EL CRISTO CORDERO RITUAL

"Manda que le traigan ceniza,

ordena a las hermanas destocarse las cabezas.

Y, en primer lugar, sobre su cabeza descubierta,

derrama mucha ceniza;

después la esparce también sobres las cabezas de las otras.

'Acudid -añade- a nuestro Señor y suplicadle

con todas veras la liberación de la ciudad'"

(LSC 23).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

El episodio narrado en la Leyenda de Santa Clara -y confirmado en el Proceso- demostrando cómo ella liberó a la ciudad de Asís de los invasores comandados por Vital de Aversa, en 1241, presenta una nueva característica de la Santa y revela un aspecto más de su Cristo interior. Clara se identifica ritualmente con el Cordero de Dios y logra la salvación de la ciudad. No responde a la violencia de los soldados con otra violencia, porque no proyecta la culpa en ellos. Se atribuye esa culpa en cuanto es suya y de las Hermanas, y también asume los pecados de la ciudad, como Jesús asumió los pecados de la humanidad y se inmoló por ella salvándola.

1. La celebración es alabanza y es un juego

Celebrar es el modo de corporizar una energía interior. Mediante los ritos, logramos controlar los impulsos, aún ciegos, que vienen de nuestro interior para usarlos, cuando fuere necesario, para nuestro bien o en favor de la comunidad. Las emociones fuertes no necesitan ser reprimidas, si las celebramos. En lugar de tener que mantenerlas a raya o, de lo contrario,ver que nos dominan por completo, podemos aprovecharlas.

Los ritos tienen dos aspectos fundamentales: por una parte, expresan nuestra sumisión a Dios o la convicción de que actúan fuerzas superiores a las nuestras; por otra parte, expresan la nueva dirección que queremos dar a esos impulsos avasalladores, utilizándolos provechosamente. Cuando los antiguos judíos escogían dos machos cabríos, ofreciendo uno a Dios y cargando sobre el otro los pecados del pueblo antes de lanzarlo al desierto, era precisamente eso lo que hacían.

Clara enseña un modo mejor: pone a las Hermanas de rodillas ante Dios y asume, juntamente con ellas, tanto la violencia de los invasores como la responsabilidad por la salvación de la ciudad. Canalizó constructivamente el miedo de las Hermanas apelando a la intercesión adorante. Somos débiles y somos cenizas, pero eso puede recordarnos lo que somos ante Dios y que logremos conseguir su ayuda. En un mismo acto ella celebró hechos bíblicos, celebró a Francisco y se identificó con el Cordero.

Desbordando de adoración y de alabanza a su Dios, Clara tuvo esa capacidad de elaborar juegos rituales que tienen la fuerza de ligar una situación presente con un hecho significativo del pasado y llevan a la persona hacia un futuro diferente. Ésa es una manera muy concreta de vivir el espíritu. Por eso logramos comprender cómo Clara fue tan objetiva siendo tan espiritual.

2. Elementos de la celebración ritual

El primer paso para elaborar una celebración consiste en identificar en nuestra vida algún elemento que nos esté molestando. Puede ser que nos moleste porque lo sentimos como un mal o porque quisiéramos encontrar allí algún elemento, hasta positivo si fuera posible, pero que no sabemos muy bien qué es ni qué debemos hacer.

Se comienza intentando descubrir ese elemento. Es un medio para conocernos mejor, y, para eso, nos podemos interrogar a nosotros mismos, o dejar que otra persona nos interrogue, y hasta podemos ayudar a otro a interrogarse.

Cuando lo descubrimos, tenemos que exteriorizarlo: hablar, dibujar, personificarlo en algún objeto, etc.: lo importante es que podamos ver esa fuerza fuera de nosotros. Por ejemplo, que logremos ver nuestro orgullo herido al menos escrito en un cuadro, o hasta representado por un libro, una silla, un animal, una persona, etc.

Viéndolo fuera, podremos contemplarlo y reflexionar sobre él, como si no tuviese nada que ver con nosotros. Quedaremos más libres y detectaremos aspectos nuevos.

Hecho esto, podemos reponer en nuestro interior esa fuerza que habíamos extraído, pero ahora mediante una escenificación, de una acción "haz de cuenta", en que varios objetos o personas podrían tomar parte con nosotros. La fuerza molesta, y aún negativa, estará a nuestro servicio para alguna tarea constructiva.

Esa fuerza puede ser, por ejemplo, odio contra una persona. Actuábamos pensando que era tan sólo antipatía de esa persona hacia nosotros o chisme de alguna otra en contra nuestra. Asumimos que, en realidad, era odio nuestro y que teníamos deseos de acabar con esa persona. En el rito, hacemos eso simbólicamente: "matamos" conscientemente, pero en un "haz de cuenta", en una suposición.

De ese modo logramos hacer que las fantasías, los miedos, los deseos ignorados afloren a la conciencia. Actuando simbólicamente, aprendemos a usarlos. Conseguimos vivenciar nuestros sentimientos más negativos y más positivos para construir un equilibrio interior.

Así inventaron los griegos el teatro, al que lograban llevar a toda una multitud a una catarsis (purificación), asistiendo a la representación de cómo la hybris (orgullo desmesurado y violento) causaba problemas en situaciones conocidas.

Y así también los indios y muchos otros pueblos elaboraron sus celebraciones. Así captamos la fuerza de un ritual del candombe, de una peregrinación, de una procesión pidiendo lluvia y hasta el sentido de un niño jugando con la casita o haciendo de bandido, de chófer. Podemos captar hasta la naturaleza de los saltos improvisados que da un gatito para cazar a un ratón imaginario.

Celebrar nos hace bien. Lo podemos comprobar en la vida de Clara y de Francisco.

3. Los ritos de San Francisco

La especial amistad que unió a Clara y a Francisco nos va a servir también en este punto para comprender mejor la actitud celebrativa de ambos. Francisco explica a Clara, como Clara explica a Francisco.

Celano (2 Cel 207):

"Estando en San Damián el Padre santo, e incitado con incesantes súplicas del vicario a que expusiera la palabra de Dios a las hijas, vencido al fin por la insistencia, accedió. Reunidas, como de costumbre, las damas para escuchar la palabra de Dios y no menos para ver al Padre, comenzó éste a orar a Cristo con los ojos levantados al cielo, donde tenía puesto siempre el corazón. Ordena luego que le traigan ceniza; hace con ella en el suelo un círculo alrededor de sí y la sobrante se la pone en la cabeza. Al ver ellas al bienaventurado Padre que permanece callado dentro del círculo de ceniza, un estupor no leve sobresalta sus corazones. De pronto, se levanta el santo y, atónitas ellas, recita el salmo 'Miserere mei Deus' por toda predicación. Terminado el salmo, sale afuera más que de prisa. Ante la eficacia de esta escenificación fue tanta la contrición que invadió a las siervas de Dios, que, llorando a mares, apenas podían sujetar las manos que querían cargar sobre sí mismas la vindicta..."

San Francisco hizo diversas celebraciones con ceniza, en las que ciertamente se inspiró en relatos bíblicos. Pero también hizo otras innumerables celebraciones y juegos, como la ocasión en que hizo que Fray Maseo girase para elegir el camino y el de las figuras esculpidas en la nieve:

"Como ve que las disciplinas no ahuyentan la tentación, y a pesar de tener todos los miembros cárdenos, abre la celda, sale afuera al huerto y desnudo se mete entre la mucha nieve. Y, tomando la nieve, la moldea entre sus manos y hace con ella siete bloques a modo de monigotes. Poniéndose ante éstos, comienza a hablar así el hombre: 'Mira, este mayor es tu mujer; estos otros cuatro son tus dos hijos y tus dos hijas; los otros dos, el criado y la criada que se necesitan para el servicio. Pero date prisa -continúa- en vestir a todos, porque se mueren de frío. Y si te molesta la multiplicada atención que hay que prestarles, sirve con solicitud al Señor sólo'" ( 2 Cel 117).

Además de la misma fuente bíblica, Clara tuvo el ejemplo de su padre y maestro para inspirarse. Por otra parte podemos decir que ella celebró a Francisco, celebró los hechos bíblicos, celebró a Jesucristo Cordero de Dios.

El hombre es una ser con capacidad para jugar. Sabe crear situaciones imaginarias para divertirse y aprender a vivir. Así creó los juegos y los deportes. Cuando es contemplativo, se percata de que la naturaleza es un espacio donde Dios se divierte. Se extasía con eso, juega con Dios... y transforma al mundo.

4. Concretez inmediata de lo femenino

Nuestra vida también está llena de ritos. No solamente en las ceremonias religiosas, sino también en la cívicas. Nuestra misma vida cotidiana está ritualizada, como lo demuestran, por ejemplo, nuestra manera de cumplimentar, de recibir visitas, de festejar aniversarios, etc. Esto es muy interesante y sería muy positivo si no hubiésemos descubierto, a la vez, que en ciertas oportunidades lo hacemos rutinariamente, por costumbre, por obligación, sin saber lo que hacemos y, a veces, a disgusto. Es que el intelectualismo de lo masculino, desligado de la realidad, ha convertido esos ritos, ricos en contenido, en formalismos vacíos.

Una actitud más femenina -a pesar de que también las mujeres se han esclavizado a los formalismos al igual que los hombres- suele llenar la vida con pequeños ritos concretos y prácticos para dar colorido y sentido a lo cotidiano. Eso mismo podemos ver en los numerosos ejemplos referidos a Santa Clara, en los que ella hacía la señal de la cruz en la cabeza de las personas para devolverles la salud.

Ella celebraba especialmente al Crucificado. Aplicaba en lo concreto, en las situaciones particulares diarias, el poder inmenso de la cruz de Cristo. Porque encarnaba con amor y objetividad al Cordero de Dios, Aquel "que quita los pecados del mundo". Sin formalismos.

Es importante observar que las celebraciones, se dan creando e innovando. Ésa es una riqueza inmensa que lo femenino puede darnos a todos. Una manera objetiva de vivir lo femenino.

Es interesante recordar que, en su Testamento (TestC 44), Clara, queriendo encomendar a sus Hermanas a la Iglesia y a la Orden, recuerda al pobrecito niño puesto en el pesebre, al Cristo pobre de toda la vida, al Cristo que quedó desnudo en el patíbulo, y se pone "de rodillas, postrada interior y exteriormente". Pero en latín dice "utroque homine inclinato", es decir, "con los dos hombres postrados" en actitud de reverencia y humildad, con su ser exterior y con el interior.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. No debemos ocultar nuestros problemas debajo de la alfombra ni cargar la culpa de todas las dificultades sobre los demás. Celebrar es una buena solución para mirar los problemas de frente y uno por uno. Con conciencia y libertad. Por eso damos un medio para saber qué hacer con ellos.

  2. Una de las grandes cualidades de lo femenino es esa capacidad de transformar ideas en hechos concretos, evitando que las situaciones se truequen en nubes de intelectualización.

  3. Es imprescindible, en la vida humana, la actitud adoradora que nos lleva a recordar a Dios en todo, a someter todas las situaciones al Altísimo Señor.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Celebra algún aspecto de tu violencia. Todos somos violentos, aunque algunas veces queramos negarlo. Nunca falta esa fuerza vital. Para que no nos domine ciegamente, tenemos que celebrarla. Descubre en qué oportunidades irrumpe tu violencia o queda bajo la superficie. Elabora un rito celebrativo. A solas o con otra persona.

Celebra alguna alegría personal y comunitaria. Escoge alguna cosa que te hace muy feliz y que puedes compartir. O selecciona una alegría ajena para hacerla bien tuya.

Celebra un descubrimiento interior. No dejes que una linda sugerencia inspirada por la lectura, que una buena palabra escuchada, que una inspiración que te viene de adentro se diluyan en la memoria teórica. Inventa alguna actividad muy concreta, muy material, para que prenda en la tierra el espíritu de vida.

PARA QUE LO CELEBRES

Junta un poco de cenizas, aunque sean las de un papel quemado.

Ponlas delante tuyo. Pregúntate lo que en ti está ocupando un espacio indebido

que bien podría reducirse a cenizas. Haz un gesto ritual para convertir todo eso en

cenizas. Después, arrójalas al viento. Libérate.

PAZ EN UN MUNDO DE VIOLENCIA

"El Señor os vuelva su rostro y os dé su paz,

hermanas e hijas mías,

a vosotras y a todas las que han de venir

y permanecer en vuestra comunidad y a todas las demás,

tanto presentes como futuras que han de perseverar hasta el fin

en todos los otros monasterios de las Damas Pobres"

(BSC 1).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

La Bula de canonización de Santa Clara (n. 10) dice que ella fue "lazo de paz". Y añade que fue "afable en el trato, apacible en todas sus acciones y siempre amable y bien recibida". Nuestro tiempo -quizás por diferentes razones externas-está tan necesitado de paz como de Francisco y de Clara (y conviene recordar que ellos fueron portadores de una nueva Paz).

No era la paz que sus conciudadanos de Asís habían logrado establecer entre los poderosos para que todos pudiesen enriquecerse. Era la Paz de Dios, Paz y bien. Ellos habían descubierto, dentro de sí mismos, a Jesucristo, el "Príncipe de la Paz".

1. La paz de Clara

La paz que Clara vivió fue la que trajo Jesús. Dios lo envió para "reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col I, 20). Ella vivía según lo dispuesto en la Regla no bulada de San Francisco, de procurar "la pura y simple y verdadera paz del espíritu" (1R 17, 15) y de acuerdo al pasaje de su Carta a toda la Orden, en la que amplía el texto de la epístola a los Colosenses:"Besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente" (CtaO 12-13).

Cuando oímos a las Hermanas, en el Proceso de Canonización, que ella salía transformada de sus encuentros con Jesucristo en la oración, solamente podemos recordar lo que Francisco había dicho al respecto: "Si el cuerpo toma tranquilamente su alimento con el que se ha de convertir algún día en pasto de gusanos, ¿con cuánta mayor paz y sosiego debe recibir el alma su alimento de vida?" (LM X, 6). Amada de messer Martín de Corozano, por ejemplo, dice: "Era asidua en la oración y contemplación, y, cuando volvía de la oración, su rostro parecía más claro y más bello que el sol. Y sus palabras rezumaban una dulzura indecible, al extremo de que toda su vida parecía por completo celestial" (ProcC IV, 4).

Por eso no es de extrañar que tuviese tanta paz interior y tanta seguridad de la presencia de su Jesucristo, como la que demostró cuando las Hermanas fueron a avisarle, aterrorizadas, que la casa había sido invadida por soldados sarracenos: "Hermanas e hijitas mías, no tengáis miedo, pues si Dios está con nosotras, los enemigos no podrán ofenderos. Confiad en nuestro Señor Jesucristo, que Él nos librará. Y yo quiero seros fiadora de que no nos harán ningún mal; si vienen, ponedme delante de ellos" (ProcC III, 18; Felipa, hija de messer Leonardo de Gislerio).

Por eso ella fue llamada en la Bula de Canonización "lazo de paz, comunión de vida familiar" (BC 10). Como cuenta Hugolino de Pedro Girardone, ella cuidó hasta de la paz de su matrimonio con madonna Guiducia (ProcC 16).

Las Hermanas atestiguaron que, aún cuando estuvo muy enferma, nunca se oyó de su boca lamento alguno, porque estaba siempre en acción de gracias (cfr. LSC 39). Por eso, cuando estaba por morir, pudo decir a su propia alma: "Ve segura, porque llevas una buena escolta para el viaje. Ve, porque Aquel que te creó, te santificó y, guardándote siempre, como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno" (LSC 46).

2. La paz viene de adentro

Vivimos en un mundo sin paz, que nos oprime, no solamente a partir de las noticias sobre las guerras y las violencias en países lejanos, sino también sobre las violencias de nuestra sociedad, cuando las personas se matan, asaltan, secuestran. Y también cuando nos percatamos de la absoluta falta de ética que reina en el ambiente que nos rodea.

Lo que falta es la Paz, que no consiste en la pasividad, fruto de una orden represora, o por miedo a los conflictos. Paz es la armonía del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. La verdadera paz solamente puede provenir de la justicia, que proporciona las condiciones de vida digna y feliz para todos.

Sólo podemos hablar de paz, como sólo podemos hablar de ética, desde el momento en que atribuímos importancia al ser Yo. Un yo que se relaciona. Para una persona que viviese solitaria, en caso de ser posible, no se suscitaría ninguna cuestión ética. La ética surge de una conciencia de la persona que se considera una entidad separada, preocupada por su manera de relacionarse con los demás y con la comunidad como un todo.

Si un niño no se formó ese concepto de un yo relacionado, atacará cuando sienta rabia, se apoderará de lo ajeno cuando se le dé la gana. Nosotros intentaremos reprimirlo, como en tantas ocasiones queremos reprimir cuanto nos parece condenable en los demás y en nosotros mismos. En las sociedades primitivas, las personas también regulaban sus comportamientos por tabúes, para evitar prácticamente los peligros para la comunidad y sus miembros.

Pero no es la represión la que resuelve el problema, porque los impulsos y violencias son naturales, son energía de nuestra vida, y no es amenazando, conteniendo, negando la violencia o fingiendo que no existe cómo vamos a conseguir la paz. Tenemos que saber usar esas energías. Como ellas nacen de adentro, también la paz surge de allí. Porque también ella es una energía que construye el mundo. El Evangelio dice que los que construyen la paz serán llamados hijos de Dios.

Clara, que vivió en un mundo violento y perteneció a una familia de militares, fue constructora de paz cuando ejercieron violencia contra ella y contra su hermana Inés, construyó la paz cuando su eremitorio fue invadido por los sarracenos y cuando Asís fue cercada por ejércitos enemigos. La Dama de la Pobreza, sin necesitar apelar a ningún "yo tengo" ni luchar por eso, transmitió al mundo la paz que albergaba en su corazón.

La paz es un don de lo femenino

Lo femenino vive de la relación, porque vive de dar y de cultivar la vida. Tiene que crear un ambiente acogedor de paz, porque se hizo para acoger, aunque sea defectuoso y aún sombrío. Porque, en definitiva, lo que importa es que el otro "sea". El acogimiento es lo opuesto a la violencia y a la represión.

El ideal de lo masculino que perdió la polaridad con lo femenino y se hizo patriarcal, es construir un mundo apoyado en tres grandes principios: "Yo soy capaz", "Yo tengo", "Yo soy respetado". Son grandes valores humanos, pero, desequilibrados, llevan a la guerra, porque tienden a producir un ideal de fuerza agresiva, posesividad y aplauso a cualquier precio.

Los hombres son proclives a la guerra. La guerra es sufrida y rechazada especialmente por las mujeres. Y una de las mayores guerras represoras se hizo siempre contra lo femenino, porque muchas veces tememos que lo femenino, con sus impulsos y pasiones, pueda hacer estremecer el equilibrio idealista de los cultores de la razón.

Si desde niños no hubiésemos tenido un ambiente acogedor, proveedor y protector, hasta nuestro físico se resentiría. Nosotros mismos, sintiéndonos perdidos en medio de un mundo desconocido, nos rechazaríamos creyéndonos inferiores. De ahí vendría la voluntad de destruir un mundo que, además de amenazarnos, sentiríamos que nunca va a poder ser nuestro.

Una de las mayores formas de violencia, sobre todo en nuestras ciudades, es el vandalismo que, entre otras cosas, destruye los teléfonos, pinta la paredes, mutila los árboles, como expresión de personas que en su interior se sienten excluídas de la vida que otros pueden construir.

Las antiguas culturas conocían diosas de la violencia y de la guerra. Posiblemente como un símbolo de que el furor, la indignación y la exigencia de justicia vienen de dentro de nuestra interioridad, donde los hombres vislumbraban el dominio de las fuerzas femeninas.

De hecho, la paz profunda no es la quietud de cuando todo está muerto o cuando no nos importa nada de nada ni podemos hacer nada. Es el juego equilibrado de una energía que va y viene entre dos polaridades opuestas, buscando siempre el punto mejor en que nuestra vida pueda ser constructiva.

4. Paz a los hombres de buena voluntad

Cuando Jesús nació, los ángeles desearon Paz a los hombres de buena voluntad. Él es el Príncipe de la Paz. La Paz es uno de los grandes dones de la Buena Noticia, que llegó para todos los que quisieren acoger a cualquier criatura humana como hermana y a cualquier don de la naturaleza como una gracia. Y para quien estuviese dispuesto a no ser un represor.

Cuando reprimimos-en los otros o en nosotros mismos- las emociones, instintos y necesidades como opuestos y perturbadores, provocamos el inconformismo de los que serán lanzados a la fosa de los disidentes y herejes, o simplemente a la de los que se comportan mal y a la de quienes se acusa como culpables. En nosotros podrá surgir la sensación de estar seguros porque no tenemos esas fallas, por creernos correctos en la presencia de Dios y ante la comunidad, pensando que eso está probado hasta por nuestra honradez y por nuestras actitudes. Los equivocados son los otros. Por lo que tendrán que ser exterminados, conquistados, relegados a una posición en la que no amenacen al mundo farisaico que construímos. Así comenzamos a suscitar conflictos y hasta podemos acabar con el género humano.

Proceder de ese modo es establecer una ética que nos hace creer dioses o considerarnos a nosotros mismos como dioses. Impone desde afuera. El anuncio de paz de Jesucristo es para los que descubren al Dios único presente en su corazón, como lo está en el universo. Es un Dios de Paz, Dios de muchos hermanos. Y de hermanos libres.

Francisco y Clara se destacaron porque obedecieron la voz de su conciencia. Recordemos estas normas suyas: si se ordenase algo que fuese "contra su alma y nuestra regla", el hermano no debe obedecer; si una autoridad, aunque se trate del papa, ordenase algo contra la pobreza, su "consejo" no deberá ser seguido, aunque se deberá respetarlo. Dios no era para ellos sólo alguien de afuera: era una presencia en su interioridad. Ellos habían aprendido con el Jesús del Evangelio y habían descubierto que Él correspondía a una voz de su interioridad.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Tú puedes traer paz a tu mundo. Ella está dentro de ti. En vez de quedarte atemorizado o de pretender imponer situaciones, abre tu reino interior. Es allí donde te relacionas con Dios, con los hermanos, con la naturaleza... contigo mismo. Es eso lo que el mundo necesita.

  2. Si cultivas tu femenino, serás portadora o portador de paz. Porque todas las personas, tanto como tú, necesitan del ambiente acogedor. Quédate en una postura de relajamiento y procura sentir cuanto dentro de ti necesita ser pacificado. Comienza a derramar el bálsamo de la paz sobre esas heridas - Descubre que eso lleva tiempo y que también dentro tuyo brotan fuentes de paz.

Procura detectar todos los puntos en que reina alguna violencia o simplemente falta la paz en los ambientes en que vives y trabajas. Planifica la construcción de la paz con los recursos que recibiste personalmente de Dios.

Trae a la presencia de tu contemplación poco a poco a cada una de las personas que viven más cerca de ti. Procura sentir la paz que emana de cada una de ellas. Date tiempo para eso. Mucho tiempo. Vale la pena descubrir la mina de la paz.

PARA QUE LO CELEBRES

Procura identificar, en el ambiente en que vives -quizás en tu propia casa- la presencia de fuerzas de división. Escribe en un papel todo cuanto separa a las personas más próximas a ti.

Después, con un gran respeto por las personas involucradas, estudia esas divisiones. Reflexiona sobre su manera de ser, sobre sus posibles causas. Si tuvieses oportunidad, dialoga sobre eso con alguna persona amiga.

Inventa una celebración, con objetos o con personas, paradejar que esas fuerzas de división desagoten toda su carga de violencia. Descubre cómo puedes ayudar, con los impulsos de vida que hay en tu medio, a construir la paz.

EL CRISTO EN LA TRINIDAD

"Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta:

el que te creó, antes te santificó

y después que te creó puso en ti el Espíritu Santo,

y siempre te ha mirado

como la madre al hijo a quien ama.

¡Bendito seas Tú, Señor, porque me has creado!"

(ProcC III, 20).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Al referir, en el Proceso de Canonización, las palabras que Santa Clara dirigió a su propia alma cuando estaba por morir, la Hermana Felipa de Leonardo de Gislerio manifestó: "Ella dijo muchas cosas hablando de la Trinidad, tan bajito que las Hermanas no lograban entender bien". Y la Hermana Angelucia de Angeleio de Espoleto completó el informe añadiendo: "Comenzó a hablar de la Trinidad y a decir otras palabras sobre Dios con tal sutileza, que muchos doctos apenas la habrían podido comprender" (ProcC XIV, 7). Las dos Hermanas usaron la misma expresión: Santa Clara habló con "sutileza". El testimonio de Felipa podría traducirse como "bajito", pero Angelucia no deja dudas cuando dice que solamente los muy doctos podrían comprenderla.

Creo que las Hermanas quedaron muy edificadas con lo que Clara decía -además, ella las había edificado durante toda su vida- y desistieron de empeñarse en comprender sus palabras, porque se tenían por muy ignorantes. Clara debe haber dicho cosas muy profundas, ya que había tenido una vivencia muy intensa y abierta de la Trinidad, pero no debe haber hablado de cosas que "solamente los muy doctos podrían comprender". Ella nunca fue una teórica. En las cartas y en su vida demostró elocuentemente que la Trinidad de Dios no es un misterio para ser explicado: es una realidad inmensa para ser vivida.

Ella no explica la Trinidad, sino que da testimonio de que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero es la Trinidad quien explica su vida santa. La Trinidad transforma en santidad a nuestros actos e integralmente a nuestras personas, en la medida en que nos abrimos para que pase a través de nosotros en favor de la humanidad y del mundo.

1. Clara y la Trinidad

No es de admirar que Clara haya dicho cosas maravillosas y profundas sobre la Trinidad cuando estaba por morir. Ella vivió la Trinidad. Aunque careciésemos de testimonios sobre ello, sus escritos lo proclaman. Recuerda continuamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

El Padre es Aquel de quien procede todo bien. Él es la Trinidad en cuanto que es fuente de donde mana la vida con toda la multiplicidad de sus dones. Para Clara, de Él le vino su vocación: "Del Padre de las misericordias, del que otorga todo abundantemente, recibimos y estamos recibiendo a diario beneficios por los cuales estamos nosotras más obligadas a rendir gracias al mismo glorioso Padre. Entre ellos se cuenta el de nuestra vocación; cuanto más perfecta y mayor es ésta, tanto es más lo que a Él le debemos" (TestC 1). Por eso ella recordó en la Regla (RSC VI, 1) y en el Testamento (TestC 4) que fue el "Altísimo Padre Celestial, por su misericordia y gracia, quien se dignó iluminar mi corazón para que hiciese yo penitencia".

Estaba convencida de que su Orden había sido engendrada por el Padre: "...vele siempre para que esta pequeña grey, que Dios Padre engendró en su santa Iglesia por medio de la palabra y ejemplo de nuestro bienaventurado padre San Francisco..." (TestC 7). Y recordaba a las Hermanas que la misma fama de su comunidad venía del Padre: "No por nuestros méritos, sino por sólo su misericordia y gracia de su benignidad, el Padre de las misericordias difundió la fragancia de la buena fama tanto para las que están lejos como para las que están cerca" (TestC 9).

Por eso adoraba y suplicaba al Padre, intercediendo por la fraternidad que estaba próxima a dejar al morir: "Por eso doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo para que... el mismo Señor que dio un comienzo bueno, conceda el incremento y dé también siempre la perseverancia final" (TestC 11). Y no olvidó de animar a Inés de Praga para que no perdiese de vista la vocación a ser perfecta, como enseñara Jesús: "... convertida en diligente imitadora del Padre perfecto..." (2 CtIn 2).

El Espíritu Santo es la fuerza que mueve el amor de las personas a partir de su interioridad. Él es la Trinidad en cuanto que es la energía que nos arrastra y nos introduce en el torbellino de la vida trinitaria. Clara tenía conciencia de que ella y sus Hermanas habían sido incluídas en un impulso de gracia que comenzara con San Francisco: "El santo ... inundado de gozo e iluminado por el Espíritu Santo, profetizó acerca de nosotras lo que el Señor cumplió más tarde" (TestC 2). Y, como él, pensaba que era el Espíritu Santo, morando en el corazón de cada una, quien las traía a la Orden: "Si alguna, por inspiración divina , viene a nosotras con deseo de abrazar esta vida..." (RSC II, 4). Era Él quien ayudaba a dar después los pasos siguientes para seguir la vocación: "...haga cuanto el Señor le inspire" (RSC II 4). Y era la base de la obediencia fraterna: "... pues muchas veces lo mejor es revelado por el Señor a la que es menor" (RSC IV, 12). Por eso ellas debían estar siempre sumisas a su impulso: "... por encima de todo deben anhelar tener el Espíritu del Señor y su santa operación" (RSC X, 26), para "... el cumplimiento de tus votos al Altísimo con la perfección a la que el Espíritu Santo te ha llamado" (2 CtIn 3).

El Hijo es la manifestación de Dios que viene concretamente a nuestro encuentro. Viene del Infinito y también de nuestra interioridad, donde está impresa su imagen. Él es la Trinidad en cuanto que se coloca ante nosotros y nos invita a la transformación. Por eso "su" Jesucristo nunca está solo. Vive siempre junto al Padre y al Espíritu Santo. Es la vida profunda de su alma. En Él, como lo venimos diciendo a lo largo de este libro, vive la plenitud de Dios.

2. Trinidad es relación

En general, los cristianos vivimos un tanto alienados, porque sólo tenemos presente a la Santísima Trinidad como un misterio: algo de lo que oímos hablar en el catecismo y que mencionamos automáticamente cuando hacemos la señal de la cruz. Pero sigue siendo siempre algo insondable, casi prohibido.

Creo que la más profunda originalidad de la contemplación cristiana es descubrir-en la vida, no en la mente- que cada uno de nosotros, aún el más pequeño, es el lugar del abrazo entre el Padre Eterno y Jesucristo, su Hijo. Y que ese abrazo es el Espíritu Santo.

Dios Creador, que hizo todo cuanto existe en el mundo y la originalidad que somos cada uno de los seres humanos, contempla en nosotros imágenes constantemente renovadas del Hijo que engendra eternamente. Y ama al Hijo que ve en cada detalle de lo que somos. A su vez, también el Hijo se reconoce en el Padre, cuya presencia se encarna en todo lo que vivimos. Él, que nos recordó que el Padre estaba en el sol y en la lluvia que envía para buenos y malos, que alabó al Padre presente en los pequeños que sabían cosas que los sabios y prudentes ignoraban, amó y ama al Padre en cada señal del mismo reproducida por nosotros. Su abrazo, su beso, como lo dijeron algunos antiguos santos, sólo puede ser el Amor infinito, el viento abrasador y vital que conocemos como Espíritu Santo.

Santa Clara, como todos los santos, tiene un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo que son elementos diarios, realidades tan o más reales que las que nos rodean. Porque, de hecho, vivir relaciones -y eso hacemos cuando actuamos como seres humanos- es vivir la Trinidad. Clara y Francisco de Asís abrieron al mundo su grandiosa propuesta de fraternidad universal, porque para ellos la Trinidad era viviente. Ser hermanos no era una simple propuesta de mutua comprensión o de asociación para trabajar unidos: era ser Trinidad, en el ser y en el amar.

Cada una de la atenciones fraternas de Clara, y especialmente el cariño inmenso que rezuma en sus cartas, es sólo una prueba de cómo ella se dejaba llevar por el impulso del Espíritu que, en todo y a cada instante, describe la unión dinámica entre el Cristo que vive en nosotros y el Padre, de quien todo procede y a quien todo se reintegra.

3. Lo femenino. Cómo Clara vivió sumida en Dios

Lo que nos hace teorizar sobre la Santísima Trinidad, reduciéndola a una barrera para la inteligencia, es precisamente nuestra abstracción de un masculino exagerado que perdió la dimensión de lo femenino. Si quisiéramos recuperar el núcleo de nuestra vida de cristianos, que es la Trinidad, tenemos que recuperar lo femenino. Y, si nos empeñamos en descubrir la Trinidad, tenemos uno de los caminos más seguros para lograr vivir la plenitud de lo masculino y de lo femenino. Veamos algunos puntos:

Vida. Para nuestro rasgo femenino, que es el transmisor de vida, el conocimiento progresivo y siempre muy concreto de la Trinidad es una revelación de que, esa maravillosa vida que recibimos al nacer a este mundo como seres humanos, no es sino un primer paso hacia una realidad inmensamente mayor a la que somos llamados: la Vida, compartida con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Coparticipación. Uno de los más grandes dones del ser humano es la capacidad de reconocer en todas las criaturas, hasta en el más pequeño grano de arena y en la más primaria forma vegetal y animal, que todo comparte el mismo don de nuestra existencia y vida y que todo transmite la existencia y la vida primarias y nos involucra en la Vida de la Trinidad. Cuando yo me asombro de la microscópica flor del musgo de una pared, estoy siendo compenetrado por la Vida de la Trinidad. Lo femenino vivido no nos permite distanciarnos de la Trinidad por la abstracción. Nos envuelve en ella.

Interioridad. La centralización en la interioridad nos lleva a descubrirnos como una proyección de la presencia de la Trinidad en el mundo. Todo el mundo en el que existimos, nos movemos y somos es atraído constantemente hacia el núcleo de nuestro ser, punto de encuentro de la Trinidad; pero también de adentro de cada uno de nosotros se esparce el vivir trinitario hacia todo cuanto existe, sobre todo hacia las personas. La vida impele en cada uno de nosotros: hacia dentro y hacia afuera.

Transformación. Vivir la Trinidad es ingresar en una espiral sin fin. La vida es dinámica y nos transforma intensa y continuamente. En cortos pasos diarios, pero intensa y continuamente. Somos transformados y, a la vez, somos transformadores.

La "vida de la gracia", que es la vivencia concreta de la Trinidad, no se nos transmite ni por la predicación ni por la reflexión. Es una realidad que la Iglesia nos transmite como una madre, a través de celebraciones muy concretas, que son los Sacramentos.

Resulta interesante interiorizarnos, sobre todo por el testimonio de las personas que depusieron en su Proceso de Canonización, cómo Clara vivió esa vida de gracia. Bienvenida de Perusa, por ejemplo "... dijo que su hablar era siempre de cosas de Dios y no quería hablar de cosas del siglo, ni quería que las Hermanas las mentasen. Y si alguna vez acaecía que alguna persona mundana había hecho algo contra Dios, ella, maravillosamente, lloraba y exhortaba a la tal persona y le predicaba con solicitud que tornase a la penitencia" (ProcC II, 10).

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. La Trinidad no es una desafío intelectual para tu mente. Cuanto vives es manifestación de la Trinidad: concreta, real, palpitante. Tienes que descubrir todo eso, permitiendo que pase por tus sentidos, para tener cabal sentido de la vida en plenitud.

  2. Vives la Trinidadmuy especialmente en todas tus relaciones. Vivir aquí en la tierra con personas y otras criaturas es aprender a vivir la vida eterna.

  3. Aislar a Jesucristo es una forma de idealizarlo y hacerlo teórico. Cuando Él se hizo carne, vino a vivir con nosotros la Trinidad, que siempre comprende, además, al Padre y al Espíritu Santo.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Haz una lista de las mejores cosas de la vida que sientes vibrar en ti y a tu alrededor: en las demás personas y en las otras criaturas. Procura percibir cómo toda esa bondad no es casual. Nace de un infinito Amor. Todo es don del Padre de Jesucristo.

El mayor don es que tú conozcas a Dios. De nada serviría que existiesen personas y cosas hermosas y amables si no tuvieses un corazón para amarlas. Cuando logras identificar y amar a Dios como un don, estás viviendo el Espíritu que mora en tu corazón.

PARA QUE LO CELEBRES

Tú viniste al mundo como fruto de una relación y toda tu vida son relaciones : con personas amables y difíciles, con cosas agradables y desagradables. Relaciones que te producen placer y otras que te resultan pesadas. Que se realizan o que dejan una sensación de vacío. Relaciones cálidas, vitales, y relaciones distantes, formalistas.

Tú eres imagen de la Trinidad. Todas tus relaciones son tentativas más o menos exitosas de ir viviendo la plenitud de la Trinidad. Celebra para tener a la Trinidad siempre bien presente en todo. Y cambia todo eso por algo mejor.

Ritualizalos impulsos deaislamientoparatomarlos en las manos y convertirlos en vida: invoca a la Trinidad porque ella nos sumerge en la relación, no sólo con las demás personas, sino también contigo mismo, con los otros seres de la naturaleza y, sobre todo, con Dios.

EL REY Y SU REINO

"A la hija del Rey de reyes,

a la sierva del Señor de los que dominan,

a la esposa dignísima de Jesucristo

y, como tal, reina nobilísima, señora Inés:

Clara, servidora inútil e indigna de las Damas Pobres,

le augura salud y vivir siempre en suma pobreza"

(2 CtIn 1).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Hija de un tiempo en que los reyes eran las personas más cualificadas, Clara usa a voluntad ese título para denominar a Jesucristo, su amado Rey de reyes. Pero tampoco nunca deja de recordar que Él no es rey de este mundo pasajero, que los felices en su Reino son los pobres, y augura que la reina, esposa nobilísima, viva siempre en la más alta pobreza. Clara vive el Reino interior que transforma al mundo. Aprovecha ampliamente los valores simbólicos del mensaje bíblico.

En el Reino de Jesucristo somos un pueblo de reyes, sacerdotes y profetas, porque todos somos otros Cristos. El Cristo que encontramos en nuestro interior y lo hacemos actuante en este mundo es Rey. Todos necesitan de esa oportunidad de vivir la realeza. Por lo cual necesitamos saber en qué consiste.

El Reino es siempre un desafío, porque estamos en una situación concreta en que sabemos que él ya comenzó, pero que aún no ha llegado a su plenitud, y que, además, en muchas partes y para muchas personas ni siquiera existe.

1. El Reino no es de este mundo

Reino es un "estado", es decir, una situación amplia que abarca toda la vida de las personas. Nosotros estamos dentro de él: "En él existimos, nos movemos y somos". Pero Jesús nos dice que su Reino no es de este mundo, no se basa ni en dominación ni en soldados. No es de este mundo porque, aunque está presente en este mundo, supera sus límites y su plenitud sólo la dará Dios en una situación futura. Sale de adentro de cada uno de nosotros y no será pleno mientras los demás no lo sean.

Jesús se empeñó en demostrar que su lenguaje era simbólico. Por sus parábolas nos enseñó que no se trataba de un reino con fuerza de poder sobre los demás. No podemos pensar en una potencia política ni eclesiástica. Los cristianos, sin embargo, ya intentaron construir una Cristiandad. Fracasó cuando el progreso en lascomunicaciones redujo al mundo a una gran aldea y aparecieron otras culturas. Cuando se secularizó. Uno de los grandes atributos de ese Reino es que es eterno, no transitorio.

Creo que Clara tuvo una conciencia aguda de todo esto cuando dijo a Inés de Praga en su primera carta: "Creo firmemente que vos sabéis cómo el reino de los cielos se compromete y se da por el Señor sólo a los pobres..." (1 CtIn 4) "... y antes pasará un camello por el ojo de una aguja que subir un rico al reino celestial" (Ib.).

En la segunda carta volvió a insistir: "...así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos y vivirás por los siglos de los siglos" (2 CtIn 4). Pero ella no pensaba tan sólo en un reino en la vida futura, porque en muchas oportunidades insistió en la afirmación de que Inés ya poseía al Rey del reino celestial: "Ya os abraza estrechamente Aquel que ha ornado vuestro pecho con piedras preciosas y ha puesto en vuestras orejas por pendientes unas perlas de inestimable valor" (1 CtIn 2). Ella, que no quería saber de propiedad alguna, quiso poseer el Reino: "...posees el bien más seguro, en comparación con las demás posesiones, tan pasajeras, de este mundo" (3 CtIn 4). De hecho, ya había dicho que el tesoro "está escondido en el campo del mundo y de los corazones de los hombres" (3 CtIn 2).

2. Nosotros ya lo vivimos como un camino

Nuestra palabra "Rey", que designa actualmente a un gobernante, a una persona de elevada categoría, recuerda, literalmente, a un pastor. Regir, en su primera acepción, es conducir las ovejas a pastar y traerlas luego a todas a su redil. Jesucristo es quien conduce con seguridad a todo ser humano para que llegue a la vida en plenitud. El espacio y el tiempo de ese itinerario son interiores: se trata de la realización de la persona, de cómo cada uno descubre, conoce y hace valer al individuo único que le fue dado ser. Jesucristo es el rey de ese "proceso de individualización". Él sabe conducirnos por los caminos que llevan a la plenitud del yo interior.

Clara de Asís, evidentemente no usó la expresión junguiana "proceso de individualización", pero, en terminología bíblica, habló ampliamente del camino, que es ir viviendo progresivamente el Cristo interior:"Yo soy el camino" (Jo 14, 16). Luego de haber abierto con esa cita la gran reflexión de su Testamento (TestC 1), lo concluirá exhortando: "Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a todas mis Hermanas, presentes como futuras, que se esfuercen siempre en imitar el camino de la santa sencillez, humildad y pobreza, como también el decoro de su santa vida religiosa, según fuimos instruídas por Cristo y por nuestro bienaventurado padre Francisco desde el inicio de nuestra conversión" (TestC 9). Y añade: "Estrecho es el camino y estrecha es la senda, y angosta es la puerta por la que se va a la vida y por las que se introduce en ella. Por esto son pocos los que recorren tal camino y entran por tal puerta; y si hay algunos que durante cierto tiempo van por ese camino, son poquísimos los que perseveran en él. Pero dichosos aquellos a los que les ha sido dado andar por esa senda y perseverar en ella hasta el fin" (TestC 11).

En su Bendición aparece muy claramente que ella desea para las Hermanas el reino, reino que se extiende por tierra y cielo. Clara pide que Dios cuide de las Hermanas: "en la tierra, multiplicándoos en gracia y en virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; en el cielo, ensalzándoos y glorificándoos entre sus santos y santas en su Iglesia triunfante" (BSC).

Su comprensión de un reino vivido en camino es constante, principalmente en el Testamento, que concluirá con un: "Doblo mis rodillas ... para que el Señor que dio un comienzo bueno, conceda el incremento (Cfr. I Cor 3, 7) y dé también siempre la perseverancia final" (TestC 11). Asimismo habla también de la pobreza como de un camino: "separarse de la santa pobreza... Ni el Hijo de Dios ni Francisco se desviaron" (TestC 5; cfr. 6. 7). En párrafos de las cartas, como en la impresionante alabanza a Cristo en 4 CtIn 3, queda de manifiesto que ella había recorrido permanente y ardorosamente ese camino. Si dejásemos de caminar, la vida se nos escapará y se nos escurrirá de entre las manos.

3. Quien lo tiene en su interioridad construye la paz de un mundo nuevo

La Utopía de Clara no es la de Tomás Moro, que sueña con una nueva sociedad. Ella sueña con personas nuevas. Su visión es más cercana al mito del Graal, tan influyente en su tiempo: El reino va bien cuando el rey está bien e irá mal mientras el rey esté herido y enfermo. El reino de Jesucristo está lleno de felicidad, porque Él aceptó ser cordero de salvación y está perfectamente sano en toda su humanidad y su divinidad. Nuestro reino espera la redención de nuestra convalecencia `para ser pleno de una buena vez.

Tiene que haber un verdadero cambio en nuestra forma de ser humanos. Tiene que surgir una nueva ética. La transformación de la sociedad es fruto de la transformación de los individuos o, al menos, es conducida por algunos individuos ya realizados en parte de su plenitud. Ser rey es lograr conducir el proceso de transformación del mundo. Quien llega al Graal transforma a todo el mundo. Tiene que ser un reino amplio, que está en camino, que es de la vida terrena y es de la vida eterna.

Por eso Clara recuerda a Inés de Praga que ella es reina de otro reino. Le pide: "Transfórmate toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad" (3 CtIn 3), que está logrando frutos (3 CtIn 2-3) y dice que "La Virgen lo llevó materialmente: tú, siguiendo sus huellas... puedes llevarlo espiritualmente siempre en tu cuerpo casto y virginal" (3 CtIn 4).

4. El reino y los pobres

Para que el Reino comience en la tierra es necesario liberar a los pobres: hacer todo lo posible para que no haya nadie sin un mínimo de plenitud humana. En este sentido, los constructores del reino luchan para que a nadie se le conculquen sus derechos, para que nadie sufra hambre, nadie quede desamparado, nadie quede sin vestir, sin estudio, sin cuidado de la salud. Todos son hermanos de Jesucristo, el Rey. Sobre estos puntos nos examinará cuando venga, al fin del mundo.

Pero el Reino no tendrá necesidad ni de poderosos ni de soldados. No se trata de transformar a los actuales pobres en futuros poderosos. Será un reino de pobres, pero de otro tipo de pobres: no de los despojados a quienes se les deba reintegrar lo exaccionado, sino de los que se despojan porque así lo quieren.

Los que descubren el Reino, descubren el Graal. "El reino de Dios está dentro de ustedes". Es mucho más que tener posesiones, riquezas, facilidades en un mundo pasajero.

Hay que tener conciencia de esos dos caminos inversos de la pobreza en la construcción del Reino de Jesucristo: los que son pobres materialmente, tienen que poder llegar al mínimo de riqueza para una vida humana digna; los que se comprometen con Cristo Salvador, tienen que despojarse cada vez más de toda posesión. Son verdaderos polos opuestos que tienen que cuestionarnos constantemente si queremos continuar siendo de los que venderán todo y tomarán la cruz de cada día.

Los reinos que nosotros conocemos son reinos del patriarcado: con pobres y ricos, dominadores y dominados, primero y tercer mundo, progreso y destrucción... Dentro de esa realidad, tenemos que aprovechar lo bueno hecho y continuar haciendo el mayor bien posible.

Estamos trabajando para un reino rico de vida, con todo el mundo involucrado, totalmente centralizado en Jesucristo, su verdadero centro y permanente transformador, porque Dios es "siempre más".

A las Hermanas pobrecitas que habían acogido su ideal de pobreza, Francisco les prometió, en el cántico especial que les dirigió en San Damián: "Cada una será reina en el cielo coronada con la Virgen María" (ExhCl 6). La Virgen María es un modelo, o una idea de cómo va a ser cada uno y de cómo va a ser el Pueblo del Reino.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Ser humano es estar sumergido en una intensa aventura: la de ayudar a construir los primeros estadios de un reino que es Dios, quien lo construye y que sólo Él le va a dar cima. No nos sentiremos realizados si no llegamos allá. Y si no lo vivimos intensamente ya.

  2. Construir el Reino implica un proceso. Cada uno lo construye, porque todos tenemos que hacer el camino personal que nos ubica en el punto que la humanidad conquistó antes de nosotros y que nos permite ayudar a otros a dar los pasos siguientes.

  3. Destruir o construir es lo que hacemos cuando ponemos al servicio del reino exterior, de nuestros hermanos, lo que sucede en el reino interior de cada uno de nosotros.

 

PARA QUE COMIENCES A PONERLO EN PRACTICA

Pon en un papel muy concretamente lo que esperas para ti y para los demás en la vida después de la muerte. Luego anota lo que haces al respecto para llegar allá.

Tú haces lo que eres. ¿En qué mundo, en qué "reino" estás haciendo vivir a quienes tienen que compartir la vida contigo? Di ahora mismo en qué vas a cambiar al respecto.

Invita a las personas más cercanas a rezar un Padrenuestro contigo. Cuando digan: "Venga a nosotros tu reino", deténganse y pregunten: ¿De qué reino se trata? ¿Qué es lo que ustedes quieren que Dios les ayude a hacer?

PARA QUE LO CELEBRES

Haz de cuenta que el Reino de Dios existe en la ciudad en que habitas. Pon el mapa de la ciudad sobre una mesa . Reúne todas las informaciones que tienes sobre el pueblo que mora en la ciudad. Representa todos los datos con pequeños objetos, figuritas, papeles escritos con letras en colores. Convoca a más personas para que participen de tu juego. Pide a cada una que se encargue de un sector. Si el Reino de Dios existiese en tu ciudad, ¿qué cosas cambiarían?

No olviden de preguntarse siempre unos a otros: ¿Dónde está Jesucristo, el Rey?

EL REY DE LA GLORIA

"Hijitas mías, alabad al Señor,

ya que Cristo se ha dignado concederme hoy

tales beneficios que cielo y tierra

no se bastarían para pagarlos.

Hoy he recibido al Altísimo

y he merecido ver a su Vicario"

(LSC 42; Cfr. PrcC III, 24).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Poco después de haber invitado a las Hermanas a alabar a Dios por haberse encontrado con Jesucristo en la Eucaristía y en el Papa, Clara, que estaba en las postrimerías de su vida, tuvo la gracia de ver llegar a Jesús y preguntó a una Hermana: "¿Ves tú, hija mía, al Rey de la gloria a quien estoy viendo?" (LSC 46).

Ella reconoció al Rey de la Gloria, al Cristo de los tiempos sin fin, porque siempre supo verlo en las realidades concretas de la Iglesia. Amó al Cristo visible en la Iglesia y a la Iglesia sacramento visible. Todos necesitamos saber dónde está el Pueblo de Dios para poder seguirlo. A pesar de su firmeza, que ciertamente supo ver las faltas de la Iglesia pecadora, Clara fue fiel a la Iglesia Romana, como lo fue Francisco. Por eso el movimiento franciscano no cayó en la herejía. Tenía fe en el Cristo-Iglesia.

Los antiguos decian que gloria es "clara cum laude notitia": un conocimiento claro, con alabanza. Nosotros tenemos que conocer, tenemos que saber qué estamos haciendo para poder proclamar lo que estamos viviendo. Clara hizo honor a su nombre y fue una gloriosa manifestación del Cristo que vive en su Iglesia.

1. Jesucristo es visible en su Pueblo

Como dice San Juan, Él es la luz que brilla en medio de las tinieblas. La humanidad desorientada necesita de Él y debe poder verlo con suficiente claridad y certidumbre. Su presencia viva es la Iglesia, la parte del Pueblo que ya lo reconoció. Santa Clara tuvo una comprensión clarísima de esa verdad y, como Francisco, siempre se apoyó decididamente en ese Sacramento de Cristo.

Ya en los inicios, ella se puso con su Orden en manos de la Iglesia: "La forma de vida de la Orden de las Hermanas Pobres... es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo... Clara, sierva indigna y plantita del benditísimo padre Francisco, promete obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores elegidos canónicamente, y a la Iglesia Romana" (RSC I, 3). La Iglesia era la base para recibir a cada una de las Hermanas en el Orden: "Si la mayor parte consiente, habida licencia de nuestro señor cardenal protector, pueda recibirla. Y si tiene a bien recibirla, examínela diligentemente o haga sea examinada sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia. Y si cree todo esto y quiere profesarlo firmemente hasta el fin..." (RSC II, 4).

Su Orden debía ser dirigida con firmeza de acuerdo con la Iglesia Romana: "En la elección de la abadesa las Hermanas deben guardar la forma canónica" (RSC IV,10). "... Las hermanas estén firmemente obligadas a tener siempre como protector, gobernador y corrector suyo a aquel cardenal de la santa Iglesia romana que, con idéntica función, designe el señor papa a los Frailes Menores, para que, siempre sumisas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza..." (RSC XII, 31).

A ese Jesucristo visible ella encomendó a sus hijas cuando le llegó el fin de su vida: "Por lo cual, de rodillas, postrada interior y exteriormente, confío a la santa madre Iglesia romana, al Sumo Pontífice y especialmente al señor cardenal que fuere designado para la religión de los hermanos menores y para nosotras... para que por amor de aquel Señor... vele siempre para que esta pequeña grey, que Dios Padre engendró en su santa Iglesia... observe la santa pobreza" (TestC 7). A la autoridad de la santa Iglesia ella confió la defensa de su mayor tesoro: el seguimiento de Cristo Pobre: "Para mayor cautela me preocupé de que el señor papa Inocencio, en cuyo pontificado comenzó nuestro género de vida, y otros sucesores suyos reforzaran con sus privilegios nuestra profesión de santísima pobreza... para que nunca y en modo alguno nos apartáramos de ella" (TestC 6).

2. Pueblo de Dios, santo y pecador

Clara seguramente sabía que el rey de la Gloria vivía, aquí en la tierra, en medio de las tinieblas. Que, en este tiempo de peregrinación, nosotros lo vemos manchado con imperfecciones. Cuanto más nítida es la visión, más se ven las faltas. Quien tiene miedo, huye de la luz. Quien es de la luz, se acerca más: "En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jo, 3, 19-21).

En momentos difíciles Clara supo mostrar la luz que había recibido para defenderse de las tinieblas que estaban ofuscando hasta a la misma autoridad. Defendió su ideal de pobreza hasta el fin y la Iglesia la canonizó como santa. Ciertamente no podemos aceptar los pecados del Pueblo de Dios, pero no debemos apartarnos de él, porque él es el Cristo visible. Quien ama a Dios, a quien no ve, tiene que ser capaz de amar a sus hermanos, a quienes ve, aunque sean pecadores. Juntos con ellos, nosotros-que también somos santos y pecadores- caminamos.

Clara tenía la convicción de que había sido llamada para ser luz en la Iglesia, como lo consignó en su Testamento: "Pues cuando el santo... inundado de gozo e iluminado por el Espíritu Santo, profetizó acerca de nosotras lo que el Señor cumplió más tarde...'Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, pues con el tiempo morarán en él unas señoras, por cuya famosa y santa vida religiosa será glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa Iglesia" (TestC 2). Por otra parte, más tarde se recordó que el Crucificado le había dicho a su madre encinta:"No temas, mujer, porque alumbrarás felizmente una luz que hará más resplandeciente a la luz misma " (LSC 2).

Todos necesitamos cultivar esa conciencia de que somos liberadores en medio de una Iglesia Liberadora. El menor de nosotros, en la medida en que es libre, logra solucionar problemas y abrir caminos en su pequeña iglesia de base, en el seno de su comunidad. Nuestras pequeñas iglesias no sólo viven de la Iglesia Universal, también la liberan. Y la Iglesia universal puede llevar la luz a todas las tinieblas, porque une a su pueblo liberador con el Cristo Libertador.

3. El Rey de las sombras

Como cada uno de nosotros tiene una zona de sombras en su interioridad, porque son innumerables las opciones de las que debemos prescindir o rechazar, también la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, tiene sus sombras. En el decurso de los siglos tuvo muchas posibilidades de optar por diversos caminos, algunos de los cuales debieron simplemente haberse desechado y otros que fueron imprudentemente desechados. Hubo muchas personas que fueron o se sintieron rechazadas, marginadas.

No nos olvidemos que el mismo Rey de la Gloria es el Rey de las Sombras. Cristo es cabeza de todo su cuerpo. Lo malo debe ser erradicado, pero no lo bueno; ningún hijo de Dios debe perderse, a no ser por su libre opción personal.

La gloria tiene que ir recogiendo todas las partículas de luz, aunque estén en la penumbra. Lo que en determinada circunstancia se consideró como tiniebla, en otra puede ser visto como luz. Es un papel de la sabiduría femenina, en el que Clara fue maestra y en el que los franciscanos de toda la historia fueron muy entendidos: volver a la luz todo lo que eventualmente pueda haber sido sepultado en las sombras.

La pobreza, la debilidad, lo sabroso y hermoso de la naturaleza y de la vida, hermanos que piensan y viven de diferente manera a la nuestra..., la misma alegría de la vida fraterna sencillamente vivida, estuvieron no pocas veces en la sombra. Para muchos esos y otros valores están aún en la sombra. Súbditos del Rey de la Gloria, es misión nuestra rescatar la sombra.

4. El Rey de la Gloria

Clara vivió siempre la pre-visión y el pre-gozo del reino de la gloria en todo, lo que transmite constantemente en sus escritos. Demos una breve muestra de ello:

En la primera carta a Inés de Praga: "¡Oh pobreza santa, por la cual, quienes la poseen y desean, Dios les promete el reino de los cielos, y sin duda alguna les ofrece la gloria eterna y la vida bienaventurada!" (1 CtIn 3).

En la segunda carta: "Esta es la perfección por la que el mismo Rey se acompañará de ti en el tálamo celestial, donde se sienta glorioso en su solio de estrellas" (2 CtIn 2).

En la tercera carta: "Experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores... Aquel cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyos premios no tienen límite ni por su número ni por su preciosidad ni por su grandeza" (3 CtIn 3).

Pero es en la cuarta carta donde ella, después de desear que Inés "cante el cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero " (4 CtIn 1), se exalta en la contemplación de Jesucristo Rey de la Gloria:

 

"Dichosa realmente tú, pues se te concede participar de este connubio y adherirte con todas las fuerzas del corazón a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales; cuyo amor aficiona, cuya contemplación nutre, cuya benignidad llena, cuya suavidad colma; su recuerdo ilumina dulcemente, a su perfume revivirán los muertos; su vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial, porque Él es esplendor de la eterna gloria, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancilla" (4 CtIn 4).

Un día vamos a ver al Rey de la Gloria totalmente libre del mal, si hubiésemos logrado ver progresivamente esa libertad desde ahora. Eso es contemplar. Santa Clara la vio siempre porque contempló "el espejo de la eternidad, el esplendor de la gloria, la figura de la sustancia divina". Quien no está acostumbrado a ver al Rey de la Gloria, no ve a Cristo en el pecador ni en el pobre.

Es cuestión de re-conocer. Quien no ama al vasto e ideal Pueblo de Dios, que abarca también a la Iglesia purgante y triunfante, no puede ver con ojos límpidos a la Iglesia militante, que no es una "cristiandad" dominante. Debemos ser capaces de ver al Rey de la Gloria en nosotros y en todas las personas que caminan hoy con la Iglesia peregrina. Con todos sus dolores, con todas sus alegrías y con todas sus esperanzas.

La Iglesia también vio en Clara al Rey de la Gloria que ella había logrado ver en su Pueblo. El mismo Papa solicitaba sus oraciones y fue a visitarla. La reconoció entre los santos y hasta compuso los himnos para celebrarla.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Todas las personas tienen derecho a ver la presencia concreta de Jesucristo en este mundo. Hay muchos que lo buscan en cualquier lugar. Nosotros somos responsables de eso.

  2. Tenemos que saber lidiar con el error. Debemos dar hasta la vida por defender la verdad, pero sin apartarnos de quienes vemos que cometen errores. No tenemos que eliminarlos, sino amarlos.

  3. Convivir desde ahora con el Rey de la Gloria, en medio de un mundo plagado de contrastes, no es un opio: es una amplia dimensión de la vida.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Tú tienes que ser una presencia viva donde todas las personas puedan ver a Jesucristo. Esto sólo es posible en tu comunidad o en tu familia. ¿Es así?

Para que los demás crean en el Jesucristo de tu comunidad, a pesar de sus defectos, ellos deben ver que tú también confías en el Cristo de la Iglesia, con todas sus fallas. ¿Estarán viendo eso?

Toma un papel para probarte a ti mismo que sabes ver al Rey de la Gloria en el Cristo de tu familia, de tu comunidad, de tu parroquia, de tu diócesis, de la Iglesia en tu país, en América Latina y en la de este fin del siglo XX. Consigna sus fallas y sus virtudes.

PARA QUE LO CELEBRES

Inventa un juego. Puedes valerte del tablero y las fichas del juego de damas o del ajedrez. Toma una por una las fichas blancas y atribúyele a cada una los mayores valores que detectas en la Iglesia del lugar en que vives. Luego toma las fichas negras y atribuye a cada una el valor de una sombra que adviertes en esa misma Iglesia.

Pon todo en su lugar. Sin negras no hay juego: no es lo mismo. Imagina jugadas, pero no las convencionales: juega usando los valores atribuídos a cada pieza.

El juego es la construcción del Reino. Del Rey de la Gloria.

Después olvida el tablero y las piezas. Pero no dejes el juego. Hasta llegar a la gloria. ¡Plena!

EL CRISTO EUCARISTICO

"Dichosa realmente tú,

pues se te concede participar de este connubio

y adherirte con todas las fuerzas del corazón

a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar

todos los bienaventurados ejércitos celestiales;

cuyo amor aficiona, cuya contemplación nutre,

cuya benignidad llena..."

(4 CtIn 3).

 

PARA QUE LEAS Y REFLEXIONES

Solemos identificar la figura de Santa Clara por la custodia que lleva en sus manos. Es una manera hermosa de representarla artísticamente, recordando la expulsión de los sarracenos. Pero, además de no haber levantado ostensorio alguno -pues en ese día adoró a la Eucaristía en un cofrecito y detrás de una puerta- nuestra santa habla muy poco de ese Misterio. Son los testimonios históricos los que atestiguan su amor inmenso a Jesús eucarístico y, en verdad, sólo podemos comprender el alcance del valor de la Eucaristía en su vida a la luz de lo que podemos conocer de San Francisco, tanto en sus escritos como en sus biografías.

Pero el Cristo de Clara, que estamos aprendiendo a conocer, tiene un núcleo vital en la presencia sacramental, en su celebración, en su fuerza de Vida y de edificación del Pueblo de Dios.

No nos podemos quedar con el concepto formal de que la Eucaristía es una celebración social de la que nos desentendemos en el máximo de una hora, una vez por semana, o aunque sea todos los días. Ése tiene que ser un momento culminante de toda la vida en común que construímos con los hermanos, de nuestra tarea de plenificar la vida humana en todos sus sectores y la historia en toda su extensión, la oración constante en la que nos comprometemos con Jesucristo, cabeza de nuestro Pueblo, convocado para la salvación.

Una madre que reúne a toda la familia para un almuerzo vive en ese momento una distensión y un descanso de todos sus quehaceres, dedicaciones, sueños y sacrificios para que todos sus seres queridos tengan una vida feliz. Necesitamos recuperar, en la Eucaristía, ese valor de la madre que es el alma de toda mesa familiar.

1. En la perspectiva de San Francisco

Clara vivió la misma experiencia espiritual de Francisco, lo que está abundantemente comprobado por lo que conocemos al respecto. Y las Fuentes Franciscanas del primer siglo de la Orden son ricas en el tema de la Eucaristía, tanto en lo que el Santo escribió, como en lo que escribieron al respecto de él. Lo que se confirma por el camino que ambos abrieron y su familia permanentemente recorrió a través de ocho siglos.

Ellos vivieron un tiempo de contradicciones, en el que hubo mucho abandono y hasta descuido por la Eucaristía y en el que también hubo una renovación de la devoción y hasta de la doctrina sobre la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento. Y se presta para que acompañemos en estas vicisitudes a San Francisco.

El Santo habla explícita y ardorosamente sobre la Eucaristía en muchos lugares de sus escritos, destacándose la Primera Amonestación, las Cartas a los Clérigos y a toda la Orden y también la que envió a los Fieles. No la olvida tampoco ni en la Regla ni en su Testamento. Se puede constatar que, además del inmenso respeto que tenía por la presencia real y que lo hacía andar con la escoba en la mano para barrer iglesias y que hasta le hacía olvidar toda su obsesionante pobreza, pues quería los más ricos objetos para recibir a Cristo presente en el altar, él tiene una visión amplia y objetiva del Cristo Eucarístico presente en las personas y en la construcción de su Pueblo. No le podemos exigir la precisión de lenguaje ni las profundizaciones elaboradas por la teología y desarrolladas posteriormente. Pero debemos reconocer su influencia, a través de sus seguidores, en todos los pasos dados aún en el siglo XIII.

En la Carta a los Fieles escribe San Francisco: "Debemos también visitar con frecuencia las iglesias y tener en veneración y reverencia a los clérigos, no tanto por lo que son, en el caso de que sean pecadores, sino por razón del oficio y de la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican sobre el altar y reciben y administran a los otros. Y a nadie de nosotros quepa la menor duda de que ninguno puede ser salvado sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos pronuncian, proclaman y administran" (2 CtaF 33-34).

Especialmente en esa carta es fácil advertir que Francisco tiene que ser muy objetivo para asumir su posición frente a los errores que eran ampliamente enseñados al pueblo por los herejes cátaros. Pero, a su vez, se muestra con firmeza para defender el amplio valor de salvación y de reconstrucción del mundo contenido en la Eucaristía, y es muy concreto al proponer las visitas permanentes a las iglesias y el respeto mencionado hacia los sacerdotes.

2. Lo propio de Clara

Los testimonios del Proceso de Canonización y el autor de la Leyenda tienen mucho que hablar sobre Clara y la Eucaristía. En primer lugar, sobre su manera de recibirla:

La Hermana Bienvenida de Perusa "dijo que madonna Clara se confesaba frecuentemente, y con gran devoción y temblor recibía el santo sacramento del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, hasta el extremo de que, cuando lo recibía, temblaba toda" (ProcC II, 11). La Hermana Felipa de Leonardo de Gislerio añadió: "Lloraba copiosamente, sobre todo cuando recibía el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo" (ProcC III, 7).

Pero la Hermana Francisca de Capitaneo de Col di Mezzo tuvo hasta una visión y aportó este testimonio: "Creyendo en cierta ocasión las Hermanas que la bienaventurada madre estaba a punto de morir y que el sacerdote le debía administrar la sagrada comunión del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, la testigo vio sobre la cabeza de la dicha madre santa Clara un resplandor muy grande, y le pareció que el Cuerpo del Señor era un niño pequeño y muy hermoso. Y luego que la santa madre lo hubo recibido con mucha devoción, como acostumbraba siempre, dijo estas palabras: 'Tan gran beneficio me ha hecho Dios hoy, que el cielo y la tierra no se le pueden comparar'" (ProcC IX, 10).

La Hermana Cecilia de Gualtieri Cacciaguerra de Spello dijo al respecto de los corporales : "... que madonna Clara, la cual no quería estar nunca ociosa, aún durante la enfermedad de la que murió, hacía que la incorporasen de modo que se sentase en el lecho, e hilaba. De este hilado mandó confeccionar una tela fina con la que se hicieron muchos corporales y fundas para guardarlos, guarnecidas de seda o de paño precioso. Y los envió al obispo de Asís para que los bendijese, y luego los envió a las iglesias de la ciudad y del obispado de Asís" (ProcC VI, 14).

En la Regla (RSC III, 9) determinó que las Hermanas comulgasen siete veces al año. A nosotros nos puede parecer poco, pero, en aquel tiempo, en el que el Concilio IV de Letrán debió ordenar que los cristianos comulgasen una vez al año, era mucho. Y eso era lo mínimo. Ella se preocupó también de que se administrase la comunión a las Hermanas enfermas (RSC III, 9 y XII, 30).

Para entender esas diversas manifestaciones de emoción, respeto y decisiones concretas, tanto en lo que hacía a la hora de guardar la Eucaristía, como a la hora de recurrir confiadamente a ella en el peligro, debemos recordar que ella, como Francisco, vivía intensamente a Jesucristo durante todo el día, pero que cuando tenía que verlo concretamente, en un contacto físico, solamente lo encontraba en el pan y en el vino, que son su Cuerpo y su Sangre.

3. Un Cristo que construye la Iglesia

Mediante la Eucaristía, Cristo está siempre concretamente presente en medio de su Pueblo. Va transformando persona por persona, porque es Él quien ilumina y transforma con la Palabra de Dios los hechos que nos van sucediendo. Construye la vida donde hay muerte. Haciendo de todos nosotros sacerdotes de su presencia, nos hace reyes de su transformación del mundo y profetas de la renovación.

Clara tuvo conciencia de eso. Al menos en dos ocasiones hizo que las Hermanas transformasen en vida una situación de muerte, de guerra y de miedo. La mejor narración la hizo la Hermana Francisca de Capitaneo: "... Una vez entraron los sarracenos en el claustro del monasterio, y madonna Clara se hizo conducir hasta la puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito donde se guardaba el santísimo Sacramento del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Y, postrándose en tierra en oración, rogó con lágrimas diciendo, entre otras, estas palabras: 'Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar'. Entonces la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad, que decía: '¡Yo te defenderé siempre!'. Entonces la dicha madonna rogó también por la ciudad diciendo: 'Señor, plázcate defender también a esta ciudad'. Y aquella misma voz sonó y dijo: 'La ciudad sufrirá muchos peligros, pero será protegida'" (ProcC IX, 2).

La Hermana Francisca contó también el episodio del año siguiente (1241): "En otra ocasión, alguien dijo a la dicha madonna Clara que la ciudad de Asís iba a ser entregada; y que entonces la madonna llamó a sus Hermanas y les dijo: 'Muchos bienes hemos recibido de esta ciudad, y por ello debemos rogar a Dios que la guarde'. Y les mandó que de madrugada fuesen a donde estaba ella... Cuando estuvieron reunidas, la dicha madonna se hizo traer ceniza...Hecho esto, mandó que todas fuesen a la capilla a hacer oración. Y de tal modo lo cumplieron, que, al día siguiente, de mañana, huyó aquel ejército, roto y a la desbandada" (ProcC IX, 3).

Para Clara, Jesús estaba tan presente en la Eucaristía como en el Papa. Cuenta la Leyenda: "... recibida de manos del ministro provincial la sagrada Hostia, levantados los ojos al cielo y juntas las manos hacia Dios, dice con lágrimas a sus Hermanas: 'Hijitas mías, alabad al Señor, ya que Cristo se ha dignado concederme hoy tales beneficios que cielo y tierra no bastarían para pagarlos. Hoy he recibido al Altísimo y he merecido ver a su Vicario'" (LSC 42).

4. Lo femenino y la Eucaristía

Concreto y efectivo, porque tiene que hacer que la familia coma todos los días, lo femenino entiende muy bien a ese Dios infinito que se pone a nuestro alcance como un trozo de pan. El mismo Eterno lo vivió y vino a su encuentro cuando ideó esa propuesta de quedarse entre nosotros y tomar parte en la transformación de nuestra vida.

Dios está presente como comida. Jesús se conmovió ante los que tenían hambre y multiplicó los panes. Cuando venga a juzgarnos, nos preguntará si dimos de comer. La comida nutre la vida. La comida involucra a las personas. La comida va a nuestro interior y hace crecer la vida desde adentro. La comida transforma los valores de afuera en valores de adentro. La comida construye el cuerpo, construye a la familia, construye a la sociedad.

La refección reúne a la familia para restaurar la vida. No sólo en una casa particular. También en la casa de Dios, que reúne a todos sus hijos. Pero eso no puede reducirse a una ceremonia: tiene que ser un hecho que influya en todos los sectores de la vida.

A la hora de la refección, las contribuciones de cada uno se convierten en elementos sagrados de la familia. La madre preside esa participación, rica de ofertas que suelen exigir tantos renunciamientos y verdaderas inmolaciones. Pero a esa hora todos podemos reunirnos con el padre, con Jesucristo, con el Padre de Jesucristo en el abrazo de su amor, que es el Espíritu. Dios está con nosotros, come con nosotros y nos alimenta.

Dios viene para que la gente tenga vida. Vida. Nosotros nos reunimos con Él para celebrar la Vida. Y salimos transmitiendo vida. Él está presente, nosotros lo recibimos bien. Le damos lo que tenemos de mejor a nuestro huésped: casa limpia, comida sabrosa, mantel lindo y los mejores platos.

Debemos recuperar la belleza de las celebraciones familiares como las que aún hacen nuestros hermanos judíos en su sabath, cuando las madres encienden las velas en un símbolo de toda la luz que tienen para dar en el encuentro de la familia con Dios. La Leyenda y el Proceso dicen que Clara hacía eso lavando las manos de las Hermanas y sirviéndolas a la hora del almuerzo. Las servía el día entero y se levantaba antes de la hora establecida para encender las velas de la oración.

PARA QUE LO RETENGAS Y TE TRANSFORMES

  1. Toda la vida franciscana, como toda la vida cristiana, es una vida en la Trinidad y gira en torno a la presencia objetiva de Jesucristo en la Eucaristía. Nuestra vida no es concreta si nuestra Eucaristía no fuese concreta.

  2. Para respetarnos los cristianos que viven a Jesucristo en la Historia es fundamental nuestra veneración a la presencia real de Cristo en la Eucaristía y a los sacerdotes que la administran.

  3. Si quisiéramos llevar al Pueblo de Dios a su plenitud y aportar alguna contribución válida a la humanidad, y aún a todo el Universo, tenemos que ofrecerles el núcleo de la unidad, que es la celebración de la Palabra y del Cuerpo de Jesucristo.

 

PARA QUE COMIENCES A PONER EN PRACTICA

Tú no vives en una fraternidad tan sólo para tener un lugar donde morar. Es para construir la Iglesia con la Palabra y con el Sacramento ¿Qué Pueblo de Dios están construyendo juntos?

Tu fe en los sacerdotes es señal de tu fe en el Pueblo de Dios que se constituye mediante la Eucaristía. ¿Cómo la gente está constituyendo la Iglesia donde moras?

Haz una lista de las principales situaciones de muerte que oprimen al Pueblo en que vives. Pide la colaboración de otras personas de tu fraternidad. Después examina con mucha objetividad cómo la Eucaristía diaria puede traer la resurrección a cada una.

PARA QUE LO CELEBRES

Una de las situaciones de muerte más generalizadas y que rara vez llama nuestra atención está en la vida reducida, pequeña, tímida, encogida que la mayor parte de las personas vive resignadamente.

Retoma esas situaciones, recordando en el silencio de la oración todo lo que disminuye la vida en quienes viven contigo. Después celebra con cada una de esas personas encuentros que sean vivificantes. Aplica en concreto el tesoro de Vida de que dispones cuando recuerdas la muerte de Cristo en tu Eucaristía.