El
brazo de Yahveh
Te
alabamos, Padre Santo,
porque eres grande,
porque hiciste todas las
cosas con sabiduría y amor.
A imagen tuya creaste al
hombre
y le encomendaste el
universo entero,
para que, sirviéndote sólo
a ti, su Creador,
dominara todo lo creado.
Y, cuando por desobediencia
perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder
de la muerte,
sino que, compadecido,
tendiste la mano a todos,
para que te encuentre el
que te busca.
Reiteraste, además, tu
alianza a los hombres;
por los profetas los fuiste
llevando con la esperanza de salvación.
Y tanto amaste al mundo,
Padre Santo,
que, al cumplirse la
plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador
a tu único Hijo.
El cual se encarno por obra
del Espíritu Santo,
nació de María la Virgen,
y así compartió en todo
nuestra condición humana
menos en el pecado;
anunció la salvación a
los pobres,
la liberación a los
oprimidos
y a los afligidos el
consuelo.
Para cumplir tus designios
él mismo se entregó a la
muerte,
y, resucitando, destruyó
la muerte y nos dio nueva vida.
Y por que no vivamos ya
para nosotros mismos,
sino para él, que por
nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, desde tu
seno al Espíritu Santo
como primicia para los
creyentes,
a fin de santificar todas
las cosas,
llevando a plenitud su obra
en el mundo.
Plegaria Eucarística IV
Introducción
Estas páginas intentan ayudar
a descubrir de manera sencilla las cosas grandes que el Señor ha realizado en
la historia de su pueblo y que quedaron consignadas por escrito en la Biblia.
Toda la Sagrada Escritura, en
efecto, está basada en una serie de hechos que el pueblo de Dios ha vivido
descubriendo en ellos el sentido profundo. Donde una mirada superficial sólo
vería circunstancias casuales, motivadas muchas veces por intereses políticos
o ambiciones humanas, los creyentes -amaestrados
por sus profetas- descubrían «el
brazo fuerte del Señor» (Éx. 15,6). Su fe era capaz de detectar al Dios
que actuaba invisiblemente en su favor, que ponía en juego su poder, su
misericordia y su sabiduría para salvar al pueblo con el que había hecho
alianza inquebrantable.
En este sentido toda la Biblia
es historia de salvación. Relata una serie de hechos interpretándolos, no
desde el punto de vista político, económico, social, etc., sino desde el punto
de vista de Dios. Por eso, los autores sagrados no tienen demasiado empeño en
aportarnos excesivos detalles, sino que proporcionan los datos esenciales y se
detienen sobre todo en su significado profundo, en el sentido que tienen a la
luz de la fe. Hasta los asuntos más triviales y «profanos» son recogidos,
pues encierran un mensaje de Dios y son portadores de salvación.
Esta historia, que tiene como
punto de arranque y experiencia radical la liberación de la esclavitud de
Egipto, se va realizando de manera progresiva y dinámica según el plan de
Dios. Los acontecimientos, que están enlazados y unificados por la intervención
personal de Dios como protagonista principal, no se realizan sin
la colaboración de los hombres, una colaboración que Dios mismo
suscita. Otras veces las cosas salen a pesar de ellos y aun en contra de ellos;
en efecto, la Biblia subraya reiteradamente las resistencias e infidelidades del
pueblo, de manera que desde el Génesis al Apocalipsis predomina una dinámica
de pecado-liberación (normalmente entre el pecado y la salvación suele mediar
la experiencia del propio fracaso, que es invitación a convertirse y
volver a Dios).
Estas
páginas pretenden hacer la misma labor que el guía de un museo: explicar lo
suficiente para que la gente contemple los cuadros. Por eso son sólo un medio.
Sólo sirven como guía para adentrarse en la lectura y meditación de los
textos bíblicos. Intentan dar las claves de los principales relatos de la
Escritura para dejar al lector frente a ellos y que sean ellos mismos quienes le
hablen.
De
este modo, estas páginas habrán logrado su objetivo: estimular a la lectura de
la Palabra de Dios que es «lámpara para nuestros pasos» (Sal.
119, 105). Esta lectura de la historia de la salvación debe ayudarnos a leer
nuestra propia vida a la luz de la fe. También nuestra propia historia, todo lo
que nos sucede, grande o pequeño, agradable o desagradable, está
invisiblemente regido por el Buen Dios y tiene un sentido. Tanto en la vida
personal de cada uno como en la historia de los pueblos y de la humanidad Dios
continúa actuando y continúa hablando. Si la historia es maestra de la vida,
la historia de la salvación es doblemente maestra, y la Biblia nos ayuda a
descubrir ese sentido profundo, aparentemente imperceptible, de todo cuanto
sucede.
El
pueblo de Israel volvía continuamente sobre las maravillas que Dios había
realizado en tiempos antiguos para meditarlos y «escudriñar» en ellas el
mensaje de Dios (Sal. 111,2). El «revolver» estos acontecimientos -cosa que
también hará María: Lc. 2,19- alimentaba y vigorizaba su fe y les hacía
capaces de afrontar la situación presente con todas sus dificultades e
incertidumbres. También para nosotros, en este final de milenio, ante los
grandes retos de la Nueva evangelización, el volver a meditar los prodigios del
Señor nos avivará la fe y nos hará más capaces de captar la voz de Dios que
habla en los «signos de los tiempos» (Lc. 12,54-56), en los
acontecimientos de nuestros días,de descubrir su acción y de secundarla
respondiendo a las llamadas de Dios contenidas en esos mismos acontecimientos.
Están
recogidas de manera muy sintética las grandes etapas de la Historia de la
Salvación. Cada capítulo suele contener cuatro partes:
a)
Los datos históricos fundamentales de este periodo, que nos sitúan en la
historia de Israel en el contexto de la historia de los pueblos circunvecinos
con los que se relaciona.
b)
El mensaje religioso contenido en esos hechos, que es lo que a la Sagrada
Escritura le interesa y pone de relieve por encima de todo.
c)
Algunas pistas -no exhaustivas-
indicando cómo esos hechos continúan hablándonos a nosotros hoy, en la
convicción de que «fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la
plenitud de los tiempos» (1 Cor. 10, 11) (muchas veces es simplemente recoger
la prolongación de un determinado acontecimiento, personaje o tema del A. T. en
el N. T.).
d) Algunos textos principales -tanto del A. T. como del N. T.- en que se encuentra todo lo anterior, y que conviene leer y meditar para dejarse iluminar por la Palabra de Dios de manera personal