CREO EN LA IGLESIA
Decimos en latín: "Credo in Deum, in Jesum Christum, in Spiritum
Sanctum", pero "Credo Ecclesiam." En castellano traducimos "Creo
en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo." Y también "creo en la
Iglesia." El texto castellano del Credo no acusa esta diferencia de
la preposición en latín. Y esta diferencia de preposición señala una
divergencia profunda de los niveles de adhesión. Lo precisaremos
más adelante.
I. Por parte del Nuevo Testamento
Encontramos dos palabras muy importantes y cuidadosamente
distinguidas: el Reino de Dios (o "de los cielos ) y la Iglesia. Toda
la predicación de Jesús puede resumirse en esta frase: "El Reino
se ha adentrado hasta nuestra vida", a la manera como se dice:
"El amor ha entrado en mi vida." Por el contrario, el Evangelio
habla muy raras veces de la Iglesia.
a) El Reino (de Dios o de los cielos)
La expresión "de los cielos" es una manera judía de designar a
"Dios".
Características del Reino según las parábolas llamadas del Reino:
-Es algo muy humilde (el grano) pero que tiene un futuro
prodigioso.
-Es algo desconcertante ("sólo los pequeños tienen acceso a él..."),
discreto (no se le observa a la manera de un hecho cualquiera)
pero que aporta una alegría inmensa porque es el Amor
absolutamente gratuito (la perla preciosa).
-Es algo hecho para todos, a excepción de los ricos, en todo género
de riquezas. Los ricos se excluyen ellos mismos del Reino, porque
están hartos, satisfechos y no esperan lo inesperado.
-Es algo que sólo la fe puede acoger. No se manipula el Reino, no
se adueña uno de El, se le acoge (el sembrador).
.En realidad, todo el Evangelio tiende poco a poco a demostrar que
el "Reino" es de hecho Jesús mismo. O el Espíritu de Jesús, su
Amor, esa fuerza prodigiosa que sale de El y se expande por todas
partes.
b) La Iglesia
En griego ekklesia, palabra tomada del vocabulario profano para
traducir un término hebreo (Kahal) que significa Convocación.
Esta palabra tenía dos sentidos:
Primer sentido: "Reunión sobre convocación individual." Este
sentido conviene muy bien a la Iglesia de Jesucristo: nosotros
respondemos a la invitación de Dios en Jesucristo y nos
encontramos en la Iglesia. No se une uno a la Iglesia, nos unimos a
Dios en la Iglesia. (Y esta es la razón por la que se dice: "Creo en
Dios" y "Creo a la Iglesia".) En definitiva la Iglesia no tiene por qué
hacer reclutamiento alguno. Es el pueblo de Dios, convocado por
el Espíritu de Dios. En la práctica, la Iglesia no tiene por qué
preocuparse en absoluto por la propaganda hacia sí misma. Su
único fin es ayudar a los hombres a prestar atención a la llamada
personal de Dios. No es un fin en sí misma.
Segundo sentido: el pueblo visto como fuerza política a diferencia
de la masa inconsistente. La reunión y no el metro. Este sentido
conviene también a la Iglesia de Cristo pero con menos precisión.
Esto nos haría recordar que la Iglesia existe en la Historia y que
como todo grupo es una fuerza social que tiene su influencia
social.
En el Evangelio vemos que la Iglesia tiene un pequeño comienzo
(difícil de precisar) con el grupo de los discípulos y entre ellos los
Doce. La Iglesia va adquiriendo cada vez más auge después de
Pentecostés afirmándose como el nuevo pueblo de Dios, sucesor
de Israel.
II. Reino de Dios e Iglesia
Hay que distinguir bien estas dos realidades (a continuación del
Nuevo Testamento).
El Reino es una realidad espiritual, divina, sobrehumana, sobre la
que el hombre no entra en juego. Realidad que el hombre no
puede más que aceptar.
En lugar del "Reino" se puede hablar también del "Evangelio" (San
Pablo) o del "Espíritu" (San Juan). Este poder, esta energía
espiritual procede de Jesús, en Jesús y por Jesús. Esta energía
espiritual se insinúa en nuestro mundo para poner al hombre de
pie, abrirle las manos y el corazón a sus hermanos, abrirle los ojos
a la presencia de Dios y colorear la vida de una esperanza de
inmortalidad. El que cree, es decir, espera y acoge este Amor
venido "de otra parte", éste planta el Reino sobre la tierra.
I/CONSTRUYE-CONTINUE: La Iglesia es una realidad visible,
social, hecha del real humano. Es algo que los hombres
construyen, que edifican y vuelven a edificar si se desmorona, con
los materiales de que se dispone en cada época: por eso, la
Iglesia de cada época semeja forzosamente a los grupos del
momento: sinagoga judía, imperio romano, monarquía carolingia,
etc. Pero esta construcción de la Iglesia no se hace sobre un
fundamento cualquiera. El fundamento de la Iglesia es la
predicación y la acción de los apóstoles. Es el sentido de la
palabra "apostólica" aplicado a la Iglesia. Es la razón del lugar
central del Nuevo Testamento en el pensamiento y en la acción de
la Iglesia. Y la primera vocación del obispo es morir, suscitar esta
fidelidad de la Iglesia presente en la Iglesia apostólica.
La Iglesia de cada época habla y obra de modo diferente a la
Iglesia primitiva, evidentemente. Pero no puede, en cada época,
pensar y obrar de manera contradictoria con la Iglesia primitiva. El
Nuevo Testamento tiene así, en la Iglesia, un papel crítico
permanente.
Las relaciones entre el Reino y la Iglesia han sido pensadas de
manera muy diferente según las épocas y las diversas teologías.
Se ha dicho y se sigue diciendo que la Iglesia es la cara visible del
Reino, pero esta vinculación me parece demasiado fuerte. Yo
prefiero decir: la Iglesia es el "lugar" visible en donde se manifiesta
el Reino, donde se desarrolla y donde brilla. Subrayando
enérgicamente que no hay equivalencia entre las dos realidades.
La Iglesia no es la concesionaria exclusiva del Reino. La fuerza
espiritual que es el Reino obra por todas partes, dentro y fuera de
la Iglesia. Pero la Iglesia es el lugar privilegiado donde el Reino
conserva toda su virulencia, su pureza, su expresividad (esta
última palabra quiere significar que en la Iglesia es donde mejor se
deja reconocer el Reino).
En la Iglesia es donde el Reino expresa mejor todas sus
dimensiones tales como las reveló el Evangelio. CoN esto no
quiero decir que toda la Iglesia brille con todas las cualidades del
Reino. Se puede admitir muy bien que una de las cualidades del
Reino (el respeto a los pobres, por ejemplo) sea más viva fuera de
tal Iglesia que dentro de esta Iglesia. Digo simplemente que por la
gracia de Dios y por la presencia de Cristo Jesús, el conjunto de
las características del Reino se manifiesta ante todo y sobre todo
en la Iglesia. Pero la Iglesia tiene que reconocer con frecuencia la
presencia del Reino fuera de ella. Así, el calificativo de "santa",
aplicado a la Iglesia, no significaría que la Iglesia es santa en sí
misma, sino que lleva en ella la santidad del Reino.
Además, la Iglesia no es un fin. Es una parada, la parada
indispensable hasta que el Reino gane a la Humanidad entera. La
Iglesia es para la Humanidad y no la Humanidad para la Iglesia.
Este sería el sentido de ''católica", es decir, universal. La Iglesia
está esencialmente hecha para lo universal.
Gracias a estas precisiones, podamos quizá comprender mejor dos
expresiones tradicionales de la Iglesia:
Esposa de Cristo
Una esposa es la mujer de X. Cierto que una mujer casada no es
solamente esposa. Es sobre todo una persona autónoma, es
también madre, ciudadana, vecina, etc. Pero, en cuanto esposa es
un ser "en relación" con su marido. Se define por su marido:
Señora de Antonio López.
Al aplicar la palabra de esposa a la Iglesia, se quiere decir que la
Iglesia es únicamente un ser en relación a Cristo. Depende
enteramente de Jesús, no existe más que a causa de Cristo y para
Cristo.
Cuerpo de Cristo
Esta expresión puede ser peligrosa en la medida eh que se piensa
que el cuerpo de alguien es él mismo. Y se ha dicho: "Cristo y la
Iglesia es un todo." No es justo. La Iglesia y Cristo son dos, aun
cuando estén unidos de manera indisoluble. La Iglesia es una
expresión imperfecta, muy imperfecta de Jesucristo.
Prefiero emplear la palabra "Cuerpo" ante todo como expresión de
una realidad visible. La Iglesia es una sociedad palpable, presente,
accesible. Es la Iglesia de los cristianos conocidos como tales con
el Papa actual y una organización que toma tierra un poco aquí.
Hablar de "Iglesia invisible" es un impasse, un punto muerto. El
Reino es invisible, no la Iglesia.
La palabra Cuerpo evoca también el crecimiento. La Iglesia es una
realidad que crece. Pero esto no es lo más importante. La Iglesia
es el lugar de un crecimiento posible de Cristo. En ella, por ella, y
a su lado, Cristo sigue creciendo hasta que toda la Humanidad sea
Cristo. En la Iglesia, la humanidad de los cristianos encuentra ya la
vida de Cristo. Y este encuentro ya actual hace esperar la
extensión del mismo encuentro para todos los hombres. Porque el
fin de la Iglesia es siempre la comunidad universal.
III. Características de toda Iglesia
I/CARACTERISTICAS: Para nosotros, católicos, la palabra Iglesia
evoca generalmente la sociedad mundial de la Iglesia con el Papa
a su cabeza. Y todos tendríamos tendencia a pensar que cada
Iglesia local no es más que una sección de esta sociedad mundial.
Según los escritos de San Pablo, es más bien todo lo contrario.
Cada Iglesia local es perfectamente la Iglesia: "La Iglesia que vive
en Corinto, en Roma..." Pero evidentemente cada una de estas
Iglesias locales se sabe, se siente y se quiere en unión con las
otras Iglesias. Los sacerdotes, los obispos son los vínculos vivos
de las Iglesias entre sí. Son los ministros de tal comunidad y son
reconocidos como tales por las otras comunidades. Esta manera
de ver la Iglesia por la base cambia mucho con la manera de ver la
Iglesia por la cumbre. Pero la Iglesia es también tradicional.
Permite comprender que todos los cristianos son absolutamente
iguales entre sí. Permite situar a los ministros (sacerdotes-obispos)
en el interior de las comunidades, a su servicio, como testigos de
la presencia de Cristo resucitado y como lazo entre las Iglesias.
Hace descubrir de manera nueva la función del Papa: no la de
presidente director general sino la del que tiene el cuidado de la
unidad y del diálogo entre todas las Iglesias. En la medida en que
se subraya la originalidad de cada Iglesia, el Papa aparece todavía
más necesario para favorecer la comunicación y el diálogo (cf. el
Papa Juan XXIII).
Estos grupos humanos que llamamos Iglesias, ¿en qué condiciones
serán verdaderamente la Iglesia de Jesucristo? Estas
características son tradicionalmente en número de cuatro (las
notas de la Iglesia).
a) Toda Iglesia es una comunidad de Fe. En todas las épocas la
Iglesia se siente solicitada por todos: grupos políticos, fuerzas
culturales, testigos del pasado, etc. Y en todas las épocas la
Iglesia ha de luchar y reformarse por permanecer ella misma: la
que tiene como primer descubrir y hacer descubrir a Jesucristo y al
Dios a quien El llamaba su Padre. Para permanecer la comunidad
que vive del Espíritu y trata de compartir su experiencia.
Es la nota llamada de santidad: la Iglesia es una sociedad humana
que se interesa, vive y depende de lo suprahumano. Y si
contribuye al progreso de la Humanidad, es anunciando algo que
supera lo humano.
b) Toda Iglesia es una comunidad, es decir, un grupo donde se
comparte, se intercambia, se afronta algo, se circula en una
solidaridad de base. Esta solidaridad de base es un primer
principio que no se pone en tela de juicio. El cristiano que se
sienta a mi lado en la misa puede ser totalmente diferente de mí
sobre muchos aspectos, incluso en la expresión de su fe. Y yo no
haré absolutamente nada para camuflar todas nuestras
divergencias. Pero se siente convocado como yo por Cristo, y,
entonces, me reconozco solidario de él en esta convocación. No
tengo ningún derecho a hacer un cristiano de segunda o de
tercera clase.
Es la nota llamada de la unidad que con demasiada frecuencia se
ha confundido con la uniformidad. La unidad no es posible más
que en la diversidad. La unidad es aceptación de la distancia,
voluntad del diálogo y fe de que esta unidad, realizada en Cristo
nos puede ser dada por Cristo día tras día.
c) Toda Iglesia se siente y se proclama la seguidora de la primera
comunidad cuyo testimonio (el Nuevo Testamento) ocupa el primer
puesto en las reuniones de las comunidades. La solidaridad en el
espacio con las otras Iglesias se dobla con una solidaridad en el
tiempo con el pasado y sobre todo con el primer pasado
fundacional: la Iglesia Apostólica. Por lo mismo, uno de los
cuidados fundamentales de cada Iglesia es la fidelidad. Ser fiel no
es copiar ni repetir. Es por el contrario traducir. El que no traduce
traiciona. El movimiento natural de la Iglesia es siempre diálogo y
recogimiento: diálogo con su tiempo, recogimiento sobre la
tradición apostólica.
Es la nota llamada apostólica.
d) Toda Iglesia está abierta a lo que no es ella, a la política, a la
cultura, a la ciencia, al ateísmo, a las otras religiones... La Iglesia
es una realidad porosa. Lo que no es la Iglesia entra en ella y ella
se mezcla con el exterior.
Es la nota llamada católica, nota que siente el diálogo, el
enfrentamiento, la presencia, la acción y la colaboración con "los
otros".
Estas cuatro notas son las características de la Iglesia o, para
emplear una palabra moderna, son la estructura de la Iglesia, su
tejido genético. Ellas son las que hacen que la Iglesia sea la Iglesia
y nada más, lo mismo que los cromosomas de cada uno hacen que
sea él y no otro. La Iglesia puede tomar cualquier forma, pero
tendrá y deberá tener siempre esta "configuración" de comunidad
una, santa, católica y apostólica.
Pero es evidente que estas notas son siempre "ideales" en relación
a la realidad de cada comunidad cristiana. Estas cuatro notas
juzgan y critican la realidad de las comunidades, les obligan a
reformarse constantemente, pues sólo haciéndose cada vez más
santas, católicas y apostólicas, las Iglesias se convertirán en
signos cada vez más convincentes del Reino de Dios.
IV. Función de la Iglesia
Hace unos siglos, la Iglesia hacia todo, era la Madre omnipotente y
omnisciente. Había enseñado a hacer escuelas, hospitales, había
enseñado escultura, canto, había hecho la paz y la guerra. Lo
regía todo, se mezclaba en todo, hablaba de todo.
Actualmente, algunos la dejarían en el retiro más estricto. Incluso
muchos cristianos se preguntan para qué puede servir este
antepasado sino para repetir ciertos recuerdos del pasado. De
golpe se nos dice que la Iglesia del mundo nuevo es el mismo
mundo. La Iglesia no sería una parte, estaría por todas partes,
sería la Humanidad.
Pero no salimos de la confusión. La Iglesia envolviendo a la
Humanidad o la Humanidad absorbiendo a la Iglesia, en cualquiera
de los casos, el diálogo se ha extinguido y consecuentemente el
progreso. Es algo excelente que el mundo moderno haya enviado
a la Iglesia a su lugar propio, pero la Iglesia tiene un lugar y debe
mantenerlo.
Este lugar se define por las tres virtudes llamadas teologales: fe,
amor y esperanza.
a) La Iglesia no da la fe, sólo el Espíritu despierta la fe en el que le
abre su corazón. Pero la Iglesia debe repetir sin cesar al hombre
moderno las palabras de Jesús: "El Reino está aquí, a la puerta."
Este Reino, que sólo la fe puede descubrir y acoger.
En un mundo ahíto y no obstante disminuido, el testimonio de que
hay un tesoro inagotable al alcance de la fe es la tarea urgente de
la Iglesia. Si no dice esto en todos los tonos, desde el susurro a la
vociferación, ¿quién lo dirá?
b) La Iglesia no es el monopolio del amor (o de la caridad). Pero
con otros grupos humanos, religiosos o ateos, ha de repetir que el
amor es la única realidad esencial. "Hace falta de todo para
construir el mundo." No, no hace falta más que el amor. Es digno
de notar que el hermoso capítulo 13 de la Primera Carta a los
Corintios, el himno de la Caridad, se sitúa en una reflexión sobre la
Iglesia. La vía superior a todas las demás, he aquí la primera
preocupación de la Iglesia.
En un mundo abarrotado y no obstante desierto, la Iglesia ha de
testimoniar que el amor es posible ya que existe. El amor está
aquí, niño silencioso, extranjero incomprendido, poeta perseguido,
militante ridiculizado. El amor está aquí, en su pobreza que es una
llamada irresistible si no se cierran los ojos.
c) La Iglesia es hija de la Resurrección. Ella dijo que el futuro
esperado por los judíos era ahora el presente, lo tangible. La
Humanidad guarda siempre el gusto por el futuro y le confía todas
sus esperanzas todavía no cumplidas. Pero el escepticismo
acecha a muchos hombres y Teilhard de Chardin temía una
"huelga de la esperanza". ¿De qué sirve avanzar si el horizonte
retrocede en la misma medida?
La Iglesia debe dar testimonio de la esperanza, de la certeza
evangélica de que toda nuestra vida, toda nuestra acción camina
hacia un futuro inimaginable. Este futuro se llama Jesucristo
resucitado, el hombre divinizado, la vida humana bañada en la
vitalidad divina, la muerte disuelta, la unidad realizada, "la vida,
vivida finalmente como habría que vivirla".
Estos tres ejes de la acción de la Iglesia, estas tres preocupaciones
fundamentales de la fe, la esperanza y el amor, estas tres razones
de vivir, de hablar y de actuar no son válidas solamente de la
Iglesia hacia el mundo. Son sobre todo válidas de la Iglesia hacia
sí misma. Es ella, en cuanto Iglesia, la que debe predicar la fe, la
esperanza y la caridad. Porque muchas de las Iglesias no dan la
impresión de que Dios es el más importante y que la fe es la clave
de todo, vista la importancia que dan al dinero, a los honores, a la
influencia cultural, política, social, etc. Muchas Iglesias no dan la
impresión de que el amor es la vía superior a todas las demás,
visto el lugar que ocupan entre ellas la voluntad de tener razón, el
autoritarismo, la susceptibilidad, el orgullo, la sospecha, etc.
Muchas Iglesias no dan la impresión que la esperanza es la
certeza del futuro, dado el pesimismo y el desánimo que se siente
en ellas sobre su propio futuro. Resulta evidentemente difícil
predicar la esperanza cuando uno mismo se confiesa agonizante.
V. Reflexiones sobre las formas modernas de la Iglesia
Las cuatro "notas" de la Iglesia son la "estructura" de la Iglesia, su
tejido genético de base, cualesquiera que sean las formas que
pueda tomar la Iglesia. Porque la Iglesia adquiere formas muy
diversas, según las épocas, y según lo "que se hace" en esta
época en forma de vida social.
Lo que me parece característico de nuestra época, es que la Iglesia
toma, al mismo tiempo, formas diversas, aparentemente, incluso,
contradictorias.
Tres formas llaman mi atención, pero evidentemente hay otras más:
la Iglesia bajo forma de religión oficial, la Iglesia en forma de grupo
contestatario, la Iglesia en forma de comunidad mística o
simplemente "paralela".
a) La Iglesia "oficial" es la única admitida como la religión
establecida del país en cuestión (la Iglesia católica en Francia, por
ejemplo). A ella se dirigen para solemnizar y sacralizar los
momentos claves de la existencia, para la educación moral de los
niños y de los jóvenes. Aunque hay separación legal entre la
Iglesia y el Estado, el poder cuenta con ella para asegurar cierta
unidad espiritual de la nación (con todos los matices que se
quiera). Esta "forma oficial" de la Iglesia está evidentemente
plagada de equívocos y, estos últimos años, no se ha cesado de
denunciar esta colisión de la Iglesia con el sentimiento religioso de
la masa, con el poder, con la moral, etc. ¿Es una traición al
Evangelio? ¿Es rigurosamente imposible a la Iglesia vivir bajo "esta
forma oficial"? Personalmente pienso que no. Es una posición
difícil, ciertamente. Con ello la Iglesia se ensucia las manos (¿es
un ideal tener las manos limpias?) La Iglesia está en contacto con
la masa, está unida a preocupaciones vitales aun cuando estas
preocupaciones sean interesadas (la educación, la necesidad de
descanso, los interrogantes religiosos...).
El diálogo que la Iglesia, en esta posición debe mantener con sus
interlocutores (el Estado, la Escuela, la Cultura, el Ejército, etc.) es
un diálogo reñido, pero diálogo. Lo que dice es escuchado, porque
tiene un auditorio.
Temo que las críticas demasiado negativas contra esta forma de
Iglesia oficial provienen de una concepción idealizada de la Iglesia.
Se la querría totalmente diferente de los demás grupos humanos.
Pero la Iglesia es humana y está sometida a las leyes de las
sociedades humanas, por lo mismo, entre otros imperativos,
sometida a la ley de la ambigüedad. si se decide a obrar y a
conectar con lo real.
Pero creo también que sería muy peligroso para la Iglesia no tener
más que esta forma oficial.
b) La Iglesia "contestataria". Recluta sus adeptos en los estratos de
la sociedad que han tomado una posición crítica frente a la forma
de esta sociedad. Se organiza según los modelos de grupos
contestatarios de la política, del sindicalismo o de la cultura. Una
parte de la Acción Católica de Francia es este tipo y muchas de las
llamadas comunidades de base. Para }os miembros de estos
grupos, la Iglesia aparece un poco como "el maquis de este
mundo". Su función esencial es inquietar, despertar la utopía,
sacudir a los adormilados, criticar a los poderes de turno. Tal
Iglesia subraya y vive uno de los rasgos esenciales del Evangelio
que es la "contestación". Quien lee el Evangelio con ojo un poco
nuevo queda atónito al constatar hasta qué punto Jesús es
también un contestatario (de la religión, de la moral, de la
política...). Contradice más bien que bendice.
Esta forma de Iglesia "crítica" se lleva mal con la Iglesia oficial. Pero
parece que estas malas relaciones son necesarias para la salud
de ambas. Porque el gran peligro de la Iglesia contestataria es la
evolución hacia la secta en el sentido estricto del término:
impresión de ser los únicos en ver claro, gran susceptibilidad hacia
los otros pequeños grupos demasiado semejantes, argucias sobre
la línea "pura" o "derecha". En resumen, un motor que corre el
peligro de girar en el vacío porque ya no conecta con nada. Sin
hablar de una agresividad bastante estridente que olvida la
tolerancia evangélica ("El que no está contra vosotros está con
vosotros").
El hecho de ser minoritarias lleva con frecuencia a las Iglesias de
este tipo "crítico" a creerse más "puras" que las otras. Es un error
de óptica. No hay Iglesia pura. Las Iglesias contestatarias han
tomado de los grupos contestatarios su forma, su escala de
valores, sus tipos de organización y de acción. Es una opción que
tiene sus grandes ventajas y sus inconvenientes muy serios. Y la
gran ventaja de las comunidades críticas es que son un acicate de
progreso para toda la Iglesia y la sociedad. Sin ellas, fácilmente se
duerme en la facilidad o en la evasión.
c) La Iglesia "paralela". Parece que el comienzo fulminante de la
vida monástica en el siglo IV coincidió con el fin de las
persecuciones y el comienzo de una vida "oficial" de la Iglesia. Se
creó entonces una Iglesia paralela, pero que guardaba sus lazos
con la Iglesia oficial ya que muchos obispos fueron antiguos
monjes.
Nuestro mundo moderno segrega también sus sociedades
"paralelas", gentes que abandonan el terreno y se echan por la
línea de banda porque la necesitan para respirar, contemplar,
crear, amar, conocerse, escucharse, en una palabra, vivir a un
ritmo que llaman "natural" (término de lo más equívoco, puesto que
desde que el hombre entra en escena, no existe naturaleza pura).
Yo creo que actualmente se crean Iglesias paralelas cuyas
preocupaciones esenciales son de orden afectivo y místico. No
emigran forzosamente a los desiertos de cuevas, puesto que han
encontrado soledades más agobiantes en las ciudades modernas.
La acción, la lucha, el compromiso les parecen menos urgentes
que la contemplación, el diálogo, el compartir comunitario, el
compromiso amistoso con el vecino, la recreación de los lazos
humanos. Dios es una palabra que canta para ellos, la oración
gratuita y lenta les parece tan indispensable como la fuente en la
plaza, el amor concreto es su compromiso. Una mirada les parece
más importante que una idea.
Se les acusa de deserción, y es verdad que no hay tantos fugitivos
en estas comunidades. Pero la auténtica contemplación es una
marcha al desierto y el amor concreto del prójimo inmediato no
permite muchas escapatorias. Además, ¿quién se atrevería a
afirmar, según estudio histórico, que las comunidades paralelas
son el desecho de la evolución social, de los restos destinados al
naufragio? Ciertos valores absolutamente indispensables en la
Iglesia (la contemplación, por ejemplo, el sentido de la adoración y
de la acción de gracias y todos los valores llamados místicos), no
pueden, quizá, guardar su vigor más que en estas Iglesias
paralelas.
CONTESTACION/ACEPTAR: Los defectos de estas comunidades
son muy visibles: el irrealismo, las fijaciones sobre los problemas
psicológicos (en una vida de acción se aprende a relativizarlos), la
contemplación tomada como una droga y el miedo de las
corrientes de aire. Como contraveneno, la acogida es
absolutamente necesaria. San Benito decía que un monasterio
debe tener su puerta siempre abierta a los transeúntes, sobre todo
para los que venían a decir cosas desagradables.
Porque el mayor peligro de las Iglesias "paralelas" es un sutil
fariseísmo cuya mejor expresión sería: "Aquí mantenemos lo
esencial: la oración y el amor." ¿En nombre de qué se distingue
esto esencial de lo superfluo y de lo facultativo? La acción para
mantener la esperanza en medio de las luchas y contradicciones,
el diálogo a la vez comprensivo y candente con la sociedad y las
gentes tal cual son, ¿es facultativo a juicio del Evangelio?
¿Jesucristo vivió en Qumran o en Cafarnaum?
De esta manera la tentación principal de los cristianos de hoy
parece ser cierto sectarismo: "Nosotros somos la verdadera
Iglesia." Y la tentación de los pastores responsables sería, a mi
modo de ver, querer amalgamar todas estas tendencias en una
tregua de unión inodora, sin sabor y probablemente inestable.
Quizá sea necesario que el obispo y los sacerdotes vuelvan a ser
itinerantes, peregrinos que vayan de comunidad en comunidad,
respetando profundamente la originalidad de cada Iglesia y
empujando a cada Iglesia al diálogo con lo que no es ella. (Los
Hechos de los Apóstoles reflejan una situación muy parecida de
tensión y de intercambio entre Iglesias judías y griegas.)
Cada Iglesia es libre de aceptar, contestar y ser contestada, en
nombre de estas cuatro notas que son la garantía de la
originalidad de toda IglesIa. Ninguna puede estimarse más pura
que otras. Que cada una se acuerde del ejemplo tipo de la
antioración: "Señor, yo te bendigo porque no soy como los
demás..."
PAUL
GUERIN
YO CREO EN DIOS
Las palabras de la fe, hoy
Edic. MAROVA. MADRID 1978. Págs.
103-117
..........................................
LIBRO UTILIZADO PARA ESTE CAPITULO
Hans KUNG, Qu'est~ce que l'Eglise? Desclée de Brouwer, 1972.
Edición castellana: Herder, Barcelona.