MATRIMONIO Y FAMILIA
A LA LUZ DE LA BIBLIA
(conclusión)
José L. Caravias sj
B - NUEVO TESTAMENTO
1 - LA FAMILIA JUDIA EN TIEMPO DE JESUS
2 - JESUS Y LA FAMILIA
3. CRITICAS DE JESUS A LA FAMILIA
El seguimiento de Jesús provoca conflictos familiares
Los parientes de Jesús
Por qué resulta conflictivo el mensaje de Jesús
4 - EL MANDAMIENTO DEL AMOR
Amor y sacramento
Ser amigos en el Amigo
Contraer matrimonio en el Señor
El caso del divorcio
5 - JESUS Y LA MUJER
La mujer en tiempo de Jesús
El trato que da Jesús a la mujer
Jesús dignifica a la mujer
6 - SEXUALIDAD Y EVANGELIO
En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo.
La sexualidad de Jesús
Jesús denuncia la hipocresía sexual
Una sexualidad integrada
El Espíritu y la carne
El ídolo del sexo
7 - PADRES E HIJOS
Riesgo y grandeza de la paternidad
Padres como Dios es Padre
La verdadera autoridad
Sincera atención a los padres
8 - LA SAGRADA FAMILIA
Una familia con problemas
La personalidad de José
La mentalidad de María
Libertad, comprensión y respeto
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS
Familias abiertas
Familias libres para construir el Reino del Padre
Familias llamados a la santidad
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Igualdad de la mujer
La relación sexual según San Pablo
Las cartas paulinas posteriores a Pablo
11 - EL CELIBATO
Epílogo: Familia y futuro de la humanidad
APENDICE: LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES DEL
CONCILIO
Antes del Concilio
En el Concilio
Después del Concilio
BIBLIOGRAFIA
* * * * *
B - NUEVO TESTAMENTO
La esperanza que se intuye en el Antiguo Testamento se va a
poder convertir en gozosa realidad con la venida de Cristo. Jesús no
vino a anular el proceso pedagógico iniciado en el Antiguo
Testamento. Su misión es llevarlo a un pleno cumplimiento (Mt 5,17).
Por eso el mensaje de Jesús sobre la familia no constituye ninguna
novedad absoluta, sino la conclusión de un proceso evolutivo que
duró siglos
Lo dicho por Jesús se refiere directamente a la familia de su
tiempo. Por eso es necesario conocer la realidad familiar de su época.
Y, salvadas las distancias y circunstancias, podremos hacer con más
precisión la aplicación de su enseñanza a la familia de nuestro mundo
actual. Por ello intentaremos descubrir en el Nuevo Testamento las
actitudes básicas que puedan interpelar la realidad familiar actual.
1 - LA FAMILIA JUDIA EN TIEMPO DE JESUS
FAM-JUDIA: Jesús nació y vivió en un pueblo y en una cultura
donde la familia tenía una importancia de primer orden. Porque, como
es bien sabido, para los judíos la familia ha sido siempre el centro de
su vida. Pero en tiempo de Jesús, la familia tenía una importancia
todavía mayor. Para los rabinos, que eran los teólogos de entonces,
el padre y la madre eran considerados como "compañeros de Dios en
la procreación"
Y por eso, los judíos de aquel tiempo pensaban que tener hijos era
una obligación, hasta el punto de que quien faltaba a esa obligación
era considerado como un homicida. Por eso nadie debía quedarse
soltero. El hombre no casado no es un hombre, decían los rabinos de
aquel tiempo. Esto quiere decir lógicamente que todos estaban
obligado a formar su propia familia. Un hombre sin familia era un
hombre sin alegría, sin bendición y sin felicidad, según se afirma en
los documentos de entonces.
La vida familiar estaba organizada según el modelo "patriarcal", es
decir, en ella el centro y el eje de todo lo que se hacía era el "padre
de familia". Por ello a la familia se le llamaba habitualmente "la casa
del padre".
En aquellas familias gobernaba el padre como señor absoluto, con
derecho a disponer de todo a su antojo, decidir por su mujer e hijos,
dar toda clase de órdenes y, por supuesto, castigar.
El padre podía repudiar a su mujer y echarla de la casa, por una
serie de razones que hoy nos resultan asombrosas. La esposa estaba
siempre a merced del marido y dependía en todo de él.
Respecto al dominio del padre sobre los hijos, se sabe que tenía el
derecho de decidir cómo, cuándo y con quién se tenían que casar sus
hijos varones y, sobre todo, las hijas. La familia era un coto cerrado,
mucho más cerrado que lo que pueda ser la familia más tradicional de
nuestro tiempo.
El grupo familiar constituía el centro de la vida religiosa de los
israelitas. La fiesta de Pascua, la celebración religiosa más importante
de los judíos, se celebraba en familia, en cada casa. Y algo parecido
se puede decir de la circuncisión, que no era practicada por un
sacerdote, sino por el cabeza de familia. Para aquellos judíos el padre
de familia era considerado como sacerdote y maestro, que daba culto
y enseñaba a los suyos la ley del Señor (Prov 1,8; 4, 1-3; 6,20; Eclo
7,23-30; 30,1-13).
En las ideas y en las leyes de aquel tiempo la unidad de la familia
era tan importante que, por ejemplo, si el cabeza de familia cometía un
delito, fácilmente podía ir a la cárcel, no solamente él, sino además su
mujer y sus hijos (Mt 18,25). Como también era frecuente que las
decisiones importantes del cabeza de familia fuesen decisiones de
todos los de su casa. Se cuenta, por ejemplo, de uno que se convirtió
a la fe y con él lo hizo toda su familia (Jn 4, 53). Es más, la gente
pensaba que hasta los pecados de los padres pasaban de alguna
manera a los hijos (Jn 9, 2-3). Se tenía un profundo convencimiento
de que cuanto le ocurriera al cabeza de familia tenía que afectar a
todos los de su casa (Mt 10, 25).
Además, las leyes de aquel tiempo protegían la continuidad de la
familia hasta tal punto que, si una mujer quedaba viuda y sin hijos, los
hermanos solteros de su difunto esposo se tenían que casar con ella,
para que así quedara descendencia de la misma sangre (Mt 22,
23-30; Mc 12, 25; Lc 20, 35-36).
Esto no quiere decir que todos los padres de familia fueran
dictadores. Por supuesto que los había buenos y muy buenos. En
caso contrario, Jesús no hubiera usado tanto el ejemplo del padre de
familia. Pero el ambiente general en este punto era bastante duro.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Cómo se portan acá los padres de familia? ¿Son autoritarios?
¿Son ellos los únicos que deciden lo que hay que hacer?
2. ¿Hay machismo en nuestra zona? ¿Cómo se manifiesta?
3. ¿Cómo se comportan las mujeres frente a las exigencias de los
varones?
4. ¿En qué se diferencia la educación que damos a los hijos y a las
hijas? ¿Damos más derechos a ellos que a ellas? ¿Por qué?
5. ¿En qué otros puntos se parece la realidad de la familia en
nuestro tiempo a la del tiempo de Jesús?
2 - JESUS Y LA FAMILIA
J/FAMILIA FAM/J: Jesús nació en el seno de una familia de
piadosos israelitas. De José, su padre adoptivo, se dice expresamente
que era un hombre honrado (Mt 1,19) y de su madre se hacen las
mejores alabanzas (Lc 1,28.42-45). Se trataba de una familia unida,
que supo soportar la adversidad en silencio y con fe (Mt 1,19-20), que
se mantuvo firme en la persecución (Mt 2,13-21), y que siempre se
comportó como gente piadosa y observante (Lc 2,21- 24.41). En una
familia así, creció y se educó Jesús (Lc 2,39-40. 50-52), siempre bajo
la autoridad de sus padres (Lc 2,51).
Criado y educado en este ambiente, nada tiene de particular que
Jesús, durante su ministerio público, hablara con frecuencia de la
familia. Emplea comparaciones familiares para explicar su doctrina
sobre el reinado de Dios y la bondad asombrosa del Padre del cielo:
Dios es como el padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus
hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13) o a recibir y perdonar al hijo que se va de
la casa y malgasta la fortuna (Lc 15,20-32); porque Dios es el padre
de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9; etc), y todos los hombres somos
hermanos (Mt 23,8-9).
Jesús habla también del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt
21,28-31) o a su hijo único a cobrar la renta de una propiedad (Mt
21,33-37); Mc 12,5-56; Lc 20,13-14). Del padre que descansa con sus
hijos (Lc 11,7) o del cabeza de familia que saca de su arca lo nuevo y
lo viejo (Mt 13,52). También habla de las fiestas de bodas (Mt 22,2-3;
Lc 14,16-24; Mc 2,19; Lc 5,34; Mt 25,1), de mujeres que están
embarazadas o criando (Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23), de los dolores
de parto y de la alegría de la maternidad (Jn 16,21); del hermano que
se preocupa por la suerte de sus hermanos (Lc 16,27) o de los
hermanos que no se llevan bien entre sí (Lc 15,28). De los hijos que
desatienden a sus padres (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6) o, por el contrario,
de los buenos hijos que son conscientes de sus deberes familiares
(Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 18,20). Casi todas las situaciones familiares y
las relaciones humanas que ellas implican, son asumidas por Jesús
para explicar a sus oyentes el significado de su mensaje.
Pero las enseñanzas de Jesús sobre la familia van mucho más
lejos. Porque en los Evangelios hay toda una serie de afirmaciones en
las que Jesús defiende las relaciones de familia o asume tales
relaciones como modelo de comportamiento para sus discípulos. Así,
Jesús defiende la estabilidad del matrimonio al afirmar que lo que Dios
ha unido no lo separe el hombre (Mt 19,4- 6; Mc 10,6-9) o al decir que
quien repudia a su mujer comete adulterio (Mt 5,31-32). Es más, Jesús
afirma que quien mira a la mujer ajena excitando el propio deseo
comete adulterio en su interior (Mt 5, 28), porque es del propio
corazón de donde brotan las malas acciones, concretamente los
adulterios (Mc 7,21-22).
Jesús presenta también el modelo del padre que quiere tanto a sus
hijos que pone a disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 15,31-32);
y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a su padre (Jn
5,19-20). Censura el comportamiento de los hijos que se
desentienden de sus padres y no les prestan ayuda (Mt 15,3-6; Mc
7,10-13). Elogia a quien es consciente de sus obligaciones familiares
(Mt 19,19; Mc 10,19; Lc 18,20); y envía a un recién curado a anunciar
entre su familia las maravillas que el Señor ha realizado en él (Mc
5,19; Lc 8,38-39).
Y todavía algo más: Jesús no se cansa de presentar las relaciones
mutuas de los creyentes como relaciones de hermanos, que son
capaces de superar todo enojo (Mt 5,22), que se perdonan siempre
(Mt 18, 21; Lc 17,3) y se aceptan mutuamente (Mt 5,23- 24), sin fijarse
en defectos o fallos personales (Mt 7, 3-5; Lc 6, 41-42). Ello es señal
de que la relación fraterna es para Jesús una forma de relación
ejemplar, hasta el punto de que él mismo se considera hermano de
todos (Jn 20,17; ver 21,23).
Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en la experiencia
y en la vida de los hombres. Por eso, habla frecuentemente de las
relaciones familiares como modelo para explicar lo que es Dios o el
reinado de Dios en el mundo. Y así, las relaciones del esposo, padre,
madre, hijo, novio, hermano, aparecen repetidas veces en boca de
Jesús cuando habla del reinado de Dios, de lo que es Dios para los
hombres, de lo que éstos tienen que ser ante Dios, o de lo que todos
debemos ser, los unos para con los otros. Desde nuestras
experiencias en la vida de familia podemos todos comprender, de
alguna manera al menos, lo que deben ser nuestras experiencias ante
Dios y ante los demás. La familia es fuente de vida y fuente de alegría
por la vida que transmite. En ella está Dios. Es un espacio humano
privilegiado donde nace, crece y se cultiva el amor. Y con el amor, la
felicidad, la generosidad, la entrega de unas personas a otras, la
responsabilidad ante las propias tareas y obligaciones, la piedad
honda y sincera. Todo esto es, no sólo importante, sino incluso
decisivo en la vida de los hombres. Y Jesús lo sabe, lo reconoce y con
frecuencia habla de ello.
Pero el hecho de que Jesús hablara de la familia en un sentido
positivo, no quiere decir que él aceptase la realidad de la familia tal
como entonces estaba organizada. De esto vamos a hablar en los
temas siguientes.
Preguntas para el diálogo
1. La relación que hemos tenido con nuestros padres ¿nos ha
ayudado para comprender mejor a Dios?
2. ¿Creemos que la relación con nuestros hijos les lleva a ellos a
comprender a Dios y a relacionarse con él?
3. ¿Qué sentimos cuando consideramos a Dios como Padre?
4. ¿En qué consiste para nosotros el ideal bíblico de la fraternidad
universal?
5. ¿Qué relación encontramos nosotros entre familia y Dios?
3 - CRITICAS DE JESUS A LA FAMILIA
Hemos visto cómo Jesús habló de la familia de forma positiva. Y, sin
embargo, por más que resulte sorprendente, en los Evangelios
aparecen una serie de hechos y palabras de Jesús en los que ya no
resulta evidente que la familia sea siempre una realidad positiva.
Algunas de las palabras de Jesús y algunos de sus comportamientos
resultan extraños, y aun incomprensibles. Por eso merece la pena
detenerse en este punto, para luego sacar las consecuencias. Quizás
algo importante quiera decirnos la Palabra de Dios.
El seguimiento de Jesús provoca conflictos familiares
En los Evangelios hay una serie de afirmaciones de Jesús en las
que se dicen cosas sobre la familia que nos parecen casi increíbles.
Pero están ahí, palpitantes, para todo el que se acerque a ellas con
sinceridad... No podemos suprimirlas...
Jesús afirma que ha venido al mundo para traer división y
enfrentamientos, y eso precisamente entre los miembros más
allegados de la familia: "Porque de ahora en adelante una familia de
cinco estará dividida; se dividirán tres contra dos y dos contra tres;
padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra
madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra" (Lc
12,51-53). Es más, Jesús llega a decir que "un hermano entregará a
su hermano a la muerte, y un padre a su hijo; los hijos denunciarán a
sus padres y los harán morir" (Mt 10,21). Quiere decir que el
seguimiento de Jesús provoca enfrentamientos entre los miembros
más íntimos de la familia. Y es justamente en ese contexto donde
Jesús añade la terrible sentencia: "Todos les odiarán a ustedes por
causa mía" (Mt 10,22). Jesús puede ser causa de odio entre los seres
más allegados de una familia.
Cuando Jesús habla de la relación que los creyentes deben tener
con él, la contrapone precisamente a las relaciones de la familia: "El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí"
(Mt 10,37-38). Y sabemos que, en este punto, Jesús llevó las cosas
hasta el extremo de que a un discípulo que le pidió ir a enterrar a su
padre, le contestó de modo sorprendente: "Sígueme y deja que los
muertos entierren a los muertos" (Mt 8,21-22). Y al otro, que estaba
dispuesto a seguirle y que, obviamente, quería despedirse de su
familia, le dijo sin más: "El que echa mano al arado y sigue mirando
atrás, no vale para el Reino de Dios" (Lc 9, 61-62). Jesús no tolera
que nada ni nadie se interponga en el camino de la fe.
Estas afirmaciones del Evangelio parecen indicar que, el menos en
alguna medida, las exigencias de Jesús pueden entrar en conflicto con
la familia y, en general, con las relaciones de parentesco. Por eso, sin
duda, los Evangelios destacan que los primeros discípulos, en cuanto
escuchan la palabra de Jesús, lo primero que hacen es abandonar al
propio padre (Mt 4,20.22; Mc 1,20; Lc 5,11). Dejar al propio padre era,
en aquel tiempo, lo mismo que dejar a toda la familia. Y eso es
justamente lo que, más tarde, reconoció el mismo Jesús: "Les
aseguro, no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o
hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras por mí y por la Buena
Noticia, que no reciba en este tiempo cien veces más... " (Mc
10,29-30).
Esta relación conflictiva entre el mensaje de Jesús, por una parte, y
la familia, por otra, se observa igualmente en otros pasajes. Por
ejemplo, cuando Jesús aconseja a sus discípulos que no inviten para
una comida a hermanos, ni parientes, sino a los pobres, lisiados, cojos
y ciegos (Lc 14,12-14). Recordemos que, según la mentalidad de
entonces, compartir la mesa era como un gesto que expresaba la
solidaridad con los comensales. Lo cual quiere decir que el consejo de
Jesús va más lejos de lo que parece a primera vista. Porque viene a
indicar que el discípulo de Jesús debe orientar su solidaridad, antes
que hacia los miembros del círculo familiar, hacia los despreciados de
la tierra.
En este mismo sentido resulta elocuente aquella parábola del
banquete en la que los invitados se excusan de asistir, pues uno ha
comprado un campo, otro unas yuntas de bueyes, y otro se acaba de
casar, y naturalmente, no pueden ir (Lc 14, 18-20; Mt 22, 2- 3). El amo
entonces manda a su encargado a traer al banquete "a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los cojos" (Lc 14,21). No parece sin
importancia el hecho de que el compromiso familiar es, en realidad, la
dificultad que impide a uno de los invitados entrar en el banquete del
Reino, al que tienen acceso los despreciados y los vagabundos de los
caminos (Mt 22,9). También aquí se advierte por dónde van las
preferencias de Jesús.
Los parientes de Jesús
El Evangelio de Marcos nos informa que los parientes de Jesús,
cuando se enteraron de la vida que éste llevaba, entregado a la gente
hasta el punto de no tener ni tiempo para comer, "fueron a echarle
mano, porque decían que no estaba en sus cabales" (Mc 3,21).
En otra ocasión, precisamente en Nazaret, la gente se escandaliza
del comportamiento de Jesús, haciendo mención expresa de sus
parientes más allegados, a lo que él responde con unas palabras que
resultan elocuentes por sí mismas: "Sólo en su tierra, entre sus
parientes y en su casa, desprecian a un profeta" (Mc 6,1-6). Jesús se
siente incomprendido y despreciado por sus propios familiares.
Cuando un día le dijeron que su madre y sus hermanas le venían
buscando, Jesús se limitó a contestar: "¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es hermano mío y
hermana y madre" (Mc 3, 31-35). Estas palabras son fuertes. En
definitiva, lo que Jesús viene a afirmar es que él no reconoce más
familia que la comunidad de sus seguidores. Y ello no comporta
ningún desprecio para con su madre en concreto, pues ella fue
precisamente su primera seguidora.
Para Jesús lo que interesa, ante todo y sobre todo, es la respuesta
de cada hombre al mensaje de la Buena Noticia. Por eso se
comprende lo que cuenta el Evangelio de Lucas: Un día, una mujer, al
oír las maravillas que salían de la boca de Jesús, gritó entusiasmada:
"¡Dichoso el vientre que te crió y los pechos que te criaron!". A lo que
el mismo Jesús respondió, corrigiendo a la entusiasta: "Mejor,
¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!" (Lc
11,27-28). Jesús no acepta sin más el elogio que se hace de la
relación de parentesco, aun cuando se trate, como en este caso, de la
relación con su propia madre. Lo cual, como hemos dicho, no quiere
decir nada en contra de ella, pues María era la primera en escuchar el
mensaje de Dios y cumplirlo.
No se debe pensar que el conflicto entre Jesús y su familia fue
sencillamente una cuestión de enojos o mal entendimiento entre
parientes. El problema fue serio. Y eso se ve claramente por un dato
muy significativo que nos suministra el Evangelio de Juan: "Recorría
Jesús Galilea, evitando andar por Judea porque los judíos trataban de
matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas y sus parientes le
dijeron: Márchate de aquí y vete a Judea, que también los discípulos
de allí presencien esas obras que haces, porque nadie hace las cosas
a escondidas si es que busca publicidad; si haces esas cosas, date a
conocer al mundo" (Jn 7,1-4). O sea, lo que quieren los parientes de
Jesús es la publicidad, el triunfo ante las masas, en la provincia rica
de Judea y en la capital, Jerusalén. Y el Evangelio añade el siguiente
comentario: "De hecho, ni siquiera sus parientes creían en él" (Jn
7,5). Ahí está el secreto del problema. Las personas allegadas de su
propia familia sentían el orgullo de tener un familiar famoso, triunfador
en la vida, para poder así aprovecharse de ello. No les cabía otra
cosa en la cabeza.
Jesús da la clave del problema, cuando responde a sus familiares:
"El mundo no tiene motivo para aborrecerles a ustedes; a mí sí me
aborrece, porque yo declaro que sus acciones son malas" (Jn 7,7).
Jesús no ha buscado la publicidad y el éxito, sino que se ha jugado la
vida, hasta el punto de ser considerado como un delincuente por
haber denunciado públicamente el sistema opresor que tenían
montado los dirigentes judíos. Pero muchos de sus parientes no
estaban dispuestos a enemistarse en absoluto con el sistema, ya que
sus ideas iban exactamente en dirección opuesta a las de Jesús.
Por qué resulta conflictivo el mensaje de Jesús
Es ésta una pregunta que aflora constantemente a la mente de
quien lee el Evangelio con sinceridad. La verdad es que no nos tienen
acostumbrados a pensar y hablar de la familia como lo hacía Jesús.
Las palabras de Jesús son a veces tan radicales que uno piensa
encontrarse ante un dilema: o seguir a Jesús y dejar a la familia o
quedarse con la familia y no seguirle. Jesús no plantea esa alternativa
tomada en un sentido general, válido para todos. Pero, en la práctica,
a veces la familia funciona con tales pretensiones que al discípulo de
Jesús no le queda más remedio que optar entre ella o el Evangelio. La
fuerza del seguimiento de Jesús a veces se hace impermeable en el
mundo de nuestra familia.
Las causas por las que resulta conflictivo en la familia el mensaje
de Jesús podrían ser las siguientes:
- Jesús conocía muy bien hasta qué punto la vida del pueblo judío
estaba centrada en la familia. Pero aquella familia era opresora al
declarar al padre dueño absoluto de ella y al otorgarle plenos poderes
sobre la mujer y los hijos. La dignidad de la persona, en esa situación,
quedaba mal parada. Jesús no impugna la existencia de la familia en
sí. Pero la familia judía, en su funcionamiento concreto de entonces,
no era el ideal.
Las relaciones familiares, en aquella sociedad, no se basaban en el
reconocimiento de la dignidad de cada persona. Por el contrario, se
trataba de relaciones de sometimiento y de dominio; generalmente el
padre dominaba a los demás miembros de la casa y, en
consecuencia, la mujer y los hijos no tenían otra alternativa que el
sometimiento incondicional. Así las cosas, los creyentes no eran
personas verdaderamente libres para el tipo de opciones que impone
el seguimiento de Jesús. De ahí las distancias que Jesús toma con
respecto al hecho de la familia y los enfrentamientos que anuncia en
ese sentido.
- Jesús viene a proclamar y a vivir una realidad nueva: el Reinado
de Dios. Y todos los hombres pueden llegar a él, a condición de que
admitan que Dios es Padre y todos entre sí hermanos. Y entre
hermanos no puede haber desigualdad básica, enemistad o
explotación. Por eso, esta novedad de Jesús choca contra ideas y
prácticas contrarias de la sociedad de entonces y de ahora también.
La familia es necesaria para formar al ser humano e integrarlo en la
sociedad. Pero con frecuencia su funcionamiento contribuye a
perpetuar el autoritarismo, a negar la dignidad de la mujer y de los
niños, a fomentar la insolidaridad y la explotación. Todo ello niega y
entorpece la creación del Reino, con sus nuevas relaciones entre los
hombres.
Según Jesús, la familia, por muy entrañable que sea, no debe ir
contra otra forma de hacer familia más radical y universal: la de ser
todos hijos del único Padre. Eso es lo primero y lo absoluto. Y
cualquier modelo de familia que se oponga al logro de esta fraternidad
universal merece -en la medida en que lo obstaculice- la crítica y el
rechazo de Jesús.
En nuestro tiempo, las cosas han cambiado profundamente.
Nuestra familia no es como la de entonces. Hasta el punto de que hay
quienes dicen que urge recuperar los modelos autoritarios de tiempos
pasados. En esta nueva situación, ¿qué es lo que nos puede decir a
nosotros la postura de Jesús con relación a la familia? Su ideal de
fraternidad sigue siendo el mismo. ¿Cómo adaptar sus exigencias a la
realidad de hoy? Ese es nuestro reto.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Nos resulta sospechoso lo que se dice en este tema? Y si
efectivamente es así, ¿de qué sospechamos? ¿Por qué?
2. ¿Por qué se insiste hoy tanto en la defensa y protección de la
familia? ¿Qué papel juega la institución familiar desde el punto de
vista de la organización de la sociedad que tenemos?
3. ¿Nos impide en algo la familia vivir el ideal cristiano? Decir cosas
concretas.
4. ¿Es posible superar las dependencias familiares que nos
impiden en este momento vivir el ideal de la comunidad cristiana?
5. ¿En qué nos ayuda o puede ayudarnos la familia para que
seamos mejores cristianos?
4 - EL MANDAMIENTO DEL AMOR
Jesús nos dejó el mandamiento del amor (Jn 13,34): Amarnos como
él nos amó; hasta el amor a los enemigos (Mt 5,44); hasta la entrega
de la vida (Flp 2,6-11).
El Mandamiento del amor lo dirige a todos sus seguidores. Es el
centro y el resumen de su mensaje. Y ha de ser también la médula de
todo matrimonio que verdaderamente quiera seguir a Jesús. Para ello
es justamente el sacramento del matrimonio, para poder seguirlo con
la heroicidad que él pide.
Amor y sacramento
MA/A-SACRAMENTO: Quien desee encuadrar el matrimonio en un
marco bíblico, debe situarlo en el plano del amor. Dios hizo al hombre
(varón + mujer) a su imagen. Por eso el matrimonio, y la familia toda,
al margen de cualquier formulismo o rito, ha de fundamentarse, ante
todo, en el amor.
Cuando ese amor es bendecido por Cristo en el sacramento del
matrimonio, entonces adquiere la dimensión de matrimonio cristiano, y
simboliza el amor entre Cristo y su Iglesia (Ef 5,21-27).
Cuando se celebra el sacramento, el amor queda robustecido con
la fuerza de la bendición de Cristo, de una manera explícita y
consciente.
Si no hay amor, ni en grado mínimo, al recibir el rito sacramental,
no hay tampoco sacramento. Y cuando hay amor, pero no se recibe el
sacramento, de hecho hay matrimonio natural, en el sentido
creacional del hombre; pero no se puede decir que sea matrimonio
cristiano; le falta la fuerza purificadora y consolidadora del
sacramento. Lo que constituye propiamente lo fundamental del
matrimonio cristiano no es el rito en sí, sino el amor entre los esposos,
expresado en el sí y bendecido por Cristo. Ese amor es precisamente
el objeto de su bendición para que siga siempre creciendo.
El matrimonio cristiano es, pues, el encuentro de un varón y una
mujer en profunda fusión amorosa, dignificada con la gracia de Cristo
en el sacramento.
En la Iglesia hay diversidad de carismas (1 Cor 12, 4-11), y el más
frecuente de ellos es el del matrimonio. Para quienes reciben de Dios
esta vocación, el matrimonio es la mejor forma de realizarse en
conformidad con los planes divinos. Varón y mujer, unidos en el amor,
se sitúan más allá del egoísmo. Más aún, el matrimonio, dignificado
con el rito sacramental, pasa a significar la unión de Cristo con su
Iglesia.
Cristo e Iglesia unidos, o mejor, unificados, van quebrantando el
imperio del pecado. El matrimonio cristiano coopera con esa lucha que
sostiene Cristo contra el pecado. Es la lucha del amor contra el
egoísmo. Y en esta lucha la misma sexualidad humana tiene una parte
importante. El matrimonio supone, en realidad, como una ruptura con
la situación de pecado (muerte) y una unión con el mundo de la gracia
(vida).
Ser amigos en el Amigo
Jesús es el amigo fiel. El que nos mostró lo que es la verdadera
amistad. Tanto es así, que nos reveló que Dios es Amistad. Y dio la
vida por ello.
Cuando oímos hablar de que Dios es amor, pensamos
inmediatamente en el amor que él nos tiene, pero la afirmación de
Jesús es mucho más profunda, pues se refiere ante todo al amor que
existe dentro de esa formidable comunidad de amor que es la Trinidad
divina.
Jesús vino al mundo para comunicarnos que eso que nosotros
llamamos amistad, que tanto nos fascina y que nunca logramos
realizar plenamente, no es una utopía inalcanzable, sino un pálido
reflejo de la Amistad que existe entre las personas divinas. La Trinidad
divina es el destino final de nuestra amistad, cuando al final de los
tiempos seamos admitidos en su intimidad para hacer realidad lo que
aquí tantas veces nos parece imposible.
En la Santísima Trinidad el yo y el tú se dan plenamente el uno al
otro, pues lo que se dan es su mismo ser. En Dios las personas son
un puro darse.
Después de Jesús, creer en Dios es creer que en nosotros hay una
tendencia radical a la amistad, porque hemos sido creados por un
Dios que es Amistad y estamos en marcha alegre y difícil hacia la
Amistad. El esfuerzo que hacemos aquí por amarnos los unos a los
otros llegará a su plenitud cuando seamos incorporados a la Amistad
trinitaria. Sólo entonces sabremos de verdad lo que es darnos
totalmente los unos a los otros, para siempre y sin reservarnos nada.
La amistad tiene su consistencia en sí misma. A las demás formas
de relación humana estamos obligados o por Dios o por los hombres.
En el caso de la amistad, la relación se mantiene por el sólo impulso
de la decisión libre que brota de la misma persona. El amor de
amistad es, por lo tanto, el amor que brota de la libertad, que crece
por la libre atracción de los amigos y se mantiene hasta el fin por la
fuerza de la fidelidad libremente aceptada y otorgada entre quienes se
sienten vinculados por esa forma de relación.
Por todo esto, se comprende perfectamente que Jesús dijera
aquella noche: "No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos". Porque en eso consiste la cumbre del amor. El amor más
grande, el que no tiene límites ni fronteras, es el que llega hasta la
entrega de la vida, como lo hizo él mismo.
La experiencia nos enseña que las relaciones de familia no suelen
ser relaciones de verdadera amistad. Porque con frecuencia no son
relaciones que brotan de la libertad y en la libertad crecen y maduran.
Hay novios que se quieren porque a ello les empuja la necesidad del
instinto o quizás el miedo de quedarse solos en la vida. Y luego,
cuando, ya casados, el fuego de la pasión se reduce a cenizas,
siguen juntos porque no les queda más remedio, porque las leyes de
Dios y de los hombres les obligan a ello. Hay matrimonios que nunca
llegaron a ser verdaderos amigos entre sí, porque jamás se llegaron a
relacionar desde la absoluta libertad. Hay padres que nunca llegan a
ser amigos de sus hijos. Y lo mismo les pasa a demasiados hijos con
sus padres. O también a los hermanos entre sí. Por eso, las leyes
tienen que sancionar los derechos y las obligaciones de unos y de
otros en el seno de cada familia.
Pero la amistad no se basa sólo en la libertad, sino además en la
igualdad y en la confianza. Las palabras de Jesús son muy claras en
ese sentido: "Ya no les llamo más siervos, porque un siervo no está al
corriente de lo que hace su amo; les llamo amigos porque les he
comunicado todo lo que he oído a mi Padre" (Jn 15,15). Entre los
amigos hay igualdad ("ya no les llamo siervos" ) y hay transparencia
("porque les he comunicado todo" ). En la relación de amistad no hay
diferencias, ni oscuridades. Porque en ella no se tolera la dominación
o el sometimiento, como tampoco se toleran las actitudes hipócritas.
Desgraciadamente son demasiadas las familias en las que la
igualdad y la confianza brillan por su ausencia. Empezando por la
desigualdad entre el varón y la mujer, y acabando por los sutiles
mecanismos de dominación que suelen emplear muchos padres con
sus hijos. Con frecuencia se dan tensiones y conflictos que terminan
por arruinar la convivencia y el amor en la familia. El resultado de todo
esto es que la familia llega a ser, en muchos casos, un espacio
humano en el que las relaciones de unos con otros se convierten en
un verdadero problema. Cada uno se relaciona con los demás desde
el papel que desempeña en el grupo familiar: el hombre desde su
papel de cabeza y jefe; la mujer desde su papel de esposa y madre;
los hijos desde su sitio de seres inferiores cuya misión es sólo
aprender y obedecer. En el mejor de los casos, todos cumplen con su
papel dignamente y hasta de manera elegante. Y en el peor de los
casos, la familia se convierte en un verdadero infierno.
Jesús no plantea el problema de la fidelidad matrimonial como un
problema legal, sino como un problema de amor. Porque su mensaje
no se basa en leyes, sino en la "Buena Noticia" que contiene.
El amor cristiano consiste en querer y buscar para los demás lo
que cada uno quiere y busca para sí mismo (Mt 7,12; 22,40). Y si es
verdad que cada uno quiere para sí mismo la satisfacción del deseo y
de la necesidad, no es menos cierto que también quiere el respeto y
la fidelidad en la campo íntimo de su vida matrimonial.
Este criterio es válido, no sólo cuando a uno le entran ganas de
irse con otro hombre o mujer, sino también cuando a uno se le quitan
las ganas de seguir con su propio cónyuge. Porque el fondo del
problema está en comprender que el centro del amor no está en la
llamada del instinto, sino en el amor a toda prueba y en la fidelidad
incondicional.
Pero la experiencia nos dice también que el amor entre un hombre
y una mujer no es necesariamente inmutable. En algunos casos tiene
un tiempo más o menos limitado, de tal manera que antes o después
termina por morir. El deseo de los enamorados es que su amor dure
para siempre. Por eso se juran fidelidad y se convencen que su amor
es eterno. Pero una cosa es el deseo que ellos proyectan sobre la
realidad y otra cosa es la realidad en sí misma.
Lo importante es comprender que la cuestión más seria que se
plantea a los casados no está en ver cómo ser fieles a un amor que
se piensa como eterno, sino en llegar a entenderse y poder convivir
aun cuando se acabe ese amor que puede ser temporal y llegar a
desaparecer. ¿Qué hacer entonces?
Hemos visto que la forma suprema del amor es la amistad. Eso
quiere decir que en el fondo del problema de la fidelidad y la
estabilidad matrimonial hay un problema de amistad. Un matrimonio
está asegurado, como pareja estable, cuando entre ambos esposos
llega a fraguarse una verdadera amistad. Pero la amistad tiene un
precio: la amistad se basa en la libertad; no en las leyes, ni en
cualquier otra forma de coacción o de seguridad externa. Además, la
amistad exige confianza mutua y transparencia en la comunicación.
Sólo entonces, cuando los esposos son capaces de llegar a
convivir como los mejores amigos de la vida, aunque resulte una
realidad que difiere bastante del sueño soñado en los ardores del
amor primero, sólo entonces está asegurada la estabilidad matrimonial
y familiar.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Se puede decir que como esposos somos buenos amigos?
¿Hasta qué grado somos amigos? ¿Hasta dónde llega nuestra
confianza mutua y nuestra sinceridad en la comunicación?
2. Reflexionemos lo mismo sobre la amistad entre padres e hijos.
3. ¿Tenemos a nuestros mejores amigos dentro de nuestra propia
familia? ¿Por qué?
4. ¿Nos ayuda nuestra familia para vivir mejor en una comunidad
de fe?
6. ¿Nos ayuda la comunidad para vivir mejor nuestras relaciones
de familia?
Contraer matrimonio en el Señor
Tenemos que ser bien conscientes de que el matrimonio cristiano
es una gracia, y una gracia difícil. Cuando Jesús dijo: "No todos
entienden esto; sólo los que han recibido el don" (Mt 19,11), no se
refería solamente al celibato, sino al matrimonio cristiano también. Ello
es una gracia de Dios, que no puede conseguirse sólo a base de
esfuerzo humano. Estas palabras de Jesús indican que la fidelidad de
por vida más que una prescripción legal es una promesa de gracia y
ayuda. Dios es el que puso al principio aquel amor de enamorados y
él se compromete a mantenerlo hasta el fin.
Si es difícil tomar la decisión de casarse, mucho más lo es
mantenerla durante toda la vida. Amar es, fundamentalmente, aceptar
en plenitud el modo de ser del otro; y esto no es nada fácil, y menos
durante toda la vida. Y peor aún teniendo en cuenta las diferencias
psicológicas de los dos sexos. Pero resulta que en el matrimonio no
son sólo dos las personas comprometidas. Está de por medio el Dios
fiel que los amó primero y los hizo amarse entre sí.
Esta ayuda de Dios no se limita al acto inicial por el que se suscitó
el enamoramiento. Es una gracia con la que se cuenta siempre. Sólo
que Dios no la impone a la fuerza. Es un don que hay que buscarlo y
recibirlo.
Cuando Jesús dice que "no separe el hombre lo que Dios ha unido"
está indicando que es Dios quien puso desde el principio en el
corazón de cada uno de los cónyuges el amor y la voluntad de
mantener fielmente esa entrega. Dios, que comenzó esa obra buena,
está dispuesto a llevarla adelante. Pero necesita nuestra respuesta
libre y responsable. Hay que dejarle obrar en nosotros. Por eso es
imprescindible la oración matrimonial: para ponerse en manos de Dios
y dejarle obrar a él, que siempre es fiel.
"Casarse por la Iglesia" no significa meramente hacer una
ceremonia en la Iglesia. Significa "contraer matrimonio en el Señor".
Es decir, que el matrimonio queda asumido en el ser de Cristo; son
sus mismos sentimientos de amor, de fidelidad y de servicio los que
deberán llenar a esos esposos.
El matrimonio cristiano debe ser signo de la presencia de Dios. Los
cristianos que se casan se comprometen a ser signo viviente de lo
que es la realidad de Dios. Un amor que continuamente sepa darse y
perdonar. Un amor que se compromete, fiándose del otro.
El Evangelio pide a los cristianos casados que conviertan su vida
en un signo del amor de Dios, que sabe perdonar, ayudar, exigir,
entregarse sin retorno, y todo ello sin perder la propia personalidad.
La condición imprescindible es vivir confiados en el que los embarcó
en este compromiso: Dios. El es el garante máximo de la aventura.
Nada de ello se conseguirá sin esfuerzo, arrepentimientos y vueltas
a comenzar. Nadie llega al amor si no carga con su cruz. Sólo después
de haber superado muchas tentaciones de abandonar, será posible
llegar a la cumbre. En medio de las dificultades hay que seguir
creyendo que Dios sigue asistiendo a su obra.
Puesto que el matrimonio es una gracia, una realidad hecha de fe y
de esperanza en la que Dios garantiza lo que él unió, se necesita a
todo trance unirse con ese Dios a través de la oración. Hacer sitio a
Dios dentro del matrimonio es tomar conciencia de que él es el tercero
en concordia, el garante de esa unión, que hay que desear y pedir.
Aquí resulta verdadera de un modo especial la promesa de Jesús:
donde están dos o tres reunidos en su nombre, él está en medio de
ellos (Mt 18,20).
El caso del divorcio
Como en muchos otros casos, Jesús supera al Antiguo Testamento
en cuanto a la relación entre varón y mujer. En el problema que le
plantean sobre si está permitido el divorcio tal como lo establecía la
Ley (Dt 24,1), Jesús se sitúa más allá de cualquier plano jurídico. Se
coloca en el plan inicial de Dios.
No se pretende aquí estudiar los problemas y cuestiones que
actualmente se plantean acerca del divorcio. Se trata de conocer lo
que Jesús nos enseña con relación al divorcio. Con frecuencia se
piensa que Jesús enseñó que en ningún caso se puede admitir el
divorcio. ¿Qué dijo realmente él? Analicemos sus propias palabras:
"Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo
a prueba: ¿Le está permitido a uno repudiar a su mujer por cualquier
motivo? Jesús les contestó: ¿No han leído aquello? Ya al principio el
Creador los hizo varón y mujer, y dijo: 'Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser'
(Gn 1,27; 2,24). De modo que ya no son dos, sino un solo ser; por
consiguiente, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
Ellos insistieron: Y entonces, ¿por qué prescribió Moisés darle acta
de divorcio cuando se la repudia? (Dt 24,1).
El les contestó: Por lo incorregibles que son, por eso les consintió
Moisés repudiar a sus mujeres; pero al principio no era así. Ahora les
digo que si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegal- y se
casa con otra, comete adulterio" (/Mt/19/03-09).
Para poder comprender este Evangelio, lo primero que hay que
hacer es tener en cuenta lo que ocurría en el tiempo de Jesús y en la
sociedad judía con todo esto del divorcio. Porque las leyes y las
costumbres de entonces eran muy distintas de las nuestras. Y
naturalmente la pregunta que hicieron los fariseos se refería a lo de
entonces. Y Jesús responde a lo que le habían preguntado; no a otros
problemas que ahora se nos plantean a nosotros.
La diferencia básica entre aquel tiempo y el nuestro reside en que
entonces sólo el marido tenía derecho a pedir y exigir el divorcio. La
mujer tenía ese derecho únicamente en casos muy contados,
concretamente cuando el marido ejercía el oficio de matarife, basurero
o curtidor, a causa de las impurezas legales que ello suponía. Pero,
fuera de esos casos concretos, solamente el hombre tenía derecho a
divorciarse.
Además, las razones que un hombre podía aducir para divorciarse
eran tan amplias que, en la práctica, cualquier cosa que le
desagradase en su mujer era motivo para dejarla con todas las de la
ley. Por ejemplo, si un día se quemaba la comida, eso ya era razón
válida para que el marido se considerase con derecho a divorciarse.
Es más, el solo hecho de ver a una mujer más linda que la propia era
considerado por algunos como causa suficiente para abandonar a la
propia esposa.
Esta manera de proceder tenía su justificación en la ley de Moisés:
"Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre
en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y
la echa de la casa, y ella sale de la casa y se casa con otro" (Dt
24,1-2).
Según esta norma, solamente el marido tenía derecho a pedir y
exigir el divorcio. Además, esta norma era bastante imprecisa y el
problema estaba en determinar los motivos por los que un marido
podía considerar que su mujer tenía algo "vergonzoso". Sobre este
punto, en tiempo de Jesús, había grandes controversias entre los
fariseos. Los de la escuela de Hillel eran muy amplios, hasta el punto
de afirmar que, en la práctica, por cualquier motivo que desagradase
al marido, éste se podía divorciar. En el siglo primero de nuestra era,
prevaleció la doctrina de Hillel, o sea, se impuso la interpretación más
amplia.
Estando así las cosas, se comprende el sentido concreto que tenía
la pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús: "¿Le está permitido a
uno repudiar a su mujer por cualquier motivo?" (Mt 19,3). Como se
ve, esta pregunta no se refiere a nuestra problemática actual sobre el
divorcio, sino a la problemática de aquel tiempo. El asunto que
plantearon los fariseos a Jesús se refería concretamente a tres
aspectos:
- Sólo el hombre podía divorciarse y no la mujer.
- El hombre podía divorciarse "por cualquier motivo".
- El hombre por su cuenta podía resolver el problema, sin
necesidad de una sentencia de un tribunal o alguien ajeno al asunto.
A la pregunta, planteada en estos términos, Jesús responde
utilizando un argumento tomado del libro del Génesis, en el que se
expresa el sentido original de la unión entre hombre y mujer: los dos
se hacen un solo ser (Mt 19,4; Gn 1,27; 2,24). Jesús quiere decir que
los dos son una misma cosa y, por consiguiente, entre ellos no debe
haber diferencias. Y lo que Dios ha unido tan íntimamente no debe ser
separado por el hombre (Mt 19,5).
Pero los fariseos no se quedaron tranquilos con esa solución, como
es lógico, ya que no querían perder el derecho exclusivo del marido.
Ellos no querían aceptar la doctrina de la igualdad entre marido y
mujer. Por eso insisten en su pregunta, que se refiere de nuevo al
derecho exclusivo del varón (Mt 19,7 y paralelos). Y entonces es
cuando Jesús les dice: "Por lo incorregibles que son, por eso les
consistió Moisés repudiar a sus mujeres... Ahora yo les digo que si
uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegal- y se casa con otra,
comete adulterio" (Mt 19,8-9 y paralelos).
Por consiguiente, la enseñanza de Jesús sobre el divorcio se
refiere solamente a estas tres cosas:
- No existe un derecho unilateral del hombre para divorciarse,
porque el hombre y la mujer son una misma cosa, es decir, son
perfectamente iguales en ese punto.
- Tampoco existe un derecho arbitrario para divorciarse, o sea, no
se puede admitir el divorcio "por cualquier motivo", como pretendían
los discípulos de Hillel, el de la interpretación tan amplia.
- Ni tampoco existe un derecho de los mismos cónyuges para
anular el vínculo matrimonial por propia decisión, sin que medie la
sentencia de un tribunal competente para eso.
Pero el Evangelio no habla del caso en que una autoridad externa
a los esposos disuelve el matrimonio. Como tampoco habla este
Evangelio de aquellos casos en los que se plantea el divorcio sobre la
base de la perfecta igualdad de derechos y obligaciones del hombre y
la mujer. Ni tampoco del caso en que existen razones verdaderamente
graves por parte de los dos cónyuges para llegar al divorcio. Todo
esto se refiere a nuestra problemática actual sobre el divorcio, no a la
problemática del tiempo de Jesús.
En este sentido se han de entender también las palabras de Jesús
en el Sermón del Monte: "Se mandó también: 'El que repudia a su
mujer, que le dé acta de divorcio' (Dt 24,1). Pues yo les digo: todo el
que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al
adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio" (Mt
5,31-32). Como se ve, también aquí se trata del derecho unilateral del
marido para repudiar a la mujer. Y eso es lo que rechaza Jesús.
Cuando hablamos en la actualidad del tema del divorcio existe el
peligro de utilizar los textos evangélicos como si hablaran para un
modelo de familia intemporal, que habría existido lo mismo en la
cultura israelita del tiempo de Jesús que en la cultura de nuestro
tiempo. Pero ya se ha dicho que la familia de entonces era muy
distinta, entre otras cosas, en lo tocante a los derechos del hombre y
de la mujer sobre la cuestión concreta del divorcio.
Sabemos además que el divorcio en ciertos casos ha sido admitido
en la Iglesia ya desde el tiempo de los primeros apóstoles. Así, San
Pablo afirma que si un cristiano está casado con una mujer no
cristiana y resulta que ella no quiere seguir viviendo con él, entonces
el cristiano puede divorciarse. Y lo mismo si se trata de una cristiana
casada con un no cristiano que no quiere seguir viviendo con ella (1
Cor 7,12-16).
Como conclusión, se puede afirmar que en los Evangelios no existe
una prohibición absoluta y universal del divorcio. Lo que Jesús
prohibe es que el hombre tenga unos derechos y unas atribuciones
que, de hecho, no tiene la mujer.
Preguntas para el diálogo
1. Hagamos nuestro propio comentario de la cita del capítulo 19 de
San Mateo acerca del divorcio.
2. ¿Somos partidarios o no de la ley civil sobre el divorcio? ¿Por
qué? ¿Podemos sacar de la enseñanza de Jesús alguna idea para
apoyar nuestro punto de vista sobre este asunto?
3. ¿Qué solución se le podría dar a tantos matrimonios que ya no
tienen posibilidad de seguir conviviendo?
4. ¿Cuál debe ser la actitud básica cuando un casado o una
casada comienzan a sentir deseos de divorciarse? ¿Qué le
aconsejaríamos?
5. ¿Cómo debemos comportarnos para no llegar al caso de querer
divorciarnos?
5 - JESUS Y LA MUJER
MUJER/J J/MUJER: Para entender la actitud de Jesús ante la
mujer es imprescindible conocer las costumbres de su época. Pues en
caso contrario corremos el riesgo de no entender sus actitudes y aun
de interpretarlas mal.
En este punto, como en tantos otros, con Jesús llega a la cumbre
ese largo proceso por el que, a partir de una realidad existente, Dios
había ido revelando un ideal: la total dignificación de la mujer.
La mujer en tiempo de Jesús
En aquel tiempo la mujer no tenía participación alguna en la vida
pública. Y esto se manifestaba en una serie de costumbres, que
resultaban en extremo duras y humillantes.
Por ejemplo, cuando la mujer de Jerusalén salía a la calle, tenía
que llevar la cara tapada, cubierta con dos velos, de forma que no se
pudiera distinguir su rostro. Esta costumbre se observaba con tal
severidad que, si una mujer salía a la calle sin cubrirse la cara y la
cabeza, el marido tenía el derecho, y hasta el deber, de echarla de su
casa y divorciarse, sin pagarle nada.
Se prohibía mirar a una mujer casada e incluso saludarla y más
aun encontrarse con ella a solas en la calle. Una mujer que
conversara con todo el mundo de la calle, o que se pusiera a coser en
la puerta de su casa, podía ser repudiada por el marido y, además,
sin recibir el pago acordado en el contrato matrimonial. Más aún, se
prefería que la mujer, sobre todo si era joven, no saliese a la calle.
Por eso, cuenta Filón, un autor de aquel tiempo, que la vida pública
estaba hecha sólo para los hombres, mientras que las mujeres
honradas tenían como límite la puerta de su casa. En el caso de las
jóvenes el límite era el de sus aposentos o habitaciones, pues se
quería que no salieran a donde estaba la gente.
Las mujeres tenían prohibido andar solas por los campos.
Resultaba sencillamente impensable que un hombre se pusiera a
hablar a solas con una mujer en el campo.
Pero más importante que todo lo anterior era el poder que, de
hecho, ejercía el padre, y sólo el padre, sobre sus hijas. Si éstas eran
menores de doce años, él tenía un poder absoluto sobre ellas, hasta
el punto de que podía incluso venderlas como esclavas. Además, el
padre tenía el derecho exclusivo de aceptar o rechazar una petición
de matrimonio para una hija suya y, hasta la edad de doce años y
medio, la chica no podía rechazar un matrimonio concertado por el
padre. Cuando una mujer se casaba, pasaba del poder del padre al
del marido.
Estaba permitida la poligamia. Una mujer casada no se podía
oponer a que bajo su mismo techo vivieran una o más concubinas de
su marido. En cambio, si ella era sorprendida en adulterio, el marido
tenía el derecho de matarla.
Además, el derecho a pedir y exigir el divorcio estaba solamente
de parte del marido, como ya hemos visto. Y por si todo esto fuera
poco, cuando la mujer se quedaba viuda y sin haber tenido hijos,
todavía después de muerto el marido seguía dependiendo de él,
porque la ley mandaba que la viuda sin hijos se casara con un
hermano del difunto esposo para poder dejar así un hijo al finado (Dt
25,5-10; Mc 12,18-27).
También era costumbre en aquel tiempo que las mujeres no
aprendieran a leer ni escribir: sólo se les enseñaba a cumplir con sus
obligaciones domésticas, porque ése era el papel que se les asignaba
en la sociedad y en la familia. Las escuelas eran exclusivamente para
los chicos y no para las jóvenes. Ni siquiera se acostumbraba a
enseñarles la Torá, o sea, la Ley del Señor. El rabino Eliezer solía
decir: "Quien enseña la Torá a su hija le enseña el libertinaje, porque
hará mal uso de lo que ha aprendido". Hasta ese punto llegaba el
menosprecio que los hombres sentían por la mujer en aquel tiempo.
El trato que le da Jesús a la mujer
Con esta perspectiva histórica, el comportamiento de Jesús resalta
de una manera maravillosa.
En primer lugar, los evangelios dicen con claridad que en el grupo
de discípulos que acompañaban a Jesús había mujeres: "Lo
acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de
malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que había
echado siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de
Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con su bienes" (Lc
8,2-3).
Lucas nos dice que este grupo de personas iba con Jesús
"caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea" (Lc 8,1). Hasta
en nuestros días resultaría chocante y aun sospechoso el que un
profeta ambulante llevase consigo a hombres y mujeres, por caminos
y pueblos.
Por la información que nos suministra Lucas, en el grupo
ambulante de Jesús iba una tal Juana, que estaba casada con un
político conocido. Y había otras que ayudaban con sus bienes, lo que
indica que tenían autonomía económica, cosa que sólo podía darse
en el caso de que aquellas mujeres fueran viudas. O sea, Jesús
estaba acompañado por viudas y casadas, mujeres tan
entusiasmadas con él que hasta habían abandonado sus casas.
Además, el mismo Evangelio de Lucas nos dice que había algunas
mujeres a las que Jesús "había curado de malos espíritus". Eso
significa que eran mujeres que habían estado dominadas por las
fuerzas del mal, o sea, gente sospechosa.
Entre aquellas mujeres había una tal María Magdalena, "de la que
había echado siete demonios". El número siete es simbólico y quiere
decir que aquella mujer había estado dominada por todo lo malo que
se puede imaginar: ¡era una mujer de mala fama! Y resulta que esa
mujer, que había sido una "mala mujer" famosa, estaba en el grupo y
acompañaba a Jesús de pueblo en pueblo. Además, esta mujer no
parece que estuviera con Jesús solamente por algunos días. Hasta el
último momento, precisamente cuando Jesús estaba agonizando en la
cruz, allí estaba la Magdalena, con otra María, la madre de Santiago y
José, y también con la madre de los Zebedeos. Estas y otras muchas
habían ido detrás de Jesús desde sus correrías apostólicas por la
provincia de Galilea (Mt 27,55-56; Mc 15,40-41). Mujeres que
estuvieron muy presentes en la vida de Jesús. Y que le fueron fieles
hasta la muerte.
Todo esto no quiere decir que Jesús tuviera fama de libertino o
mujeriego. En los Evangelios no hay ni el más mínimo rastro de
semejante cosa. A Jesús lo acusaron de muchas cosas: de blasfemo,
de agitador político, de endemoniado, de ser un hereje samaritano, de
estar perturbado y loco. Sin embargo, en ningún momento le echaron
en cara que tuviera líos con mujeres. Era extremadamente sano y
limpio en ese sentido.
Hubo momentos que se prestaban a toda clase de sospechas. Un
día estaba Jesús invitado a comer en casa de un fariseo. Y "en esto
una mujer, conocida como pecadora en la ciudad, al enterarse de que
comía en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume; se colocó
detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con
sus lágrimas; se los secaba con el pelo, los cubría de besos y se los
ungía con perfume" (Lc 7,37-38). Evidentemente, una escena así, se
prestaba a toda clase de sospechas: en medio de un banquete, que
se celebraba en casa de una persona respetable, entra de pronto una
prostituta, y se pone a perfumar, acariciar y besar a uno de los que
están allí a la mesa. La cosa tenía que resultar muy rara. Y por eso,
se comprende lo que el fariseo se puso a pensar para sus adentros:
"Si éste fuera un profeta, se daría cuenta quién es y qué clase de
mujer la que lo está tocando: una pecadora" (Lc 7,39). Aquí es
interesante caer en cuenta de que a Jesús no se le acusa de
mujeriego, sino de que no es un hombre dotado de saber profético.
Pero Jesús, una vez más, se muestra con una sorprendente libertad
en su relación con las mujeres: Se puso a defender a la pecadora y a
reprochar, en su propia casa, al señor respetable que lo había
invitado a comer (Lc 7,44-47).
Jesús dignifica a la mujer
Jesús escandaliza a los fariseos al valorar a las prostitutas más que
a ellos, porque, a pesar de la vida que llevaban, ellas creyeron en el
Bautista, mientras que ellos, tan "justos", no cambiaron su vida (Mt
21,31-32). Donde todos ven una pecadora, él percibe a una mujer
que sabe amar; y donde todos ven a un fariseo santo, él ve dureza de
corazón (Lc 7,36-50).
Jesús mira al interior de la persona; de manera que ya no hay
diferencia entre hombre y mujer. Cualquier norma que se use para
juzgar a una mujer, vale lo mismo para los hombres. Esto es lo que
Jesús enseña en el incidente de la mujer sorprendida en adulterio (Jn
8,3). Si se quiere condenar a aquella mujer, se ha de condenar lo
mismo al hombre que estaba con ella.
En casi todas las culturas se han considerado a los órganos
sexuales y sus secreciones como algo impuro. Así ocurría también en
Israel (Lev 15,1-30). Ello implicaba una humillación constante para la
mujer. En el milagro de la mujer que sufría flujo de sangre más de
doce años, y que ocultamente le toca el manto, Jesús enseña a
superar los prejuicios y la obliga a declarar abiertamente el motivo por
el que le había tocado, aunque esto implicase, según los preceptos
legales, la impureza de Jesús y de toda aquella gente que lo seguía,
apretujándole (Mc 5,24-33).
Jesús, en función de su proyecto liberador, quebranta los tabúes
de la época relativos a la mujer. Mantiene una profunda amistad con
Marta y María (Lc 10,38). Conversa públicamente y a solas con la
samaritana, conocida por su mala vida, de forma que sorprende
incluso a los discípulos (Jn 4,27). Defiende a la adúltera contra la
legislación explícita vigente, discriminatoria para la mujer (Jn
7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una conocida prostituta
(Lc 7,36-50).
Son varias las mujeres a las que Jesús atendió, como la suegra de
Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de Naín (Lc 7,11-17), la mujer
encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia (Mc 7,24-30) y la mujer
que llevaba doce años enferma (Mt 19,20- 22).
En sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente las
pobres, como la que perdió la moneda (Lc 15,8-10) o la viuda que se
enfrentó con el juez (Lc 18,1-8).
Jamás se le atribuye a Jesús algo que pudiera resultar lesivo o
marginador de la mujer. Nunca pinta él a la mujer como algo malo, ni
en ninguna parábola se la ve con luz negativa; ni les advierte nunca a
sus discípulos de la tentación que podría suponerles una mujer.
Ignora en absoluto las afirmaciones despectivas para la mujer que se
encuentran en el Antiguo Testamento.
Todo esto nos viene a indicar que Jesús salta por encima de los
convencionalismos sociales de su tiempo. En ningún caso acepta los
planteamientos discriminatorios de la mujer. Para Jesús, la mujer tiene
la misma dignidad y categoría que el hombre. Por eso, él rechaza toda
ley y costumbre discriminatorias de la mujer, forma una comunidad
mixta en la que hombres y mujeres viven y viajan juntos, mantiene
amistad con mujeres, defiende a la mujer cuando es injustamente
censurada...
Jesús se puso decididamente de parte de los marginados. Y ya
hemos visto hasta qué punto la mujer se veía marginada y maltratada
en la organización y en la convivencia social de entonces. También en
este punto el mensaje de Jesús es proclamación de la igualdad, la
dignidad, la fraternidad y la solidaridad entre toda clase de personas.
Su mensaje, también para las mujeres, era una verdadera Buena
Noticia.
Estas actitudes de Jesús significaron una ruptura con la situación
imperante y una inmensa novedad dentro del marco de aquella época.
La mujer es presentada como persona, hija de Dios, destinataria de la
Buena Nueva e invitada a ser, lo mismo que el varón, miembro de la
nueva comunidad del Reino de Dios.
Por todo eso no es de extrañar que fuesen mujeres las más fieles
seguidoras de Jesús (Lc 8,2-3), que habían de acompañarlo hasta
cuando sus discípulos lo abandonaron. En el camino de la cruz "lo
seguían muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban
el pecho y se lamentaban por él" (Lc 23,27). Al pie de la cruz "estaba
su madre y la hermana de su madre, y también María, esposa de
Cleofás y María de Magdalena" (Jn 19,25). Algunas de ellas fueron
las primeras en participar del triunfo de la resurrección (Mc 16,1).
Jesús introdujo un principio liberador, atestiguado con su
comportamiento personal, pero las consecuencias históricas no fueron
inmediatas. Solamente en la actualidad se ha creado una cierta
posibilidad de realizar algo del ideal expresado por Jesús. Pero su
principio dignificador de la mujer sigue siendo aún semilla, llena de
vida potencial, animadora de una profunda crítica constructiva y polo
de referencia para el ideal a realizar.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Nos molesta que las mujeres casadas usen el apellido del
marido, por ejemplo: señora de García? ¿Cómo veríamos que los
hombres usaran el apellido de las mujeres: señor de Fernández? ¿Por
qué?
2. ¿Suelen los hombres trabajar lo mismo que las mujeres en las
tareas domésticas en su propia familia?
3. ¿Acostumbramos decir alguna vez a nuestros hijos que "los
hombres no lloran"?
¿Qué quiere decir, en el fondo, ese criterio? ¿Qué modelo de
hombre y qué modelo de mujer hay debajo de esas palabras?
4. ¿En qué puntos creemos que se debe insistir para que en un
matrimonio exista una perfecta igualdad entre los esposos?
5. ¿Cuál es el origen más frecuente de los conflictos conyugales en
nuestras casas?
6 - SEXUALIDAD Y EVANGELIO
SEXUALIDAD/EV El tema de la sexualidad atrae y asusta a la vez.
Se habla con frecuencia de ello, pero normalmente en son de burla o
chiste, pero raramente en una conversación seria. Y aun en estos
casos, normalmente la conversación se eleva al mero plan teórico. De
este modo la sexualidad queda relegada al lugar de los pequeños o
grandes secretos. Comunicarle a un amigo algo de este mundo
significa darle muestra de absoluta confianza.
Se podría decir que nada es tan deseado y tan temido como la
sexualidad. Muchos la consideran como símbolo del placer y de la
felicidad. Tanto, que produce miedo. Es al mismo tiempo símbolo de la
felicidad y del tabú, símbolo de libertad o de represión. Puede
producir fascinación o terror.
Tan importante es la sexualidad, que dominar a una persona en la
sexualidad es tenerla dominada en todo lo demás. Por eso les
interesa tanto a los políticos y al comercio el asunto sexual, aunque a
primera vista no lo parezca.
A pesar de su importancia, posiblemente sabemos muy poco de lo
que Jesús y su Evangelio nos dicen acerca de la sexualidad. Y es
posible que en este punto nos encontremos con sorpresas.
Seguramente hallaremos en el Evangelio cosas muy importantes en
torno al amor y la sexualidad de las que apenas se nos ha dicho
nada.
En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo
Si repasamos el Evangelio página a página apenas encontraremos
nada que trate directamente sobre la sexualidad. El silencio sobre el
tema es tan sorprendente que resulta casi chocante. Sólo podemos
encontrar alguna cosa suelta y meramente ocasional.
A los Evangelios no parece importarles demasiado si los apóstoles
son o no casados. Sabemos ocasionalmente que algunos de ellos
eran casados porque Jesús curó a la suegra de Pedro y por una cita
tangencial de Pablo (1 Cor 9, 4-5). El Evangelio no habla
expresamente de cosas tan importantes como la cuestión del celibato
de Jesús y sus apóstoles.
Algo raro ha ocurrido en nuestro mundo, pues lo sexual, tan
secundario en el Evangelio, lo ha invadido todo. Hasta el punto de que
se desciende a regular los más mínimos detalles de la vida sexual, de
forma que para muchos cristianos se ha convertido en lo único
importante. A veces son los únicos pecados de los que se sienten
obligados a confesarse.
Hasta el mismo Dios ha sido presentado muchas veces como el
gran enemigo de la sexualidad, como un obseso que nos vigila de
continuo, en todas partes, sin que se le escape el más mínimo detalle
de nuestra vida sexual, ni siquiera a nivel de los pensamientos. Todo
nuestro terror a la sexualidad lo hemos proyectado sobre Dios y, así,
hemos desfigurado su rostro. Muchos piensan que Dios considera a la
sexualidad como algo sucio y malo. A veces, de modo inconsciente, se
piensa que a Dios no le gusta que una pareja haga el amor. Hasta hay
gente que ha renunciado a este dios inventado, pues lo han
encontrado un dios inaguantable.
Si a Dios le hubieran molestado los problemas de la sexualidad,
Jesús nos hubiera advertido de ello. Pero aunque no se afirma nada
directamente, en los Evangelios se dice mucho sobre la sexualidad,
pero de un modo diferente al que estamos acostumbrados, y que es
además el más auténtico y profundo.
La sexualidad de Jesús
J/SEXUALIDAD: Al preguntarnos cómo afrontó Jesús la sexualidad,
lo primero que hay que dejar claro es que Jesús tuvo sexualidad. El
fue un sujeto humano sexuado como lo es todo hombre.
Algunos cristianos, de modo más o menos inconsciente, tienden a
pensar en Jesús de un modo tan angélico que se resisten ante la idea
de que tuviese sexualidad. En el fondo, es que sienten que la
sexualidad es algo sucio, y por ello no se lo imaginan en Jesús. Lo
malo es que así están negando el misterio de la Encarnación: no se
toman en serio que Jesús fue totalmente un hombre, igual a nosotros
en todo, absolutamente en todo menos en el pecado.
Sin duda alguna, desde el momento en que nació, Jesús tuvo todo
ese mundo complejo de necesidades afectivas, de apetencias y de
deseos que supone la sexualidad.
Jesús no es un Dios que se disfraza de hombre durante una
temporada y luego se quita el disfraz y se va al cielo. Ni es uno de
esos dioses orientales, impasibles e inalterables, que ni sienten ni
sufren, ni gozan, ni se ríen. Jesús, como todos nosotros, necesitó la
compañía de unos amigos y tuvo, como todos nosotros, sus
predilecciones entre la gente que conocía. Tuvo también algunas
buenas amigas.
El sintió todo el mundo rico y complejo de la sexualidad, y ni le tuvo
miedo, ni se dejó arrastrar por ella. Nunca aparece como obsesionado
por la amenaza de la sexualidad. Ni aparece con corazón morboso,
viendo obscenidades por todas partes. No tiene miedo, como le ocurre
a los reprimidos, de tratar con todo tipo de gente. De ahí que alguna
vez lo acusaron de andar reunido con gente de mala vida, como eran
los publicanos y pecadores; incluso le llamaron también comilón y
borracho (Mt 11,19). Tampoco tuvo miedo a las mujeres, ni se sintió
obligado a mantenerse lejos de ellas. Algunas le solían acompañar de
pueblo en pueblo, como ya hemos visto. Y ello a pesar del ambiente
en contra que existía en aquel tiempo.
Jesús, por lo tanto, no tenía miedo a la sexualidad, y por eso no
tenía que esconderse, ni protegerse del trato con gente de "vida
alegre", ni defenderse de la mujer y sus "peligros".
Sin quitar nada de lo anterior, hay que afirmar también que Jesús
es persona divina. Al mismo tiempo es Dios y hombre, plenamente.
Pero la persona divina asume "hipostáticamente", como decían los
antiguos, a la realidad humana de Jesús. El hombre Jesús es por eso
incapaz de pecar. Es verdadero hombre en todo, menos en el pecado
(Heb 4,15) y sus raíces. No está sujeto a las pasiones. Como hombre
perfecto y completo tuvo la sexualidad biológica y psicológica, pero
como potencialidades siempre limpias .
Jesús denuncia la hipocresía sexual
Todos sabemos que la sexualidad es un terreno abonado para
hipocresías y mentiras. Para mucha gente lo importante es "guardar
las apariencias", aunque tengan una doble vida oculta a los ojos de
los demás. Todo está bien si no se nota, parece ser el lema de
algunos.
Jesús no aguantaba la hipocresía de mucha gente religiosa de su
época. Por eso se indigna ante la hipocresía sexual de los fariseos,
que además eran bastante reprimidos.
Caso típico es el de aquella mujer de mala fama (Lc 7,36-50) que
se acercó a él estando comiendo en casa de un fariseo. Jesús,
dándose cuenta de los malos pensamientos de los presentes, la dejó
hacer y la defendió delante de todos. Jesús no se asusta de que lo
toque una mujer de mala vida conocida como tal. Imaginémonos que
sucedería hoy si a un hombre de Iglesia se le acercase en ese plan
una mujer así. El Evangelio sitúa a Jesús entre el fariseo y la
pecadora para mostrar que Jesús se queda con la sinceridad de la
segunda, y no con la hipocresía y dureza de corazón del fariseo.
Jesús no solamente la salva, sino que condena con una terrible ironía
al fariseo. A Jesús no le importa lo que aparece, ni le importa tanto lo
que se hace o no se hace, sino lo que se es profundamente en el
corazón.
Otro caso claro es el de la mujer que le llevan a Jesús, encontrada
en adulterio (Jn 8,1-11). Jesús no puede aguantar la hipocresía de
aquellos viejos "verdes": "El que esté sin pecado que tire la primera
piedra..."
Una sexualidad integrada
Si la sexualidad es un asunto tan importante, de ninguna manera
podía estar olvidada en los Evangelios. Lo que pasa es que la
enfocan de un modo correcto, sin caer en las trampas que tiende a
crear ella misma. En realidad, el silencio del Evangelio sobre la
sexualidad es un grito que expresa una verdad más profunda sobre
ella.
La sexualidad no es una cosa que se pueda comprender como algo
aparte, como una asunto particular en el que se trata de qué es lo que
hay o no hay que hacer. Hay que situarla en el conjunto de toda la
vida. Podríamos decir que el Evangelio no se preocupa por el sexo,
pero sí por la sexualidad, es decir, por algo que es más amplio y más
profundo: por todo lo relacionado con el corazón del hombre, su
afectividad y sus deseos más íntimos.
El Evangelio coincide en este punto con lo que dice la psicología
más moderna. Según ella, la sexualidad no es sólo cuestión de los
órganos genitales -"las partes", como dice el pueblo-. Ni siquiera es
cuestión sólo de lo corporal. Sexualidad es también todo lo
relacionado con la afectividad, es decir, con los deseos, el cariño, la
ternura... A esto estamos poco acostumbrados, pero resulta que así
es el enfoque del Evangelio. No se trata de lo que el hombre hace o
no hace con "sus partes", sino de lo que el varón y la mujer son, de
cómo orientan su vida, de qué es lo que les resuena en el corazón. La
sexualidad, para la psicología moderna y para el Evangelio, hay que
situarla en el contexto total de la persona. Es el hombre completo el
que interesa; un hombre que no es que tenga una sexualidad, sino
que es "sexuado". En definitiva, lo que al Evangelio le interesa es
dónde está nuestro corazón.
La sexualidad humana es totalmente distinta de la animal. Y
nuestro esfuerzo ha de ser, precisamente, vivirla de un modo cada vez
más profundamente humano.
El Espíritu y la carne
Lo más importante para un cristiano es tener el Espíritu de Jesús.
De ello depende radicalmente cómo pueda enfocar la sexualidad. La
fe en Jesús y su Reino modifica nuestro modo de vivir la sexualidad. El
ideal del Reino nos debe envolver de modo que nuestra sexualidad
esté enfocada y canalizada por ese proyecto de construir el Reino de
Dios.
Hemos oído decir que los peligros del alma son mundo, demonio y
carne. Y enseguida pensamos que la carne es el sexo. Sin embargo,
cuando el Nuevo Testamento habla de la carne no se refiere al sexo ni
a la sexualidad. La carne, según el Nuevo Testamento, cuando se
opone al Espíritu, significa el enfoque con el que ven el mundo las
personas que no conocen a Jesús, ni les interesa la construcción de
su Reino; significa el considerar como lo más importante de la vida al
dinero, el prestigio social y todas esas cosas. Esa es la carne que se
opone al Espíritu. Por eso cuando Pablo habla de las obras de la
carne (Gál 5,19ss; Col 2,18), se refiere a las cosas que encierran al
hombre en lo que se opone a Jesús; y esto puede ser la lujuria, pero
también la rivalidad, la envidia, la vanidad y orgullo, la idolatría... Que
la carne se opone al Espíritu no se refiere, pues, al sexo, sino a todo
lo que es contrario a una visión cristiana de la vida.
La persona que es consecuente con su fe en Jesús y opta por el
Reino se siente libre frente a todo y, por lo tanto, también frente a la
sexualidad. Aquí reside lo tremendo de vivir cristianamente la
sexualidad. Con todo lo fascinante y terrorífica que es, el cristiano
tiene que lograr su libertad frente a ella. Tiene que ser capaz de vivir
sin pensar obsesivamente en el sexo; y ha de ser capaz, también, de
tener relaciones sexuales dentro del matrimonio de un modo humano,
sin imaginarse que con eso se aleja de Dios. Lo importante es el amor
auténtico: si sabe amar de veras se sentirá libre para tener relaciones
sexuales o no tenerlas. Pero si no tiene amor, por más puro y casto
que sea, por más que cumpla todo tipo de leyes sobre la sexualidad,
será una persona que no está llevada por el Espíritu: será esclava de
la carne.
El ídolo del sexo
SEXO/IDOLO IDOLO/SEXO:Todos sabemos que no es fácil ser
libre ante muchas cosas, y menos aún frente al sexo. La sexualidad,
con toda su carga de instinto, de represiones, de fascinación y de
terror, fácilmente nos tiende sus trampas y nos impide esa libertad
que Dios quiere para nosotros.
Se puede caer en la trampa de la sexualidad cuando la búsqueda
del placer se convierte en un absoluto o también cuando el miedo al
placer se convierte en algo tan poderoso que tampoco deja ser libre.
A veces estas redes son tan sutiles que nos pueden tener atrapados
sin darnos cuenta siquiera. Gran parte de la sexualidad funciona a
niveles inconscientes, y por ello es fácil engañarnos. Es muy posible
que nos creamos muy libres frente al sexo, pero que, en realidad, de
un modo inconsciente, estemos llenos de cadenas. En pocas cosas el
hombre es tan capaz de engañarse a sí mismo como en esto. Algunos
no son sino esclavos necios que desconocen sus cadenas o se burlan
de ellas.
A veces las dificultades son de tipo interno, fruto de una mala
educación en este terreno. Con frecuencia también las dificultades
vienen de fuera, de la manipulación que la sociedad hace de nuestra
sexualidad. Por todas partes nos rodea y nos ataca una verdadera
manipulación social del sexo.
La política y la economía saben que cuentan con la sexualidad
como una arma poderosa para conseguir los fines que a ellos les
interesa. No tienen inconveniente ninguno en manipular la sexualidad,
pues necesitan el control de los instintos para mantener a la gente
dentro de sus intereses.
El control de la sexualidad es uno de los instrumentos más
importantes para mantener el poder: "Si controlo tu sexualidad,
controlo toda tu persona", parece ser uno de sus lemas. Por eso las
dictaduras se preocupan tanto de la represión sexual. En cambio, el
Evangelio no le tiene miedo a la sexualidad porque no le tiene miedo a
la libertad.
El sexo convertido en ídolo emboba a la gente y la mantiene sujeta
al sistema. Los adoradores del sexo no son nada peligrosos para el
sistema, sino todo lo contrario, sus dóciles servidores.
El caso más típico es el de la publicidad. Con ella la sociedad utiliza
y manipula de continuo la insatisfacción sexual. Ellos estudian muy
bien cómo hacer usar un producto asociándolo a la insatisfacción
sexual. A nivel inconsciente, nos hacen creer que tomando tal bebida
o usando tal colonia, tendremos a nuestra disposición una señorita o
un chico guapísimo... En fin, toda una técnica muy estudiada para
hacernos comprar y consumir. Y todo ello aprovechándose y
manipulando nuestras necesidades afectivas. Lo que a ellos les
interesa es que el hombre produzca y consuma, y para ello utilizan la
sexualidad como medio para que este sistema de producción y de
consumo se mantenga.
De este modo, la sexualidad, esa realidad buena y profunda creada
por Dios para el encuentro con los demás, se convierte en un ídolo
que esclaviza y aliena profundamente. Deja de ser un medio para
encontrarse con el otro en profundidad y se convierte en algo que
atonta y embrutece a la vez.
No podemos servir al mismo tiempo a Dios y al sexo. Cuando el
sexo lo convertimos en ídolo, entonces es imposible servir
auténticamente a Dios.
El cristiano no puede dejarse manipular por nada ni por nadie. Por
eso ante la sexualidad no debe acobardarse, ni tomarla a broma, ni,
mucho menos, convertirla en un objeto de veneración. Es más,
tenemos que luchar contra esta sociedad que utiliza y manipula algo
tan serio, don maravilloso de Dios.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Estamos obsesionados por el sexo? ¿Somos hipócritas en este
punto? Insistamos en ser sinceros...
2. Busquemos ejemplos de cómo la propaganda convierte al sexo
en un ídolo y reflexionar el por qué de ese interés de los comerciantes
y a veces también de los políticos.
3. Conversemos y aclaremos entre todos qué entendemos por
sexualidad humana.
4. ¿Cómo entendemos ahora eso de la sexualidad de Jesús?
5. ¿A qué se refiere San Pablo cuando contrapone a la carne y el
Espíritu.
7 - PADRES E HIJOS
PADRES/HIJOS: Es éste un tema que es tratado con frecuencia en
la Sagrada Escritura. Ya hemos visto bastantes citas sobre ello en el
Antiguo Testamento. Veamos ahora algunos puntos de vista
complementarios de los Evangelios.
Riesgo y grandeza de la paternidad
Centremos este tema en el caso presentado en el capítulo primero
de Marcos acerca de las llamadas dudas de San José.
Se ha supuesto que María no comunicó a su prometido el
problema que suponía su embarazo. Pero ella no pudo haber tenido
ese orgullo de sufrir y hacer sufrir los malos entendidos sin dar
explicación alguna. Ello hubiera sido una falta por parte de María, y
sabemos que ella no cometió pecado. Ni tampoco podemos suponer a
José pensando mal de María y decidiendo dejarla abandonada a su
suerte. El era "hombre justo", y, por consiguiente, temeroso de Dios.
Por eso precisamente se apresta a dejar a María, una vez que se ha
enterado por ella de que Dios la ha tomado para sí. Como cualquier
joven sincero cuya novia va a entrar en un convento. Allí no tiene él
nada que hacer. Siente el temor, indignidad e incapacidad de los
profetas del Antiguo Testamento.
Pero en su oración ve José que Dios lo quiere junto a María como
padre de Jesús: "Le pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1,21). Esta
frase significaba para un semita lo mismo que "tú tienes que ser su
padre". Poner el nombre es el símbolo de todo lo que de autoridad
incluía la paternidad, y la responsabilidad y los problemas que la
acompañan. Y eso era seguramente lo que había temido José. Dios le
hace ver que no tiene que temer por tratarse de una misión tan alta.
Dios lo necesita. Entonces José da su sí, con toda su grandeza y
todos sus riesgos.
Nuestro caso nunca es el mismo. Pero existen paralelismos
profundos. Pues, en el fondo, al igual que la pareja de Nazaret, las
atenciones que damos a nuestros hijos las recibe el mismo Jesús en
persona (Mt 25,40). La aceptación, temerosa y confiada, de la
responsabilidad del hijo, por parte de María y José, es un modelo para
nosotros. Muchas jóvenes parejas sienten temor a hacerlo mal cuando
les llegue el momento de ser padres. Y es una buena señal. Aceptar
la paternidad, conscientes de su grandeza, pero temerosos de sus
riesgos, es la única actitud consecuente. Veámoslo más
concretamente.
Padres como Dios es Padre
Un día dijo Jesús: "Tienen que ser buenos del todo, como es bueno
su Padre del cielo" (Mt 5,48). El estilo del Padre del cielo debe ser el
estilo de los padres de la tierra. Así quiere Jesús que sean los padres
de este mundo.
Desde este punto de vista se puede hacer una lectura muy sabrosa
de la conocida parábola del "hijo pródigo" (Lc 15,11-32), que en
realidad es la parábola del padre más desconcertante que uno se
puede imaginar.
El padre de la parábola empieza por repartir los bienes apenas se
lo pide el hijo menor. No se limitó a hacer testamento, sino que
efectivamente le entregó la mitad de la fortuna al menor de los hijos. Y
no sólo le entregó el dinero, sino que además lo dejó que se fuera de
la casa con aquel capital (Lc 15,13). Por lo visto el chico tenía poca
cabeza. En consecuencia, pasó lo que tenía que pasar: en cuatro días
derrochó la fortuna y llegó a pasar hambre (Lc 15,13-17). La
necesidad y la miseria le obligaron a volver, con las orejas gachas y
lleno de vergüenza, a la casa de su padre. La cosa no era como para
festejarle el chiste a aquel cabeza hueca. Lo asombroso del caso es
que, cuando el muchacho asomó por las puertas de la casa, el padre
no le llamó la atención, ni aun siquiera se puso a preguntarle lo que
había pasado. La única cosa que se le ocurrió fue organizar una fiesta
mayúscula: los mejores trajes, la mejor comida (Lc 15,22- 23) y hasta
una orquesta (Lc 15,25).
Pensando fríamente las cosas, todo aquello no tenía ni pies ni
cabeza. Y prueba de ello fue la reacción del hermano mayor. Cuando
volvió del trabajo y se dio cuenta de la fiestaza que su padre había
organizado, dijo que él no iba a participar (Lc 15,28). Una reacción
completamente lógica. No le faltaban sus buenas razones, ni tuvo
pelos en la lengua para echarle en cara a su padre lo que estaba
haciendo: "Mira, a mí, en tantos años como te sirvo sin desobedecer
nunca una orden tuya, jamás me has dado un cabrito para comérmelo
con mis amigos; pero cuando ha venido ese hijo tuyo, que se ha
comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero
cebado" (Lc 15,29-30). Según nuestra manera de pensar, este joven
tenía razón. A cualquiera de nosotros se nos hubiera ocurrido la
misma reacción o quizás más dura aún.
Y sin embargo, la verdadera razón estaba de parte del padre. Pues
un padre no es un patrón que domina a sus hijos, y menos aún un
juez que exige en justicia lo que a cada uno le tiene que exigir. El
padre es el origen de la vida que se prolonga en el hijo. Y, por eso, es
también el origen de todos los bienes que con la vida se transmiten al
hijo. El padre es, por lo tanto, el ser que siempre está a favor del hijo,
no sólo cuando el hijo es bueno, sino también cuando el hijo es malo;
no sólo cuando el hijo va por el buen camino, sino también cuando el
hijo se desvía, cuando se equivoca e incluso cuando comete el mayor
de los delitos.
Pero el problema está en saber cómo actuar para estar
efectivamente siempre en favor del bien de un hijo. Porque amar no
es necesariamente lo mismo que permitir. Es más, a veces puede
ocurrir que una actitud permisiva con respecto a los hijos les resulte
totalmente perjudicial. ¿Cómo hacer, pues, para que verdaderamente
el padre esté siempre en favor del hijo?
En la parábola el padre respondió a su hijo mayor unas palabras
que son todo un programa: "¡Hijo mío!, tú estás siempre conmigo y
todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31). La verdad es que el hijo mayor no
tenía derecho a protestar. Y no tenía ese derecho porque cuando en
una familia las relaciones de hijos y padres van como Dios manda,
entonces la mayor alegría de los hijos no está en lo que reciben de los
padres, sino en que están con sus padres. Cuando en una familia las
cosas van al estilo de Dios, el padre puede decir con toda verdad a
cada uno de sus hijos: "todo lo mío es tuyo".
Esto quiere decir que, en un grupo familiar, las cosas van como
Dios manda cuando las relaciones de unos con otros no están
determinadas por "lo mío" y "lo tuyo", por "lo que a mí me toca" y por
"lo que a ti te corresponde", sino por una forma de convivencia
basada en la compenetración mutua, traducida en amistad, libertad y
transparencia. Cuando en una familia las cosas van por este camino,
se puede hacer lo que hizo el padre del hijo pródigo. Se puede y se
debe hacer, porque ésa es la única forma de llevar la relación
padre-hijo hasta sus últimas consecuencias.
En el fondo, se trata de comprender que lo único que
verdaderamente educa a los hijos es la bondad de los padres. Y de
comprender también que la bondad no puede ser suplida por ninguna
otra cosa. Es más, cuando la bondad se intenta suplir con
autoritarismos o violencias, lo más frecuente es incurrir en actitudes y
comportamientos que rozan con lo trágico o lo ridículo y que, desde
luego, siempre van en perjuicio de los hijos.
La verdadera autoridad
Lo peor que puede hacer un padre o una madre es intentar suplir a
base de dominio lo que le falta de verdadera autoridad. Porque
entonces el amor se convierte en miedo. Y la labor educativa, en una
auténtica labor destructiva.
La verdadera autoridad se basa en la capacidad y en la
competencia. Y estas cualidades no se fingen, ni se sostienen sobre
la base de cubrir las apariencias. En una convivencia diaria, que dura
tantos años, las cualidades de cada uno se muestran como realmente
son. Y es únicamente a partir de esa competencia desde donde cada
cual puede transmitir unos valores y una orientación válida para toda
la vida. Sólo desde la propia competencia y desde las propias
cualidades se puede verdaderamente educar a los hijos.
Quienes tienen auténtica autoridad no tienen por qué reprimir la
libertad. Por el contrario, quienes se empeñan en suplir su falta de
autoridad a base de imposiciones, no tienen más remedio que reprimir
las libertades. Aunque también es cierto que en el pecado llevan la
penitencia. Porque la consecuencia es el conflicto y, con bastante
frecuencia, el fracaso como padres.
Sincera atención a los padres
Jesús se apoyó en la tradición del Antiguo Testamento para
resaltar la importancia de ayudar a los padres ancianos.
Un día les echó en cara a los fariseos lo siguiente:
"Ustedes dejan tranquilamente a un lado el mandato de Dios para
imponer su tradición. Porque Moisés dijo: 'Sustenta a tu padre y a tu
madre, y el que deje en la miseria a su padre o a su madre tiene pena
de muerte' (Ex 20,12; 21,17; Dt 5,13; Lev 20,9). En cambio ustedes
afirman que un hombre puede decirle a su padre o a su madre: No
puedo ayudarte porque todo lo mío lo tengo destinado al Templo. En
este caso, según ustedes, esta persona ya no tiene que ayudar a sus
padres. Así ustedes anulan la Palabra de Dios con esta tradición que
han transmitido. Y de éstas hacen muchas" (Mc 7,9-13; Mt 15,3-6).
Como se ve, aquí Jesús recuerda y afirma el deber que tienen los
hijos de atender a sus padres. Pero lo importante no está simplemente
en eso. Porque Jesús se refiere más directamente a otra cosa: ataca
la hipocresía de aquellos señores. Primero la hipocresía religiosa. Y
como consecuencia de eso, la hipocresía y la falsedad en las
relaciones familiares. Estas dos formas de hipocresía estaban
organizadas por los dirigentes religiosos de Israel. Por supuesto, ellos
sabían muy bien que los hijos tienen obligación de atender a sus
padres cuando éstos lo necesitan. Pero los dirigentes se las
arreglaron para sacar a la gente el dinero que debía emplear en
cuidar a sus padres ancianos o enfermos. Así desatendían sus
deberes familiares y encima se quedaban con la conciencia tranquila.
Eso, justamente, es lo que Jesús ataca en este caso. Y lo ataca
diciendo que esa manera de entender y practicar la religión es una
hipocresía (Mc 7,6), que no sirve para nada delante de Dios (Mc 7,7).
Porque Dios se fija en "lo que sale de dentro" (Mc 7, 17). Lo que Dios
quiere es un corazón sincero y recto. Pero no le gusta en absoluto la
teatralidad de las prácticas externas, incluso las religiosas, si son
prácticas que de hecho sirven para encubrir un corazón duro y
egoísta, que es capaz de olvidarse, incluso, de sus propios padres.
En la mentalidad actual no es fácil que haya personas tan
estúpidamente religiosas que hagan como los dirigentes del tiempo de
Jesús. Pero el fondo de la enseñanza evangélica sigue teniendo
también para nosotros una actualidad palpitante. Hay gente que cubre
las apariencias, para quedar bien ante los demás, precisamente
cuando escurre el hombro ante las obligaciones y exigencias que le
imponen los deberes familiares.
En el fondo siempre nos encontramos con el mismo problema:
cuando las relaciones familiares no "salen de dentro", se cae
irremediablemente en actitudes y comportamientos hipócritas. Y el
resultado es la división, el conflicto o la soledad.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Podemos mostrarnos en casa y ante nuestra familia tal como
somos, sin tener que ocultar o disimular algo? ¿Por qué?
2. ¿Pensamos que nuestros padres han sido las personas que más
han influido en nosotros, según somos ahora, en nuestra forma de
pensar y de actuar? ¿Por qué?
3. ¿Cómo debemos educar a nuestros hijos? ¿A quién nos
debemos parecer? Poner ejemplos.
4. ¿En qué consiste, según el Evangelio, la verdadera autoridad?
Intentemos aterrizar en la vida concreta de cada día.
5. ¿Cuáles son, según nuestra forma de ver, los fallos más graves
que debe evitar un matrimonio para educar bien a sus hijos?
8 - LA SAGRADA FAMILIA
Vale la pena detenernos un poco a meditar sobre la Sagrada
Familia porque a todos nos interesa conocer más de cerca lo que en
realidad fue la familia más íntima de Jesús, y lo que nos puede
enseñar a nosotros ahora.
Como todo ser humano, Jesús fue, al menos en cierta medida, un
producto de su propia familia. Vivió en ella más de treinta años; allí
creció, se educó y aprendió muchas cosas (Lc 2,40 y 52). Por eso,
aquella familia es para nosotros un dato de primera importancia.
Pero, por regla general, los cristianos tenemos una imagen
desfigurada de lo que fue la "Sagrada Familia". Poco a poco se ha ido
formando en el pueblo la "imagen ideal" de la Sagrada Familia: San
José con sus barbas, en su taller de carpintero o quizás con una vara
de nardo florecido en la mano; la virgen María, tan inocente y tan
hermosa, dedicada a sus labores; y el niño Jesús, con cara de ángel,
aprendiendo el oficio de su padre o quizás jugueteando con un
pajarito. En fin, a veces nos gustan los detalles ingenuos...
En vez de aprender nosotros las cualidades y virtudes de la familia
de Jesús, quizás lo que estamos haciendo es aplicar a aquella familia
las cualidades y virtudes que a nosotros nos parecen las mejores para
una familia. Y así, hemos construido una imagen de la "Sagrada
Familia" en la que el marido, José, es un ciudadano ejemplar, un
trabajador intachable, modesto y resignado con su suerte; y la
esposa, María, es una santa mujer de su casa, con todas las virtudes
que adornan a la esposa y a la madre; y el hijo es el mejor de los
hijos, sobre todo el más obediente a sus padres. O sea, la familia
ideal.
No cabe duda de que si todas las familias del mundo fueran así,
esto sería una balsa de aceite y la tierra resultaría una antesala del
cielo. Pero lo malo del asunto es que no todas las familias son así, ni
pueden serlo.
En consecuencia, la pregunta lógica es muy sencilla: ¿Fue
realmente así la familia de Jesús? Y ¿son ésas las cualidades y
virtudes que nos enseña aquella familia? ¿Cómo fue en realidad?
Porque si aquella familia no hubiera tenido ningún tipo de problemas,
de poco nos podría servir su ejemplo, ya que nosotros estamos llenos
de ellos.
Una familia con problemas
Tenemos que quitarnos de la cabeza la idea de que la familia de
Jesús fue una familia sin problemas. Por los datos que nos dan los
Evangelios, sabemos que en aquella casa hubo problemas y
situaciones bastante serias.
Apenas comprometidos oficialmente a contraer matrimonio, José se
dio cuenta de que su mujer estaba embarazada, antes de haber vivido
juntos (Mt 1,18). La solución de este conflicto no debió ser nada fácil.
Supone mucha oración, mucho diálogo y muchos malos ratos. Ya
hemos hablado de este pasaje. En todo caso, este incidente nos
indica hasta qué punto en aquel matrimonio hubo situaciones difíciles
casi desde el primer momento.
El nacimiento de Jesús acarreó también problemas muy serios al
matrimonio: la persecución política, el exilio y el tener que verse como
emigrantes en un país extranjero (Mt 2,13-15). Incluso después de la
muerte del dictador Herodes, José se siguió sintiendo amenazado
como persona sospechosa ante la autoridad política (Mt 2,21-22),
hasta el punto de tener que volver a un pueblo perdido, Nazaret, en la
región más pobre, Galilea (Mt 2,23). Un pueblo, además, que tenía
mala fama (Jn 1,46).
Cuando llevaron al niño al templo por primera vez, un hombre de
Dios inspirado por el cielo, le dijo a la madre cosas terribles: el niño
estaba destinado a ser "señal de contradicción" y un motivo de
conflictos (Lc 2,35), y ella misma se vería traspasada por un
sufrimiento mortal (Lc 2,35).
Recordemos también el extraño episodio del niño cuando se quedó
en el templo sin decir nada a sus padres (Lc 2,41-51). El Evangelio de
Lucas señala expresamente que ni María ni José comprendieron lo
que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión (Lc 2,48 y 51). Lo
cual quiere decir que, también desde este punto de vista, en aquella
familia hubo problemas, porque había cosas que resultaban
preocupantes y que los padres no entendían.
En resumen: una familia con problemas. Y por cierto, de todas
clases: problemas matrimoniales, problemas políticos, problemas entre
los padres y el hijo. Una familia perseguida políticamente, desterrada,
exiliada, arrinconada en un pueblo perdido, arrastrando sombrías
amenazas, y viviendo situaciones que no resultaban fáciles de
entender. En definitiva, una familia con problemas graves. Sin duda,
como los problemas de tantas otras familias.
Desde el punto de vista de la fe, nosotros sabemos que en aquella
familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una casa: el
favor de Dios, su gracia y su palabra. Allí estuvo presente JESUS.
Pero esto nos viene a indicar que la presencia cercana y palpable de
Jesús no excluye los problemas, la incomprensión y hasta los
conflictos. Más aún, precisamente la presencia de Jesús fue la causa
de las dificultades y las tensiones que se produjeron en aquel hogar.
Por consiguiente, la familia ideal no es la familia donde no hay
problemas, sino la familia que escucha el Evangelio, que lo acoge y lo
vive, aun a costa de tener que soportar situaciones problemáticas. En
eso seguramente reside la enseñanza más importante que tiene para
los creyentes la familia de Jesús.
La personalidad de José
San José no era viejo. Ni parece probable que tuviera las barbas
blancas, la cara sonrosada y la figura endulzada con que lo pintan en
algunas estampas. Intentemos rescatar, en lo posible, su figura
histórica, distinguiendo algunos datos como ciertos y otros como
meras posibilidades.
Los Evangelios hablan poco de él. Lo cual ya es un dato. Eso
quiere decir que era un sencillo hombre de pueblo. Pero
perteneciente a una familia de muy larga tradición: era descendiente
de David (Mt 1,6; Lc 3,32). Sabemos que aquella familia había
conservado cuidadosamente la larga genealogía de sus antepasados
(Mt 1-17; Lc 3,23-38), lo cual denota cantidad de tradiciones
conservadas con esmero. Era un hombre sencillo, pero lleno de una
rica sabiduría popular con raíces muy antiguas.
No hay ningún apoyo bíblico para justificar la costumbre de pintar a
San José como un anciano. Ello va en contra las costumbres de
entonces. Peor aún si así se quiere indicar la virginidad de María: es
triste insinuar que María fue virgen porque se casó con un viejo. Con
ello además se está insinuando también un mal gusto de la joven
María. Ella era una chica muy normal y se casaría, como todas las
chicas de su tiempo, con un joven de su edad.
Ciertamente José era un trabajador manual (Mt 13,55). Habían
tenido antepasados poderosos, pero en aquel momento él vivía de su
trabajo manual. El oficio de "carpintero" pueblerino en aquel tiempo
abarcaba una cantidad de actividades que no se reducían a la
fabricación de muebles, sino que se extendía a la construcción de
casas y a una gama amplia de manualidades. Se podría decir que era
como el hombre hábil del pueblo, al que se recurre confiadamente
buscando solución a cualquier problema imprevisto. Todavía, en
nuestros pueblitos, ése es también el servicio polifacético del
carpintero.
No podemos olvidar tampoco la situación socioeconómica de
aquella región. Podemos afirmar que era un hombre sometido a la
dura situación que vivían los obreros de aquel tiempo, sobre todo en
aquella provincia de Galilea, región de pescadores y agricultores muy
pobres. Se sabe que entonces los campesinos no podían aguantar los
duros impuestos de sus cosechas cobrados por Roma y Jerusalén,
que llegaban alrededor del treinta por ciento. Algunos se veían
obligados a vender sus tierras y convertirse en peones rurales o,
simplemente, en mendigos. Esta dura crisis económica tuvo que
afectar gravemente a José y su familia.
Nos consta que en aquel tiempo hubo abundantes revueltas
populares en Galilea. Por la historia profana sabemos que cuando
Jesús tenía unos quince años se produjo un levantamiento armado de
los habitantes de Séforis, a pocos kilómetros de Nazaret, que fue
sofocado violentamente por el ejército romano y que costó la vida a
varios miles de judíos. ¿Fue allí donde murió José? La hipótesis no es
absurda, si bien no pasa de ser una mera hipótesis.
Dentro ya de este terreno de las probabilidades, algunos dan una
interpretación al pasaje evangélico de la sinagoga de Nazaret que no
deja de ser interesante.
El Evangelio de Lucas cuenta que un día Jesús leyó delante de sus
paisanos en Nazaret unas palabras que hablan de la tarea que debía
realizar el Mesías: dar la buena noticia a los pobres, liberar a los
presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos (Lc
4,18; ver Is 61,1-2). Pero resulta que Jesús leyó esas palabras de
Isaías saltándose una línea. Justamente la línea donde el profeta
hablaba de la venganza de Dios contra los enemigos de la nación
judía. Lógicamente, los paisanos de Jesús se extrañaron de que no
hiciera mención de las palabras que hablaban de la venganza divina
(Lc 4,22). Y se pusieron en contra de él, quizás por callarse lo de la
venganza de Dios contra los enemigos de su nación. Lo cual querría
decir que entre los habitantes de Nazaret, como generalmente
sucedía entonces, abundarían los nacionalistas, que soñaban con la
hora de la venganza, debido a la situación tan dura que estaban
soportando.
Es significativo el comentario que hizo la gente al escuchar a Jesús:
"Pero ¿no es éste el hijo de José" (Lc 4,22). Parece que a sus
paisanos le sorprende que un hijo de José no resulte nacionalista,
partidario de la venganza contra los enemigos de Israel. Quizás José
era un nacionalista, de los muchos que había entonces. Por lo menos,
ahí queda el hecho de que los vecinos del pueblo quisieron despeñar
a Jesús por un cerro (Lc 4,28-29). ¿Por qué?
Pero hay otro detalle que viene a reforzar esta opinión. El padre de
José se llamaba Jacob (Mt 1,16). Y, según tradiciones antiquísimas del
Talmud y los Midrash ese Jacob tenía un apodo: le llamaban "el
Pantera". Y de ahí que a José le dieran el apodo de "hijo del Pantera".
Si esta tradición es verdad, tendríamos que a José y su familia le
llamarían en su pueblo "los Panteras". Un apodo muy apropiado para
gente más bien belicosa.
Lo del apodo no tiene importancia. Lo que parece claro es que
José vivió en su propia carne la opresión que tuvieron que soportar
aquellas gentes, y que, quizás participó y hasta se comprometió (por
eso lo recordaban los vecinos de Nazaret) con la inquietud de los
pobres que buscan solución ante las opresiones que padecen.
Jesús vivió y sufrió la desdichada condición de los oprimidos de la
tierra. José no pudo vivir al margen de ese estado de cosas. Y cabe
pensar, en buena lógica, que parte de la opción de Jesús por los
pobres la aprendió de José y María.
Es aleccionador ver a José como un hombre solidario de su pueblo,
lejos de esa caricatura bonachona que a veces nos han querido
imponer.
La mentalidad de María
También la figura de María ha sido presentada con frecuencia
como una gran señora, muy rica, rodeada de nubes y de angelitos.
Con ello la piedad popular ha expresado su profunda devoción a la
Madre de Dios. Pero hay siempre el peligro de que la devoción de la
gente sencilla sea manipulada por otros intereses. Y entonces, puede
ocurrir que se camuflen la realidad histórica y el mensaje que se debe
tener en cuenta cuando pensamos en María. Ella ciertamente fue una
mujer pobre, de pueblo, sencilla, pero con un corazón maravilloso,
lleno de Dios y de espíritu de servicio.
Por los datos que nos suministra el Evangelio de Lucas, podemos
decir que la mentalidad de María era profundamente revolucionaria,
por más que dicha afirmación nos resulte desacostumbrada o incluso
escandalosa.
Una revolución es un cambio radical de una situación determinada.
De ahí que la revolución en sí no es buena ni mala, ni violenta ni
pacífica. Hay revoluciones malas, como las hay buenas; las hay
violentas, como las hay pacíficas. Afirmar que alguien es un
revolucionario es decir simplemente que se trata de una persona que
quiere y se esfuerza por cambiar pronto y de verdad una situación. Si
la situación es aplastante para la mayoría de la población, y alguien
dice que eso tiene que cambiar de raíz y lo antes posible, está claro
que se trata de una excelente revolución, más aún si se propone
conseguir sus deseos por medios pacíficos.
Pues esto justamente es lo que queremos decir al hablar de la
mentalidad que tenía María, la madre de Jesús. Porque así lo expresó
ella cuando fue a visitar a su prima Isabel. Allí María manifestó los
sentimientos que había en su espíritu (Lc 1,46-47). Tales sentimientos
se refieren, sobre todo, a la situación de la sociedad y a la manera
como Dios interviene en la vida y en la historia de los hombres.
"En verdad el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
El es santo
y su misericordia llega a sus fieles
generación tras generación.
Su brazo interviene con fuerza,
desbarata los planes de los arrogantes,
derriba del trono a los poderosos
y levantan a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide con las manos vacías..." (Lc 1,49- 53).
Como se ve, María cree que Dios interviene en la vida y en el
mundo de tal manera que, en realidad, su actuación resulta
revolucionaria, porque desbarata y derriba a los grandes y poderosos,
mientras que levanta a la gente sencilla, los humildes de la tierra;
colma de bienes a los pobres, mientras que a los ricos los deja "con
las manos vacías". María comprende que los planes de Dios son
completamente al revés de los planes del mundo. Porque los
proyectos sobre los que descansa la sociedad tienen su fuerza en el
poder, el dinero y el prestigio, pero, según María, Dios está en contra
de todo eso, porque está a favor de "los humildes" y "los
hambrientos" de la tierra: de los que no cuentan en los planes de la
alta sociedad...
El Dios en el que cree María es el Dios que transforma los pilares
sobre los que descansa nuestro mundo. No se trata de derribar a
unos poderosos para poner en su lugar a otros, sino de acabar con la
opresión y el disfrute de unos pocos que desprecian y oprimen a los
demás. Dios es el Padre de todos los hombres. Y por eso, está a favor
de todos. Lo que pasa es que la manera de ayudar a unos es
levantarlos, mientras que la manera de ayudar a otros es hacer que
dejen de ser opresores. Ahí está la explicación de la mentalidad
divina, que es la mentalidad que asimiló María.
El mensaje del Magníficat es un maravilloso resumen del mensaje
central del Antiguo Testamento. Y en él está presente también algo
central del mensaje de Jesús: que Dios es Padre bueno de todos, y
precisamente por ello opta por los desheredados y los despreciados
del mundo. María cree en el Dios de la Historia, en el Dios de los
pobres, en el Dios de Jesús... Ella sabe interpretar la Biblia desde el
dolor de su pueblo, con ojos de pobre... Enfoca la vida desde las
perspectivas del Reinado de Dios.
Libertad, comprensión y respeto
Ni siquiera el conflicto de generaciones se les ahorró a los padres
de Jesús. De hecho los Evangelios parecen haberse preocupado más
de reconocer las tensiones que la suavidad de sus relaciones. El
relato evangélico que vamos a ver confirma que los padres de Jesús
no consiguieron entender la profunda realidad de aquel hijo que se
iba haciendo mayor. Pero acogen en silencio lo que no entienden y lo
siguen meditando en su corazón.
"Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén por las fiestas de
Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años subieron a las fiestas,
según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron. Pero el
niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la primera jornada
se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; y, como no lo
encontraron, volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo
encontraron, por fin, en el templo, sentado en medio de maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían
quedaban desconcertados de su talento y de las respuestas que
daba. Al verlo se quedaron extrañados, y le dijo su madre:
¡Hijo!, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué
angustia te buscábamos tu padre y yo!
El le contestó: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tenía
que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a
Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su
interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, en
estatura y en el favor de Dios y de los hombres" (/Lc/02/41-52).
¿Qué es lo que esta historia nos puede enseñar a nosotros sobre
la familia?
Ante todo, hay una cosa bastante clara: Jesús no se quedó en
Jerusalén porque "se perdió" en el barullo de la gente de la gran
ciudad, como si fuera un niño ignorante que se extravía de sus padres
cuando lo llevan a la capital. Jesús no "se perdió", sino que "se
quedó" intencionalmente.
Y se quedó en la capital "sin que lo supieran sus padres", o sea,
se quedó allí sin avisarles que se iba a quedar. Esto resulta chocante,
pues Jesús no era el típico niño travieso, que les juega una mala
pasada a sus padres en cuanto éstos se descuidan. Y se queda en el
gran templo de la capital, consciente de que eso va a ser motivo de
gran preocupación para José y María.
¿Por qué se portó así Jesús? Si él se quería quedar en el templo,
pudo muy bien decírselo a sus padres, que se lo habrían permitido sin
dificultad. De esa manera se habría evitado su dolor. Pero no, el niño
se quedó a sabiendas de lo que hacía. Por eso se comprende la
pregunta de su madre: "¿Por qué te has portado así con nosotros?
¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!". Sin duda, lo
más misterioso para María no era que el niño se hubiera quedado en
el templo, sino que hiciera eso sin contar con ellos. Y eso debió ser
tan misterioso para María y José que ni siquiera se enteraron de la
respuesta que les dio Jesús: "Ellos no comprendieron lo que quería
decir". En realidad, ¿qué es lo que no comprendieron ?
Según la legislación de entonces, un muchacho de doce años era
un menor de edad. El padre tenía la plena potestad sobre su hijo
hasta que éste cumplía los doce años y medio. Hasta esa edad el niño
tenía la obligación estricta de obedecer en todo a sus padres. En los
documentos del tiempo se dice que a partir de los trece años
cumplidos el padre no tenía ya obligación de mantener a su hijo, de tal
forma que éste podía independizarse, contraer obligaciones y
casarse. En este Evangelio se da a entender que Jesús tenía un año
menos de la edad requerida para la autonomía propia del mayor de
edad. Por eso precisamente sus padres no alcanzaron a entender el
comportamiento del niño.
¿Qué es lo que viene a decir esta conducta de Jesús? Al quedarse
intencionalmente en el templo, sin decir nada a sus padres, Jesús
muestra su independencia con respecto a la propia familia. Tengamos
en cuenta que él no hizo eso por causa de una actitud de rebeldía
hacia sus padres, ya que en seguida añade el Evangelio que bajó con
ellos a Nazaret "y siguió bajo su autoridad".
Jesús mostró esa libertad porque para él lo único intocable era su
relación con el Padre Dios. Ni siquiera aquella familia tan maravillosa
era algo que había que mantener como absoluto. "¿No sabían que yo
tenía que estar en la casa de mi Padre?" Para él no hay nada más
que una relación definitiva e intocable: la relación al Padre. Por eso
dirá más tarde a sus discípulos: "No se llamarán 'padre_' unos a otros
en la tierra, pues nuestro Padre es uno solo, el del cielo" (Mt 23, 9).
Este es el problema básico para Jesús. La relación con el Padre Dios
cuestiona hasta las mismas relaciones familiares.
La familia de Jesús tuvo que soportar difíciles condiciones de vida;
pero, ante las dificultades, todos reaccionaban apoyándose unos a
otros.
José reacciona con una bondad y comprensión extraordinaria,
cuando se le presenta el problema del embarazo de su esposa. No se
muestra celoso de su honor; sino que, como hombre bueno, no quiere
perjudicar a María. Justamente por esa disposición puede acoger en
su corazón la revelación que Dios le hace: "No temas tomar a María
por esposa... " (Mt 1,20).
El largo viaje para el censo, el desprecio de los habitantes de
Belén, el nacimiento del Niño en un pesebre, la persecución de
Herodes, el viaje a Egipto, muestran a José y a María compartiendo el
sufrimiento y ayudándose a cumplir con la misión que Dios les había
encomendado. La visita de los pastores, la llegada de los magos, la
presentación en el templo, los muestran compartiendo la alegría de la
salvación.
Junto a José y María, "Jesús crecía en sabiduría, en edad y en
gracia, tanto para Dios como para los hombres" (Lc 2,52). Esta
educación que José y María dieron a Jesús no es autoritaria. El
incidente del templo nos demuestra cómo sus padres respetan a
Jesús. Los padres de Jesús saben que su hijo tiene su personalidad y
vocación propia, y, aunque no lo entienden, lo respetan.
Por su parte Jesús "volvió con ellos a Nazaret, donde vivió
obedeciéndoles" (Lc 2,51). Hijo respetuoso con sus padres, no
renuncia a su forma de ser ni a su misión; pero obedece a sus padres,
porque los quiere.
María "guardaba fielmente en su corazón estos recuerdos" (Lc
2,51). Ni María ni José quieren apropiarse para sí mismos al hijo; lo
preparan para su misión.
En la Sagrada Familia admiramos un gran cariño, que ayuda
mucho a que las personas se comprendan y se respeten cada una en
su forma de ser; y la unión necesaria para superar las dificultades de
la vida y disfrutar juntos las alegrías.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Hasta qué medida los problemas de nuestra familia nos ayudan
a comprendernos y a respetarnos más a fondo?
2. ¿Quién es para nosotros la Virgen María? ¿Cómo nos la
imaginamos? ¿Qué esperamos de ella?
3. Demos nuestra opinión acerca de lo leído sobre San José. ¿Qué
pensábamos antes y qué pensamos ahora?
4. ¿Nos empeñamos por mantener el modelo actual de la familia
como una cosa absoluta e intocable? ¿Hemos tenido que preferir
alguna vez la relación con el Padre Dios antes que la relación con la
familia? ¿Por qué? Contemos algún caso.
5. ¿Es Dios nuestro valor absoluto, que está sobre todo y ante
todo? Procuremos contestar con absoluta sinceridad.
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS
RD/FAMILIA FAM/RD: Ciertamente muchas familias creen en Jesús
y quieren honradamente seguirlo, colaborando para construir el Reino
de su Padre Dios. Intentamos en este capítulo esclarecer la relación
existente entre la construcción del Reino y la familia.
Familias abiertas
Seguir el ejemplo de la "Sagrada Familia" es hacer todo lo contrario
de lo que hace ese tipo de familia que sólo piensa en su propio
interés, sin preocuparse por los sufrimientos de los otros: la aspiración
suprema de ésta es no complicarse la vida, pues su horizonte es vivir
lo mejor que se pueda, sin importar cómo.
A Jesús, en cambio, su familia nunca le encerró en sí mismo. Es
más, la conciencia de su misión le impulsó a dejar su propia casa. Y a
partir de entonces viaja casi continuamente, sin establecerse en
ninguno de los sitios a los que llega. "Este Hombre no tiene ni dónde
descansar la cabeza" (Mt 8,20). En Cafarnaún la gente le insistía
"para que no se fuera de su pueblo. Pero él les dijo: Debo anunciar
también en otras ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque
para eso fui enviado" (Lc 4,42-43).
Cuando Jesús llama a sus apóstoles, éstos dejan su oficio y su
familia para seguirle (Mc 2,14). "Todo el que deja su casa, hermanos,
hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por amor de mi nombre
recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia la vida eterna"
(Mt 19,29).
No todos están llamados a dejar la propia familia, pero sí lo están a
mantenerse abiertos a los problemas de los demás. Jesús nos enseña
que no debemos limitar nuestras preocupaciones al pequeño mundo
de la familia.
Debe haber tiempo para oír la Palabra de Dios, para formarse
mejor, para comunicarse con los demás, para luchar por que el Reino
de Dios se haga presente. Esta es la lección que Jesús dio a Marta
cuando ésta presentó su reclamo porque María estaba sentada
escuchándolo: "Señor, ¿no se te da nada que mi hermana me deje
sola para atender? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió:
Marta, Marta, tú te inquietas y te preocupas por muchas cosas, sin
embargo, pocas son necesarias, o más bien una sola cosa es
necesaria. María escogió la parte mejor, que no le será quitada" (Lc
11,40-42).
La verdadera familia cristiana enseña a vivir en profundidad el
amor mutuo, pero rompiendo los muros en que instintivamente tiende
a encerrarse ese amor. Será tanto más cristiana la familia cuanto más
vaya dejando de ser exclusiva, cuanto más vaya queriendo como
verdaderos hermanos a los que no lo son. A los prójimos hay que
hacerlos cada vez más próximos; mirándolos a ellos hay que ver a
Jesús.
La dedicación de Jesús al Reino de Dios no quiere decir que
descuidó los deberes para con su madre. Tenemos un indicio claro de
que Jesús se preocupó de la situación de ella cuando en la cruz, poco
antes de morir, "al ver a su madre y junto a ella a su discípulo más
querido, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
El hecho de que se insista en el servicio de la familia a la
comunidad no quiere decir que la comunidad sea una alternativa a la
familia. Porque la familia desempeña funciones y tareas que no
pueden ser desempeñadas por ningún otro grupo humano. Los
cuidados y atenciones que recibe el niño, primero de la madre, y más
tarde también del padre, no pueden ser sustituidos por nadie.
La comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la
familia. Porque la comunidad de fe se construye sobre la base de la
libertad y la igualdad entre todos, con una indispensable dosis de
confianza y transparencia. Y cuando la familia se abre a la experiencia
comunitaria, compartida con otras personas, entonces, lógicamente,
las relaciones humanas se hacen más sanas y más limpias en el
grupo familiar.
Familias libres para construir el Reino del Padre
Hemos visto que el Evangelio y la familia no siempre coinciden . Y
no sólo no coinciden, sino que, incluso, son dos realidades que corren
el peligro de enfrentarse.
En cierta ocasión "estaba Jesús hablando a la gente, cuando su
madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con
él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están ahí fuera y
quieren hablar contigo.
Pero Jesús contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus
discípulos, dijo: aquí están mi madre y mis hermanos. Porque el que
cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y
hermana y madre" (Mt 12,46-50).
Una cosa resulta clara en este pasaje, a primera vista un tanto
extraño: Jesús se siente más vinculado a su comunidad de discípulos
que a su familia humana: antepone la comunidad a la familia.
Es que Jesús viene a establecer un nuevo orden de relaciones
humanas, basadas precisamente en que Dios es el Padre de todos y,
por consiguiente, todos los hombres somos hermanos. De esta
manera, la familia pasa a segundo término en las intenciones y
preocupaciones de Jesús. El centro es la relación con Dios como
Padre y la relación con todos los hombres como hermanos. Así se
comprende la significación tan honda que tienen aquellas palabras
que puso Juan en el prólogo de su Evangelio:
(La Palabra) vino a su casa,
pero los suyos no la acogieron.
En cambio, a cuantos la recibieron,
los hizo capaces de hacerse hijos de Dios;
son los que mantienen la adhesión a su persona.
Y éstos no nacieron de una sangre cualquiera,
ni por designio de una carne cualquiera,
ni por designio de un varón cualquiera,
sino que nacieron de Dios" (Jn 1,11-13).
No es ya la familia, ni el parentesco humano, lo que cuenta en el
proyecto de Jesús, sino la nueva gran familia de los "que mantienen la
adhesión a su persona", con lo que son "capaces de hacerse hijos de
Dios".
Saquemos algunas conclusiones de estos planteamientos:
1º - Jesús exige a sus seguidores una libertad total con relación a
su propia familia. De la misma manera con que Jesús exige a los
discípulos vivir libres con relación al dinero, al poder y al prestigio,
igualmente exige también a sus seguidores una libertad real con
relación a todo lo que crea dependencias y ataduras basadas en los
lazos humanos que brotan del afecto familiar. Por eso, Jesús no
acepta ni la despedida de los parientes, ni aun siquiera el entierro del
propio padre (Lc 9, 59-62). Por eso también, Jesús no reconoce más
familia que la comunidad de sus seguidores y ni siquiera acepta los
elogios que se hacen a su madre (Mt 12, 46-50).
2º - La libertad para trabajar por el Reino lleva consigo,
inevitablemente, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores, que a
veces pueden llegar a causar la misma muerte. Por eso Jesús habla
de la división y las espadas que él ha venido a introducir en el seno
de la familia (Mt 10, 34-37). Jesús anuncia el odio que va a nacer
entre padres e hijos (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los suyos que
todo el mundo les va a odiar por causa de él. Por consiguiente, está
claro que el Evangelio no presenta la unidad familiar como un valor
supremo. Hay algo que está por encima del amor entre padres e hijos
y hermanos de la misma sangre.
3º - Estos conflictos, odios y rencores tienen su explicación en una
cosa: el que quiera seguir a Jesús, tiene que renegar de sí mismo y
cargar con su cruz (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; 10,32; Lc 9,23; Jn
12,26; 13,36-37; 21,19). Es decir, el que quiera ser creyente de
verdad, tiene que renunciar al deseo de acaparar, a la pasión por
dominar y mandar, y a la pretensión por sobresalir y brillar. Pero no
sólo eso. El que quiera ser creyente de verdad, tiene que aceptar el
ser tenido por un delincuente al que hay que ejecutar (eso es "cargar
con la cruz" ). Y la experiencia nos enseña que lo que casi toda familia
fomenta es que sus miembros tengan mucho, que suban todo lo que
puedan en la vida y que brillen lo más posible.
Y no es que Jesús pretenda que los creyentes sean despreciados
u odiados. Es que él sabe perfectamente que el modelo de sociedad
en que vivimos está basado sobre los pilares del dinero, del poder y
del prestigio. Y el que se enfrenta a esos pilares, como lo hizo Jesús,
corre la misma suerte que él corrió. He ahí el secreto y la explicación
del conflicto cristiano entre el Evangelio y la familia.
Familias llamadas a la santidad
Con frecuencia se ha pensado que la familia no está llamada a
seguir de cerca a Jesús. Eso de la perfección cristiana era sólo para
los que tenían "vocación". Para los casados había otro camino: el
Evangelio era para ellos sólo algo remoto, que había que cumplir
únicamente en los puntos imprescindible para salvarse.
Pero el llamamiento de Jesús a seguirlo es para todos los que
dicen tener fe en él. Y él no solamente llama a cada persona, sino a la
familia y a la sociedad toda.
Si una familia quiere ser cristiana ha de estar dispuesta a seguir a
Jesús, viviendo con él, y así continuar en la tierra su actitud ante la
vida, su fe en el Padre Dios, su fraternidad, sus esfuerzos por ir
construyendo el Reinado del Padre.
La familia cristiana trata a todos como hermanos en plano de
igualdad; lucha contra el egoísmo y contra toda clase de avaricia;
orienta su vida desde el amor. Su preocupación central no consiste ya
en prosperar, sino en cómo construir comunidades de hermanos. Los
seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que suponga
disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y
están dispuesto a enfrentarse con los poderes que intenten reprimir,
explotar o manipular esta dignidad.
Este servir a Dios, haciendo propia la causa del hombre, fue la
misión de Jesús. La gloria de Dios es la dignificación de la persona
humana. El quiere a todos los hombres bajo un único señorío de Dios,
como Padre, donde todos vivamos como hermanos y donde todos nos
guiemos por la verdad, la justicia y el amor.
Estos son los ideales de todo el que quiera seguir a Jesús, sea que
se encuentre solo o acompañado, soltero o casado. Estos deben ser,
pues, los ideales que debe vivir toda familia que de verdad quiera ser
cristiana.
Solamente situándonos en la perspectiva del Reino podremos
comprender el profundo significado del matrimonio cristiano. Sin la
perspectiva del Reino el amor de la pareja se convierte en un juego
solitario sometido al azar de la pasión y de los sentimentalismos. El
amor de la pareja fuera de su contexto humano y político es un amor
reaccionario; es un amor encerrado en sí mismo y, por lo tanto, un
no-amor.
Los valores del Reino los encontramos sintetizados en las
bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Conoceremos algo del Reino a través
de los pobres, de los que sufren, de los que tienen hambre y sed de
justicia, de los que prestan ayuda, de los limpios de corazón, de los
que trabajan por la paz, de los que viven perseguidos por su fidelidad.
El amor de la pareja tiene que insertarse ahí, en el contexto concreto
de las bienaventuranzas.
El matrimonio cristiano tiene que ser compromiso social, y no, como
sucede con frecuencia, tumba en la que se entierra el compromiso. La
pareja creyente tiene como meta el ser feliz haciendo felices a los
demás. Casarse cristianamente supone un compromiso social en
pareja.
En una perspectiva bíblica el matrimonio y la familia se deben
convertir en una comunidad de amor abierto y universal. En el Antiguo
Testamento, el matrimonio es comparado con el amor de Dios hacia
su pueblo. Y en el Nuevo, es imagen de la unión y amor de Cristo con
la Iglesia-Humanidad.
El amor de Dios es integrador, es fuerza que acoge en sí a todos
los hombres y de esta forma crea fraternidad. El amor de Dios está
abierto a todos como fuerza de bien, de bondad, de perdón, de
fidelidad... El amor de Dios es Cristo mismo. Por eso, el matrimonio
será imagen de Dios en la medida en que su amor no se quede en los
dos, en la medida en que su amor sea integrador, fuerza abierta a
crear la unidad de la humanidad. Y será también imagen de Dios en la
medida en que su amor sea la fuerza de bien y de bondad que ayude
a salvar a los hombres de sus egoísmos.
Según lo dicho, el matrimonio no es una meta para lograr unidad y
amor de los dos, sino un punto de partida para llegar a ser unidad que
integre y acoja, y amor que salve. Esta es la meta.
Planteado así el matrimonio, tendríamos que llegar a la conclusión
de que, lejos de ser la tumba donde mueren y se entierran los
grandes y nobles compromisos sociales, debe ser como el generador
que crea y potencia todo compromiso social, pues él mismo es
compromiso social. Es la misma fuerza de la unidad y amor de la
pareja la engendradora de tales compromisos, porque el amor de por
sí es abierto, dinámico, creador.
El matrimonio cristiano no se reduce, pues, a casarse por la Iglesia.
Es necesario casarse para la Iglesia y para el mundo. Lo que fue
decisivo para Jesús, debe serlo también para la familia que creen en
Jesús. Por ello cualquier proyecto de familia vivido desde la fe debe
estar subordinado a la implantación del Reino de Dios, tal como lo hizo
Jesús.
Preguntas para el diálogo
1. ¿En qué medida mi familia está abierta a los problemas de los
demás? ¿O estamos encerrados en nosotros mismos? Seamos
sinceros al contestar.
2. ¿Qué hacemos como familia para ayudar a los demás? No se
trata de ayudas meramente personales, sino de la familia como tal.
3. Conversemos sobre la contribución que hacemos como familia
en la construcción del Reino de Dios. Detallemos el aporte que damos
y el que debemos dar.
4. ¿Nos sentimos llamados a la santidad como matrimonio y como
familia? ¿Qué podemos hacer para que la vocación a la santidad sea
en nosotros cada vez más una realidad?
5. ¿Es Jesús el centro de nuestro matrimonio y nuestra familia?
¿Qué debemos hacer?
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS
Se ha dicho con frecuencia que San Pablo traicionó la enseñanza
de Jesús con respecto a la familia y a la dignidad de la mujer. Y ello no
es tan cierto. Es necesario situar sus afirmaciones dentro de aquel
contexto histórico. Hay que saber distinguir entre textos doctrinales y
textos que hacen relación a las costumbres culturales de entonces y
aun a problemas muy concretos de una comunidad o región. Además,
la investigación actual nos está entregando una nueva ayuda al
distinguir entre cartas que verdaderamente escribió Pablo y otras que
fueron escritas años más tarde por diversos autores que usaron su
nombre.
Entre las cartas auténticas de Pablo están 1ª Tesalonicenses,
Gálatas, Filipenses, 1 y 2 de Corintios, Romanos y Filemón. Las
cartas de la cautividad (Colosenses, Efesios y quizás 2ª
Tesalonicenses), parece que no proceden del mismo Pablo, sino de
su círculo; las podemos llamar "postpaulinas". Las cartas pastorales (1
y 2 Timoteo y Tito), reflejan un momento posterior y más
institucionalizado de la Iglesia; se suelen llamar "deuteropaulinas".
Las cartas postpaulinas, deuteropaulinas y 1 Pedro reflejan en
parte la imagen del matrimonio y la familia que tenía aquella cultura
ambiental. Sus autores pretenden realizar un difícil equilibrio entre la
cultura ambiental y el mensaje de Jesús.
Pero, en general, se puede afirmar que todos estos textos, que, si
los comparamos con el tiempo actual, representan un retroceso, son,
de hecho, un avance, si los situamos en el contexto de la cultura y de
la sociedad de aquella época.
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
PABLO/MUJER MUJER/PABLO: Las mujeres desempeñaron en
las primeras comunidades cristianas algunas actividades importantes
en el anuncio y en la práctica de la fe. Son muchas las mujeres que,
en lenguaje paulino, "trabajaron duro" por el Señor (Rom 16,12).
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Lidia (Hch 16,14- 15),
negociante de púrpura, la primera convertida en Filipo, muy activa en
la comunidad. Mencionan también a Dámaris, (17,34), a algunas
profetisas (21,9), y a unas que confeccionan ropa para los pobres
(9,36-37).
Pablo revela a través de sus cartas que diversas mujeres participan
activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel que los
varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de liderazgo
de las comunidades.
Conocemos a Ninfa que, junto con Filemón y Arquipo, eran líderes
de una iglesia en su casa (Col 4,15). Evodia y Síntique son dos
mujeres importantes en la actividad pastoral de Filipo. Pablo les pide
que se pongan de acuerdo, puesto que "lucharon conmigo al servicio
del Evangelio" (Flp 4, 2-3).
Priscila, con su marido Aquila, son los jefes de una iglesia en Efeso
primero (1 Cor 16,19) y en Roma después (Rom 16, 3.5). Este
matrimonio precedió a Pablo en la tarea misionera y colaboró con él
en diversas partes, pero nunca estuvo subordinado a él. Se les
menciona siete veces y en cuatro ocasiones se nombra primero a la
mujer. Además, Priscila siempre es nombrada por su nombre y no por
el de su marido, señal de que era muy conocida en su actividad
pastoral. Era mujer instruida, pues intervino en la enseñanza cristiana
de Apolo, que era un hombre muy culto (Hch 18,26).
En Romanos Pablo saluda a María, Trifena, Trifosa y Perside, de
las que dice que "han trabajado mucho en el Señor" (Rom 16, 6.12).
Saluda a la madre de Rufo, "que ha sido para mí como una segunda
madre" (Rom 16,13). De una mujer, Junías, junto con su marido
Andrónico, dice Pablo que "son compañeros de cárcel, apóstoles
notables y se entregaron a Cristo antes que yo" (Rom 16,7). Saluda a
otras dos parejas, Folólogo y Julia, Nereo y su hermana, que
seguramente son también misioneros (Rom 16,15).
Especial mención merece Febe, que probablemente es la
portadora de la carta a los Romanos; de ella Pablo dice que es
"diaconisa de la Iglesia de Cencrea", y pide que la ayuden "en todo lo
que sea necesario, puesto que ella ayudó a muchos y entre ellos a
mí", dice él. En el sentido paulino, el diácono era responsable de una
Iglesia, con el oficio de misionar y enseñar.
Por Pablo sabemos también que diversos apóstoles y el mismo
Cefas misionaban acompañados de "alguna mujer hermana" (1 Cor
9,5).
O sea, que en tiempo de Pablo diversas mujeres aparecen
colaborando con él en la enseñanza, como misioneras itinerantes o
responsables de una Iglesia, como apóstoles y diáconos. Y Pablo las
estima y se alegra de ello. Tanto es así, que hoy día hay quienes
designan a San Pablo como promotor de la actividad pastoral de la
mujer.
Igualdad de la mujer
El movimiento de Jesús había producido una verdadera revolución
en lo referente a la dignificación de la mujer. San Pablo nos trasmite la
gran proclama de este movimiento misionero, anterior a él: "Ya no hay
diferencia entre judío y griego, entre quien es esclavo y quien es
hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos
ustedes son uno solo en Cristo Jesús" (Gál 3,28). Es ésta una
magnífica expresión del entusiasmo de entrada en una nueva forma
de existencia, tan distinta a la de la sociedad reinante... Muchas
mujeres entraron entusiasmadas en el cristianismo, pues en él
encontraban posibilidades de participación y protagonismo, que les
eran negadas en la sociedad en general.
Algunos textos de San Pablo han sido interpretados como
menospreciadores de la mujer y, por consiguiente, contrarios a su
igualdad con el varón. Veamos algunos casos, generalmente mal
interpretados por no considerarlos dentro del contexto histórico y,
además, por verlos desde la perspectiva de los textos
deuteropaulinos
1. Ciertamente él alguna vez aconseja a las jóvenes que no se
casen (1 Cor 7, 32-34). Pero este consejo hay que situarlo en su
contexto histórico. En primer lugar, en aquel ambiente tan machista, a
veces era la única forma de poder servir al Señor en las comunidades.
Se trata de un consejo de sentido común. Pero además debemos
saber que se trataba de un consejo subversivo según el orden
reinante en Roma. El emperador Augusto había dado un decreto por
el que imponía sanciones y fuertes impuestos a los solteros; y a las
viudas sólo se les permitía permanecer en su estado si habían
cumplido más de cincuenta años. Más tarde, Domiciano reforzaría aún
más esta legislación. El consejo de Pablo era un desafío a las leyes y
a los valores culturales dominantes, pues se dirigía especialmente a
personas de los centros urbanos del imperio.
Pero Pablo no sólo afirma las ventajas del celibato. También
defiende el matrimonio en contra de las tendencias ascéticas que lo
negaban. El énfasis con que subraya la reciprocidad y la igualdad de
las relaciones entre los sexos es notable y no encuentra parangón ni
en la sociedad judía ni en la pagana de su tiempo (ver 1 Cor 7, 3-5.
10-11). En esto Pablo recoge fielmente la tradición de Jesús. Y, por
cierto, nunca pone la unión matrimonial en función de la procreación.
Pablo hace aún más. Defiende la estabilidad del matrimonio incluso
cuando uno de los cónyuges se hace cristiano y el otro no (1 Cor 7,
12-13), a pesar de que el judaísmo, en este caso, consideraba roto el
vínculo.
2. En cuanto al problema del velo de las mujeres, ciertamente se
trata de un texto enrevesado y ambiguo (/1Co/11/02-16), pero se
encuentran en él aportes interesantes. El primer dato es la
constatación del hecho de que algunas mujeres oraban y profetizaban
en el culto como dirigentes (1 Cor 11, 5). El problema está en si deben
hacerlo con la cabeza descubierta o no. Pues las mujeres corintias
expresaban su conciencia de igualdad y libertad actuando
públicamente sin velo. Así rompían la costumbre de entonces y con
ello producían grave escándalo entre los cristianos no instruidos y
entre los paganos. Ante esto Pablo quiere que se respeten las
conciencias más débiles, como acababa de decir en la misma carta,
en el capítulo 8, refiriéndose al hecho de que algunos cristianos
comían carne sacrificada a los ídolos. El principio que da entonces,
vale también para lo del velo: "Es cierto que somos libres, pero
cuídense que esa misma libertad no haga caer a los débiles" (1 Cor
8,9).
En el caso del velo, comienza usando un argumento sacado de la
cultura y la filosofía ambiental: la subordinación de la mujer al hombre;
pero enseguida se corrige afirmando que "bien es verdad que en el
Señor no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la mujer sin el
varón. Pues si Dios ha formado del hombre a la mujer, el hombre nace
de la mujer, y ambos vienen de Dios" (1Cor 11, 11-12). En toda esta
sección de la carta (caps. 11-14) habla Pablo de la "edificación de la
comunidad". En ella reconoce la igualdad de los dos sexos y admite
las funciones dirigentes de las mujeres en las asambleas, pero les
pide por prudencia que no hagan obstentación de su libertad con un
comportamiento externo que planteaba graves problemas a la
evangelización.
3. Una tensión parecida, entre el mensaje cristiano de igualdad y la
cultura ambiental, la encontramos en el famoso texto de /Ef/05/21-33,
en donde Pablo habla de la relación entre el hombre y la mujer dentro
del matrimonio. Inicialmente se afirman unas relaciones no igualitarias:
"Las mujeres sean dóciles a sus maridos como si fuera al Señor;
porque el marido es cabeza de la mujer, como el Mesías, Salvador del
cuerpo, es cabeza de la Iglesia. Como la Iglesia es dócil al Mesías, así
también las mujeres a sus maridos en todo" (Ef 5,22-24).
La finalidad de este pasaje es subrayar que el matrimonio es un
"símbolo magnífico" (Ef 5,32) para revelar el amor que Dios tiene a la
humanidad. Siguiendo la tradición profética, en la que el amor divino
había sido simbolizado por el matrimonio, Pablo parte del matrimonio
judío tal como existía, para llegar a revelar el amor de Dios a la Iglesia,
a través de Cristo. Dice que Cristo es la cabeza (el jefe) de la Iglesia
(que es el cuerpo), así como el marido en aquella cultura era el jefe
de la mujer. Nótese bien que no quiere definir las relaciones de debe
haber entre marido y mujer. Se parte sencillamente de un hecho
cultural, sin cuestionarlo, ni mucho menos purificarlo. El hecho
existente entonces de la sumisión de la mujer al marido Pablo lo usa
para comparar la relación que existe entre la Iglesia y Cristo.
Pero, igual que hizo en 1 Cor 11, aquí también en seguida
recupera Pablo la novedad cristiana y pasa por eso a amonestar al
marido: "Debe amar a su mujer como a sí mismo" (Ef 5,33), ya que los
dos son una sola carne (Ef 5,25-33). A pesar de las ambigüedades,
procura enseguida recuperar el equilibrio.
Este difícil equilibrio entre mensaje de Jesús y cultura ambiental no
ha sido suficiente para impedir que en la historia posterior los textos
de Pablo fueran invocados como palabra de revelación para legitimar
el dominio del varón sobre la mujer.
La relación sexual según San Pablo
SEXO/PABLO PABLO/SEXO: Siguiendo el espíritu del
Mandamiento nuevo de Jesús, la escuela de Pablo lo concreta así en
el caso del matrimonio: "Maridos, amen a sus mujeres igual que el
Mesías demostró su amor a la Iglesia entregándose por ella" (Ef
5,25). Si Cristo, impulsado por su amor, ha hecho lo indecible por
llenar a su esposa, la Iglesia, de gracia y santidad, de igual manera la
entrega del hombre a la mujer tiene que estar llena de la misma
actitud. La unidad entre ambos debe ser tan profunda que llegue a
desaparecer toda posibilidad de ruptura y división, pues "el que ama a
su mujer a sí mismo se ama" (Ef 5,28).
Este amor tiene que llegar también a la esfera de lo sexual. San
Pablo habla claramente de ello en dos pasajes refutando un enfoque
demasiado libertino sobre la sexualidad y otro demasiado estrecho.
En el primer caso, ante la presencia de ciertos gnósticos libertinos,
para los que ninguna actividad sexual manchaba el espíritu, Pablo
muestra el carácter profundamente humano y personalista de la
relación sexual. Su enseñanza se apoya en una exigencia bautismal y
en una reflexión antropológica:
"El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor para
el cuerpo, pues Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a
nosotros con su poder. ¿Se les ha olvidado que son miembros de
Cristo?, ¿Y voy a quitarle un miembro al Mesías para hacerlo miembro
de una prostituta? ¡Ni pensarlo! ¿No saben que unirse a una
prostituta es hacerse un cuerpo con ella? Lo dice la Escritura: 'Serán
los dos un solo ser'. En cambio, estar unido al Señor es ser un
Espíritu con él. Huyan de la lujuria; cualquier perjuicio que uno cause
queda fuera de uno mismo; en cambio, el lujurioso perjudica a su
propio cuerpo. Saben muy bien que su cuerpo es templo del Espíritu
Santo, que está en ustedes porque Dios se lo ha dado. No se
pertenecen a sí mismos; han sido comprados pagando; pues
glorifiquen a Dios con su cuerpo" (/1Co/06/13-19).
Por razón del bautismo el hombre entero, hasta en sus estructuras
corporales, ha sido transformado por Cristo. El cuerpo participa
también de este destino, que le lleva a convertirse en realidad
sagrada, propiedad exclusiva de Dios. Está impregnado por la fuerza
del Espíritu que resucitó el cuerpo de Jesús. De ahí la urgencia de
glorificar a Dios con el propio cuerpo; pero esa glorificación no es
posible mientras la unión sexual no manifieste la plenitud y totalidad
de su significado.
La entrega corporal, en efecto, no es un gesto sin importancia, sino
que expresa un mensaje profundo. No se reduce a una simple
necesidad biológica, como "la comida es para el estómago" (1 Cor
6,13), sino que la donación del cuerpo, como símbolo de la persona
entera, supone la ofrenda de toda la persona, cosa que no se realiza
en la unión con una persona no amada.
En el segundo caso, en Corinto, bajo la influencia del espiritualismo
griego, algunos predican la abstención matrimonial. Creían que el
cuerpo era malo por naturaleza. Los consejos del apóstol muestran un
equilibrio realista extraordinario. Negar las relaciones sexuales en el
matrimonio supone el desconocimiento de los deberes mutuos entre
los esposos, pues por la entrega matrimonial se pertenecen el uno al
otro: "La mujer ya no es dueña de su cuerpo, lo es el hombre; ni
tampoco el hombre es dueño de su cuerpo, lo es la mujer" (1 Cor
7,4). La continencia puede darse dentro del matrimonio, pero de una
forma temporal y pasajera para fomentar la oración. Lo contrario sería
imprudencia y un posible engaño, ya que "cada uno tiene el don
particular que Dios le ha dado" (1 Cor 7,7).
Las cartas paulinas posteriores a Pablo
El pensamiento de Pablo es desarrollado después de él en una
línea en la que cada vez predomina más el punto de vista masculino.
En las cartas a los Colosenses y a los Efesios y en la 1ª de Pedro
encontramos los famosos "códigos domésticos" que, en sustancia,
legitiman la estructura patriarcal de la familia y el puesto del padre
como señor absoluto (Col 3,18 - 4,1; Ef 5,21 - 6,9; 1 Pe 2,18 - 3,7;
5,1-5). Y se exige la sumisión de la mujer a su marido (1 Pe 3,1; Tit
2,5).
Más tarde, en las cartas pastorales, el proceso de
institucionalización está bastante avanzado y, lógicamente también, el
de patriarcalización. Ahora la mujer debe oír en silencio; ya no puede
enseñar (1 Tim 2,11-12), lo que se opone a la costumbre de Pablo. Y
la justificación que da el autor es ciertamente despreciativa (1 Tim 2,
13-14). El Pablo auténtico no veía nunca a la mujer ni como tentación
para el hombre ni como responsable del primer pecado (Rom 5,
12-19). El autor de 1 Timoteo acaba restringiendo el papel de la mujer
a la mera maternidad (1 Tim 2,15), cosa que Pablo en 1 Corintios
nunca menciona.
En estas cartas deuteropaulinas la legitimación del orden patriarcal
va acompañada de la aceptación del orden político del imperio (1 Tim
2,1-2; Tit 3,1). El modelo de la casa patriarcal sirve para configurar la
vida y las relaciones internas de la comunidad cristiana. Por eso se
pide que se elija como obispo a un padre de familia probado y de
buena casa (1 Tim 3, 2-7; Tit 1, 7-9).
Al hablar del problema de las viudas (1 Tim 5, 2-16) se habla de
ellas con cierta rudeza y se quiere reducir su número. A las jóvenes se
les ordena casarse. Y sólo se puede aceptar oficialmente a las viudas
después de haber cumplido sesenta años y haber dado muestras de
vivir los valores de la sociedad patriarcal (1 Tim 5, 9-10).
En /1Tm/02/12 el autor dice de forma contundente: "A la mujer no
le consiento enseñar ni imponerse a los hombres; le corresponde
estar quieta, porque Dios formó primero a Adán y luego a Eva.
Además, a Adán no lo engañaron; fue la mujer quien se dejó engañar
y cometió el pecado". Este tipo de argumentación, contraria a la de
San Pablo, se repetirá continuamente en ambientes eclesiásticos,
incluso hasta nuestros días. Pero en aquel tiempo, hasta este texto
tan duro tenía su explicación. El autor de tamaña prohibición se está
refiriendo a un grupo de señoras ricas de Éfeso, recién convertidas,
que opinaban y discutían de todo, como si fueran grandes doctoras,
con lo que creaban serios problemas en su comunidad. Por eso se les
pide seriamente que sean más modestas y se pongan a aprender con
humildad.
Como resumen, podemos decir que en las cartas posteriores a
Pablo sus autores se dejaron influenciar en algo por la cultura de su
tiempo. Nos encontramos constantemente con dos datos en tensión:
el dato dignificante y liberador propio de Jesús y el dato
discriminatorio de aquel ambiente cultural. Por un lado asumen la
novedad introducida por Jesús en relación con la igualdad de la mujer;
por otro, no consiguen hacer valer esa novedad en su cultura y sigue
pensando en la sumisión de la mujer. Mantienen una ambigüedad
entre el elemento cultural y el que procede de Jesús.
La doctrina de Jesús es siempre la norma fundamental. Jesús es la
cumbre de la revelación. Nótese, además, que casi todos los
Evangelios se escribieron después de las cartas paulinas. Y
ciertamente, desde el proyecto de Jesús, surgen hasta nuestros días
exigencias emancipatorias de la mujer, muy críticas para la sociedad y
para la Iglesia. Estamos autorizados y, más aún, obligados a
promoverlas.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Cómo es considerado en nuestra Iglesia local el trabajo
pastoral de la mujer? ¿Qué nos enseña en esto San Pablo?
2. ¿Cómo podemos reinterpretar a la luz de este comentario el
tema de la igualdad de la mujer?
3. ¿Qué hemos podido profundizar sobre la relación sexual según
San Pablo? Concretemos las cosas nuevas que hemos aprendido.
11 - EL CELIBATO
CELIBATO/SENTIDO: Si la sexualidad es algo tan importante
dentro del plan de Dios, resulta algo extraño que algunas personas,
justo por ser fieles a Dios, decidan no casarse nunca. Mucha gente no
cree en el celibato o no lo entiende; algunos piensan que la persona
que renuncia al sexo es un reprimido que nunca podrá realizarse
plenamente.
Pero tenemos el hecho histórico de que Jesús no se casó. Y en
aquel tiempo ello era incomprensible. El que una persona renunciase
a formar una familia era algo realmente extraño, ya que el pueblo
judío había exaltado grandemente la fecundidad.
Si nos preguntamos por qué Jesús no se casó, resulta que no
encontramos en el Evangelio una respuesta directa y expresa sobre
ello. Y, sin embargo, debió existir una razón profunda para que Jesús
renunciase a algo tan santo como casarse y tener hijos.
A través de la historia, en la Iglesia se han dado diversidad de
razones para justificar y defender el celibato. Se ha dicho que es un
modo de testimoniar la otra vida en la que no habrá sexo. Se ha
insistido en que las personas consagradas a Dios deben ser puras,
ajenas a las turbulencias de la sexualidad.
Pero estos enfoques encierran algo terrible, porque en el fondo
suponen que la sexualidad es algo negativo, que hay que dejarlo a un
lado si se quiere avanzar en el camino de la fe. Piensan que Dios está
más contento si se renuncia al sexo. Y entonces resulta que hay
cristianos de primera y de segunda categoría, según renuncien o no
al sexo.
Evidentemente, éstas no pudieron ser las razones de Jesús para
no casarse.
En cierta ocasión, en la que Jesús les dice a sus discípulos que no
es lícito divorciarse, puesto que la mujer es tan persona como el
hombre y tiene los mismos derechos que él, los apóstoles se asustan
y afirman que "si ésa es la situación del hombre con la mujer, más vale
no casarse". A esto respondió Jesús:
"No todos comprenden lo que acaban de decir, sino solamente los
que reciben este don. Hay hombres que nacen incapacitados para
casarse. Hay otros que fueron mutilados por los hombres. Hay otros
que por amor al Reino de los Cielos han descartado la posibilidad de
casarse. ¡Entienda el que pueda!" (Mt 19, 11-12).
Vemos que Jesús empieza reconociendo que no todo el mundo
puede renunciar a una mujer o a un hombre. Es señal de inmenso
realismo. La sexualidad es sumamente exigente y no es fácil renunciar
a su realización. No todo el mundo puede "sublimar" su sexualidad. Es
decir, poner sus energías sexuales en otras cosas que no tienen que
ver directamente con ella.
Dice Jesús que no casarse "por el Reinado de Dios" es un don del
mismo Dios. Por consiguiente, se trata de algo bueno, un "carisma"
que Dios concede. Y si es un don divino, necesariamente contribuye a
la realización humana de quien lo recibe, ya que es imposible que
Dios dé algo que cause daño. Por lo tanto, si una persona encuentra
que en la vida de célibe no se realiza humanamente, eso quiere decir
que no ha recibido ese don o que lo ha perdido. Cada uno tiene que
encontrar el modo de realizarse humanamente mejor. Y es posible que
algunos se realicen humanamente renunciando al sexo. Pero quede
claro que el célibe "por el Reinado de Dios" no renuncia a su
sexualidad. Ya vimos que ésta no se reduce a lo genital ni a lo
meramente corporal, sino que es algo mucho más amplio.
Es importante recalcar que el motivo fundamental para elegir el
celibato es el Reinado de Dios. En ciertos casos, el deseo de
dedicarse a la proclamación y extensión del Reino, centrado en Jesús,
es tan grande, que el individuo se ve absorbido por ello. La creación
de una nueva sociedad según el modelo del Evangelio se convierte en
el interés fundamental, y entonces, por eso, y sólo por eso, se
renuncia al matrimonio y a la creación de una familia, a ejemplo de
Jesús.
Si este ideal deja de constituir lo más importante, entonces el
celibato pierde su sentido y se convierte en una limitación humana, en
un empobrecimiento, en algo perjudicial para el que lo vive. Los
peligros de convertirse en un solterón egoísta y neurótico serán
entonces probablemente muy grandes.
Del mismo modo que la ciencia, la filosofía o el arte no exigen de
suyo que el hombre renuncie a una familia, el Reino de Dios tampoco
lo exige. Pero puede darse el caso de que alguien encuentre que así,
a él particularmente, le va mejor para dedicarse más de lleno.
Evidentemente, otros, con otro modo de ser, con otro "carisma"
distinto, pueden servir al Evangelio y a Dios viviendo su sexualidad
plenamente.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Creemos nosotros que es posible y que es bueno que algunas
personas guarden celibato? ¿Por qué?
2. ¿En qué consiste para nosotros el ideal del celibato?
3. ¿Cómo podemos ayudar los casados a los célibes para que
vivan a fondo su vocación?
Epílogo:
Familia y futuro de la humanidad
FAM/PERSONA-RAON: Cuando un niño nace, no está acabado de
hacer; el niño, "se hace" del todo, no sólo por los alimentos que toma
y los cuidados físicos que recibe, sino además -y esto es decisivo- por
la relación que mantiene con los padres y con los demás miembros de
la familia y de la sociedad ambiental. El cariño que los padres
muestran al recién nacido, los sentimientos que experimentan hacia él,
la acogida, la ternura o, por el contrario, la indiferencia, la apatía, la
agresividad, todo eso y hasta los sentimientos más íntimos, se van
grabando en la intimidad del niño de tal forma que todo eso es lo que
va "haciendo" y configurando lo que será, durante toda su vida, el
equilibrio humano del futuro varón o mujer.
Mediante la familia, el niño pequeño se acomoda a las normas de
comportamiento vigentes en una determinada civilización. La familia
actúa, en todo tiempo y lugar, como el mejor instrumento de
transmisión de las tradiciones, los criterios, y los convencionalismos
de los padres. La vida y el trabajo de los hijos se determinarán por las
normas transmitidas. Así es como cada sociedad y cada civilización se
perpetúa, hasta el punto de que en eso reside una de las condiciones
esenciales para la continuidad de la civilización y de la Historia.
Esto quiere decir que la persona "se hace" en la familia. Y "se
hace" en la familia, no sólo porque de los padres recibe la vida, sino
además porque en la familia se forma y se organiza (o se deforma y
se desorganiza para siempre) la vida de la persona.
Pero si el bebé tiene la desgracia de nacer en una familia donde la
madre tiene sus necesidades afectivas descontroladas, o donde el
padre es una persona excesivamente rígida y dominante, entonces las
cosas se pueden complicar hasta el punto de que el hijo resulte un
individuo más o menos desadaptado o enfermizo.
Un desarrollo sano y adecuado del niño exige no sólo la
satisfacción de sus necesidades físicas, sino especialmente una
atención y un amor personalizados. Los niños educados sin una
auténtica familia muy difícilmente se adaptan a las condiciones de la
vida adulta.
Los hijos asimilan en el medio familiar cosas tan maravillosas como
son el amor, la fidelidad, la responsabilidad, el compromiso por los
pobres, la lucha por un mundo nuevo; pero con frecuencia asimilan
también cosas tan negativas como son el elitismo puritano, el racismo,
el machismo, el deseo de instalación y de lucro, la pretensión de subir
sin importarles aplastar a los demás, la acomodación a los valores
burgueses de la sociedad...
La libertad de cada individuo con respecto a su propia familia es
mucho menor de lo que normalmente nos imaginamos. Porque la
familia no es sólo un grupo de personas determinadas a las que el
sujeto se siente profundamente vinculado; es, además, un modelo de
realizar la vida. Y sabemos que, en la mayoría de los casos, el
individuo tiende a reproducir ese modelo.
Todo esto nos viene a decir que la vida de la familia en nuestra
cultura y en nuestra sociedad es un problema muy serio. Más aún
cuando tratamos de afrontar las exigencias de nuestra fe en Jesús
hasta sus últimas consecuencias.
Del modelo de familia que cultivemos y vivamos depende, ante
todo, el futuro de la humanidad... Y para ello, la Biblia, y Jesús, en
concreto, nos ofrecen una ayuda muy valiosa...
APENDICE:
LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES DEL CONCILIO
Por mucho tiempo en la Iglesia el matrimonio ha estado sumamente
desvalorizado. Sólo se daba importancia a lo jurídico y a lo moral. Los
valores bíblicos, teológicos y espirituales se mantenían marginados.
Antes del Concilio
Según el antiguo Derecho Canónico (cánones 1012, 1013 y 1801)
el matrimonio no era sino un contrato, basado en el consentimiento de
dos personas, "por el cual ambas partes se dan y aceptan el derecho
perpetuo y exclusivo sobre sus cuerpos, en orden a poner los actos
que de suyo son aptos para la generación de la prole". Como se ve,
se trata de una definición pobrísima y aun ofensiva: ¡Un contrato de
cuerpos...! Como si la pareja fuera únicamente un instrumento
mecánico para "hacer hijos". Se llegaba a mirar al matrimonio como
"remedio contra la concupiscencia..." Se daban normas minuciosas
sobre lo que se podía hacer y sobre lo que no estaba permitido. Pero
rara vez se hablaba del amor conyugal, y menos aún de la
espiritualidad y santidad matrimonial. La perfección cristiana estaba
reservada sólo para los religiosos.
En las primeras décadas del siglo actual hubo algunas reacciones
positivas en torno a los valores matrimoniales y se comenzó a hablar
del amor como elemento necesario para la vida conyugal. Por los
años treinta algunos teólogos se atreven a señalar como fin primario
del matrimonio el mutuo perfeccionamiento de los esposos y el amor
mutuo. Esta enseñanza fue condenada por el Santo Oficio el 3 de julio
de 1942. Pero, poco después, Pío XI la proclamó en su encíclica
"Casti connubii". Dice así su número 8:
"La formación interna recíproca de los casados, el cuidado asiduo
por perfeccionarse mutuamente, puede llamarse en un sentido muy
verdadero la causa y razón primera del matrimonio..."
Pío XII volvió a repetir conceptos parecidos. Diversos teólogos los
desarrollaron, como Guardini y Haring, Y Juan XXIII, en la "Mater et
Magistra", registra afirmaciones aún más amplias sobre los valores
matrimoniales y familiares. Hasta que al fin maduró el Concilio, con el
que se inició una verdadera revolución espiritual en el campo del
matrimonio y la familia.
En el Concilio
El Vaticano II se refiere expresamente al matrimonio y la familia en
los siguientes documentos:
- Constitución Luz de las Gentes (LG), nn. 11 y 47.
- Constitución Gozo y Esperanza (GE), nn. 47 al 52.
- Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nn. 77 y 78.
- Decreto Optatam totius, n. 10.
- Decreto sobre la Actividad Apostólica (AA), n. 11.
En el Concilio, el amor pasa a ser esencial en el matrimonio: "Este
amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a
persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la
persona y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad
especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas
como elementos y señales específicas de la amistad conyugal" (GE,
49). La alianza matrimonial está encaminada a formar una comunidad
de vida y de amor. El amor, según el Concilio, es la base, el
fundamento, el alma de la vida matrimonial y familiar.
Los números 48 y 49 de la constitución "Gozo y Esperanza" forman
un himno maravilloso al amor matrimonial. Se canta la unión íntima
entre los cónyuges; la ayuda y servicio mutuo; la donación y entrega
del uno al otro. El amor abarca el bien de toda la persona. Asociando
a la vez lo humano y lo divino, el amor lleva a los esposos a una
mutua y libre donación de sí mismos, expresada en actos y tiernos
afectos. El amor se perfecciona y se desarrolla por su misma
generosa actividad; supera toda inclinación meramente erótica y
convierte el acto sexual en mutua donación.
El sacramento del matrimonio da al amor un carácter sobrenatural.
"Este genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y
enriquece por la virtud redentora de Cristo... Los esposos cristianos,
para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortalecidos y
como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al
cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del Espíritu de Cristo
que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez
más a su propia perfección y su mutua santificación y, por tanto,
conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GE, 48). Según este texto,
matrimonio y amor están inseparablemente unidos.
El amor es tan importante, que hay que cuidarlo y hacerlo crecer
sin cesar. El número 50 usa expresiones como "cultivo del amor
conyugal", "cultivo del amor fiel"... No basta casarse por amor. Al amor
hay que cuidarlo y alimentarlo, regarlo y acariciarlo, para que crezca,
se desarrolle y dé fruto. Ello es una obligación de toda pareja.
La procreación no se antepone al amor, sino que es consecuencia
de él (GE, 50). Y esta fecundidad ha de ser generosa, pero
responsable.
El amor conyugal ha de ser el testimonio más preciado que deben
dar los esposos cristianos ante sus propios hijos y ante el mundo
entero: "De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable
y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en
la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la
fecundidad de la madre Iglesia..." (LG, 41).
Este amor los debe llevar a un compromiso activo y dinámico, de
forma que influya en el propio ambiente, trabajando por el cambio
social, político, económico y religioso (GE, 75 y AA, 14). Deben
colaborar con los hombres de buena voluntad para promover la paz,
la justicia y la verdad (AA, 14). De esta forma, los esposos, con su
testimonio de amor fuerte y fecundo, contribuirán a la extensión del
Reino que Cristo vino a implantar en la tierra.
Después del Concilio
Como eco y respuesta al Concilio fueron apareciendo poco a poco
otros documentos importantes.
En julio de 1968 Pablo VI publicó una encíclica sobre la "Vida
Humana", acerca de la regulación de la natalidad.
En 1979 el episcopado latinoamericano publicaba sus documentos
de Puebla. Sobre el tema matrimonial y familiar se habla en los
números 568 al 616. Afirman que "el matrimonio es una alianza a la
que se llega por vocación amorosa del Padre que invita a los esposos
a una íntima comunidad de vida y de amor... Un amor, así entendido,
en su rica personalidad sacramental, es más que un contrato; tiene
las características de una alianza" (P. 582).
A finales de 1980 se celebró en Roma un sínodo dedicado a la
"Misión de la familia cristiana en el mundo moderno". Fruto suyo fue la
exhortación apostólica de Juan Pablo II "Familiaris Consortio", de
noviembre de 1981.
En ella se insiste de una manera hermosa en la importancia del
amor conyugal y familiar: "El amor es la vocación fundamental e innata
de todo ser humano... El amor abarca también el cuerpo humano y el
cuerpo se hace partícipe del amor espiritual" (FC, 11). "Así como sin
el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin
el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como
comunidad de personas" (FC, 18). "El matrimonio propone de nuevo
la ley evangélica del amor, y con el don del Espíritu, la graba más
profundamente en el corazón de los cónyuges cristianos..." (FC, 63).
La fecundidad aparece como "el fruto y el signo del amor conyugal,
el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los esposos" (FC,
28).
Quedan superados antiguos desprecios, al reconocer por igual
"dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la
persona humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno
como la otra, en su forma propia, son una concretización de la verdad
más profunda del hombre, de su 'ser imagen de Dios'" (FC, 11). "El
matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el
único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se
estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad
consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran
valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el
Reino de los cielos " (FC, 16).
Con toda claridad se afirma que el matrimonio es un "sacramento
de mutua santificación". Y "de ahí nace la gracia y la exigencia de una
auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar..." (FC, 56),
espiritualidad que es todo un reto a construir.
Se insiste también en la necesidad de que la familia se abra a los
demás (FC, 21), en desempeño de una función social y política (FC,
44), orientada a la construcción de un nuevo orden internacional (FC,
48).
El nuevo Derecho Canónico, publicado en 1983, aun dentro de su
propio juridicismo, da una nueva definición de matrimonio: "La alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un
consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al
bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue
elevado por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre
bautizados" (1055).
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JOSÉ LUIS Caravias