Traducción de José María Lodeiro
Existen en España otros frailes regulares llamados de la Espada, que se comprometen por profesión y voto solemne, a defender la Iglesia de Cristo contra los Sarracenos, manteniéndolos bien apartados de los territorios cristianos.
Hay numerosos nobles ejercitados en combate y prácticos en el manejo de las armas, que renuncian a Satanás y sus pompas, y dan el adiós a las seducciones del siglo. Tomado el hábito y admitidos a esta santa congregación, se ligan con voto solemne de perfección, renuncian a sí mismos por el martirio espiritual y viven en la obediencia a un solo superior y prontos a soportar, por Cristo, el martirio del cuerpo.
Se conforman a la regla de San Agustín en casi todo; viven en comunidad sin bienes propios.
En el refectorio consumen los alimentos y tres veces a la semana comen carne.
Por la noche se levantan para el rezo de Maitines; durante la jornada rezan el oficio divino y las horas canónicas.
Siguiendo el consejo del apóstol según el cual es preferible esposarse que arder en fuego pasional y como más segura defensa de lo ilícito, no hacen voto de continencia. Usan del matrimonio en los límites permitidos, con cuidado y temor, para engendrar hijos e hijas con sus propias esposas, las cuales viven en lugar separado bajo el hábito regular. Cuando sus hijos arriban a la edad de la discreción y aceptan permanecer en la orden con sus padres, quedan entonces ligados por voto no pudiendo retirarse. Si eligen marcharse, se les concede salir y vivir en el mundo.
Estos hermanos tienen un pie hundido en el fango y el otro aposentado en las alturas; como Lot, han preferido ser salvos en el Señor antes que exponerse a la muerte en las montañas, a la par de clérigos y religiosos que perecieron quebrantando el voto de castidad, ignorando fervor de la promesa formulada.