El Misterio del Salvador

 

Objetivo

El alumno, confirmará a Jesús como verdadero Dios.

Tema

La humanidad de Jesús debe ser vista como el modelo de realidad humana realizada.

Una síntesis de la comprensión de Jesús en nuestras vidas podría abarcar los siguientes elementos:

1.- Jesús es un hombre comprometido en una causa justa, que unifica todas las energías de su persona.

 

2.-Esta causa es el anuncio del reino de Dios como don de felicidad y de liberación para todos, sobre todo para los marginados, los enfermos, los oprimidos, los débiles, las mujeres, los excluidos, los pequeños, los extranjeros, los pobres.

3.- El origen de ésta liberación terrena y eterna es Dios, que Él anuncia como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

4.- La vida terrena de Jesús fue coherente y armónica: los hechos se correspondían con las palabras y la coherencia la llevó a morir en la cruz.

5.- Al acontecimiento de la resurrección fue una llegada de victoria y de derrota, de vida y no de muerte. Esta cristología llena de significado la vida de los hombres, dándoles su unidad y perspectiva de compromiso personal y comunitario.

 

La revelación del Misterio

 

Objetivo

El alumno, Profundizará en el misterio de la Santísima Trinidad, y comprenderá la obra del Salvador, manifestada en el Dios revelado por Cristo.

Introducción

"Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días nos habló por medio de su Hijo" (Hebreos 1, 1-2). Cuando Jesús de Nazaret es interrogado por los enviados del bautista sobre su persona: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?", Jesús responde: "Vallan y digan a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados" (Mateo 11, 2-59). Esta respuesta sugiere que para poder responder plenamente a la pregunta que Él plantea a sus discípulos y a las gentes de todos los tiempos: ¿Quién dicen ustedes que soy yo?, se necesita conocer también lo que Él realiza. Y nos señala la importancia que su vida terrena y su persona tuvieron para la humanidad y siguen teniendo para nosotros hoy.

Dios se ha revelado como EL QUE ES; se ha dado a conocer como Verdad y Amor. (Catecismo de la Iglesia Católica # 231) El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Sólo Dios nos lo puede dar a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. (CIC # 261). Conocemos este misterio por las palabras de Jesús, por la Encarnación del Hijo de dios y el envío del Espíritu Santo. La fe católica consiste en venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, sin confundir las personas, ni separar las substancias; porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad. Las tres personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su actividad (CIC # 266-267).

El misterio de la Trinidad se revela en el rostro de Cristo, no como una doctrina destinada a un conocimiento intelectual, sino como la buena nueva de que Dios ha realizado sus promesas de salvación. Por eso, a partir de la resurrección del Crucificado, se trazan dos líneas de continuidad: a) Con la fe de los padres, a quienes Yavé salvó y sacó de Egipto. b) Con el misterio de la persona de Jesús de Nazaret, el crucificado–resucitado.

Así, al tratar de recorrer los orígenes de la fe trinitaria, no se trata de hacer un simple recorrido de citas por el Nuevo testamento para probar un dato conocido de antemano, sino de buscar en las afirmaciones creyentes de la comunidad apostólica el paso de la fe veterotestamentaria a la fe trinitaria proclamada por los primeros concilios.

Es desde esta fe en el Dios de los padres, el que se reveló a Moisés en el Sinaí y sacó a su pueblo de Egipto, el que hizo alianza con su pueblo y se mostró como un padre amoroso con Él, prometiéndole un futuro de plenitud, como Pedro y los discípulos, bajo la luz del Espíritu, tratan de comprender el misterio y el papel salvífico d el Resucitado.

"El misterio de la Trinidad no es una doctrina destinada a resolver una ecuación para manifestar que Dios es un tres igual a uno, sino una buena nueva: la vida misma de Dios que es comunión, se ofrece a los hombres y puede dar sentido a su existencia". Y lo que la reflexión creyente de la primitiva comunidad descubre es la continuidad profunda que une el misterio de Jesús con el misterio de Dios.

La fe en el resucitado.

En el corazón de las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se coloca la proclamación de la resurrección de Jesús. Este anuncio es el núcleo de la predicación apostólica. En la resurrección, Dios se coloca de parte del crucificado, al que resucita con la fuerza de su Espíritu. Así, Yavé ha intervenido salvíficamente al resucitar a Jesús. Por este hecho, comienzan los tiempos mesiánicos y el mundo esta admitido definitivamente a la salvación ofrecida por Dios.

 

La fe en Jesús resucitado se convierte así en algo inseparable de la fe en el Dios de la alianza. La resurrección de Jesús es la plenitud de la alianza. De este modo, la resurrección de Cristo aparece como el cumplimiento de las promesas de Dios; es la culminación de los indicios proféticos y de la esperanza de Israel. Pero, al mismo tiempo, es el comienzo de algo nuevo: es la época o el tiempo del Espíritu (Jeremías 31). La comunidad primitiva se agrupa en torno a esta confesión de fe. El Espíritu de Dios que se manifiesta en ella es la garantía de una nueva situación en la que la salvación se ofrece a todos.

En Jesús se cumplieron la revelación y el designio salvífico de Dios; en la Pascua, los últimos tiempos comienzan y ha sonado la hora del juicio universal. Dios es revelado por Jesucristo. Pero, ¿Quién es este hombre? ¿Quién es Jesús?. La necesidad de responder a esta pregunta para comprender el misterio de la persona de Jesús hace que la reflexión de la primitiva comunidad se convierta en cristología. Y esto es necesario para descubrir el misterio de la persona de Jesús.

Porque la resurrección de Jesús es el cumplimiento del Antiguo Testamento, los discípulos van a meditar la Escritura para encontrar en ella el comienzo y el plan de lo que ahora ven realizado.

Van a releer la vida de Jesús para encontrar en ella las afirmaciones de su fe(evangelios).

Y profundizarán en la vida que ahora poseen y que es fruto del Espíritu que les ha sido dado.

"Cuidemos, por otra parte, de separar estos tres aspectos que dan cuenta de una fe única, la fe en Dios que cumple sus designios en una comunidad animada por el Espíritu Santo gracias a la resurrección de Jesús". Surge así un camino para comprender el misterio de Dios revelado por Jesús, el Hijo. Y así es preciso dar tres pasos:

Manifestar la continuidad profunda que une el misterio de la persona de Jesús y su manifestación Salvífica con el misterio de la Trinidad.

Unir el misterio de la salvación del hombre con el misterio de la vida de Dios: Redención, divinización, comunión.

Buscar en las afirmaciones creyentes del Nuevo Testamento el paso de la fe veterotestamentaria ala fe trinitaria proclamada por el credo primitivo de la Iglesia y las afirmaciones de los primeros concilios.

Jesús revela la vida íntima de Dios

Jesús mantiene y reafirma la vida de Dios que manifiesta en Antiguo Testamento. Reconoce a Dios como el Señor del cielo y tierra (Mateo 11, 25), el Dios que interviene en la historia (Marcos 12, 26; Mateo 8, 11), un Dios celoso y juez a quien hay que servir y amar con todo el corazón. No se puede contraponer, el Dios del Antiguo Testamento al Dios del Nuevo. Jesús no viene a abrogar la ley ni los profetas, viene a cumplirlos, a perfeccionarlos. Junto al Dios único del Antiguo Testamento, que podía dar la impresión de un Dios solitario, Jesús revela a un Dios que es comunión personal de amor.

Jesús revela su relación con Dios como Padre.

Existe dentro de Dios mismo una intercomunicación vital de persona a persona, que se define como una intercomunicación de Padre a Hijo. El Hijo se refiere al Padre como la expresión misma de su hablar, como su verbo, su palabra. El Padre se dice y se expresa como persona en el Verbo. El padre y el Hijo realizan una perfecta comunicación vital entre ellos: nadie conoce al Hijo sino el Padre, nadie conoce al Padre sino el Hijo.

Dios no es sólo la compañía de dos

 

Junto a ellos y al mismo nivel, uno con ellos, pero distinto, Jesús revela la existencia de un tercero, el Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu interviene de una manera constante en la vida de Jesús: realiza su encarnación, le consagra con su presencia en el bautismo para la misión que el Padre le confía (Lucas 3, 22; 4, 18). Se promete a los apóstoles como el Espíritu del Padre (Mateo 10, 20; Hechos 1, 5-8) y es, al mismo tiempo, el Espíritu del Hijo (Juan 7, 37), el que lleva a los apóstoles a la penetración de la palabra de Jesús (Juan 14, 26; 16, 12-15).

Este Espíritu se manifiesta, después de la resurrección, actuando en la vida de al Iglesia, realizando: la santificación(1 Corintios 6, 11), la participación en la filiación divina de Jesús (Gálatas 4, 4-6 Romanos 8, 14-17). Él dirige la Iglesia en todas circunstancias de la vida (Hechos 13, 4; 15, 28; Romanos 8, 26-28). El Espíritu es igual al Padre y al Hijo, como lo sugieren las veces que es nombrado junto a ellos y al mismo nivel (Mateo 28, 19; 2 Corintios 13, 13).

Jesús nos revela, pues, no a un Dios solitario, sino en comunión vital de conocimiento (el Hijo) y de amor (el Espíritu Santo). Hay compañía en Dios. Hay mutua comunicación. Y hay comunicación también con el hombre a quien el Padre envía al Hijo, y el Padre y el Hijo envían al Espíritu. Esta revelación de la intercomunicación divina es la revelación del amor: Dios es entrega en plenitud, Dios es amor (1 Juan 4, 8, 17).

El modo de ese amor lo revela Jesús mediante las parábolas, con las que da a entender la delicadeza y finura del cariño que el Padre tiene por los hombres, especialmente por los pecadores, a quienes perdona, de quienes está cercano, de quienes se compadece, a quienes espera para abrazarlos después de su separación (Lucas 18).

La máxima revelación del amor de Dios es el envío de Jesús

A tanto ha llegado el amor de Dios a los hombres que no a perdonado a su propio y amado Hijo sino que lo ha entregado por nosotros, para nuestra salvación: "Tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito" (Juan 3, 14). "El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios mandó al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él. En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1 Juan 4, 9-10).

Jesús manifiesta su propio amor a los hombres al entregarse a la muerte por ellos, pues nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos (Juan 5, 13; 13, 1); amor que se identifica en un solo movimiento con el amor mismo del Padre (Juan 17, 23-26; 15, 9), y que llega a la maravilla de crear una especie de interpenetración mutua entre Jesús y sus amigos, a quienes se entrega como alimento (Juan 6), y con quienes forma una unidad íntima e inseparable (Juan 17).

Las exigencias de la nueva alianza son más profundas, que las de la antigua (Mateo 5, 28); la ley se halla ahora escrita dentro del corazón. Esta escritura en el corazón lleva al hombre al conocimiento de Dios, que es al propio tiempo entrega (Juan 14, 16-17; 16, 13-15), le inserta en la vida divina. La ley cristiana es el mismo amor de Dios, su mismo Espíritu derramado en el corazón del creyente. El Espíritu es la luz que ilumina, atracción que sugiere, fuego que vivifica, aliento que estimula, cariño que espolea.

Decir que el espíritu es la ley cristiana y que está en su esencia es el amor, quiere decir haber simplificado las prescripciones de la ley: toda la ley se reduce al amor, es decir toda la exigencia que el amor de Dios manifestado en Cristo pone en nuestros corazones es una exigencia de respuesta al amor con el amor, la única que se adecua. Este amor se dirige en primer lugar a Dios mismo, en su trinidad de persona: amor al Padre, por el Hijo, en el Espíritu.

Jesús de Nazaret les revela el misterio del hombre, de este ser con ansias de absoluto y limitado, Jesús actúa, en sus relaciones con los hombres, con una libertad que escandaliza. El evangelio subraya el aprecio e interés de Jesús por los niños, a quienes bendice y acaricia (Marcos 10, 13-16). Se deja servir por algunas mujeres (Lucas 8, 1-13), y entabla diálogo con ellas, con sorpresa de sus mismos discípulos (Juan 4, 1-27). No rehuye el contacto con los gentiles (Marcos 7, 25-30), ni con los odiados samaritanos (Juan 4). Come con los publicanos (Lucas 15, 1-10), y atiende hasta los militares romanos, símbolo de la opresión de su propio pueblo (Mateo 8, 5-13).

No puede disimular que sus preferencias van hacia los pobres y necesitados, tampoco rechaza las invitaciones que le vienen de parte de los ricos e influyentes (Marcos 2, 13-18; Lucas 7, 36-50; 19, 1-10). Entre todos los hombres, son los pecadores los que más atraen la atención de Jesús, aunque se traten de pecadores publicanos aunque con ello se atraiga el recelo y la murmuración de parte de los piadosos del tiempo (Marcos 2, 12-17; Lucas 7, 36-50), como si para Él fuesen ellos la parte más oprimida de la humanidad y por tanto la más necesitada de salvación (Mateo 9, 12; Lucas 5, 31).

Sentido revelador de estos hechos

Jesús conoce y reafirma la superioridad del hombre sobre los seres que lo rodean (Mateo 10, 29-31). Es más importante que los bienes materiales (Lucas 12, 16-21), se halla sobre las prescripciones de la ley, ya que estas están a su servicio (Marcos 2, 23-28; 7, 1-23).

La conducta de Jesús para con los hombres de su tiempo indica y revela la igualdad radical de los hombres entre sí. La conducta de Jesús, en efecto, rompe y supera todas las barreras que se habían establecido entre ellos, incluso dentro del pueblo de Dios.

Caen las barreras económicas: si se quiere, en sentido preferencial para los pobres y necesitados, pero esta preferencia de Jesús no significa, repulsa o menosprecio de los demás, o anuncio de la salvación para una sola clase. Todos los hombres necesitan ser salvados. Los pobres están más cerca de la salvación. Los ricos están más necesitados de ella.

Caen las barreras sociales: la mujer posee la misma dignidad que el varón, el niño la misma que el adulto. No hay sexo ni edad privilegiada para la entrada o pertenencia al reino de Dios, existen actitudes privilegiadas y estas son las que se manifiestan en los niños.

Caen sobre todo las barreras religiosas: los paganos son objeto de la salvación lo mismo que los judíos, los pecadores tanto como los justos. Los únicos que están en peligro de perdición son quienes se creen ya así mismos salvados, por su falta de apertura y aceptación del salvador y de la salvación. Todo hombre, cualquiera que sea su condición o su posición es digno del amor de Dios y la compasión de Jesús.

El pecado es realidad ineludible en la vida de los hombres

"El que de ustedes esté sin pecado arroje la primera piedra. Ellos que lo oyeron, fueron saliéndose uno a uno, comenzando por los ancianos" (Juan 8, 7-9). Las opresiones que los hombres sienten sobre sí se reducen a esta: "en verdad, en verdad les digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Juan 8, 34). Jesús ha venido para librar a los hombres de esta opresión. "Sí, pues, el Hijo los libera, serán verdaderamente libres" (Juan 8, 36). Liberados los hombres por el Hijo sin pecado de esta opresión, ya las demás opresiones han sido en germen superadas: "Vengan a mí todos los que están fatigados y cargados que los aliviaré" (Mateo 11, 28).

El hombre, además de su relación con Dios, vive por naturaleza una múltiple relación con los demás hombres. Nuevo fundamento de la relación mutua es el ser todos Hijos de un mismo Padre (Mateo 5, 21-26; 12, 50; 23, 8).

Esta fraternidad no se refiere sólo a los miembros de una nación o de una raza, sino que se extiende a todos los hombres (Lucas 8, 21; Mateo 5, 47). La realidad de esta relación debe traducirse en una conducta para con ellos, exige perdonarles, aún cuando se trate de enemigos y sus ofensas sean repetidas (Mateo 5, 43-48; Lucas 6, 27-36; Mateo 6, 14-15; Marcos 11, 20-26); respetar la interioridad de sus intenciones sin juzgarlos (Lucas 6, 37-42); ayudarles y servirles, sobre todo amarlos, como uno se ama así mismo (Mateo 5, 43-48; 7, 12; Lucas 6, 43-46).

Este amor a los hombres es tan importante que es el signo visible del amor a Dios, y tan exigente que Él decidirá del destino futuro y definitivo de los hombres. Ningún hombre puede ya alegar indiferencia por sus hermanos, como lo hiciera Caín (Génesis 4,9), antes al contrario todos son responsables de ellos, deben evitar todo lo que puede hacerles tropezar en su camino hacia Dios (Marcos 9, 41-50; Mateo 18, 6-9), deben, con sus buenas obras llevarles a dar gloria a Dios (Mateo 5, 13-16).

Todos los hombres se unen en una misma familia que tiene por Padre a Dios, familia abierta a todos sin distinción. La fuerza que los unifica es la del amor, la única que puede romper todas las innumerables barreras que separan a los hombres.

Para Jesús de Nazaret, el hombre es un ser para la vida:

"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Juan 10, 10), una vida imperecedera y definitiva "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Juan 3, 16; 3, 15). "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Juan 17, 3). El destino del hombre es, según esto, el descanso amoroso en el corazón de Dios.

Signo de este destino humano son las resurrecciones que Jesús realiza durante su vida. Y garantía última del mismo en su propia resurrección de entre los muertos: "¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, a resucitado" (Lucas 24, 5-6). La afirmación cristiana de la resurrección de los muertos será explicitada por Pablo en estos términos: "Pues si de Cristo se predica que resucitó de entre los muertos ¿Cómo es que entre nosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos? … Si Cristo no resucito vana es nuestra predicación, vana nuestra fe… Si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres. Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen. Porque como de un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos" …(1 Corintios 15, 12-22).

No obstante, Jesús de Nazaret lucha contra todos los males que afligen a la humanidad y precisamente porque todos ellos son signo del dominio del pecado en ella y porque la salvación que Él trae, visible y de orden religioso se hace visible y palpable para los hombres en la liberación de esos males que les oprimen: "Vayan y comuniquen a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados" (Lucas 7, 21-22). "Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios a llegado a ustedes" (Lucas 11, 20).

Con esto Jesús no suprime el dolor del mundo. El discípulo de Cristo deberá pasar por múltiples sufrimientos y por la misma muerte. Pero esos sufrimientos y esa muerte ya tienen un sentido en cuanto afianzan la comunión con dios, y son condición y paso necesario para el encuentro definitivo con Él.

Bibliografía

Rubio Luis, El Misterio de Cristo en la Historia de la Salvación, Sígueme, Salamanca 1991

Denzinger Enrique, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1963.

Ramírez Ayala Manuel, Dios Revelado por Jesucristo, U.P.M., México, 1994.