PRIMERA PARTE

LO FEMENINO

Un estudio para recuperar lo femenino

en la espiritualidad franciscana

Lo que nos mueve a estudiar aquí lo femenino es principalmente el descubrimiento de Clara de Asís que estamos haciendo a partir del octavo centenario de su nacimiento.

Durante siglos, nuestra cultura estuvo dominada por el patriarquismo, que relegó lo femenino a una escala de inferioridad. Hoy, quizás porque la humanidad ya no soporta esta situación, quizás porque se está haciendo sentir una evolución natural, o quizás por ambas cosas, comenzaron a abrirse otras perspectivas. Y, a su vez, nosotros estamos tomando conciencia de que la espiritualidad franciscana tiene una fuerte connotación femenina, por lo que nos sentimos en la obligación de rescatarla.

Estoy convencido de que Clara de Asís marcó los comienzos del Franciscanismo con su personalidad, influyó en la santidad de Francisco y contribuyó con sus Hermanas a elaborar lo que hoy conocemos como espiritualidad franciscana. Por eso, ahora, en las postrimerías del siglo XX, toda la familia franciscana debe volver a esa fuente de Clara y de sus Hermanas-a las del siglo XIII y a las de toda la historia- para recuperar su plenitud y dar al siglo XXI la respuesta que la humanidad tiene derecho a exigir de su carisma. Por otra parte, estoy plenamente convencido de que, en el decurso de todos estos siglos pasados, el mundo de los franciscanos y de las franciscanas fue uno de los sectores en que lo femenino floreció permanentemente.

Lo femenino no quiere decir aquí algo exclusivo o propio de la mujer. Es una dimensión profunda de todos nosotros. Toda nuestra sociedad, todos y cada uno de nosotros necesitamos recuperar la riqueza de lo femenino. Como se trata de una fuerza polarizada, estamos viviendo mal tanto lo femenino como Lo masculino.

No enfocamos el tema ni desde el punto de vista de la teología ni desde el de la psicología. Esas dos ciencias nos ofrecen estudios de gran valor. Hasta tenemos un numeroso grupo de mujeres teólogas y psicólogas que están aportando una excelente contribución que promete ser todavía más importante. Lo que pretendo aquí es abordar el tema desde el punto de vista de la espiritualidad, que no es una ciencia, sino una praxis. Y llamo la atención sobre el hecho de que quien escribe es un hombre que cree profundamente en lo femenino que todos recibimos como un don de Dios.

No tengo la pretensión de definir lo femenino. Ello implicaría una actitud marcadamente masculina. Prefiero recorrer los caminos de la mitología y de la literatura, que siempre fueron mucho más abiertos al tema. El lenguaje de los símbolos, particularmente los del Sol y de la Luna, más todo cuanto nos legaron los mitos antiguos, como los de Eros y Psiqué, Tristán e Isolda, los Caballeros de la Tabla Redonda y el Santo Graal serán presencias importantes en nuestra reflexión, aunque no estén expresamente puestas de manifiesto. No pretendo excluir lo que el patriarquismo conquistó en los últimos milenios: son riquezas, sí, pero que necesitan del equilibrio del femenino, que en tantas ocasiones le faltó.

1. ¿QUÉ ES LO FEMENINO?

Vamos a intentar aquí un esbozo sin mucho rigor científico, partiendo justamente de los más conocidos prejuicios que solemos tener contra lo femenino. Tengamos en cuenta que esos prejuicios no están solamente en la apreciación de los hombres, sino que son aceptados también por no pocas mujeres.

Partimos del principio de que un prejuicio, por falso que sea, debe contener alguna base de verdad, pues de lo contrario habría desaparecido rápidamente. Los prejuicios existen porque los hombres entran en contacto con su ánima, lo femenino interior, a la que no conocen en su total realidad ni la integran, sino que proyectan en todo lo femenino tan sólo esa pequeña porción en la que entran en contacto.

Mi listado de prejuicios no es completo, pero creo que puede ser sugerente.

1. Femenino es debilidad

Una de las afirmaciones más antiguas y más comunes es la que califica a las mujeres como "sexo débil". Esa debilidad no es referida tan sólo a la fuerza física, sino también a la psíquica, a la moral y a la espiritual. Hasta la misma "Leyenda de Santa Clara" afirma eso, y no es difícil captar el mismo prejuicio en diversos pasajes de la "Fuentes Clarianas".

¿Qué ha llevado a los hombres a suponer eso? ¿Será el hecho de que las mujeres no se adapten tanto ni gusten de la guerra? ¿Así como tampoco en lo referente a los trabajos del campo y de la construcción? ¿O quizás por parecer menos dispuestas a los esfuerzos ascéticos?

El cuerpo femenino puede tener menos fuerza para luchar y empujar, pero tiene mucha más resistencia física. Las mujeres generalmente sobreviven a los hombres. Su cuerpo, normalmente más delicado, puede contraponerse a los cuerpos más rudos de los machos de la especie, lo que quizás se deba a su relación con la maternidad, a la que su naturaleza está íntimamente unida. Puede ser también porque las mujeres parecen más inclinadas a buscar su centro de interioridad. Y hasta por vivir concretamente en una apertura constante hacia la transformación. Ellas tienden a manifestar su cuerpo más intensa y espontáneamente como expresión del espíritu.

El hecho es que, a través de la historia -y la Biblia es un excelente testimonio- las mujeres han dado sobradas pruebas de no ser débiles. Creo poder afirmar que son los hombres los que, débiles frente a la figura femenina materna, esquivos y asustados frente al encuentro con la femineidad interior que los desafía, terminan proyectando esa imagen de lo femenino débil.

2. Femenino es irracionalidad

Otra afirmación prejuiciosa (actualmente expresada más cautamente) es la que afirma que las mujeres son menos racionales que los hombres, puesto que suelen dejarse llevar por los instintos y las emociones, que influyen en ellas más que los argumentos de razón.

Una de las mayores conquistas del patriarquismo fue, de hecho, la de la libertad racional, que desarrolló la capacidad de abstracción y se basa en un juicio ponderado de las situaciones. Frente a esto, instintos y emociones parecen un desafío salvaje de una naturaleza aún no dominada completamente por la razón. De ahí que el patriarquismo intente dominar los instintos y las emociones, reprimirlos y aún suprimirlos. Decretó que son mociones contrarias al mismo Dios, quien es considerado como la racionalidad por excelencia. Por eso las mujeres, y hasta lo femenino, han sido catalogados no sólo poco afectos a la racionalidad abstracta, sino también como presa fácil del demonio de la irracionalidad, lo que representa una amenaza para los hombres racionales.

Creo poder afirmar que, de hecho, las mujeres son más intuitivas, menos racionalistas (no menos capaces, sino menos confiadas en la omnipotencia de la racionalidad) y que se dejan llevar más fácilmente por las emociones. Pero ¿quién puede afirmar que "menos racional" y "más emotivo" es peor? Nosotros hemos inventado ese prejuicio.

La relación concreta con la vida y con todas sus manifestaciones que, habitualmente, no son ideas, llevan a las mujeres a involucrarse más con lo concretamente humano y a no distanciarse de ello mediante la abstracción. Ellas se ligan más a una vida que se transforma a partir de adentro y no a una transformación extraída de la vida y empeñada en modificarla actuando desde afuera.

Pero también el ánima o femineidad interior cuestiona y sopesa la presumida racionalidad pura de los hombres.

3. Femenino es irresponsabilidad

También se ha afirmado muchas veces que lo femenino es irresponsabilidad porque no responde de sus actos. Esclavas de los sentidos y de los sentimientos, las mujeres parecen estar de fiesta cuando todo les va bien y lloran cuando las cosas no se les dan como ellas quisieran. "El hombre no llora": llorar es vergonzoso, puesto que manifiesta una personalidad disminuida, desperdiciada, destruida. Y afirmamos que no nos podemos dejar llevar por esos aspectos destructivos de la existencia.

El hombre, que busca a Dios y a las cosas del espíritu, no puede tolerar vivir la vida como si fuese un juego. Fundamentalmente, porque en el juego se está al borde de la destrucción y de la muerte, desviándose del camino de la inmortalidad.

De hecho, lo femenino no logra impulsar con seriedad a conseguir las metas abstractas y artificiales inventadas por el hombre. Está comprometido con la vida, que llevamos en vasos de barro. Vive asido a seres débiles, como los niños, los enfermos, los ancianos, y encuentra mejor llorar con los que lloran y reír con los que ríen. En el fondo de sí mismo no cree mucho en la solidez del mundo de los hombres y hasta piensa que puede venirse abajo en cualquier momento. Por eso intenta afirmar su permanencia dentro de sí mismo. Trabaja por la transformación de lo común, mas no de lo que exige un esfuerzo de choque. Es tan responsable como Lo masculino, pero las suyas son responsabilidades diferentes, que deben ser evaluadas también desde una perspectiva diferente.

Quien debe responder de sus actos es la persona integral, y la mayor parte de las mujeres así lo hace. Quizás más que los hombres, al menos en el ambiente familiar. Y nadie puede negar que lo femenino interior (en el interior de los hombres), como no encuadra en las reglas de la racionalidad, también puede parecer extremadamente irresponsable. Y somos todos, hombres y mujeres, quienes tenemos que enfrentar nuestra propia responsabilidad.

4. Femenino es frivolidad

Frívolo es lo que parece no esencial, no importante. Frivolidad es ocuparse en cosas accidentales y pasajeras. El hombre, que impone una cultura de desarrollo, tiende a juzgar que ciertas cosas, como la ropa, la comida y todo cuanto dice relación directa con el cuerpo, como excreciones, emanaciones, olores, etc., solamente pueden soportarse para garantizar la supervivencia y la reproducción. Quien se ocupe preferentemente de esas cosas es frívolo, no siembra para la eternidad. La misma sensualidad y hasta el sexo pueden entrar en la clasificación de cosas pasajeras. Algunos de sus aspectos pueden aceptarse como "diversión", "distracción". Pero es reprensible dedicar mucho tiempo a esas cosas. Así nos enseñaron a pensar.

Normalmente son las mujeres quienes tienen que ocuparse de todas esas "frivolidades". Están comprometidas con los niños, la casa, la familia para alimentarla y vestirla. Tienden a encontrar placer en lo que hacen, aún sabiendo que eso no lo es todo. Asumen los problemas de todas las personas queridas. Trabajan diariamente por mejorar las cosas. Es innegable que tienen algunas actitudes frívolas, pero es mucha irresponsabilidad tachar de frívolo a quien se preocupa por minucias sin las cuales nuestra vida no podría desarrollarse normalmente.

El riesgo de no querer aceptar que la vida incluye numerosos aspectos pequeños y, en sí mismos secundarios, implica no lograr acoger ni comprender al ánima con sus accidentalidades. Ciertamente, tenemos que ejercer una capacidad muy grande de permanente discernimiento para no ahogarnos en nonadas, pero, para discernir, es preciso acoger todo, punto por punto, sin rechazar ni reprochar antes de reflexionar.

5. Femenino es peligro

Los antiguos ascetas siempre afirmaron con todas las letras que las mujeres son peligrosas. Y toda nuestra cultura está impregnada de esa convicción. Tiene, sí, su fundamento, pero también hay que mirar el lado positivo.

Las mujeres y lo femenino son considerados peligrosos principalmente porque son imprevisibles, porque se ligan a mociones interiores que nadie controla. El patriarquismo percibió eso hace ya mucho tiempo y dictaminó que las mujeres deberían aprender a desconfiar de sí mismas y de cuanto surge de su interioridad. Deberían limitarse a cumplir sumisamente sus deberes de esposas, de madres y de amas de casa.

En casi todas las culturas se descubrió la ventaja de aislar lo femenino en gineceos o departamentos reservados, en territorios aparte o, al menos, tratar de cubrirlas con mucha tela y muchas restricciones.

De hecho, lo femenino es muy peligroso. Pero no son tanto las mujeres las peligrosas. El peligro está en todo cuanto se enfrenta a la aventura de liberarse de lo femenino antiguo, representado por la propia madre y, por extensión, por la familia, para conquistar totalmente el castillo del Graal, es decir, toda la plenitud interior de los hombres, que es femenina. Los hombres se comprometen con facilidad, luego racionalizan y abandonan la búsqueda. Ése es el peligro: desistir de alcanzar la plenitud por haber desistido de buscar lo femenino interior.

La mayor parte de los hombres vive temblando de miedo frente al Femenino. Sus actitudes agresivas y pretendidamente superiores se deben a ello.

Conviene recordar que lo femenino interior es el que lleva al Cristo interior y que es una manera de entender al propio Cristo interior. Dejamos de encontrar nuestra plenitud interior cuando dejamos de buscarlo.

6. Femenino es seducción

Una de las excusas más usuales para expresar las dificultades que los hombres tienen con las mujeres es el de tildarlas de seductoras. Literalmente hablando, seductor es todo cuanto consigue atraer a sí. Evidentemente que aquí no se trata ni de la violencia ni de la fuerza como medios de atracción, que son más bien propias de los hombres, sino del aparente recurso inocente de la capacidad de atraernos como si estuviésemos anestesiados o hubiésemos sido víctimas de un encantamiento.

Para el hombre, que está en permanente lucha y con muchas dificultades para lograr sus ideales heroicos, superiores (lo que constituye una ascesis, por más que no aparezca como un empeño religioso), las mujeres se le presentan como malévolos impedimentos: vienen a desviarlo de su camino porque lo quieren para ellas, para sus pasiones y para saciar sus deseos corporales. De ahí que entonces se atribuyan a las mujeres las actitudes más vulnerables y voluptuosas. Se considera una desgracia que los hombres, potencialmente tan ricos en su espiritualidad, caigan presos del materialismo en que las mujeres los enredan.

De hecho, las mujeres tienen que arrancar a los hombres fuera de sí mismos, y su manera específica de hacerlo no es logrando convencerlos, ni tampoco usando la fuerza física ni la intelectual. Todos tienen que ser atraídos a la vida, al compromiso con los demás y con el mundo para una vivencia que no los aliene y que los ayude a transformarse mediante un crecimiento, como una planta, y no por superposición de cosas, como si fuesen una pared.

Depende de cada uno saber hasta dónde puede dejarse llevar; por lo cual debe aprender a resistir a cuanto no juzgue conveniente para su realización.

7. Femenino es pasividad

Nuestro mundo exalta la capacidad de tomar la iniciativa, de liderar y de conducir a la sociedad. La historia siempre exaltó a los reyes y a los generales. Y también a cuantas personas se destacaron por señalar y abrir nuevos caminos. Tildar a alguien de "locomotora" puede significar un elogio.

Por otra parte, ya es cosa vieja considerar a las mujeres como pasivas. Quizás hay una razón muchas veces oculta: porque las mujeres son fecundadas, no fecundan. Pero, además, las mujeres rara vez ocuparon, al menos en el pasado, los puestos importantes que los hombres se disputan. No parece que haya sido por falta de capacidad, porque ahora estamos viendo cómo las cosas están cambiando. Puede quizás haber sido, en muchas ocasiones, por falta de interés de su parte, por valorar más otras situaciones.

Pero es probable, sí, que lo femenino sea realmente más pasivo. Es un don, puesto que vivimos en un mundo en el que absorbemos mucho más de lo que nos es posible influir. Nuestra experiencia de Dios, nuestra experiencia de lo humano, nuestra experiencia de la naturaleza, son como una puerta para que el mundo pase por nosotros. Tenemos cinco sentidos (¿serán realmente sólo cinco?) para saborear, palpar, experimentar la consistencia y la temperatura de las cosas, embriagarnos con sus aromas. Nos son útiles para crecer en nuestro desarrollo, para evitar lo que nos daña y aceptar lo que nos conviene. Nuestra pasividad es un don magnífico. Y al parecer, de hecho, tanto en las mujeres como en la interioridad de los hombres, es lo que más nos favorece para entrar en comunicación con la vida.

No hay actividad sin pasividad. Tampoco en la naturaleza. Es una insensatez afirmar que los hombres pueden estar siempre activos o que sean más activos en todo.

8. Femenino es mañero

Lo femenino es considerado con frecuencia como artificial y mañero. Es decir, intenta conseguir sus objetivos en forma indirecta y velada, buscando más bien conmover que convencer. Cuando no logra atraernos por la seducción, intenta hacerlo creando situaciones de las que los demás quieren librarse cuanto antes. Lo que, a más de ser considerado como un juego indigno, se suele atribuir a las mujeres en caso de una situación desventajosa, en cuyo caso recurrirían a sus mañas para mantener algún sentido de identidad y de valor personal frente a una sociedad que las oprime. Para el patriarquismo esta actitud es detestable.

Además de que debemos reconocer que la mayoría de las mujeres raramente apela a este recurso, conviene recordar que nuestra cultura da otros nombres a las mañas de los hombres. Por ejemplo, las llama soborno, chantaje, viveza y, en ocasiones, las disfraza de "diplomacia" o "savoir faire", un hábil juego de palabras en francés.

Puede ser interesante hacer otra reflexión al respecto. ¿No será que nuestra sociedad patriarcal elaboró, con mucho idealismo pero escasa objetividad, un comportamiento ideal con la pretensión de que todo el mundo lo asuma? No es mi intención defender o justificar maña alguna y mucho menos cualquier tipo de chantaje. Pero tenemos que tener una convicción muy objetiva de que no vivimos en un mundo ideal. Ciertamente, no podemos estar machacando insistentemente en que la humanidad está corrompida y corrompiéndose. Si llegásemos a comprender eso, tal vez tengamos más fuerzas para intentar su progreso.

9. Femenino es materialidad

Tiempo ha que el hombre reconoce que actúan en él dos principios: el espiritual y el material. El espiritual dice relación a lo eterno, a lo que no pasa, a lo que nos acerca a Dios. Y considera a su oponente, el material, como pasajero, frágil y que aleja de Dios por ser muy concreto.

Quizás haya sido por eso que, con frecuencia, se haya acusado y atribuido a la mujer una mayor inclinación a la materialidad. Y que por ende se haya afirmado que, cuanto más cerca está el hombre de las mujeres, tanto más lejos está de Dios. Para la mayoría de las personas, el sexo se vive como simple materialidad.

De ahí surgió también otra conclusión: Dios vive apartado de la materia; la materia no tiene Dios. El resultado de esta falsa convicción ha sido nefasto, porque tal vez la mayoría de los hombres aspire a lo espiritual e ideal, pero de hecho vive en la materia y en lo concreto. Terminaron quedando en la materia y sin Dios. Así nacieron el materialismo, el hedonismo, el consumismo, etc. Quienes perdieron a Dios, viven sin Dios y como en el vacío, porque ello trajo como consecuencia la negación de la alegría creativa y divina del placer y de la diversión, que son manifestaciones del espíritu.

Lo femenino, especialmente el de las mujeres, siempre vivió mucho más cerca de lo material y quizás por eso nunca llegue a comprender el porqué de tanta distinción entre lo material y lo espiritual. Siempre enfocó lo material a la luz del Infinito. Lo femenino interior tal vez haya sido rechazado muchas veces por los hombres precisamente por eso, porque enfoca directamente al Infinito.

Hay que abrir los ojos a una realidad: en el ser humano, la materia encuentra su dimensión eterna, porque en el ser humano lo eterno vive en lo provisorio.

10. Femenino es endiosamiento

Las religiones antiguas conocieron una gran multiplicidad de diosas y el poder de influir casi siempre se atribuyó a las grandes diosas madres, maravillosas, sí, pero terribles. El sistema patriarcal de los hombres las fue eliminando poco a poco, una por una, al menos exteriormente. Pero fueron ellos quienes inventaron hablar del eterno Femenino. Porque siempre vieron ligada a la mujer al fenómeno de la vida que surge. Siempre se vieron en dificultades para comprender su mayor centralización interior y la confundieron con la misteriosa presencia del ánima en su interioridad. A pesar de no reconocer diosas, las temieron y persiguieron a las brujas.

Occidente terminó admitiendo solamente a la Virgen Madre de Dios, quien, asimismo, no fue aceptada por el protestantismo. En ella se vieron todas las cualidades más maravillosas. Y, de hecho, parece que mucha gente la divinizó. Pero hay que tener cuidado con exageraciones de este tipo. María siempre fue considerada como una mujer excepcional, es decir, única. Ciertamente, María de Nazaret, Madre de Jesús, fue una criatura excepcional, y la Iglesia la considera como la encarnación del Pueblo de Dios que ya llegó en cuerpo y alma a la Patria. Pero eso no nos debe dar pie para suponer que todas las demás mujeres viven en el limbo.

Inclusive, porque María es la Virgen del Sí, lo máximo de la obediencia a Dios. Pero no por ello debemos considerarla como modelo de las mujeres siempre sumisas. Quizás algunas mujeres se hayan complacido en sentirse tratadas como diosas, pero es mucho mejor ubicarse en la realidad de seres humanos y no instrumentalizados.

Retengamos esto: lo femenino, en realidad, parece provocar en Lo masculinoque vive en los hombres y en las mujeres un respeto (que puede ser temor) por el Infinito. Al menos es una puerta abierta al Infinito.

2. FEMENINO Y MASCULINO: POLOS OPUESTOS

La ley de la polaridad es una de las mayores fuentes de la dinámica de nuestra vida. Cuando hay dos fuerzas en oposición polar, corre una energía entre ellas. Intentaremos enumerar algunos puntos en que podemos descubrir, dentro de cada uno de nosotros, hombres o mujeres, esas fuerzas actuantes.

Insistimos en que, cuando hablamos de lo femenino, no nos referimos tan sólo a las mujeres, sino también al ánima que actúa dentro del hombre. De la misma manera, cuando hablamos de lo masculino, no pensamos exclusivamente en los hombres, sino también en los ánimus que actúan dentro de las mujeres. Uno no existe sin el otro. Uno es meta, el otro es paso

1. Luz y tinieblas

Uno es luz, el otro oscuridad. Muchas veces, en el curso de los siglos, Lo masculino se equiparó al sol y al femenino se lo relacionó con la luna. Lo masculino era el cielo claro y lo femenino la tierra, principalmente el interior oscuro de la tierra, de donde brota la vida. La cultura patriarcal nos inculcó que lo claro era lo ideal y la oscuridad el mal. Pero nosotros tenemos necesidad tanto del uno como del otro.

El símbolo del sol y de la luna es bellísimo. ¡Qué maravillosa es la luz de la luna, símbolo de lo femenino! Ella es luz porque ilumina, pero, a la vez, es oscuridad porque nos protege amorosamente hasta en su mismo resplandor. Es una luz que acaricia, pero no es débil, puesto que influye en las mareas.

Clara dice de Jesús: "Su luz ilumina suavemente" (4 CtIn).

En todos nosotros, hombres y mujeres, está siempre vivo ese juego de luz y sombra. Como nuestra tierra tiene la sucesión de los días y las noches, como nuestros cuadros se destacan por el claroscuro, también nosotros tenemos necesidad de esas dos fuerzas, una vez más de una que de la otra y, en otras oportunidades, viceversa. Pero deben estar presentes.

2. Exterior e interior

En general, Lo masculino se vuelca hacia afuera, mientras que lo femenino lo hace hacia adentro. Muchas veces los hombres se vuelcan más hacia el mundo exterior, mientras que las mujeres lo hacen hacia el mundo interior. Pero aquí no se trata tanto de los hombres y de las mujeres, cuanto de dos fuerzas que actúan en todos nosotros.

El mundo patriarcal organizó toda su vida y hasta toda su ciencia hacia el exterior, fuera del hombre. Y subrayó esa distinción. Quizás sea mucho más rico mantener, como los indios y otros pueblos que denominamos primitivos, una ligazón más intensa y un contraste menos destacado entre lo de dentro y lo de fuera.

Entre otras cosas, actualmente nos destacamos por una religiosidad extravertida, que tiene el gran mérito de abrirnos a lo social. Pero es innegable que, en muchos sectores y para muchas personas, ese vuelco hacia lo social ha caído en la exageración, saturando y degenerando en actitudes moralistas y en una visión del mundo que sólo atina a tener presente los aspectos económicos y materiales, como si no tuviesen relevancia alguna para el misterio de la existencia.

Creo que fue la desvalorización de lo femenino lo que nos llevó a la desvalorización de la interioridad, hoy tan sentida. Se percibe fácilmente cómo hay una búsqueda desenfrenada y ávida de cualquier doctrina o secta que ayude a volcarse hacia la interioridad. Necesitamos de un resurgir de lo femenino o de una revalorización de lo femenino que nos ayude a entrar en el mundo del misterio, que es nuestra dimensión interior subjetiva.

3. Abstracto y concreto

Lo masculino tiende a la abstracción, es decir, a extraer de los objetos particulares las ideas amplias y universales. Es una experiencia subjetiva. Lo femenino tiende a mantenerse en lo concreto, objetivando la experiencia.

La abstracción es la base de todas nuestras ciencias. Sin ella, las matemáticas no existirían y perderíamos casi todo el progreso conquistado, al menos el progreso material de los últimos milenios. Muy difícilmente conseguiríamos enseñar a los niños la abstracción sin bajar a lo concreto con ejemplos. La afición por lo abstracto puede ayudar a los hombres a elaborar más teorías, hasta sobre la religión y la familia, por ejemplo. Naturalmente que las mujeres van a preferir quedarse con lo que tienen entre sus manos, lo concreto.

El desarrollo de la abstracción las ayuda incluso a planificar mejor, pero la búsqueda de lo concreto hará también que los hombres anden con los pies asentados en el terreno de la realidad. Nuestra vida fraterna y social nos pide que nos ayudemos unos a otros.

Nos es tan necesario lo abstracto como lo concreto. Estamos siempre balanceándonos como un péndulo, en busca del equilibrio más conveniente.

4. Cronos y Kairós

Los griegos tenían palabras propias para distinguir dos maneras muy diferentes de entender el tiempo: Cronos y Kairós. Cronos es el tiempo considerado como una sucesión de instantes. Marca los años, las estaciones, los días y hasta las horas con sus subdivisiones. Los hombres, sobre todo los actuales, en la cultura occidental, son tan adoradores del Cronos, que se han convertido en sus esclavos. Kairós expresa la sensación fugaz de un instante que está pasando. Desconectado de la sucesión, podría ser simplemente considerado como "el tiempo oportuno", "la hora cierta". Kairós es el tiempo de lo femenino. Hay que tener una sensibilidad especial para captarlo. Pero es imposible retenerlo.

El sentido de la oportunidad no es el mismo para los hombres que para las mujeres. Para Lo masculino, oportuno es el momento justo para intervenir. El hombre tiende a analizar la situación y a calcular cuándo le resultará más ventajosa y menos desventajosa la intervención. Lo femenino tiende a vivir todo en conjunto y a sentir cuándo es hora de dejarse llevar a dar determinado paso: la mujer se guía por la vivencia interior de ciclos y eventos que "encajan" entre sí porque se perciben como una cosa única. El impulso tiene que madurar para ser tolerable y aceptable. Entonces puede expresarse como un desafío al hecho interior y no como una manipulación a través de una culpabilidad o de una amenaza. En ese sentido la mujer puede asumir el papel de iniciadora y conductora de una nueva experiencia de subjetividad. La inicia a través de estímulos y anhelos y afirma claramente sus necesidades y puntos de vista, tanto para sí como para su compañero.

Para ejemplificar, podemos apelar a la imagen de un árbol. Para el hombre es más fácil aludir a un árbol frutal. Lo ha plantado con el fin de recoger sus frutos. Aguarda el tiempo de la cosecha. Lo cuida para que le dé una copiosa producción. Calcula cuánto recogerá y cuánto ganará con ello. Si sólo le da flores, quizá lo arranque y lo sustituya por otro, a no ser que piense usarlo como madera. Para la mujer, en cambio, es más probable que se sienta amiga del árbol y admire su belleza. Unirá su recuerdo a algunos acontecimientos de su vida. Lo amará o lo detestará, independientemente de sus frutos. O lo mirará con total indiferencia.

De ahí que el hombre y la mujer actúen de manera distinta con respecto al árbol, así como también frente a otras cosas: automóviles, tránsito, etc. (El automóvil, que no es un ser vivo sino mecánico, atrae más al masculino)

Hombres y mujeres tienen que vivir entre Cronos y Kairós para descubrir el tiempo de Dios: la eternidad.

5. Distinción y unión

En ocasiones, necesitamos dividir: es lo propio de lo masculino, quien gusta de hacer distinciones, norma fundamental para que el hombre pueda dominar los conocimientos, los seres, a los demás hombres, a todo. La conciencia crece con las distinciones.

Pero muchas veces todo acaba en separaciones irreconciliables, en campos opuestos. Y también puede generar el sufrimiento de quien descubre en sí debilidades, cosas vergonzosas, sensaciones "pervertidas", que dejan un sentimiento de culpa.

¡Menos mal que tenemos el polo opuesto, lo femenino, que reúne todo junto a sí y ejerce sobre ello una poderosa fuerza de integración, de unión! Pero también aquí podemos extralimitarnos y quedarnos sin saber lo que es realmente nuestro, lo que en verdad somos.

El uno puede ayudar al otro a integrar los puntos fallidos en una nueva personalidad, que se conozca a sí misma, se ubique más objetivamente en el mundo y comprenda mejor qué tiene que hacer.

6. Rigidez y flexibilidad

Lo masculino es más rígido, lo que a veces depara ventajas, sobre todo cuando se necesita firmeza y resistencia. Lo femenino es más flexible, se adapta con más facilidad y, muchas veces, es la única manera de sobrevivir.

Lo masculino se inclina por lo duro y riguroso, mientras que lo femenino adopta actitudes más flexibles. En realidad, nuestra existencia se desarrolla entre grandezas y bajezas, y debemos entenderlo de una buena vez que hasta el mayor amor contiene odio y que la mayor honestidad a veces engaña. No podemos quedarnos solamente con lo agradable.

7. Ideal y real

En su búsqueda exterior del infinito -una búsqueda ascética porque está jalonada por ejercicios autoimpuestos-, Lo masculino tiende a conseguir solamente el ideal. Y sufre porque no lo logra.

Como lo femenino se vuelca más al interior, tiende a sufrir por considerar que es muy pequeña la realidad que se le dio.

Combinados ambos, masculino y femenino, pueden comprender mejor que la voluntad de Dios es que realicemos el Cristo que está en nuestra interioridad y no el que está en los cielos. Lo que, en definitiva, es algo bien concreto.

8. Esencia y detalle

Lo masculino tiende a buscar la esencia de las cosas, haciendo caso omiso de los detalles. Lo femenino, en cambio, tiende a resaltar el detalle, arriesgándose a quedarse sin una visión que, de hecho, cuenta con la realidad.

Como Lo masculino mira más los fines que pretende alcanzar, tiende a ser más optimista, poniendo una inocentona confianza en el poder de las buenas intenciones. Lo femenino, como mira más de cerca las cosas como son, puede temer sucumbir ante los aspectos sombríos de la existencia. Lo masculino puede fingir que éstos no existen o intentar reprimirlos.

La mujer, que sobrelleva el misterio de esas sombras, puede aparecer ante los hombres como una seductora que le tiende la mano para arrastrarlo al abismo. Lo masculino debe saber que aquello que él considera malo y reprensible forma parte tanto de él como de los demás y que no puede simplemente expulsarlo o ignorarlo sin causar nuestra destrucción. Debe aprender que la energía de lo que él llama malo, inmoral, inaceptable, puede ser una fuerza integrada a lo que él considera aceptable. Lo femenino debe aprender a dar una visión más amplia a los mismos problemas y adquirir una resistencia mayor. El equilibrio de una visión correcta es dinámico: debe estar siempre en movimiento entre la esencia y el detalle.

9. Teórico y práctico

Sin el equilibrio de lo femenino, Lo masculino patriarcal tiende a clasificar todo o como blanco o como negro: o al modo mío o al tuyo, o manda u obedece, o está en la verdad o está equivocado; la verdadera música sólo puede ser una. Tanto los hombres como las mujeres dan todo de sí para lograr estar en lo cierto. La sociedad exige que todos acierten. Lo femenino puede ayudar a descubrir la armonía de la variedad, el contraste de los colores y de las tonalidades, lo hermoso de la polifonía. Quizás lo optimal sea que todos tengamos la capacidad de armonizar. Ese fue el camino que adoptaron Clara y Francisco.

La exageración de lo masculino, que todo lo ordena, nos llevó a querer saber siempre si lo que estamos pensando es correcto para el sentir común. Esto supone que lo correcto es lo que la mayoría tiene por tal. Así acabamos teniendo una conciencia colectiva, no personal. Lo femenino, abierto a los sufrimientos que solemos causarnos a nosotros mismos y a los demás, puede ayudarnos a cultivar una conciencia individual. Como Clara y Francisco, no tenemos que andar a la caza de los pensamientos del universo, sino hacer vivos los sentimientos de los hermanos; respetar y cultivar las conciencias individuales.

10. Espiritual y material

La visión masculina tiende a separar lo espiritual de lo material; llega a suponer que lo material es un estorbo para lo espiritual y, con mucha frecuencia, termina prefiriendo lo material, que es más concreto y palpable.

Por el contrario, para la visión femenina, según parece, la materialidad es considerada una manifestación del espíritu y no algo separado de él. La materia nos sirve para percibir la vida como una fuente de insospechada creatividad, llena de significado, en permanente avance. Gracias a la presencia de la materia, podemos tocar y sondear el alma y el espíritu tanto como auscultamos nuestro cuerpo.

Lo masculino quiere desprenderse de la materia para penetrar en el misterio, especialmente en el mayor misterio: el misterio de Dios. Pero lo femenino ve a Dios justamente en ese aquí-y-ahora de nuestros dolores y alegrías, de nuestros cuerpos. Por consiguiente, elmisterio "del fin último" debe buscarse en la vigencia subjetiva, aquí-y-ahora, de nuestros problemas, dolores y alegrías, incluyendo los de nuestros cuerpos.

Lo masculino tiende a suponer que lo material conlleva una fealdad y una imperfección que no condicen con el Infinito. Lo femenino, que prefiere la experiencia personal al raciocinio abstracto, tiende a ver la belleza y la fealdad, la alegría y el dolor y aún la espiritualidad y la sensualidad como realidades muy próximas, o aspectos diferentes de una misma realidad, sagrada al fin.

El crecimiento y la transformación avanzan por su camino, oscilando continuamente entre esos dos polos.

11. Fuerte y frágil

Lo masculino tiende a luchar contra las experiencias del miedo y de la destrucción, que cree percibir hasta en el amor, en la alegría, en el placer y en el éxito, empeñándose en expulsarlos. Lo femenino tiende a convivir con ellos, aún compulsivamente. Ambos, masculino y femenino, pueden ayudarse mutuamente a ver todo eso con calma y reflexión, en el cuerpo y en el espíritu, dando espacio suficiente a sus manifestaciones, sin dominar ni nuestras necesidades ni nuestros deberes.

El sistema patriarcal tiende permanentemente a controlar, reprimir, expulsar todo lo que aparentemente obstaculiza sus propósitos. El nos enseñó, por ejemplo, a recurrir a un comprimido para cualquier dolor de cabeza. Lo femenino, como no vive tanto de propósitos, puede dar una visión más amplia de la vida con sus puntos negativos, sustentando que lo que hiere también puede curar, y abriendo otras perspectivas. Al mismo tiempo que nos enseña a tener más resistencia.

12. Serio y divertido

Lo masculino que hay en nosotros quiere que siempre se tomen las cosas en serio, por lo cual, en todos los casos, nos exige proceder con seriedad. Ciertamente, esa tendencia es buena, siempre que no se exagere, porque muchas veces con ello se pretende la perfección.

Nosotros no somos perfectos, por lo cual tenemos que aprender a crecer. Tenemos que admitir la diversión y el poder jugar con nuestras posibilidades, hasta encontrar el camino. Por otra parte, lo femenino busca más por ese lado. También aquí debe evitarse como un mal la exageración. Lo mejor es mantener las dos fuerzas en un equilibrio elástico y dinámico. Habrá horas en las que tendremos que ser serios y otras en las que tendremos que ser divertidos.

3. CÓMO LO FEMENINO PUEDE TRANSFORMAR NUESTRO MUNDO

Al considerar lo femenino en sí mismo (en la mujer y en el ánima), veo cuatro grandes columnas de su esencialidad, e intentaré demostrar cómo, a partir de esos puntos, puede contribuir a una renovación de la vida de todos nosotros. No se trata de una clasificación científica ni lógica, sino de observaciones sugerentes y abiertas. Las cuatro columnas son:

Comunicación de vida

Compromiso

Centralización en la Interioridad

Transformación

1. Comunicando Vida

Lo femenino, en la mujer, es quien nos concibe, nos lleva en su seno, nos da a luz, nos amamanta, nos protege y nos enseña a gustar de la vida. Con lo femenino, de la mujer o del ánima, todos nosotros estaremos siempre aprendiendo a vivir, aun cuando alguna parte tenga que morir para que la vida pueda ir descubriendo sus caminos de plenitud.

A mi modo de ver, hay tres palabras que resumen las actitudes fundamentales de esa comunicación de vida: acoger, saborear, entregar.

Acoger

Todo comienza cuando la mujer nos acoge en la oscuridad de su vientre materno. Como la semilla depositada en la tierra, comenzamos a despuntar en la vida y así, un día, salimos a la luz del sol. Lo mejor de nosotros mismos es tejido al abrigo de un tiempo especial, sentido, participado, con dos corazones latiendo juntos, preparando con cariño el día en que concluya esa primera fase de la nuestra vida, para que podamos hacer nuestra entrada al mundo exterior de la luz.

Acoger presupone la aceptación de lo claro y de lo oscuro, de lo que puede ser bueno y de lo que puede ser malo, sin distinción ni prejuicios. Lo femenino evitará distinciones y rechazos en la medida de lo posible. Equilibrará, con el descanso de la noche, la agresividad de lo masculino solar. Para vivir, deberemos alternar entre la luz y la sombra. Quien no logre acogerse a sí mismo, perderá la vida.

El sentido materno está presente en todos nosotros, aún en la interioridad de los hombres. Sentir al otro como a un hijo es una manera esencial de experimentar la existencia. Cuando lo vivimos tan sólo instintivamente, podemos suscitar problemas en los otros, haciendo de ellos un bebé en nuestros brazos. Pero, cuando tomamos conciencia de ese sentido, entramos en contacto con nuestras raíces y acogemos plenamente tanto a los demás como a nosotros mismos. Para la aventura de vivir, siempre vamos a necesitar ser madres de nosotros mismos hasta el fin.

Acoger quiere decir dejar que el no-yo se afirme. Es abrir la mano de nuestros propios derechos para que el otro sea. Nos acarrea incertidumbre. Pero es el modo de equilibrar en nosotros esa cultura masculina que nos enseñó a todos, hombres y mujeres, el deber de dominarnos y controlarnos. Si otros no nos hubiesen acogido, ni siquiera viviríamos. Si nos abrimos a la acogida de los otros, la vida va a ser mucho más colorida, mucho más polifónica, sin la seguridad de lo negro en lo blanco, pero con una copiosa riqueza de matices.

Acoger es saber que no hay perfección total en ningún ser humano. Es aceptar que el yo que somos distará bastante del que desearíamos ser. Que siempre habrá distancia también entre lo que esperamos de los demás y lo que ellos son en realidad. Pero, a su vez, es descubrir valores que nunca habíamos sospechado en lo que ya poseemos. También, posiblemente, descubramos que no tenemos que ser copia de nadie, ni que tampoco nadie tiene que ser copia de nada ni ser tallado en determinada forma. No se nos ha hecho para ser dioses, pero si dejamos nacer en nuestro pesebre el Cristo que somos llamados a ser, Él nos llevará al Padre y a la plenitud.

Saborear

La vida es un don. La recibimos para aprovecharla y saborearla hasta el fin. Únicamente teniendo vida, tendremos la posibilidad de tener a Dios, y él viene como Sabiduría. La Sabiduría no consiste en un montón de saberes, como nos enseñó Lo masculino patriarcal, sino que es una capacidad cada vez más afinada para apreciar los sabores, como lo aprendimos de nuestras madres desde los primeros instantes de nuestra vida

Vivir, seguir viviendo, intensificar la vida, buscar la vida en plenitud, siempre constituirá el arte de saborear la vida con todo cuanto ella nos vaya presentando. Ciertamente esto es un arte. Saborear no es absorber todo lo que se ofrece a nuestro alcance, sino ir aprendiendo a distinguir qué es lo mejor, lo que no nos hace mal a nosotros ni tampoco a los demás que participan de la vida con nosotros. Cuando saboreamos, distinguimos a través del gusto, no de la inteligencia.

Saborear supone que se lleva tiempo degustando. Más aún: implica que uno pueda repetir ese saboreo una y mil veces, para intensificarlo y descubrirle nuevos aspectos. Es toda una gestación que se repite, como las fases de la luna, para posibilitar que cada detalle vaya surgiendo y creciendo a la suavidad de su luz. Vamos descubriendo juntos el gusto por nuestra vida y por la de los demás, la de los otros seres que vamos acogiendo. Y, al mismo tiempo, vamos viendo cuán bueno es aceptar ser diferente y aceptar lo diferente.

Descubrir cómo son las cosas, implica un desafío. Nuestra cultura nos impuso muchas veces tener en cuenta las cosas tan sólo como ella creía que debían ser. Sin embargo, la vida tiene que vivirse como ella es: imprevisible, insondable, sorprendente, con momentos de alegría y también de tristeza, en situaciones de abundancia y también de escasez.

La racionalidad es una gran conquista que no debemos perder. Pero, para saborear la vida, debemos permitir que nos invada su sentido mágico, como el ritmo de las mareas que vienen y van, puesto que nos presenta tantas cosas que podemos sentir, pero no explicar.

La humanidad sigue extasiándose aún hoy con Francisco de Asís, que, hace ocho siglos, nos enseñó a ver cuán bueno es descubrir las maravillas con que Dios enriqueció a nuestro mundo y a cada uno de nosotros. Sabio es aquel que logra vivir intensamente, porque aprendió a distinguir cuáles son las cosas más sabrosas y cuál la mejor manera de aprovecharlas. Él fue aprendiendo poquito a poco a saborear a Dios. Vivirá eternamente.

Entregar

No vivimos solos. Nuestra vida es parte de muchas otras, todas las cuales son manifestaciones de la Vida en plenitud. Vivir es un continuo recibir de las demás vidas que se comunican con la nuestra. A su vez, la nuestra tiene que ser un continuo dar, para que también las otras vidas sean. No sólo las vidas de los demás, también nuestra vida necesita de esa entrega para ser cada día una nueva vida.

Un aspecto muy característico de lo femenino es el de la entrega sin cálculos, sin previsiones. Él no se da ni cede el paso porque va a obtener más ventajas, sino porque siente -aún sin poderlo explicar- que le llegó la hora justa de entregarse. Es un sentido hermoso de la oportunidad que nuestros "oportunismos" han matado, destruyendo de cuajo todo un valor de nuestro vivir.

Nuestra vida es dinámica. Es una energía que recibimos al nacer y se desarrolla a través de los años. Para siempre. A pesar de que las fuerzas físicas comiencen a decaer con el transcurso del tiempo, sabemos que la vida no termina: va a perpetuarse en otras circunstancias que creemos firmemente que han de ser mejores. Ahora bien, esa dinámica exige entrega: no hay vida sin muerte. El arte de vivir consiste, a su vez, en el arte de morir, en el momento justo, en el que deba entregarse para que surja un nuevo rebrote de nuestro vivir. Lo femenino, que nos enseña a vivir, nos enseña también a morir. ¡Para vivir!

Lo masculino, teórico, idealista, preferiría vencer de cuajo a la muerte. En su lucha, termina infligiendo muerte. A los demás. Hasta que, a su vez, concluya sucumbiendo él. Conviene que emprenda esa lucha por defender la vida. Pero necesita del equilibrio de lo femenino para saber cómo morir para lograr vivir más. La muerte, las innumerables pequeñas muertes cotidianas, debe ser enfrentada de manera tal que no genere la aniquilación, sino que aporte más vida nueva.

Sentir que algo se está disolviendo, percibir que todo un ciclo está llegando a su fin, experimentar un vacío interior porque algún elemento de allá dentro se ha desvanecido: todo ello forma parte natural del proceso de la vida. Hay un momento en que nuestro impulso masculino lucha para que nada se nos vaya de las manos. Y hay un momento, pleno de sabiduría, en que nuestro valor femenino hace su entrega voluntaria, como quien da cariñosamente un regalo, porque sabe que le ha llegado la hora de lograr una vida diferente. Y esa entrega nos permite vivir una vida cada vez más intensa. ¡Vivir y tener convidados para brindarles vida!

2. Enseñando a involucrarse

Involucrarse es tomar parte. No es tan sólo participar, sino también sentirse parte, dejarse arrastrar por el torbellino de cuanto vive. No consiste solamente en involucrarse con las personas y las cosas, sino en dejarse involucrar por ellas.

Quizás podamos afirmar que el involucrarse es el aspecto femenino de la relación. Mientras que la relación se refiere a algo externo y frío, el involucrarse lo hace a una acción interna, cálida, acogedora, comprometida.

Para desarrollar y clarificar mejor esta reflexión, apelaré aquí a tres palabras: Sentimiento, Flexibilidad y Fantasía. Son palabras ricas en contenido que nos pueden ayudar. Quizás otros organizarían de manera diferente su reflexión.

Sentimiento

La base del compromiso que se involucra, experimentando decaimiento o gozo, es la sensibilidad. Quien se involucra es porque está sensiblemente abierto a las personas, a las cosas, a los acontecimientos. La sensibilidad vibra con cuanto le impacta exteriormente, lo aprecia y se deja invadir por él. Después es complementada por el Sentimiento, que emite su juicio -no necesariamente racional- y elabora una acogida más selecta, más comprometida.

La primera cosa que hay que subrayar es que el sentimiento de placer es el mismo sentimiento de dolor. Podríamos decir que el dolor es un sentimiento agudo. La pimienta, picante al gusto, que puede llegar a sernos intolerable, contribuye a hacer sabrosos a otros alimentos. Del mismo modo, una presión agradable a la piel, puede trocarse en dolorosa al ser más intensa; un sonido agudo puede resultar molesto al oído; un olor fuerte puede hacerse insoportable al olfato. Por eso, Lo masculino, que suele tomar distancia de cuanto le afecta, rechaza el dolor y, por ende, elaboró una cultura que apela a la aspirina y a cuantos analgésicos y anestésicos existen. Anestesia quiere decir precisamente "insensibilidad", "no sentir". Por ese mismo distanciamiento del dolor, la cultura patriarcal desechó los sentimientos de culpa y de vergüenza. El polo femenino, al que le complace involucrarse, equilibra nuestros distanciamientos

Otro aspecto interesante que hay que tener en cuenta en lo femenino es lo que llamaríamos "sentimiento del no". A veces, incomprensible para la razón, el sentimiento rechaza lo que en otras oportunidades había aceptado gustosamente. No siempre nos arrastra a comprometernos; muchas veces pone distancia o se queda aguardando . Esto suele desorientar a los hombres en su relación con las mujeres, aún cuando haya mucho amor entre ellos. "¿Por qué ahora no le agradó lo que en otras oportunidades le complació tanto?"... Es que el sentimiento juzga y selecciona el conjunto de datos que le suministra un compromiso. Le ayuda a comprometerse en profundidad, pero también a defenderse. No necesariamente puede implicar rechazo, sino una espera del kairós, es decir, del momento oportuno que, en lo femenino, no lo dictan las circunstancia por más ventajosas que sean. sino el influjo interior del sentir.

Lo femenino tampoco acepta la represión de los sentimientos. Para él nunca está prohibido sentir. Podrá no ser oportuno, pero no prohibido. Tenemos que aprender a distinguir emociones de motivaciones para actuar; la razón, masculina, nos puede ayudar en ese sentido, siempre y cuando no le demos una exagerada injerencia, porque ella se adelanta, corrige lo exterior y aparta cuanto hiere a los sentimientos.

Es interesante observar cómo el equilibrio de lo femenino con las conquistas masculinas llevó a los franciscanos, que siempre vivieron en una sociedad llena de dogmas -y no sólo religiosos-, a vivir más bien en un movimiento libre que en una organización jerárquica; a acatar, sí, las excomuniones sociales, pero sin dejar de sentirse hermanos de los excomulgados.

Flexibilidad

El compromiso se asume con ternura. Tierno es lo que es afectuoso, bondadoso, capaz de doblegarse.

El compromiso es versátil: tiene movimientos de vaivén, unas veces más otras veces menos intenso. Le complace el abrazo, pero no de una armadura de acero. Vive una realidad subjetiva en la que sabe que la interacción con el otro le acarreará modificaciones a su persona. Por eso tiene que ser flexible, tiene que poder doblegarse sin quebrarse. Esta es una cualidad de lo femenino, que no es rígido como Lo masculino.

Desde esta perspectiva, la visión masculina puede tener la impresión de que lo femenino es inestable, que vive balanceándose y a la orilla de un precipicio. Y no es así. Sucede que lo femenino no opta por un camino en línea recta, tal como le propone la razón, lo cual ciertamente es muy objetivo, sino que prefiere avanzar en forma circular para ir orientándose y convalidando lo que va experimentando en su andar. Es ciertamente un modo más subjetivo de caminar, pero que le proporciona un proceso firme que le permite acendrar paulatinamente las informaciones que va recibiendo.

Nuestra cultura patriarcal nos llevó a transformarnos en personas juiciosas, severas y rígidas, porque nos propusimos ser firmes y perfectos, sin mancha alguna. Pero las heridas nos devolverán la flexibilidad. No nos apartaremos del camino de nuestra búsqueda, mas tendremos que admitir que no llegaremos a nuestra meta sin experimentar el dolor y el mal. Ellos están agazapados allá adentro, justamente donde vamos a encontrar nuestro tesoro. Muchas veces lo que nosotros llamamos firmeza no pasa de ser un cinismo insensible y deshumanizado, que carga todas las culpas y vergüenzas sobre los demás para poder lograr destruirlos.

En un mundo equilibrado por este aspecto de lo femenino, hay que dejar de lado muchas posturas estables y permitirnos muchas dudas. Hay que admitir sin ambages que no hay límites tan nítidos entre la certeza y el error, lo de afuera y lo de adentro, lo claro y lo oscuro. Esa flexibilidad nos permite convencernos de la singularidad de los otros, de cada uno, y de ese modo poder afirmar nuestra propia y personal singularidad.

Quiero destacar los numerosos puntos flexibles de la Regla de San Fransisco en comparación con otras reglas, constituciones y reglamentos de grupos religiosos. Y aun de la Forma de Vida de Santa Clara en relación a la misma regla franciscana de la que es una expresión original.

Fantasía

Lo masculino idealiza, porque permanentemente quiere superar la situación presente; lo femenino, por el contrario,se imagina mucho más cercano a aquello en lo que está inserto, porque desea saber cómo insertarse más intensamente. Lo masculino se propone metas elevadas y quiere alcanzarlas a cualquier precio. Lo femenino no cavila en cómo será el lugar al que desea arribar, sino en cómo se va a sentir cuando lo logre. Lo masculino es el que idealiza un cielo lejano, en cambio lo femenino quiere vivirlo ya en cuanto le sea posible.

Lo ideal carece de defectos. La fantasía es hermosa, pero a nadie le preocupa saber que hasta incluye elementos falsos. Son muy diferentes la utopía de lo masculino y la de lo femenino. Por ejemplo, Lo masculino siempre soñó en lograr volar como los pájaros -y debemos admitir que, en algunos aspectos, ha superado a las aves-. Lo femenino, en cambio, se contenta con entretenerse revoloteando, aunque su aventura no vaya más allá de su imaginación.

Siempre encontramos pocas respuestas objetivas para lo que sucederá: sabemos que no podremos escapar al sufrimiento, pero queremos vernos llegando y realizándonos. Eso contribuyó a elaborar nuestras novelas en las que princesas besaban sapos y héroes aceptaban casarse con doncellas horrorosas. Después, los sapos se convertían en príncipes y las doncellas aparecían hermosas. Debemos recordar que esa actitud soñadora tuvo que estar presente en Cristo, que decidió enfrentar la cruz, y que, a su vez, fue la fuerza que condujo a Clara y a Francisco a emprender y perseverar en una dura vida de penitencia. Como, por otra parte, condujo a cuantos sufrieron y lucharon para realizarse en lo que querían ser.

Nuestra visión de la realidad "objetiva" incluye siempre la fantasía de nuestro punto de vista. Todos vemos las mismas realidades, pero nadie las mira exactamente del mismo modo.

Para poder actuar no nos basta la mera decisión de la razón. Para actuar con certeza, hay que esperar que se pongan de acuerdo la razón y el deseo, así como también los sentimientos más profundos y concretos, que repercuten hasta en nuestro mismo organismo físico.

La fantasía de que hablamos puede consistir simplemente en la admisión de que las cosas pueden ser diferentes de lo que aparentan ser. De ahí que tengamos que preguntar y preguntar, indagar, buscar, investigar.

La sensibilidad no es solamente la capacidad de sentir, porque no todo sentir es inmediato, sino que también es el resultado de una larga gestación, en la que la persona sueña con la plenitud del sentir, que es una apertura al desafío de la receptividad.

Todo es creatividad. Pero hay aspectos muy diferentes en el mundo de la creatividad. En la riqueza del Reino de Dios es interesante observar cómo hay lugar para los jesuitas, que forman la inteligencia, y para los franciscanos, que actúan sobre el corazón. Siempre se tuvo en cuenta esa diversidad, como lo revelan las numerosas anécdotas acumuladas a través de los siglos.

3. Buscando la centralización interior

Mientras que Lo masculino es naturalmente atraído por lo exterior y busca su realización hacia afuera, lo femenino es naturalmente atraído por lo interior y busca su realización hacia adentro.

Para lo femenino, cada uno de nosotros debe concebirse y darse a luz a sí mismo. En la medida en que nos vamos conociendo, vamos apreciando y juzgando nuestros valores internos como preciosos, variados y permanentes, aunque frágiles, frente a un mundo externo que no sabemos hasta dónde puede ser confiable. Lo que poseemos en nuestro interior es como una criatura que debemos acunar en nuestros brazos, oír y sentir sin preocuparnos por el tiempo, hasta que el influjo de nuestra interacción nos demuestre que es el momento oportuno para que ese yo de nuestro interior vaya naciendo al exterior.

Como lo femenino está íntimamente casado con Lo masculino que se exterioriza, penetra también en la interioridad de las demás personas y hasta en la interioridad de las cosas, porque nuestra propia interioridad vive de la interioridad de todo.

Voy a trabajar ahora con tres palabras claves: Atracción, recogimiento y búsqueda.

Atracción

Lo femenino es polo de unidad. Una centralización en lo más íntimo de sí mismo. Recibe en sí todo lo que puede. Nos hace sentir como la Tierra: con una poderosa atracción hacia sí, hacia el núcleo de nosotros mismos. Es una especie de ley de gravedad interior. Por eso, el mismo Dios, que es una realidad mucho mayor que la nuestra, se encuentra dentro de nosotros. El es el centro de gravedad. Y comprendido como Dios-Amor.

Gravedad, gravidez, gravitación. Como todo en nuestra vida comienza al instalarnos en el seno de nuestra madre, nuestra vida se plenifica en la medida en que viajamos al seno de la madre Tierra o al seno de nuestra propia interioridad. Entonces comenzamos a nacer a la vida que no tendrá fin.

Lo femenino establece una rica polaridad con Lo masculino, que puso la morada de Dios allá, en el cielo, en medio de las estrellas. Cuando Lo masculino nos impulsa hacia afuera, lo hace en dirección a Dios. Pero, asimismo, cuando lo femenino nos impulsa hacia dentro, lo hace también en dirección a Dios. Para lo femenino, nosotros somos el mejor espacio de Dios. La energía del encuentro es viva cuando corre sin cesar de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera. Los santos siempre tuvieron esto en cuenta, aunque la enseñanza común de su época no compartiese tal forma de pensar. Francisco de Asís se elevaba hasta el sol, hasta la luna, hasta las estrellas, pero no los consideraba como morada de Dios: invitaba a alabar a un Dios Altísimo, muy grande, que al mismo tiempo era para él "mi Señor", lo que demuestra que él Lo sentía muy íntimo, muy dentro suyo. (Para él, la morada de Dios era María, somos nosotros, madre de Dios).

Lo femenino equilibra la obediencia a un Dios externo (que las culturas nos lo presentaron con la imagen de un Dios legislador) con la obediencia al amor de un Dios que reside dentro nuestro, donde ora "con gemidos inenarrables".

Mas el centro de referencia o de atracción es el Self, o Yo-interior, en torno al cual gravita el mismo Yo exterior que aprendimos a conocer desde nuestra infancia.

Lo femenino bucea en la interioridad y allí hace sus descubrimientos. Descubre allí a un Cristo admirable y amoroso. Se encuentra allí dentro ante un país maravilloso que explorar. Y allí tenemos la posibilidad de renacer.

Recogimiento

Lo femenino se recoge. Necesita resguardo y protección, porque acoge y protege la vida. Pero más importante aún es que debe pisar tierra, porque no puede ubicar su ideal en un mundo abstracto y lejano como el de lo masculino.

En la interioridad, lo femenino nos da oportunidad de revalidar nuestros sentimientos, que el mundo exterior clasifica tan sólo como buenos o malos. En nuestro interior percibimos que el sentir tiene muchísimas fases, como una joya, y que puede abrirnos nuevos caminos de vida concreta para nosotros, para los demás, para el mundo.

Nuestro tiempo ha descubierto la fuga hacia el mundo interior a través de la droga. Es una actitud desesperante ante un mundo exterior que se hace incomprensible, peligroso y agresivo para quien apela a esa fuga, además de presentar para la inmensa mayoría objetivos muy pobres. Pero esas fugas son artificiales, pasajeras y superficiales. Plegarse a un recogimiento interior implica ser consciente, iluminando la oscuridad con la razón que la historia nos enseñó a usar cómo dominio valedero y eficaz.

Lo femenino suscita una comunicación en la interioridad.

El recogimiento es un movimiento de retorno de la inserción y del compromiso. Hay una comunicación con el feto en formación: yo y tú. Una comunicación con el Cristo en formación: yo y tú. Una comunicación con el Self que se revela paulatinamente: yo y tú. Hay un flujo y un reflujo. Hacia dentro y hacia fuera. Hacia fuera y hacia dentro.

Lo masculino tiende a huir hacia la luz. Lo que entrevé en la penumbra es atrayente. Es interesante observar la ligazón etimológica que existe entre las palabras specus (caverna), speculum (espejo), specto (esperar), aspecto y respeto.

Recogerse es tener un encuentro con la sombra de lo ya vivido. Es liberación. Todos llevamos con nosotros un mundo de debilidades, de sensación de perversión y de vergüenza o de sentimiento de culpa, a causa de problemas antiguos que rechazamos. Pero quien se recoge en su interioridad, sin miedos ni temores, puede reconocer y valorar todos esos elementos como fuerzas transformadoras. Podemos reintegrarlos en una nueva configuración de nuestra personalidad, como una cruz de opuestos equilibrados. Necesitamos ese recogernos para darnos cuenta de que no llevamos una carga de bombas peligrosas, sino más bien un tesoro de fuerzas indispensables para disfrutar de una vida libre.

Lo masculino nos enseña a distinguir entre lo cierto y lo falso, entre el bien y el mal, entre lo hermoso y lo feo. Y así tomamos conciencia y construimos nuestro yo. Sólo que somos llevados a quedarnos con la parte mejor y a echar fuera, como en una expiación, lo que no nos agradaba. Lo femenino nos va a enseñar a descubrir que todo se juega en nuestro interior, como podemos mirar todo con nuestros ojos, sin reprimir ni rechazar ni temer ser destruídos. Lo feo, lo falso y lo malo no están solamente en los otros, están también dentro nuestro. Tenemos que aprender a usar su energía conscientemente para construirnos una personalidad más plena. Lo masculino, a quien gusta destruir y expulsar, también suele satisfacerse con buenas intenciones y termina dejando todo como estaba. Lo femenino, en cambio, puede enseñarnos a ser más concretos, reexaminando toda nuestra basura interior. Lo femenino sabe convivir consciente y plenamente no sólo con el amor, la alegría o el éxito, sino también con el miedo y la fuerza destructiva.

Búsqueda

Lo femenino construye en la interioridad. Construye el héroe libertador. También las mujeres construyen su héroe libertador en su interioridad. Allí adentro descubrimos que nadie es una isla.

La interioridad no es un mero punto de llegada. Es dinámica. Presupone un buscar y caminar en nuestro interior hasta llegar a un centro que es y no es la propia persona. Es el encuentro con Dios.

La sabiduría del hombre medieval, prácticamente ignorada por nuestro tiempo, encontró una manera ingeniosa y acertada para hablar de eso, reelaborando, en el tesoro del pasado, la historia de los caballeros que buscaban el Santo Graal. Aparentemente su búsqueda era exterior, porque tenían que viajar y llegar a un castillo desconocido. Pero, en realidad, su itinerario era interior y cada uno debía recorrerlo solo, dependiendo en gran parte de su comportamiento personal con respecto al femenino. Cada caballero se topaba con muchas doncellas, pero una era la dama de sus sueños, una la inspiradora que insuflaba espíritu en su interior. Llegado a la meta, no conquistaba un nuevo reino valiéndose de la espada ni se proclamaba rey. Sí descubría un secreto que acarreaba paz y progreso a todo el mundo. La búsqueda no cesaba porque seguían existiendo más secretos que descubrir.

Desde esa perspectiva, Francisco de Asís cultivó la Pobreza, su dama interior, el Cristo más íntimo que descubrió dentro de sí. Y de ese modo Francisco aportó una luz espiritual para su época y para los siglos venideros, iluminándonos refulgentemente hasta hoy.

La búsqueda del castillo del Graal y la prosecución de la búsqueda dentro del mismo castillo, constituyó una de las experiencias más avanzadas de la humanidad, superior aún a la exploración del espacio interplanetario. Santa Teresa de Avila nos dejó un libro bellísimo sobre su experiencia personal en esa aventura. Es una búsqueda mística de Dios o una búsqueda del núcleo de la liberación. Toda libertad nace allí, en lo interior del hombre, cuando éste logra descubrir la Verdad que libera: la presencia interior de Jesucristo. En la oscuridad de la caverna, iluminada por la luna, está la clave del sentido de la vida. Es una búsqueda para poder nacer. Lo femenino construye en la interioridad, a través de una búsqueda constante, la criatura que ha de nacer para siempre.

Lo femenino, que enseña al hombre a buscar, le enseña también cómo comportarse con las doncellas interiores, pero, además, con las mujeres exteriores. Lo que principalmente tiene que aprender es a no abstraer en su contacto personal: debe ver a cada mujer como una persona y no como una función: madre, esposa, enfermera, empleada. secretaria, musa, prostituta... Y sólo logrará eso cuando, conociendo su propia interioridad, sepa intuir la interioridad de cada persona-mujer con que se topa en la vida. Solamente así tendrá la posibilidad de amar y respetar a cada mujer, de relacionarse con ella por ser quién es y no por lo que ella hace o representa. Solamente así las va a libertar de sí mismo, respetando su autonomía. El hombre en búsqueda, ayudado por las mujeres, tendrá que emplear mucho tiempo para experimentar y disfrutar hasta aprender nuevos modos de ser y de relacionarse con las personas. Sin conocer la propia interioridad, él no logrará trabajar junto con ellas para tener en claro las posibilidades, las dificultades y las implicancias de la interrelación.

4. Ayudando a transformar y a evolucionar

Vivir lo femenino -mujer o ánima- es vivir el aspecto transformador de la vida, que es una función maternal y creativa. Tanto Lo masculino como lo femenino son transformadores. Pero la vocación de lo masculino es transformar el mundo, el mundo exterior, mientras que la vocación de lo femenino es la transformación de la vida, de la propia persona. Es decir, la transformación de lo humano. Transformar equivale a seguir viviendo.

Nuestra vida se desliza como un río que no vuelve atrás. Pero, a veces, se nos presenta como un montón de acontecimientos descolgados, sin ilación, sin estructura, sin orden. El hombre y el ánimus se encuentran frente a un desafío: desobstruir y canalizar el río, poniendo orden en el caos. La mujer y el Ánimus se asemejan más bien al lecho del río, un canal que deja transitar cuanto corre por él y descubriendo al mismo tiempo los tesoros que fluyen y el momento oportuno para aprovecharlos. Son necesarias ambas actitudes. No es posible mantener el desorden durante toda la vida, sin intervenir. Pero tampoco es posible interferir sin dejar previamente abiertos los sentimientos para avalar sin juzgar todo lo que va discurriendo.

Lo femenino tiene el don de festejar los descubrimientos que va realizando, el de ayudar a las personas para que no se ahoguen ni sean arrastradas y, por otra parte, a que sepan vivir del río de la vida y animarlas a que no salgan de él y, al mismo tiempo, a que hagan suyas las ventajas que ofrece. En cierto modo, lo femenino es transformador, porque es el propio fluir de la vida. Y ese fluir desafía todas las tendencias a la inmovilidad.

Para profundizar estos conceptos trabajaré sobre tres palabras: Alegría, servicio y cortesía.

Alegría

La alegría es un sentimiento vivo de lo positivo, de la victoria, de la vida que venció a la muerte. No hay alegría donde no hay posibilidad de morir, de ser destruído. La mayor satisfacción es sentir que uno evoluciona dinámicamente, a pesar de las dificultades. Un matiz de la alegría es el júbilo que produce el vencer una etapa o escapar a una amenaza. Alegría es transformarse.

Nos alegramos en los momentos o kairós de transformación en el correr del río de la vida. Dolor y sufrimiento son kairós de destrucción, aún cuando van ligados a partos renovadores de la vida. Pasamos por muchas situaciones vacías y destructivas y debemos saber acogerlas sin rechazarlas de inmediato, para observar lo que nos traen en favor de la vida. Una madre puede sentir deseos de agredir a su propio hijo. Ese sentimiento no debe negarse: tiene que valorarse en el rechazo de la acción agresiva, que puede encerrar sentidos simbólicos y constructivos.

Uno de los elementos importantes de la alegría es el sentimiento de estar junto a, de "ser con". Lo femenino enseña a buscar la fe y no tan sólo la racionalidad. Confía en el curso del río y, por eso, aun cuando cuestiona, está acogiendo aquellos elementos que, por no ocupar lugar en el espacio, no pueden ser tocados y sí pueden ser sentidos con el tiempo. Lo femenino extrema sus posibilidades para no separarse.

Únicamente tenemos conciencia de la alegría cuando logramos tener conciencia de que, como criaturas que somos, podemos ser heridos, que ya fuimos heridos, que estamos emergiendo del sufrimiento y del dolor. Mi sentimiento de alegría brota de saber que soy yo mismo, que no tengo necesidad de imitar o remedar a nadie. Alegría es emerger del caos. Es la fiesta de quien, siendo consciente de que estaba hundido en el caos, sabe que eso ya fue superado, al menos en parte.

Alegría es siempre una manifestación de resurrección y de pascua, aun cuando sea fruto de algo sin mucha importancia.

Servicio

Lo femenino no actúa empujando o forzando la transformación, como lo hace Lo masculino cuando pretende cambiar el mundo exterior. Lo femenino ayuda a la persona a transformarse. Al respecto, podríamos hablar de servicio y de cuidado. Lo femenino "cuida".

Lo masculino planifica y ejecuta. Fuerza y empuja. Lo femenino, no: asume el papel de siervo, de un ser servicial. Jesucristo vino a servir, pero como hombre libre. El servicio está ligado a la humildad. Los soberbios no sirven. Tanto a Francisco como a Clara les preocupó siempre vivir en actitud de servidores. Servir es que los demás se revelen a sí mismos. Lo femenino revela y se revela. Servir revela que en este mundo no existe la perfección. Pero se debe hacerlo con mucha cortesía, porque de lo contrario las personas podrían sentirse amenazadas.

La actitud femenina de servicio propuso al hombre medieval transformarse en alguien en búsqueda. Debía ser disciplinado para lograr llegar hasta la dama de sus sueños. Debía armarse, sí, por ser un combatiente, pero asimismo debía estar pronto a despojarse de su armadura y de su espada y ofrendarlas a los pies de su dama. No podía contentarse con usar solamente la fuerza bruta: tenía que aprender el arte, la presteza, la sagacidad, la magia para poder captar a la mujer interior. Ciertamente nosotros no somos medievales, pero necesitamos la firmeza y la disciplina, la integridad, la estabilidad, la adaptación social.

Quien desee ser un servidor en búsqueda podrá hasta planificar, pero no predeterminará los caminos a seguir porque sabe que no es perfecto: aprende a convencerse de que no siempre tiene razón, que no es invulnerable, y a preguntar y a arriesgar. Aprende que no se puede llegar al éxito sin renuncia y sin dolor.

El servicio alegre no es tan sólo proveedor: hace aceptar la destrucción cuando ésta es necesaria para intensificar el vivir. Hacer una intervención quirúrgica, por ejemplo, es servir, es cuidar, lo que sin embargo no obsta hasta para arrancarnos un trozo de nuestro cuerpo, si fuere necesario. Cuestionar también es servir. Por otra parte es uno de los servicios masculinos.

Aprendimos que no se debe jugar con el servicio. ¿O servir ya es jugar? Solamente es capaz de servir quien es capaz de jugar, porque es capaz de alegrarse. Quien no cree en la resurrección, no ve por qué servir. La actitud de servicio nos concientiza de que la vida es un todo indiviso: sin adentro-afuera, sin hermoso-feo, sin muerte-vida. El servir transforma creando, no reprimiendo.

Cortesía

El transformador tiene que ser cortés, porque nadie es transformado a la fuerza. Cortesía es el arte de lograr que la persona se transforme a gusto. Ese fue un don de Clara y de Francisco, que siempre se manifestaron corteses. La cortesía forma parte del servicio alegre. Cortesía, en cierta forma, es representar y es jugar, pero para no pecar de falsa debe suponer una gran fe en el otro.

Cortesía es una disciplina poética en el crecimiento de quien está en búsqueda. En nuestro tiempo preferimos hablar de civilidad, pero nos abarrotamos de normas, porque olvidamos que civilidad, como cortesía, es el respeto a la manera de ser de los demás. Pero hay que ser también cortés consigo mismo.

La cortesía combina con el desafío. Desafiar es una cortesía. Es un modo de invitar a crecer, a cambiar y a vivir más plenamente.

Uno de los aspectos de la cortesía es la capacidad de detenerse y contemplar lo que está sucediendo, imaginar lo que puede suceder antes de asumir una postura. Las necesidades y los dolores pueden acabar con nuestra vida o pueden estar dando a luz nueva vida. Solamente la cortesía, capaz de detenerse a contemplar, logrará aprehender e integrar el kairós. Después, podrá recurrir al servicio cuidadoso de lo femenino para acoger, o a la fuerza de lo masculino para defenderse.

Solamente la cortesía nos permite aceptar que crecer en la vida es también destruir y, principalmente, destruir en sí mismo, en la interioridad de cada uno. Transformar consiste, casi siempre, en renovar. Transformar incluye belleza y fealdad, fascinación y amenaza, alegría y miedo. Tiene que ser, al mismo tiempo, invasión y acogida. Si suprimiésemos las tendencias malas de odio, de venganza, de envidia... ellas van a resurgir y a tornar sombría nuestra existencia (o la de los demás).

La cortesía puede ayudarnos a encontrar una formaciónamablemente disciplinante, sin llegar a ser nunca represora. Además de evitar la represión, ella evita también cambios compulsivos y a generar una desesperación que simplemente paraliza.

UNA FUENTE EN LOS MITOS

Las grandes realidades del alma no pueden expresarse en términos matemáticos o lógicos. La humanidad ha recurrido siempre al lenguaje simbólico para expresarlas. Ahí reside uno de los grandes valores de los mitos. Pero, además de la ampliación del lenguaje simbólico, otro valor del mito es ser una creación de la humanidad y no de un único autor, por genial que fuese.

Los mitos nacen cuando alguien expresa una realidad grande del alma en un pequeño cuento, en el que toda la gente ve tan bien retratada su realidad interior, que no solamente acepta la historia sino que la complementa. Y esos complementos van siendo también aceptados hasta que la historia se completa. Luego de ello, el mito atraviesa siglos y milenios, aceptado por todas las generaciones, y aún por otras culturas, que se alimentan del mismo para generar las más diversas formas artísticas y culturales. Una historia que perdura milenios no es vacía ni pobre de contenido.

Hasta la psicología científica del siglo XX se nutre de los mitos de la antigüedad. Basta recordar el tan citado "complejo de Edipo". Y sentimos la necesidad de recurrir todavía más a esa sabiduría tan vasta del pasado. ¡Cuán rico es, por ejemplo, el lenguaje que se refiere al masculino y al femenino aludiendo al sol y a la luna!

Clara y Francisco vivieron en una época en que los mitos eran moneda corriente, especialmente los de las tradiciones épicas de la caballería, elaboradas en los siglos precedentes, "cristianizando" algunas historias paganas de las nuevas culturas que estaban naciendo en Europa. Por eso vamos a narrar aquí la historia de Parsifal y de la búsqueda del Graal, que forma parte de la leyenda del Rey Arturo y de los caballeros de la Tabla Redonda.

Ese mito nos va a ayudar mucho para comprender lo femenino interior y para ver la actuación del ánima. Y vamos a añadir también el mito de la antigüedad clásica que cuenta la historia de Psiqué, que nos va a ayudar para una mejor comprensión de lo femenino en la mujer y para tener alguna idea de la actuación del Ánimus.

Pero quiero dejar en claro que no voy a contar esas historias solamente para trabajar sobre el estudio de lo femenino. Mi intención es también buscar una apertura hacia nuestras propuestas de espiritualidad.

1. HISTORIA DE PARSIFAL

Este mito nació en la cultura celta y tuvo su mayor influencia en Francia, Inglaterra e Irlanda, aunque se difundió por toda Europa. Tenemos numerosas versiones de sus episodios, pero aquí sintetizamos la narración hecha por Chretien de Troyes, añadiendo algo de otras lecturas.

Estamos en el Castillo del Graal. En su interior está guardado el Santo Graal, es decir, el cáliz que Jesús usó en la última Cena y en el que José de Arimatea recogió las últimas gotas de la sangre del Crucificado al pie de la Cruz. Quien lo guarda es el Rey del Graal. Pero el castillo tiene otro soberano: el Rey Pescador.

Recibió ese nombre porque, siendo niño, encontró un campamento abandonado en el bosque y descubrió allí que aún había un salmón asándose en un asador. Quiso probarlo, pero se quemó la mano. Soltó el pez y se chupó los dedos quemados, sintiendo un gusto delicioso que jamás olvidaría. Pero la quemadura lo dejó muy herido y ese sufrimiento lo experimentó durante toda su vida. Solamente sentía algún alivio cuando pescaba.

Lo peor es que, por estar el rey enfermo, todo su reino estaba también enfermo: no nacían ni personas ni animales, las plantas se secaban, así como las fuentes. No había alegría. Tan sólo un caballero extraordinario podría liberar el encanto del reino: cuando descubriese el secreto del santo Graal.

Muy lejos, en el país de Gales, vivía un niño muy pobre, hijo de una mujer también muy pobre. Un día vio pasar a cinco caballeros ricamente armados y quedó deslumbrado. Corrió a avisar a su madre que los iba a seguir. Ella, que se llamaba "Dolor-del-corazón", intentó disuadirlo, apelando a cuanto recurso le inspiró su amor de madre. Cuando advirtió que todos sus argumentos no convencían al niño, le contó que su padre había sido un caballero y que había muerto en combate. Que, asimismo, había tenido hermanos caballeros que habían corrido la misma suerte. Por eso ella había huído con él a una tierra lejana para que viviese una vida distinta a la de su padre y hermanos.

Pero al ver que su hijo estaba decidido a seguir en su empeño, "Dolor-del-corazón" quiso darle algunos consejos: Respeta siempre a las doncellas, recurre siempre a la Iglesia cuando tuvieres alguna necesidad y, lo más importante, nunca preguntes.

El niño partió, pero nunca volvió a encontrar a aquellos caballeros que le parecieron dioses. Cansado, llegó a una tienda. Pensó que debería ser una iglesia y entró. Se topó con una mesa puesta para una sabrosa comida y una hermosa doncella que esperaba a alguien. Le sacó el anillo que adornaba su dedo y se lo apropió. Creyó que la comida era para el y comenzó a comer maravillado y agradecido. La mujer se enfureció, pero se dio cuenta de que él era un joven ingenuo. Le explico que no podía permanecer allí. Su enamorado podía llegar en cualquier momento para comer y ciertamente lo mataría.

Finalmente, Parsifal, que tal era su nombre, resolvió felizmente irse. Se encontró frente a un gran monasterio en el que había monjes y monjas. Todo, sin embargo, estaba muy triste, porque la naturaleza estaba muerta y la tierra no producía frutos. El Sacramento de la Eucaristía estaba sobre el altar, pero nadie lograba alcanzarlo. Él prometió que, cuando pudiese hacer algo, retornaría.

Más adelante encontró al Caballero Rojo. Era enorme y montaba un caballo también enorme. Todo cubierto y armado de rojo. Era fortísimo y seguramente nadie lograría vencerlo. Traía consigo un cáliz robado en la corte. Parsifal le preguntó qué tenía que hacer para ser un caballero como él. Extrañado por la audacia de aquel muchacho, el caballero no le hizo daño alguno. Le dijo que fuese a la corte del Rey Arturo.

Parsifal fue preguntando por el camino y finalmente llegó allá. Todos se reían de su pretensión, pero por fin lo llevaron ante el rey. Arturo no se rió de él. Oyó atentamente su pedido y le dio las principales explicaciones para lograr su cometido. En la corte había una doncella que no reía ni sonreía desde hacía muchos años. El bufón de la corte había dicho que ella volvería a reír cuando llegase a la corte el mayor caballero del mundo. Y cuando ella vio a aquel chiquilín ingenuo que quería ser caballero, soltó una carcajada. Todos quedaron muy impresionados y el Rey Arturo decidió armarlo caballero en aquel mismo instante.

Un paje se ofendió por lo hecho y empujó a la doncella. Parsifal se irritó y quiso vengarla, por lo que fue a pedir al Rey Arturo el caballo y las armas del Caballero Rojo. Arturo le dijo que podía ir a buscarlos.

Parsifal salió acompañado de un escudero, encontró al Caballero Rojo y le dijo que quería su caballo y sus armas. El caballero sonrió y lo desafió a un combate. Sorprendentemente Parsifal lo mató.

Al ir a ponerse su armadura, el paje le aconsejó: Quítese primeramente esa ropa andrajosa que viste. Pero Parsifal no quiso desprenderse de ella porque se la había confeccionado su madre. Luego partió a caballo, pero como no sabía frenarlo, tuvo que cabalgar hasta de noche, hasta que el caballo se detuvo por cansancio.

Llegó al castillo de Gournamont, que fue un padre para él. Le aconsejó sacarse el ropaje rojo y le dio clases de cómo ser caballero, de cómo usar las armas y de cómo montar a caballo. Pero antes de concluir su aprendizaje, Parsifal recordó mucho a su madre y quiso ir a verla. Gournamont hizo cuanto pudo para disuadirlo. Como no lo consiguiese, le dio algunos consejos importantes: debía respetar siempre a las doncellas y jamás mantener relaciones indebidas con mujer alguna. Al llegar al castillo del Graal, tenía que hacer una pregunta muy importante: ¿A quién sirve el Graal?

Cuando llegó a su casa, supo que su madre había muerto del corazón por su partida. Se puso de nuevo en camino y se topó con una importantísima doncella: Blanca Flor. La joven le pidió ayuda, porque su castillo estaba rodeado por un ejército enemigo. Parsifal desafió al subcomandante de los sitiadores y lo venció. Después desafió al comandante y también lo venció. No los mató, sino que les ordenó que fuesen a presentarse como vencidos a la corte del Rey Arturo. Luego pasó la noche con Blanca Flor, respetando su virginidad.

Cuando continuó el viaje, se encontró en medio de una vasta región deshabitada. Un caminante le dijo que no había casa alguna en un radio de cincuenta leguas. Pero un poco más adelante encontró un lago y dos hombres pescando en un barco. Uno de ellos le dijo que allí cerca había un castillo y le indicó cómo llegar a él.

Parsifal llegó al castillo. El puente levadizo fue bajado para que ingresara y, así que entró, quedó peligrosamente sacudido sobre los cascos posteriores de su caballo. Cuatro pajes vinieron a su encuentro y le ayudaron a apearse y desarmarse. Le dieron una habitación y le avisaron que habría un solemne banquete. En el salón del castillo, un cuadrado enorme en torno a un inmenso hogar cuadrado, se encontró con cuatrocientos caballeros con sus respectivas damas. En el trono del rey vio sentarse al hombre que estaba pescando en el barco. Era el Rey Pescador. El banquete fue solemnísimo.

El Graal fue traído y pasado de mano en mano. Cada uno recibía todo lo que deseaba. Al final hubo un cortejo que traía una espada chorreando sangre. Una sobrina del rey trajo una espada que el rey se la ciño a Parsifal. El quedó boquiabierto y recordó que tenía que hacer la pregunta: ¿A quién sirve el Graal? Pero, a su vez, recordó que su madre le había aconsejado no hacer pregunta alguna, por lo que se abstuvo de hablar. Al concluir la fiesta, fue conducido a su habitación.

Cuando despertó, por la mañana, todo estaba en silencio. No había nadie a la vista. Vio su caballo en el patio, montó y partió. El puente levadizo se bajó solo y, una vez más, se sacudió sobre las patas de su caballo cuando se cerró. El castillo desapareció.

En el camino, Parsifal encontró a otra doncella. Tenía entre sus brazos a un caballero muerto y lloraba desconsoladamente. Parsifal se detuvo. Ella le hizo varias preguntas y así se enteró de que él había estado en el palacio del Graal. Entonces le dijo cosas enojosas, acusándolo. Le contó que su enamorado había sido muerto por el caballero de la doncella de la tienda que, irritado porque alguien había estado allí, salió y mató al primero que encontró. La doncella lo acusó de eso y también de no haber salvado al Graal. Le dijo que, por su culpa, todo el mundo continuaría infeliz, sin sonreír, sin ver nacer ni criaturas, ni animales, ni plantas. Le dijo también que la espada que había ganado se quebraría a la primera de uso, pero que después sería irrompible.

Parsifal siguió su camino. Cuando se cansó, se apeó y se sentó en el suelo. Vio a un gavilán que atacaba a unos gansos que volaban. Cuando algunas gotas de sangre cayeron sobre la nieve, él recordó a Blanca Flor.

Pero en esa oportunidad llegaron los emisarios de la corte del Rey Arturo, que había recibido a muchos hombres derrotados por Parsifal y deseaba acoger al gran caballero con grandes fiestas.

Pero sucedió que, en lo mejor de la celebración, ingresó al banquete una doncella horrible, montada en una mula manca más horrible todavía. Acusó públicamente a Parsifal por todos los errores cometidos y principalmente por no haber liberado al Graal, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Acusó también al resto de los caballeros y, finalmente, ordenó que todos saliesen en busca del santo Graal. La obedecieron y todos comenzaron la búsqueda, cada cual por su cuenta.

Parsifal también salió, pero anduvo errante por el mundo durante mucho tiempo. Derrotó a muchos caballeros, pero perdió totalmente el sentido de lo que estaba haciendo.

Un día, cabalgando como un alienado, se topó con un grupo de personas que hacían una procesión, las que le increparon por andar así, a caballo, en un viernes santo. El ni siquiera sabía que era viernes santo. Les preguntó adonde iban. Le contestaron que a confesarse, por lo que resolvió ir con ellos.

El confesor era un ermitaño. Parsifal descubrió que éste era un tío suyo, hermano de su madre. Sin que él hubiese dicho nada, el ermitaño le habló de todos sus yerros. Finalmente le mandó que fuese al castillo del Graal e hiciese la pregunta debida.

Parsifal volvió a dar con el castillo, hizo la pregunta y liberó el encanto: el Rey pescador quedó curado y la felicidad volvió a sus tierras. La respuesta era: "El Graal sirve al rey del Graal". Ese era otro rey que moraba en un departamento interno del castillo y se encargaba del Graal.

Algunos puntos para la interpretación de la historia de Parsifal:

El mito expresa cómo el hombre realiza su plenitud (representada por el Graal) ayudado por lo femenino interior (representado por las doncellas). Uno de los elementos básicos es la liberación de la figura materna: lo femenino antiguo, que concluyó su misión, es vencido por lo femenino nuevo, que forma parte de la personalidad del hombre. De ahí la actitud caballeresca para con las mujeres.

Otro elemento fundamental es el sentido de búsqueda y de curación. El sabor del pez (un alimento rico en simbolismos), vislumbrado en la adolescencia, tiene que ser buscado hasta su plenitud (el Graal). Mientras no se logra, el hombre y todo su reino interior permanecen enfermos. Para emprender la búsqueda tiene que saber preguntar, aprender, descubrir, cosas que eran impedidas por la fijación materna.

Pero la lección suprema es la que aprendieron Francisco y Clara y ya había sido enseñada por Jesús: Quien quiera ser el mayor, que se haga el menor. El secreto consiste en aprender a servir a los demás y no en conquistar grandezas haciéndose servir.

Es muy significativo que San Buenaventura, escribiendo a las Clarisas en 1259, no sólo les haya dicho: "No quieran tener nada bajo el cielo sino lo que su madre (Clara) les enseñó: Cristo, y Cristo crucificado", sino que también les dijo que Jesús es "el pez asado en la cruz", utilizando el lenguaje del mito.

2. HISTORIA DE PSIQUÉ

Este es un mito muy antiguo, que ya circulaba en Grecia algunos siglos antes de Cristo. La redacción más antigua y genuina que poseemos está relatada en el libro latino "El asno de oro", de Apuleyo. Vayamos a él.

Como Afrodita, la diosa de la belleza, había nacido del Océano, se decía que Psiqué había nacido de la tierra, brotada de una gota de rocío. Afroditra era diosa; Psiqué era humana. Tercera hija de un rey y de una reina, apareció en el mundo como una niña de extraordinaria belleza, que hasta logró que la gente se olvidara de Afrodita. Ésta se irritó y juró venganza.

Todo el mundo venía de lejos para ver a Psiqué, pero nadie osó casarse con ella. Preocupados por esta situación, sus padres consultaron a un oráculo. Afrodita influyó en la respuesta: Psiqué tendría que casarse con Tánatos, el dios de la muerte.

Sus padres prepararon las bodas: festivas y fúnebres al mismo tiempo. El cortejo nupcial, de acuerdo a las instrucciones del oráculo, acompañó a la novia con antorchas hasta una montaña, donde fue encadenada a una roca. Todos apagaron sus antorchas y Psiqué quedó a la espera de Tánatos.

Durante ese tiempo de espera, Afrodita llamó a su hijo Eros (que también conocemos

con el nombre romano de Cupido) y le mandó que fuese a disparar sobre ella sus dardos de amor, ya que la encontraría en la montaña y con Tánatos. Pero cuando Eros contempló la deslumbrante belleza de Psiqué, se hirió a sí mismo y quedó prendado apasionadamente de ella. No esperó a Tánatos. Llamó a su amigo Zéfiro, dios del viento, y le pidió que la llevase a su casa.

Fue así que Psiqué, desmayada de miedo al quedar en lo oscuro, despertó en un fantástico jardín. Se dio con un palacio más espléndido aún, donde no residía nadie, sino únicamente criados invisibles que complacían todos sus deseos. Por la noche se instaló en la habitación principal y en un esplendoroso lecho, donde, en medio de la oscuridad, Eros vino a su encuentro. Esto se repetía diariamente. Ella se sentía muy feliz.

Pero ignoraba quién era su marido, puesto que éste se retiraba antes del amanecer. Él le decía que todo sería de ella para siempre y que el hijo concebido por ella había de ser un dios, siempre que ella no hiciese preguntas.

Pero sus dos hermanas, ya casadas con reyes en la época de su casamiento con Eros, se enteraron de que Psiqué estaba viva y casada con un dios. Ascendieron a la montaña en que la dejara su familiay desde allí comenzaron a llamarla con fuertes gritos. Psiqué oyó el llamado y lo comunicó a su marido. Éste le previno que ella podría perder todo si cometiese alguna indiscreción, ordenándole que no permitiese que sus hermanas viniesen. Pero ellas insistieron y Psiqué logró obtener el permiso de ser visitada. Zéfiro las trajo al jardín. Quedaron deslumbradas y le hicieron mil preguntas a Psiqué sobre su esposo. Ella les dijo que era un joven muy hermoso, ausente en ese tiempo por estar entretenido en competencias deportivas. Como insistiesen en hacerle preguntas, ella las llenó de regalos y pidió a Zéfiro que las llevase de vuelta.

Ellas tenían envidia de Psiqué, se dieron cuenta de que habían sido engañadas y quisieron retornar. Eros se cansó de alertar a Psiqué sobre el peligro que corría. Pero finalmente cedió. Las hermanas retornaron. Preguntaron insistentemente sobre quién era su cuñado. Olvidada de lo que les había dicho antes, les dijo ahora que era un comerciante ya de edad, que necesitaba viajar de continuo. Las hermanas la convencieron de que estaba en un inminente peligro: que se había unido a un monstruo que devoraría a su hijo y también a ella así que diese a luz. Le aconsejaron tener escondida una lámpara en la habitación y un puñal bien afilado. Cuando el marido estuviese sumido en el sueño, ella encendería la lámpara e inmediatamente lo degollaría. Y se marcharon.

Psiqué obedeció. Cuando encendió la lámpara, quedó deslumbrada por la belleza del dios del Amor. Desesperada, se hirió con una de las flechas que estaban al pie de la cama y quedó también apasionadamente enamorada de él. Quiso apagar la lámpara, pero, en la confusión, derramó un poco de aceite caliente en el hombro de Eros. El despertó y emprendióvuelo.

Ella logró asirse de sus pies y salió con él de la casa y de aquel jardín que era un Edén. Pero no pudo mantenerse mucho tiempo en esa situación y cayó. Él tan sólo se detuvo para decirle que lo sentía mucho, pero que le había puesto tantas veces sobre aviso. Y voló, desapareciendo para siempre.

Psiqué quiso morir e intentó ahogarse en un río. El dios Pan, que estaba al margen del mismo, la disuadió y le aconsejó rezar. Ella comenzó a recorrer los templos de las diosas. Todas la expulsaban para no incurrir en la ira de Afrodita. Cansada de tanto rechazo, decidió encarar el problema de frente: fue directamente a la casa de Afrodita.

La diosa le dijo cuanto le vino en gana. Inclusive que no estaba dispuesta a cambiar de actitud y que, por consiguiente, no contase con ella para nada. Pero simuló darle una oportunidad. Le mostró una montaña de granos muy variados, diciéndole: Debo ausentarme para asistir a una boda. A mi regreso, por la tarde, quiero ver todas esas semillas separadas. Si no logras cumplir esa orden, morirás.

La joven, ante tamaña empresa, se dio por muerta. Se sintió totalmente desanimada y no advirtió a unas hormiguitas que comenzaron a desfilar. Al caer la tarde, grano tras grano, las hormigas habían cumplimentado la tarea. Al regresar, Afrodita quedó sorprendida y enfurecida al mismo tiempo.

Y la desafió a otra tarea. Le dijo que tenía que ir al otro lado del río y traer de allá lana de oro de los carneros del dios Sol. Psiqué prefirió morir y se dispuso a arrojarse a las aguas del río. Pero entonces oyó el consejo de los juncos del río: "¡No hagas eso! Si vas ahora, durante el día, serás muerta por la furia de los carneros. Vete al caer de la tarde, cuando los carneros se hayan ido lejos. Podrás recoger las hebras que siempre quedan entre los espinos y en las ramas bajas de los árboles". Y Afrodita tuvo que conformarse con el puñado de lana que la joven le trajo.

Pero todavía le dio una tercera tarea. Le entregó un cáliz de cristal para que fuese a buscar agua muy limpia al río Estige. Es un río que nace en la montaña y, luego de cierto recorrido, se sumerge en la tierra. Los antiguos decían que iba en busca de la tierra de los muertos. Sus orillas eran prácticamente inaccesibles: pantanos, rocas, lugares infestados de animales feroces. Psiqué ascendió a un peñasco escarpado para lanzarse desde allí a las aguas y terminar de una vez por todas con su tragedia. Pero un águila, el águila sagrada de Zeus, vino a buscar su cáliz, y, luego de descender hasta la superficie de las aguas, donde éstas eran totalmente limpias, lo llenó para que se lo entregase a Afrodita.

La diosa no pudo menos que aceptarlo. Pero le impuso otra tarea más. Psiqué recibió una cajita para ir al infierno a pedirle a su reina, la diosa Perséfone, un poquito de su crema de belleza. Esta vez la pobre joven subió a una torre para matarse saltando desde su altura. Pero la torre dialogó con ella. Le aconsejó ponerse dos monedas en la boca, tomar en sus manos dos bocados de pan de cebada y enfrentar su misión. Le indicó el camino que conducía a la entrada del infierno. Le recomendó que no se detuviese a ayudar a un viejito cojo que pedía se le ayudase para colocar el hato de leña sobre el lomo de su burro. Le dijo que tenía que dar una de sus monedas para que Caronte, el barquero del Estige, la pasase a la otra orilla. Que tampoco debería atender a un ahogado que pedía ayuda en medio del río. Que, al llegar a la otra orilla, se toparía con las tres Parcas, asegurando el destino de las personas, pero que no se debería detener sino seguir de largo. Que en la puerta del infierno encontraría al Cancerbero, un perro de tres cabezas: que le arrojase un bocado de pan y entrase rápidamente, mientras las tres cabezas se disputaban la comida. En el palacio del infierno no debería aceptar cosa alguna para comer. De regreso, arrojaría otro bocado al pasar por el Cancerbero, evitaría nuevamente a las Parcas, daría la otra moneda a Caronte para que la trasladase al otro lado del río y así todo quedaría cumplido.

Psiqué observó estrictamente todas las recomendaciones, recibió de manos de Perséfone la cajita llena y regresó. Ya estaba saliendo de aquella región cuando tuvo curiosidad de conocer la crema de belleza tan estimada por las dos grandes diosas. Abrió la cajita y cayó muerta.

Eros, ya curado, volvió y se dirigió al Olimpo, al cielo. Fue a solicitar a Zeus, el dios supremo, que dejase a Psiqué quedarse en el cielo y que fuese su esposa. ¡Había superado tantas pruebas! Zeus le respondió que no se oponía, si obtenía el consentimiento de Afrodita. Sorpresivamente, Afrodita estuvo de acuerdo. Psiqué residió en el cielo y tuvo una hermosa hija, llamada Hedoné, Placer.

Algunos puntos para la interpretación de la historia de Psiqué:

Esta es una historia que refiere cómo una mujer libera la plenitud de su feminidad ayudada por Lo masculino interior, el ánimus. Primeramente debe escapar de las manos de lo masculino exterior, que no quiere que haga preguntas, porque no desea que tenga conciencia. El mundo patriarcal quiere que sea bonita y le colme de placer a cambio del silencio y la sumisión.

Es interesante observar cómo ella siempre se siente débil frente a la lucha y quiere morir. Pero eso no es negativo, porque ella nunca se mata: aprende que, para vivir cada vez más, tiene que ir entregando la vida que pasa. Parece destinada al matrimonio con la muerte (Tánatos), pero termina uniéndose en la interioridad con Eros, personificación, en este caso, del ánimus, Lo masculino interior.

De dentro de sí misma saca esos consejos sabios dados por plantas y animales (símbolos de la instintividad), pero también por la torre, que es obra de manos de hombres, o de la cultura.

La mujer descubre su plenitud aprendiendo a hacer cosas que parecen pequeñas, como elegir semillas, recoger un poco de lana sin ostentación, buscar un poco de agua. Pero lo principal es aprender que, cuando se tiene una misión que realizar, no se detiene ni para ayudar a los demás. Y que la curiosidad puede echar todo a perder. Finalmente, que la esperanza siempre hace renacer el Placer.

A diferencia del ánima, que se manifiesta a través de la figura femenina de las doncellas, el Ánimus actúa como un consejo (la idea de consejo es la de un grupo de personas sentadas juntas y conversando) que usa todos los recursos de la naturaleza o del arte para asumir decisiones sabias.

Robert Johnson estudió los mitos de Parsifal y de Psiqué en dos libritos muy interesantes, HE y SHE. Escribió también otro libro, WE, que trata del amor romántico, presentando el mito medieval de Tristán e Isolda. El lector que quiera profundizar nuestro tema no puede dejar de leer esos libros.