INTRODUCCION

ESTE LIBRO

El tema de este libro es Jesucristo. Pero, con el deseo de ser concreto y ameno al mismo tiempo, presenta a Jesucristo desde la perspectiva de Clara de Asís, una mujer extraordinaria del siglo XIII, pero que aún tiene algo que decirnos. Ella, juntamente con Francisco de Asís, es el mayor exponente de la espiritualidad franciscana, que incluye un actualizado mensaje para la humanidad del siglo XXI, especialmente en lo que se refiere a la integración del femenino.

Éste es un libro sobre Jesucristo, sobre Clara de Asís, sobre el franciscanismo y sobre lo femenino. Demuestra cómo ya Jesucristo tuvo, respecto al femenino, la misma visión que posteriormente asumió el franciscanismo. Pero éste no es un libro de teología ni de psicología.

Es un libro de espiritualidad.

Se divide en dos partes bien diferenciadas. En la primera, clarificaremos las bases: ¿Qué es espiritualidad? ¿A qué llamamos femenino? ¿Quién es Clara de Asís? En la segunda parte, en veintiocho capítulos, presentaremos reflexiones y ejercicios prácticos para quienes quieran trabajar sobre esos temas. Teniendo en cuenta la perspectiva enunciada, intentaremos responder, a través de todo el libro, a la pregunta principal: ¿Quién es Jesucristo en nuestra vida?

Tampoco estamos ante un libro científico. No es un libro de estudio, sino un libro de sugerencias para una vida concreta. Ciertamente se basa en estudios, pero no es su fin platicar con estudiosos, sino con quienes anhelan ser santos.

Es un libro escrito por un hombre. Habla del femenino, pero desde una perspectiva masculina. Por eso, sobre todo en la primera parte, presenta más bien reflexiones que propuestas concretas y vivenciales. Pero es la comunicación de un hombre que habla con el corazón, porque está agradecido por el don de haber descubierto el ánima interior y su mundo, y siente la necesidad de comunicar en lo posible a los demás esa experiencia.

Gracias a Dios, actualmente hay muchas mujeres, incluso teólogas y psicólogas, que escudriñan el valor de lo femenino y escriben sobre el tema. Al respecto, vivimos y aún viviremos días mejores. Pero creo que también hay lugar para un hombre que, a su vez, está descubriendo el valor de lo femenino.

Hace veinte años, estando muy lejos de mi tierra, tuve una experiencia: me deslumbré, en un recodo del camino, con almendros en flor recortados sobre el cielo plomizo del invierno europeo. Recordé a Jeremías que, al comienzo de su vocación profética, vio una rama de almendro meciéndose e hizo un juego de palabras con los términos hebraicos shaqed (almendro) y shoqed (vigilante, atento). Así ingresó él al mundo de la profecía y yo entré a la "Tierra de Shaqed", como denominé a la imagen simbólica del mundo interior, donde la mano de lo femenino conduce a los hombres a descubrimientos esenciales

Cuando descubrí mi ánima, cuando entré con ella a la Tierra de Shaqed, Francisco y Clara fueron mis guías. En su suave luminosidad -un materno resplandor- comencé a descubrir a Aquel "por quien todas las cosas fueron hechas". Y, al mismo tiempo, descubrí nítidamente el rostro del ánima y el rostro espiritual de Clara de Asís. Y ahora, ya no puedo callar

Todas las citas mencionadas en este libro fueron extraídas de "ESCRITOS DE SANTA CLARA Y DOCUMENTOS COMPLEMENTARIOS", edición bilingüe preparada por Ignacio Omaechevarría (BAC, Madrid, 1982, 2ª ed.) y de "SAN FRANCISCO DE ASIS. Escritos. Biografías. Documentos de la época", edición preparada por José Antonio Guerra (BAC, Madrid. 1980, 2ª ed.). En las citas abreviadas nos atenemos a las que ambas obras emplean.

 

CLARA DE ASIS

Santa Clara puede ser hoy conocida con seguridad y abundante información, puesto que, en los últimos años, se publicaron muchos estudios y documentos sobre ella. Como ayuda a los lectores, ofrecemos aquí sucintamente los datos más importantes sobre su vida.

Clara nació en 1194 y murió en 1253, a los sesenta años. Ingresó a la vida franciscana en 1212, a los 18 años de edad. Fue a vivir en San Damián, una pequeña iglesia fuera de la ciudad de Asís, en la que San Francisco había tenido un encuentro con Jesús Crucificado. Desde 1216 tuvo que someterse a la Regla de San Benito, pero solicitó al Papa el "Privilegio de la Pobreza".

Estuvo muy enferma desde el tiempo de la muerte de San Francisco (1226), quizás desde 1224, hasta su muerte, acaecida en el año 1253. A pesar de sus achaques, nunca se dejó abatir. Siempre trabajó. Escribió sus famosas cartas a Inés de Praga a partir de 1234. Completó su Regla en 1252. Posiblemente su Testamento sea anterior.

Fue canonizada en 1255. Sepultada en la iglesia de San Jorge, ampliada posteriormente para ser transformada en la Basílica de Santa Clara, su cuerpo fue exhumado en 1850. El original de la Regla fue descubierto en 1893. En 1958 fue declarada patrona de la Televisión.

Clara pertenecía a una familia de caballeros, de origen lombardo y germánico, cuya ascendencia puede ser detectada hasta varios siglos anteriores a ella. Su padre, Favarone, era uno de los siete hijos de Ofreducio de Bernardino, quien, además de poseer castillos en la región, moraba en una casa señorial, construida hacía más de cincuenta años, casi tocando a la Catedral de San Rufino, en el centro de Asís.

Su madre, Hortolana de nombre, también era de familia noble y emparentada con los Favarone. Fue una mujer muy piadosa, pero independiente y activa. Poco antes de casarse, hizo una peregrinación a Tierra Santa, en momentos en que ello implicaba un peligroso riesgo. Le gustaban las peregrinaciones , así como ayudar a los pobres. Ya viuda, fue a pasar sus últimos años como religiosa en el monasterio de su hija Clara. Conocemos hechos muy interesantes de su vida porque fueron relatados por Pacífica de Guelfucio, prima y vecina suya en la plaza de la Catedral. Pacífica acompañó a Hortolana en sus peregrinaciones e ingresó también al monasterio de San Damián, siendo Clara abadesa.

Hortolana contó que, cuando estaba esperando a su primera hija, fue a rezar ante el Crucificado y que éste le dijo: "No temas, mujer, porque vas a dar al mundo una luz que va a dejar a la misma luz más clara". Por ese motivo llamó Clara a su primogénita, dejando de cumplir una promesa hecha durante su viaje a Tierra Santa, que cumplió posteriormente, cuando nació su segunda hija, dándole el nombre de Catalina.

Clara tuvo dos hermanas: Catalina, cuyo nombre fue cambiado más tarde por el de Inés por San Francisco, y Beatriz. Las dos llegarían a ser Hermanitas Pobres, como Clara, en el monasterio de San Damián. Inés falleció dos semanas después de la muerte de Clara, en 1253. Beatriz tuvo oportunidad de deponer en el proceso de canonización de su hermana.

Biografías no muy bien informadas, de hace algunos años, hablaban de otra hermana más (Penenda) y de un hermano (Bosone) de Clara; pero hoy sabemos con certeza que las hijas de Favarone y Hortolana fueron solamente Clara, Inés y Beatriz.

También sabemos de la existencia de un primo suyo, llamado Martín de Corozano. Dos de sus hijas, Balbina y Amata, fueron Hermanas en San Damián y también atestiguaron en el Proceso de Canonización. Hoy conocemos con bastante certeza y en detalle las más importantes informaciones de la familia de Santa Clara gracias a las investigaciones de Arnaldo Fortini y de su hija Ema Fortini.

A sus cuatro años, en 1198 (o, a lo sumo, a los seis, en el 1200), Clara tuvo que huir de Asís con su familia, porque estalló en Asís una revuelta de los plebeyos ricos. Estuvo primeramente en el castillo de Corozano. Posteriormente todos los nobles huyeron a refugiarse en Perusa. Después los ricos y los nobles lograron acordar una paz, que consolidó la comuna de Asís, creada en 1206. Pero Clara no pactó con esa paz que era tan sólo para proteger los intereses de los poderosos en contra de los pobres. Cuando se firmó el tratado definitivo en 1210, ella ya estaba en busca de un nuevo camino.

Cuando Clara salió de su casa en 1212, intentó regresarla, sin resultado alguno, su tío Monaldo, acompañado de sus propios hermanos, quien probablemente hacía las veces de padre de Clara, puesto que quizás éste ya había muerto o estaba ausente, como soldado profesional que era. Unos días después, Monaldo comandó otra expedición infructuosa para ir en busca de Catalina (Santa Inés de Asís), que se había unido a su hermana en la capilla rural del Santo Ángel de Panzo.

El hecho es que Clara tuvo oportunidad de vivir una adolescencia feliz y rica, con posibilidad de estudiar, probablemente con profesores particulares. Era muy inteligente y aprendió a escribir con una maestría no común. Fue educada en el mejor espíritu de la caballería de su tiempo, aprendiendo a ser una dama cortés, con el espíritu enriquecido con conocimientos religiosos y bíblicos, con la convicción del heroísmo de la santidad y con el halagüeño mundo de las canciones de los juglares de su tiempo. Tenía todo para ser una auténtica doncella del ciclo caballeresco de la Tabla Redonda del rey Arturo.

Clara inició su Testamento diciendo que uno de los mayores beneficios que tenemos que agradecer a Dios es nuestra vocación. Y aclaró perfectamente que recibió su vocación a través de San Francisco, y que consistió en seguir a Jesucristo Camino.

Su historia demuestra que, ya en los brazos de su madre, recibió una buena orientación para seguir los pasos de Jesús, y aún de Jesús Crucificado. Siendo todavía niña, dio pruebas de ello. Tanto que, según Beatriz, su hermana, San Francisco justamente le asignó su fama de santa.

Un hecho estimulante es que Francisco ya sabía de la vocación de Clara desde 1205, aunque no la conocía a ella personalmente. En ese año, o a lo sumo en 1206, él estaba rezando en San Damián, muy al comienzo de su nueva vida, sin siquiera soñar entonces en la Orden de los Hermanos Menores, y tuvo una inspiración, que él narró como venida del Espíritu Santo, por boca del Señor Crucificado: debía reformar ese lugar porque allí habrían de morar unas mujeres santas, cuya vida resplandecería en toda la Iglesia.

Bona de Guelfucio, hermana de Pacífica, dijo que Clara le mandó llevar dinero a los hombres que trabajaban en la iglesia de la Porciúncula para que pudiesen comprar carne. Francisco terminó ese trabajo, a más tardar, en 1208. Clara ya debía haber regresado a Asís y pudo oír hablar de él, aunque quizás no le conociese todavía.

Ella debe haber tenido los primeros encuentros con San Francisco en 1211. Francisco se encontró con una joven que conocía a Jesucristo, que ya lo hacía aflorar de su interioridad y que tendría un gran significado para su misma vocación y su santidad.

Ellos se encontraban a escondidas. Los parientes ignoraban que ella estaba vendiendo todo lo que poseía para darlo a los pobres e ingresar así, como una pobre mucama, a la vida religiosa. De acuerdo con el Obispo de la ciudad, ella y Francisco acordaron que Clara saldría de su casa en un día en que sus padres no estuviesen presentes. Francisco ya había preparado para ella y para otras hermanas una casa en San Damián, pero la llevó antes a trabajar como criada en un rico monasterio benedictino de San Pablo de las Abadesas y, además, a otro lugar (a la capilla del Santo Ángel de Panzo) con un grupo de mujeres que intentaban un nuevo tipo de vida religiosa.

Ellos sabían que Dios quería renovar a la misma Iglesia a través de la Orden que fundarían. Desde el comienzo procuraron ser fieles a la médula del anuncio Evangélico y se preocuparon de pedir la aprobación de la Iglesia de Roma. Francisco aún dudó si debía vivir solo en el eremitorio o también predicando; pero Clara, que lo ayudó a decidirse, supo desde el principio que su vocación personal era la del eremitorio. Ella y Francisco introdujeron una nueva tradición en la Iglesia, fundando el eremitorio en el que, sin embargo, no se estaba solo, sino a solas con Dios y en compañía de Hermanos o Hermanas.

Las Hermanas ingresaron al movimiento franciscano, que ya era un brote nuevo entre muchos otros movimientos de penitencia y pobreza que florecieron en la Edad Media. Clara siempre afirmó que sus Hermanas eran una "plantita" de Francisco de Asís, es decir - de acuerdo al lenguaje de la época- un grupo que formaba parte de otro mayor fundado por Francisco.

Prometieron obediencia a Francisco y él les dio la primera "Forma de Vida". Ésta iba a tener una historia parecida a la de la Regla Franciscana, que fue creciendo a partir de 1209, tomó su forma más desarrollada en 1221 y terminó incluida en la Bula del Papa en 1223. Clara logró también que el Papa incluyese su "Forma de Vida" en una Bula , la "Solet anuere" que, por otra parte, tenía el mismo nombre de la que consagrara la Regla de Francisco.

Pero parece que ella tuvo más oportunidad y más fuerza para lograr incluir en su "Forma de Vida" el espíritu con que los dos habrían soñado juntos. La "vida sin propio" fue presentada como el elemento constitutivo de la Orden de las Hermanas Pobres. La vida de comunidad fue garantizada por una desconocida hasta entonces "democracia", en la que había una vice de la superiora y también un consejo, elegido por las bases y no nombrado desde arriba, como en la regla benedictina. Hacían capítulos semanalmente. A todo esto, Francisco solamente había conseguido establecer un capítulo anual.

Pero ella también supo humanizar, en especial, las austeridades impuestas por las autoridades del tiempo y formó una fraternidad en que las Hermanas se lavaban los pies unas a otras y se prestaban un alegre servicio para que todas se sintiesen bien y cada vez más unidas al Cristo Esposo.

Con mucha objetividad y mucha clase transformó el silencio perpetuo, exigido por las reglas papales, en silencio total desde la oración de la noche hasta la oración de la mañana siguiente; incentivó que se conversase con las enfermas; abrió el refectorio como lugar de trabajo y de recreo fuera de las horas de las refecciones; ordenó levantar el paño de las rejas para conversar con las visitas y aclaró que en la iglesia debían hablar en voz baja y no gesticulando, como quería la Regla del Papa Inocencio IV.

A pesar del recogimiento retirado en que vivían las Hermanas, la fama de ese nuevo tipo de santidad se difundió por el mundo, llegó tanto a las familias ricas como a las pobres y pobló a Europa con los nuevos eremitorios. Hasta monasterios de otras órdenes religiosas se pasaron íntegramente, a los pocos años, a la Orden de las Damianitas. Cuando murió Santa Clara, ya había más de cien monasterios. Y los testimonios de su tiempo confirman que ella no atrajo tan sólo a mujeres, sino también a muchos hombres, que ingresaron a la Orden Franciscana.

En 1263, diez años después de la muerte de la fundadora, las Hermanas comenzaron a llamarse "Clarisas", cuando el Papa Urbano IV les dio una Regla que había de llegar hasta nuestro siglo.

La Orden, dividida en monasterios independientes y, por ende, sometida a variedad de personas y de lugares, enfrentó muchos problemas en su historia, pero siempre salió renovada y vigorosa, logrando introducir importantes reformas que laenriquecieron con el espíritu de Santa Clara hasta nuestros días. Actualmente está muy difundida en todo el mundo y ha contribuido de muy diversas maneras a la gloria de Dios en toda su Santa Iglesia, como se le prometió a Francisco en los comienzos de su conversión.

La figura de Santa Clara dejó una estela fulgurante en la historia y ésta recuerda episodios muy interesantes, muchas veces con la impronta de las leyendas: que ella habría hecho brotar rosas en la nieve; que habría bendecido panes en presencia del Papa, haciendo aparecer una cruz sobre cada uno; que participó de una "cena de fuego" con San Francisco en la Porciúncula; que expulsó a un ejército de sarracenos levantando una custodia con el Santísimo Sacramento frente a ellos. En películas y libros se la ha hecho aparecer como una enamorada de San Francisco.

En realidad, los hechos superan a la leyenda. Sólo una amistad extraordinaria con Francisco puede explicar que ambos nos presenten una espiritualidad que, además de ser riquísima, es esencialmente la misma, aunque cada una de ellas tenga su manera personal de expresarse. Ellos realmente vivieron una experiencia sin par de Jesucristo y supieron encontrar a ese mismo Jesucristo el uno en el otro. Como recordó el Papa Juan Pablo II en 1982:"Francisco se vio a sí mismo en la imagen de ella, imagen de Cristo, en que veía retratada la imagen que debía imitar; se veía a sí mismo como a un hermano, un pobrecito a imagen de la santidad de esta esposa auténtica de Cristo en la que encontraba la imagen de la Esposa perfectísima del Espíritu Santo, María Santísima".

Ella no levantó custodia alguna (pues no existían aún en su tiempo), pero, de hecho, llevó a las Hermanas aterrorizadas por la invasión a rezar ante el Santísimo Sacramento, separadas de los soldados tan sólo por una puerta. Y la fuerza de su oración las liberó. Del mismo modo, un año después, liberó a la ciudad de Asís, que estaba cercada por otro ejército, el de Federico II, haciendo que las Hermanas rezasen con la cabeza cubierta de cenizas.

Ella se mostró fuerte para rechazar firmemente las propiedades que el mismo Papa Gregorio IX le ofreció en 1228. Cuando el Papa le preguntó si ella quería ser dispensada del voto de pobreza, respondió: "Padre Santo, a ningún precio quiero ser dispensada de seguir a Jesucristo para siempre". Y el Papa tuvo que cambiar de idea.

Cuando el mismo pontífice le fue a insistir a Inés de Praga para que aceptase propiedades, Clara, respetuosa y firme, escribió una carta sobre la pobreza, en la que incluyó este trozo vigoroso: "Si alguien te dijere o sugiriere algo que estorbe tu perfección o que parezca contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo, sino abraza como virgen pobre a Cristo pobre" (2 CtIn 4). Esto es histórico.

La misma firmeza demostró en 1230, cuando una bula de Gregorio IX (Quo elongati) prohibió a los frailes ir a los monasterios sin su licencia personal. Ella dispensó a los frailes que pedían limosna para las Hermanas, diciendo: "Si podemos pasar sin el pan del espíritu, podemos también pasar sin el pan material". Y la determinación superior debió cambiarse.

El Papa Inocencio IV fue a visitarlas en la antevíspera de la muerte de Clara y le concedió la aprobación de la Regla, tan ansiosamente esperada por ella. Cuando murió, toda la Curia Romana, entonces presente en Asís, estuvo presente en la Misa y en el entierro. El papa mandó iniciar cuanto antes el Proceso de Canonización. Dos años después, era canonizada y venerada en toda la Iglesia.

Hoy sabemos que también fue una mujer cariñosa, profundamente femenina, pero firme, equilibrada, que instauró un mundo renovado en su monasterio y lo irradió al exterior. Sorprende constatar cómo se podía ser humana y santa, sencilla y profunda, ofreciendo el ejemplo de una vida de fraternidad que para nosotros, aún hoy, es un sueño.

Y también se la ha reconocido como una excelente escritora. Maneja con maestría la lengua latina y expresa con una claridad meridiana todos sus pensamientos. Es sencilla, directa, clara. De hecho, "una luz que hará más resplandeciente a la luz misma".

ESPIRITUALIDAD

Espíritualidad es, ante todo, la cualidad de quien tiene espíritu. Espíritu, del latín spiritum, quiere decir viento, soplo, impulso, energía. Como le dijo Jesús a Nicodemo: ... tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va..." (Jo 3, 8).

Nos referimos a Dios y a los ángeles como a seres espirituales: existen, pero son impalpables, carecen de cuerpo, por lo que no son perceptibles a nuestros sentidos. Por extensión, llamamos espiritual a cuanto se relaciona con Dios, y también a lo que se refiere a nuestras actividades que escapan a lo sensible y a lo material.

A partir de ahí, también se llama espiritualidad a todo el conjunto de conocimientos y prácticas relacionados con Dios y con otros seres espirituales, como las almas de los muertos. En ese sentido también lo podemos aplicar a una doctrina espiritual y a un estudio o ciencia de la espiritualidad. Las doctrinas espirituales pueden ser muy variadas, como variadas pueden ser las "escuelas de espiritualidad" o los movimientos, que abarcan a muchas personas, en regiones y épocas diferentes. Por otra parte, también se habla de métodos espirituales, caminos espirituales, experiencias espirituales.

Evidentemente, aunque la palabra pertenezca a la cultura occidental-europea, podemos hablar de espiritualidades orientales (budistas, taoístas, etc.), de espiritualidades africanas, indígenas, así como podemos hablar también de espiritualidad francesa, italiana, alemana, por ejemplo.

También hay quienes hablan de espiritualidad laical, espiritualidad afectiva, espiritualidad medieval... o mariana, litúrgica, etc. Generalmente nos referimos a espiritualidades cristianas o a maneras diversas de seguir el camino único abierto por Cristo, o también al seguimiento de Jesús, el Camino.

Lo que uno advierte es que en la historia cristiana siempre hubo grupos que privilegiaron ciertos aspectos de la doctrina cristiana o algunos de sus ejemplos para establecer prácticas de vida con Dios que se puedan enseñar a quienes deseen ser discípulos suyos.

Algunos grandes movimientos, dentro de la Iglesia, fundaron verdaderas "escuelas" teológicas y filosóficas, y fundamentaron en ellas sus espiritualidades.

Cuando hablamos de esas diversas espiritualidades, sobre todo dentro del cristianismo, corremos el riesgo de establecer diferencias entre corrientes que, en el fondo, son muy parecidas y, a veces, comunes. Pero lo que queremos es dejar la práctica más clara y más concreta para que cada cual viva la propuesta evangélica voluntariamente de acuerdo a sus inclinaciones más personales.

También podemos entender las espiritualidades como inspiraciones de Dios: el Espíritu del Señor llama a algún santo y, posteriormente, llama a otras personas para seguirlo y les abre un camino especial dentro de su pueblo. Es una gracia especial dada en beneficio no solamente de quien la recibe, sino también de toda la comunidad de los hijos de Dios y aún de toda la humanidad, que se beneficiará con el resultado de su propuesta espiritual. Por eso, la espiritualidad de una determinada familia religiosa también puede llamarse carisma.

Ciertamente toda espiritualidad, para brindar cierta seguridad, necesita tener un sólido fundamento en la teología, que es el estudio de Dios, y en la filosofía y psicología, que son estudios del hombre y de su naturaleza. En nuestro tiempo vivimos rodeados de ejemplos de cómo las personas se pueden desencaminar cuando buscan vías espirituales individualistas y sin fundamento en la experiencia. Por eso, en este libro, busco solidez en las raíces más perennes de la espiritualidad bíblica, católica, franciscana.

Pero dejo de lado deliberadamente toda discusión sobre las bases teológicas, filosóficas y psicológicas para presentar un itinerario, reflexiones y sugerencias eminentemente prácticas. Mis bases, para mí, están muy claras, pero la espiritualidad no es una teoría, ni una ciencia, ni una doctrina. Es una praxis: la gente aprende más viendo lo que se hace, que discutiendo lo que se dice.

Creo que todas las personas, consciente o inconscientemente, tienen una espiritualidad, una manera práctica de encarar las cosas espirituales. Quien no se afirma en una espiritualidad consciente, termina viviendo una espiritualidad pseudo-científica, consumista, sentimental y, casi siempre, confusa y contradictoria. Es impresionante el dominio del individualismo y de todo tipo de dualismos y dicotomías en la práctica de muchas personas. Y cómo muchas otras se dejan arrastrar por ideologías que nunca se pusieron a analizar.

Debemos ser cada vez más humanos, cada vez más libres, cada vez más solidarios y más hermanos. Como cristianos, nuestra espiritualidad es la de la construcción del Reino: dentro de nosotros y en el mundo.

ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA

Cuando hablamos de espiritualidad franciscana, pensamos en la manera de entender y de vivir el Evangelio a partir de San Francisco, de Santa Clara y de todos sus seguidores de estos últimos ochocientos años. Dentro de la Iglesia, todas las espiritualidades se unen en torno al Evangelio. Pero cada una privilegia algunos aspectos y, por eso mismo, cada una tiene una manera un tanto diferente de hablar de Dios y de Jesucristo, como también de enseñar a vivir dentro del Pueblo de Dios que es la Iglesia.

Vamos a desarrollar estos cuatro puntos en la perspectiva de los que siguen a Francisco de Asís: Evangelio, Dios, Jesucristo, vida en la Iglesia.

Pero ante todo debemos notar que los discípulos de San Francisco fundaron una verdadera escuela franciscana de teología y de filosofía y que, en cambio, nosotros, aquí, nos limitamos a su espiritualidad eminentemente práctica, porque es una "forma de vida". La palabra Vida es fundamental en los escritos de San Francisco. Para la teología franciscana, por ejemplo, el cristocentrismo es un principio. Para la vida franciscana lo que importa es vivir como vivió Jesucristo. Jesús-Palabra es "espíritu y vida" (Jo 6, 64).

1. La perspectiva evangélica franciscana

La Buena Noticia es vista como un anuncio del mismo Hijo de Dios y de su Vida. Jesús viene a anunciar la Vida en plenitud y, en la tierra, la comunica siempre. Los apóstoles son los que la reciben más plenamente. Son los amigos que Jesús envía para hacer discípulos y comunicar al Padre y a la Vida. Jesús es la Palabra del Padre, que es central, y odorífera: lleva en sí un aroma vivificante. El nacimiento de Jesús en el pesebre fue la primera lección: el Altísimo se hace pequeño. Y continúa pequeño y pobre en su vida de carpintero y de nuncio del Reino. Fue pequeño y pobre hasta su muerte en la Cruz, su don supremo. Nosotros anunciamos un Cristo que es la razón de ser de la Creación, de la Redención, de todo. Anunciando a Cristo, anunciamos a la Trinidad. Ésa es la Buena Noticia: ¡podemos vivir la Vida de la Trinidad! Anunciamos a un Cristo que nos transforma en aquello que tenemos que ser de verdad, y por eso, nos realiza. El Altísimo se hace pequeño para que nosotros vivamos la Vida de Dios. El anuncio evangélico es la propuesta optimista de una vida nueva. Vida de penitencia, transformada totalmente, porque en ella ya tenemos a Jesucristo, que lo es todo. Anunciar es vivir. Vivir es anunciar. La propuesta de vivir el Evangelio es la de vivir una fraternidad, como los Apóstoles.

2. Dios en la espiritualidad franciscana

El es el Padre de Jesucristo. El es quien sueña a Jesucristo, ese sueño en que nos incluye con todo nuestro mundo. Realiza el sueño en un inmenso e infinito Amor, que es el Espíritu Santo: Dios es esencialmente trinitario, y eso lo tiene muy en cuenta permanentemente la espiritualidad franciscana. El es el Omnipotente, el Altísimo, el Santísimo, el único Bien, todo Bien. Está presente en todo, actúa en todo. Vivir en plenitud es conocer y realizar la voluntad del Padre que está en los cielos.

3. Cómo vivir a Jesucristo

Nosotros vivimos la vida de Jesús (y con Él la de la Trinidad) relacionándonos a través de todos los abrazos que pudiéramos brindar: "como hermanos, como madres y como esposos", decía San Francisco. Seguimos los pasos de Jesús y anunciamos la Buena Noticia con Él. Somos apóstoles. Por la fraternidad y por la sumisión a todos, porque Él se hizo Hermano y se hizo pequeño y pobre.

Para seguir a Jesús, vendemos y repartimos cuanto tenemos. Es necesario ir sin alforja, sin calzado, sin dos túnicas. Llevando la cruz con entusiasmo y sin miedo. Celebrando la cruz de todos y de cada día en la Eucaristía. Procurando vivir el espíritu de oración y devoción.

Eso incluye vivir la penitencia, siguiendo los pasos de Jesús Crucificado; y vivir la pobreza, porque Él se vació de todo. Pero también vivir la minoridad, porque Él se hizo pequeño para llegar con la Buena Noticia a los pequeños. Y vivir la obediencia, porque su comida era hacer la voluntad del Padre.

Nuestra manera concreta de vivir los pasos de Jesús es la fraternidad, porque en ella somos hermanos de Jesús y mostramos cómo es el Reino. Y la fraternidad tiene una dimensión apostólica, porque con Él vivimos el anuncio, y Él nos envió como a los apóstoles.

4. Los Franciscanos en la Iglesia

Básicamente, por su fraternidad, los franciscanos viven en la Iglesia, que es la gran fraternidad de todos los hijos e hijas de Dios. Como se sienten siempre al servicio de Jesucristo dentro de la fraternidad y en cualquier lugar en que ella está inserta, del mismo modo deben sentirse al servicio de Jesucristo dentro de la Familia Universal. Son prestadores de servicio y evangelizadores como pequeños y pobres. Totalmente fieles a Jesucristo, cuerpo místico e Iglesia.

Caminan con entusiasmo los pasos pioneros de María, Madre de la Iglesia, porque la ayudan a engendrar a Cristo en cada uno y a constituir su Pueblo.