CÓMO CONVIVIR CRISTIANAMENTE CON LA INSEGURIDAD

JOSE A. GARCIA-MONGE
Profesor de Teologia Espiritual
Universidad Comillas. Madrid

La seguridad se cotiza en Bolsa
Vivimos en un mundo que necesita, busca y valora la seguridad. Las 
campañas electorales políticas basan en la promesa de seguridad 
la posibilidad de votos.
Proliferan las empresas de seguridad: protección, seguridad 
ciudadana, compañías de seguros...: todo tipo de entramados 
comerciales para vender seguridad y eliminar riesgo de la vida. La 
doctrina de la seguridad nacional justifica en muchos países, más 
expresamente del tercer mundo, injusticias, crímenes, opresiones. 
En estos días, el entorpecimiento del proceso a los asesinos de los 
jesuitas salvadoreños realizado por los EE.UU. esgrime como 
argumento para no ofrecer documentación decisiva en la 
identificación de los culpables la seguridad nacional de los EE.UU.
El culto a la salud, típico en la actualidad de las naciones 
desarrolladas, es una forma de búsqueda de la seguridad, de 
eliminación de riesgos provenientes de la enfermedad. Asistimos a 
un momento eclesial de compulsiva búsqueda de seguridad 
doctrinal que nos aglutine, defienda e identifique. Ante una moral 
que cambia profundizándose hacia auténticas actitudes cristianas, 
tenemos a veces que elegir entre la seguridad de nuestros 
introyectos psíquicos o la vida nueva nacida de los riesgos de un 
amor comprometidamente compasivo. A veces la elección se queda 
en la mezquina búsqueda individualista de seguridad moral mal 
entendida, prefiriéndola al riesgo liberador de un amor 
identificablemente cristiano.

El hombre necesita, para vivir y ser persona, una seguridad básica
H/SEGURIDAD SEGURIDAD/NECESARIA CONFIANZA-BASICA/SGD 
Sin una seguridad básica es difícil construir sanamente el psiquismo 
humano y realizar pacíficamente la aventura de ser persona. Para 
actuar necesitamos unos límites de seguridad mínimos; traspasados 
esos limites, la actuación se convierte, tal vez, en locura, en riesgo 
muchas veces innecesario o en angustia vivida como respuesta a la 
hostilidad de los datos que no nos proporcionan esa seguridad 
mínima.
Erikson prefiere el término confianza básica al de seguridad en la 
experiencia infantil. Esa confianza básica que le proporciona al niño 
una buena relación con el sueño, la alimentación, las caricias, la 
higiene, etc., le permite confiar en si mismo y en la continuidad de 
los proveedores externos; es decir, que la seguridad o confianza 
básica supone la percepción positiva y gratificante de los propios 
recursos y la tranquilidad de considerarse amable para un entorno 
que proveerá suficientemente a nuestras necesidades.
La seguridad básica tiene que ver con la relación fundante materna y 
generará una actitud de posibilidad de ser uno mismo y 
considerarse aceptable y querido. Nos encontramos con la 
autoestima, con la seguridad y confianza básica que el hombre 
necesita para vivir y ser persona. Esa confianza básica nos 
permitirá desarrollar nuestros propios recursos y sabernos bien 
relacionados con el entorno, amados por los otros.
El mismo Erikson (Infancia y sociedad, Hormé, Buenos Aires 1966) 
afirma que "la confianza nacida del cuidado es, de hecho, la piedra 
de toque de la realidad de una religión dada. Todas las religiones 
tienen en común el abandono periódico de tipo infantil en manos de 
un Proveedor o Proveedores que dispensan fortuna terrenal, así 
como salud espiritual" (p. 225).
Habría que matizar esta afirmación de Erikson desde una lectura de 
madurez cristiana que abandona un dios-útero por un inseguro 
seguimiento de Cristo en favor de los hermanos: "Sal de tu tierra y 
de la casa de tu padre" (/Gn/12/01). Esta consigna señala el 
comienzo de una peregrinación cristiana que, acompañada por 
Dios, pasa por la inseguridad, es guiada por la esperanza, edificada 
sobre la fe y consolidada por el amor.
La confianza básica, complementada con la eliminación del mayor 
número de riesgos posible, nos permite ver la inseguridad como:
—Percepción de los riesgos.
—Desconfianza en los propios recursos.
—Miedo a no obtener del entorno lo necesario para nuestra vida 
personal física, psíquica, social.
—Culpabilidad, en ocasiones, que nos hace sentirnos no dignos de 
ser atendidos y amados.
—Autoagresión, poniéndonos altísimas metas (la perfección es una 
de ellas) ante las que constatamos obviamente nuestra inseguridad 
para alcanzarlas.

Esta inseguridad que generamos con percepciones del entorno, con 
datos que nos hablan de riesgos, con pensamientos y sentimientos 
propios, puede ser enfermiza o sana. La primera deformará los 
datos, nos atemorizará sin razón y angustiará desmesuradamente; 
se trata de una hipertrofia de los peligros, percibida subjetivamente, 
que no da cuenta de la realidad tal como es. La segunda, la 
inseguridad sana, consistirá en una correcta percepción de los 
riesgos, sabiendo que el hombre necesita limites de seguridad 
mínimos.
La inseguridad enfermiza, neurotizante, se puede tratar con éxito en 
una psicoterapia. La inseguridad-sana, que pertenece a la 
existencia humana, va a ser objeto de nuestra reflexión en estas 
lineas.

Cómo convivir con la inseguridad 
Las inseguridades nos complican la vida. Tenemos la fantasía de que 
nuestra vida será feliz cuando logremos eliminar de ella toda 
inseguridad; cuando desaparezcan los riesgos, cuando los 
problemas —que, por ser tales, plantean inseguridad en su 
solución— dejen de pesarnos y agobiarnos con interrogantes 
angustiosas o con amenazas a nuestra tranquilidad. En realidad, el 
hombre puede aprender a convivir con la inseguridad. En la 
experiencia humana pueden coexistir paz profunda e inseguridad, 
felicidad auténtica y riesgo.
FE/INSEGURIDAD RIESGO/FE PAZ/INSEGURIDAD: Tal vez las 
inseguridades sanas que nos encontramos en el camino de la vida 
nos aportan algo importante: impiden que nos instalemos, que nos 
apropiemos de las seguridades con las que fantaseamos ser dioses 
y nos dificultan la humanización, llevándonos al camino de la 
realidad peregrina. Ya que las inseguridades no se pueden quitar 
en gran parte, aprendamos a convivir con ellas. Parte de nuestra 
infelicidad nace de la lucha desigual y agotadora que establecemos 
para eliminar inseguridades a las que tendríamos que acabar 
considerando huéspedes —tal vez incómodos— de nuestra 
aventura humana. Tengo inseguridades y paz; es decir, soy un 
hombre básicamente confiado, modestamente feliz, que tiene 
problemas, es decir, inseguridades, interrogantes, no soluciones 
fáciles e inmediatas. El hombre puede decir: "tengo inseguridades, 
pero la inseguridad no me tiene a mi. Soy más grande que mis 
inseguridades; mi vida es mayor que yo mismo, y mi Dios mayor que 
mi vida".
Aprender a convivir con la inseguridad pasaría, tal vez, por los 
siguientes pasos: 
1º. Escuchar las inseguridades; 
2º. disminuirlas si es sano, posible, justo y cristiano; 
3º. permitirlas existir y que nos vacíen en parte de "seguridades" sin 
darles poder de contaminar el núcleo personal de nuestra existencia 
cristiana; 
4º.elaborarlas creativamente: dándoles sentido, compartiéndolas; 
creciendo con ellas: amando con ellas, creyendo con ellas, 
esperando desde ellas.

Escuchar qué nos dicen y cómo se producen las inseguridades 
en nosotros
Antes de tratar de eliminarlas, conviene escuchar el lenguaje de las 
inseguridades: qué nos dicen de nosotros mismos, de nuestra 
sociedad, de la libertad de otros, de nuestra religión...
En el lenguaje de las inseguridades podemos percibir distintos 
mensajes de la realidad. Si las inseguridades son sanas, nos dirán 
que no soy predecible, que esta realidad que transito no es eterna 
y, a la vez, es mi única respuesta a la vida. Nos dirán que los puntos 
de apoyo que buscamos —históricos— son provisionalmente 
necesarios y no nos ofrecen una ciudad permanente. Hablarán de 
que el riesgo es real, de que puedo equivocarme, que en relaciones 
humanas los otros me pueden fallar y que algo puede cambiar 
inesperadamente. Las inseguridades me dirán, sobre todo, que no 
tengo el control de todo; me hablarán de mi ausencia de poder, de 
mi limitación en el poder y, por lo tanto, de mi vulnerabilidad. La 
inseguridad me dirá: "eres histórico" tu vida se juega aquí y, a la 
vez, eres más grande de lo que tangiblemente puede servirte para 
edificar seguridades". La inseguridad me dirá que no puedo 
ahuyentar todas las interrogaciones ni tengo la clave para dar 
respuesta a todas las cuestiones humanas profundas. También me 
hablará la inseguridad de que mi formulación cultural de la verdad 
es más pequeña que la VERDAD, ésta es menor que el amor, y el 
AMOR viene de Dios.
Gran parte de la humanidad no sabe dialogar con las inseguridades, 
hace de ellas fantasmas que atemorizan y nos invitan a cambiar de 
ruta buscando más el camino de la seguridad que el camino del 
amor.
Es importante saber cómo se generan en nosotros las inseguridades. 
¿Provienen de datos de la realidad que no puedo controlar y tengo 
que aceptar sosegadamente?; ¿las genero con pensamientos que 
creo intocables y a veces no son coherentes con la totalidad de mi 
vida?; ¿entran en mí por sentimientos de impotencia, de limitación, 
que me desfiguran la utilización de mis verdaderos recursos? Saber 
cómo se genera la inseguridad es aprender caminos psicológicos 
para ahuyentar las fantasías de omnipotencia y aceptar sanamente 
mis recursos y mi cultivo de seguridades mínimas y de confianzas 
básicas.

Disminuir la inseguridad: posibilidades y límites
Si lo puedo hacer sana y éticamente, debo disminuir la inseguridad 
en mi y en otros. Pero a veces tratamos de disminuir la inseguridad 
compulsivamente con el apresuramiento de la angustia, sin darnos 
cuenta de que al quitar la cizaña tal vez dañamos el trigo: al 
disminuir la inseguridad ponemos en peligro nuestra humanidad o 
nuestro amor.
SEGURIDAD/IDOLO: La gran pregunta es si puedo disminuir la 
inseguridad sin menoscabar otros valores importantes. Si el 
disminuir la inseguridad me hacer perder la relación de confianza 
con otros, tal vez compense en una vida más profunda cosechar 
inseguridad y confianza en los otros, más que una cerrada 
seguridad en sí mismo que no necesita de nada ni de nadie. La 
inseguridad por la inseguridad no es sana ni recomendable. Pero la 
inseguridad por amor a la realidad, por amor al hombre y al Dios de 
la realidad, puede ser el camino único ofrecido de mi libertad. Si mi 
inseguridad se disminuye a costa del otro, de la verdad fluyente de 
la vida, del riesgo del amor, de la justicia...., no será rentable 
cristianamente disminuir la inseguridad. El dinero, como fuente de 
seguridad, se puede aumentar a costa de la injusticia, de la 
opresión, del empobrecimiento de unos países o de unos grupos 
sociales. Es verdad que ese dinero aumentado 
desproporcionadamente me da seguridad, pero me hace un hombre 
seguro e injusto, y tengo que elegir los valores que humanizan y me 
permiten el seguimiento de Jesús.
La seguridad nacional se puede comprar con crímenes, con 
opresiones a grupos de ideologías diferentes dentro del juego 
democrático, pero eso que compro tiene un precio demasiado alto: 
el precio de adorar a ídolos. El PODER da seguridad a sus 
seguidores, da riqueza, da vida larga en el juego de las 
posibilidades humanas. Si sigues al Poder, tendrás seguridad, pero 
tal vez te perderás a ti mismo o perderás la justicia o perderás al 
otro: sobre todo al pequeño, al sin-poder. Lo que nos da más 
seguridad no es, sin más, lo mejor. El precio de la seguridad es muy 
alto, y el cristiano es aquel que reconoce sencillamente: "los dioses 
y señores de la tierra no me satisfacen".
La seguridad como "tranquilidad en el orden", ideal de una sociedad 
burguesa, pasa muchas veces por no evaluar (ni importarle) si el 
orden sobre el que se edifica la seguridad es justo o injusto. A este 
precio no puedo disminuir la inseguridad.

Dar permiso a la inseguridad para existir
Resulta paradójica esta proposición, ya que la inseguridad existe sin 
que yo le dé permiso. Pero permitirla existir es aprender a convivir 
con ella. Aceptarme auténticamente en mi ser de creatura, sin 
nostalgias paradisíacas, y afirmar mi pertenencia a una humanidad 
que ha salido de su tierra, de la casa de su padre. Aceptar la 
inseguridad es no rebelarme infantilmente, tolerar mis frustraciones 
cotidianas y no utilizar a Dios para tener una seguridad irreal, sino 
aprender a caminar humildemente con mi Dios a través de las 
inseguridades. Dios no es lo contrario de la inseguridad, sino la 
capacidad de dar sentido a las inseguridades o a mi vida en las 
inseguridades.
Jesús, a quien seguimos los cristianos, vivió en la inseguridad y amó 
desde ella a Dios Padre, al hombre hermano y al futuro histórico 
(Reino). En /Lc/09/58 ("El hombre no tiene dónde reclinar la 
cabeza") Jesús, enraizado en Dios, comparte con nosotros su 
inseguridad histórica. El apelativo de "todopoderoso" mal entendido 
(y es empresa difícil entender lo de Dios) confunde al hombre 
inseguro en búsqueda de seguridad. Las inseguridades del profeta 
Jeremías (Jer 1,6) no le apartan de su rol profético de enviado por 
Dios. Hay que ver a Jesús tentado eligiendo no la seguridad de un 
mesianismo fácil, sino la seguridad de Dios, que no se cotiza en 
bolsa; creyendo en el Todopoderoso para armonizar poder y amor 
de Dios con la experiencia de inseguridad vivida en la historia, en su 
propia historia, en la historia de su Humanidad.

Hermana inseguridad
No sé si Francisco de Asís llamó a la inseguridad "hermana". Si no lo 
hizo con estas palabras, lo hizo claramente con el espíritu de su 
relación con la inseguridad. Llevarse bien con la inseguridad es 
permitirla que nos desinstale humanizándonos, compartiendo la 
insegura suerte de más de dos tercios de la humanidad. "Dame, 
Señor, la seguridad suficiente para poder vivir en paz en la 
inseguridad". Es decir, para poder encontrarme y encontrarte en la 
inseguridad. En esta pequeña oración, "seguridad" e "inseguridad" 
no pertenecen al mismo nivel. La seguridad nos remite a una 
gratuidad teologal: es un regalo. La inseguridad nos remite a los 
sobresaltos de la vida, de la historia, por donde caminamos. La 
sabiduría consiste en armonizar esos distintos niveles: seguridad 
teologal/inseguridad humana.
POBREZA/INSEGURIDAD: La hermana inseguridad es el fruto de la 
hermana pobreza. La pobreza es, sobre todo, generadora de 
inseguridad. La inseguridad es la versión actual más mordiente de 
la pobreza. Experimentar inseguridad es compartir la pobreza. Sin 
inseguridad, nuestra ayuda a los pobres es un poder que ayuda de 
arriba abajo, no una solidaridad que comparte. La inseguridad 
compartida es la manera y el camino de compartir el amor, y lo que 
salva, en definitiva, es el amor eficazmente comprometido.
Nos reunimos como pequeños seres inseguros para tener seguridad: 
sindicatos, agrupaciones, instituciones y hasta la misma Iglesia, 
cuando nos reunimos en ella, nos dan seguridad. Parte de esa 
seguridad es bien recibida desde nuestra pobreza humana, desde 
nuestra vulnerabilidad existencial. Pero a veces pedimos una 
seguridad que no es compatible con el seguimiento de Jesús. La 
Iglesia no es sólo una madre que da seguridad, sino que es también 
una comunidad de inseguros unidos por una esperanza, es decir, 
por una seguridad que no se ve y que, por lo tanto, no es 
culturalmente cultivable según los cánones de este mundo, según 
los poderes de este mundo.
EP/SEGURIDAD: Confundir la seguridad de la esperanza con la 
seguridad comprada y vendida en los mercados de la historia no es 
formar Iglesia, sino compañía de seguros, aunque sean 
"espirituales" y, de paso, un poco (o un mucho) temporales.
BITS/INSEGURIDAD: La inseguridad de la pobreza lleva consigo la 
profética palabra de la bienaventuranza. No es fácil armonizar la 
palabra "dichosos" con las situaciones humanas a las que se refiere 
esa dicha descrita en las bienaventuranzas. Y, sin embargo, 
afrontar y convivir con la inseguridad es aumentar la profecía de la 
dicha; es experimentar la presencia de Jesús compartiendo la 
inseguridad con nosotros y compartiendo también con nosotros la 
esperanza de su Reino. "Vende lo que tienes, dalo a los pobres, 
ven y sígueme" (/Lc/18/18-22) es decirnos: "abandona tus 
seguridades, abandona lo que te da seguridad, y sólo así podrás 
compartir conmigo el amor liberador".
San Ignacio de Loyola, en una meditación clave de sus Ejercicios 
Espirituales, la de dos banderas, nos describe la estrategia del mal 
como una posesividad de seguridades otorgadas por la riqueza, el 
prestigio y la instalación en la soberbia, que es la absolutización de 
la seguridad en uno mismo. El llamamiento del Jesús pobre y 
humillado pasa por el vaciamiento de seguridades y el seguimiento 
compartido de una vida que no ofrece poder en este mundo. La 
estrategia del bien es la oferta sencilla de paz en la inseguridad, de 
amor en el seguimiento de un Jesús que vivencia las inseguridades 
de la historia. El mismo Ignacio, en su Autobiografía (nn. 35 y 36), 
nos habla de su relación con la seguridad-inseguridad. A punto de 
embarcarse en Barcelona, se le ofrecían algunas compañías que 
indudablemente le iban a dar seguridad en los peligros de aquel 
viaje. Ignacio elige "tener a solo Dios por refugio". El deseaba que 
en las experiencias de inseguridad su confianza estuviera sólo en 
Dios. Este mismo deseo le llevó, antes de embarcarse, a abandonar 
en la playa las monedas que había obtenido pidiendo limosna.
CZ/INSEGURIDAD: La cruz es el lugar humano último de la 
seguridad. Es un monumento a la inseguridad. Nadie acudiría a una 
cruz en busca de vida, pues la cruz, como suplicio torturador, es un 
instrumento de muerte; y sin embargo, Jesús, desde la cruz, desde 
la inseguridad radical de la cruz, es capaz de orar, de creer en un 
Padre que da la Vida. Su resurrección —piedra angular de nuestra 
fe— nos da la seguridad que aparentemente nos arrebataba la 
cruz. La cruz, para el cristiano, ya no será signo de muerte y de 
inseguridad solamente, sino lugar de encuentro con una seguridad 
que no es de este mundo, la seguridad del Resucitado. Pero que, 
sin ser de este mundo, se anuncia a este mundo como buena 
noticia. "El que trate de poner su vida a seguro, la perderá; en 
cambio, el que la pierda la conservará" (/Lc/17/33). La cruz de las 
inseguridades la pone el mundo; la seguridad de la VIDA la 
pronuncia Dios en Jesús; pero esa seguridad de la VIDA sólo es 
captable en la cruz, elaborable en la esperanza, lo cual indica un 
desnivel con las inseguridades que nos suministra diariamente la 
historia.

Casi prefiero la seguridad
A pesar de que el lenguaje de la inseguridad me transmite una 
música cristiana, tengo que reconocer, por mis necesidades 
humanas, que en muchas ocasiones casi prefiero la seguridad, elijo 
la seguridad que da el mundo, la cultura.
La invitación de Jesús en Mt 11,28, "Venid a mi todos los que estáis 
agobiados", me invita a cargar con la inseguridad llevadera en 
compañía de Jesús. Sin embargo, muchas veces los altavoces 
propagandísticos del mundo me ofrecen seguridades 
inmediatamente más rentables. Casi prefiero la seguridad, no sólo 
porque humanamente la inseguridad duele, la inseguridad es 
dolorosa para la existencia del hombre, sino porque hemos recibido 
una educación religiosa más basada en la seguridad del premio o el 
temor del castigo que en el amor incondicional. Nuestra historia 
psico-religiosa está reforzada con premios a las buenas conductas y 
con amenazas a las faltas o pecados. El hombre —y ésta es una 
vieja historia que vivió Jesús en toda su crudeza— prefiere la 
seguridad de la ley a la inseguridad de la justificación, de la 
salvación por la fe. La tranquilidad psicológica de la buena 
conciencia nos da seguridad de ser aceptables y aceptados por 
Dios. No importa que la Revelación nos anuncie un amor eficaz aun 
estando nosotros lejos en nuestros delitos y pecados. No importa 
que Jesús elabore la parábola del padre maravilloso y el hijo 
pródigo para hablar de una gratuidad del perdón, de un amor 
incondicional. Seguimos, tal vez, eligiendo la seguridad de la ley, la 
compra de la felicidad y del premio a través de obras que nosotros 
hacemos, no a través de gestos salvíficos que Dios hace 
gratuitamente en nosotros.
Más allá de la seguridad falsa de la ley, el cristiano asume su 
inseguridad ante el rostro de un Dios a quien, con palabras de 
Jesús, podemos llamar "Abba, Padre". Convivir con la inseguridad 
es al mismo tiempo preguntarnos sabiendo la respuesta: "¿Quién 
nos apartará del amor de Cristo?" (/Rm/08/35). Tal vez sea ésta 
una de las pocas seguridades que en la existencia humanamente 
insegura podemos albergar regalada por Dios en Jesús. La 
seguridad del amor va más allá de nuestros méritos, más allá de 
nuestros poderes, más allá de nuestras santidades, más allá de 
nuestros pecados.
Un problema de orden más profundo comienza cuando la inseguridad 
no solamente zarandea la horizontalidad de nuestra vida, sino que 
pone en cuestión nuestra propia fe, la credibilidad o la existencia 
misma del Dios que nos ama. Nos encontramos en la inseguridad 
última, la inseguridad que genera una "noche oscura". Esa 
inseguridad que nos insensibiliza a la experiencia gozosa creatural 
es, tal vez, la más trágica del hombre. El último reducto de la 
seguridad queda amenazado por la oscuridad y la crisis de esas 
noches oscuras. La oración del creyente es entonces el inseguro 
balbuceo, el grito aparentemente en el vacío, la paciente espera del 
Esposo que tarda en llegar. En este contexto nos habla Jesús de los 
lirios del campo y de las aves del cielo (Lc 12,22-28), invitándonos a 
un maduro abandono infantil. La providencia, tal vez incapaz de 
transformar en nuestro favor la historia, nos acompaña por esa 
historia con una fidelidad inquebrantable al hombre y a la alianza 
establecida por Dios.

Sólo el amor integra la inseguridad
Convivir cristianamente con la inseguridad es un problema, en 
definitiva, de amor. La inseguridad como dato de la vida nos 
amenaza, asusta, invita a tomar otros derroteros más confortables. 
Sólo el amor aporta la energía suficiente para afrontar sanamente la 
inseguridad. Comprometerse cristianamente con las causas 
humanas en las que se juega un valor importante para la vida del 
hombre produce mucha inseguridad. Primero, porque muchas veces 
la historia no nos ofrecerá perfiles nítidos que nos permitan la luz 
suficiente para decidirnos con plena tranquilidad. Segundo, porque 
los poderes de este mundo segregarán inseguridad para atemorizar 
a todos aquellos a quienes les interese de verdad la justicia y el 
Reino. Para afrontar esas inseguridades, para no evitarlas huyendo 
de ellas y abandonando al pobre, al oprimido, al marginado, 
necesitamos mucho amor. Necesitamos amar a Jesús en un 
seguimiento que se haga historia y visibilice el Reino; necesitamos 
amar al hombre, cuya vida es gloria de Dios. Comprometerse con 
causas por las cuales se puede dar la vida es amar más al otro, y a 
Dios al fondo, que mi propia seguridad incluso vital. Sólo el amor 
permite integrar paz e inseguridad. El valor por el cual nos jugamos 
nuestra seguridad es tan importante que merece la pena 
experimentarse inseguros. La Vida, el otro el hombre, hijo y 
hermano, valen más que las seguridades con las que los poderes 
de este mundo quieren amordazarnos y comprarnos. Convivir con la 
inseguridad en paz es convivir con el amor; es decir, vivir la locura 
de no buscar más seguridad que la que pueda darnos el Hombre 
que vivió, murió y resucitó por nosotros y soñó con realismo un 
Reino para el hombre donde no habrá más inseguridad.

J.A. Garcia Monge
SAL-TERRAE/91/01. Págs. 37-47