HISTORIA OCCIDENTAL

Historia Occidentalis

Jacques de Vitry

Traducción de José María Lodeiro

CAPÍTULO XXXIII

LOS QUE ABUSAN DE ESTAS DIFERENTES ÓRDENES

Gracias a estas formas de vida religiosa y a los diversos institutos de regulares puestos cual luminarias  en el firmamento de la Iglesia Occidental, el Señor ha iluminado esos países a fin de que fueran ciudades de refugio y torres fortalecidas ante el enemigo; redes y barrederas para sacar peces de las profundidades marinas y las sombras tempestuosas de este mundo.

Estas casas separadas del mundo, para determinada gente son establos de bestias, de asnos o de puercos,  para otros  son como cárceles, y para algunos, puertos de tranquilidad y jardines de delicias.  Hay quienes recorren esta vida cual sombra que huye y no pueden atrapar; ingresan a las Órdenes con el único propósito de obtener ventajas temporales. A éstos dirige el Señor su reproche en el Evangelio: Vosotros no me buscáis por los milagros que visteis, sino porque comisteis y os saciasteis de pan. Sobre estos mercenarios que fingen ponerse al servicio del Señor a fin de llenar sus vientres, dice el salmista: Alabarán al Señor mientras reciban bienes. Creen por un tiempo, pero sobreviniendo la tentación, se alejan. Si no son saciados al instante, murmuran. Los enemigos de la cruz de Cristo cuyo dios es el vientre, pendencieros e inconstantes, persiguen en la vida religiosa aquello que no pueden obtener en el mundo. Todos sus intereses están arriba o debajo de sus vientres. Cuando digan al Señor: Maestro, te seguiremos donde tú vayas, el responderá rechazando a estas comunidades de condenados: Los zorros tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Otros, en cambio, huyen de las tentaciones y peligros del siglo adulador y vuelven la espalda a la mundana vanidad, como a una sombra que huye. Después de tener muchas faltas y caídas, desean huir del naufragio del mundo y con sabiduría, escogen  la vida religiosa cual refugio contra los peligros. En el establo del Señor, frenan su cabalgadura  con las riendas de la disciplina. Crucifican la carne con sus vicios y deseos para que se cumpla en ellos lo que está escrito: El reino de los cielos padece violencia y sólo los violentos podrán arrebatarlo.

Hay otros que están en el mundo pero no son del mundo. Probados y purificados por el ejercicio y la experiencia de una larga lucha, ponen sus pies en el mundo para someterlo. Cansados de las falsas riquezas, consideran las pasiones del alma como un pesado fardo. Padecen menos las necesidades que surgen impulsadas por el deseo y cuando abrazan el dulce yugo de la cruz de Cristo, eligen la vida regular como puerto de sosiego y paraíso de delicias. No ven esta vida como si fuera una prisión sino, por el contrario, sienten que abandonaron el cautiverio de este mundo. Son cual onagros que recobran la libertad, espíritus que respiran en libertad y que desechando vivir en el vaivén multitudinario de las ciudades, humedecen sus labios  con el vinagre de la Pasión del Señor. De esta forma fortalecen los deseos de su alma que se siente satisfecha, saciada. Tienen por suprema felicidad cargar la cruz de Cristo haciendo dura penitencia. Prueba de que su holocausto es agradable y deleitable a Dios, lo perciben como maná del desierto y pan del cielo, que encierran en sí toda delicia  y todo lo que es agradable al paladar.