores que influyen en
la formación de su autoconciencia, es necesario como factor último y
definitivo con el Espíritu y su acción de animación en el interior de ella.
Gracias al Espíritu mantiene la Iglesia su identidad y unidad a lo largo
de su existencia histórica. Él es el que ilumina y asegura la coherencia
con las imágenes originales. En el reconocimiento de su protagonismo
en la vida de la Iglesia se encuentra el fundamento para afirmar la
continuidad con las imágenes históricas. EI Espíritu está igualmente
activo en todos y cada uno de los momentos de la vida de la Iglesia. Lo
está hoy en nuestra Iglesia como lo estuvo en la Iglesia de las
catacumbas, en la de las grandes catedrales, o en la que se reformaba
en Trento. Pero su acción se realiza a través de las mediaciones de los
factores históricos circunstanciales que matizan y limitan su eficacia en
cada momento.
La acción de la circunstancia histórica
como factor de imagen
I/ROLES-QUE-ASUME: ANALIZANDO CON MÁS DETALLE la acción
del factor de la circunstancia socio-cultural en el nacimiento de la
autoconciencia de la Iglesia y de la imagen de identidad
correspondiente, se descubre que actúa provocando una
interpretación del mundo contemporáneo y suscitando un proceso de
interacción entre el que podríamos llamar yo eclesial y la circunstancia
sociocultural. La interpretación del mundo que hace la Iglesia la sitúa a
ella misma ante el mundo y en ese mismo mundo con el que se
confronta. El proceso de situación se realiza poniéndose en referencia
con ciertos puntos de orientación, socialmente culturales. La referencia
a esos puntos puede tener un sentido positivo o negativo.
En un sentido positivo hay que destacar, ante todo, la relación que
se establece con los importantes, los significantes, del momento, es
decir, la relación con «los pudientes», «los influyentes» y «los
dirigentes» de la circunstancia histórica en que se realiza la situación.
Ante ellos se negocia la propia identidad y ellos son los que con su
reconocimiento explícito o implícito, con su aceptación o rechazo, con
su interés o indiferencia definen y afirman la identidad del momento. En
sentido negativo, se establecen fronteras de exclusión, tras las que se
destierran en exilio forzoso «los
tabús» del momento, «los exiliados» de esta hora, «los marginados»
por las convenciones establecidas. En un sentido neutro se abre la
ancha zona de «los insignificantes», los que no pintan nada y que,
consiguientemente, carecen de interés para situarse socialmente.
La referencia positiva a «los importantes» es la que determina
fundamentalmente la situación social. Pero esa definición positiva
recibe su complemento caracterizador con la referencia a los puntos de
orientación negativo y neutro. Cuando se da una coherencia y
coincidencia con la circunstancia socio-cultural del momento en los tres
sentidos de referencia, queda definida la situación de una institución
establecida, en nuestro caso de una Iglesia establecida. Este análisis
nos permite comprender hasta qué punto el proceso de situación en la
circunstancia socio-cultural encierra una trampa y constituye una
peligrosa tentación en la que las instituciones carismáticas como la
Iglesia corren el riesgo de perder su componente profético esencial.
Los riesgos del proceso ponen al descubierto cuántas ambigüedades y
oscuridades pueden esconderse en la autoconciencia de un
determinado momento histórico y en las imágenes que la reflejan.
El rol social
rasgo determinante de la imagen de Iglesia
EN ESTRECHA RELACIÓN con la comprensión del mundo entorno y
con la situación ante el mundo, nacida de esa comprensión, se
desarrolla el proceso de interacción con la circunstancia socio-cultural.
En este proceso hay que conceder una importancia particular al rol, el
papel, que el grupo social, la institución, para nosotros la Iglesia,
pretende representar en la sociedad. Los sociólogos están de acuerdo
en que es en término de los roles que desempeña, y con los que se
identifica, cómo se puede llegar a comprender más rápidamente a una
persona o a un grupo social. «Su recordar, su sentido del tiempo y del
espacio, su capacidad de percepción, su conciencia de sí mismo, sus
funciones psicológicas, están modeladas y orientadas por la
configuración específica de los roles que asume en su sociedad 2.
RL/FUNC-INTEGRADORA RL/FUNC-INNOVADORA: Estos roles
están limitados, naturalmente, tanto por el tipo de grupo que ha de
desempeñarlos como por la clase de sociedad en la que ha de
ejercerlos. El rol que socialmente desempeñe la Iglesia ha de
orientarse necesariamente en uno de los dos sentidos en los que los
grupos religiosos actúan dentro de la sociedad. O bien su rol tiene un
sentido de integración de la sociedad, ejerciendo una acción de
fundamentación, cohesión y estabilización, función integradora de la
religión, o bien su acción se ejerce en un sentido innovador, operando
como principio de concienciación y motivación para la transformación
de la sociedad, función innovadora de la religión 3. El sentido de las
dos funciones es muy diferente y, consiguientemente, también lo es la
forma de situarse en la sociedad, que va implicada en ellas. Por eso, el
rol asumido por el grupo puede ser reconocido o ignorado, aceptado,
discutido o rechazado. Un rol que actúa como función integradora
puede decirse que tiende hacia la consolidación social y será
reconocido y aceptado por todas las fuerzas conservadoras del
establecimiento social. Por el contrario, el rol que actúa en un sentido
innovador, tiende al cambio social. Encontrará la resistencia y
oposición de los factores de conservación del sistema social
establecido. También encontrará, no sólo el reconocimiento de los
factores de innovación, sino también la manipulación táctica
oportunista de otros intentos de innovación de la sociedad.
El rol asumido por la Iglesia en una circunstancia histórica
determinada define su actitud ante la misma, sus acciones, su mismo
lenguaje. Es lo que sucede con los personajes de una representación
teatral. Cada uno habla, actúa y se sitúa en la escena conforme al
papel que le toca representar. No es el mismo el lenguaje o la
conducta del intelectual o del burócrata, de la feminista o de la beata,
del obrero industrial o del campesino. Con la Iglesia sucede algo
semejante. Toda su personalidad resulta afectada por el rol asumido.
Su conducta no tiene nada de arbitrario. Y si en algún caso pareciese
incoherente, desentonando con el rol adoptado, inmediatamente
surgiría entre la corona de espectadores sociales que la rodean la
perplejidad y la protesta, del mismo modo que el público abronca al
actor que no representa bien su papel.
La identificación con el rol penetra hasta la misma estructura
organizativa de la Iglesia que se flexibiliza y tiende a modificarse hasta
corresponder con las exigencias del rol asumido. Sucede como si en la
estructura institucional del grupo social se articulase la voz de un
lenguaje fundamental, que transparente la identidad y comunica el
mensaje contenido en el rol con el que se quiere estar presente en la
sociedad. El papel asumido debe, pues, caracterizar a la persona, que
lo vive en la representación, en su totalidad. Del mismo modo, en su
totalidad, debe caracterizar a todo el grupo, a toda la Iglesia, que en un
momento determinado de la historia ha asumido un cierto rol. Cuando
falta esa identificación con el rol, se produce un falseamiento en la
identidad del grupo, una crisis de identidad. Aparece una crisis de
eficacia. Nadie, ni el mismo grupo, cree en él. Su inconsecuencia es la
demostración de que él es el primero en dudar de la validez de su rol.
Por eso se impone una nueva negociación de identidad y el encuentro
del rol apropiado.
Imágenes de Iglesia presentes
en la Iglesia actual
TENIENDO PRESENTES todos estos factores que coinciden en la
formación de las distintas imágenes de Iglesia, vamos a describir y
analizar algunas de esas imágenes que, de modo explícito, o sólo
como sugerencia, se dibujan en la rica y compleja realidad de la vida
cristiana actual. Esas imágenes son el reflejo de una autoconciencia de
la Iglesia. Expresan el modo de entender la propia identidad que tiene
el grupo cristiano que se identifica con ella. Pero esa identificación las
más de las veces es parcial. Esto permite que distintas imágenes de la
Iglesia se superpongan en un grupo. La realidad es compleja. La vida
se resiste a todo encasillamiento. La imagen nos da un reflejo parcial
de la realidad viva. Algunas de estas imágenes se han formado en el
pasado, en circunstancias y situaciones históricas pasadas, pero
siguen teniendo sentido hoy para muchos grupos de creyentes. Se han
acomodado a las nuevas circunstancias históricas. Otras han nacido
en respuesta a las nuevas condiciones de vida que debe afrontar
actualmente la humanidad y la comunidad cristiana. Todas tienen una
fundamentación en las imágenes originales y en la identidad y
actividad de la primera Iglesia. En esa referencia buscarán su
justificación.
La Iglesia exorcista
I/EXORCISTA: ALLÁ POR LOS AÑOS SESENTA el teólogo
norteamericano Harvey Cox, por entonces profesor de Eclesiología en
la Universidad de Harvard, escribió un brillante ensayo sobre «la
ciudad secular» que se convirtió en uno de los «best-sellers» más
espectaculares de nuestro tiempo. En su estudio de la sociedad
secular atribuía a la Iglesia el rol de «exorcista cultural». Naturalmente,
se trata de un exorcismo desmitologizado, secular, en el que «la Iglesia
seguirá... expulsando los significados míticos que oscurecen las
realidades de la vida y estorban la acción humana» 4. De hecho esta
Iglesia exorcista secular vendría a prolongar aquella importante
actividad de expulsar demonios, ejercida por Jesús en su vida pública y
confiada por él a sus discípulos, que parece estar en estrecha relación
con el anuncio de la proximidad del Reino de Dios y de la consiguiente
salvación (cf Mc 3, 14s).
La función de exorcizar, expulsar demonios, supone una visión
especial del mundo y del hombre, como amenazados, dominados o
poseídos por fuerzas demoníacas, obradoras de mal. Es una visión
pesimista del mundo, muy consciente de la densidad de mal que lleva
entrañado la vida del hombre. El hombre es débil. Se presiente
amenazado por fuerzas poderosas, ante las cuales se encuentra
indefenso. Cualquier día pueden irrumpir en su vida en forma de
desgracia absurda, irracional; en forma de enfermedad, de accidente,
de pérdida, de cualquier modo que sea, de su integridad. Esa manera
de ver las cosas y la conciencia que la acompaña tienen una expresión
mítica en forma de poderes y fuerzas personalizados en demonios, y
una traducción secular desmitificada, en la que las fuerzas del mal se
identifican como las fuerzas alienantes y esclavizadoras de ciertas
estructuras de poder económico o político. Ante una u otra forma de
expresar la realidad amenazante la Iglesia se siente llamada a
desempeñar el rol de «exorcizar demonios».
Frente a este mundo y a esta condición del hombre, la Iglesia se
sitúa como la que posee poder para liberar y para proteger con su
acción a los que se encuentran amenazados. Su identidad es la de la
presencia de la fuerza benefactora de Dios en medio del mundo
amenazado. Contar con ella es garantía de seguridad. Estar fuera o
contra ella es quedarse a la intemperie, desamparado. Su fuerza y su
poder son los de su Señor; el poder de Dios que llega con su Reino a
liberar al hombre esclavizado por las fuerzas del mal. En su versión
sagrada, la Iglesia actúa por los cauces sacrales de sacramentos y
sacramentales, patronazgo de santos y protección en lugares y
tiempos sacralizados. En su traducción secular la Iglesia actúa
comprometida en las luchas socio-políticas por la liberación del
hombre. En esa lucha le corresponde un importante papel en el
proceso de concienciación del hombre alienado por las fuerzas del
mal.
Cuando la acción exorcista se comprende en su versión sacral, su
sentido hay que comprenderlo en la línea de la función integradora de
la sociedad que realizan los grupos religiosos. Con su indudable acción
personalizadora, pero también con el claro riesgo de derivar en una
acción de sentido conservador y alienante. Cuando la acción se
plantea desde la perspectiva secular es la expresión de la función
innovadora del grupo social, que también realiza la religión. La Iglesia
se entierra en los fundamentos mismos de la sociedad, ofreciéndole
una sólida cimentación en valores sociales esenciales, denunciando
falsas fundamentaciones, posibilitando la estabilidad justa de la
realidad social. Esa acción revestirá formas más o menos religiosas,
más o menos seculares. En todo caso, la Iglesia es consciente de que
su área es la de asumir la función exorcizadora y que tiene el deber de
ejercerla al servicio de la sociedad. Ese es su rol, su papel en la
representación social. Su manera de situarse en la escena social, sus
actitudes, su lenguaje, su misma estructura aparecen determinadas
por el cumplimiento del papel exorcizador. Es lo que se espera de ella.
En el desempeño de su papel la Iglesia exorcista se sitúa ante «los
importantes» que son, ante todo, los que reconocen y valoran su
tarea, porque comparten su visión del mundo amenazado por fuerzas
del mal y aprecian su poder exorcizador. Son las gentes que se sienten
dominadas o amenazadas por los poderes demoníacos. Gentes que
buscan la protección de la bendición y de la oración de la Iglesia. Son
las multitudes del pueblo, los sucesores de aquel «pueblo del país»
que rodeaba a Jesús. Pero también se sienten profundamente
interesados por la Iglesia exorcista «los importantes» de la situación
social establecida, directamente empeñados en el mantenimiento de su
mundo, frente a todas las fuerzas que lo amenazan. Para estos
importantes la Iglesia es un baluarte, un escudo eficaz frente a las
fuerzas subversivas. La Iglesia se convierte en una fuerza social
conservadora y, en este sentido, aliada con las fuerzas constitutivas de
la situación, frente a las presiones que intentan transformarla. Las
fuerzas portadoras de tales amenazas se convierten en «tabús»,
mundos exiliados y excomulgados, a los que hay que aislar y de los
que hay que aislarse. Para ello se montarán los procesos
inquisitoriales necesarios, la caza de brujas. Para estos importantes la
Iglesia exorcista puede llegar a ser un instrumento indispensable de
represión.
Pero puede suceder que actuando en el sentido de su función
integradora de la sociedad y en el desempeño de su rol exorcizador, la
Iglesia se convierte en una fuerza personalizadora y concienciadora de
primera importancia, al denunciar las formas de mal presentes y
arraigadas en las situaciones establecidas y al comprometerse en el
consiguiente proceso de liberación. Se trata de un ejercicio del rol
exorcista que se ha dado repetidamente en la historia. Comunidades
tradicionales, sin perder sus características de religiosidad popular
tradicional, en un momento determinado se convierten en comunidades
cristianas comprometidas en el proceso de liberación social. Las
mismas formas de religiosidad popular se hacen agentes eficaces de
concienciación. La realidad actual de amplios sectores de la Iglesia
latinoamericana es un ejemplo claro de esta forma de actuación.
El lenguaje empleado por la Iglesia exorcista es fundamentalmente
ético, moralizante, discernidor del bien y del mal. El mundo, el hombre,
su situación real y sus proyectos se entienden siempre desde una
perspectiva eminentemente moral. El punto de partida de todas sus
reflexiones es el análisis de la realidad. En ella está planteada la lucha
entre el bien y el mal que amenaza en todo momento la vida de los
hombres. Se trata de concienciarse de esa situación y de encuadrar
todos los acontecimientos socio-políticos y todos los proyectos
evangelizadores dentro de ese marco dialéctico.
Finalmente hay que decir que las estructuras de organización de
esta Iglesia, en su expresión original, es fuertemente clerical. Son los
consagrados los que tienen los ojos capaces de detectar las distintas
formas de presencia del mal. Son ellos también los que, en virtud de su
consagración, están en posesión del poder sagrado, la «sacra
potestas». La acción de los laicos queda reducida, normalmente, a la
función de «monaguillo». Una ayuda en el ejercicio de unas funciones
reservadas a los clérigos. Pero este mismo tipo de Iglesia está muy
abierto a la aparición de lo carismático y profético, que surge allí donde
el Espíritu quiere. El discernimiento, el poder de curación y de expulsar
demonios son dones del Espíritu, que los comunica a quien quiere. De
ahí también la facilidad con que puedan aparecer formas de
estructuración carismática primarias en torno al portador del carisma.
La formación de estos grupos, muy conscientes de las exigencias de
liberación, pueden producir, y de hecho han producido, fuertes
tensiones y luchas en el interior de la Iglesia, máxime cuando ésta se
ha convertido en uno de los factores que impiden la liberación.
La Iglesia
«Arca de salvación»
I/ARCA-DE-SALVACION I/SV: LA IMAGEN QUE DEFINE ESTA
IGLESIA está tomada de la narración bíblica del diluvio universal (Gen
6,13-8,22). Es el arca donde Noé, sus hijos y los animales escogidos
por él se salvan en medio de la catástrofe que destruye el mundo. La
imagen se incorpora al mundo de la apocalíptica, cuando se espera
como inminente el fin del mundo. Se piensa que está a punto de
desencadenarse otra catástrofe destructora, no por el agua, sino por
el fuego (2 Pet 3,5-7). Este punto de vista es asumido por la
predicación de Jesús: «Como sucedió en los días de Noé, así será
también en los días del Hijo del Hombre» (Lc 17,26).
Consiguientemente, lo único importante es salvarse, asegurar la
salvación en la prueba inminente. La imagen ha recibido muy pronto
una interpretación eclesial en la antigua tradición patrística. Y a lo
largo de la Edad Media encontrará su expresión teológica en la
afirmación del principio que declara que «fuera de la Iglesia no hay
salvación».
La imagen se fundamenta, pues, en una visión radicalmente
pesimista de la historia. Este mundo está condenado y metido en un
proceso fatal de disolución que desemboca en su destrucción. Ante
esta dramática realidad, lo único que debe interesar al hombre, lo
único verdaderamente importante, es conseguir salvarse en medio de
la crisis, que está llegando ya. Esa salvación la asegura la Iglesia y
nada más que la Iglesia. Para eso ha sido puesta por Dios. Para eso
se pertenece a la Iglesia. Esa es su única razón de ser. Por eso hay
que estar dentro de ella y cumplir todas las condiciones que aseguran
su pertenencia a ella. Cualquier otra finalidad es secundaria. Las
acciones que no vayan dirigidas a asegurar la consecución de ese fin
son secundarias y carecen de importancia.
APOCALIPTICO MOVIMIENTOS-APICOS: La crisis inminente y la
salvación en la crisis fue la idea animadora de todos los movimientos
apocalípticos en tiempos de Jesús. El movimiento iniciado por él no fue
una excepción. Esa misma visión del mundo en crisis final se repite una
y otra vez en los movimientos apocalípticos de todos los tiempos. Se
proclama que el mundo está a punto de destrucción. A veces hasta se
adelanta la fecha exacta en que se producirá la gran catástrofe. Se
grita la urgencia de la salvación. Pero esa salvación sólo puede
alcanzarse en la «verdadera Iglesia», en el grupo que se considera a
sí mismo «Arca de salvación».
Las primeras generaciones de cristianos esperaban como
inminentes el fin de este mundo y la segunda venida del Señor que le
daría su última culminación. La dilación de la parusía, de esta llegada
de Cristo, definitiva y gloriosa, produjo un desplazamiento en la
comprensión crítica de la realidad. El acento puesto en la crisis final del
mundo y de la historia pasa a la crisis personal producida por la muerte
del hombre y por su juicio particular ante Cristo. El esquema
apocalíptico se mantendrá en esta forma particularizada, dando origen
a esa manera singular de comprenderse la Iglesia como «Arca de
salvación».
La visión del mundo que tiene esta Iglesia es la de una realidad
sometida a juicio y a castigo por sus pecados. Realidad condenada. El
último juicio está en las manos de Dios pero se presiente cercano. En
todo caso se adelanta para cada uno en el juicio particular. Hay una
contraposición radical de la Iglesia frente a este mundo. Ella no
pertenece a este mundo. Por eso es el lugar privilegiado donde es
posible encontrar la salvación. Por estar el mundo condenado, sin
futuro, y por ser ella «el resto», que se salva, la Iglesia se desinteresa
de este mundo y de su futuro, para mirar, en cambio, más allá de este
mundo, al «siglo futuro», a la nueva creación. Proclama la condena de
este mundo; rompe con él. Espera la llegada de un mundo nuevo.
La privatización de la visión escatológica, originada por la dilación
de la parusía dio lugar a un proceso paralelo de privatización de la
manera de situarse la Iglesia ante este mundo. Son los puntos de vista,
los intereses y los problemas del individuo los que se imponen frente a
los planteamientos sociales. Ante todo cuentan los pecados
personales, no los pecados sociales. Lo que llega amenazador, lo que
hay que temer y ante lo que hay que estar alerta es la muerte del
hombre, el juicio particular, la suerte eterna del individuo. Todo esto
supone un cambio profundo de horizonte de comprensión de la
realidad de este mundo. Deja de dominar la conciencia de desinterés y
ruptura con la realidad mundana. Lo que urge y se hace problema
preocupante pertenece al ámbito privado. Con la realidad socio-política
puede establecerse, y de hecho se establece, un acuerdo tácito, que
reconoce la autonomía y los límites en los que se mueve cada uno.
Traspasar esos límites es una «peligrosa politización»; un pecado
condenable. Se ha producido la domesticación religiosa de la Iglesia.
Se ha pasado de una función abiertamente innovadora de la realidad
social, como se pensaba en la apocalíptica, a otra función restringida a
lo privado que, socialmente, se manifiesta en acciones de
compensación ilusorias.
El rol de la Iglesia «Arca de salvación» resulta afectado por todo
este proceso de privatización y por la nueva forma de situarse ante el
mundo que va implicada en él. Se produce un cambio notable en la
circunstancia social ante la que se sitúa la Iglesia. «Los importantes»
en un primer momento eran para este modo de comprender la Iglesia
todos los oprimidos por un mundo de pecado, «los perdidos» del
mundo, los que necesitan y esperan su liberación. Con el cambio se
convierten en «importantes» todos los hombres pecadores, a los que
la Iglesia garantiza el éxito en la prueba final: últimos sacramentos,
auxilios espirituales, bendiciones, indulgencias, sufragios por el difunto,
reposo en tierra sagrada... Lo que originalmente era el mundo de
contravalores, «la maldad del hombre que cundía por toda la tierra»
(Gen 6,5), la iniquidad acrecida (cf Mt 24,12), que da lugar a la ira de
Dios, pasa a ser los pecados personales del individuo, conforme a una
ética privada que pone sus acentos en los mandamientos divinos,
lanza sus anatemas, denuncia escándalos peculiares y extiende sus
silencios cómplices sobre los pecados sociales.
El lenguaje que habla esta Iglesia es, inicialmente, un lenguaje
profético de denuncia de la injusticia que domina al mundo y anuncio
de la proximidad del Dios que viene a juzgar. Denuncia de la situación
de pecado. Anuncio de esperanza de liberación para los oprimidos. El
cambio que implica la privatización de la perspectiva escatológica
genera un nuevo tipo de lenguaje, con sus formas propias,
encaminadas a expresar los nuevos acentos y contenidos. Se
desinteresa de las cuestiones de este mundo y de las perspectivas
socio-políticas. Lo importante es el término final. Por eso se insiste
obsesivamente en «los novísimos», ese tramo último y decisivo, que
espera inevitablemente a todos los hombres y en los que se juega su
destino eterno. «Misiones», «Ejercicios», la predicación en general, se
centrará en el tema de las verdades últimas y eternas. La catequesis
se orienta hacia esos mismos objetivos. Con una perspectiva
individual, lo que importa es llenar al creyente de «santo temor de
Dios», hacerle sentir la urgencia de la salvación, convencerlo de la
importancia de todo el sistema de seguridad que ofrece la Iglesia, arca
segura de salvación.
La organización estructural de esta Iglesia refleja el rol asumido y la
conciencia de su identidad. Inicialmente, la Iglesia «Arca de salvación»
se estructura en función de las exigencias de la misión profética de
anuncio del fin inminente. Todo el grupo vive la tensión de la espera
escatológica, pero la autoridad se reconoce, sobre todo, en los
apóstoles y «los profetas», encargados de proclamar el mensaje de la
proximidad del fin. La dilación de la parusía y el consiguiente
desplazamiento hacia una escatología intermedia privatizada concentra
la autoridad y el poder en los responsables del sistema de seguridad
personal que tiene la Iglesia, los que tienen poder para comunicar los
sacramentos de penitencia, eucaristía y unción última, los que tienen la
responsabilidad de dirección, admisión y exclusión dentro de ese
espacio privilegiado de salvación, que es la Iglesia. Los otros, los
laicos, «tienen derecho a recibir del clero, conforme a la disciplina
eclesiástica, los bienes espirituales, y especialmente los auxilios
espirituales necesarios para la salvación»5. Ese es su derecho
fundamental. Y el deber también fundamental de los clérigos es
satisfacer ese derecho.
La Iglesia
«Mater et Magistra»
I/MADRE-MAESTRA: LOS DOS CALIFICATIVOS tienen una historia
larga como expresiones definitorias de la identidad de la Iglesia. Decir
que la Iglesia es «Madre» ha llegado a ser una imagen clásica en la
tradición de los Padres. En cierta manera, se encuentra ya en los
Evangelios. «Estos son mi madre...; quien cumple la voluntad de Dios
es... mi madre...» (Mc 3,34s). Pablo ya escribía a los gálatas: «La
Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre» (Gál 4,26). Estos
gérmenes iniciales se desarrollan pronto como consecuencia de la
experiencia de la vida cristiana. «Los cristianos se hacen, no nacen»,
decía Tertuliano 6. La experiencia de ese hacerse en el seno de la
Iglesia es la que fundamentó el título. Y unida al proceso de gestación
del cristiano va la función pedagógica de la enseñanza. En esta
función encuentra continuidad la función de enseñar que Jesús
desempeñó a lo largo de su vida pública. La Iglesia, asistida por el
Espíritu del Señor, depositaria de las enseñanzas del Maestro, se hace
también ella Maestra, portadora de verdad y de luz para los creyentes
y para todo el mundo.
EUROPA/HIJA-DE-LA-I I/ALUMBRA-EUROPA: Las circunstancias
socio-políticas que siguieron al hundimiento del Imperio Romano de
occidente colocaron a la Iglesia en una situación del todo nueva, que
dio una comprensión y una extensión también nuevas a ambos
calificativos. Las nuevas unidades y estructuras socio-políticas,
surgidas de la gran crisis, encuentran en la fe cristiana el principio más
importante de su cohesión interna y de definición de la propia
identidad. De este modo la maternidad de la Iglesia se temporaliza y se
politiza. Europa nace en el seno de la Iglesia. Por otra parte, la Iglesia
no es sólo la depositaria de la verdad de la revelación divina; en este
momento es también la depositaria y la conservadora del saber y de la
cultura humana. El magisterio de esta Iglesia se seculariza. Los
pueblos jóvenes encuentran en la Iglesia su sabio pedagogo. El
ejercicio de ambas funciones da a la Iglesia un puesto relevante y
origina unas actitudes ante la sociedad que inevitablemente derivan
hacia una conciencia de superioridad y una actitud de proteccionismo.
Su acción se extiende a todos los ámbitos de la vida.
I/MUNDO-MODERNO: El nacimiento del mundo moderno cuestiona
radicalmente esta situación. Con el cuestionamiento llega también la
problematización y negación de las dos funciones que le dieron origen.
«La crisis de la conciencia europea» (PAUL HAZARD), que inicia la
Ilustración es un proceso de emancipación espiritual y de
desplazamiento sociológico de la Iglesia, que afecta a toda Europa7.
Nace una sociedad nueva y un mundo nuevo. Hay que afrontar
problemas inéditos y andar caminos desconocidos. En esa nueva
situación la Iglesia pretende reasumir su función de «Madre y
Maestra», tal como la había desempeñado en el pasado. Pero ahora
las circunstancias son totalmente distintas. La Iglesia no es ya la
depositaria única de todo el saber. La ciencia y la técnica son
seculares. Los problemas que hay que solucionar son tremendamente
complicados. Las dimensiones del mundo son planetarias. Es aquí
donde aparece la conciencia de Iglesia que se expresa en la imagen
de «Madre y Maestra», que vamos a analizar.
La visión que se tiene del mundo sigue siendo la de un menor de
edad, necesitado por lo tanto de tutela y de instrucción, aunque se
rebele y pretenda afirmar su adultez y autonomía. Es un mundo
adolescente, que va andando su camino entre peligros de «malas
compañías» y la seducción de falsos amigos corruptores. Los saberes
del hombre moderno, que constituyen su orgullo, ciencias positivas,
ciencias del espíritu, técnica, son vistas y valoradas con cierto recelo y
escepticismo. Necesitan la verdad que las fundamente y la luz que les
dé sentido. Las crisis políticas y socioeconómicas que sacuden al
mundo son un indicio de su debilidad, de la precariedad de los logros y
progresos realizados. La Iglesia debe volver a desempeñar su doble
función de «Madre y Maestra». Falta autoridad; falta luz y dirección.
Todo ello puede y debe proporcionarlo la Iglesia, como lo aportó
sabiamente en otros momentos difíciles de la historia humana. Posee
la verdad y la luz que le confió Cristo, el que dijo que era Luz y Verdad
para el mundo. Tiene la autoridad de su Señor que, antes de enviarla
al mundo entero, anunció a sus discípulos, en la montaña de Galilea,
que se le había dado «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).
Está dotada de la experiencia y sabiduría acumulada a lo largo de
muchos siglos de existencia. Por todo esto la Iglesia «Madre y
Maestra» está persuadida de que su deber es volver a ocupar en la
sociedad el puesto de pedagoga. El mundo que hoy crece, a pesar de
su aparente autosuficiencia, es débil e inseguro. Necesita de la
protección y orientación de la Iglesia.
En el cumplimiento de esta función la Iglesia realiza unas acciones
decididamente restrictivas y correctivas de los impulsos innovadores,
que tantas veces han amenazado el difícil equilibrio social y político de
nuestro tiempo. Una acción moderada y moderadora, que converge
con las fuerzas sociales de la moderación y conservación. Su campo
de iluminación se extiende a toda la compleja vida moderna, tanto en el
ámbito privado como en el público. En lo privado se actualiza,
proyectándola sobre las nuevas situaciones, la ética tradicional
cristiana. En el ámbito público se elabora todo un amplio cuerpo de
doctrina social y económica, la «Doctrina social de la Iglesia». Se
enseña, se corrige o se condena a todos los factores que en alguna
manera determinan o influyen en la formación del mundo moderno.
Estos factores del mundo moderno son «los importantes» ante los
que la Iglesia afirma su propia identidad. Se trata de grupos dirigentes
y pudientes que en el momento concreto determinan la vida política,
social, económica o intelectual de nuestro mundo. Ante ellos se sitúa y
a ellos va destinada primordialmente su orientación pedagógica.
Captar la atención benévola de estos grupos no es fácil ni
desinteresado. Es fruto de una negociación social. El reconocimiento
de que la Iglesia sigue siendo un poder fáctico importante suscita un
cierto interés y respeto. La Iglesia entra así en el juego de poderes.
Puede acrecentar el poder de unos o de otros. Queda atrapada en el
juego del poder. Por otra parte, la sucesión de los distintos grupos
importantes de acuerdo con los cambios políticos dan a su presencia y
acción las apariencias de un interesado oportunismo.
Marginadas por los desplazamientos que impone el paso de la
historia quedan amplias zonas de valores, temáticas y grupos
humanos, que en su día fueron importantes, o que lo serán mañana,
pero que hoy no tienen voz ni significan nada en la sociedad
establecida. Tampoco lo significan para esta Iglesia que desea
establecerse, ser admitida y oída, para realizar con eficacia la función
que se ha marcado. Para ello, tan importante como alcanzar la
aceptación positiva de los importantes es respetar sus «tabús». Claro
que esos silencios, impuestos por este juego de negociación con los
importantes, han tenido que ser confesados y lamentados por esta
Iglesia Madre y Maestra, condenada a vivir pendiente de la actualidad
de las primeras planas de periódicos, revistas y televisiones.
El rol asumido ha tenido como resultado un impresionante
incremento de la actividad magisterial de la Iglesia. En siglo y medio
ese magisterio ha hablado más que en los dieciocho siglos anteriores.
Su enseñanza cubre, prácticamente, toda la actividad humana.
Paralelamente se ha desarrollado el interés por la educación y la
dedicación a las tareas educativas. La casi totalidad de los Institutos
religiosos dedicados a la enseñanza nacen en contacto con este
mundo moderno que es preciso educar. En ambas actividades,
magisterio y educación, la acción de la Iglesia tiende a desarrollarse
con un sentido de fundamentación social y de cohesión, que la abren a
acusaciones de conservadurismo, siempre que ha tenido que afrontar
situaciones conflictivas.
El lenguaje de esta Iglesia es fuertemente escolástico en sus
presupuestos ideológicos y en la estructura de su pensamiento. El
necesario diálogo con las modernas ciencias del hombre le impone la
temática: son todos los problemas que se le plantean al hombre,
enfocados desde la perspectiva de una Iglesia que se sitúa fuera y por
encima del mundo moderno. La actitud se mantiene aun cuando los
receptores de las enseñanzas pertenezcan a la Iglesia y estén
identificados con ella. En estos casos se mantiene el tono doctoral
sobre el pastoral. El acercamiento a los fieles, que han de recibir esas
enseñanzas, se piensa que debe ser una de las tareas fundamentales
de la Teología dentro de esta Iglesia. La consecuencia de todo ello es
una notable ineficacia en el ejercicio del rol. El amplio cuerpo de
Doctrina del Magisterio está ahí, en crecimiento continuo. La temática
abordada es las más de las veces de suma importancia. La audiencia
es escasa. ¿Problema de devaluación por inflación? Es posible, pero
también hay que tener en cuenta estas deficiencias del lenguaje.
La estructura organizativa de la Iglesia «Madre y Maestra» tiende a
desarrollar y potenciar la acción de los órganos a través de los cuales
enseña y educa a los fieles. Los sujetos detentadores de la autoridad y
poder magisterial, sean personales o colectivos, alcanzan un relieve y
reconocimiento especial. De hecho el mismo gobierno de la Iglesia se
realiza en forma de Magisterio y por cauces magisteriales. Esto supone
un abierto fortalecimiento de la estructura jerárquica, depositaria del
poder de enseñar auténticamente, es decir, con una autoridad que
obliga en conciencia y en nombre de Cristo. También se tiende al
robustecimiento de las normativas canónicas y disciplinares, impuestas
con un sentido de afirmación de la autoridad y de intencionalidad
pedagógica. Pero estas potenciaciones estructurales de lo magisterial
y disciplinar dan lugar a choques y recelos ante otras instancias de
magisterio teológico y formación existentes en la Iglesia. En
consecuencia se desarrollan y potencian los órganos de control. Se
reafirma la centralización y la dependencia de los centros de
enseñanza eclesiásticos. El Magisterio es, de hecho, la cabeza
pensante y dirigente de la Iglesia.
La iglesia profética y servidora
DEFINEN LA IMAGEN dos calificativos, «profética», «servidora», de
gran prestigio en toda la tradición cristiana. Los dos corresponden a
títulos cristológicos con los que la primera comunidad cristiana expresó
su experiencia de lo que había sido la vida de Jesús de Nazaret. De
este modo confesaba al mismo tiempo su fe en el valor permanente de
las dos funciones. Históricamente, la Iglesia se ha sentido identificada
con los dos títulos en aquellos momentos en los que se ha sentido
sensible a sus orígenes carismáticos, o cuando ha pretendido
reencontrar una identidad evangélica, que se veía desdibujada. Hoy
las dos funciones están vivas en la inspiración y el desarrollo de todos
los movimientos eclesiales de base. Son también rasgos que
caracterizan la nueva imagen de Iglesia ofrecida por el Concilio.
I/PROFETICA-SEVAR: Aunque los dos títulos están estrechamente
relacionados entre sí, y pertenecen a la descripción de un mismo
mundo religioso, el mundo de la profecía, tiene cada uno rasgos y
matices propios que hay que señalar. El carácter de profética nos pone
directamente en contacto con la Palabra de Dios, que es dicha a los
hombres. Una Palabra que, unas veces es denuncia, otras esperanza
o consuelo, pero que siempre es una Palabra provocativa y
responsabilizadora para aquellos a quienes se dirige. La calificación de
servidora significa, ante todo, relación de dependencia respecto a otro
al que se sirve. Entraña disponibilidad y atención a las necesidades y
exigencias de aquellos a quienes se sirve. Los dos rasgos definidores
de la imagen se integran en un tipo de vida que pretende reproducir el
estilo y el camino seguido por Jesús.
La comprensión del mundo que tiene esta Iglesia profética y
servidora difiere notablemente de la que tenían las imágenes
anteriores. El mundo, la sociedad, es, ante todo, el término hacia el
que se dirige la misión profética y el servicio encomendado. Es el
destinatario de la Palabra de Dios, de la que es portador el Profeta.
Esa Palabra es siempre salvadora, liberadora, creadora. Es una
Palabra que nace del amor y de la misericordia de Dios y expresa su
amor. Originalmente, como en Dios, que envía a su Hijo porque ama al
mundo (Jo 3,16), como en Cristo, que se entrega por la vida del mundo
(Jo 6,52), también en la Iglesia debe haber un amor fundamental al
mundo y una comprensión del mundo desde el amor. Pero esa visión
del mundo no esconde sus problemas, sino que los pone al
descubierto. La Palabra va dirigida en primer lugar a los pobres, a los
oprimidos, a los pequeños. Como recordaba Pablo VI, es la respuesta
de Dios al grito de los pobres8. Quiere ser la voz de los que no tienen
voz. De un modo semejante, el servicio, como en Cristo, es siempre la
expresión del amor. «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por
los amigos» (Jo 15,13). Y sus amigos eran los pecadores (Mt 11,l9). El
servicio no se ofrece a los poderosos, sino a lo perdido (Mt
10,6;15,24). De este modo, palabra y servicio vuelven a la Iglesia hacia
este mundo, hacia sus espacios más dolorosos y conflictivos, pero no a
distancia, ni desde fuera, sino en la proximidad que hace el amor y
desde dentro.
Desde esta perspectiva, la Iglesia profética y servidora se sitúa
dentro del mundo, como enviada a él y solidaria con él. Se siente
comprometida en la transmisión de un mensaje que hay que llevar a su
destino, entregar a aquellos a los que va dirigido. Por eso se preocupa
por hacer que se entienda la palabra que tiene que comunicar y que
se haga creíble a aquellos a los que va dirigida. La garantía de la
verdad de lo que se dice tiene que ser, ante todo, la misma Iglesia
profética que vive lo que transmite, porque cree en ello. Por otra parte,
la función servidora exige una situación integrada dentro del mundo de
aquellos a quienes se sirve. Se pertenece a ese mundo y se vive
solidario con él, puesto que se le ha de servir.
En este planteamiento, la acción de la Iglesia debe coincidir y
colaborar con otros muchos factores, que sirven en el mundo y de los
que el mundo se sirve. Ignorar esos factores, o retirar la mano a la
colaboración, sería situarse fuera del mundo y traicionar su identidad
profética y servidora. No se piense, sin embargo, en una posición
indiferenciada dentro del mundo. «Los importantes» ante los que se
sitúa la Iglesia y que la definen en su identidad están en esta imagen
claramente definidos. Son «los pobres» a los que se anuncia la Buena
Nueva (Mt 11,5), «lo perdido» (Lc 15,ó.9.24.32; 19,10), «los
oprimidos» (Lc 4,18). Se produce una corrección radical y paradójica
de los puntos de vista y de los criterios con los que grupos e
instituciones plantean la negociación de su identidad social. «Lo
importante» es «lo insignificante». Estos nombres de importantes no
son tópicos abstractos. Son en cada momento histórico y en cada
sociedad nombres concretos de hombres y mujeres, de grupos
humanos, en referencia a los cuales debe encontrar su identidad y su
definición la Iglesia profética y servidora. Si no se refiere a esos
términos como a «los importantes» y definitorios para ella, habrá que
decir que su imagen no es la de «la Iglesia profética y servidora», sino
alguna de las anteriormente descritas, u otra imagen de las múltiples
en que puede expresarse el misterio de la Iglesia.
La función social asumida se puede desarrollar en cualquiera de los
sentidos fundamentales en los que actúan socialmente los grupos
religiosos. Como portadora de una palabra profética, la Iglesia es un
factor de innovación social. Conciencia a aquellos a los que se dirige la
palabra; los despierta a la acción y a la responsabilidad. Sea el que
sea el contenido de la palabra profética, en último término es un
impulso a la creación de la utopía cristiana de justicia total. Al centrarse
esa acción en los pobres y oprimidos, la acción innovadora se orienta
a una transformación de la sociedad. La función de servicio se
desarrolla preferentemente por los cauces de integración y cohesión
del grupo social. Incorpora a la convivencia del grupo todos los
elementos olvidados y marginados, a los que sirve especialmente.
En todo caso, la acción de la Iglesia profética y servidora es
potenciativa de todo aquello que encuentra con su palabra y con su
servicio; nunca restrictiva o domesticadora de los impulsos de
renovación. Asume, de este modo, un rol de agente de renovación y
transformación de la sociedad. ¿Un rol político? Ciertamente; pero no
puede ser de otro modo, si quiere ser fiel a sí misma, a sus rasgos de
identidad. Ya Jesús fue crucificado, después de haber sido juzgado y
condenado por todas las instancias de poder del mundo de su tiempo.
La causa de la condena fue política: «rey de los judíos». ¿Un error de
los que lo juzgaron? Sí y no. Jesús anunciaba la proximidad del Reino
de Dios. Lo anunciaba preferentemente a los pobres y a lo oprimido y
perdido. Este mensaje entraña implicaclones políticas inevitables.
Anuncia un cambio radical del mundo y de la sociedad. La estrategia
no es la de la revolución violenta que seguían los grupos zelotes; pero
el término de la acción afecta al mundo y a la sociedad en todos sus
niveles. También en lo político. Estas implicaciones no las puede negar
la Iglesia profética y servidora, que prolonga el profetismo y servicio de
Jesús. Todo esto resulta profundamente incómodo para los que
quisieran una Iglesia que desempeñase un rol social de mantenimiento
y tranquilizante. Por eso se buscará por todos los medios desactivar
toda la carga política del mensaje cristiano, interpretándolo en un
sentido de pseudoespiritualización, de resignación, de soluciones
ilusorias, relegadas en forma de compensación a otro mundo más allá
del nuestro. Y si a pesar de todo no se consigue acallar a la Iglesia
profética y servidora, se la condena, como a Jesús, como blasfema y
peligrosa, y como a él, se la crucifica. Es lógico. Y es el drama y la
gloria de muchas de las Comunidades cristianas de Latinoamérica.
En la Iglesia profética y servidora hay una preocupación especial
por el lenguaje, por su inteligibilidad, que lo haga accesible al pueblo y
a los sencillos. Los contenidos evangélicos del anuncio de la
proximidad del Reino de Dios, de las Bienaventuranzas y del Sermón
de la Montaña se destacan en un primer plano. Se intenta traducir su
sentido a las situaciones de los pobres, oprimidos de hoy. Se
acrecienta el interés por la Biblia, la Palabra, por su interpretación
obvia y directa, cuando se la escucha en las situaciones de hoy. Se
busca el sentido en la lectura viva y comunitaria de la reunión litúrgica
del Pueblo de Dios. Una lectura hecha desde el fondo de la pobreza, el
subdesarrollo y la marginación. Leído desde ahí el mensaje del
Evangelio, vuelve a encontrar su gusto original de mensaje de
esperanza y de liberación. Todo ello supone la presencia de la Iglesia
profética y servidora en los niveles marginados de nuestra sociedad.
Se piensa que se reencuentran los lugares de nacimiento; que se
retorna a la patria perdida.
La organización estructural de la Iglesia profética y servidora tiende
a reflejar esa especial conciencia de su identidad. Es una Iglesia
fundamentalmente carismática, dominada por el reconocimiento y la
atención a la presencia del Espíritu en toda la Comunidad. Se acentúa
la importancia de la estructura diakónica. Se piensa en una Iglesia toda
ministerial, en la que se reconozca toda la rica complejidad de
ministerios y servicios que el Espíritu hace nacer en el Pueblo de Dios.
Estos ministerios responden a las necesidades reales de la
Comunidad. Se integran en la confesión y comunión de un mismo
Espíritu, un mismo Señor, un mismo Dios «que obra todo en todos» (I
Cor 12,ó). Se ejercitan en la comunión y en la corresponsabilidad. Y es
en la referencia a la acción universal del Espíritu donde tiene su
indiscutible verdad teológica la autoconciencia de una Iglesia que nace
del Pueblo. Es que, como recordaba Pedro el día de Pentecostés, en
todo el Pueblo está el Espíritu (cf Áct 2,17s). No se niega lo jerárquico:
se afirma su origen y sentido carismático.
Conclusión
AL TERMINAR ESTA DESCRIPCIÓN de distintas imágenes de la
Iglesia actual quiero recordar, ante todo, su limitación. A las imágenes
presentadas habría que añadir otras muchas en las que la Iglesia
actual plasma su autoconciencia y su identidad, mientras vive este
momento histórico, tan rico y complejo. Lo presentado no pretende
reflejar más que unas imágenes que por su arraigo, o por su
actualidad, tienen una particular significación.
Debo reconocer también que ninguna de estas imágenes
transparenta perfectamente una identidad y realidad que con dificultad
puede encerrarse en los rasgos de una sola imagen. Realidad y
conciencia de identidad es mucho más rica. Pero en esos rasgos hay
algunos que destacan con firmeza singular. Son aquellos que expresan
una coherencia con las imágenes originales de la Iglesia o con el rostro
de Jesús tal como nos han descrito su vida y actitudes los Evangelios.
Otros rasgos, por el contrario, nos hieren; nos resultan difícilmente
aceptables y reconocibles. Ante ellos tomamos una actitud defensiva o
condenatoria. Sin embargo, hay que decir que unos y otros definen la
imagen de la Iglesia. Su ambigüedad responde a la realidad de una
Iglesia que es a la vez santa y pecadora, que necesariamente tiene
que vivir en la historia y encarnarse en la limitación de las distintas
culturas. En la ambigüedad de la imagen va implicada la permanente
necesidad de una conversión que confesaba el Concilio: «La Iglesia
peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne
reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana,
necesita permanentemente» (UR 6).
«Las Iglesias particulares, recordaba Pablo VI en su carta encíclica
Evangelii Nuntiandi 9, profundamente amalgamadas, no sólo con las
personas, sino también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las
maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que
distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la función de asimilar lo
esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a
su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden y,
después, de anunciarlo en ese mismo lenguaje.» Esa función de
«digestión» del mensaje evangélico que tienen las Iglesias particulares
es una llamada a la negociación de identidad de la Iglesia, y
consiguientemente una invitación a la creación de imagen, ante todo
grupo cultural o subcultural, ante cada circunstancia histórica. Este
imperativo de encarnación, con todo lo que encierra de aceptación de
límites y concreciones, plantea el problema de la génesis de la imagen
de identidad de la Iglesia como al momento de culminación de la
realización de la Iglesia particular, en la que tiene su ser la Iglesia
universal. De ahí la importancia de asegurar la rectitud del proceso
genético.
La génesis de una nueva imagen no puede ser el resultado de la
espontaneidad, la improvisación, o del juego ciego e irracional de los
distintos factores, que concurren en ella. Debe ser el fruto de una
conjunción consciente de la fidelidad a los impulsos discernidos del
Espíritu con la aceptación reflexiva de los factores históricos que
actúan en la formación de las diversas imágenes de Iglesia. Esos
factores han sido señalados al comienzo de este estudio. No voy a
recordarlos ahora. Quiero únicamente, antes de terminar, poner de
relieve los caracteres que en estos momentos asumen dos de los
factores allí indicados: las imágenes originales y la circunstancia
socio-cultural. La forma en que se presentan esos dos factores debe
ser tenida en cuenta hoy en todo proceso de formación de imagen de
Iglesia.
I/PUEBLO-DE-D: Como fruto de los estudios de la moderna ciencia
bíblica, las que llamamos «imágenes originales» de la Iglesia han
adquirido para nosotros unos contenidos muy precisos. La imagen de
«Pueblo de Dios» nos ha redescubierto con nueva luz la noción clave
de «comunión». Es la esencia de la Comunidad cristiana, que conlleva
la exigencia de corresponsabilidad de todos los miembros de la Iglesia
y fundamenta el ser de la Iglesia concreta, particular. La imagen de
«Cuerpo de Cristo» (I/CUERPO-DE-CRISTO) pone de relieve que el
ser de la Iglesia es esencialmente «diaconía», servicio. Toda su
estructura debe manifestarse en forma carismático-ministerial. Ese
abanico de ministerios se integran en formas «colegiales», que nacen
de la «comunión» y son la expresión de «la comunión». La imagen de
«Templo del Espíritu» (I/TEMPLO-DEL-ES) recupera la presencia del
Espíritu en toda la Iglesia. Es su obra. Él es el que la unifica, la
santifica, la universaliza y hace posible su misión. La Iglesia «Templo
del Espíritu» debe ser testigo de la transcendencia; el lugar de la
proclamación festiva de que, en virtud del hecho de Cristo, el mundo y
la humanidad están definitivamente penetrados de Dios. Las nuevas
posibles imágenes de la Iglesia deben buscar la coherencia con esta
comprensión de las imágenes originales. En confrontación con ellas se
prueba y se confirma la autenticidad del ser cristiano de toda
Comunidad.
La cultura técnico-científica de nuestro mundo moderno ha hecho
aparecer una nueva circunstancia socio-cultural, que debe incidir de
un modo determinante en la formación de las futuras imágenes de la
Iglesia. Por una parte, estamos viviendo un fenómeno de aproximación
de todos los continentes culturales junto con un fáctico
empequeñecimiento de las dimensiones del espacio del encuentro
humano. Al mismo tiempo, y como consecuencia del fenómeno aludido,
se multiplica la cantidad e intensidad de la comunicación interhumana.
De este modo, asistimos al nacimiento de una creciente unidad y
solidaridad sociocultural de ámbito planetario. Son múltiples los
factores que coinciden en una presión permanente, que apunta hacia
la unidad humana. Pero, simultáneamente, con la apariencia de un
contrafenómeno, se produce una reafirmación de las individualidades y
peculiaridades de grupos y culturas que gritan de todas las formas y
en toda ocasión su propia identidad. Es como si la tensión dialéctica
entre lo uno y lo múltiple se exacerbase hasta la exasperación. Los dos
polos se endurecen. Los dos determinan la nueva circunstancia. Las
nuevas imágenes de Iglesia deben abrirse sin miedo a los dos polos de
tensión. En la comunión y su exigencia de atención a lo particular y
concreto debe abrirse el camino que lleve a la Iglesia hacia el futuro.
JOAQUÍN LOSADA
ESPINOSA
DISTINTAS IMÁGENES DE LA IGLESIA
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1984. Págs.
9-58
................. ..
1. Es el punto de vista adoptado por H. FRIES en su estudio sobre Cambios en
la imagen de la Iglesia y desarrollo histórico dogmático, en «Mysterium Salutis»
IV/I, Madrid 1973, pp. 231-296.
2. A BRITTAN, Meanings and Situations, London 1973, p. 169, citando a H.
GERTH-C. W. MILLS, Character and Social Structure, London 1954, p. 11.
3. Cf. G. THEISSEN, Sociología del movimiento de Jesús. El nacimiento del
Cristianismo primitivo, Santander 1979, pp. 8ss.
4. H. Cox, La Ciudad secular, Barcelona 1968, p. 184.
5. Codex Iuris Canonici (1917), c. 682. El punto de vista del nuevo Código, de
acuerdo con la teología del Vaticano II, es en este aspecto más comprensivo del
puesto del laico en la Iglesia.
6. TERTULIANO, Apolog., XVIII 4.
7. Cf. P. HAZARD, La crisis de la conciencia europea (1680-1715). Madrid,
1952.
8. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelica Testificatio, sobre la renovación
de la vida religiosa, Roma 1971, n. 17.
9. PABLO Vl, Exhortación apostólica sobre la evangelización del mundo
contemporáneo, Evangelica testificatio, n. 63. Roma 1975.