La familia, con perdón

 

Diario de Navarra
Juan Luis Lorda

 

El pasado día 2, la Conferencia Episcopal Española publicó el Directorio de la Pastoral Familiar. Tiene cerca de 250 páginas y va dirigido a los que tienen un ministerio pastoral en la Iglesia. Este es el dato. 250 páginas no se leen en una tarde, pero el mismo día 2 hubo reacciones airadas y valoraciones de todo el espectro político y social. La política es así. En cuanto declara el primero, tienen que declarar todos. No puedes dejar pasar una oportunidad de salir y, sobre todo, no puedes dejar que el otro salga más que tú. Además, te ponen el micrófono en la boca y no vas a decir algo tan honrado y aburrido como que no sabes o que lo vas a estudiar. Ahora o nunca. Así que todas las posiciones políticas y gran parte de los grupos sociales se pronunciaron contundentemente sin haber tenido tiempo de leer el documento; y muchos, sin haberlo visto ni saber exactamente de qué va. Hoy sobre los atentados de Irak, mañana sobre la gripe asiática de los pollos y entre medio sobre el Directorio familiar de la Conferencia Episcopal

 

 

Algunos no creen que haya que leer nada, porque en estas cuestiones se sienten como en la trinchera. En cuanto el enemigo se mueve, hay que disparar a discrección. Declaran sin pestañear: «es reaccionario», «es antidemocrático» y «es homófobo». Y les pondrías en un compromiso si les preguntaras qué es exactamente lo reaccionario, antidemocrático y homófobo. Porque 250 páginas son muchas páginas. Pero es que todo lo que diga la Iglesia, por principio, tiene que ser «reaccionario, antidemocrático y homófobo». Tienen esa visión exclusiva y excluyente de las cosas, y no van a cambiar en dos días. Paciencia.

 

Una responsabilidad política

 

No tiene nada de extraño que los obispos españoles hagan una pastoral sobre la familia. Y nada raro es que, al analizar la situación, digan lo que todo el mundo ve: que se ha deteriorado en los últimos años; que han aumentado las crisis matrimoniales y que los matrimonios duran menos. Que pongan el dedo en la llaga al indicar los muchos sufrimientos que esto genera en las familias y, sobre todo, en los hijos. Y que señalen algunas causas también evidentes: que se quejen del aumento de la indisciplina sexual, de la frivolidad con que estos temas se tratan en la vida pública, y de la deriva legal que auténticos grupos de presión intentan introducir en el modelo familiar.

 

Es fariseísmo rasgarse las vestiduras y tapar el problema invocando principios democráticos. Las cuestiones familiares no son confesionales y tampoco son arbitrarias. En la democracia, las opiniones son honradas cuando respetan los hechos. Que el aumento de los divorcios es una desgracia para la sociedad es un hecho. Que es una pena que haya más niños que no puedan gozar de un hogar estable, con un padre y una madre que se quieran, es un hecho. Que aumente el número de madres solteras adolescentes, es un hecho y una desgracia. Que anualmente, aumente el número de hijos que van a la basura antes de nacer, es una tragedia para todos.

 

Juzgar estas cosas como una conquista democrática, ocultando el daño que suponen, es impresentable. Son hechos indudablemente verdaderos e indudablemente tristes que señalan graves carencias educativas, culturales y políticas. Y es necesario que las fuerzas sociales las afronten con honestidad, como problemas graves que son, sin tanto bote de humo ideológico que lo oscurece todo. El problema es que no saben por donde empezar, porque los excesos ideológicos y las trifulcas políticas -tanta palabrería- nos han dejado sin una doctrina familiar consensuada. Algo tan serio y tan delicado como la política familiar, va a la deriva y está a merced del que más alborota en los medios de opinión pública.

 

Un ideal de sexualidad y de familia

 

La Iglesia, desde luego, tiene un ideal de vida sexual, de matrimonio y de familia. Un ideal muy alto y muy hermoso. No es un insulto, sino un ideal que propone con todo derecho a la sociedad como un beneficio. Alguien podrá decir que se trata de una opinión confesional. En parte tiene razón, pero sólo en parte. Porque el ideal cristiano -uno con una y para siempre- no es una ocurrencia peregrina, sino que se acomoda a la verdad de las cosas.

 

La sexualidad humana está ordenada biológicamente a la unión conyugal de uno con una. Esto es necesario para procrear y lo mejor para cuidar a los hijos. Pero también es una unión de amor entre personas. Y el amor lleva en su entraña una promesa de eternidad. Cuando se quiere a una persona como persona, se le quiere querer para siempre (aunque quizá luego no sea así). La perseverancia -el para siempre- es la realización del amor conyugal; y lo que más conviene para la educación de los hijos. Uno con una y para siempre es la mejor realización de las aspiraciones que están insertas en la sexualidad humana. Esto no es confesional. Es la verdad observable de las cosas, su aspiración más íntima. Y el que consiga un amor y una familia así, sabrá que ha triunfado en este aspecto fundamental de su vida, y se sentirá realizado.

 

Todos sabemos que esto exige mucha preparación, mucho empeño y, con frecuencia, mucho heroísmo. Todos conocemos las dificultades y la cantidad de cosas que pueden salir mal. Por eso mismo, hay que poner todos los medios, públicos y privados, para que salga bien. Y es irresponsable lo contrario. Es un sinsentido que no se enseñe a los chicos el ideal de la vida matrimonial y que no se les prepare para un amor que dure. Es una pena que se extienda una educación sexual que promueve el egoísmo, que conduce a la indisciplina sexual, y que lleva a los chicos a confundir el amor conyugal con el sexo, y a no ser capaces de contenerse o de sacrificarse. Es ridículo que se presenten todas las posibilidades de vida en común como indiferentes e igualmente beneficiosas para la sociedad. Es absurdo que los medios políticos traten con tanta frivolidad estos temas que son mucho más serios que el IPC o el PIB.

 

Una cosa es respetar a las personas, comprender sus errores y tolerar sus fallos. Y otra es optar porque los fallos se conviertan en la norma común y el modelo de comportamiento. Es lógico que en una sociedad existan fórmulas para cuando las cosas no salen bien. Pero es absurdo que la sociedad apueste a que las cosas no salgan bien.

 

La Iglesia tiene claro su modelo matrimonial, porque Jesucristo no dejó lugar a dudas: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre»: uno con una y para siempre. Él sabía que es un ideal difícil de vivir, un ideal que muchas veces exige heroísmo, un ideal que exige, generalmente, oración y arrepentimiento, perdonar y recomenzar muchas veces. No se trata de maltratar a nadie. ni de ofender o atacar al que no le haya salido bien. Se trata de aspirar y de orientar, de promover y de proteger, de ayudar y de alentar. La Iglesia tiene el derecho y el deber de decir su mensaje. Tiene que tirar para arriba, aunque duela. Cumple su deber y beneficia a la sociedad cuando le recuerda cuáles son los ideales de la familia. Si se toman el tiempo y la molestia de leer el Directorio, estarán de acuerdo.