JUVENTUD: TENDENCIAS Y ESPERANZAS
ISAÍAS DIEZ DEL RÍO, OSA
La juventud está de moda. La han puesto de moda,
sorprendentemente, los adultos, al convertirlos en sus modelos de
identificación y de conducta. Rompiendo o, mejor, trastocando el
papel tradicionalmente asignado a las edades, hoy son los adultos
quienes, a diferencia de las generaciones precedentes, imitan y
corren tras los jóvenes, y no al revés, como normalmente siempre ha
acontecido y parece que debería seguir aconteciendo. Esta
mimetización de la subcultura juvenil por los adultos, conocida por el
fenómeno de la «juvenilización» adulta, ha traído consigo
consecuencias negativas para la juventud. Entre las principales, la
privación que ha supuesto para la juventud de los necesarios
modelos de proyección e identificación adultos para llevar a cabo la
configuración de la propia identidad personal. Sabido es el importante
papel que juegan los modelos de proyección e identificación en la
correcta socialización del individuo, tarea esta que se desarrolla
esencialmente en el período vital de la edad joven.
La juventud cambia a la velocidad del entorno sociocultural, porque
nadie como ella, ni antes que ella, es capaz de captar y de encarnar
las nuevas sensibilidades socioculturales. Dado el cambio acelerado
de las sociedades occidentales en general, y de la sociedad
española en especial, desde la década de los sesenta, los estudios
sociológicos suelen distinguir cuatro generaciones -una por cada
década-, netamente diferentes. La generación actual -la de los años
noventa-, a diferencia de la famosa generación rebelde de los años
sesenta, que significó una ruptura radical con la generación de sus
padres, representa una vuelta sin precedentes al hogar familiar. De
entre todos los valores a estimar, el valor de la familia es el que adquiere en la actualidad entre los
jóvenes el aprecio más alto. Aparte otros muchos factores que, durante todo este tiempo, han estado favoreciendo la tendencia de
los jóvenes a la estima y permanencia en el nido del hogar, la paz familiar, que ahora, como nunca antes, parece reinar en los hogares
españoles, suele explicarse, fundamentalmente, por el cambio de
actitud de los padres en el trato y relación con sus hijos.
1. Juventud y tipologías familiares
Si los años sesenta se distinguieron por la rebeldía y la
confrontación radical, con la consiguiente ruptura generacional, las
señas de identidad de los setenta fueron el pasotismo y el
desencanto. No es que la juventud abandonara en esta década su
actitud contestataria. Lo que aconteció fue un simple cambio de
táctica ante la adversa situación. La juventud de esta generación, sin
renunciar al disentimiento, enterró el hacha de guerra y comenzó a
negociar un consenso civilizado con los adultos. Con la generación
de los ochenta se llegó ya a una coexistencia pacífica. Se llegó a la
cohabitación pacífica entre padres e hijos porque -según el Informe
Juventud en España 1985-, «siguiendo la pauta social establecida
para evitar la confrontación los padres han renunciado a ser actores,
para convertirse en espectadores de sus hijos: incapaces de ser ya
perseguidores, adoptan la postura de consentidores» (J. L. Zárraga).
Por parte de la juventud, «la nueva generación ha pasado, de tener
un conflicto con sus padres, a "pasar" de ellos» (J. M.
Fernández-Martos). Los padres, por su parte, abdicando del rol
paterno tradicional, han dejado crecer a la nueva generación, en
cierto sentido, «sin padre» (A. Hortal). Es la generación de
«padres-light», que ha engendrado, lógicamente, una joven
«generación blanda».
Comprenderíamos mejor las generaciones de jóvenes, que
acabamos de delinear, si les miramos también a través de las
correspondientes generaciones de padres que les tocó tener.
Siguiendo la tipología de la familia propuesta por el profesor Martín
López («Padres liglht», 1993), a las generaciones de jóvenes de los
años sesenta y setenta les correspondió, en general, un tipo de
familia represivo-autoritario. Estas familias sacrifican la paz y la
libertad familiares, en favor de la imposición y defensa de las normas
y valores heredados. Fueron hogares, en los que los padres habían
sido socializados en las décadas precedentes a los años sesenta.
Anclados, por educación y socialización, en los valores tradicionales,
les tocó sufrir el vertiginoso cambio social, cultural y religioso previo y
durante el período de la Transición, que socavó todo su sistema de
valores. Ante la inseguridad que les proporcionaba el derrumbamiento
de las bases sobre las que se sustentaba su visión de la vida, no
tuvieron otro recurso que la apelación a la autoridad para defender
su postura ante la vida e imponer las pautas de educación y de
crianza en el hogar familiar.
A partir de la década de los ochenta, ha prevalecido la familia
permisiva. Este grupo familiar prioriza la convivencia y la paz
familiares en perjuicio de su función transmisora de las normas y los
valores heredados. Adopta la tolerancia permisiva como precio de la
paz familiar. Este grupo suelen integrarle padres «progres», que
fueron adolescentes o jóvenes en los años sesenta y setenta. Son
hogares, muchos de ellos afectados por el fenómeno de la
maternización. Bien, porque están inseguros de los valores a
transmitir a sus hijos, porque incluso no los tienen seguros para sí
mismos; bien, porque no quieren ser calificados por sus hijos de
autoritarios, ellos, que han luchado por las libertades, en muchos de
los hogares españoles se ha vivido una manifiesta ausencia de la
figura o «autoritas» paterna, en favor de la figura de la madre y todo
lo que este símbolo representa.
La aparición de nuevos factores en el entorno familiar, han
contribuido a que las relaciones entre padres e hijos hayan ido
mejorando progresivamente a lo largo de la última década. Esa
favorable evolución en las relaciones familiares ha hecho posible que,
con la generación de los noventa, se haya conseguido pasar ya de la
coexistencia a la convivencia familiar, lo que no significa, por
supuesto, la plena identificación ideológica entre padres e hijos.
Según el Informe de la Fundación Santa María Jóvenes Españoles 94,
el elevado grado de integración y ajuste ideológico logrado en esta
generación entre padres e hijos, se debe a dos fenómenos
concomitantes.
a) El acortamiento, por una parte, de las distancias en los universos
ideológicos de padres e hijos, de modo que la polaridad es menor de
la que se podía dar en los jóvenes de otras décadas.
b) Hoy los jóvenes, por su parte, no dan tanta relevancia al hecho
de disentir de sus padres, y estos últimos tampoco se la conceden al
hecho de que sus hijos no piensen como ellos... Para los jóvenes, el
distanciamiento ideológico es un hecho que entra dentro de la
normalidad de las relaciones; para los padres no constituye motivo de
preocupación.
A lo largo de la década de los ochenta, ha habido en España un
apreciable incremento del grado de consenso entre padres e hijos en
las actitudes, normas y opiniones religiosas, morales, sociales,
políticas y sexuales, cuestiones estas que venían constituyendo la
principal parcela de la discrepancia intergeneracional. Hoy -dice el
citado Informe-, «en los hogares españoles, además de un mayor
grado de consenso, hay un mayor grado de tolerancia y respeto hacia
las opciones y gustos de cada miembro, aun cuando éstas sean
diferentes. Además de su tolerancia en la ideología o las creencias de
los hijos, los padres de los jóvenes de los noventa mantienen y ponen
en práctica una actitud altamente transigente con sus conductas, que
favorece esta básica ausencia de tensión y conflicto».
En la actualidad la tensión y la conflictividad entre padres e hijos,
sobre todo en el segmento más joven entre 15 a 17 años, ya no están
centradas en cuestiones normativas, como en épocas precedentes,
sino en problemas que surgen por el roce o disciplina del vivir
cotidiano. Concretamente, hoy las discusiones o broncas en casa
vienen motivadas por «la hora de llegar a casa por la noche», por «la
colaboración en las tareas domésticas», por «los estudios», por «la
hora de levantarse de la cama por las mañanas», por «el dinero», por
«la bebida»... Temas todos relacionados con las obligaciones, los
gustos y las aficiones, o por los excesos; y no, como solía acontecer
en épocas precedentes, por cuestión de ideología política o de
actitudes religiosas y morales.
Obviamente, la juventud es un colectivo muy diverso y plural. En
realidad, no existe una juventud. Existen constelaciones de jóvenes.
En el Informe-Encuesta mencionado de la Fundación Santa María, el
profesor Javier Elzo, en un encomiable esfuerzo por agruparles, hace
la siguiente tipología de los jóvenes (entre 15 a 29 años) actuales:
pasotas (un 10,11 por 100 de jóvenes), posmodernos (el 24,3 por
100), reaccionarios (15 por 100), conservadores-liberales (13,86 por
100), radicales (2,17 por 100), e integrados (34,42 por 100).
Comentando J. González-Anleo esta tipología, escribe: «quizás lo
más interesante de la tipología del estudio de la Fundación Santa
María, es el pronóstico que aventura el profesor Elzo: se está
produciendo aparentemente un relevo generacional: la punta de lanza
de la juventud está dejando de ser el joven postmoderno y su puesto
puede estar siendo ocupado por el joven integrado, socialmente más
valioso que ningún otro grupo y que reúne las características
siguientes:
- Es el más numeroso de la tipología, la tercera parte de la gente
joven española.
- Es el más serio éticamente y más solidario de todos.
- Es el que presenta índices más sólidos de religiosidad tanto
institucional como exis- tencial.
- Es, desde mi óptica personal, el representante de la subcultura
católica juvenil, ya detectable en no pocas investigaciones: gente que
por el solo factor de su religiosidad aparece invariablemente con las
notas siguientes: más dinámica, más integrada con la sociedad y con
su familia, más confiada, más solidaria, más presente y activa en
grupos y asociaciones, de mayor rigor ético y más optimista»
(«Jóvenes españoles 1994», en Revista CONFER, 1995).
Retomando la tipología familiar del profesor Martí López, puede
afirmarse que, en general, los jóvenes de este grupo suelen provenir
de familias armónicas: familias que, manteniendo el principio de
autoridad, consiguen armonizar la transmisión a sus hijos de sus
ideales y estilos de vida con la convivencia y la paz familiares. Entre
los núcleos familiares que forman este grupo, abundan las familias
que se confiesan católicos practicantes.
2. Tendencias y esperanzas: juventud, familia y educadores
Se ha ofrecido sólo la descripción y comentario sobre el grupo
concreto de los integrados, porque pienso que, en general, los
colegiales de los Centros educativos de las Instituciones Religiosas -a
los que aquí se tiene como principal punto de referencia, por ser el
ámbito en el que tiene lugar el ejercicio de la educación agustiniana-,
están mayoritariamente encuadrados en este grupo. Este grupo de
los integrados es el segmento más joven de la tipología citada. Esta
circunstancia parece sugerir que están reemplazando en la identidad
generacional al grupo de los postmodernos, ya que, al ser éstos el
segmento de los de mayor edad, debieron ser el paradigma de la
generación juvenil de la década de los ochenta. Los posmodernos
(24,3 por 100), según el estudio de referencia, son jóvenes de
izquierdas, cerrados en gran medida a los valores religiosos (31 por
100 son indiferentes+agnósticos+ateos, y sólo un 26 por 100 de
practicantes) y plenamente abiertos a los nuevos movimientos
sociales de signo progre: pro gays y lesbianas, pro objeción de
conciencia... Son también muy permisivos tanto en la ética económica,
como en la cívica y vital. Su actitud ante la vida queda gráficamente
expresada en el eslogan que enarbolan: «vivamos de nuestros
padres, hasta que podamos vivir de nuestros hijos».
Con lo dicho, queda también puesto de manifiesto que el retrato de
la juventud actual, no queda reflejado en esos seres vacíos,
descerebrados, que están viviendo constantemente al filo del abismo,
malgastando los mejores años de su vida en los bares y discotecas,
ahogados en delirios de alcohol y ahítos de pastillas y de sexo; ese
perfil, en fin, de juventud sin horizontes, que ha quedado reflejado en
las pantallas de cine por los chicos y chicas que protagonizaron
Historias del Kronen (J. A. Mañas). Este es un segmento minoritario
de juventud, que no responde, en absoluto, a la mayoría de los
jóvenes españoles. Pues, según el estudio Los nuevos valores de los
españoles, realizado para el CIS por Francisco Andrés Orizo (1995), y
otros estudios más recientes, el afecto, el trabajo creativo, la defensa
del medio ambiente, la espiritualidad y la paz, son valores en alza
entre los jóvenes de 16 a 24 años.
La familia, los padres, están volviendo a recuperar el protagonismo
animador y conferidor de sentido, que les corresponde desempeñar
en el hogar familiar, convirtiéndose de nuevo en la principal instancia
orientadora de los jóvenes españoles. Ha llegado, por tanto, el
momento de hacerse con las riendas del hogar, y mantener y
fortalecer la convivencia familiar. Pero, este objetivo no lo conseguirán
a base de tener que adoptar los padres la postura de meros
espectadores y consentidores de los hijos, como ha acontecido en
generaciones precedentes, abdicando del rol y responsabilidad
paternal. Tampoco lo conseguirán recurriendo a la voz autoritaria del
«ordeno y mando». Por el talante de la juventud actual, parece que
no podrán lograr realizar eficazmente esa función o misión, si
no es a través del diálogo amistoso con sus hijos. No hay que olvidar que los más recientes
estudios sobre la juventud (por ejemplo, La solidaridad de la juventud, realizado por Javier
Angulo, y la Calidad de vida de los jóvenes, de Carlos Rodríguez Rojo), -que, por otra
parte, vienen a corroborar resultados de investigaciones precedentes-, entre los valores
más estimados por los jóvenes con edades comprendidas entre 15 y 29 años, los amigos
(8,1) ocupan el lugar inmediatamente por detrás de la familia (8,2), a muy escasa distancia.
La valoración que de los amigos hacen los jóvenes de hoy es tan alta, que una reciente
publicación («TIEMPO», julio 1996) dedicada a los jóvenes, basándose en resultados de
algunas encuestas, ofrecía titulares como éste: «La familia son los amigos. Los jóvenes se
desentienden de la familia y se enganchan a los amigos en busca de soluciones a sus
problemas más íntimos».
Lo que no deja lugar a dudas es que sólo si los educadores -sean padres o profesores-
logran establecer unas relaciones de auténtica amistad con los hijos/jóvenes educandos,
podrán conseguir realizar con eficacia y en plenitud su tarea educativa, convertirse ante
ellos en posibles modelos de identidad, y, en cualquier caso, ser sus mejores consejeros
para las cosas de la vida. Sólo siendo sus amigos, esto es, sus principales confidentes,
podrán evitar que los hijos recurran y tengan a los amigos y a los ídolos de los medios de
comunicación, por sus maestros decisivos en las cosas fundamentales de la vida.
Reconocerán que las relaciones con sus hijos están reguladas por la amistad, cuando sus
relaciones están presididas por aquella confianza que ya percibió Agustín cuando escribió:
«la amistad llega a su plenitud en el hombre cuando le capacita para decir y confiar al
amigo todas sus cosas» (Ochenta y tres cuestiones diversas 71,5,ó). Los padres, si son
auténticos amigos de sus hijos, realizarán las funciones que desempeñan los auténticos
amigos en la vida de los jóvenes. Sabrán que cumplen esa función, si sus hijos no pueden
decir de ellos lo que recientemente una joven de 22 años decía de los suyos: «los amigos
son fundamentales. Siempre están ahí y sabes que hay alguien que te apoya y te aconseja,
pero sin el rollo que le echan los padres. Puedes hablar con ellos de cosas que no puedes
tratar con tu familia». Los hijos, conscientes de tener unos padres auténticamente amigos,
no tienen inconveniente ni reparo alguno en hablar con ellos de todas sus cosas, pues
saben, por añadidura, que en ellos pueden encontrar el mayor y más seguro apoyo, así
como el mejor y más desinteresado consejo.
AMISTAD/QUE-ES: El joven estima y busca ansiosamente la amistad, porque la juventud es la edad en que se inicia en el individuo la apertura consciente a los demás, a
impulsos de la ansiosa búsqueda de la identidad personal. En una situación definida por la
imperiosa necesidad de comunicación y diálogo, aparece el amigo como el único interlocutor dispuesto a escucharle y capaz de
ayudarle, pues, por definición, «el amigo es la única persona con la que se puede pensar en voz alta» (Ralph Waldo Emerson), por la
sencilla razón de que un «amigo es el que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere» (Elbert Hubbard). «La amistad -ya lo dijo nuestro
ilustre L. A. Séneca- siempre es provechosa; el amor, en cambio, a veces daña», tal vez por aquello de que «la amistad es siempre
pródiga, mientras que el amor es avaro» (J. Rousseau).
Aparte de ser la amistad la mejor actitud que puede presidir toda
tarea educativa, uno de los marcos institucionales donde se da uno
de los humus nutricios más propicio para el surgimiento y la práctica
de la amistad, es el ámbito de las comunidades educativas, donde, a
pesar de las diferencias de procedencia geográfica, formación,
posición social, carácter... de los educadores, las familias y los
colegiales, existen, entre todos, los vínculos que genera la comunión
en los mismos ideales; y, en los educadores y colegiales se da,
además, la convivencia cotidiana en una comunidad colegial
configurada a base de los valores compartidos.
La comunidad educativa, sin embargo, sólo logrará alcanzar la
plenitud de sus objetivos formativos y, en este caso, transmitir,
también, la identidad que la caracteriza y define, cuando, además de
comunidad de pertenencia, se convierta en comunidad de referencia
para los miembros que la integran. Referencia en orden a los
modelos y los valores comunes, y, como último horizonte, a la
comunión de todos los miembros en la amistad que les une y les
constituye en tal comunidad. Pensemos que una identidad personal y
colectiva sólo se logra adecuadamente, cuando la comunidad o grupo
de referencia coincide con la comunidad o grupo de pertenencia,
cuando los modelos y los valores en los que se inspira y modela la
personalidad individual son los modelos y los valores del grupo al que
el individuo pertenece. Si esta teoría se convirtiera en praxis, el
centro escolar sería un foco de unión y de irradiación solidaria de
todos sus miembros para con todos, y en todos los órdenes de la
existencia. La comunidad educativa se convertiría en una auténtica
«isla de humanidad» dentro del océano despersonalizado de la
sociedad, donde sus miembros subsanarían o remediarían los
efectos negativos de la competitividad, el anonimato, la indiferencia,
la soledad, la insolidaridad..., y tantos otros males sociales de la
sociedad moderna, que conforman nuestro respectivo contexto vital.
La construcción de estas «redes de comunicación y de solidaridad»
en la vida social, sería una de las aportaciones más originales y
valiosas de la escuela -de cualquier escuela- a una sociedad y una
cultura postmodernas.
ISAÍAS
DIEZ DEL RÍO
RELIGIÓN Y CULTURA/198-99. Págs. 479-486