16. La Vida Eterna
Por Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo
LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS Y LA VIDA ETERNA
16.1 LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS
16.1.1 El hecho de la Resurrección
El articulo del Credo: "... espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro", nos enseña que al fin del mundo los
hombres resucitarán, esto es, que el alma de cada hombre volverá a
juntarse con el cuerpo que tuvo en la tierra, para no separarse ya de él.
Enseña también la existencia de una vida futura distinta a la
presente.
Se trata de una resurrección de la carne, porque son los cuerpos los
que vuelven a la vida, ya que el alma ni ha muerto, ni puede morir.
Es posible que se junten los átomos dispersos de los cuerpos por la
virtud omnipotente de Dios. Dios, en efecto, no tendrá más dificultad
en reunirlos, que la que tuvo en sacarlos de la nada
Que los muertos resucitarán es una verdad de fe, no alcanzable con el sólo
esfuerzo racional. Consta:
a) Por el testimonio de la Escritura. Así, dice San Juan: "Todos
los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y
resucitarán, los que obraron el bien para la vida eterna; y los que
obraron el mal para ser condenados" (5, 28, 29).
b) Por la enseñanza de la Iglesia en los Concilios y en los Símbolos
(cfr. Dz. 1 ss, 40, 287, 464, 531,etc.).
Dios ha dispuesto la resurrección de la carne para que el cuerpo
participe del premio o castigo del alma, como participante que fue de su
virtud o de sus pecados.
16.1.2 Modo de la resurrección
No todos los hombres resucitarán en el mismo estado, pues mientras los
cuerpos de los condenados aparecerán llenos de ignominia, los de los
justos, a semejanza de Cristo resucitado, tendrán las dotes de los
cuerpos gloriosos.
" Todos resucitaremos, mas no todos seremos mudados", esto es,
glorificados (1 Cor. 15, 51). "Cristo transformará nuestro cuerpo
abatido para hacerlo conforme al suyo glorioso" (Fil. 3, 21).
Las dotes de los cuerpos gloriosos son cuatro:
a) La impasibilidad, que consiste en que el cuerpo no estará sujeto al
sufrimiento ni a la muerte.
b) La agilidad, que consiste en que podrá trasladarse en un momento a
lugares muy remotos.
c) La claridad, que consiste en que estará vestido de incomparable
gloria y hermosura.
d) Y la sutileza, que consiste en que podrá penetrar otros cuerpos,
como Cristo penetró en el cenáculo después de la Resurrección.
La consideración de este dogma debe movernos a mortificar nuestro
cuerpo y apartarlo de la sensualidad, para que un día ostente las señales
de los cuerpos glorificados.
16.2 FE Y ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA
"La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de
opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana
con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión
reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de
vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se
toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su
llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. Perdido para muchos
cristianos el sentido escatológico, la muerte ha quedado arrinconada
por el silencio, por el miedo o por el intento de trivializarla. Durante
siglos la Iglesia nos ha enseñado a rogar para que la muerte no nos
sorprenda de improviso, que nos de tiempo para prepararnos, ahora, por
el contrario, es el morir de improviso lo que es considerado como
gracia. Pero el no aceptar y el no respetar a la muerte significa no
aceptar ni respetar tampoco la vida. (Card. Ratzinger, Informe sobre la
fe, BAC. 1985, p. 160), (cfr. Puebla, nn. 166, ss., 347, 349, 371,
378-384).
El último artículo del Credo: "Creo en la vida del mundo futuro
", nos enseña que después de la muerte hay otra vida, eternamente
feliz para los que murieron en gracia de Dios, o eternamente desgraciada
para los que murieron en pecado mortal.
Dios se llama Remunerador precisamente en cuanto remunera a los buenos
con la gloria eterna, y a los malos con el eterno suplicio.
Las verdades que miran a nuestra suerte postrera, y que por eso se
llaman postrimerías, son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria, Llámanse
también novísimos, palabra que significa "los últimos
sucesos".
El Purgatorio no figura entre las postrimerías porque no es para las
almas un lugar definitivo, como el cielo o el infierno. El Limbo tampoco
figura entre ellas, porque es tan sólo una forma particular del
infierno (hay pena de daño pero no de sentido, cfr. Dz. 493 a).
16.2.1 La muerte no es el fin
Sobre la muerte sabemos con certeza algunas cosas; otras en cambio, las
ignoramos por completo.
lo. Es cierto: a) que todos moriremos; b) que la muerte es castigo del
pecado; c) que fijará nuestro destino por toda la eternidad.
"Por un solo hombre (Adán) entró el pecado en este mundo, y por
el pecado la muerte" (Rom. 5, 12). "Donde caiga el árbol, al
sur o al nortea allí quedará" (Ecle. 11, 3).
2o. Es incierto: el lugar, tiempo y modo de nuestra muerte, y la suerte
que nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas para que en todo
momento lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y siempre
estemos preparados a comparecer ante El.
El Señor nos dice en la Escritura que la muerte llegará como un ladrón,
esto es, cogiéndonos desprevenidos. Y la experiencia prueba que con
muchísima frecuencia acontece así (Lc. 12, 39 y 40).
Dios lo quiere así para que estemos siempre en su gracia y servicio. Si
supiéramos el día de nuestra muerte, dejaríamos tal vez de servir y
temer a Dios durante nuestra vida, en la confianza de tener a última
hora tiempo seguro para arrepentirnos.
16.2.2 Necesidad de obrar con rectitud
La muerte da importantes lecciones de prudencia, que hemos de saber
aprovechar.
La primera nos la da el Salvador cuando nos dice: "Estad
preparados, porque no sabéis el día ni la hora" (Mt. 25, 13).
La segunda es desprendernos de lo terreno, pues sólo lo eterno perdura.
La tercera nos la da San Pablo cuando dice: "Mientras tengamos
tiempo, obremos el bien" (Gal. 6, 10). En efecto el tiempo de
expiar nuestros pecados y de obtener méritos para el cielo termina con
la muerte.
Nos enseña también la Sagrada Escritura que "La muerte del justo
es preciosa a los ojos del Señor" (Ps. 115, 15); pero que "la
muerte de los pecadores es pésima" (Ps. 33, 22). En consecuencia
que conforme es nuestra vida, será nuestra muerte.
Son terribles las palabras con que Dios amenaza a los impios en el libro
de los Proverbios: "os estuve llamando y no me respondisteis;
menospreciasteis todos mis consejos y ningún caso hicisteis de mis
reprensiones; yo también miraré con risa vuestra perdición, y me
mofaré de vosotros cuando os sobrevenga lo que temíais, cuando la
muerte se os arroje encima como un torbellino" (1, 24 ss.).
16.2.3 El juicio particular
El juicio particular, que se realiza inmediatamente después de la
muerte de cada hombre, consiste en que Jesucristo, en cuanto Dios y en
cuanto hombre, juzga a aquella alma sobre el grado de caridad: si murió
o no en el Amor de Dios, y en qué grado. En seguida dictará sentencia
de salvación o condenación eterna.
La justicia del supremo juez será: a) estricta: "Descubrirá lo más
secreto de los corazones" (I Cor. 4, 5); b) inapelable, pues es tan
sólo poner de manifiesto aquello que el hombre libremente determinó
cuando podía hacerlo.
Dios juzgará nuestros pensamientos, deseos, palabras, obras y
omisiones. "Daremos cuenta hasta de una palabra ociosa- (Mt. 12,
36) dice la Escritura.,
La norma según la cual nos juzgará el Señor no son los falsos
principios del mundo, ni el dictamen de nuestras pasiones; sino las máximas
de su Evangelio y las enseñanzas de su Iglesia. En definitiva, del
grado de gracia -unión con Dios- que el alma posee en su último
instante.
16.3 LA ETERNA CONDENACION EN EL INFIERNO
El infierno es un lugar de tormentos, donde sufrirán eternos suplicios
los que mueren en pecado mortal.
Respecto al infierno son verdades de fe: lo. que existe; 2o. que hay en
él pena de fuego; 3o. que sus tormentos son eternos; y 4o. que van a él
los que mueren en pecado mortal.
Esto consta por muchas y muy claras palabras de la Escritura. Ella llama
al infierno "lugar de tormentos" (Luc. 16, 28), "suplicio
eterno", (Mt. 25, 46), "fuego inextinguible" (Mc. 9, 42).
Y Dios dirá a los réprobos: "Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno que está preparado para el demonio y sus ángeles" (Mt. 25,
41).
Setenta veces habla la Escritura del infierno; de éstas, veinticinco en
los Evangelios
La Iglesia siempre ha enseñado la existencia del infierno: "las
almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual,
inmediatamente después de su muerte bajan al infierno, donde son
atormentadas con penas infernales (Benedicto XII, Const. "Beneditus
Deus" Dz. 53l).
"Los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la
vida eterna, pero los que hayan rechazado hasta el final, serán
destinados al fuego eterno que nunca cesará".
Paulo VI lo volvió a recordar en el "Credo del Pueblo de Dios
(n.12): "los que hayan rechazado hasta el final, serán destinados
al fuego que nunca cesará".
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe insiste que "la
Iglesia, en una línea de fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición….cree
en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión
de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser" (Sobre
algunas cuestiones referentes a la escatología, carta del 9-V-1979).
16.3.1 Penas del infierno
Las penas del infierno son:
la. La privación de todo bien: de todo reposo, alegría, amor y
esperanza; y en especial la privación de Dios. Es la llamada "Pena
de daño".
2a. El sufrimiento de todo mal y dolor. La escritura lo llama
"Lugar de tormentos" y especialmente insiste en el suplicio
del fuego. Se le denomina "Pena de sentido".
Las penas del infierno serán iguales en duración para todos los
condenados, pues son eternas; pero en cuanto a la acerbidad, serán
diferentes, de acuerdo con la gravedad de los pecados y el abuso de las
gracias recibidas.
Dios dará a cada uno según sus obras (Rom 2, 6). "Cuanto a engreído
y regalado dadle otro tanto de tormento y llanto" (Apoc. 28, 7).
16.3.2 Pena de daño y pena de sentido
la. La privación de la vista de Dios se llama pena de daño, y es la más
terrible de las penas del infierno. En efecto, nos priva para siempre de
Dios, el bien infinito para el que fuimos creados; y al privarnos de
Dios, nos priva de todo otro bien y felicidad.
En esta vida no podemos tener siquiera idea aproximada de la pena de daño,
porque los bienes de este mundo nos entretienen v cautivan. Pero en la
otra, al ver que fuera de Dios no puede haber bien alguno, los
condenados experimentarán en toda su terrible realidad la infelicidad
de verse privados de El para siempre.
Dios no deja de ser para el condenado el último fin y felicidad. Y esto
es precisamente lo que hace la infelicidad del condenado, al considerar
que ya nunca podrá alcanzar su último fin, ni ser feliz.
El condenado tiende a Dios con la misma violencia con que una piedra
dejada en el aire se lanza a su centro de gravedad; pero Dios lo
rechazará, y entonces entrará aquél en eterno llanto y desesperación.
2a. La pena de sentido consiste en el fuego y demás tormentos que
experimentarán los condenados. La Escritura lo llama fuego voraz e
inextinguible; "Juego que nunca se apaga", repite tres veces
Cristo (Mc. 9, 42).
16.3.3 Remordimiento y desesperación
Todas las facultades tendrán en el infierno su castigo especial. Y si
el castigo de los sentidos es el fuego, y el de la inteligencia y la
voluntad es la pena de daño, el castigo de la memoria es el
remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.
lo. El remordimiento es la pena de la memoria, que le recuerda al
condenado los muchos medios de salvación que tuvo en la tierra, el
desprecio que hizo de ellos, y cómo vino a condenarse sólo por su
culpa.
2o. La desesperación es la pena de la imaginación, que le vive
representando que sus tormentos durarán no por mil años, ni por
millones de anos, sino mientras Dios sea Dios, por toda la eternidad.
16.3.4 Eternidad de las penas
La eternidad de las penas del infierno es dogma de fe definido por la
Iglesia, que consta en muchos lugares de la Sagrada Escritura.
Así leemos en el Apocalipsis: "Serán atormentados día y noche
por los siglos de los siglos" (14, 10). Dios dirá a los réprobos:
"Id, malditos, al fuego eterno". Jesucristo lo nombra "El
suplicio eterno" y "el fuego que nunca se extingue" (Mt.
25, 41, 26).
La eternidad de las penas no contradice la misericordia divina, porque
si ésta es infinita, también es infinita su justicia.
Por otra parte esta verdad está tan claramente establecida en la
Escritura y en las definiciones de la Iglesia que el negarla equivale a
dejar de ser católico.
Para evitar el infierno debemos pensar con frecuencia en la eternidad de
sus penas para fomentar en nuestra alma el temor de Dios y el
cumplimiento de sus mandamientos.
"No olvides hijo, que para ti en la tierra sólo hay un mal, que
habrás de temer, y evitar con la gracia divina: el Pecado" (Josemaría
Escrivá de Balaguer, Camino, n. 386).
16.4 EL PURGATORIO
16.4.1 Su existencia
El Purgatorio es un lugar de purificación, en donde las almas justas
que no han expiado completamente sus pecados, los expían con graves
sufrimientos antes de entrar al cielo.
Respecto al purgatorio son verdades de fe: a) que existe como lugar de
expiación; b) que podemos ayudar a las almas allí detenidas.
La existencia del Purgatorio está claramente enseñada en el
Magisterio, implícitamente contenida en la Escritura, y confirmadapor
la misma razón..
lo. Claramente enseñada por el Magisterio eclesiástico.
Baste citar estas palabras del Concilio de Trento: "La Iglesia Católica
enseña que hay un purgatorio y que las almas allí detenidas reciben
alivio por los sufragios de los fieles, principalmente por el santo
Sacrificio de la Misa" (Dz. 983).
2o. Implícitamente contenida en la Sagrada Escritura.
En efecto, después de narrar el libro de los Macabeos, cómo Judas envió
doce mil dracmas de plata a Jerusalén, "para que se ofreciese un
sacrificio por los muertos en el combate", agrega: "Es cosa
santa y saludable el rogar por los difuntos a fin de que sean libres de
sus pecados" (II Mac. 12, 46). Pues bien, si no hubiera purgatorio,
esta práctica no sería santa y saludable, sino inútil; pues ni las
almas del cielo necesitan oraciones, ni las del infierno pueden
aprovecharlas.
3o. Confirmada por la razón. En efecto, hay almas que mueren en gracia
de Dios pero sin haber expiado convenientemente sus pecados. Pues bien,
Dios seria injusto al condenarlas, porque están en gracia y sería
injusto el introducirlas así al cielo, porque no han satisfecho
debidamente a su justicia. Debe, pues existir para estas almas un lugar
intermedio, donde se purifiquen antes de entrar al cielo.
La Reforma, en teoría, no admite el purgatorio, por consiguiente, las
oraciones por los difuntos. Pero en la práctica, al menos los luteranos
alemanes han vuelto a ellas justificándolas con algunas consideraciones
teológicas. Las oraciones por los propios allegados son un impulso
demasiado espontáneo para que pueda ser sofocado; es un testimonio bellísimo
de solidaridad, de amor, de ayuda que va más allá de las barreras de
la muerte. De mi recuerdo o de mi olvido depende un poco de la felicidad
o de la infelicidad de aquel que me fue querido y que ha pasado ahora a
la otra orilla, pero que no deja de tener necesidad de mi amor" (Card.
Ratzinger, Informesobre la fe, BAC, 1985, p. 162).
16.4.2 Penas del purgatorio
Dos clases de pena se sufren en el purgatorio: la pena de daño o
privación de la vista de Dios; y la de sentido, que consiste en el
fuego y otros padecimientos.
a) Respecto a su intensidad, sabemos que son proporcionados al número y
gravedad de los pecados; y que son mucho más intensas que los
sufrimientos de esta vida; pero que las benditas almas las sufren con
resignación, y aun con alegría, por la certidumbre de su salvación.
b) Respecto a su duración, no tenemos dato cierto. Sin embargo, es
claro que socorrer a las benditas ánimas es: a) grato a Dios, quien las
ama tiernamente, y quiere verlas pronto en su gloria; b) provecho para
ellas, que nada pueden por sí mismas ya que ha pasado el tiempo de
satisfacer; c) útil a nosotros, pues se convertirán en poderosas
intercesoras nuestras.
En especial hemos de pedir por aquéllas con quienes nos unan vínculos
de parentesco, amistad y gratitud; y por aquéllas que puedan estar
sufriendo por causa nuestra.
Podemos socorrer a las benditas almas: con oraciones, comuniones,
limosnas y buenas obras, por indulgencias ganadas en su favor, y sobre
todo por el Santo Sacrificio de la Misa.
16.5 LA ETERNA FELICIDAD DEL CIELO
El cielo es el lugar de la eterna felicidad donde Dios recompensa a los
justos: "venid benditos de mi padre, a poseer el reino que os tengo
preparado desde el principio del mundo (Mt. 25, 34). Es tan diferente a
todo lo que conocemos, que nos es difícil imaginar ese premio. Por la
fe, sin embargo, sabemos que existe.
La gloria del cielo es esa felicidad que el hombre desea vehementemente
en esta tierra. El corazón humano está hecho para amar a Dios, y
algunas veces lo consigue y otras, en cambio, se queda en las criaturas,
que nos ocultan a Dios.
Pero en la tierra el gozo es siempre incompleto, mientras que en el
cielo la dicha es perfecta y no tendrá ya fin: es la felicidad poseída
eternamente, sin descanso y sin cansancio.
No podemos expresar con palabras humanas la gloria del cielo. San Pablo
nos advierte que "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la
mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman" (I
Cor. 2, 9)
• el Apocalipsis canta que "Dios mismo será con ellos su Dios y
enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni
habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado"
(Apoc. 21. 3-4).
• San Agustín comenta: "Descansaremos y contemplaremos y
amaremos, y alabaremos (De civitate Dei, 22, 30: PL 41, 804).
Es lo que enseña la Iglesia "veremos con claridad al mismo Dios,
Trino Uno, tal cual es" (Conc. de Florencia, Dz. 693).Este
contemplar a Dios cara a cara es lo que llamamos visión beatífica, y
ocupará nuestra vida en el cielo, llenándonos de felicidad.
16.5.1 La visión beatifica
La visión beatífica es la visión directa e intuitiva de Dios. En este
mundo no conocemos a Dios sino por raciocinio, en cuanto las criaturas
nos revelan su existencia. En la otra vida "lo veremos tal como
es", en su misma esencia y belleza infinita (I Jn. 3, 2).
Para poder ver a Dios éste nos eleva a un modo de conocer mucho más
perfecto, que se llama la luz de la gloria (lumen gloriae), luz
sobrenatural que perfecciona nuestro entendimiento. Ya que la visión de
la esencia de Dios, está sobre la naturaleza del hombre.
El objeto principal de la visión beatífica es Dios mismo. Pero en la
esencia divina verán las almas cuanto les cause placer, como los
misterios que creyeron en la tierra, y muchas verdades y sucesos de este
mundo.
La visión de Dios produce el amor beatífico. Conociendo su infinita
bondad y belleza no podemos menos de amarlo con todo nuestro corazón.
Nos advierte el Apóstol que la fe y la esperanza desaparecen en la otra
vida. Ahí ya no creemos, sino que vemos; ya no esperamos, sino que
poseemos; mientras que el amor en el cielo se aumenta y perfecciona.
El amor de Dios nos hará felices, porque comprendemos que Dios,
infinito Bien e infinita Belleza, es nuestro bien propio, esto es, se
nos dará para saciar la sed de felicidad de nuestro corazón.
16.5.2 Posesión de todo bien. Ausencia de todo mal
lo. En el cielo tendremos en Dios todo Bien, toda felicidad, y la
realización de todo deseo, porque Dios es el bien infinito.
"Quedarán embriagados con la abundancia de tu casa, y les harás
beber en el torrente de tus delicias", dice el Rey David (Ps. 35,
9).
2o. Ningún mal puede haber en el cielo, ni pecado, ni posibilidad de él,
pues seremos confirmados en gracia; ni dolor, ni inquietudes, ni
siquiera necesidades o deseos, porque todos se verán de antemano
satisfechos.
No podemos comprender la felicidad del cielo, porque para ello necesitaríamos
comprender la infinita Bondad y Belleza de Dios. Sabemos, sí, que es
una felicidad que no tendrá fin, y será sin interrupción ni
menoscabo.
16.5.3 La gloria accidental
Además de la felicidad esencial de la visión beatifica, en el cielo
los justos gozarán de una bienaventuranza accidental: la compañía de
Jesucristo, de María Santísima y de San José, de los ángeles y de
los santos; el bien realizado en este mundo; y, después del juicio
universal, la posesión del propio cuerpo resucitado y glorioso.
Por otra parte, los gozos del cielo no serán iguales para todos, sino
en proporción a los méritos de cada uno. El amor de Dios hace con los
justos algo parecido a lo que hace el fuego con el hierro candente, que
resplandece y arde gracias al calor, que recibe. Todos los
bienaventurados serán eternamente felices, pero serán premiados de
modo diverso.
Habrá premios diferentes según haya merecido cada uno, y, sin embargo,
todos serán absolutamente felices porque estarán plenamente llenos de
Dios, de acuerdo con su capacidad adquirida por la correspondencia a la
gracia durante la vida terrena.