CÓMO CONVIVIR CRISTIANAMENTE CON LA INSEGURIDAD
JOSE A. GARCIA-MONGE
Profesor de Teologia Espiritual
Universidad Comillas. Madrid
La seguridad se cotiza en Bolsa
Vivimos en un mundo que necesita, busca y valora la seguridad. Las
campañas electorales políticas basan en la promesa de seguridad
la posibilidad de votos.
Proliferan las empresas de seguridad: protección, seguridad
ciudadana, compañías de seguros...: todo tipo de entramados
comerciales para vender seguridad y eliminar riesgo de la vida. La
doctrina de la seguridad nacional justifica en muchos países, más
expresamente del tercer mundo, injusticias, crímenes, opresiones.
En estos días, el entorpecimiento del proceso a los asesinos de los
jesuitas salvadoreños realizado por los EE.UU. esgrime como
argumento para no ofrecer documentación decisiva en la
identificación de los culpables la seguridad nacional de los EE.UU.
El culto a la salud, típico en la actualidad de las naciones
desarrolladas, es una forma de búsqueda de la seguridad, de
eliminación de riesgos provenientes de la enfermedad. Asistimos a
un momento eclesial de compulsiva búsqueda de seguridad
doctrinal que nos aglutine, defienda e identifique. Ante una moral
que cambia profundizándose hacia auténticas actitudes cristianas,
tenemos a veces que elegir entre la seguridad de nuestros
introyectos psíquicos o la vida nueva nacida de los riesgos de un
amor comprometidamente compasivo. A veces la elección se queda
en la mezquina búsqueda individualista de seguridad moral mal
entendida, prefiriéndola al riesgo liberador de un amor
identificablemente cristiano.
El hombre necesita, para vivir y ser persona, una seguridad básica
H/SEGURIDAD SEGURIDAD/NECESARIA CONFIANZA-BASICA/SGD
Sin una seguridad básica es difícil construir sanamente el psiquismo
humano y realizar pacíficamente la aventura de ser persona. Para
actuar necesitamos unos límites de seguridad mínimos; traspasados
esos limites, la actuación se convierte, tal vez, en locura, en riesgo
muchas veces innecesario o en angustia vivida como respuesta a la
hostilidad de los datos que no nos proporcionan esa seguridad
mínima.
Erikson prefiere el término confianza básica al de seguridad en la
experiencia infantil. Esa confianza básica que le proporciona al niño
una buena relación con el sueño, la alimentación, las caricias, la
higiene, etc., le permite confiar en si mismo y en la continuidad de
los proveedores externos; es decir, que la seguridad o confianza
básica supone la percepción positiva y gratificante de los propios
recursos y la tranquilidad de considerarse amable para un entorno
que proveerá suficientemente a nuestras necesidades.
La seguridad básica tiene que ver con la relación fundante materna y
generará una actitud de posibilidad de ser uno mismo y
considerarse aceptable y querido. Nos encontramos con la
autoestima, con la seguridad y confianza básica que el hombre
necesita para vivir y ser persona. Esa confianza básica nos
permitirá desarrollar nuestros propios recursos y sabernos bien
relacionados con el entorno, amados por los otros.
El mismo Erikson (Infancia y sociedad, Hormé, Buenos Aires 1966)
afirma que "la confianza nacida del cuidado es, de hecho, la piedra
de toque de la realidad de una religión dada. Todas las religiones
tienen en común el abandono periódico de tipo infantil en manos de
un Proveedor o Proveedores que dispensan fortuna terrenal, así
como salud espiritual" (p. 225).
Habría que matizar esta afirmación de Erikson desde una lectura de
madurez cristiana que abandona un dios-útero por un inseguro
seguimiento de Cristo en favor de los hermanos: "Sal de tu tierra y
de la casa de tu padre" (/Gn/12/01). Esta consigna señala el
comienzo de una peregrinación cristiana que, acompañada por
Dios, pasa por la inseguridad, es guiada por la esperanza, edificada
sobre la fe y consolidada por el amor.
La confianza básica, complementada con la eliminación del mayor
número de riesgos posible, nos permite ver la inseguridad como:
—Percepción de los riesgos.
—Desconfianza en los propios recursos.
—Miedo a no obtener del entorno lo necesario para nuestra vida
personal física, psíquica, social.
—Culpabilidad, en ocasiones, que nos hace sentirnos no dignos de
ser atendidos y amados.
—Autoagresión, poniéndonos altísimas metas (la perfección es una
de ellas) ante las que constatamos obviamente nuestra inseguridad
para alcanzarlas.
Esta inseguridad que generamos con percepciones del entorno, con
datos que nos hablan de riesgos, con pensamientos y sentimientos
propios, puede ser enfermiza o sana. La primera deformará los
datos, nos atemorizará sin razón y angustiará desmesuradamente;
se trata de una hipertrofia de los peligros, percibida subjetivamente,
que no da cuenta de la realidad tal como es. La segunda, la
inseguridad sana, consistirá en una correcta percepción de los
riesgos, sabiendo que el hombre necesita limites de seguridad
mínimos.
La inseguridad enfermiza, neurotizante, se puede tratar con éxito en
una psicoterapia. La inseguridad-sana, que pertenece a la
existencia humana, va a ser objeto de nuestra reflexión en estas
lineas.
Cómo convivir con la inseguridad
Las inseguridades nos complican la vida. Tenemos la fantasía de que
nuestra vida será feliz cuando logremos eliminar de ella toda
inseguridad; cuando desaparezcan los riesgos, cuando los
problemas —que, por ser tales, plantean inseguridad en su
solución— dejen de pesarnos y agobiarnos con interrogantes
angustiosas o con amenazas a nuestra tranquilidad. En realidad, el
hombre puede aprender a convivir con la inseguridad. En la
experiencia humana pueden coexistir paz profunda e inseguridad,
felicidad auténtica y riesgo.
FE/INSEGURIDAD RIESGO/FE PAZ/INSEGURIDAD: Tal vez las
inseguridades sanas que nos encontramos en el camino de la vida
nos aportan algo importante: impiden que nos instalemos, que nos
apropiemos de las seguridades con las que fantaseamos ser dioses
y nos dificultan la humanización, llevándonos al camino de la
realidad peregrina. Ya que las inseguridades no se pueden quitar
en gran parte, aprendamos a convivir con ellas. Parte de nuestra
infelicidad nace de la lucha desigual y agotadora que establecemos
para eliminar inseguridades a las que tendríamos que acabar
considerando huéspedes —tal vez incómodos— de nuestra
aventura humana. Tengo inseguridades y paz; es decir, soy un
hombre básicamente confiado, modestamente feliz, que tiene
problemas, es decir, inseguridades, interrogantes, no soluciones
fáciles e inmediatas. El hombre puede decir: "tengo inseguridades,
pero la inseguridad no me tiene a mi. Soy más grande que mis
inseguridades; mi vida es mayor que yo mismo, y mi Dios mayor que
mi vida".
Aprender a convivir con la inseguridad pasaría, tal vez, por los
siguientes pasos:
1º. Escuchar las inseguridades;
2º. disminuirlas si es sano, posible, justo y cristiano;
3º. permitirlas existir y que nos vacíen en parte de "seguridades" sin
darles poder de contaminar el núcleo personal de nuestra existencia
cristiana;
4º.elaborarlas creativamente: dándoles sentido, compartiéndolas;
creciendo con ellas: amando con ellas, creyendo con ellas,
esperando desde ellas.
Escuchar qué nos dicen y cómo se producen las inseguridades
en nosotros
Antes de tratar de eliminarlas, conviene escuchar el lenguaje de las
inseguridades: qué nos dicen de nosotros mismos, de nuestra
sociedad, de la libertad de otros, de nuestra religión...
En el lenguaje de las inseguridades podemos percibir distintos
mensajes de la realidad. Si las inseguridades son sanas, nos dirán
que no soy predecible, que esta realidad que transito no es eterna
y, a la vez, es mi única respuesta a la vida. Nos dirán que los puntos
de apoyo que buscamos —históricos— son provisionalmente
necesarios y no nos ofrecen una ciudad permanente. Hablarán de
que el riesgo es real, de que puedo equivocarme, que en relaciones
humanas los otros me pueden fallar y que algo puede cambiar
inesperadamente. Las inseguridades me dirán, sobre todo, que no
tengo el control de todo; me hablarán de mi ausencia de poder, de
mi limitación en el poder y, por lo tanto, de mi vulnerabilidad. La
inseguridad me dirá: "eres histórico" tu vida se juega aquí y, a la
vez, eres más grande de lo que tangiblemente puede servirte para
edificar seguridades". La inseguridad me dirá que no puedo
ahuyentar todas las interrogaciones ni tengo la clave para dar
respuesta a todas las cuestiones humanas profundas. También me
hablará la inseguridad de que mi formulación cultural de la verdad
es más pequeña que la VERDAD, ésta es menor que el amor, y el
AMOR viene de Dios.
Gran parte de la humanidad no sabe dialogar con las inseguridades,
hace de ellas fantasmas que atemorizan y nos invitan a cambiar de
ruta buscando más el camino de la seguridad que el camino del
amor.
Es importante saber cómo se generan en nosotros las inseguridades.
¿Provienen de datos de la realidad que no puedo controlar y tengo
que aceptar sosegadamente?; ¿las genero con pensamientos que
creo intocables y a veces no son coherentes con la totalidad de mi
vida?; ¿entran en mí por sentimientos de impotencia, de limitación,
que me desfiguran la utilización de mis verdaderos recursos? Saber
cómo se genera la inseguridad es aprender caminos psicológicos
para ahuyentar las fantasías de omnipotencia y aceptar sanamente
mis recursos y mi cultivo de seguridades mínimas y de confianzas
básicas.
Disminuir la inseguridad: posibilidades y límites
Si lo puedo hacer sana y éticamente, debo disminuir la inseguridad
en mi y en otros. Pero a veces tratamos de disminuir la inseguridad
compulsivamente con el apresuramiento de la angustia, sin darnos
cuenta de que al quitar la cizaña tal vez dañamos el trigo: al
disminuir la inseguridad ponemos en peligro nuestra humanidad o
nuestro amor.
SEGURIDAD/IDOLO: La gran pregunta es si puedo disminuir la
inseguridad sin menoscabar otros valores importantes. Si el
disminuir la inseguridad me hacer perder la relación de confianza
con otros, tal vez compense en una vida más profunda cosechar
inseguridad y confianza en los otros, más que una cerrada
seguridad en sí mismo que no necesita de nada ni de nadie. La
inseguridad por la inseguridad no es sana ni recomendable. Pero la
inseguridad por amor a la realidad, por amor al hombre y al Dios de
la realidad, puede ser el camino único ofrecido de mi libertad. Si mi
inseguridad se disminuye a costa del otro, de la verdad fluyente de
la vida, del riesgo del amor, de la justicia...., no será rentable
cristianamente disminuir la inseguridad. El dinero, como fuente de
seguridad, se puede aumentar a costa de la injusticia, de la
opresión, del empobrecimiento de unos países o de unos grupos
sociales. Es verdad que ese dinero aumentado
desproporcionadamente me da seguridad, pero me hace un hombre
seguro e injusto, y tengo que elegir los valores que humanizan y me
permiten el seguimiento de Jesús.
La seguridad nacional se puede comprar con crímenes, con
opresiones a grupos de ideologías diferentes dentro del juego
democrático, pero eso que compro tiene un precio demasiado alto:
el precio de adorar a ídolos. El PODER da seguridad a sus
seguidores, da riqueza, da vida larga en el juego de las
posibilidades humanas. Si sigues al Poder, tendrás seguridad, pero
tal vez te perderás a ti mismo o perderás la justicia o perderás al
otro: sobre todo al pequeño, al sin-poder. Lo que nos da más
seguridad no es, sin más, lo mejor. El precio de la seguridad es muy
alto, y el cristiano es aquel que reconoce sencillamente: "los dioses
y señores de la tierra no me satisfacen".
La seguridad como "tranquilidad en el orden", ideal de una sociedad
burguesa, pasa muchas veces por no evaluar (ni importarle) si el
orden sobre el que se edifica la seguridad es justo o injusto. A este
precio no puedo disminuir la inseguridad.
Dar permiso a la inseguridad para existir
Resulta paradójica esta proposición, ya que la inseguridad existe sin
que yo le dé permiso. Pero permitirla existir es aprender a convivir
con ella. Aceptarme auténticamente en mi ser de creatura, sin
nostalgias paradisíacas, y afirmar mi pertenencia a una humanidad
que ha salido de su tierra, de la casa de su padre. Aceptar la
inseguridad es no rebelarme infantilmente, tolerar mis frustraciones
cotidianas y no utilizar a Dios para tener una seguridad irreal, sino
aprender a caminar humildemente con mi Dios a través de las
inseguridades. Dios no es lo contrario de la inseguridad, sino la
capacidad de dar sentido a las inseguridades o a mi vida en las
inseguridades.
Jesús, a quien seguimos los cristianos, vivió en la inseguridad y amó
desde ella a Dios Padre, al hombre hermano y al futuro histórico
(Reino). En /Lc/09/58 ("El hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza") Jesús, enraizado en Dios, comparte con nosotros su
inseguridad histórica. El apelativo de "todopoderoso" mal entendido
(y es empresa difícil entender lo de Dios) confunde al hombre
inseguro en búsqueda de seguridad. Las inseguridades del profeta
Jeremías (Jer 1,6) no le apartan de su rol profético de enviado por
Dios. Hay que ver a Jesús tentado eligiendo no la seguridad de un
mesianismo fácil, sino la seguridad de Dios, que no se cotiza en
bolsa; creyendo en el Todopoderoso para armonizar poder y amor
de Dios con la experiencia de inseguridad vivida en la historia, en su
propia historia, en la historia de su Humanidad.
Hermana inseguridad
No sé si Francisco de Asís llamó a la inseguridad "hermana". Si no lo
hizo con estas palabras, lo hizo claramente con el espíritu de su
relación con la inseguridad. Llevarse bien con la inseguridad es
permitirla que nos desinstale humanizándonos, compartiendo la
insegura suerte de más de dos tercios de la humanidad. "Dame,
Señor, la seguridad suficiente para poder vivir en paz en la
inseguridad". Es decir, para poder encontrarme y encontrarte en la
inseguridad. En esta pequeña oración, "seguridad" e "inseguridad"
no pertenecen al mismo nivel. La seguridad nos remite a una
gratuidad teologal: es un regalo. La inseguridad nos remite a los
sobresaltos de la vida, de la historia, por donde caminamos. La
sabiduría consiste en armonizar esos distintos niveles: seguridad
teologal/inseguridad humana.
POBREZA/INSEGURIDAD: La hermana inseguridad es el fruto de la
hermana pobreza. La pobreza es, sobre todo, generadora de
inseguridad. La inseguridad es la versión actual más mordiente de
la pobreza. Experimentar inseguridad es compartir la pobreza. Sin
inseguridad, nuestra ayuda a los pobres es un poder que ayuda de
arriba abajo, no una solidaridad que comparte. La inseguridad
compartida es la manera y el camino de compartir el amor, y lo que
salva, en definitiva, es el amor eficazmente comprometido.
Nos reunimos como pequeños seres inseguros para tener seguridad:
sindicatos, agrupaciones, instituciones y hasta la misma Iglesia,
cuando nos reunimos en ella, nos dan seguridad. Parte de esa
seguridad es bien recibida desde nuestra pobreza humana, desde
nuestra vulnerabilidad existencial. Pero a veces pedimos una
seguridad que no es compatible con el seguimiento de Jesús. La
Iglesia no es sólo una madre que da seguridad, sino que es también
una comunidad de inseguros unidos por una esperanza, es decir,
por una seguridad que no se ve y que, por lo tanto, no es
culturalmente cultivable según los cánones de este mundo, según
los poderes de este mundo.
EP/SEGURIDAD: Confundir la seguridad de la esperanza con la
seguridad comprada y vendida en los mercados de la historia no es
formar Iglesia, sino compañía de seguros, aunque sean
"espirituales" y, de paso, un poco (o un mucho) temporales.
BITS/INSEGURIDAD: La inseguridad de la pobreza lleva consigo la
profética palabra de la bienaventuranza. No es fácil armonizar la
palabra "dichosos" con las situaciones humanas a las que se refiere
esa dicha descrita en las bienaventuranzas. Y, sin embargo,
afrontar y convivir con la inseguridad es aumentar la profecía de la
dicha; es experimentar la presencia de Jesús compartiendo la
inseguridad con nosotros y compartiendo también con nosotros la
esperanza de su Reino. "Vende lo que tienes, dalo a los pobres,
ven y sígueme" (/Lc/18/18-22) es decirnos: "abandona tus
seguridades, abandona lo que te da seguridad, y sólo así podrás
compartir conmigo el amor liberador".
San Ignacio de Loyola, en una meditación clave de sus Ejercicios
Espirituales, la de dos banderas, nos describe la estrategia del mal
como una posesividad de seguridades otorgadas por la riqueza, el
prestigio y la instalación en la soberbia, que es la absolutización de
la seguridad en uno mismo. El llamamiento del Jesús pobre y
humillado pasa por el vaciamiento de seguridades y el seguimiento
compartido de una vida que no ofrece poder en este mundo. La
estrategia del bien es la oferta sencilla de paz en la inseguridad, de
amor en el seguimiento de un Jesús que vivencia las inseguridades
de la historia. El mismo Ignacio, en su Autobiografía (nn. 35 y 36),
nos habla de su relación con la seguridad-inseguridad. A punto de
embarcarse en Barcelona, se le ofrecían algunas compañías que
indudablemente le iban a dar seguridad en los peligros de aquel
viaje. Ignacio elige "tener a solo Dios por refugio". El deseaba que
en las experiencias de inseguridad su confianza estuviera sólo en
Dios. Este mismo deseo le llevó, antes de embarcarse, a abandonar
en la playa las monedas que había obtenido pidiendo limosna.
CZ/INSEGURIDAD: La cruz es el lugar humano último de la
seguridad. Es un monumento a la inseguridad. Nadie acudiría a una
cruz en busca de vida, pues la cruz, como suplicio torturador, es un
instrumento de muerte; y sin embargo, Jesús, desde la cruz, desde
la inseguridad radical de la cruz, es capaz de orar, de creer en un
Padre que da la Vida. Su resurrección —piedra angular de nuestra
fe— nos da la seguridad que aparentemente nos arrebataba la
cruz. La cruz, para el cristiano, ya no será signo de muerte y de
inseguridad solamente, sino lugar de encuentro con una seguridad
que no es de este mundo, la seguridad del Resucitado. Pero que,
sin ser de este mundo, se anuncia a este mundo como buena
noticia. "El que trate de poner su vida a seguro, la perderá; en
cambio, el que la pierda la conservará" (/Lc/17/33). La cruz de las
inseguridades la pone el mundo; la seguridad de la VIDA la
pronuncia Dios en Jesús; pero esa seguridad de la VIDA sólo es
captable en la cruz, elaborable en la esperanza, lo cual indica un
desnivel con las inseguridades que nos suministra diariamente la
historia.
Casi prefiero la seguridad
A pesar de que el lenguaje de la inseguridad me transmite una
música cristiana, tengo que reconocer, por mis necesidades
humanas, que en muchas ocasiones casi prefiero la seguridad, elijo
la seguridad que da el mundo, la cultura.
La invitación de Jesús en Mt 11,28, "Venid a mi todos los que estáis
agobiados", me invita a cargar con la inseguridad llevadera en
compañía de Jesús. Sin embargo, muchas veces los altavoces
propagandísticos del mundo me ofrecen seguridades
inmediatamente más rentables. Casi prefiero la seguridad, no sólo
porque humanamente la inseguridad duele, la inseguridad es
dolorosa para la existencia del hombre, sino porque hemos recibido
una educación religiosa más basada en la seguridad del premio o el
temor del castigo que en el amor incondicional. Nuestra historia
psico-religiosa está reforzada con premios a las buenas conductas y
con amenazas a las faltas o pecados. El hombre —y ésta es una
vieja historia que vivió Jesús en toda su crudeza— prefiere la
seguridad de la ley a la inseguridad de la justificación, de la
salvación por la fe. La tranquilidad psicológica de la buena
conciencia nos da seguridad de ser aceptables y aceptados por
Dios. No importa que la Revelación nos anuncie un amor eficaz aun
estando nosotros lejos en nuestros delitos y pecados. No importa
que Jesús elabore la parábola del padre maravilloso y el hijo
pródigo para hablar de una gratuidad del perdón, de un amor
incondicional. Seguimos, tal vez, eligiendo la seguridad de la ley, la
compra de la felicidad y del premio a través de obras que nosotros
hacemos, no a través de gestos salvíficos que Dios hace
gratuitamente en nosotros.
Más allá de la seguridad falsa de la ley, el cristiano asume su
inseguridad ante el rostro de un Dios a quien, con palabras de
Jesús, podemos llamar "Abba, Padre". Convivir con la inseguridad
es al mismo tiempo preguntarnos sabiendo la respuesta: "¿Quién
nos apartará del amor de Cristo?" (/Rm/08/35). Tal vez sea ésta
una de las pocas seguridades que en la existencia humanamente
insegura podemos albergar regalada por Dios en Jesús. La
seguridad del amor va más allá de nuestros méritos, más allá de
nuestros poderes, más allá de nuestras santidades, más allá de
nuestros pecados.
Un problema de orden más profundo comienza cuando la inseguridad
no solamente zarandea la horizontalidad de nuestra vida, sino que
pone en cuestión nuestra propia fe, la credibilidad o la existencia
misma del Dios que nos ama. Nos encontramos en la inseguridad
última, la inseguridad que genera una "noche oscura". Esa
inseguridad que nos insensibiliza a la experiencia gozosa creatural
es, tal vez, la más trágica del hombre. El último reducto de la
seguridad queda amenazado por la oscuridad y la crisis de esas
noches oscuras. La oración del creyente es entonces el inseguro
balbuceo, el grito aparentemente en el vacío, la paciente espera del
Esposo que tarda en llegar. En este contexto nos habla Jesús de los
lirios del campo y de las aves del cielo (Lc 12,22-28), invitándonos a
un maduro abandono infantil. La providencia, tal vez incapaz de
transformar en nuestro favor la historia, nos acompaña por esa
historia con una fidelidad inquebrantable al hombre y a la alianza
establecida por Dios.
Sólo el amor integra la inseguridad
Convivir cristianamente con la inseguridad es un problema, en
definitiva, de amor. La inseguridad como dato de la vida nos
amenaza, asusta, invita a tomar otros derroteros más confortables.
Sólo el amor aporta la energía suficiente para afrontar sanamente la
inseguridad. Comprometerse cristianamente con las causas
humanas en las que se juega un valor importante para la vida del
hombre produce mucha inseguridad. Primero, porque muchas veces
la historia no nos ofrecerá perfiles nítidos que nos permitan la luz
suficiente para decidirnos con plena tranquilidad. Segundo, porque
los poderes de este mundo segregarán inseguridad para atemorizar
a todos aquellos a quienes les interese de verdad la justicia y el
Reino. Para afrontar esas inseguridades, para no evitarlas huyendo
de ellas y abandonando al pobre, al oprimido, al marginado,
necesitamos mucho amor. Necesitamos amar a Jesús en un
seguimiento que se haga historia y visibilice el Reino; necesitamos
amar al hombre, cuya vida es gloria de Dios. Comprometerse con
causas por las cuales se puede dar la vida es amar más al otro, y a
Dios al fondo, que mi propia seguridad incluso vital. Sólo el amor
permite integrar paz e inseguridad. El valor por el cual nos jugamos
nuestra seguridad es tan importante que merece la pena
experimentarse inseguros. La Vida, el otro el hombre, hijo y
hermano, valen más que las seguridades con las que los poderes
de este mundo quieren amordazarnos y comprarnos. Convivir con la
inseguridad en paz es convivir con el amor; es decir, vivir la locura
de no buscar más seguridad que la que pueda darnos el Hombre
que vivió, murió y resucitó por nosotros y soñó con realismo un
Reino para el hombre donde no habrá más inseguridad.
J.A.
Garcia Monge
SAL-TERRAE/91/01. Págs. 37-47