Los
decretos del Concilio [1]
nos van delineando un perfil, un proyecto, un modelo de
sociedad-Iglesia contemporáneo a San Francisco. Seguimos poniendo frente a
frente los dos modelos en el intento de definir cuál fue la postura eclesial del
movimiento franciscano primitivo.
En el
primer capítulo vimos cómo el movimiento se situaba ante temas dogmáticos y
disciplinares. En el segundo analizamos la reacción de Francisco y los suyos
ante la Cruzada, y constatamos que la actitud de la Iglesia ante los infieles,
hombres que profesan otra fe es contrapuesta a la que propone Francisco a su
movimiento.
En el
capítulo tercero terminamos la confrontación del movimiento franciscano con el
Lateranense analizando la actitud que la Iglesia asumió ante los disencientes,
antes los que pensaban distinto dentro de la misma fe. Las preguntas que nos
haremos son las siguientes:
n
Cuál fue la pastoral de la Iglesia ante los que
pensaban y actuaban distinto sin abandonar su seno materno.
n
Cómo se situó el movimiento franciscano antes
la pastoral oficial de la Iglesia.
En la
primera mitad del siglo XI, en 1022,
el sínodo de Orleáns parece ser el primero que condena a la hoguera por el
simple delito de pensar de manera
diferente a la Iglesia. La preocupación constante de los sínodos a lo largo
de todo el siglo XII fue poner diques a la creciente oleada de la herejía.
Ya dije
cómo el Lateranense IVº introdujo un férreo control a nivel parroquial, con la
obligación de cada cristiano de confesarse por lo menos una vez al año, y con el
uso de un cuestionario que facilitaba la indagatoria de los sospechosos. Estas
medidas demostraron ser un sistema de control y represión extremadamente
eficientes.
Este
sistema de denuncias y mecanismos de investigación de los sospechosos poco a
poco condujo a la estructura de la Inquisición. La praxis eclesial hacia los
herejes se fue desarrollando y perfeccionando con posterioridad al Concilio, a
medida que se iba perfeccionando el instituto de la Inquisición. Sin embargo, ya
está minuciosa y prolijamente delineada en el largo capítulo del Lateranense que
trata de la represión de los herejes.
Este
documento no pudo pasar desapercibido a los contemporáneos y, por lo tanto, nos
preguntaremos cuáles fueron las reacciones que provocó en la sensibilidad
evangélica de Francisco de Asís y de sus compañeros.
El Capítulo
3º del decreto contra los herejes se abre excomulgando y anatematizando a un
enemigo sin rostro. Se lanza el anatema a
toda suerte de herejía sin importar el nombre. Solo se hace referencia a un
vago contexto doctrinal: todo lo que se
alce contra la fe santa, ortodoxa y católica, que acabamos de exponer. En el
decreto se teje con lana muy gruesa y no encontramos ningún matiz que proteja a
los posibles disidentes de buena fe: Condenamos a todos los herejes, cualesquiera
sea el nombre con el cual se los denomine.
Para el
concilio la herejía es un movimiento clandestino, oscuro, gaseoso. La subversión
se disfraza con muchas máscaras diferentes por más que en el fondo sea idéntica.
Para que no quepan dudas y para extirpar de raíz las causas, los castigos
alcanza no solamente a la herejía y a los herejes, sino que arrasa todo lo que
sea parecido. De hecho, todo lo que se aparte del común obrar de los fieles,
todo lo que deje de ser consuetudinario, será pasible de recibir los mismos
castigos de los herejes.
Los herejes
se delatan en primer lugar por el uso indiscriminado de la Sagrada Escritura.
Todos, laicos y mujeres, se arrogan
el derecho de leer la palabra revelada y tienen la presunción de entenderla sin
necesidad de estudios académicos. Añádase un detalle: traducción al vulgar de lo que es
sagrado.
Las mujeres
forman parte igualitaria de los movimientos heréticos y también ellas son
admitidas a la lectura y a la enseñanza de la Escritura.
Piensan que
la misión canónica no es necesaria para el ejercicio del ministerio, cuya razón
última radica en la inspiración del Señor a cada bautizado.
No se
cansan de denunciar la incapacidad y la inmoralidad de los jefes de la
Iglesia.
Si una
autoridad civil era declarada herética, las consecuencias eran desastrosas: los
vasallos eran declarados libres del juramento de fidelidad y su tierra era
expuesta a la ocupación de los señores católicos.
Todos los
herejes, tanto los simples creyentes como los maestros, y los defensores y
propagadores de la herejía, todos, serán sometidos a la pena de la excomunión.
El hereje
excomulgado, a no ser que al año no diera satisfacción, era, ipso jure,
declarado infame. La infamia lo
convertía en incapaz de hacer actos jurídicos de ninguna especie. En
consecuencia no les era posible ocupar cargos o consejos públicos, ser
electores, ni testigos, hacer testamento, recibir herencias dejadas en sucesión,
hacer contratos, llamar a juicio a terceros, ejercer el cargo el abogado,
redactar documentos el notario.
La infamia
convertía al hereje condenado en un muerto civil.
Si el
hereje resultaba ser clérigos, era despojado de todo oficio y beneficio, no
podía recibir los sacramentos, ni tener cristiana sepultura y ni siquiera dar
donativos o limosnas a la Iglesia. Los religiosos no podían reclamar sus
derechos.
Los fieles
debían denunciar a los que vieran vivir como hereje, lo cual equivalía
a no participar del culto, celebrar reuniones clandestinas, o simplemente
apartarse de la convivencia común de los fieles.
Los condenados eran entregados a la
potestad secular, y sus bienes eran confiscados. Los notoriamente sospechosos eran entregados al
ejército, y mientras no probaran su inocencia eran evitados y al cabo de un año
de permanecer en estado en excomunión eran condenados como herejes.
Las
autoridades seculares tenían que hacer público juramento de defender la fe y de
eliminar de sus territorios y jurisdicción a todos los herejes señalados por la
Iglesia.
Todo el que
asumía un cargo, espiritual o temporal, estaba obligado a firmar juramento de
luchar contra la herejía y si un Señor temporal era negligente en purgar su
territorio de la inmundicia de la herejía, era también, él mismo, excomulgado.
Los obispos
estaban obligados a visitar su jurisdicción, por sí o por personas idóneas y
honestas, una o dos veces al año.
El obispo
se aseguraba la cooperación del poder secular, luego ordenaba a los fieles
denunciar los herejes al tribunal y fijaba plazos dentro del cual los acusados o
demostraban su inocencia o se confesaban culpables y se retractaban, luego de lo
cual el tribunal comenzaba el juicio a los imputados, en base a testigos que
muchas veces no conocía [2]
.
Las
sentencias eran dadas públicamente ante una asamblea solemne. El supuesto hereje
podía reconciliarse con la Iglesia Romana si se confesaba culpable, se
retractaba y prometía no recaer en el error. El reconciliado debía hacer
peregrinaciones, prácticas humillantes y llevar cruces sobre la ropa.
El
impenitente caía bajo interdicción legal y, si era reincidente se lo condenaba a
la hoguera. Su vivienda debía ser demolida y la interdicción implicaba la
confiscación de sus bienes, penalidad que se extendía a los hijos y nietos del
condenado. El brazo secular debía ejecutar la sentencia dentro de los cinco días
siguientes.
El obispo
negligente o remiso en purgar en su
diócesis la levadura perversa de la herejía era depuesto del oficio
episcopal y sustituido por otro capaz de erradicar la depravación de la herejía.
Los
católicos que asumían el carácter de cruzados dedicándose al exterminio de los
herejes, gozaban de idénticas indulgencias, privilegios y subsidios de los que
se dirigen a Tierra Santa.
Una carta
al obispo de Metz permite contextualizar mejor el decreto conciliar, y delinear
el perfil de estos herejes del Lateranense. Veamos sus características.
El obispo
de Metz dice que en su diócesis hay un no pequeño número de laicos y de mujeres
que están fascinados por el deseo de las Escrituras, y que por ello se hicieron
traducir en lengua gálica los Evangelios, las Epístolas de Pablo, el Salterio,
Job, y muchos otros libros.
En general,
la mentalidad medieval está marcada por cierto literalismo bíblico, pero aquí
asusta el carácter popular y laical del biblicismo. Los laicos piensan las
Sagradas Escrituras en su lengua vernácula, la aprenden de memoria en
traducciones. Y en sus vidas cotidianas de gente simple, se dejan llenar por su
mensaje, por las actitudes que éste sugiere.
Para
comprender esta preocupación del obispo y la respuesta papal recordemos que
según los cronistas de la época el mismo Valdo se dedicó a difundir los Evangelios y todo
lo que había aprendido de memoria.
He visto con mis propios ojos a un joven
campesino que ha pasado solamente un año en casa de un hereje valdense pero que
a fuerza de escuchar atentamente y de repetir con cuidado lo que había
escuchado, había memorizado en ese corto tiempo cuarenta trozos evangélicos
dominicales. Todo esto lo había aprendido palabra por palabra, en su lengua
materna... He visto también a laicos que eran capaces de recitar de memoria una
buena parte de los evangelios según Mateo y Lucas, y especialmente todo lo
concerniente a las palabras, y enseñanzas de nuestro Señor. En efecto, ellos
saben repetirlo fielmente, con algunas faltas aquí y allá.
Pocos centros intelectuales pueden, en esa
época, rivalizar con los valdenses en lo que concierne a su febril aplicación al
estudio de la Biblia, a su ardiente entusiasmo por aprenderla en lengua materna.
En un tiempo en el que los medios de instrucción eran pobres y rudimentarios, un
florecimiento tal de energías intelectuales en las capas inferiores de la
población, no puede menos que llenarnos de asombro. Leemos en un documento del
siglo XII que los valdenses, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, se dedicaban
sin reposo, día y noche, a aprender y a enseñar. Un obrero ocupado en su trabajo
durante el día, se apresara apenas cae la tarde y corre a estudiar y a instruir
a otros más ignorantes que él. Hasta un niño de siete años, habiendo aprendido
de memoria un versículo de la Biblia, va a buscar a alguien con quien
compartirlo... Sin duda, para los espíritus incultos, no habituados a la
gimnasia mental, un trabajo intelectual de este tipo debía ser muy penoso, pero
gracias a su obstinación, a su perseverancia cotidiana y al método del “disce
quotidie unum verbum” a menudo obtenían resultados notables, a veces francamente
extraordinarios [3]
.
El Papa
acusa a los laicos de varias desviaciones:
Biblia en
mano, se resisten abiertamente a la
corrección de los sacerdotes de sus parroquias. Su conocimiento de la
Escritura les permite demostrar que los
sacerdotes no tienen derecho a prohibirles vivir como desean y predicar
cuando quieren o reunirse con quienes juzguen oportuno. Comparada su predicación
y doctrina con la ignorancia de los sacerdotes, la balanza se inclina a su
favor. Lo más grave que su rechazo al clero corrupto e ignorante los lleva a
despreciar los sacramentos.
Sostienen
que hay una misión invisible, y otra visible y que la misión invisible es mucho
más digna que la visible, la misión divina es mejor que la humana y tienen la
pretensión de revivir los albores de la Iglesia y la vida de los apóstoles.
Para la
Iglesia no puede ser reprensible el deseo
de conocer la Sagrada Escritura y querer predicarla a los demás, más aún, es
recomendable. Pero el Papa niega que la Sagrada Escritura, profunda y
difícil hasta para los sabios, deba estar en manos de simples e indoctos.
En una
frase lapidaria que causa estupor Inocencio dice que el simple e indocto que
presuma allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura debe ser tratado como
la Bestia que tocaba el monte Sinaí: laico y bestia merecen morir.
Por si
quedan dudas el Papa afirma que del mismo modo ha de tratarse al que presuma
predicar la Escritura a los demás, dado que en la Iglesia existen diversos
Órdenes y no todos ejercen el mismo oficio. Consecuentemente nadie puede
apropiarse a su arbitrio el Orden de la
Predicación.
Ante los
laicos que decían ser enviados por el mismo Dios con una misión invisible, el
Papa reafirma la absoluta necesidad de una misión canónica para poder predicar.
Los laicos
acusan a sus sacerdotes de ignorantes e indignos. El Papa les recuerda dos
cosas. La primera que si bien la ciencia es necesaria a los sacerdotes para una
correcta exposición de la doctrina, pero lo que cuenta en ellos es el sagrado
ministerio. La segunda es que el pueblo no tiene derecho a juzgarlo y sólo al
obispo le pertenece el oficio tanto de instituir como de deponer a los
sacerdotes.
Lamentablemente, con excepción del
franciscanismo, no contamos con fuentes escritas originales provenientes de los
movimientos pauperísticos medievales. Las fuentes de las actas de inquisición no
son confiables. Por lo que podemos entrever sus doctrinas generalmente son
perfectamente ortodoxas, al menos en los orígenes. Al parecer estamos ante el
fenómeno de grupos que elaboran una teología propia, original, diversa de la
oficial.
Podemos
distinguir tres grandes corrientes de pensamiento teológico medieval: la
teología monástica, un ejemplo es
San Antonio de Padua; la teología escolástica y nos sobran ejemplos:
Buenaventura, Tomás de Aquino...; y por fin una teología que yo llamaría laical, típica de los movimientos
evangélico-pauperísticos y el ejemplar más excelso de esta teología laica es San
Francisco de Asís.
Los pobres
evangélicos se apartan de la doctrina oficial en algunos puntos discutidos. Al
menos se los acusa de no creer que el Papa tenga en la tierra una autoridad
igual a la de Pedro, de negar la existencia del Purgatorio, de sostener que
nadie y, en ningún caso, tiene el derecho de matar a un hombre o de prestar
juramento, y de que nada impide a los fieles confesarse los pecados unos a
otros... Hoy en día estas afirmaciones no haría perder la calma a ningún teólogo
católico medianamente instruido.
Piénsese en
que los herejes son acusados de no querer jurar. La negativa a prestar juramento
tiene notable importancia en el cuadro de la cristiandad medieval. El juramento
estaba en la base de su pirámide social. Rehusarlo equivalía a rechazar el orden
establecido, sustituir el ordenamiento jerárquico de la sociedad
político-religiosa por una suerte de libertad cuyas consecuencias eran
imprevisibles. Una de ellas, una de las no menos importantes, era la implícita o
explícita negación de la cruzada.
Afirmar la
dimensión laical del pensamiento
pauperístico equivale en el lenguaje de sus adversarios eclesiásticos, que a
estos herejes se los tilda de ser
trabajadores, gente pobre, sin instrucción, laicos carentes de cultura,
individuos simples y nómades sin casa [4]
.
Francisco y
los suyos no tienen más remedio que tomar partido ante este tema candente en los
Documentos de la Iglesia contemporánea. En primer capítulo vimos que hay algunos
niveles estrictamente dogmáticos, otros que implican más bien la praxis
sacramental y, por fin, otros más de tipo político pastoral, como la lucha
contra la cruzada y contra la herejía, es decir, contra los enemigos internos y
externos de la cristiandad.
En todos lo
casos las consecuencias para los infractores son gravísimas. Obedecer o no
obedecer es cuestión - literalmente - de vida o muerte.
Las
declaraciones conciliares no se prestan a equívocos y consecuentemente tampoco
el Capítulo XIX de la Regla No Bulada deja lugar a dudas: los hermanos
vivan, hablen, católicamente. Como recordarán el problema no era sólo
ser hereje sino parecerlo y el simplemente sospechoso lo pasaba muy mal. Por lo
cual la Regla determina que los dichos y
las obras de los hermanos tienen que ser y parecer católicos. Como el
epicentro del ciclón gira en torno a la estructura de gobierno, se ordena que se
debe evitar todo conflicto con las instituciones de la Iglesia.
Si, desde
sus inicios, el movimiento franciscano no hubiera tomado buenos recaudos y se
hubiera dejado infiltrar por herejes habría padecido todas las sanciones y penas
- eclesiásticas y civiles - previstas por los documentos del concilio y las
bulas papales y posiblemente se hubiera diluido como tantos otros que lo
precedieron.
El texto
legislativo resume en un parágrafo toda la temática antiherética del
Lateranense:
Todos los hermanos sean católicos, vivan y
hablen católicamente. Pero, si alguno se aparta de la fe y vida católica en
dichos o en obras y no se enmienda, sea expulsado absolutamente de nuestra
fraternidad. Y a todos los clérigos y a todos los religiosos tengámoslos por
señores en las cosas que miran a la salud del alma y que no se desvían de
nuestra Religión, y veneremos en el Señor su orden y oficio y su
ministerio.
De todos
modos el franciscanismo de la primera hora distingue muy bien entre la voluntad
y propósito de ser católicos y la persecución de los que no lo quieren ser. Una
cosa es no admitir herejes en sus filas, otra ejecutar las órdenes conciliares
que prescriben detectar, denunciar, perseguir a los disidentes. El combate
contra los herejes, sea con argumentos, sea con cualquier otro tipo de armas, no
es propio del movimiento franciscano, y la Regla lo prohibe. Esta política
franciscana está en abierta contradicción con la política oficial.
Y guárdense todos los hermanos de calumniar y
de contender de palabra (cf.
2Tim 2,14); más bien, empéñense en
callar, siempre que Dios les dé la gracia. Ni litiguen entre sí ni con otros,
sino procuren responder humildemente, diciendo: Soy un siervo inútil (cf. Lc
17,10). Y no se aíren, porque todo el que se deja llevar de la ira contra su
hermano será condenado en juicio; el que dijere a su hermano: Raca, será
condenado por la asamblea; el que le dijere: Fatuo, será condenado a la gehena
de fuego (Mt 5,22) [5]
.
Aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor
Jesucristo a mis hermanos que, cuando van por el mundo , no litiguen ni
contiendan de palabra (cf. 2Tim 2,14) ni juzguen a otros; sino sean apacibles,
pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como
conviene. Y no deben cabalgar sino apremiados por una manifiesta necesidad o
enfermedad. En toda casa en que entren digan primero: Paz a esta casa (cf. Lc
10,5). Y les está permitido, según el santo Evangelio, comer de todos los
manjares que se les sirven (cf. Lc 10,8)
[6] .
Según los
documentos eclesiales, una de las características que permiten identificar a un
hereje es su alarde de recibir la revelación directamente de Dios, sin mediación
institucional. Si se equivoca el hereje al pretender tener un mandato directo de
Dios, entonces San Francisco tiene la misma presunción y cae en el mismo error:
Y después que el Señor me dio hermanos nadie me
mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía
vivir según la forma del Santo Evangelio. El Señor me dio comenzar a hacer
penitencia... El Señor me condujo en medio de los leprosos... El Señor me dio
una fe tal en las Iglesias... El Señor me dio y me sigue dando una fe tal en los
sacerdotes...
No cabe la
menor duda que Francisco está entre los que apuestan a que la vocación-misión no
pasa necesariamente por la mediación canónico-jerárquica. Con este gesto se
coloca - y con él su movimiento - al borde de la herejía. Quizá por ese estar en
los márgenes es tan importante que en el número 15 aclare que su revelación
divina fue confirmada por el Papa, y en el parágrafo conclusivo del Testamento,
explicite clarísimamente su voluntad no admitir la herejía en sus filas. Su
apariencia marginal hace que el movimiento primitivo tenga necesidad de
demostrar y documentar que está dócilmente dispuesto a recibir humilde y
devotamente la corrección de Roma.
Y si se descubre ... que no son católicos...
estén obligados a custodiarlo fuertemente como a hombre en prisión, día y noche,
de manera que no pueda ser arrebatado de sus manos hasta que....
Otra de las
características de los que se apartaban de la senda católica era la pretensión
de leer e interpretar la Biblia sin la mediación de los clérigos y teólogos. El
Bularium Romano coloca el siguiente título-resumen a la Bula de Inocencio: Los laicos más rudos no deberán atreverse ni
a juzgar las Escrituras Sagradas, ni a reunirse ni a predicar sin autorización,
ni a despreciar a los sacerdotes de la Iglesia. El documento del magisterio
es inequívoco:
Fue determinado correctamente en la Antigua Ley
que la Bestia que tocase el monte debía ser lapidada. Del mismo modo decimos que
ningún simple e indocto presuma allegarse a la sublimidad de la Sagrada
Escritura, menos aún predicarla a los demás.
El alimento
sólido es para los Mayores, no para
los Menores [7]
.
Tres son
los conflictos de la jerarquía con el
error del hereje:
n
si es
posible reunirse y predicar sin ser convocados oficialmente,
n
si es
lícito a un grupo organizarse sin contar con la aprobación institucional
n
si es
lícito a una persona o a un grupo anunciar la palabra sin el mandato
canónico.
En el fondo
todo se reduce que los fieles no tienen derecho ni a contestar la institución y
sus órganos sagrados de gobierno, ni a usurpar el acceso exclusivo a la Sagrada
Escritura.
En este
punto Francisco de Asís se aparta netamente de la ortodoxia católica.
n
El
mismo Señor le reveló a él personalmente lo que después escribió o hizo
escribir, simplemente, en pocas palabras.
n
El es y quiere ser un idiota, y no cede un ápice en su culto y
cercanía los santísimos nombres y
palabras escritas. Es un laico indoctos y rechaza de plano la prohibición de
acercarse a la Sagrada Escritura.
Antes ya
mencionaba que los escritores católicos tacharon a los herejes de rustican y rustic, o bien de idiotae et illitterati. Los clérigos, definiendo
los herejes iletrados querían denunciar que individuos privados de una adecuada
educación cultural y literaria se arrogasen el derecho de entender problemas de
fe propios del Clero docto. Es interesante la acotación satírica que hace 1ª
Celano:
Viene luego el hermano Felipe, con que suman ya
siete; a éste el Señor tocó con los labios de la purificación para que dijese de
él cosas dulces y melifluas; comprendía y comentaba las Sagradas Escrituras, sin
que hubiese hecho estudios, como
aquellos a quienes los príncipes de los judíos reprochaban de idiotas y sin
letras
[8] .
Habitualmente se dice que la diferencia entre
Valdo y Francisco fue su obediencia a la jerarquía. Sin embargo, es cierto que
en 1179 Valdo y sus seguidores fueron a Roma luego que el obispo de Lyon los
había expulsado de su diócesis por haber predicado sin autorización. Ellos nunca
quisieron separarse de la Iglesia y de la confesión de fe católica. Buscó
consejo con sacerdotes y teólogos de la Iglesia Romana, se hizo traducir la
Sagrada Escritura por algunos clérigos, para poder así fundamentar sobre el
texto, no sobre la glosas, una vida según el Evangelio [9]
.
El Papa
Alejandro alabó y abrazó a Valdo por su opción de pobreza voluntaria, no
encontrando nada que objetar sobre la exactitud y ortodoxia de la traducción de
la Biblia. Para poder predicar les obligaron a pasar un examen teológico. Le
encargaron este examen a un tal Walter Mapp, clérigo inglés. La autorización
para predicar les fue negada, y Alejandro III los despidió diciendo que podrían
predicar solamente cuando los sacerdotes de la región donde se encontrasen se lo
solicitaran [10]
.
Este es el
relato de aquel encuentro, narrado por el examinador:
En el Concilio romano celebrado bajo Alejandro
IIIº, vimos valdenses, gente simple y sin cultura, así llamados por el nombre de
Valdo, su jefe, que vivía en Lyon, sobre el Ródano. Presentaron al Papa un libro
escrito en gálico, que contenía el texto y la glosa del Salterio y de muchos
escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pedían insistentemente que se los
autorizara a predicar creyéndose preparados para ello - cuando, en cambio, no
andaban capacitados más que para los primeros rudimentos. ¿Pero se arrojan las
perlas a los puercos y la Palabra ante imbéciles ineptos para comprenderla y
comunicarla? Ciertamente, no.
En presencia de muchos teólogos expertos en
derecho canónico me fueron traídos para que los examinase, dos valdenses
considerados de los más eminentes de la secta.
Ellos pensaban hacerme callar... Me preparaba a
responder, cuando el presidente me ordenó proceder al interrogatorio. Los
enfrenté con preguntas elementales que todos saben contestar, sospechando con
razón que el asno que gusta del cardo no desdeña la lechuga:
-¿Creéis en Dios Padre?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en el Hijo?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en el Espíritu Santo?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en la madre de Cristo?
[11]
- Ellos contestaron aún: Creemos.
Ante estas palabras estalló la risa de toda la
asamblea... Estas personas se retiraron todas confusas. ¡Pero era justo que así
fuera!
Pretendían guiar ellos, que ellos que estaban
sin guía como el Faraón que ignoraba hasta el nombre de sus
caballos
[12] .
Los
sermones de san Bernardo (ver el sermón 65 y el 66) nos informan acerca de esa
gentuza, vil, rústica, sin letras e
inepta, más que herejías sutiles, sostienen cosas capaces de persuadir a
mujerzuelas rústicas e idiotas, como son, efectivamente, las que pertenecen a
dichas sectas: son hombres rústicos, idiotas y hasta despreciables.
En el
Capítulo de las Esteras el movimiento primitivo se descubre como una multitud
incontrolable muy parecida a la que denuncia Bernardo en sus sermones. Ante la
caza de brujas originada por los documentos conciliares y por las bulas y
políticas papales es perfectamente explicable que los hermanos quisieran ponerse
a salvo de la persecución bajo la tutela de alguna de las grandes Órdenes serias, doctas, aprobadas.
Estaba el bienaventurado Francisco en el
capítulo General de Santa María de la Porciúncula, llamado de las esteras,
porque los hermanos se guarnecían en tiendas protegidas por esteras. En él se
reunieron cinco mil hermanos. Muchos de los sabios y letrados fueron a hablar
con el Señor Ostiense, que se encontraba allí y le dijeron: 'Señor, querríamos
que persuadierais al hermano Francisco a que siguiera el parecer de los hermanos
sabios y se dejara guiar por su consejo'. Y aludían a la Regla de san Benito,
san Agustín y san Bernardo, que enseñan a vivir ordenadamente de esta y aquella
forma.
Cuando el Cardenal refirió al bienaventurado
Francisco todo esto en forma de advertencia, el Santo no respondió nada; y
tomando de la mano al señor Cardenal, lo llevó a donde estaban los hermanos
reunidos en Capítulo y, con gran fervor y movido por la virtud del Espíritu
Santo, les habló así: 'Hermanos míos hermanos míos: Dios me ha llamado por él
camino de sencillez y de humildad y me ha manifestado que éste es el verdadero
camino para mí y para cuantos quieren creer en mi palabra e imitarme. Por eso,
no quiero que me nombren siquiera regla alguna, ni de san Benito, ni de san
Agustín, ni de Bernardo, ni otro camino o forma de vida fuera de aquella que el
Señor misericordiosamente me mostró y me dio. Y me dijo el Señor que fuera yo un
nuevo loco en este mundo, y no quiso conducirnos por otro camino que el de esta
ciencia. Mas, por vuestra ciencia y sabiduría, Dios os confundirá. Y yo espero
que el Señor, por medio de sus verdugos, os dará su castigo, y entonces, queráis
o no, retornaréis con afrenta a vuestro estado'. El Cardenal quedó estupefacto y
no respondió nada. Todos los hermanos quedaron sobrecogidos de temor [13]
.
San
Francisco quiere permanecer semejante a los simples e idiotas que siguen las
huellas de Jesús. No teme los castigos, y casi glosando el final de la Bula de
Inocencio pasa él a la ofensiva amenazando con los verdugos de Dios: los que se
oponen a la revelación divina, quiéranlo o no, se verán obligados a someterse a
la inspiración del Espíritu... Como Pedro Valdo, también Francisco apuesta a
seguir viviendo al estilo de los herejes, dentro de la Iglesia.
Otra de las
notas que permitían identificar a un hereje era su desprecio por el clero. Las
excomuniones eran recíprocas, dado que si el clero excomulgaba a los herejes,
éstos excomulgaban a una jerarquía indigna. Buena parte de la Bula de Inocencio
está dedicada a este combatir esta postura contestataria.
El sacerdote sólo puede ser castigado y con
espíritu de mansedumbre, por su obispo propio, ya que ha sido puesto bajo su
corrección. Pero jamás el pueblo podrá juzgarlo con espíritu de soberbia, ya que
el sacerdote ha sido puesto bajo corrección del pueblo...
Al pueblo
le corresponde obedecer.
En el
Testamento Francisco es consciente de que está ante el punto neurálgico, la
piedra de toque de todos los fracasos de los otros idiotas evangélicos, pobres y
muy espirituales. Francisco sabe que la clave de la sobrevivencia es dejar en
paz a la Jerarquía. Es notable constatar cómo san Francisco recoge las mismas
expresiones del citado documento de Inocencio III.
Después de esto el Señor me dio y me sigue
dando una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa
Iglesia Romana, por su ordenación, que si me viese perseguido quiero recurrir a
ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como tuvo Salomón y me encontrase con alguno
de los pobrecillos sacerdotes de este mundo... Y a estos sacerdotes y a todos
los otros quiero amar y reverenciar como a señores míos. Y no quiero advertir
pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores... Y
también a todos los teólogos y a los que nos administran... debemos honrar y
tener en veneración...
A Francisco
no le interesa entablar una lucha por el poder al interior de la estructura: ¿fe
pura?, ¿fe encarnada? ¿fe que integra una visión política lúcida, extremadamente
lúcida?
El
testamento de Siena es clarificador. Lo primero es la caridad fraterna, la
necesidad de mantener a toda costa la cohesión del grupo. En segundo término
viene la vida según los herejes, es
decir, pobre e itinerante. En tercer lugar aparece la fidelidad y la sumisión a
los clérigos y prelados todos de la
Iglesia. Francisco no logró plenamente sus objetivos.
Estamos, pues, ante un hecho de importancia
determinante: la Iglesia del siglo XI no comprende estos movimientos....
San Francisco y sus hermanos, nacen, al
contrario que los dominicos, como un fenómeno popular y espontáneo. En su
Testamento no deja de recordar, de modo inequívoco cuánto la Iglesia le pareció
lejana al inicio de su proyecto. En un tono calmo que no polemiza y que no deja
aparecer ninguna traza de anticlericalismo, afirma explícitamente: "después que
el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba lo que tenía que hacer"... En esta
afirmación, dolorosa, pero bien clara, se puede percibir, en caliente, la
actitud de un testigo de la religión popular hacia la Iglesia, percibida como la
parte cultivada de la comunidad cristiana y que debería de estar allí, como guía
consciente e iluminada. La afirmación de Francisco nos muestra - he aquí la
contradicción - que esta Iglesia, depositaria de carismas, convencida de ser la
parte más viva de la cristiandad, ha terminado por abandonar a su destino a sus
fieles más humildes
[14] .
Hagamos un
ensayo de teología narrativa para comprender mejor el tipo de eclesialidad
propio del movimiento franciscano, puesto al margen, fuera, del sistema
dominante.
Aparece documentado en tres escritos
primitivos, la Leyenda de Perusa, el Espejo de Perfección y las Florecillas.
Tomamos el texto de la Leyenda de Perusa, de valor histórico indudable. La obra
original tiene unidad de estilo y redacción y allí encontramos 18 veces una de
las frases características de los escritos-testigos de los compañeros del Santo:
nos qui cum eo fuimos.
En general los críticos actuales
admiten que el florilegio original proviene de la colección de escritos que
ordenó el Ministro General Crescencio de Jesi en 1246. La unidad de redacción y
estilo hizo que habitualmente se lo atribuya al mismo hermano León quien ha
podido ser el inspirador de la mayoría de los relatos, por más que siempre habla
en plural, como representando a los compañeros de la hora primera.
En su núcleo original constituye una
de las fuentes imprescindibles para conocer la vida y las intuiciones originales
de Francisco de Asís. Nacido en ambientes propios de la reacción de los
espirituales frente a una comunidad en progresiva organización e
institucionalización, el texto encerrará posiblemente algunos aspectos
polémicos, apologéticos, que habrá que saber descubrir, en cuanto clave de
lectura de los hechos históricos presentados.
En el eremitorio que los hermanos tienen
encima de Borgo San Sepolcro, sucedió que venían, a veces, unos ladrones a pedir
pan a los hermanos; vivían escondidos en los grandes bosques de la provincia,
pero de vez en cuando salían de ellos para despojar a los viajeros de la calzada
o en los caminos. Algunos hermanos del lugar decían: ‘No está bien que les demos
limosnas, ya que son bandidos que infieren tantos y tan grandes males a los
hombres’. Otros, teniendo en cuenta que pedían limosna con humildad y obligados
por gran necesidad, les socorrían algunas veces, exhortándoles, además, a que se
convirtiesen e hiciesen penitencia.
Entre tanto llegó el bienaventurado
Francisco al eremitorio. Y como los hermanos le pidieron su parecer sobre si
debían o no socorrer a los bandidos, respondió: ‘Si hacéis lo que voy a deciros,
tengo la confianza de que el Señor hará que ganéis las almas de esos hombres.’ Y
les dijo: ‘Id a proveeros de buen pan y de buen vino y llevadlos al bosque donde
sabéis que ellos viven y gritad: ‘¡Venid hermanos bandidos!. Somos vuestros
hermanos y os traemos buen pan y buen vino’. Enseguida acudirán a vuestra
llamada. Tended un mantel en el suelo y colocad sobre él el pan y el vino y
servídselo con humildad y buen talante. Después de la comida exponedle la
palabra del Señor y por fin hacedles, por amor del Señor, un primer ruego: que
os prometan que no golpearán ni harán mal a hombre alguno en su persona. Si
pedís de ellos todo de una vez, no os harán caso. Os lo prometerán al punto,
movidos por vuestra humildad y por el amor que les habéis mostrado. Al día
siguiente, en atención a la promesa que os hicieron, les llevaréis además de pan
y vino, huevos y queso, y les serviréis mientras comen. Terminada la comida les
diréis: ‘¿Porqué estáis aquí todo el día pasando tanta hambre y tantas
calamidades, maquinando y haciendo luego tanto mal? Si no os convertís de esto,
perderéis vuestras almas. Más os valdría servir al Señor, que os deparará en
esta vida lo necesario para vuestro cuerpo y luego salvará vuestras almas’: Y el
Señor, en su misericordia, les inspirará que se conviertan por la humildad y
caridad que habéis tenido con ellos’
Se levantaron los hermanos y obraron
según el consejo del bienaventurado Francisco., Los bandidos, por la gracia y la
misericordia de Dios, que descendió sobre ellos, aceptaron y cumplieron a la
letra, punto por punto, todas las peticiones hechas por los hermanos; y
agradecidos a la familiaridad y caridad que les mostraron los hermanos,
empezaron a llevar a hombros leña para el eremitorio. Así por la misericordia de
Dios y gracias a la caridad y bondad que los hermanos tuvieron con ellos, unos
ingresaron en la Religión, otros se convirtieron a la penitencia y prometieron
ante los hermanos no cometer más tales fechorías y vivir en adelante del trabajo
de sus manos
Mucho se admiraron los hermanos y cuántos
oyeron y conocieron lo sucedido con lo ladrones; les hacía ver la santidad del
bienaventurado Francisco: tan pronto se convirtieron al Señor quiénes eran
pérfidos e inicuos, según él lo había anunciado
[15] .
En Montecasale la casa actual
mantiene básicamente la estructura de la construcción primitiva, levantada a
fines del siglo XII, sobre la ruinas de una fortificación. Allí los
camaldulenses construyeron un eremitorio - hospedería para peregrinos, que muy
poco tiempo después se vio convertido en pequeño y pobre hospital para leprosos.
Alrededor de 1211 San Francisco lo acepta en donación. Será una de las primeras
edificaciones en piedra de la naciente fraternidad. El eremitorio fue visitado
varias veces por San Francisco y cuenta con una historia adornada por algunos
hechos significativos en la vida del santo.
El
eremitorio, aceptado y amado por San Francisco, no padecía las actuales
condiciones de soledad y absoluto retiro. Era un leprosario y podía haber hecho
las veces de posada. La fraternidad se había ubicado a la vera de camino muy
frecuentado por viajantes de todo tipo. Para San Francisco fue como aceptar un
albergue - hospital de cierta fama, junto a una ruta frecuentada. Usando
parámetros actuales, los hermanos se fueron a vivir en algo parecido a uno de
esos lugares de descanso que encontramos en las autopistas. Si queremos
comprender el género de vida que llevaban los hermanos no tenemos que pensar en
algo semejante a una actual casa de retiros para religiosos.
El hecho de la vida de Francisco más
conocido y mejor documentado por la historia es el de los bandidos convertidos
por la pastoral para bandidos
enseñada por el Santo.
Ya vimos
cuál fue la pastoral de la Iglesia ante los que pensaban y actuaban distinto.
Ahora veremos cómo se situó el movimiento franciscano antes la pastoral oficial
de la Iglesia.
¿Cuál es la política del movimiento franciscano frente a los
condenados, excluidos, proscritos, excomulgados por la sociedad
contemporánea?
¿ Qué hacer con el delincuente, con el marginal, con el que está
fuera de los parámetros de la sociedad, con el que ataca los bienes y las mismas
vidas de las personas de bien?
Los hermanos habían ido a vivir
entre ladrones y bandidos, habían abandonado el sistema y a los ojos de la
sociedad los hermanos eran demasiado parecidos a los proscritos. Un relato
regocijante de las Crónicas de Jordán de Giano no muestra cuán peligrosa era la
similitud:
Después fueron enviados a Alemania... Juan de
Penna con cerca de sesenta hermanos o tal vez más. Estos, penetrando en las
regiones de Alemania y no conociendo la lengua, al preguntárseles si querían
alojamiento, comida o cosas similares, respondieron “ja” y de esta manera fueron
benignamente recibidos por algunos. Y, al notar que con esta palabra “ja”
llegaban a ser tratados humanamente, decidieron responder “ja” a cualquier cosa
que les preguntaran.
Pero sucedió que, al preguntárseles si eran
herejes y si habían llegado precisamente para contaminar Alemania, así como
habían pervertido también Lombardía, de nuevo respondieron “ja”. Entonces,
algunos fueron encarcelados, otros, despojados, fueron paseados desnudos como un
espectáculo cómico para la muchedumbre. Al ver los hermanos que no podían
producir fruto en Alemania, retornaron a Italia. Por esta razón Alemania fue
considerada tan inhumana por los hermanos, que nadie osaba volver si no era
animado por el deseo del martirio [16]
.
Ya citamos
un largo Texto de la Leyenda de los Tres
Compañeros que nos permite palpar la cercanía del movimientos a otros muy
parecidos que estaban al borde de la herejía o simplemente perseguidos como
herejes. La biografía nos cuenta que los
tenían por necios, borrachos, locos, hombres selváticos, impostores o fatuos,
abyectos, y que les arrojaban barro, les ponían dados en la mano, los
consideraban tan despreciables, que los molestaban sin miramiento, por lo cual
tuvieron que pasar hambre y sed, frío y desnudez y otras indecibles
tribulaciones y angustias [17]
.
En la narración nos encontramos con
unos ladrones, también calificados como bandidos quienes a veces pedían pan a
los hermanos. Vivían escondidos en los grandes bosques de la provincia y de vez
en cuando salían para despojar a los viajeros de los caminos. Hacían daño a sus
bienes y a sus personas.
Los hermanos han pasado por
experiencias parecidas a la de los bandidos y habían sufrido en carne propia la
desconfianza y el rechazo. La fraternidad no sabe qué hacer ante el pedido de
los marginales y está dividida. Hay hermanos que tienen miedo de ser
identificados como colaboradores y cómplices de sus compañeros de selva. No
quieren padecer ni el escarnio, ni la cárcel, ni las torturas en plaza pública
que la sociedad reserva para los bandidos y sus colaboradores.
Se enfrentan, pues, al dilema de
cómo tratar a los bandoleros, asesinos, asaltantes, a los enemigos de la
sociedad establecida. ¿Qué hacer frente a los que viven en la clandestinidad de
la cual sirve para hacer estragos en los bienes y en las personas de los
ciudadanos? Ni la sociedad ni la Iglesia hacen distinciones sutiles entre la
masa que está al margen de las leyes establecidas que regulan la sociedad
teocrática. No hay diferencia de legislación y de trato para un hereje y un
ladrón.
Buenaventura utiliza terminología análoga a la
de Bernardo, llamando a los herejes raposas, en los cuales no hay nada que sea
bueno, a semejanza del ladrón, miente y hace gran daño a las ovejas. Por lo cual
hay que deshacerse del hereje como de un objeto pésimo. Esta es la política que
Buenaventura asumirá de modo oficial en la Orden durante su
generalato.
No eran perseguidos como herejes solamente los
cátaros, los valdenses, los pobres lombardos, los apostólicos, lo dulcinianos y
lo guillermitas, con su séquito de simpatizantes y partidarios. También lo eran
los blasfemadores, los perjuros, los incrédulos, los usureros, los transgresores
de la moral sexual, los adivinos, y en fin, la variopinta y numerosa panoplia de
los contestatarios de la autoridad eclesiástica a todos los niveles, y por los
más diversos motivos
[18] .
Para los
historiadores la actitud de la Iglesia ante la herejía - en cursiva y entre comillas -
apunta a una grave incapacidad pastoral de entender las necesidad y expectativas
de las capas populares.
Voy a citar, como primer ejemplo, el caso del
Concilio de Arras, en el cual el obispo y el clero de la ciudad examinan en
juicio a dos herejes que parecen venir de Italia. Estos dos heréticos fundan su
defensa en pasajes del Nuevo Testamento que interpretan a la letra. El obispo
les responde con refutación muy erudita que dura toda la jornada. Pero al final
se descubre que - hecho insospechado - tales heréticos no saben escribir y que
apenas comprendían lo que se les estaba diciendo. Se puede argüir que el obispo
se dirigía a su clero y a los fieles que podían comprenderlo, pero el episodio
marca de modo evidente la diferencia de nivel cultural que distingue la religión
culta y la religión popular. El obispo, en realidad, busca mucho más mostrar la
ignorancia de los heréticos, subrayando su incapacidad para responder a la
refutación, que comprender las razones profundas de la herejía y las causas
íntimas que han empujado a esta gente a abrazar la herejía. Parece preocuparle
aún menos el problema de saber por qué y cómo han encontrado oyentes, y hasta
quizás discípulos entre los fieles de su diócesis [19]
.
Para San
Antonio los delincuentes están también dentro y no sólo fuera de la Iglesia de Dios... que se ha convertido en una cueva de
ladrones. El santo se lamenta de que el eclesiástico que contraviene los
decretales de Alejandro, de Inocencio o de cualquier otro Papa, es llevado
inmediatamente a juicio y condenado. Pero nadie se preocupa si prevarica contra
la Ley de Dios.
El ve que
los eclesiásticos son hipócritas, ansiosos de recibir honores, despellejan a la
grey en lugar de apacentarla, perros mudos, lujuriosos, devoran los bienes de
los pobres, de cara colorada, castrados,
obesos, quieren reinar con Cristo gozando de los placeres del mundo. Los
prelados contemporáneos de Antonio llevan una vida inmunda, poseen una ciencia ciega, y
hacen gala de una elocuencia muda.
El hereje es un ladrón de almas, porque los
pastores se han transformado en opresores y en lobos. Antonio atribuye explícitamente la defección
de los fieles que huyen de la Iglesia para refugiarse con los herejes. La culpa
es de la vida escandalosa de los
prelados, que parecen discípulos no de Cristo, sino del Anticristo.
También
aquí cabe la pregunta acerca de cuál será la pastoral franciscana frente a estos
bribones.
La fraternidad en cierto modo ya ha
tomado partido: está situada del lado de los bandidos. Como acabamos de ver,
Francisco y los suyos viven en la cercanía de los proscritos, sus casas, sus
vestidos, su comida, sus compañías habituales no los identifican a los señores
de este mundo.
Así como la gente común, también la
Iglesia - el poder tanto eclesiástico como civil, el brazo secular a servicio
del poder espiritual - los podía confundir con excesiva facilidad con los
bandidos.
Por lo cual un grupo de hermanos
piensa que no es conveniente ayudar a los bandidos, puesto que esto puede ser
interpretado como apoyo logístico que hace caer en la misma condena del
malhechor. Esta facción fraterna no parece no creer en la posibilidad de una
vida penitencial para esta clase de bandidos, y tiene miedo de ser confundida
con ellos.
Otro sector opina que hay que tener
en cuenta otros factores: los bandidos piden limosna con humildad, lo hacen
obligados por gran necesidad, y, como dice la regla, la necesidad no tiene
ley... Sostienen, por lo tanto, que algunas veces hay que socorrerles,
exhortándoles a la conversión y a hacer penitencia.
Recordemos
la praxis eclesiástica de la época frente a aquellos que hacen daño no sólo a
las propiedades, sino muy especialmente a las personas, sembrando la perdición
en las almas. Algunos hermanos tienen miedo... y no es para menos. Recordemos
que:
Si
alguno llegare a saber que en el lugar donde viven, alguien lleva un estilo de
vida como el de los herejes o bien que hay quiénes celebran reuniones
clandestinas, o quiénes por su vida y sus costumbres, se apartan de la
convivencia común con los fieles, ése tal deberá denunciar el hecho a su
obispo.....
Hay una política oficial de la
Iglesia, una pastoral impuesta por la más alta jerarquía, a la cual hay que
someterse so pena de caer uno mismo en la pena impuesta a los malhechores,
bandidos, ladrones... Un grupo de hermanos asume claramente la postura oficial.
Otro piensa que hay que actuar según los parámetros de Jesús y no según los de
la Iglesia, cueste lo que cueste y hay que ayudar al necesitado, sea quien sea.
El problema es tan delicado que se
recurre al discernimiento y a la autoridad de Francisco. En la opción se juega
el futuro de la fraternidad. Confundidos con bandidos los hermanos puede ser
pasibles de toda la parafernalia represiva de la sociedad eclesiástica y
civil.
Cuando el bienaventurado Francisco
llega al eremitorio es solicitado por los hermanos. Tendrá que ser el árbitro de
la fraternidad dividida en sus opciones pastorales, en sus políticas hacia los
bandidos.
Cuando el Señor le dio hermanos,
nadie le indicó lo que tenía que hacer en su vida, sino que el mismo Altísimo se
los reveló. Como sostiene en el Testamento, Francisco se remite al juicio
pastoral del Señor, no hace alusión a ninguna normativa o praxis del tiempo: Si hacéis lo que voy a deciros, tengo la
confianza de que el Señor hará que ganéis las almas de esos hombres.
El problema es tan delicado que
posiblemente haya sido una de las grandes controversias en el nuevo camino que
intentó Francisco de Asís. Aquí se juega la razón evangélica contra la razón del
entero sistema contemporáneo, eclesiástico y civil. El resultado de su propuesta
pastoral será la confirmación de parte de Dios.
Francisco propone algo muy concreto
y muy audaz. Los hermanos tienen que conseguir buen pan y buen vino, ir al bosque, tender el mantel en el suelo, colocarle
encima el pan y el vino y servirlo
con gran humildad y buen talante.
Todos los símbolos apuntan con
claridad meridiana a la eucaristía: pan, vino, servicio de la mesa y posterior
palabra. Al bandido Francisco manda ofrecer la comunión.
El ministerio deberá ser realizado
con humildad - como siervos a sus señores -, buen talante, amor caridad y
bondad. Una serie de actitudes pastorales totalmente ausentes en la
documentación oficial de la Iglesia contemporánea.
No podemos forzar el texto diciendo
que Francisco manda a los hermanos a celebrar la eucaristía en el bosque,
invitando a los bandidos a la comunión sacramental. Pero seríamos igualmente
irrespetuosos frente al relato si ignoramos la fuerza del símbolo que nos ofrece
la familia semántica: mantel, buen pan, buen vino, predicación de la palabra,
ministerio humilde, diligente.... La mesa tendida y su carácter de celebración
es demasiado evidente como para ser menospreciada.
Francisco realiza frecuentemente
estos gestos sacramentales en torno al pan partido. Tomemos, entre otros,
solamente dos ejemplos muy conocidos.
Al fin de su vida, enfermo y
dolorido, reúne a los hermanos, y como si fuera una de los Patriarcas del
Antiguo Testamento, los bendice a todos, presentes y futuros, imponiéndoles la
mano derecha sobre la cabeza. Luego, con el mismo sentimiento de gesto
profético-mesiánico, se hace traer pan, lo hace partir, que ya no tiene fuerzas
para hacerlo el mismo, y lo reparte a los hermanos, como despedida, al estilo de
Jesús en la última cena. Francisco es consciente del gesto que quiere recordar,
aunque señalan los biógrafos, se equivocó de día, porque pensaba que era jueves.
Podemos ver el hermoso relato en el número 22 de la misma Leyenda de
Perusa.
El segundo está documentado por
Celano y Buenaventura [20]
. Es el sueño de las migajas de pan que se le escapan de las manos, y
que el Señor le manda amasar para hacer un pan-hostia y dárserlo como comida
segura a los hermanos. Las migajas son las palabras del evangelio, el
pan-hostia, la Regla, que en la concepción franciscana es simplemente sacramento
del evangelio, presencia, nunca sustituto de la palabra de Jesús.
Aquí está el nudo de la propuesta
pastoral contenida en el relato de Montecasale.
La
excomunión no entra dentro de los horizontes de comprensión de una pastoral
franciscana para proscritos sociales y eclesiales.
Apenas hoy nos podemos imaginar los
riesgos de una opción semejante. Solamente quiénes hayan pasado la experiencia
de las dictaduras del siglo XX y hayan experimentado en carne propia la comunión
con los proscritos puede sentir en carne viva lo urgente y decisivo de la
intervención de Francisco.
La propuesta de Francisco supone no
quedarse en su propia postura, exige salir, ir donde se encuentran y viven los
bandidos. Hay que llevarles el buen pan y el buen vino al bosque, llamarles y
tratarlos como hermanos.
El relato del Lobo de Gubbio que
leemos en las Florecillas nos presenta el mismo esquema pastoral.
En el tiempo en que San Francisco moraba en la
ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz,
que no sólo devoraba a los animales, sino también a los hombres, porque muchas
veces se acercaba a la ciudad. Todos iban armados cuando salían de la ciudad,
como si fueran a la guerra; y, aún así, quien topaba con él estando solo no
podía defenderse. Era tal el terror, que nadie se aventuraba a salir de la
ciudad.
San Francisco, movido a compasión de la gente
del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de
los habitantes, que querían a todo trance disuadirle. Y haciendo la señal de la
cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros, puesta en Dios toda su
confianza. Como los compañeros vacilaran en seguir adelante, San Francisco se
encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. Cuando he aquí que,
a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para
ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca
abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a
sí y le dijo: ¡Ven aquí, hermano lobo!
[21] .
El proyecto supone ir a vivir entre lobos [22]
. La vida de los hermanos se califica por ser la de peregrinos en
medio del mundo. No se distingue por esperar en los monasterios o en las
iglesias la llegada de los pecadores. Los hermanos definen como los que salen,
los que van, los que conviven (conversantur) con gente de baja
condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos
y con los mendigos de los caminos [23]
. Son los que salen al lugar donde saben que están para convivir
entre, en medio de los enemigos de la fe y otros proscritos, no para hacerles la
guerra santa, sino para estar al servicio de todos (Cap. XVI, 5 - 7).
Los hermanos tienen prohibido por su
forma de vida calumniar y litigar de palabra, y antes de provocar contiendas es
preferible que callen, si el Señor les da la gracia (Cap. XI, 1). En la Regla no
sólo ha sido eliminada la guerra santa, también se percibe como inútil la
polémica verbal, la guerra de las ideas. Los hermanos no tienen que litigar ni
entre sí ni con otros (ib, 3 - 4).
Su misión consiste en anunciar la
paz a todos con simplicidad y no resistir al mal, como lo manda el evangelio
(Cap. XIV). Los hermanos, dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se
encuentren unos con otros, no tienen derecho de apropiarse para sí ningún lugar,
ni de vedárselo a nadie. Y todo aquél que venga a ellos, amigo o adversario,
ladrón o bandido, debe ser acogido benignamente. (Cap. VII, 13-14)
En la pastoral franciscana se
elimina la excomunión de los proscritos y anatematizados por la Iglesia -
sociedad. El proyecto propone la salida, el ir al mundo que se sabe habitado por
los enemigos, para convivir, servir a la mesa, sin litigios, ni peleas, ni
discusiones teóricas, ofreciendo la paz.
En el contexto medieval la plataforma operativa del movimiento
franciscano es al menos insólita, por no decir sospechosa.
Terminada la comida viene la
predicación de la palabra del Señor, y, por amor del Señor, un primer pedido. No
se les pedirá que cambien de vida, sino que prometan no golpear ni hacer mal a
las personas. No se puede pretender todo de una vez: la pastoral franciscana
padece de paciencia histórica y consigue sus objetivos mediante la humildad y el
amor demostrado con hechos.
Solamente en un segundo momento se
les hablará de cambio de vida: el Señor,
en su misericordia, les inspirará que se conviertan por la humildad y caridad
que habéis tenido con ellos.
La pastoral franciscana para
ladrones y bandidos están también en este punto inserta dentro del núcleo
fundamental del ser evangélico de la nueva fraternidad. El Espíritu de la carne
se parece más a las propuestas oficiales de la Iglesia.
Los bandidos, por la gracia y la
misericordia de Dios, que descendió sobre ellos, aceptaron y cumplieron a la
letra, punto por punto, todas las peticiones hechas por los hermanos; y
agradecidos a la familiaridad y caridad que les mostraron los hermanos,
empezaron a llevar a hombros leña para el eremitorio.
Así por la misericordia de Dios y
gracias a la caridad y bondad que los hermanos tuvieron con ellos, unos
ingresaron en la Religión, otros se convirtieron a la penitencia y prometieron
ante los hermanos no cometer más tales fechorías y vivir en adelante del trabajo
de sus manos.
La pastoral franciscana para
ladrones y bandidos supone, al parecer opciones de reagrupación fraterna en
torno a la vida evangélica. Dios está de parte del profeta, porque se ha
cumplido lo que el profeta anunciaba de parte de Dios. El problema de la
violencia y marginalidad en la sociedad no se cura con represión y cárcel, sino
con comunión y propuestas alternativas.
El proyecto de Dios-Francisco no
siempre tiene éxito inmediato. Tendríamos que entender en el marco de este
fracaso histórico tiene sentido, al menos en parte, el dolor y el continuo llorar de Francisco que los
biógrafos lo atribuyen a la contemplación de la pasión de Cristo y que, sin
forzar los textos, lo podemos aplicar a las llagas abiertas en el pobrecillo por
la pasión de los miembros del crucificado. La tragedia es que Francisco está
ciego, no ve por donde están los caminos alternativos que alguna vez el vio con
claridad [24]
.
Un vez salva a una ciudad de grandes lobos que devoraban a los hombres y
todos los años el granizo devastaba viñas y sembrados. Francisco les promete
salvarlos de las calamidades si cambian de vida: si cada uno de vosotros se enmienda de sus
pecados y se convierte a Dios de todo corazón con el firme propósito y la
voluntad de perseverar, tengo la seguridad de que nuestro Señor Jesucristo, por
su gran misericordia, os librará de las calamidades. Francisco los previene
de una posible recaída.
Los ciudadanos por la riqueza comenzaron a enorgullecerse y
a odiarse mutuamente, a herirse y hasta a matarse a espada, a matar a escondidas
a animales del vecino, a saquear y a robar de noche y a cometer otras muchas
fechorías... y el castigo del granizo y de los lobos cayo de nuevo sobre el
pueblo, como les había amenazado el santo Padre; y se vieron afligidos por otros
males mayores que los de antes [25]
.
Tampoco
tuvo mucho éxito en Damieta [26]
o en Perusa. No olvidemos que todo tipo de cruzada contra paganos,
infieles, herejes... ladrones y bandidos de toda laya, no es invención satánica
de la Iglesia, constituye como la trama socio - cultural de la sociedad
contemporánea de Francisco.
La opción de Francisco, revelada por
el Altísimo, está aún hoy lejos de ser la normalidad de la existencia cristiana.
Sigue causando admiración dentro y fuera de sus seguidores. No es fácil admitir
afectiva y efectivamente una opción pastoral, política, que no excomulgue ni a
tiros ni a troyanos.
Para los penitentes de los
movimientos pauperísticos ladrones y bandidos eran los malos eclesiásticos que
usurpaban el magisterio y el ministerio que no merecían por su conducta. Para
los eclesiásticos los ladrones eran los laicos que usurpaban los oficios
eclesiásticos sin misión canónica. De un lado y del otro se consideraba al grupo
enemigo como bandidos.
Francisco presenta una política
propia. Podemos percibir con claridad meridiana la opción pastoral de Francisco
de Asís, que tiene la pretensión de hacer coincidir su pensamiento con el de
Dios.
La opción de Francisco es la del
Dios del pan y del vino ofrecidos a los hombres miserables y míseros, podridos y
fétidos, ingratos y malos [27]
, gratuitamente y sin violencia de ninguna especie, en pie de
igualdad, o, si se quiere, en inferioridad de condiciones.
Es una pastoral de la pedagogía de
la espera del momento oportuno y de la inspiración de Dios; del primer paso no
del atropellar el andar cansino de la gente; del servicio ofrecido no buscado;
de la búsqueda no de la seguridad del poseedor de la virtud y de la verdad; del
estar en compañía y saber donde buscar.
Francisco quiere a los suyos ubicados sociológica, económica,
política y eclesialmente junto a los "de fuera".
Francisco no se identifica ni cultural, ni sociológica, ni
económicamente con los "caza bandidos".
Junto,
desde la posición del bandido, Francisco le dice a los dueños de la verdad que
en su Iglesia, que es la Cristo, tampoco los proscribidores están
proscritos.
Para todos,
desde el lado de los proscritos, para todos sin excepción está tendido el
mantel, con el buen pan y el buen vino, y con las buenas palabras de Dios.
NOTAS
[1]
Lamentablemente los límites del libro no
nos permiten situar los decretos del concilio en sus contextos social, político,
económico. Si alguien quisiere hacer comience a leer material de historia de la
Iglesia. Quedará posiblemente sorprendido.
[2]
Alrededor de 1240 comienza a usarse la
tortura para arrancar confesiones. Progresivamente la práctica se perfección y
se llena de horror, llegándose a hacer procesos post mortem; en tales casos, los restos del
condenado eran exhumados y quemados.
[3]
DI STEFANO A., Riformatori de eretici del Medievo,
Palermo 1938, 313-314
[4]
Véase. BORMIDA J. La no propiedad, 120; MATTIOLI A., Idiota: ausencia de cultura u opción por la
privacidad. Notas de lexicografía franciscana: Cuadernos Franciscanos,
82,(1988). Edición con notas en Il
Santo, serie II, 1-2, enero-agosto, 1987, y el ya citado ZANONI L., Gli umiliati.
[5]
RNB. XIV.
[6]
RNB. III.
[7]
La terminología induce a pensar que los
excluidos del acceso directo a la lectura de la Biblia no eran sólo los siervos
de la gleba, sino toda las clases emergentes en las ciudades. Menores equivalía
a no señores Feudales, es decir, artesanos, comerciantes y semejantes. Pedro
Valdo es un comerciante. No es un laico "rudo". Como Francisco es un ciudadano
relativamente cultivado. Todos quedan excluidos de la Palabra Escrita.
[8]
1Cel. 25.
[9]
Por más que en el Testamento de San
Francisco y las biografías primitivas el "sin glosa" se refiere a la Regla, no
olvidemos que ésta se reduce al Evangelio. cf Testamento, LeyPer 17; EspPerf.
1.
[10]
GRUNDMANN, 44
ss.
[11]
Teólogos laicos no
formados en la escuela, apenas saben de distinciones entre Cristotokos y
Theotokos.
[12]
Walter Map, De nugis curialum, ed. Montague Rhodes
James, Oxford, 1914. El pasaje citado se reproduce también en Enchiridion Fontium Vatdesium 1, ed.
Giovanni Gonnet, Torre Pellíce, 1958 (abrey- EFV), 122-124. El texto lo
encuentran citado en el excelente libro de MOLNAR A., Historia del Valdismo Medieval. Buenos
Aires 1981, 21 - 22. Recomiendo leer esta obrita pequeña y de agradable lectura.
Tiene la ventaja de ser una mirada no católica del tema.
[13]
EP 68.
[14]
MANSELLI, R.; La Religion, 191-201
[15]
LeyPer. 115.
[16]
Jord. 5.
[17]
TC 34-40 véase
página 56.
[18]
Lamentablemente no podremos extendernos
demasiado. Por el momento me limito a una cita libre del excelente estudio de
MARIANO DE ALATRI, Eretici e inquisitori
in Italia. Studi e documenti; Biblioteca Seraphico - capuccina; Roma 1986,
Instituto storico dei capuccini. Dos volúmenes, el primero dedicado al siglo
XIII y el segundo al XIV y XV. Me parece con las siguientes citas podremos
percibir algo de la potencia del símbolo ladrón - bandido de nuestra historia.
Vol I: . 80 - 89. 121.
[19]
MANSELLI, R. La Religion, 201.
[20]
2Cel. 119, LM 4, 11.
[21]
Flor. 21.
[22]
RNB XVI, cf LM
9.8.
[23]
RNB, IX, 2. En adelante sólo se citan lo
capítulos.
[24]
Flor. 3. El devotísimo siervo del Crucificado, San
Francisco, con el rigor de la penitencia y el continuo llorar, había quedado
casi cielo y no veía apenas. Una vez, entre otras, partió del lugar en que
estaba y fue a otro lugar, donde se hallaba el hermano Bernardo, para hablar con
él de las cosas divinas; llegado al lugar, supo que estaba en el bosque en
oración, todo elevado y absorto en Dios. San Francisco fue al bosque y le llamó:
¡Ven y habla a este ciego!.
[25]
LP 74, cf. también
2Cel. 36. ... pasó lo que pasa con la
prosperidad: que los rostros se abotargan de gordura y se ciegan con la grosura,
o, por mejor decir, con la basura de los bienes temporales. Cayendo, en fin, en
culpas más graves, se olvidaron de Dios, que los había salvado....
[26]
2Cel. 30.
[27]
RNB XXIII, 8.