ESCOGER «LA» VIDA
por Javier GARCIA FORCADA
Psicólogo. Zaragoza
Nacemos como puro adjetivo de otra vida: «Estoy embarazada».
Alguien escogió que viviéramos, que tuviéramos nuestra propia
vida, que fuéramos nosotros mismos. Algo que parece tan simple ha
sido siempre la gran cuestión de toda vida -«ser o no ser»-, escoger
vivir o dejarse morir, ya que otros viven por nosotros.
La verdad es que el título, no mío, de este artículo es tan
sugerente que invita a filosofar con él, a intentar una serie de
afirmaciones que, en forma de tesis, puedan ir concretándolo al
modo de mantras que emergen desde el hara. Mantras pequeños,
parciales, pues lo primero que tuve que aceptar es que el atrayente
título no empalmaba vitalmente con ninguna frase global, con
ninguna rotundidad explicativa y comprehensiva. Había que
acercarse a él por tanteos, por aproximaciones, sin sandalias, como
un Moisés ante la zarza misteriosa que no se consume.
Tal vez así, y puesto que a cada uno le acompañan sus mantras,
pueda cada uno hacer su artículo desde su propia psicología, ésa
que escogió o que padece, o, posiblemente, ambas cosas a la vez.
1. Escoger la vida es escoger el «presente»
PRESENTE/EVASION: La vida es algo abstracto, un concepto.
En cambio, siempre es radicalmente concreta: tal persona, animal,
cosa, hora... y, sobre todo, sólo puede ser vivida en el presente, en
«el aquí y el ahora» dinámicos.
Andamos muy a menudo escapándonos del presente, de nuestro
presente, sin darnos cuenta de que no tenemos otro y de que es
donde únicamente estamos vivos. Andamos huyendo de nuestra
realidad, añorando lo pasado o proyectando el futuro. Por eso «el
hombre moderno vive en un estado de vitalidad mediocre.... sabe
poco acerca de qué es vivir en forma verdaderamente creativa..., se
ha convertido en un autómata angustiado.... cara de póquer,
aburrido, distraído o irritado (¡qué gran escuela de psicología es
observar las caras en el metro o en cualquier otro medio de
transporte público!).... hábil para hablar de sus males y malo para
encararlos.... ha sustituido el proceso de vivir por explicaciones
psiquiátricas o pseudopsiquiátricas..., pasa largas horas tratando de
recobrar el pasado o moldeando el futuro..., sus actividades del
momento presente no son más que tareas que hay que cumplir..., a
veces ni siquiera se da cuenta de sus acciones en el momento»
(Fritz Perls).
Es verdad que nuestro presente, social y personal, se nos hace
difícil y muchas veces incomprensible. En nuestro tiempo, cada 20
años son como un siglo de antes en conocimientos, técnicas,
recursos. Las cifras -tan empachados estamos de estadísticas- ya
no nos dicen nada, pero nuestra psicología padece esta
aceleración desbordante. En los últimos 50 años se ha producido
una revolución tecnológica que parece no ha hecho más que
comenzar. Nuestra capacidad de disfrutar la vida, sin embargo, no
ha ido a la misma velocidad. Se nos escapa del momento presente.
Suerte que desde el Oriente y desde las psicologías humanistas se
nos ayuda a recuperarlo y, con él, a recuperar nuestra vida.
Hoy, cada vez más, la terapia para lograr esta recuperación es
vivencias, experiencias. No contar -hablar y hablar- los traumas y
problemas en las remotas áreas del pasado, los recuerdos, sino
«revivirlos». Se trata de situaciones inconclusas en el presente. Hay
que elaborarlos en el sanador aquí y ahora. Por eso, las preguntas
sobre el porqué, que producen respuestas racionalizadoras,
excusas o defensas, y la ilusión de que un suceso puede ser
explicado por.una causa única, son sustituidas por preguntas sobre
el «cómo», que indagan en la estructura y vivencia de un suceso. Al
sentir éste en el presente, puede ser aclarado y respondido.
El pasado está ya pasado; sólo el presente está abierto, vivo, si
no está despierto en él.
«¿Pregunta un bebé antes de aprender a andar por qué está allí?
¿Pregunta de dónde viene antes de aprender a hablar? ¿Pregunta un
lactante por qué ha nacido antes de empezar a comer?... Muchos huyen
de la realidad presente diciendo: 'si pudiera saber de dónde vengo,
entonces sí podría'; es una huida... La mayoría de las personas son como
niños pequeños, no se preguntan ni de dónde vienen ni a dónde van; sólo
se preocupan de andar, de comer, de vivir experiencias. Algunos
individuos llegan al umbral del pensamiento y comienzan a plantearse
problemas. Algunos encuentran la religión, otros a maestros que les dan
respuestas... No puedes vivir en el pasado, ni en el futuro, sino en el
presente. Utiliza cada momento. Utiliza lo que está ahí. La mayor parte de
las personas no ven nunca eso. Pasan la vida buscando siempre algo
diferente, atraviesan la existencia persuadidos de que su objetivo está
mucho más lejos, cuando a su alrededor se encuentra todo lo que
necesitan para alcanzar su meta... Los sabios, los que saben cómo
ayudar a las personas a verse a sí mismas, no se dejan implicar por lo
que ha sido. No les preocupa más que el momento presente. Pueden ver
el porvenir y el pasado, pero no se dejan llevar ni por el uno ni por el otro»
(Fu Chang).
Una gran línea del crecimiento psicológico, insustituible, es el
«darse cuenta»: abrir el campo de conciencia del ahora, del
presente.
2. Escoger la vida es escoger «ser uno mismo»
Intentar ser la persona concreta que somos, única y al mismo
tiempo igual a los demás, es la aventura de la vida.
Elegir la propia vida es vivir con uno mismo, no con la imagen, ni
menos con el rol social que desempeñamos, sino con la propia
realidad. Sentirse un hombre, una mujer, igual en lo profundo a los
demás.
Siempre funcionamos con imágenes, con percepciones y
representaciones de la realidad. Sin querer entrar en polémicas de
escuelas psicológicas sobre la fantasía, la imagen, la realidad, sí
podemos trazar contraposiciones, llevándolas a los extremos para
encontrar más claridad. Ciertamente hay personas que dejan de ser
ellas mismas porque viven o, mejor, son vividas por su imagen,
personalmente gratificante y socialmente captativa, que termina
comiéndoselos. Nos educaron, al menos en un cierto tipo de
educación, para ser «imágenes» lo más perfectas posible de
alguien o de algo. La perfección, el fin, era tan importante que casi
todo valía. (No sé muy bien por qué estoy empleando el pretérito;
posiblemente, porque pienso en mi generación. Desgraciadamente,
la descripción valdría también, con sus matices propios, para el
presente ...). Incluso el que fueran quedando en el olvido las
necesidades más fundamentales y humanas. ¡Cuántas crisis
actuales de autoestima; de imposibilidad de expresar lo más
humano, los sentimientos; de recomerse la sana agresividad y
confrontación, sin la cual morimos indefensos y ateridos,
despedazados por los lobos interiores y exteriores... ! .
Experimentar que somos como los demás, de carne y hueso, de
sexo y afecto, de muerte y vida.
¡Cuántas fáciles y dóciles construcciones psicológicas basadas
en las normas lógicas heredadas, en la moral sin posibles
excepciones, en los roles, papeles sociales sentidos como
necesarios para mantener la eficacia y el engranaje estereotipado
de las Instituciones.... y cuántas lentas, dolorosas, reconstrucciones
para volver a sentir lo más natural, como es el corazón humano, la
necesidad de reconocimiento y la experiencia de la simple e
importante utilidad! Ser uno mismo es intentar ser libre, y la libertad
es una conquista hecha de opciones, a veces dolorosas y
excluyentes. La mayoría de nosotros, los de edades medias,
recordaremos aquella preciosa cita de Garaudy que, en los
efervescentes años 68, y también después, nos llenó de esperanza
retadora. La idea es que nacemos mayores, viejos; que nada nos
es propio; que somos adjetivos, referencias de otros y que, poco a
poco, por las experiencias y opciones propias, vamos
rejuveneciendo, adquiriendo independencia, intentando ser
nosotros mismos. En el fondo, se trata de la misma constatación
psicológica de Erikson en su clarividente esquema de una
psicología evolutiva: trepamos por los peldaños evolutivos desde la
máxima y total dependencia a la independencia globalizada,
pasando, en el núcleo central, por una crisis de la identidad.
¡Cuántas mortíferas fijaciones en esos peldaños por quedarnos
repitiendo los esquemas familiares, escolares, sociales.... en suma,
los sistemas de aprendizaje introyectados! Eran medios y se
convirtieron en fines.
¡Cuánta energía psicológica, vital, desperdiciada en la
elaboración de un autoconcepto, una autoimagen que, en la
mayoría de las ocasiones, no es igual a la realidad! Éste es el
primer gran peligro educativo. El segundo consiste en pretender
realizarnos según esa autoimagen, gastando inútilmente unas
energías que, en los tiempos que corremos, no deberíamos
desperdiciar. Queremos realizar lo que nos han dicho que debemos
ser o lo que idealmente pretendemos ser o creíamos que
deberíamos ser. Todo este proceso se hace normalmente para ser
aceptados en la sociedad, en las Instituciones (pequeñas
sociedades), en los grupos, delante de personas significativas de
las que esperamos obtener su aplauso y afecto social o relacionar.
Es lógico que al final, o a la mitad del recorrido, uno esté muy
cansado por dentro; como si estuviera corriendo la carrera de la
vida con «una losa en el estómago» o «una extraña mochila a las
espaldas».
Lo sano, retornando una vez más a las psicologías humanistas,
es «actualizarse». Lo que siento en lo profundo y en la epidermis de
mi cuerpo y de mi espíritu, de mi cuerpo espiritual, lo voy a dejar
sentir, voy a permitir que emerja como propio, voy a ser consciente
de ello y a intentar hacerlo realidad en la forma y medida que
pueda. Voy a ser yo mismo.
Acerco mi imagen a la realidad de mí mismo; comienzo a
funcionar con una imagen real, no ideal, ni impuesta o proyectada;
funciono conmigo mismo. No me tengo miedo. ¿O es que no soy
bueno?
Desgraciadamente, se puede decir que la mayoría de nosotros
estamos utilizando, al menos en áreas y parcelas de nuestra vida, si
no en toda ella, un 15-20% de nuestras energías y capacidades
maduras. El resto las empleamos en mantener, tan costosamente, el
«ideal». No es raro, entonces, que estemos cansados, agotados
interiormente, y que crezcan las angustias, ansiedades y
depresiones.
«No hagas tú lo que deben hacer ellos... Tú enseña a las
personas a ayudarse a sí mismas. Dales los instrumentos
necesarios, pues sabes que tienen capacidad para utilizarlos...
¿Cuántas leyes has hecho porque pensabas que tus súbditos eran
incapaces de protegerse a sí mismos?... Debes aprender a vivir en
un mundo regido por una sola Ley... Todos utilizan, en la
naturaleza, su energía» (Fu Chang).
No dejamos fluir nuestras posibilidades al estar enganchados,
aprisionados, a situaciones y leyes cerradas que la mayoría de las
veces nos piden respuestas exactas y estereotipadas. La madurez,
en cambio, es el camino de lo real, de la autonomía. Ya nos avisó
Fromm que el mundo no tolera al ser «libre y autónomo». Suena a
palabras y hechos de Jesús de Nazaret.
Existe una necesaria rebelión de cada tiempo y del presente
contra el dogmatismo fosilizado de comportamientos e ideas para
llegar al autoconocimiento, a la satisfacción y al autoapoyo. La tarea
terapéutica consiste en acompañar al hombre y la mujer en
dificultad al encuentro consigo mismos, en impulsar el proceso de
crecimiento y el desarrollo de las potencialidades humanas.
«El sentido de la vida es que debe ser vivida y no debe ser
cambiada y conceptualizada dentro de un esquema de sistemas.
Nos estamos dando cuenta de que el manejo y el control no son la
felicidad última de la vida... Es llegar a ser verdadero, aprender a
tomar una opción, definirse, desarrollar el centro de uno mismo...
Alcanzar la capacidad de valerse a sí mismo como ser humano» (F.
Peris).
3. Escoger la vida es ser consciente y satisfacer
necesidades
El hombre y la mujer somos seres de necesidades. Estar en
contacto con ellas, dejárselas sentir, saber expresarlas en
autenticidad, será un camino de crecimiento psicológico.
Uno de los problemas de las necesidades humanas es que sean
auténticamente humanas. Por eso este subtítulo está muy en
conexión con el anterior. Los sistemas de aprendizaje se encargan
de introducimos -con la habilidad precisa para que no pasen por
nuestra capacidad crítica- cantidad de necesidades que no son
naturales, sino artificiales, aprendidas, impuestas, pero que, al estar
tan bien introyectadas, las vamos a sentir como propias,
inexcusables y hasta dependientes de ellas.
Te rebelas cuando lees, tras los sangrientos choques de la
reciente revuelta mexicana, los requerimientos exigentes de los
«zapatistas»... Estaban pidiendo, están pidiendo, las necesidades
más elementales: pan, vivienda, supervivencia. Los derechos
humanos primeros. Ahí sí que no hay más que naturaleza. Pero
para conquistarlos tienen que ponerse en armas y jugarse la vida y
las de sus familias. Algo de eso ocurre también en nuestra
psicología, en nuestra vida, para «actualizar» las necesidades
genuinas de la persona, de cada uno de nosotros.
Al glosar esta tercera afirmación, estoy siguiendo, entre otros
autores humanistas, a alguien tan conocido en la cultura psicológica
como Maslow en su estudio sobre la evolución psicológica del
crecimiento humano, de las necesidades básicas y las superiores
(fisiológicas -seguridad, paz, orden-, pertenencia, afecto -estima,
prestigio, éxito-, autorrealización), y en su iluminación sobre la
jerarquía de estas necesidades.
Podemos jerarquizar nuestras necesidades en virtud de la
jerarquía de valores que opera dentro de nosotros. La madurez, en
uno de sus rasgos, supone la fluidez de este proceso, que pide
organizar el comportamiento según una jerarquía de necesidades y
la capacidad de concentrarse operativo y sucesivamente en su
ejecución. El hombre es «el más desvalido de los animales» y
depende de los demás al nacer. El animal está contento si sus
necesidades fisiológicas están satisfechas. En el caso del hombre,
la satisfacción de sus necesidades instintivas no basta para hacerle
feliz. Quiere sentir el amor y la libertad. Sin amor no se puede
escoger la vida.
No me resisto a transcribir las palabras de la enternecedora
Giulietta Masina, recientemente fallecida, como recibiendo órdenes
de su director y marido Federico Fellini desde el plató de la Vida,
para reunirse con él: «Sería incapaz de vivir sin amor, hacia mí
misma, hacia los demás. Hubo un tiempo en que quise encerrarme
en mi egoísmo, pero no lo conseguí. Resulta mejor sufrir por amor
que convertirse en una rama seca, quemada por dentro, por la
heladora ausencia de sentimientos». Una grave crisis (Giulietta nos
adelanta al punto 4) le sirvió para «aceptarse como Giulietta, una
criatura fabricada de luces y sombras, un ovillo de amores y
defectos».
Una vida sin amor no es vida. San Pablo es tajante como una
espada: «sin amor no soy nada» (1 Cor 13). Pero no sólo la
tradición cristiana, sino todas las tradiciones y culturas
profundamente humanas van por esta línea: «No estéis sin amor,
porque ello significa la muerte. Vive en amor para que estés vivo»
(Tallaludim Rumi). «el alma está viva, porque vive del amor. Hombre
que no ama no es más que piel y huesos» (Autor hindú del s. II).
4. Escoger la vida es vivir «el día y la noche»
Desgraciadamente, he escrito pocas poesías; pero de las que he
escrito me siento muy satisfecho. Recuerdo una de hace años que
empezaba así: «Tarde de mi vida; aquí están los sudores, allí los
albores ... ». Me encantó que la hermana que me sigue en la familia
me diera hace poco una suya: «En la mitad de mi vida, me quiero
más que a los 15, me conozco más que a los 20, experimento más
que a los 30, me exijo menos y me perdono más. Ya no culpo a los
demás de lo que soy responsable ... » La vida está hecha de día y
de noche sucediéndose sin reposo. ¡Qué auténticos los símbolos
del día y la noche que recorren toda la historia y que san Juan
convierte en Buena Noticia! Todo hay que vivirlo, despiertos,
conscientes.
Nuestra psicología evolutiva, considerada en etapas de un
proceso continuo, puede también estudiarse con esta orientación
del día y la noche, de la extroversión hacia fuera y de la introversión
hacia dentro. El ritmo de la vida y de la psicología es enfrentarse y
retraerse. Primero fluir hacia el mundo, y luego retraerse dentro de
sí. Éste es su ritmo básico, que tan fielmente vive la naturaleza.
Retraída durante el invierno, estalla en el verano. En su
autobiografía, Confieso que he vivido, nos comunica Neruda su
exuberante vitalidad. Una vitalidad que le hace viajar, experimentar,
comunicar, y que necesita luego del retiro a la orilla del mar, a la
soledad de una casita, que le permita sentir y expresar su interior
en poesía.
Nadie puede escapar del día y de la noche. Ésta, oscura y con
frecuencia en soledad, cuesta más. No es fácil adaptarse a la
cuesta que baja, al camino débilmente iluminado en donde se van
reencontrando las partes de la propia persona no deseada, partes
reprimidas que necesitan ser integradas en una nueva identidad
más auténtica y real. Esas sensaciones de pasividad, de
dependencia, de debilidad, de fragilidad, de frustración inevitable...
En esta sociedad, tan hipócrita posiblemente como la de
cualquier otra época, y en la representación del teatro de este
mundo, están mal vistos los débiles. La sociedad presiona para que
tengamos «carácter»; un sólido carácter que nos haga eficaces y
predecibles. Pero la auténtica riqueza humana no va por la línea del
carácter que agarrota y mecaniza. Tendemos a relacionarnos con
los demás desde nuestra seguridad, cualidades, dinero, talento,
cultura, ocultando nuestras debilidades y limitaciones, sin darnos
cuenta de que también son humanas y de que es a través de ellas
como pueden los demás sentirnos iguales. Entonces, tal vez no nos
admiren, pero nos querrán; y esto es lo que realmente nos salva.
En esta sociedad hay que ser muy maduro para relacionarse con
uno mismo y con los demás desde la propia debilidad y pobreza. Y
más todavía para ser capaz de compartirla sin sentirse superior a
nadie, sino igual, y dejarse acompañar.
Este camino vital de día y noche pasa por crisis, por momentos
en que las preguntas y las situaciones cruciales son mayores que
las respuestas vitales de que disponemos, desestabilizando así
nuestra psicología, que empieza a emitir señales. Vincent F.
O'Connell, al hablar de la psicoterapia de crisis, alude a un proceso
«gestáltico» de maduración en cuatro etapas: 1º.) permitir ponerse
en cuestión; 2º.) saber despedirse, en vez de agarrarse o
bloquearse; vivir el presente y actualizarse; 3º.) perdonar, aprender
a soltar el resentimiento; y 4º.) pemitir amar: el aprendizaje del
diálogo del corazón, como resonancia de uno mismo, de lo profundo
de uno mismo hacia lo profundo del otro.
5. Escoger la vida es aceptar la muerte
Como hemos ido viendo, escoger la vida tiene mucho que ver
con morir. Así de paradójica es la vida. Morir a esquemas,
estructuras, necesidades, incluso personas que considerábamos
vitales, insustituibles, eternas.
Pronto o tarde nos tropezamos con la muerte como una realidad
de la vida, aunque hoy, en la sociedad del bienestar y del placer del
primer mundo, sea un tabú, como en otro tiempo lo fueron la
sexualidad o la política. Pero ahí está, por ejemplo, en nuestro gran
miedo a la vejez. Se habla de la «cultura de la muerte» porque, de
un modo trivial, forma parte de nuestro panorama diario,
especialmente del televisivo. ¿Cuántas muertes violentas, horribles,
triviales, incluso divertidas, por minuto? Y al mismo tiempo, como si
no existiera, se la oculta de la cotidianeidad.
La finalidad fundamental del proceso terapéutico consistirá en
«volver aceptable la vida para un ser cuya característica dominante
es tener conciencia de sí mismo como individuo singular, por un
lado, y tener conciencia de su mortalidad, por el otro. En nuestro
mundo occidental, el neurótico es el individuo que no puede
enfrentar su propio morir y, en consecuencia, no puede vivir
plenamente como ser humano» (Laura Peris).
Para Fromm, en la persona humana conviven dos tipos de
fuerzas en lucha: regresivas o patológicas unas, que nos conducen
al síndrome de decadencia, y progresivas otras, que constituyen el
síndrome de maduración. Las principales son la necrofilia, amor a la
muerte, y la biofilia, amor a la vida. Hay que añadir a las primeras el
narcisismo y la simbiosis; a las segundas, el amor y la
independencia y libertad. Las fuerzas necrofílicas hacen que no
escapemos del mundo de las cosas, sino que nos atemos a ellas
con un gran interés posesivo en todo lo material, en contraposición
incluso a lo vivo. Hay como un rechazo de la vida, un intento de
convertirse en alguien sin pasión ni compasión. Se rechaza lo vivo,
lo que es único y espontáneo, y se ama lo muerto, lo abstracto y
ordenado. El triunfo de los principios abstractos es el placer de los
necrófilos. Las fuerzas biofílicas nos dan la libertad de no estar
apegados a las cosas, para así poder gozar más de ellas; poder
conocerse a uno mismo, en los propios límites y debilidades y en las
capacidades propias; poder relacionarse con los demás; no
depender de una figura poderosa de autoridad protectora ni
necesitar rebelarse contra ella como un modo de afirmación; poder
pensar por sí mismo y percibir la conciencia y la verdad; tener
sentido del humor.
«El que busca la vida la perderá, y el que pierde su vida la
encuentra». Porque el que se da se encuentra; porque cuando
buscas el sentido en ti no acabas de encontrarlo, no está allí; lo
encuentras en los otros. Esta afirmación del Evangelio me hace
recordar siempre a un obrero de la Ventilla madrileña a quien
conocí en mis años de estudiante de Psicología, que encontró su
vida cuando la perdía con su hija paralítica. Por eso los sufíes,
místicos musulmanes, urgen tanto: «muere antes de morir».
«Nada muere. Ciertas formas de vida desaparecen y son
sustituidas por otras, pero ese espíritu vivo que hay en cada una de
ellas no muere jamás. Los funerales se hacen para los vivos, no
para los muertos. Se hacen para que las personas puedan tener el
placer de manifestar su pesar; pero el muerto no tiene necesidad de
ello, puesto que no está muerto, sino que prosigue su vida en otras
condiciones. El bosque no hace funerales, los animales tampoco, ni
los pájaros, ni los insectos, ni las flores» (Fu Chang).
6.7.8... Escoger la vida es ser cuerpo, vivir en la
inseguridad, tener fe en la vida...
Soy muy consciente de que el título no está agotado, ni mucho
menos, y que los mantras expuestos tienen que ser mejorados,
perfilados, cohesionados y completados. Pero no me he resistido a
introducir estos tres últimos, tal vez por lo olvidados que han estado
o lo necesarios que nos son hoy en día.
¡Cuántas ¡das y venidas, matices, justificaciones, temores... ha
costado poder decir que no sólo tenemos un cuerpo -parece que se
olvidaba-, sino que somos un cuerpo!
Vivimos como nómadas, en la inseguridad del camino, del
proceso. Pero no perdemos la fe en la vida. El mundo está
empapado de mal, pero también bañado de bien. Bondad concreta
de personas anónimas o muy cercanas. Hay mucho don en cada
uno de nosotros, mucha capacidad de gratuidad, de recibir y de
dar. Lo más grande de la vida, ella misma, se nos da gratis. Luego,
cuesta «escogerla».
J.
GARCIA FORCADA
SAL-TERRAE/94/04. Págs. 265-275
....................
BIBLIOGRAFÍA
Algunos de los autores citados en este artículo y que pueden ser
de utilidad son los siguientes:
FRITZ PERIS, El enfoque gestáltico y testimonios de terapia, Ed.
Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1976.
-Sueño y existencia, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1974.
Fu CHANG, Todo cuanto necesitas está en ti, Ed. Sirio, Málaga
1990.
ERIK H. ERIKSON, Infancia y sociedad, Ed. Paidós, Barcelona 1983.
ERICH FROMM, El miedo a la libertad, Ed. Paidós, Barcelona 1958.
-El corazón del hombre, Ed. Paidós, Barcelona 1980.
ABRAHAM H. MASLOW, El hombre autorrealizado, Ed. Kairós, Barcelona 1973.
LAURA PERIS, El enfoque de una terapia gestáltica, Ed. Paidós,
Buenos Aires 1976
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