EL CRISTO ALEGRE

"Realmente puedo alegrarme

y nadie podrá arrebatarme este gozo.

Tengo yo lo que anhelé tener bajo el cielo;

veo cómo tú, sostenida por una admirable prerrogativa

de la sabiduría de la boca del mismo Dios,

superas triunfalmente, de modo pasmoso e impensable,

las astucias del artero enemigo..."

(3 CtIn 2).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Es casi imposible encontrar una imagen de Cristo sonriente. Pero no es que Él no sonría: somos nosotros quienes lo representamos serio o triste, porque tendemos a ser aburridos en punto a religión. Cuando Jesús nació, los ángeles anunciaron a los pastores "una gran alegría". Él, durante su vida pública, quiso devolver la capacidad de gozar y de reir a muchas personas: enfermos, pobres, enlutados. Dijo que sus discípulos tenían todo el derecho a estar alegres, porque con Él estaban en una verdadera fiesta de bodas. Para presentar su Reino, nos dio una lista de "bienaventuranzas" o felicidades. María, su Madre, nos dejó un himno histórico de júbilo y alabanza.

Por eso sorprende encontrar cristianos que parecen compartir la idea occidental de que la naturaleza humana es mala en sí misma y quedebemos vivir agobiados por nuestros pecados y luchando ascéticamente para ser algo. Los que no nos conocen pueden hasta pensar que esa visión triste, que aparta los juegos y la danza de la vida de unión con Dios, es fruto de la teología cristiana, aunque con Clara, Francisco y los santos en general nunca fue así.

1. El júbilo de San Francisco

El Francisco con quien Clara se encontró y que fue conociendo cada vez más era un hombre intensamente feliz, alegre, gozoso. Esa vocación a la alegría, don de Dios, la aprendió Clara de él.

Francisco parece haber sido alegre por naturaleza. Durante su juventud había sido el rey de las fiestas; pero su mayor júbilo se originó en su encuentro con Dios: de la conciencia de Dios como sumo Bien y Padre amoroso. Uno de los momentos más importantes de su intensa alegría fue cuando se despojó de todo y reconoció en el Padre de los cielos a su único Padre. O cuando descubrió que, quien poseía a Dios, podía recorrer los caminos del mundo anunciando la Paz, sin alforja ni calzado.

Y en la contemplación del Dios maravilloso, que fue descubriendo en la naturaleza, en la obra de la gracia, en las personas, en Cristo que crecía dentro de sí, alimentó progresivamente el júbilo incontenible y permanente que lo inundó.

Exteriorizó esa alegría en escenas como la del violín tocado con dos ramas y la danza que bailó predicando ante el papa y los cardenales; en las oraciones, las alabanzas y, sobre todo, en las cartas que escribió. Y llegó a su punto culminante cuando, signado por el dolor y las llagas del Crucificado, nos dejó el "Cántico del Hermano Sol", invitando a alabar a Dios a todas las criaturas.

2. La alegría de Clara según los testimonios

El júbilo que transformó a Santa Clara lo produjo Dios creciendo en ella. Se manifiesta, en primer lugar, en el encuentro con Dios: en la oración, en la escucha de la Palabra, en la Pasión de Jesucristo. Pero crece y se expande al darse cuenta de las maravillas que Dios obra en las personas y se expresa en la certeza progresiva de que Dios nos está transformando en nuestra pobreza, garantizándonos la eternidad.

Sobre su oración dice la Leyenda: "Hay abundantes pruebas de la mucha fuerza que sacaba del horno de su fervorosa oración, de la gran dulzura con que la regalaba en ella la bondad divina. Cuando, por ejemplo, retornaba con júbilo de la santa oración, traía del fuego del altar del Señor palabras ardientes que encendían también los corazones de las Hermanas. Advertían con admiración que de su rostro emanaba una cierta dulzura y el semblante aparecía más radiante que de ordinario. Ciertamente Dios había dispuesto para su pobrecilla un convite de su dulcedumbre y trasparentaba al exterior, a través de los sentidos, el alma colmada en la oración por la luz verdadera. Así, en medio del mundo variable, unida a su Esposo con lazo indisoluble, se deleita en las cosas celestes con gozo inmutable..." (LSC 20).

Y, comentando su vida de penitencia, observa el biógrafo: "Si bien es cierto que la grave aflicción del cuerpo engendra de ordinario la aflicción del espíritu, de forma muy distinta sucedía en Clara, quien conservaba en medio de sus mortificaciones un aspecto festivo y regocijado, de modo que parecía demostrar o que no las sentía o que se burlaba de las exigencias del cuerpo. De lo cual se da a entender claramente que la santa alegría de la que abundaba interiormente, le rebosaba al exterior, porque el amor del corazón hace leves los sufrimientos corporales "(LSC 18).

Uno de los fundamentos de su sólida alegría estaba precisamente en la Palabra de Dios : "Provee a las hijas de predicadores devotos, del alimento de la palabra de Dios, del que se reserva para sí una buena ración. Ya que, al oir la santa predicación, se siente inundada de tales transportes de gozo y de tal modo se deleita en el recuerdo de Jesús que, en cierta ocasión, mientras predicaba fray Felipe de Atri, un bellísimo niño se le apareció a la virgen Clara y durante gran parte del sermón la recreó con sus gracias" (LSC 37).

Esos mismos hechos fueron confirmados por los testimonios del Proceso de Canonización. La Hermana Felipa de Leonardo de Gislerio dijo: "Sin embargo siempre estaba alegre en el Señor y nunca se la veía alterada, y su vida era toda angelical. Y tanta gracia le dio el Señor que, a menudo, cuando sus Hermanas caían enfermas, la bienaventurada las curaba haciendo sobre ellas la señal de la cruz" (ProcC III, 6).

La Hermana Cecilia de Gualtieri Cacciaguerra de Spello añadió: "En la oración derramaba abundantes lágrimas, y con las Hermanas manifestaba alegría espiritual. Jamás estaba alterada, sino que con mucha mansedumbre y benevolencia adoctrinaba a las Hermanas y, a veces, cuando era necesario, las reprendía con diligencia" (ProcC VI, 4).

La Leyenda nos reitera que Clara ingresó a su nueva vida de religiosa movida por el gozo de Dios: "A instancias del santísimo padre, que actuaba hábilmente como fidelísimo mensajero, no retardó su consentimiento la doncella. Se le abre entonces la visión de los gozos celestes, en cuya comparación el mundo entero se le vuelve despreciable, cuyo deseo la hace derretirse de anhelos, por cuyo amor ansía las bodas supremas" (LSC 6).

No perdió su espíritu alegre ni cuando estaba postrada en el lecho por los dolores que la llevarían a la muerte: " Mostrándose ya más cerca el Señor, y como si ya estuviera a la puerta, quiere que le asistan los sacerdotes y los hermanos espirituales, para que le reciten la pasión del Señor y sus santas palabras. Cuando aparece entre ellos fray Junípero, notable saetero del Señor, que solía lanzar ardientes palabras sobre Él, inundada de renovada alegría, pregunta si tiene a punto alguna nueva. Él, abriendo su boca, desde el horno de su ferviente corazón, deja salir las chispas llameantes de sus dichos, y en sus palabras la virgen de Dios recibe gran consuelo" (LSC 45).

3. La alegría de Clara en sus escritos

En sus escritos, Clara recuerda que su vida de pobreza y humildad siempre fue placer y delicias en la convivencia con sus Hermanas: "Viendo el bienaventurado padre que no nos arredraban la pobreza, el trabajo, la tribulación, la afrenta, el desprecio del mundo, antes al contrario, que considerábamos todas esas cosas como grandes delicias..." (RSC VI, 17) "... más bien considerábamos todas esas cosas como grandes delicias..."(TestC 4).

Pero demuestra principalmente que se alegraba por el Dios que veía en la realización de sus Hermanas, como podemos ver en numerosas citas:

"...alegraos y saltad de júbilo, colmada de alegría espiritual y de inmenso gozo. Vos, al preferir el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar cuidadosamente los tesoros en el cielo y no en la tierra, allí donde ni la herrumbre los corroe ni los come la polilla, ni los ladrones los descubren y roban..."(1 CtIn 3).

"... recorre la senda de la felicidad, segura, gozosa y expedita" (2 CtIn 3).

"Le augura los gozos de la salvación en el Autor de la misma, y cuanto de bueno puede desearse"(3 CtIn 1).

"¡Me siento llena de tanto gozo, respiro con tanta alegría en el Señor, al saber de tu buena salud, de tu estado feliz y de los acontecimientos prósperos con que permaneces firme en la carrera emprendida para lograr el premio celestial!" (3 CtIn 2).

"¿Quién no se alegraría de gozos tan envidiables? Pues alégrate también tú siempre en el Señor, carísima, y no te dejes envolver por ninguna tiniebla ni amargura, ¡oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las Hermanas!" (3 CtIn 3).

"Pero ahora, al escribirte, me alegro contigo y quedo transportada en el gozo del espíritu" (4 CtIn 2).

En los últimos momentos pudo escribir: "Adiós, hija carísima, con tus hijas, hasta el trono de gloria del gran Dios" (4 CtIn 7).

4. El valor de la alegría

La alegría y el júbilo no son solamente la expresión de una situación feliz. También ayudan a construir un mundo feliz. Porque jugar y divertirse sanamente es de mayor provecho que la agresividad. Además, el divertirse es uno de los grandes aspectos de lo femenino; por otra parte solamente nos divertimos y jugamos de verdad cuando vivimos como grupo o como fraternidad.

En la antigüedad se inmolaban animales. Todavía hay quien lo hace, pero la mayoría actualmente descarga la agresividad culpando a los demás, acusando, vengándose. Podemos liberarnos de todo eso si aprendemos a reirnos de nuestras propias debilidades, buscando usarlas para descubrir lo que haremos con ellas a partir precisamente de ellas.

Pero claro, no podremos hacer eso si somos intransigentes con las debilidades ajenas; busquemos que también puedan bromear con ellas, para que también puedan descubrir nuevos caminos a partir de lo que tienen de menos laudable. Por otra parte, tanto nosotros como los demás, lograremos eso en la medida en que compartamos, toleremos y confiemos. Y no es por obligación, sino que nos damos cuenta de que es divertido. Para ser divertido hay que poder oir, buscar, compartir, afirmar, jugar y experimentar.

Divertirse por divertirse, por el placer de sentirse divertido, no es aceptable por algunos con la excusa de que la vida tiene que ser tomada en serio. Pareciera que debiera ser sombría.

Divirtiéndonos y jugando, experimentamos qué placentero es relacionarse, qué bueno es ganar y tener éxito y cómo duele perder y decepcionarse. Jugar quizás sea el lado femenino de hacer experiencias y descubrimientos, así como experimentar y descubrir sea quizás el lado masculino del placer de jugar. Porque también la gente experimenta y descubre muchas cosas mientras juega. Ciertamente, nuestra vida patriarcalizada acepta el juego, pero como vacación o descanso para que mañana el trabajo rinda más. O como un entrenamiento para producir cada vez más.

Pensar es algo abstracto, así como sentir y manifestar necesidades es algo concreto: está ligado al cuerpo, a los objetos. Sentir tiene su lógica y no es menos objetivo que el pensar. En verdad, tanto el sentir como el pensar son subjetivos. Sólo que el pensar se afirma en tendencias y patrones aceptados por la mayoría. La abstracción se aparta del objeto. El sentir lo busca, tiene que tocarlo y ser tocado. El patrón patriarcal generaba distancias. Nosotros tenemos que crear, femeninamente, aproximaciones.

Las ansias naturales pueden verse como manifestación de lo divino. Así fue, durante mucho tiempo, en diversas culturas. Pero, a medida que fue predominando la razón, las ansias naturales fueron despreciadas y secularizadas. Parece que el placer era cosa del diablo, mientras que el trabajo y la conquista eran cosas de Dios. De ahí nació la ética del trabajo. Luego, hasta el trabajo fue secularizado. Y la materia se redujo a materia muerta.

En general, queremos mejorar jugando con nuestra naturaleza para corregirla. Si, en lugar de exigir, nos permitiéramos jugar con lo que somos para descubrir nuevas posibilidades, vamos a cambiar para mejor realizando potencialidades. En lugar de censurarnos, a nosotros mismos y a los demás, vamos a descubrir cómo ajustar nuestro paso para caminar juntos.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Jesucristo, "medida del hombre perfecto" es profundamente alegre, aún enfrentando los dolores de nuestra salvación. Mientras no tengamos en cuenta ese importante rasgo gozoso de la persona del Señor, no lograremos aportar las bienaventuranzas del Reino al mundo concreto en que vivimos.

  2. La vida humana suele ser dramática y hasta trágica. Dios nos dio el humor para ser capaces de desdramatizar las situaciones y abrir caminos con sencillez.

  3. Divertirse y jugar son medios muy eficaces para desarrollar todas nuestras potencialidades -las nuestras y las de los demás- para construirnos la plenitud, sin jamás envejecer.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Mira, considera, contempla. No dejes escapar ninguna de esas maravillosas oportunidades en que Dios quiere entrar en nuestro mundo. No pierdas ninguna sonrisa de persona alguna con quien te encuentras a diario.

Enumera los mayores problemas de tu vida en fraternidad. Después, planifica cómo vas a poder jugar con ellos. Cuanto más gente te acompañe, mejor.

Haz de todas las ansiedades que salen de dentro tuyo un canto de alabanza. Comparte. Ayuda a los demás a reir de cuanto viene de dentro suyo. Es una óptima manera de construir un mundo mejor.

PARA QUE LO CELEBRES

Haz una lista de las alegrías que suelen iluminar la vida de las personas que viven más cerca tuyo. Anota sus nombres y pon, al lado de cada uno, cinco motivos de júbilo para esas personas. Intenta mirarlas desde afuera e imagínate qué aspecto muestra tu semblante cuando ves a esas personas alegres.

¿No será que su alegría no necesita ya entrar más en tu interior? Si no suele entrar, intenta descubrir el porqué.

Si nadie a tu alrededor tiene alegría... ¿qué sucede contigo? Si ya vives la alegría de los demás, ¿cómo trasladas eso a Dios?

EL CRISTO MAESTRO

"Mira -te digo- al comienzo de este espejo, la pobreza,

pues es colocado en un pesebre y envuelto en pañales...

Y en el centro del espejo considera la humildad...

Y en lo más alto del mismo espejo contempla

la inefable caridad: con ella escogió

padecer en el leño de la cruz..."

(4 CtIn 4).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

El Proceso de Canonización presenta numerosos testimonios de las Hermanas que convivieron con Santa Clara y llaman la atención por las cualidades de formadora que le atribuyen. Uno de esos testimonios más breves, pero de lo más incisivo, fue el de la Hermana Lucía de Roma: "En cuanto podía, procuraba agradar a Dios y amaestrar a sus Hermanas, en el alma y en el cuerpo" (ProcC VIII, 3). Para Celano, "Como maestra que era de las jóvenes sin formación y algo así como preceptora de las doncellas en el palacio del gran Rey, con tan acertado método las enseñaba y con tan delicado amor las formaba, que no hay elocuencia que pueda explicarlo cabalmente" (LSC 36).

Clara fue una formadora que se dejó plasmar y absorber en el camino por el "único Maestro", Jesucristo. Acogió a Cristo, que irrumpió en su experiencia personal de discípula, haciéndola participante de su vida y de su misión de revelador de la obra del Padre. Fue una formadora profundamente femenina, que se preocupó "por el alma y por el cuerpo de sus Hermanas", enseñando con la palabra y con el ejemplo, formando más insistentemente el sentimiento que la inteligencia. Transmitió a Jesucristo, especialmente como maestra de contemplación, para que "se transformasen integralmente en imagen de la divinidad" (cfr. 3 CtIn 3).

Presentaremos algunos testimonios de la Leyenda y de la Bula de la Canonización respecto a las cualidades de maestra y formadora de nuestra Santa. Luego recordaremos los puntos principales del contenido que Clara transmitía a sus discípulas más inmediatas: las Hermanas.

1. Madre y Formadora

"Como maestra que era de las jóvenes sin formación y algo así como preceptora de las doncellas en el palacio del Rey, con tan acertado método las enseñaba y con tan delicado amor las formaba, que no hay elocuencia que pueda explicarlo cabalmente. Primero, las enseñaba a apartar del interior del alma todo estrépito, a fin de que puedan permanecer fijas únicamente en la intimidad de Dios. Enséñales después a no dejarse llevar del amor de los parientes según la carne y a olvidar la casa paterna si quieren agradar a Cristo. Las exhortaba a no hacer caso de las exigencias de la fragilidad del cuerpo... Les demuestra que el enemigo insidioso tiende lazos ocultos a las almas puras y que tienta a los santos de un modo, y de otro a los mundanos. Quiere, por último, que, a determinadas horas, se ocupen en labores manuales, pero de modo que, conforme al deseo del fundador, vuelvan en seguida a enfervorizarse mediante el ejercicio de la oración y, abandonando la pesadez de la negligencia con el fuego del santo amor, desechen el frío de la indevoción...La maestra misma, parca en palabras, ciñe en brevedad de expresión la riqueza de su pensamiento" (LSC 36).

"No sólo ama esta venerable abadesa las almas de sus hijas, sino que sirve también, y con admirable celo de caridad, a sus cuerpos. Así, muchas veces las recubre con sus propias manos contra el frío de la noche mientras duermen, y las que comprende que no están capacitadas para la observancia del rigor común, quiere que vivan contentas bajo un régimen más benigno. Si a alguna le turbaba la tentación; si, como suele suceder, a alguna le atacaba la tristeza, llamándola aparte, la consolaba entre lágrimas. Alguna vez llegaba a postrarse a los pies de las afectadas por la melancolía para aliviar con maternales cariños la intensidad de la pena. Y las hijas, agradecidas a sus bondades, le corresponden con una total entrega de sí mismas. Comprenden, de hecho, el afecto con que la madre las ama, respetan en la maestra su oficio de prelada, siguen a la educadora en su recto proceder y admiran en la esposa de Dios la prerrogativa de una santidad perfecta" (LSC 38).

"Anímalas a conformarse, en el pequeño nido de la pobreza, con Cristo pobre, a quien su pobrecilla Madre acostó niño en un mísero pesebre. Así, con este singular recordatorio, tal que con un collar de oro, se abrochaba el pecho a fin de que no pasase al interior el polvo de lo terreno" (LSC 13)

"Clara, en verdad, fue el árbol prócer y esbelto, ancho de ramas que se alargan, que dentro del campo de la Iglesia dio dulce fruto de vida religiosa, a cuya deleitosa sombra y atractivo acudían en tropel y acuden hoy a saborear tan dulce fruto muchas almas criadas en la fe" (BulC 9).

"Ella fue la primiceria de pobres, guía de humildes, maestra de castas y abadesa de penitentes. Ella gobernó el monasterio y la familia que se le encomendó con discreción y diligencia en el temor y servicio del Señor y en la exacta observancia de la Orden. Alerta en la solicitud, hacendosa en los oficios, atenta para exhortar, con amor al amonestar, moderada al corregir, con mesura en el mandar, pronta a la compasión, discreta en sus silencios, sensata en el hablar, consultaba además cuanto le parecía a propósito para gobernar con todo acierto, prefiriendo servir antes que regir y honrar antes que ser honrada. Este estilo de vida era para las otras enseñanza y formación. En este libro aprendieron la norma de conducta, en tal espejo se miraron para conocer los senderos de la vida" (BulC 10).

"Añadió la testigo (Felipa de Leonardo de Gislerio) que, durante toda la noche de aquel día en que ella pasó de esta vida, aconsejó a las Hermanas, predicándoles..." (ProcC III, 23). "...Y diciendo la testigo a una Hermana que estaba allí: 'Tú, que tienes buena memoria, retén bien en la mente lo que dice la madonna', ella oyó la frase y dijo a las Hermanas que estaban allí presentes:'Recordaréis lo que ahora digo en la medida en que os lo conceda Aquel que me lo hace decir'" (ProcC III, 21).

 

2. La mente en el espejo de la eternidad

Clara enseñó a tener la mente puesta en Jesucristo, "espejo de la eternidad". Por mente ella entendía lo que tenemos de más elevado o de más profundo como personas. Hay que tener la dimensión de lo Eterno para reconocer la dimensión personal y la vocación al Infinito. Y Jesucristo es la inmensidad de lo Eterno a nuestro alcance, como un espejito en nuestras manos.

Jesús Espejo refleja la eternidad que está dentro de cada uno de nosotros. Porque somos otros Cristos. Si vivimos lo eterno, ¿por qué limitarnos a lo efímero? Tenemos capacidad para apartar nuestra atención de todas las otras cosas y derivarla tan sólo a aquello que nunca pasará. O de ver en todas las demás cosas lo que nunca pasará.

El espejo de la eternidad está en todos los seres de este mundo. Pero Clara quiere que nos miremos en el espejo que somos nosotros mismos. Puedo ir recorriendo todo lo que soy, cuanto sé que soy, cuanto comprendo que soy... para confrontarlo con Jesucristo. En Él veo verdaderamente quién soy yo y cómo soy. Puedo apartar los ojos de las distracciones, de las preocupaciones, de lo exterior y ponerlos exclusivamente en Cristo, que me hace ver cómo seré yo para siempre. O cómo soy en realidad si dejo de lado los aspectos pasajeros y caducos, que mañana pasarán al olvido. Mirar en el espejo es saber sacar tesoros de dentro de uno mismo. Para eso hay que darse tiempo, tiempo libre y sin preocupaciones. Hay que conseguir un eremitorio, como el de Clara o como el que logre crear cada uno. La mente no es para enorgullecernos, sino para sentirnos pequeños e infinitamente amados. La mente también es visual, pero su mirada no se limita a lo físico concreto. Va más lejos, atraviesa la profundidad.

3. El alma en el esplendor de la gloria

Para Clara, como para Francisco, alma era el soplo del Dios viviente en cada uno de nosotros. El alma es el soplo de Dios que se nos dio. Está en nuestra materialidad, pero no se limita ni queda prendida por dicha materialidad. Puede salir y volar hacia una gloria inconmensurable, que no cabe en nosotros. O puede llegar a descubrir cómo nuestro "malo" también es infinito. Clara le enseñó a Inés a contemplar a Jesucristo, el esplendorde la gloria. Gloria es conocer cuán maravilloso es Dios. Es descubrir en Él sorpresas cada vez más sorprendentes. Cada día, cuando nos volvemos a Él, Él se nos presenta como algo nuevo.

Ante tal Maravilla, no podemos quedar indiferentes: conocemos, nos regocijamos y alabamos. Es decir, transbordamos, nos derramamos , descubrimos que dentro nuestro hay mucha más gloria de Dios de la que suponíamos. El esplendor no es un núcleo de fuego, no es un foco de luz. Son los rayos menores que podemos mirar porque no queman nuestros ojos. El esplendor, que entrevemos detrás de las montañas en la oscuridad de la madrugada, es el preanuncio de un día radiante de eternidad, de gloria, en el que seremos uno con todos los demás, uno con el Todo.

El alma es suspiro, es ansiedad. Es el viento impetuoso de Dios que pasa por nosotros y nos empuja hacia Dios. Cuando pasa, descubrimos que hemos sido hechos para la gloria. La gloria canta en cada fracción de nuestro microcosmo: el pequeño mundo que está en cada uno de nosotros, y refleja el macrocosmo, el universo entero. Todo en nosotros canta la gloria de Dios. Nuestra alma es un trozo de gloria que vive en plenitud cuando refleja y vibra toda la infinitud de la gloria eterna. Ubicarnos en las puntas de los rayos de la gloria que es Dios, es lanzarnos al abismo de la gravedad que es Dios. Es dejarnos absorber por ese "agujero negro" que nos llevará a ser sólidamente uno. Quien se entrega a Cristo Camino sale para siempre de la búsqueda de definiciones lógicas: será arrastrado eternamente hacia el foco de la luz de la gloria.

4. El corazón en la figura de la divina sustancia

Corazón es la capacidad de darse, de entregarse, de abandonarse. También es la capacidad de querer, de buscar, de luchar por alcanzar algo. El corazón humano quiere lo que es firme, estable, confiable. Quiere la sustancia que está debajo y no los accidentes que son efímeros. Amor es una fuerza interior, pero también necesita de un objeto exterior que recepte su donación. Cuanto mayor es el objeto mayor es la donación.

Jesucristo es la sustancia. Al menos Él es la figura visible de esa Sustancia. Figura es una representación gráfica, accesible a la percepción de los ojos. Se achica para entrar por nuestras puertas y llegar a nuestro corazón. Pero esa figura es capaz de aumentarlo hasta el infinito: "Vas a poseer Aquel a quien los cielos no pueden contener". Saber mirar la Figura de la Sustancia es saber leer en todos los arabescos, en todos los garabatos, en todos los rasgos y en los esbozos que pululan en nuestro mundo, exterior e interior, que todos los accidentes nos llevan a su sustancia, a la Sustancia.

 

Corazóntambién puede considerarse como la oposición a la razón, a la fría mente abstracta . Solemos creer que el corazón es voluble, pero él se balancea al vaivén del puerto en que fondea. Cuando fondea en el Infinito, en la sustancia, será firme por toda la eternidad. El corazón es el símbolo de lo femenino, que es vivido por las mujeres, pero también por la interioridad de los hombres. Corazón es la capacidad de adherir, aún sin ver a la sustancia y teniendo que contentarse con la figura. Adherir es un bien: es lo que enseña lo femenino. Unirse es bueno.

El corazón tiene razones que la razón no tiene. Podemos juzgar con la mente y con el corazón, aunque no está de acuerdo con lo que nos transmite nuestra cultura occidental. El sentimiento es tan bueno como el pensamiento. Formar a una persona es formar principalmente su corazón. Eso fue lo que aprendió Clara, discípula del único Maestro.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. En Jesucristo, que es espejo, vemos la eternidad que está dentro nuestro. En la medida en que tengamos esa dimensión de lo eterno, que es muy concreto y muy nuestro, podremos evaluar correctamente cuanto pasa en nuestra vida.

  2. En Jesucristo, que es esplendor, descubrimos la gloria que procede de su foco: Dios. Y nuestra vida llegará a ser un himno de alabanza que brotará dentro de nosotros mismos y abarcará a todas las criaturas, hasta los confines del universo.

  3. En Jesucristo, que es figura, comprendemos con el corazón la sustancia de nuestra sustancia. Solamente necesitamos ese conocimiento para vivir con sabiduría todo lo que existe.

 

PARA QUE COMIENCES A PONERLO EN PRACTICA

Haz una lista de todo lo que tienes. Añade todo lo que la humanidad posee. Frente a lo eterno somos infinitamente pobres. Si Dios nos da lo eterno, ¿por qué quedarnos amontonando cositas?

. Trae a la memoria tres ocasiones en que la humillación fue más dura para ti. Añade tres ocasiones en que tú humillaste a otras personas. Después, confronta eso con la gloria de Dios que quiere resplandecer en todos nosotros.

Tú ya has sufrido por amar, ¿no es así? Recuerda las ocasiones concretas en que eso te sucedió. ¿No estarás aprendiendo a identificar la figura de la Sustancia que no engaña?

PARA QUE LO CELEBRES

Ponte delante de Jesús Maestro para aprender. Ser discípulo es aprender siempre. Pero, sólo por esta vez, olvida al Jesús del Evangelio y al Jesús de la Iglesia.

Imagínalo en la forma de la persona más simple de tu casa o de tu convivencia. ¿Qué tiene esa persona en su vida que te pueda servir de instrucción?

Anota. Compara.

¿Conoces poco a la persona? Procura ponerte al día y refuerza el interés de tu amor fraterno. Eres discípulo.

EL CRISTO ORANTE

"Él sufrió por nosotros en la cruz,

liberándonos del poder del príncipe de las tinieblas,

que nos tenía sometidos y encadenados

por la transgresión de nuestro primer padre,

y reconciliándonos con Dios Padre"

(1 CtIn 2).

"Lo diré con las palabras del mismo Apóstol:

te considero cooperadora del mismo Dios

y sustentadora de los miembros vacilantes

de su Cuerpo inefable"

(3 CtIn 2).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Los numerosos testimonios del Proceso de Canonización no dejan lugar a duda alguna. Para Clara, la oración fue lo más importante. En la oración ella se identificó al máximo con Jesucristo: como orante y como una orante pobre, pequeña y llena de amor a Dios y a las personas, a las criaturas y a la vida. Como Francisco, ella se transformó en oración viviente, pero con rasgos muy especiales, que nos enseñan a vivir más plenamente lo femenino.

De hecho, Jesús se presentó como nuestro Libertador, pero como un libertador intercesor. Recoge en nosotros el impulso de vida que viene del Espíritu Santo y habla por todos nosotros con el Padre. Sacerdote, constituyó un Pueblo de sacerdotes para que celebremos esa inmensa Eucaristía sobre el mundo y sobre la historia que nos toca vivir.

Nuestra oración transforma y construye el mundo a medida que va liberándonos a cada uno de nosotros y a todos juntos como un Pueblo, para que la Vida de Dios inunde todo lo que podemos ser.

1. Elevación y conversación con Dios

Toda oración es, sobre todo, la capacidad de levantar los ojos y todo el ser a Dios. Lo descubrimos presente en nuestro mundo, hasta en el dolor, y nos volcamos a su presencia en sí mismo. Entramos en una conversación sumamente amigable con Él, que es todo para nosotros. Comenzamos a decir "Padre nuestro que estás en los cielos...", y bendecimos su nombre.

Es el mismo Espíritu Santo el que nos eleva. Nosotros "no sabemos orar", pero Él nos impulsa, tanto más arrebatadoramente cuanto más nos entregamos. Si entramos a su oración, entramos unidos a la oración de Jesús como hermanos y nos entretenemos en el mayor coloquio con el Padre. Es a lo máximo a que podemos aspirar. Rezar es vivir personal y concretamente la "Palabra de Dios", palabra que es comunicación y es acción, que se nos comunica tanto en la Biblia como en los acontecimientos que nos rodean.

Quien entra a esa conversación íntima, amigable y libre con el Dios Trinidad, ya no quiere salir más. Quiere intensificarla al máximo y permanecer en ella para siempre. Por eso desea ardientemente la unión eterna. Fue lo que Clara deseó con más vehemencia, para ella y para los demás.

La Hermana Pacífica de Guelfucio, que había sido amiga de la madre de Clara desde antes del nacimiento de la santa y vivió cuarenta y dos años con ella en San Damián, "dijo que la bienaventurada madre era asidua y solícita en la oración y permanecía largo tiempo tendida en

tierra, humildemente postrada. Y, al venir de la oración, animaba y confortaba a las Hermanas, hablando siempre palabras de Dios, que tenía siempre a flor de labios, tanto que no quería hablar ni oir hablar de vanidades. Y, cuando ella volvía de la oración, las Hermanas se alegraban como si viniera del cielo" (ProcC 9).

De hecho, cuando elevamos todo lo que vemos en el mundo a Dios, que está presente en todo, compartimos con Jesús su oración sacerdotal.

2. Escucha de la voluntad de Dios

Quien aprende con Jesús a escuchar al Padre, comprende entusiasmado que tiene que vivir el "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". Porque la voluntad de Dios es siempre sorprendentemente mejor que cuanto podamos imaginar.

Escuchar no es sólo estar de acuerdo con las leyes de un gran patriarca del cielo. Es descubrir cuán hermoso es el mundo y alabar; es descubrir cuán agradables son las cosas, porque Él así las hizo para nosotros, y descubrir también que debemos mejorarlas, porque Él las hizo para que las mejoremos... Es descubrir que yo tengo que ser más de lo que soy, porque Él me hizo para ser más feliz de lo que soy...

Aún cuando estoy viendo problemas en el mundo, estoy escuchando la voluntad de Dios. Aún cuando veo a alguien enfermo y ruego por su salud, es porque percibo que la voluntad de Dios es la salud de aquella persona. Tenemos un hecho interesante de ese tipo en el Proceso de la Canonización de Santa Clara.

La Hermana Amata de Martín de Corozano"...dijo que, temiendo las Hermanas la venida de los sarracenos y tártaros y otros infieles, rogaron a la santa madre que hiciese mucha fuerza al Señor para que su monasterio quedase a salvo. Y la santa madre les respondió: 'Hermanas e hijitas mías, no temáis, porque el Señor os defenderá. Y yo quiero ser vuestra fiadora, y, caso de que los enemigos vengan al monasterio, ponedme delante de ellos'. Y así, por las oraciones de tan santa madre, el monasterio, las Hermanas y las demás cosas no sufrieron el menor daño" (ProcC IV,15).

Cuando aprendemos a descubrir la voluntad amorosa de nuestro Dios en todos los seres y en todos los acontecimientos, estamos compartiendo con Jesús su oración profética.

3. Respuesta de amor a Dios

Corresponder al amor es ser feliz. Es ayudar a quien no es feliz a que lo sea. También podríamos decir que es obedecer, pero como lo que Dios quiere es que seamos felices, obedecer es ser pleno, realizado, feliz, desbordando felicidad para que nadie sea menos pleno.

También podemos explicarlo por el lado contrario, diciendo que nuestra respuesta al amor de Dios es totalmente contraria a la respuesta del demonio, que no alaba, no agradece, no pide, no se disculpa.

En el Proceso, la Hermana Angelucia contó un ejemplo muy característico del espíritu de oración de Santa Clara: "Cuando la santísima madre enviaba fuera del monasterio a las Hermanas serviciales, les exhortaba a que, cuando viesen los árboles bellos, floridos y frondosos, alabasen a Dios; y que, igualmente, al ver a los hombres y a las demás criaturas, alabasen a Dios siempre, por todas y en todas las cosas" (ProcC XIV, 9).

Clara y Francisco, que oyeron y contemplaron a Dios en el libro de la naturaleza y en el libro de la palabra revelada, aprendieron la respuesta principalmente en el libro del Crucificado: el sufrimiento presente en mi vida, en la vida de los demás, en el mundo y en su historia es quien más clama por la presencia del bien, que es la voluntad de Dios. Por eso una de sus oraciones más sencillas y fundamentales era decir: "Adorámoste, santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas las iglesias que hay en todo el mundo y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo".

Cuando correspondemos, dando a Dios nuestra respuesta de amor en todo lo que transformamos en el mundo, compartimos con Jesús su oración real. Somos los reyes que co-dirigen el universo.

4. Cómo la oración nos hace vivir lo femenino

Hay algunos aspectos de la oración de Santa Clara que pueden abrirnos, tanto a hombres como a mujeres, a una vivencia mayor del don de lo femenino.

Leyendo los múltiples testimonios y dejando vibrar dentro de nosotros sus escritos, podemos imaginarla unida al Cristo orante como un río que nació del Espíritu Santo en su interioridad, la fuente de donde brota el agua viva de la vida, y corre hacia el océano del Infinito, donde se perderá en el Padre.

Clara se fue dejando llevar por ese río de la vida, con toda su sensibilidad abierta para vivirlo en plenitud. Vivió el lecho, vivió las márgenes, vivió las aguas y cuanto sus torrentes arrastraron. Su oración fue como una inclusión consciente de todo ese fluir, atenta a Dios en el prójimo y en las demás criaturas, conmoviéndose, moviéndose, sufriendo, alegrándose con todo.

Saboreaba y dejaba que los tiempos transcurriesen. Se sentía, al mismo tiempo, pequeña, débil, disponible, viviendo de los dones diminutos que se iban sucediendo, pero también alegre, fuerte, llena de iniciativas para intervenir cuando lo creía oportuno, dando una palabra de ánimo y de orientación, abriendo los brazos para acoger, extendiendo sus manos para servir o para trazar una cruz sanadora.

Se daba, se olvidaba de sí para brindarse a los demás; iba descubriendo cada meandro de la interioridad y festejando cada acontecimiento a lo largo del viaje.

Se asimilaba al Jesús que siempre solía decir "Sí, Padre", "Yo te alabo, Padre", o a María que dijo: "He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra".

Fue característico que, en la última Navidad, antes de llegar al mar infinito, envuelta en el eco de la alegría festiva de sus Hermanas, hubiese dicho con naturalidad y abandono: "He quedado sola, Padre...", y que Dios la hubiese hecho participar de una fiesta mayor, admitiéndola a la celebración del Pesebre, de la Eucaristía y de la Cruz en la iglesia de San Francisco (LSC 29).

Cuando el río ya desembocaba en el Océano, ella sólo pudo decir: "Ve segura... Tú, Señor, seas bendito porque me creaste" (LSC 46).

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Nosotros también, que no somos santos, nos hemos sentido transportados a Dios ante muchas situaciones en nuestra vida. Y no siempre se debió a acontecimientos gratos o agradables. Lo importante es sentirse bien y permanecer en su compañía el mayor tiempo posible.

  2. Jesús vino para manifestarnos que la voluntad de Dios no es imponernos leyes pesadas, que, casi siempre, perjudican nuestra vida. Dios quiere vernos felices y plenos. Si, a veces, lo que parece proponernos es duro, quizás se deba a que necesitamos tirar la cáscara de una fruta sabrosa.

  3. Jesús nos enseña a dar una respuesta de amor. Dios nos puso en un mundo maravilloso, en el que lo más hermoso son los desafíos que enfrentamos para crecer. Saber rezar es saber responder a los desafíos, construyendo un mundo mucho mejor.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Detente unos instantes a mirar una flor hermosa y recuerda quién la hizo. Agradece. Párate a mirar a una persona hermosa -en el cuerpo y en el espíritu- y alaba a Dios que vive en ella. Invita a Jesucristo a alabar contigo.

Haz una lista de las cosas más difíciles que estás enfrentando, principalmente con las personas más allegadas. No descanses mientras no hayas entendido con claridad lo que Dios quiere decirte a través de ese desafío. Comparte la cruz de Jesús.

Fíjate en los mayores dolores que adviertes a tu alrededor. Entiéndelos como una invitación de Dios para ayudarlo a ser creador y libertador. Responde con amor y transforma cuanto puedes transformar. Tú también eres una luz encendida en la oscuridad.

PARA QUE LO CELEBRES

Represéntate cada una de las discordias, disensiones y divisiones que existen en tu ambiente. Cuando logres representar vivamente los dos puntos opuestos, reza con Jesús: "Padre, que todos sean uno", y asume una decisión concreta de trabajar por esa unión.

Esfuérzate en recordar lo más concretamente posible cada ejemplo de lo que has sabido admirar en cada persona sencilla de tu entorno. Reza con Jesús: "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeñitos".

LA GRACIA DEL TRABAJO

"Aquellas Hermanas a quienes el Señor ha dado

la gracia del trabajo, después de la hora de tercia,

ocúpense fiel y devotamente en un trabajo honesto

y de común utilidad, de tal forma que,

evitando la ociosidad, enemiga del alma,

no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción,

a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales.

Y la abadesa o su vicaria distribuyan,

en capítulo y ante todas, los trabajos manuales"

(RSC VII, 19).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Clara, como Francisco, afirma que trabajar es una gracia. A nuestro tiempo le resulta difícil entender eso. Para la mayoría, hace muchos siglos, el trabajo es un castigo. Los que pudieron, procuraron librarse de su peso imponiéndolo a los esclavos.

Las sociedades modernas creen haber dado un gran paso en la historia del progreso cuando lograron defender e imponer el trabajo remunerado. Para la mayoría, actualmente, el trabajo es una mercancía, que intenta vender al mejor precio posible. Pero, en el mercado del trabajo, no es fácil ni siquiera lograr un precio justo, lo que refuerza la idea del trabajo como castigo.

Nuestro mundo, orgulloso de su desarrollo en estas postrimerías del milenio, ve crecer otro problema: trabajar es una oportunidad a la que se aspira y se disputa en la lucha por la supervivencia. Son millares y millones de personas que a diario, aún considerando el trabajo como una mercancía, ven desaparecer sus oportuinidades de someterse a ese "castigo."

¿Donde está la gracia?

Aún los que tienen oportunidad de trabajar y logran ser bien remunerados por lo que hacen, muy pocas veces están satisfechos: tienen que pasar el mejor tiempo de su existencia trabajando en tareas que detestan.

La misma Biblia suele citarse para justificar que el trabajo es castigo y esclavitud: "Comerás el pan con el sudor de tu frente" (Gn 3, 19). Pero la misma Biblia dice un poco antes: "Yavé tomó, pues, al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara" (Gn 2, 15). En el sueño de Dios, en un mundo sin pecados ni castigos, el ser humano fue creado como un colaborador, un compañero de su creación maravillosa: el mundo.

Desde esa perspectiva, el trabajo es una gracia. Saber y poder trabajar, transformar el mundo, es uno de los dones que más distinguen al ser humano, que parece ilimitado lo que logra elaborar con su mente, sus manos y sus instrumentos.

1. Clara trabajó

Hija de una familia rica, Clara de Favarone vivió en una casa llena de criados. Pero, como las mujeres de su clase y de su tiempo, aprendió a coser, a tejer, a bordar, a más de otras tareas domésticas.

Cuando optó por Jesucristo, vendió cuanto tenía, lo dio a los pobres y pasó a ser una pobre que trabajaba. Su estadía en el monasterio de San Pablo de las Abadesas,-al igual que los otros novicios de Francisco en otros monasterios- fue para prestar servicios humildes. En San Damián, como se desprende especialmente por el testimonio de las Hermanas que no tenían un padre noble que presentar, no rechazó ningún trabajo: limpieza, cuidado de las enfermas, colaboración en cuanto se hacía en la casa.

Ya en 1216, Jacques de Vitry consignó un excelente testimonio, diciendo que las mujeres del movimiento franciscano vivían del trabajo de sus manos. En los primeros años de San Damián tenemos el ejemplo de Clara proveyendo el aceite, lavando la vajilla, etc. La Fuentes son ricas en testimonios de su trabajo. Cito dos de muestra:

"Dada también con frecuencia a velar y orar, dedicaba primordialmente a eso las horas del día y de la noche. En fin, afectada de prolijas dolencias y no pudiendo levantarse por sí misma a realizar algún trabajo, se incorporaba con ayuda de las Hermanas y, recostada sobre almohadones, trabajaba con sus manos a fin de no permanecer ociosa ni siquiera en la enfermedad. De esta manera consiguió que se hicieran, de la tela de lino preparada con su labor y arte, muchos corporales para el sacrificio del altar, y que se distribuyeran a distintas iglesias del valle y de la montaña de Asís" (BulC 12).

"Quiere que a determinadas horas se ocupen en labores manuales, pero de modo que, conforme al deseo del fundador, vuelvan en seguida a enfervorizarse mediante el ejercicio de la oración y, abandonando la pesadez de la negligencia con el fuego del santo amor, desechen el frío de la indevoción" (LSC 36).

De hecho, lo que leemos en las Fuentes Clarianas demuestra que las Hermanas vivían con alegría la "gracia del trabajo". La misma Regla de Santa Clara distingue a las Hermanas que "prestan servicio" (servent) fuera del monasterio (Cfr. RSC 2, 3, 5, 9) de las que "trabajan" (laborant) dentro de la casa. Además de coser y tejer, trabajaban en la huerta, criaban gallinas, hacían hábitos, sandalias, tocas, cuidaban de la comida y de los objetos litúrgicos. Y eran solícitas con las enfermas y con los pobres. Su ideal era ciertamente el mismo de Francisco y de sus Hermanos que, además de realizar cualquier trabajo honesto, evitando tan sólo ser jefes o capataces, también hacían todo cuanto era necesario para la vida diaria, como cortar leña, hacer cuencos, etc.

Pero Clara fue original en su Regla, porque ni San Benito ni San Francisco habían hablado de "trabajar con sus manos".

2. Jesucristo trabajador

El sueño de Dios es un Pueblo, que Él fue juntando y conduciendo poco a poco, con el trabajo de los patriarcas, de los profetas, de los reyes y de muchos otros. Los fue conduciendo a su realización y haciendo crecer su sueño inicial. En Juan Bautista, el profeta del desierto, se esclareció que el Pueblo de Dios tenía el encargo de abrir un "Reino de Dios". Después de tantos trabajadores que prepararon el terreno, el Señor de la viña decidió enviar a su propio Hijo.

Pero llegó en tiempos en que no había medios de comunicación de masas. Vivió como un pobre, trabajó como carpintero, en una aldea desconocida, hasta su adultez. Luego salió a hablar claramente de su sueño, tan diferente a la "opinión pública" y tan contradictorio en apariencia, que prometía felicidad a los pobres, a los perseguidos, a los constructores de paz. Recorrió aldeas predicando, corrigiendo, enfrentando, pero afirmando claramente que no había venido a juzgar ni a condenar. Quería que hasta los más pequeños descubriesen que el Reino comenzaba en sus corazones e hizo cuanto le fue posible para que se convenciesen de que Dios los amaba. Curó, resucitó, cuidó, ayudó, animó y auxilió. Dio hasta su propia vida. Sembró la esperanza en los corazones.

Estaba convencido de que trabajaba en la gran obra de Dios: "Las obras que yo hago en nombre de mi Padre declaran quién soy yo..." (Jo 10, 25). "Si yo no cumplo las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las cumplo, aunque no me crean por mí, crean por las obras que hago y sepan de una vez por todas que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre" (Jo 10, 37-38).

Sin embargo no dejó su trabajo acabado: dejó los talentos en nuestras manos y volverá para evaluar lo que hemos hecho con la gracia del trabajo.

Creo que así fue el bueno de Jesucristo: trabajador, realizador y realizado, evolucionador y evolucionado, taumaturgo por sus "trabajos admirables", pero tan sencillos que no rechazó trabajo humilde alguno ni se preocupó de dejar todo listo, confiando en nosotros. Ése fue también el Jesucristo de Clara y de Francisco, quien recordó que hasta el Padre es trabajador y cuida, como agricultor, la viña que es su Pueblo.

3. El trabajo en la Utopía

Cuando el hombre pierde el sentido de Dios, también pierde el sentido del trabajo. De ahí que algunos aprendieron a trabajar con el único fin de producir y acumular riquezas. Cuando se enriquecieron, se hicieron dueños del trabajo de los demás y se sintieron señores del mundo. Abusaron. Abusan. Otros trabajan compulsivamente para estar ocupados y realizando algo, aún sin saber exactamente para qué. Todo eso, más la visión del trabajo como castigo, como mercancía, como privilegio, nos demuestra que debemos volver a soñar el mundo como Dios lo soñó desde el principio. Ésta es una utopía que debemos hacerla realidad.

Soñar es el comienzo de nuestra asombrosa capacidad de crear y el trabajo es su conclusión. Quien no sueña, no crea, y quien no trabaja, sueña en vano. El trabajo es la realización del sueño creador.

Tenemos que soñar un mundo nuevo, en permanente transformación. Tenemos que emplearnos en el mundo que se nos dio para transformarlo en el mundo de nuestros sueños y para transformarnos y realizarnos nosotros mismos. Tenemos una inteligencia observadora, creativa, industriosa. Todos necesitamos tener la oportunidad de observar, de dar valor, de estimular, de conducir la evolución de la materia, de las especies; en fin, de todo.

Tenemos que conducir la evolución del Pueblo mediante el trabajo artístico, social, político. Somos colaboradores, como hermanos, del Creador, que es nuestro Padre.

Por eso tenemos que garantizar que el trabajo sea libre y esté al alcance de todos. Trabajo es dignidad del hombre. Quien no logra trabajar está siendo impedido de vivir como ser humano.

Clara y Francisco fueron conducidos por el Señor, lenta pero seguramente, porque se habían entregado generosamente a su Espíritu, a soñar y crear el mundo de la fraternidad, un núcleo de humanidad redimida y salvadora, como tantos otros que Dios siempre suscitó en su Pueblo. Es un poquito de fermento, capaz de levantar toda la masa. Y es utopía de un mundo en que es tan importante seguir a Jesús pobre, crucificado y hermano, como seguir a Jesucristo trabajador.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Trabajar, la capacidad humana de transformar todas las cosas y hasta a los mismos hombres, es un don de Dios. Pero hay que expresar la creatividad de cada uno, y es por eso que tenemos que conquistar para todos la libertad de crear.

  2. Jesucristo, modelo del hombre perfecto, aportó al mundo el ejemplo del trabajo. Hizo las obras de Dios: prestó servicio como humilde carpintero, curó, enseñó, abrió caminos. Nos enseñó con su palabra y su vida que todos debemos servir, porque estamos en un mundo de hermanos.

  3. Los santos y contemplativos también ayudaron a construir un mundo nuevo. Soñaron con la utopía, lograron transformar la realidad. La fuerza de sus sueños y de su trabajo aún actúa entre nosotros.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Examina si las personas que viven contigo son libres para soñar y crear. Si lo fueren, ¿tendrán ellas también libertad para expresar y construir su sueños? ¿Hasta qué punto puedes afirmar que tú eres libertador para ellas?

Tú, tú mismo, ¿te sientes con libertad para soñar y crear? ¿Cómo trabajas para que tus sueños sean realidad? ¿Y cómo sueñas los trabajos que te fueron confiados?

Nuestra vida común, como familia, como comunidad, ciudad, país, mundo...tiene que ser trabajada. Para que el trabajo sea en realidad eficaz y dignificante, la utopía debe ser elaborada en conjunto. Mira lo que tú puedes hacer en cada uno de esos sectores para estimular a los que en él toman parte contigo.

PARA QUE LO CELEBRES

Celebra tus enojos en el trabajo. Lo ideal sería que lograses celebrar con varias personas: cuenta a cada una de ellas uno de tus enojos en el trabajo.

Pídeles después que ellas expresen todos sus sentimientos, para que puedas contemplar desde afuera todo lo que sueles vivir. No interfieras, aunque juzgues equivocado y exagerado lo que expresan. Dales tiempo para hablar. Date tú también tiempo para asimilar lo que ellas han expresado.

No tepreocupes por tomar decisiones para cambiar. Ellas aparecerán espontáneamente.

Si no logras hacer eso con otras personas, da libertad a tu pluma para que escriba cuanto ve en tu interior. O confecciona diversos papeles y muñecos u objetos e intenta escucharlos.

JESUCRISTO - EL ESPEJO

Tú, ¡oh reina, esposa de Jesucristo!,

mira diariamente este espejo y observa constantemente

en él tu rostro: así podrás vestirte hermosamente

y del todo, interior y exteriormente,

y ceñirte de preciosidades, y adornarte juntamente

con las flores y las prendas de todas las virtudes,

como corresponde a quien es hija y esposa castísima

del Rey supremo.

Ahora bien , en este espejo resplandecen

la bienaventurada pobreza, la santa humildad

y la inefable caridad,

como lo podrás contemplar en todo espejo"

(4 CtIn 3-4).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Todo el camino recorrido a lo largo de este libro puede resumirse en la imagen feliz que Clara usó en dos cartas a Inés de Bohemia y en su Testamento: el Cristo Espejo. Ciertamente que ella vivió ese magnífico ritual que enseñó a Inés y a todas las Hermanas. Vivió su vida como quien se compone frente al espejo para quedar más hermosa. El Espejo, Jesucristo, es la Palabra, o todo lo que Dios nos dice sobre Él mismo. Y Clara fue transformada en su imagen.

En realidad la forma no cambió: sólo se fue haciendo cada vez más clara, más plena, más legítima, una expresión feliz de una imagen de Dios que se convirtió poco a poco en su semejanza. Mirando con amor y perseverancia el Cristo tradicional del Pueblo-es decir, el Cristo vivo que su Pueblo se puso como meta suprema, a partir de la Tradición, de la Biblia, de la Naturaleza y de cuanto se va revelando en todas las personas-, Clara fue extrayendo su Cristo interior, su "yo mismo" más verdadero que, en la vida de muchos de nosotros, se queda sin realizar porque lo recubrimos de falsedades y tenemos miedo de escudriñarlo a fondo.

Ser santo es hacer lo que hizo Clara: abrir el camino para que naciese el Cristo único que yacía en su interior. Y ella hizo eso con elegancia, con cariño y alegría: frente al espejo. El día en que murió, pudo decir: "¡Ve en paz, alma mía!". Estaba realizada.

1. Clara pobre, realización del Cristo pobre

Quien no tiene nada, es todo. Cuando cedemos a la tentación de poseer y de ser ricos, acrecentamos el tener y relegamos el ser. Lo importante no es que entren muchas cosas, sino, al contrario, que irrumpa lo que tiene que salir, es decir, la plenitud que cada uno de nosotros fue llamado a realizar. Somos una imagen única de Dios y no podemos taparlo con otras imágenes o con retazos de otras imágenes ajenas a nuestra exclusiva vocación personal a ser-yo.

Quizás haya sido ésa la más feliz intuición de Clara y de Francisco: caer en la cuenta de que la magnificencia del Infinito, revelada a este mundo, apareció en la figura de un pobre: Dios, lo máximo de cuanto podemos soñar, es pobre. Es decir: Él no tiene; Él es. En la medida en que logramos desapropiarnos, conseguimos ser. Cuando Clara se miraba en el espejo y se ponía alguna prenda, algún adorno, algún afeite, como ella misma recordó, no estaba amontonando o sobreponiendo algo: estaba sustituyendo. Ella se sacaba lo que no era y vestía al Cristo que era: se desprendía de lo que la ceñia y no era de ella, y se ceñía lo que representaba a su verdadero Cristo. Olvidaba el color que había adoptado y asumía el que Cristo le revelaba como propio de Él.

2. Clara humilde, realización del Cristo humilde

Lo importante es la verdad del ser. No se necesita ser grande. La plenitud no está en el tamaño, sino en la totalidad. El humilde, que sabe que es humilde, que se complace en lo que es, es pleno, aunque no pase de ser una microscópica florecilla de musgo de la pared. Por minúsculos que seamos, somos imagen de Dios. Clara, que había sido una persona "importante" por su posición social y que, aún en el monasterio, podría haberse sentido "importante" por ser la fundadora y tener el título de abadesa, no dio la menor importancia a nada de todo eso.

La gente aprende a saber quién es de verdad cada vez que una experiencia de la vida nos hace exclamar espontáneamente: "¡Ah!... ¡Ah!..." de alguien a quien descubrió. Eso sucede en las luchas, en los desengaños, en las humillaciones, en las derrotas, en las victorias, en las sorpresas, separando pequeños granos, espulgando hilachas de aquí y de allá, etc. Es el maravilloso presente en la vida.

Cuanto nos creemos que somos ya fue descubierto poco a poco, en la medida en que nos comparamos con otras personas y descartamos lo que teníamos de parecido y lo que teníamos de diferente. Para conocernos a fondo, de verdad, tenemos que compararnos con Jesucristo, medida del ser humano en plenitud.

Como enseñó Santa Clara, la gente se descubre en el espejo: poco a poco, insistiendo en contemplar lo que nos asemeja al modelo eterno. Descubriendo y transformando por medio de la purificación.

3. Clara amorosa, realización del Cristo caridad

Expandirse es realizarse. Nuestra más profunda vocación es darnos. Cuando aprendemos a amar, nos asemejamos a Dios, que es Trinidad y es Amor.

Y nadie ama si no contempla el amor. Si no mira embelesado el Espíritu eterno que nos traspasa para llegar a otras personas. Contemplar es mirar con afecto y en actitud muy maternal el Cristo que cada uno de nosotros da a luz. Eso hizo Clara de Asís durante toda su vida y es eso lo que tiene que enseñarnos hoy, ochocientos años después.

En Clara tenemos una visión femenina del Francisco que Cristo sacó de su espejo. Esto no es secundario, es vital. Para las mujeres y para los hombres. Ella completó y aclaró la visión que la espiritualidad de Francisco podría haber dado sola. Especialmente porque Francisco ya no era patriarcalista, no le hizo el juego al poder...; pero ella logró tomar el fuego sagrado y llevarlo más lejos. Tan lejos que llegó a este viraje del siglo.

Lo femenino que, tanto en las mujeres como en los hombres, acoge la propia capacidad de verse amando, de tener experiencias del sentimiento, de no reducir a ideas abstractas lo que es vida vital, aún cuando parezca desprolijo y feo, abre caminos..., porque acepta la muerte y sabe dónde está la puerta de la vida. Lo femenino es la puerta de la vida.

4. Mirada postrera

Las Hermanas Felipa, Cecilia, Amata y Balbina atestiguaron en el Proceso de Canonización de Santa Clara que, al final de su vida, ella tuvo y les contó un sueño muy interesante: llevando agua caliente y una toalla, ella vio a San Francisco en lo alto de una escalera y subió hasta él como si fuese volando. Él la invitó a alimentarse de su vida y ella mamó como una criatura. Finalmente sintió que tenía algo en la boca y quiso ver qué era. En palabras de la Hermana Felipa:

"Al tomar ella en sus manos lo que se le había quedado en la boca, le pareció un oro tan claro y brillante, que se veía todo como si fuera en un espejo" (ProcC III, 29).

Ella, que había enseñado a mirar a Jesucristo como un espejo, desde el comienzo pobre del pesebre, a través del medio humilde en que transcurrió toda su vida y hasta el fin arrebatado de amor en la cruz, ahora estaba viendo todo de una vez en el espejo "de oro tan claro y brillante" que compartía con Francisco. Debe haber recordado más de una vez lo que escribiera en el Testamento:

"El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, y nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo, nos lo ha mostrado y enseñado de palabra y con el ejemplo" (TestC 1).

Francisco, que ella había visto como "columna" de su Orden y de su vocación, la ayudó también en el espejo de Cristo. Por eso ella fue "plantita". Francisco se miró en el espejo de Cristo. Clara se miró en el espejo de Francisco. Los dos se miraron en el espejo de la fraternidad y en el espejo de la naturaleza. Y así descubrieron el espejo de la eternidad.

En su modo bien femenino, delante del espejo del Amado, ella había llegado al fondo de la imagen y descubrió el Santo Graal. Estaba transformada. Balbuceó un "Vete en paz alma mía..." se sumergió en el espejo y fue a emerger en la plenitud eterna.

4. El Cristo de Clara

Fue pobre por opción. Entregó su vida como penitente, porque tuvo un inmenso amor por todas las personas y por todas las criaturas. No huyó de la cruz, sino que la abrazó como una virgen despojada, vacía, pobre, con todo su interior reservado para Dios.

Vivió una amistad tierna, profunda, despojada, con un afecto inaudito. Su camino fue realizar la Palabra del Padre. Nunca se impuso ni jamás pensó que era más de lo que sabía que era. No quebró la caña cascada. No apagó la mecha humeante. Al contrario, devolvió la salud a muchas personas con quienes se encontró. Fue muy alegre y gentil.

Se embelesó con cuanto descubrió de hermoso a su alrededor. Daba gracias a Dios por todas las cosas y personas hermosas que Él había creado. Lo alababa por haber revelado sus mejores secretos a los pequeños. Lavaba los pies a los demás y cuidaba de su bienestar y de su salud. Cuando fue necesario, fue firme como una roca. Pero no hirió ni ofendió a nadie. Tenía palabras de vida eterna. Trajo vida, vida en abundancia. Se unió al Pueblo de Dios en esponsales tiernos y eternos...

¿De quién estoy hablando? De Jesucristo. De Clara de Asís. Del Cristo que nació en Clara, hija de Favarone, amiga de Francisco, hermana de los pobres, esposa de Jesús, expresión del Espíritu Santo, hija de Dios Padre.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Somos como una escultura: comenzamos como un bloque en bruto, que debe ser desbastado. Para que la estatua del Cristo interior salga afuera, no tenemos que añadir nada, tan sólo tenemos que arrancar, para liberar la vida que reside adentro. Hay que ir mirando y sacando.

  2. Para llegar a ser lo que nacimos para ser, al pie de la letra, no necesitamos crecer, aparecer, ser mayores. Sí tenemos que ser verdaderos, auténticos, genuinos. Eso es humildad. Cuando el Infinito apareció entre nosotros, lo hizo como un pequeño.

  3. El mayor valor que podemos extraer del tesoro escondido en el campo de la interioridad es nuestra capacidad de ser-para-los--otros, de darnos, de amar. Como el Espíritu que nos da vida, somos una fuerza que se expande. Sin límites, sin fin.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Mírate en el espejo de Cristo y comienza a sacar. Arranca. ¿Ya comenzaste? Entonces ya tienes una idea de lo que debe salir. Continúa. No es difícil advertir lo que en ti no es auténtico. ¿Por qué has de cargar con tantas cosas que copiaste de los demás?

Mira en el espejo de Cristo y empieza a reconocerte. Acoge. Saborea cada don tuyo. No necesitas compararte con los dones de los demás, a no ser para dar todo el valor de cuanto has recibido de Dios.

Mira en el espejo de Cristo y comienza a desprenderte. Ama sin miedo. La gente sólo se pierde por amar cuando da lo que no le es propio, cuando aún no reconoce que todo el amor sin límites que nace de la oración de cada uno, es presencia del amor de Dios.

PARA QUE LO CELEBRES

Haz el ritual del espejo.

Comienza rezando para ponerte en comunicación con la Trinidad. Reza "Gloria al Padre,

y al Hijo y al Espíritu Santo".

Mírate largamente.

Mira con amor y acogida.

Mírate en el espejo. Después, pausadamente, comienza a verte a ti mismo a través del espejo.

Mírate por dentro. Descubre, con los ojos atentos y llenos de cariño, todo lo que en verdad eres y que las apariencias no muestran.

Procura ver en tu imagen, especialmente en tu imagen interior, el rostro de Jesús crucificado, que dio su propia vida para que tú tuvieses vida. Ve captando, punto por punto, qué tienen ambos de semejante.

Hay mucha cosa. Mira bien.

Pídele a Él que te ayude a ir viendo lo que aún puedes ver en Él, pero que no logras verlo en ti. Procura ir sacando eso afuera.

Recuerda a las otras personas que ya son, en este punto, lo que tú aún tienes que ser. Trabaja tu imagen, sacando lo que está de más.

Tú eres una Palabra de Dios.

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