CAPITULO III

LA PRIMITIVA COMUNIDAD DE JERUSALÉN

 

1.- Las vicisitudes exteriores.

Las noticias más importantes sobre la primitiva comunidad cristiana las tenemos en los siete primeros capítulos de los Hechos, aunque con lagunas, ya que el fin del autor es mostrar cómo el Evangelio se convierte en un mensaje que, de los judíos, pasa a extenderse a los gentiles, con Pablo como primer protagonista de esta misión.

La resurrección reunió la primera comunidad de discípulos, unidos por la misma fe y confesión. Tras la resurrección, un grupo de 120 discípulos se reúne para recibir las últimas instrucciones. Tras la ascensión, bajo la dirección de Pedro, se elige un nuevo miembro del colegio apostólico: un testigo, digno de fe, de la vida del Señor: Matías. Tras Pentecostés, Pedro predica públicamente a Cristo, muerto y resucitado, como el Mesías: Unos 3.000 judíos adhieren a la fe en Cristo. Nuevos éxitos llegaron enseguida. Pronto eran ya unos 5.000 creyentes (Hch. 3, 1-4, 4).

El éxito inquieta a las autoridades judías: Pedro anuncia ante ellos el mensaje de Jesús. Aumenta siempre más el número de fieles. Los apóstoles organizan la atención a la comunidad. Instituyen los diáconos. Empiezan las tensiones entre helenistas y judeo cristianos de Palestina. La muerte de Esteban fue la señal de una persecución que se abatió sobre la comunidad de Jerusalén, golpeando sobre todo a los cristianos helenistas. Mientras que los apóstoles quedaron en Jerusalén, muchos cristianos huyeron, predicando el evangelio en Judea y Samaria: las muchas conversiones allí logradas, hicieron que Pedro y Juan visitaran a estos nuevos cristianos para imponerles las manos, predicando al mismo tiempo en Samaria.

Cesada la persecución, vino un corto tiempo de paz; la persecución comienza otra vez: Herodes Agripa hizo arrestar a Pedro y Santiago el Mayor: éste último fue decapitado (42 o 43). Pedro dejó Jerusalén. La guía de la comunidad de Jerusalén pasó a Santiago el Menor, que durante unos 20 años desarrolló allí una gran actividad; fue martirizado en el año 62. La catástrofe que supuso para Jerusalén la sublevación de los años 66-67, hizo que la comunidad cristiana emigrara a oriente del Jordán, estableciéndose en la ciudad de Pella.

2.- Constitución, fe y espiritualidad.

Secta de los nazarenos (é tón nazarión airésis) era llamado por los judíos el grupo de los seguidores de Jesús (Hch. 24,5), por haberse constituido como comunidad en Jerusalén, bajo el nombre de Jesús de Nazareth; comunidad (ekklesía) es el nombre que se dan a sí mismos los judeocristianos: la fe de este grupo les lleva a unirse en una organización de carácter religioso, resultando una comunidad.

Se trata de una sociedad organizada, en que no todos los miembros tienen la misma posición: hay diversas personas y diversos órdenes de personas, a los que en la vida de comunidad se les encargan deberes y funciones diversas, que son asignados por una autoridad superior.

En primer lugar se encuentra el Colegio Apostólico: la Iglesia primitiva siente como intocable el número de doce para estos hombres, por ello, tras la defección de Judas, siente el deber de completar el número, eligiendo a Matías, dejando a Dios tal elección. El deber del apóstol es dar testimonio de la vida, muerte y resurrección de Jesús; dirigir las celebraciones cultuales; administrar el bautismo; presidir la sagrada cena; imponer las manos para consagrar algunos miembros para deberes particulares.

Entre los miembros del Colegio, Pedro ocupa un puesto de guía: dirige la elección de Matías, es portavoz de los discípulos en Pentecostés, predica con ocasión de la curación del cojo, portavoz del Colegio ante los ancianos y escribas, ante el Sanedrín; es juez en el caso de Ananías y Safira, y en el de Simón Mago; sus visitas a los "santos" fuera de Jerusalén, revisten el carácter de visita canónica. Su decisión de bautizar al pagano Cornelio asume una importancia normativa para el futuro; Pablo va a Jerusalén para consultarlo, tras su conversión, ya que de él dependía la acogida de Pablo en la comunidad. Todos estos aspectos se comprenden a la luz del mandato del Señor (Mt., Lc. y Jn.) a Pedro de confortar a los hermanos y de apacentar la grey de Cristo.

Una segunda institución es la de los diáconos, siete hombres que colaboraban con los apóstoles, sirviendo las mesas de los pobres de la comunidad. El conferimiento de la carga sucede por la oración e imposición de manos de los apóstoles. Uno de ellos, Esteban, es protagonista de la controversia cristológica con los judíos; Felipe predica entre los samaritanos. En los Hechos, a estos siete no viene dado un nombre específico, aunque sí a su actividad: diakonéin (=servir) (6,2).

No tan claramente delimitada aparece la función de los ancianos (presbiterói) (11,30). En la primitiva iglesia de Jerusalén, estos ancianos aparecen continuamente en torno a los apóstoles o a Santiago como cabeza de esta iglesia. Participan en las decisiones del Concilio de los Apóstoles (15, 2 ss.) y son coadjutores de los apóstoles o del pastor de Jerusalén en la administración de la Iglesia primitiva.

Sólo una vez aparecen los profetas (profetái) (15,32) en lo que respecta a la iglesia de Jerusalén: son Judas (llamado Bársabas) y Silas, que son elegidos y mandados a Antioquía para que comuniquen a los cristianos las decisiones del concilio de los apóstoles.

Esto muestra que en la Iglesia primitiva, existe ya una distinción entre miembros de dos categorías: los órdenes de personas consagradas con un rito religioso con especiales funciones dentro de la comunidad, y la gran masa de fieles.

El evento que crea la unión de los discípulos de Jesús en una única comunidad, la resurrección, es el elemento base de la fe religiosa de la que vive la Iglesia primitiva y el centro de la predicación apostólica: debe ser recibido con fe por todos aquellos que quieran adherirse al Evangelio. Este hecho de la resurrección viene confirmado, corroborado y profundizado con la bajada del Espíritu Santo el día de Pentecostés: desde este momento, la predicación apostólica adquiere una dirección unívoca y extrema claridad; los apóstoles pondrán de relieve la decisiva novedad que les separa de la fe de los judíos: esa novedad es que el Resucitado es Jesús de Nazareth, resucitado por Dios.

Jesús es el Mesías, como lo muestra la resurrección. La fe en Jesús se muestra a través de varios títulos: el Cristo, que aparece como segundo nombre, junto a Jesús; el Kyrios (como a Dios), título con el que se dirigen a él en la oración, sobre todo con el Maranathá; es el Santo y Justo, Siervo de Dios, el Salvador (Sotér). El anuncio de la salvación se llamará evangelium (de evangelípseszai) cuyo objeto es el mismo Jesús.

La fe de la Iglesia primitiva en la salvación, que viene únicamente de Jesús, viene subrayada con exclusivismo. Esta salvación consiste en el perdón de los pecados y el alejamiento del hombre del pecado.

La joven Iglesia está convencida de que es el Espíritu Santo quien confiere aquella fuerza singular, íntima y sobrenatural, que anima a los fieles, a los apóstoles y a toda la Iglesia primitiva.

Otros dones que la Redención obrada por Jesús ha aportado a los fieles de la Iglesia primitiva son la vida (eterna) y la pertenencia al Reino de Dios: en la conciencia de la Iglesia primitiva, no son realidades aún completas, sino que se cumplirán en la parusía del Señor; por eso, la comunidad pedirá insistentemente su llegada.

Sobre estas convicciones se construye la vida religiosa de la comunidad primitiva. No abandona las formas de piedad tradicionales: continúan yendo a orar al Templo, se conservan las horas, gestos y textos (salmos) del judaísmo. Pero ya existen prácticas de culto autónomas: bautismo.

Los cristianos de Jerusalén "eran perseverantes... en la fracción del pan" (Hch. 2, 42): celebración eucarística en las casas de los fieles, en el primer día de la semana. Día de ayuno, viernes (muerte del Señor) y miércoles. Nace la semana cristiana.

La carta de Santiago habla de la unción de enfermos, confiada a los "ancianos". La actitud religiosa de la comunidad primitiva, está apoyada por un profundo entusiasmo, pronto al sacrificio, que se exterioriza en una caridad activa (Hch. 4, 32).