LA FAMILIA, «ESCUELA DE FE»
Condiciones básicas


José A. PAGOLA
Vicario General
Profesor de Teología
San Sebastián


Los expertos no se ponen de acuerdo sobre la capacidad de la 
familia actual en la socialización de las nuevas generaciones. Mientras 
algunos (José Antonio Marina) ponen todo el peso en la educación 
escolar, otros (Luis Rojos Marcos, Javier Elzo) insisten en el papel 
esencial de la familia. Este último se expresaba recientemente en los 
siguientes términos: «En mi opinión, el asunto de fondo es que 
todavía no nos hemos tomado en serio la importancia de la familia 
como agente primero de socialización y educación. La familia fue, es y 
será muy probablemente, en el futuro inmediato, el primer agente de 
socialización de los niños y preadolescentes. Otra cosa es que los 
padres lo hagan más o menos bien, sean más o menos conscientes 
de su insustituible papel, estén más o menos capacitados para llevar 
a cabo su labor, o que la sociedad, en fin, reconozca esa labor..»1 
Si se piensa en la socialización de la fe, el panorama aparece, sin 
embargo, bastante sombrío. La actual crisis religiosa ha afectado, 
como es natural, a la familia, verdadera «caja de resonancia» de 
cuanto ocurre en la sociedad. Ya no se puede decir que la familia es 
una «escuela de fe». Por lo general, lo que se transmite en muchos 
hogares no es fe, sino indiferencia y silencio religioso. 
No pretendo en esta modesta reflexión entrar en análisis de 
carácter sociológico o pedagógico. Quiero darle a estas líneas un 
tono positivo y práctico. Estoy convencido de que, entre nosotros, la 
familia es el espacio en el que se está jugando, en buena parte, la fe 
o la increencia de las nuevas generaciones. Por eso las cuestiones 
que me preocupan son estas: ¿cómo pueden ser hoy nuestras 
familias lugar de socialización de la fe?; ¿qué podemos hacer que no 
estamos haciendo?; ¿cómo ayudar desde la comunidad cristiana a la 
familia en su labor educadora? 

1. Situación compleja
Una aproximación sencilla a la realidad religiosa de las familias 
permite constatar una situación variada y compleja. 

* Hay familias que mantienen viva su identidad cristiana. La fe 
sigue siendo en ellas un factor importante en la configuración de su 
hogar. Los padres tienen sensibilidad religiosa, aunque no acierten 
muchas veces a transmitir su fe a los hijos. Tal vez son un grupo más 
numeroso de lo que se piensa. Si encontraran un apoyo más firme y 
cercano de la comunidad cristiana, estas familias vivirían la fe de 
forma actualizada y harían de su hogar un ámbito gozoso de 
socialización del evangelio. 

* Hay un sector importante de familias donde lo religioso está 
quedando como «excluido» del hogar. Los padres se han alejado de 
la práctica religiosa y viven instalados en la indiferencia. Se bautiza al 
hijo, se celebra la primera comunión, pero no existe preocupación real 
por transmitir una fe que no se vive. Está creciendo incluso el número 
de padres que se oponen a que sus hijos tengan una iniciación 
cristiana. El hijo sólo respira en su hogar hostilidad a lo religioso, 
crítica sistemática o burla. 

* Está creciendo también el número de familias con problemas y 
conflictos graves que, de hecho, impiden un planteamiento religioso 
normal. No es fácil la vivencia y transmisión de la fe cuando la familia 
está desestructurada, cuando se está viviendo de forma crispada la 
separación de los esposos, cuando los hijos quedan como «perdidos» 
tras el divorcio de sus padres, cuando el hogar se convierte en un 
campo de combate y disputa permanente o cuando se vive la 
angustia del paro. 

2. Actitud de los padres
Es una ingenuidad hablar de la socialización de la fe en la familia 
olvidando la actitud de los padres ante el hecho religioso y ante la 
educación cristiana de sus hijos. Sin pretender una tipificación 
rigurosa y exhaustiva, sí podemos hacer algunas constataciones de 
carácter básico y orientador. 
Hay padres cuya postura es de absoluta despreocupación. No les 
preocupa la educación cristiana de sus hijos. No creen que la fe 
pueda ser de interés para su futuro. Sólo se interesan por la carrera 
del hijo, por el bienestar de la familia, por el disfrute del fin de 
semana. 
Bastantes padres experimentan una sensación de desorientación. 
Personalmente, viven una fe llena de dudas y contradicciones. 
Intuyen que la experiencia religiosa podría ser importante en la familia 
y para el futuro de los hijos, pero no saben cómo actuar. No se 
sienten capaces de transmitir su fe. 
Otros adoptan una postura más bien pusilánime y cobarde. Se 
dicen cristianos, pero no viven su fe con gozo, sino de forma inerte y 
rutinaria. No abandonan de manera clara y definitiva su fe religiosa, 
pero tampoco la toman en serio en su hogar. 
No pocos padres adoptan una postura de dejación y abandono. No 
se sienten responsables de la transmisión explícita de la fe a sus 
hijos. Pretenden ser suplidos por el colegio, la parroquia o las 
instituciones eclesiales, pero en el hogar apenas se hace esfuerzo 
alguno para compartir la fe. 
Hay, sin embargo, bastantes padres que tienen conciencia de su 
responsabilidad. Les preocupa la educación de la fe de sus hijos. Son 
conscientes de las dificultades, no se sienten tal vez suficientemente 
preparados, piden orientación y ayuda, necesitan apoyo.., pero están 
dispuestos a hacer de su hogar un espacio de convivencia cristiana y 
de educación en la fe. 

3. Las dificultades
He hablado ya de la dificultad de plantear la transmisión de la fe en 
hogares rotos, desestructurados o que atraviesan alguna crisis grave. 
A ello hemos de añadir algunas dificultades más generalizadas y que 
afectan a no pocas familias. 
En muchas familias, la primera dificultad es la falta de suficiente 
comunicación. La vida actual, con su organización plural, su ritmo 
agitado y su dispersión, dificulta gravemente la comunicación familiar. 
Las familias viven hoy más separadas que nunca a causa del trabajo 
de los padres, los estudios de los hijos y las diferentes posibilidades 
del fin de semana. Y cuando, por fin, se encuentran todos juntos, la 
televisión impone con frecuencia su «ley del silencio», impidiendo la 
convivencia familiar o introduciendo desde fuera los centros de 
interés sobre los que ha de girar la familia. Ahora bien, cuando falta 
verdadera comunicación en el hogar, es imposible compartir la fe y 
transmitirla. 
Otra dificultad es el desacuerdo entre padres e hijos. Sus criterios 
sensibilidades y actitudes responden a modelos culturales y sistemas 
de valores diferentes. Hemos de señalar, sin embargo, que, según 
estudios sociológicos recientes, el conflicto entre padres e hijos se ha 
ido suavizando en los últimos años, probablemente porque los padres 
han renunciado a imponer determinadas pautas de comportamiento. 
Por otra parte, en lo que se refiere al hecho religioso, parecen diferir 
cada vez menos las posiciones de padres e hijos en las familias 
jóvenes. Todos ellos se ven afectados por la misma crisis de fe y la 
tentación de indiferencia2. 
Muchos padres sienten, sobre todo, la dificultad de transmisión 
constatable en el contexto cultural de nuestros dias. Lo que se hace 
dificil no es sólo la transmisión de la fe, sino la transmisión en general, 
se trate de una tradición, de una cultura o de una ideología. Según la 
conocida antropóloga Margaret Mead, no vivimos ya en una 
«cultura-postfigurativa» donde los hijos aprenden de los padres 
como éstos aprendieron de sus abuelos. Ya no se aprende del 
pasado, sino del presente. La nuestra es una 
«cultura-configurativa» en la que las nuevas generaciones 
aprenden a vivir de sus compañeros afines, de la televisión o de la 
moda del momento. Incluso vivimos ya rasgos de una 
«cultura-prefigurativa», pues a veces son los padres los que, 
superados por el cambio cultural, comienzan a aprender de los hijos 
mejor adaptados a los tiempos. ¿Cómo vivir y transmitir la fe en este 
contexto social?3 
Naturalmente, la dificultad básica procede de la crisis de fe. En 
muchas familias se vive una fe diluida, difusa, rutinaria, con un 
trasfondo de indiferencia y dejación. Por otra parte, cada vez es más 
frecuente una religión «a la carta», de la que se toman algunos 
aspectos que gustan (bautizo, primera comunión..) y de la que se deja 
lo que supone exigencia y compromiso. En estos hogares no es 
posible una transmisión auténtica de la fe en Jesucristo. 

4. Las posibilidades de la familia 
Fácilmente se da hoy por supuesto que, debido a estas dificultades 
y a otras muchas, es muy poco o nada lo que se puede hacer en 
familia para educar en la fe. Muchos padres renuncian a su tarea sin 
conocer las posibilidades reales del hogar y antes de haber hecho 
esfuerzo alguno. Por otra parte, la pastoral que se promueve desde 
las parroquias y comunidades cristianas apenas tiene en cuenta a la 
familia, probablemente porque no existe la conciencia de que, en 
estos momentos, no hay institución, grupo humano o ámbito social tan 
decisivo como ella para echar las bases de una socialización de la fe. 
A mi juicio, es esta convicción la que hay que recuperar y reafirmar 
hoy con vigor, tanto entre los padres cristianos como entre los 
animadores de la acción pastoral. 
Lo primero a recordar es que prácticamente todos los estudios 
apuntan hoy hacia la conclusión de que, en estos tiempos de crisis 
religiosa, la acogida de la fe depende básicamente de que el sujeto 
tenga desde el inicio una experiencia positiva de lo religioso. La 
Persona vuelve, por lo general, a aquello que ha experimentado como 
bueno y ha vivido con satisfacción y sentido4.
FAM/IMPORTANCIA: Pues bien, la familia ofrece al niño el ámbito 
primario de acogida de la existencia y de personalización. En ella 
encuentra el niño esa «urdimbre constitutiva y urdimbre de identidad» 
(J. Rof Carballo) en la que se va tejiendo su ser. La familia es, en 
principio, el grupo humano con mayor capacidad para ofrecerle una 
experiencia positiva, gozosa, entrañable, de la vida y también de lo 
religioso. Según Gerardo Pastor, «ni las guarderías o escuelas, ni los 
grupos de coetáneos, ni las parroquias, ni los medios de 
comunicación social (prensa, radio y televisión), logran penetrar tan a 
fondo en la intimidad infantil como los parientes primarios, esos seres 
de quienes se depende absolutamente durante los seis o nueve 
primeros años de la vida (padres, hermanos, tutores)». 
Ningún grupo humano puede competir con la familia a la hora de 
poder ofrecer al niño el «suelo religioso y de valores» en un clima de 
afecto. En el hogar, el niño puede captar valores morales, conductas 
y experiencias religiosas, símbolos, etc, pero no de cualquier manera 
sino en un ámbito de afecto, confianza, cercanía y amor. Y es 
precisamente esta experiencia positiva la que puede enraizarlo en la 
fe religiosa. Es cierto que, en la medida en que se vaya emancipando 
de sus padres, el niño se pondrá en contacto con otras realidades y 
accederá a otros modelos de referencia. Llegarán entonces los 
conflictos y tensiones, pero no será fácil eliminar del todo la referencia 
religiosa de la familia si en el hogar el joven sigue encontrando una 
vivencia adulta y sana de la fe. Si la TV, los amigos y la calle tienen a 
veces una influencia tan grande, ésta se debe, en buena parte, a que 
en el seno de la familia hay abandono y dejación de los padres, y 
desde la parroquia o comunidad cristiana poco apoyo y orientación. 

5. Condiciones básicas
Esta capacidad que, en principio, tiene la familia para educar en la 
fe queda devaluada si no se dan, de hecho, unas condiciones básicas 
que es necesario promover desde la comunidad cristiana y la pastoral 
familiar. Indicamos algunas de importancia fundamental. 

* Es necesario que los padres se quieran y que los hijos sepan que 
se quieren. Experimentar que los padres se quieren es la base para 
crear el clima de confianza, seguridad y convivencia necesario para 
compartir y transmitir la fe. 

* Es importante, además, el afecto de los padres hacia los hijos es 
decir, la atención personal a cada uno, la dedicación, la cercanía, el 
respeto. Los padres sólo pueden ser modelo de identificación para los 
hijos si éstos se sienten queridos. Por otra parte, no se ha de olvidar 
la función simbólico-mediadora que los padres ejercen en la medida 
en que los hijos perciben—a través de ellos y en su bondad, respeto 
y perdón—el misterio de Dios Padre-Madre. 

* Es necesario también cuidar la comunicación de la pareja entre sí 
y con los hijos. Esto exige, antes que nada, evitar lo que puede 
generar desconfianza, recelo, dictadura, agresividad e imposición. 
Exige también cuidar más la convivencia (cierto control de la 
televisión, momentos de encuentro, salidas juntos..). Es importante, 
sobre todo, integrar a los hijos en la vida y organización del hogar: 
escucharlos en los asuntos que afectan a toda la familia; compartir 
con ellos las dificultades y los logros; distribuirse amistosamente 
tareas del hogar; participar de los éxitos o problemas de los hijos.. Es 
cierto que la vida moderna dificulta la convivencia familiar, pero lo más 
decisivo no es tener mucho tiempo para estar juntos, sino que, 
cuando la familia se reúne, se pueda convivir en un clima de 
confianza, cercanía y cariño. 

* No hay que olvidar tampoco la coherencia entre lo que se dice o 
se pide a los hijos y el propio comportamiento. Una conducta 
coherente con la fe y las propias convicciones tiene un peso y un 
valor decisivos, sobre todo ante jóvenes y adolescentes. Es esta 
coherencia con la propia fe lo que convence y otorga a los padres 
autoridad para socializar la fe. 

* Es también de gran importancia el cultivo de una fe más 
compartida por la pareja y por toda la familia. A veces, en el hogar se 
comparte todo menos la fe y las vivencias religiosas. Por desgracia, 
son muchos los que han sido educados en una fe individualista que 
necesita una profunda conversión. Sin duda, cada familia ha de 
recorrer su propio camino para ir aprendiendo a compartir más y 
mejor su fe; pero es necesario que los grupos matrimoniales y la 
pastoral familiar se comprometan decididamente en la búsqueda de 
este estilo de fe compartida en el hogar (oración en pareja y con los 
hijos, escucha de la Palabra de Dios en familia, diálogo sobre la fe, 
comunicación de experiencias, etc). 

* Cada vez es más frecuente el hecho de que un miembro de la 
familia (uno de los padres, algún hijo) se declare y viva como no 
creyente. Esta situación representa ciertamente una dificultad no 
pequeña, pero puede ser también un estímulo. Desde la comunidad 
cristiana se ha de hacer un esfuerzo especial para orientar y apoyar a 
los esposos que han de convivir en un hogar de estas características. 
No será superfluo señalar algunas pautas fundamentales de 
actuación: extremar más que nunca el respeto mutuo profundo y 
sincero; cuidar de manera especial el testimonio y la coherencia con 
las propias convicciones religiosas; evitar polémicas estériles en 
temas religiosos; confesar la propia fe descubriendo lo que a uno le 
aporta; saber que, por encima de todo, está siempre el amor mutuo y 
la pertenencia a una misma familia, en la que Dios quiere, con amor 
infinito, a creyentes y no creyentes6. 

6. La educación en la fe dentro del hogar
Los padres, en general, se preocupan de la formación humana de 
sus hijos por las consecuencias que puede tener para su futuro 
(carrera, formación técnica, profesión). A la educación en la fe no se 
le da tanta importancia. A muchos de ellos les parece suficiente 
«delegar» esta tarea en la catequesis parroquial o en el colegio. 
Sin embargo, un niño que participa en la catequesis o recibe 
formación religiosa escolar sin tener en su hogar referencia religiosa 
alguna, es dificil que asimile e interiorice su fe. Si en casa Dios no 
tiene importancia alguna, si Cristo no es punto de referencia, si no se 
toma en serio la religión, si no se viven las actitudes cristianas 
básicas, la fe no arraigará en él. El clima familiar es absolutamente 
necesario para interiorizar el mensaje religioso que el niño recibe en 
la catequesis o en el centro escolar. 
Pero la educación de la fe dentro del hogar no puede seguir hoy 
los pasos de aquella socialización casi mecánica del hecho religioso 
cuando la fe era impuesta como una herencia necesaria del pasado. 
El hijo necesita aprender a ser creyente en medio de una sociedad 
descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por 
tradición sino como fruto de una decisión personal, una fe vivida, que 
no se alimenta sólo de ideas y doctrinas, sino de una experiencia 
gratificante; una fe no individualista, sino compartida en una 
comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede 
crecer entre dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino 
comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente. 
Todo esto exige enseñar a los padres cristianos a educar en la fe 
de una manera nueva, donde lo importante es transmitir experiencia 
religiosa, más que ideas y doctrina; enseñar a vivir valores cristianos, 
más que imponer normas; desarrollar la responsabilidad personal, 
más que dictar órdenes; acercar a la comunidad creyente, más que 
promover un individualismo religioso; cultivar la adhesión confiada a 
Dios, más que resolver con precisión todas y cada una de las dudas 
del hijo.. Una de las tareas importantes de la pastoral familiar hoy ha 
de ser el apoyo, la orientación y el ofrecimiento de materiales y 
sugerencias para facilitar a los padres su labor educadora. 
No estará de más indicar aquí algunas pautas de actuación. Lo 
primero, sin duda, es no descuidar la propia responsabilidad. Nada de 
pesimismos ni de renuncias. Es mucho lo que se puede hacer. En 
primer lugar, preocuparse de que el hijo reciba formación religiosa en 
el centro escolar y tome parte en la catequesis de la comunidad 
cristiana. Luego, seguir de cerca esta educación y colaborar desde el 
hogar apoyando, estimulando y ayudando al hijo.
Es de suma importancia recordar que, a través de toda su 
conducta, los padres van transmitiendo a los hijos una determinada 
imagen de Dios. La experiencia de unos padres autoritarios, temibles, 
controladores, va transmitiendo la imagen de un Dios legislador, 
castigador, juez vigilante. La experiencia de unos padres 
despreocupados y permisivos, ajenos a los hijos, va transmitiendo la 
sensación de un Dios indiferente y lejano, un Dios como inexistente. 
Si los hijos, sin embargo, viven con sus padres una relación de 
confianza, comunicación y comprensión, la imagen de un Dios Padre 
se va interiorizando en sus conciencias de manera muy distinta. 
Es necesario superar el autoritarismo. Una educación autoritaria no 
conduce a una vivencia sana de la fe. La educación basada en 
imposiciones, amenazas y castigos es dañosa. El padre que no 
admite réplicas ni ofrece explicaciones, el que no orienta ni expone su 
propia experiencia, no educará en la fe. El hijo que vaya interiorizando 
la religión en un clima de coacción, amenazas y presiones, 
probablemente abandonará más adelante esa experiencia religiosa 
negativa y poco satisfactoria. 
Por muy buena que sea la intención, no todos los métodos 
garantizan una socialización sana de la fe7. No basta, por ejemplo, 
crear hábitos, repetir gestos mecánicamente, obligar a ciertas 
conductas, imponer la imitación de los padres. Sólo se aprende lo que 
se hace con sentido. Sólo se comprende lo que se experimenta. No es 
bueno rezar sin rezar, cumplir sin vivir, practicar sin saber por qué. La 
fe se aprende viviéndola con gozo. «Sólo educa aquello que se 
aprende afectivamente, con el corazón más que con la cabeza»8. 
La socialización auténtica de la fe se puede producir cuando los 
padres viven su fe compartiéndola gozosamente con los hijos. De ahí 
la importancia de la oración compartida en el hogar. Es mucho lo que 
se está haciendo estos últimos años, pero es menester un mayor 
apoyo y orientación desde las comunidades parroquiales9. Sólo 
apuntaré aquí algunas sugerencias. 

Es preciso promover una mejora del ambiente religioso del hogar. 
No se trata de recuperar el aspecto sacro que ofrecían los hogares 
hace unos años, pero sí de reaccionar ante el vacío y la asepsia 
religiosa introducida por las modas secularizadoras. No es difícil 
introducir algún símbolo, imagen o signo religioso de buen gusto; 
adquirir libros sanos y educativos; tener a mano evangelios y biblias 
para niños, hacerse con música apropiada para la interiorización y el 
«relax», cuidar el tono festivo del domingo (música, comida, mantel, 
flores..) etc.

Sería un paso decisivo iniciar a los esposos cristianos en la oración 
de la pareja. Entre esposos creyentes, más o menos practicantes, se 
dan condicionamientos y falsos pudores que es posible superar. Una 
oración sencilla, sin complicaciones, hace bien a la pareja creyente, 
alimenta su fe y puede ser la base para configurar un hogar cristiano. 
Pienso en una oración nacida de la vida misma del hogar, donde la 
acción de gracias a Dios venga acompañada del mutuo 
reconocimiento y agradecimiento, donde la petición de perdón a Dios 
brote del perdón mutuamente pedido y concedido, donde la súplica al 
Padre refuerce el apoyo mutuo, donde la oración por los hijos 
acreciente el amor hacia ellos. 

Desde la comunidad cristiana se ha de ayudar más a las familias a 
encontrar el modo concreto de integrar la oración en la vida del 
hogar. No es lo mismo orar con los hijos pequeños que hacerlo con 
adolescentes o jóvenes. Las posibilidades son múltiples10. Es 
importante, sobre todo con hijos ya crecidos, cuidar una oración 
sencilla, pero significativa, en momentos señalados de la vida familiar: 
cumpleaños de algún miembro, aniversario de bodas de los padres, 
antes de salir de vacaciones, al comenzar el curso, cuando alguien ha 
sido hospitalizado, al terminar unos estudios, al finalizar el año, etc. 
Personalmente, llevo algunos años tratando de introducir en los 
hogares una forma de oración diaria que, dentro de su modestia, 
pueda ser signo vivo de una familia creyente. Se trata de que la 
familia pueda reunirse en la sala al final del día, cuando, apagado el 
televisor, todos se disponen a descansar. Sólo unos breves 
momentos para comentar la jornada, dar gracias a Dios en silencio o 
de forma espontánea, rezar juntos despacio, muy despacio, el «Padre 
nuestro», invocar a María con el rezo del «Avemaría» y desearse un 
buen descanso. ¿Es tan difícil? 

7. Catequesis familiar parroquial
CATE-FAMILIAR: Una palabra sobre la catequesis familiar 
parroquial que no es otra cosa sino la labor educativa que los padres 
desarrollan en la familia para promover el despertar religioso y el 
crecimiento de los hijos en la fe. Esta catequesis debe proceder, 
acompañar y enriquecer toda otra forma de catequesis. Sus objetivos 
serían: «el primer despertar religioso, la iniciación en la oración 
personal y comunitaria, la educación de la conciencia moral, la 
iniciación en el sentido del amor humano, del trabajo, de la 
convivencia y del compromiso en el mundo, dentro de una perspectiva 
cristiana»11. 
El deterioro humano que se observa en no pocas familias y, sobre 
todo, la crisis religiosa hacen difícil hoy el desarrollo de esta 
catequesis familiar, a pesar de los intentos que se han realizado. No 
basta con invitar a los padres y proporcionarles algunos elementos 
pedagógicos. 
Sin embargo, sí creemos en el desarrollo de una catequesis 
familiar parroquial en la que los padres lleven a cabo una tarea 
educadora de la fe en su propio hogar, según un programa y unos 
objetivos concretos establecidos desde la parroquia. En esta 
catequesis, la parroquia se preocupa de preparar a los padres, tener 
contacto permanente con ellos, organizar encuentros entre padres y 
catequistas, cuidar también encuentros entre los hijos, etc. 
Esta catequesis familiar parroquial es una de las formas de esa 
colaboración absolutamente necesaria hoy entre la comunidad 
cristiana y la familia. Desde esa colaboración entre catequistas y 
padres, es más fácil desarrollar de forma actualizada el «padrinazgo 
cristiano» a través de personas que hacen un seguimiento cercano 
de niños pertenecientes a familias alejadas de la fe. Es posible 
también la atención a hijos de familias deterioradas o 
desestructuradas, invitándolos a los encuentros de niños, 
organizados en el hogar de una de las familias cristianas. La 
colaboración entre comunidad parroquial y familia es una tarea 
compleja que exigirá imaginación y esfuerzo ilusionado, pero es 
también labor urgente y apasionante para el futuro de la fe. 

J. A. PAGOLA
SAL TERRAE 1997/10. Págs. 743-754

........................
1. J. ELZO, «Familia y violencia», en Diario Vasco, San Sebastián, 23 de 
mayo de 1997.
2. J. GONZÁLEZ-ANLEO, «Cómo son nuestras familias cristianas»: Sinite 105 
(1994) 51; X BASUR- KO. «La familia y la dinámica sacramental de los 
hijos» Phase 203 (1994) 398.
3. Ver una presentación clara de esta problemática en P. OTAMENDl, «La 
familia ¿protagonista de la educación en la fe hoy?», en La educación en la 
fe, un reto para la familia creyente, Bilbao 1991, pp. 20-21.
4. J. MARTINEZ CORTÉS, «Posibilidades reales de educar en la fe por parte 
de las familias cristianas»: Sinite 105 (enero-abril 1994) 55-85; P. 
OTAMENDl, op. cit. p. 928. 
5. G. PASTOR, «Familia y transmisión de valores»: Misión Abierta 1 (1991) 23. 
6. M. SÁNCHEZ, «Cuando los maridos no creen..»: Misión Abierta 1 (1991) 
91-96.
7. J.M. GARCIA DE Dios, «Calidad del cristianismo y educación familiar en la 
fe»: Misión Abierta I (1991) 57-64. 
8. M. MARTÍNEZ, «El crecimiento de la fe en la comunidad familiar» en La 
educación de la fe, un reto para la familia creyente, Bilbao 1991, pp. 35-55. 
9. J.A. PAGOLA, Cómo vivir la fe en la familia actual, San Sebastián 1995, pp. 
23-31; V. PEDROSA, «La familia cristiana, 'lugar' de oración y celebración 
de la fe» en La educación en la fe, un reto para la familia creyente. Bilbao 
1991, sobre todo pp. 84-96.
10. La revista «Orar» ofrece esquemas y materiales sugerentes tanto en la 
misma revista como en sus Boletines. Ver como ejemplo los no. 81-82: «Un 
estilo de orar en familia: la oración diálogo». Ver también M. ICETA, Hogares 
en oración. 25 esquemas de oración familiar, Madrid 1979. 
11. Ver el Documento Catequesis de la Comunidad. n. 273.