FE CRISTIANA, SEXUALIDAD Y FAMILIA
Fr. Antonio Mosser, o.f.m
Moralista
Brasil
"Fe cristiana, sexualidad y familia" es un tema extremadamente
amplio, que, de inmediato, suscita muchos otros subtemas. Para no
perdernos en el enmarañado de muchas direcciones, nos parece
necesario limitar bien las líneas de fuerza. Por lo tanto, estructuramos
el tema en tres partes, procurando evidenciar la relación entre fe,
sexualidad y familia.
En la primera parte recordaremos algunos trazos que caracterizan
nuestra realidad latinoamericana, en lo tocante a la fe, a la sexualidad
y a la familia. Se destacará la dicotomía existente entre fe y vida. Esta
parte constituye una especie de introducción rápida que posibilite la
comprensión de las otras dos.
En la segunda parte, que constituye el núcleo central de nuestro
estudio, nos empeñaremos por dar las coordenadas de un
pensamiento teológico, tanto de la sexualidad, como de la familia. Este
pensamiento, que nos parece exigido por la realidad, tendrá sus
líneas de fuerza, ancladas sobre todo en la palabra de Dios. Tal vez
existan filones teológicos no suficientemente explotados, que nos
posibiliten percibir mejor hacia dónde debe encaminarse una pastoral
evangélicamente más eficaz.
En la tercera parte, pretendemos señalar, brevemente, algunas
líneas de cuño más directamente pastoral, provenientes de los
presupuestos que se presentarán en las dos primeras partes.
Señales de la realidad.
Un cuadro desafiante.
Nuestro punto de partida podrá ser el cuadro de desestructuración
de la sexualidad, entendida en ella misma y en sus manifestaciones.
Esa marca característica del mundo contemporáneo, presenta trazos
típicos para nuestra realidad latinoamericana. Esto no sólo por la
configuración socioeconómica y política propia de un Continente
subdesarrollado sino, sobre todo, en vista de su configuración
religiosa. Que países subdesarrollados y profundamente sumergidos
en el materialismo secularizante y aún secularista, estén afectados
por esa desestructuración, no causa sorpresa. Lo que inquieta es
percibir que la misma desestructuración incide fuertemente en un
Continente profundamente religioso y particularmente cristiano. ¿Será
que el sol evangélico ha perdido su fuerza o no es debidamente
articulado por los evangelizadores? ¿ Será que la práctica pastoral no
se revela tan eficaz por falta de base teológica exigida por unas
realidades profundamente alteradas? Una cosa es cierta: la
disgregación sexual, conyugal y familiar, está exigiendo transferencias
significativas, tanto en la comprensión de las prácticas, como en el
enfoque teológico-pastoral de esas realidades.
Todo indica que el sentido profundo de la sexualidad no es tan
evidente como podría haber sido en otras épocas. Esto nos obliga a
preguntarnos si la lectura hecha hasta hace poco del patrimonio
cristiano, no estaría ocultando ciertos trazos de vital importancia para
iluminar nuestros actuales desafíos.
Fe y vida: Una dicotomía acentuada.
Podemos afirmar que la teología siempre estuvo más o menos
consciente de la distancia que hay entre la teoría y la práctica, entre
lo ideal y lo real1. Hay periodos y contextos donde esa dicotomía fue
más palpable y es, precisamente, lo que pasa hoy en nuestro
continente.
La doble moralidad y la esquizofrenia entre la fe profesada y la vida
concreta no son de hoy. Por el contrario, el proverbio "más allá de los
trópicos no existe pecado", se hizo presente desde las primeras
conquistas y, particularmente, en el campo de la sexualidad y la
familia. Los cambios estructurales que se efectuaron y continúan
efectuándose en nuestra sociedad, sólo vienen acentuando la
dicotomía fe - vida. Podríamos decir que, en términos de normas
morales, nos encontramos como ante un espejo roto: ya no refleja la
imagen de quien lo contempla.
La quiebra y a veces la contestación de las normas se va
acentuando a ojos vistas. El liberalismo sexual va ganando foros de
legitimidad. Ya nadie parece sentirse preocupado por los problemas
que hasta pocas décadas tenían un tratamiento privilegiado:
masturbación, relaciones pre-matrimoniales y promiscuas,
contraceptivos de todo tipo, aborto, homosexualismo, divorcio,
agrupamientos conyugales sin ningún vínculo, familias simultáneas,
etc. Nada de esto causa mucho espanto.
El distanciamiento es más acentuado todavía cuando se mira bajo
el ángulo social. En un contexto de capitalismo asociado dependiente
y excluyente, los mecanismos de producción y de consumo parecen
tener más fuerzas que las normas abstractas. Y las consecuencias no
se hacen esperar: de un modo siempre más acentuado, los problemas
familiares pasan a interesar menos a la sociedad propiamente dicha
que a los particulares o a los grupos religiosos. Desde que los
mecanismos liberales no sean perturbados, poco importan los valores
que están en juego, sea respecto a la institución familiar, a la fidelidad
o a la procreación de los hijos.
Un primer intento de interpretación.
Cuando se busca una interpretación del fenómeno, se tropieza
infaliblemente con una multiplicidad de causas que se refuerzan
mutuamente. Pero con certeza, a eso contribuye el deletéreo
socio-económico y político. Sólo que el cuadro parece actuar de modo
diferente respecto a las clases superiores y a las más pobres.
Mientras la degradación constatada a nivel de las clases privilegiadas
reedita lo que pasa en el Primer Mundo, la misma disgregación a nivel
de las clases pobres debe interpretarse de modo diferente. Son muy
significativas aquí las declaraciones del papa Juan Pablo II. La
primera, en la inauguración de Puebla, señala que sobre la familia
"repercuten los frutos más negativos del subdesarrollo: índices
verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y hasta
miseria, ignorancia y analfabetismo, condiciones inhumanas de
vivienda, subalimentación crónica y tantas otras realidades no menos
oprimentes"2 . La segunda declaración, en la misma línea de análisis
se encuentra en la Familiaris Consortio:
…Y ya que en muchas regiones, por la extrema pobreza que se
deriva de estructuras socioeconómicas injustas o inadecuadas, los
jóvenes no están en condiciones de casarse como conviene, la
sociedad y las autoridades públicas favorecen el matrimonio legítimo
mediante una serie de intervenciones sociales y políticas, asegurando
el salario familiar, dictando disposiciones para una habitación
adecuada a la vida familiar, creando posibilidades adecuadas de
trabajo y de vida. (FC 81) - subrayado nuestro).
Como se percibe por las dos citas expresadas, el Papa Juan Pablo II
acentúa los factores socio-económicos como co-responsables de la
situación poco lisonjera del cuadro sexual, matrimonial y familiar. Pero
es evidente que ese cuadro no depende solo de factores
socio-culturales ni sólo de factores económicos, por más importantes
que sean. Está ligado, igualmente, al factor religioso. Las grandes
masas continúan marcadas por la religiosidad, pero la secularización
hace su camino.
Nuestro proceso de industrialización y urbanización, no se dan de
manera orgánica: la industrialización se impone como un fruto extraño
y arrastra consigo las concentraciones urbanas. Los grandes polos
industriales se encuentran planteados en el medio, a modo de
producción aunque todavía primitivos. El "progreso", convive al lado
del atraso en todo sentido. La riqueza convive con la pobreza; la
miseria, con el desperdicio propio de una sociedad de abundancia.
El desenraizamiento proveniente de este proceso de urbanización,
ha provocado un cambio sustancial en la concepción religiosa: La
religiosidad del pueblo sencillo parece incapaz de resistir a los
impactos de una nueva cultura. Mientras en el ambiente rural todo
gira en torno a la religión, en una sociedad industrial y secularizada, la
religión tiende a desaparecer como centro de la vida social, familiar y
aún personal. Es preciso no olvidar que la urbanización avanza a
grandes pasos. También donde el mundo rural es todavía una
realidad significativa, sufre en manera siempre más acentuada, los
influjos de los poderosos Medios de Comunicación Social. Ellos
vehiculan valores no siempre compatibles con el Evangelio.
Todo comienza con la imagen de Dios: el mundo rural manifiesta
muy al vivo la independencia y la fragilidad humana. Ya en la
sociedad urbana los espacios se van llenando con datos científicos o
pseudo-científicos. Y la afirmación de la auto-suficiencia de ser
humano, con todo lo que de ahí proviene.
Pero no solamente el cambio de la imagen de Dios es importante.
Con ella surge también el cambio en lo que se refiere a la voluntad de
Dios en relación al ser humano y a su comportamiento. También en
términos familiares, la voluntad de Dios aparece menos clara. En
suma, la esquizofrenia religiosa, ya incipiente desde las conquistas, se
va acentuando: la religiosidad es una especie de departamento
estanque, que ejerce poco flujo en los comportamientos sexuales y
familiares.
Con todo esto queda evidenciada, no sólo la distancia que hay
entre la reflexión teológica-pastoral y la práctica. Se evidencia,
también la necesidad de cambios significativos, tanto en el concepto
teológico, como en la antropología de la sexualidad y en sus múltiples
manifestaciones. Con esto, también toda una práctica pastoral que se
siente cuestionada.
Sexualidad y familia a la luz de la fe
En la visión teológica y antropológica actual, se evidencia cada vez
más que la sexualidad no puede pensarse solo a partir del matrimonio
y de la familia. Por abarcar mucho más de lo que esas dos realidades
comprenden, la sexualidad exige un abordaje específico. Por esta
razón, primero haremos una reflexión más referente a la sexualidad y
solo en un segundo momento, a la familia. La fuente es siempre la
misma; la Palabra de Dios, pero los ángulos de lectura son
diferentes.
Sexualidad: algunos datos bíblicos y teológicos importantes.
Trabajar con grandes coordenadas representa siempre un riesgo,
pero también ventajas. A veces este es el único camino. Es el caso de
la sexualidad, realidad muy compleja. Entre los múltiples aspectos que
emergen de la Sagrada Escritura, pensamos que hay dos centrales: el
de ser una realidad creacional y el de ser una realidad ambivalente.
Algo semejante puede decirse de la Teología de cuño europeo.
Vamos a destacar tres aspectos: posible factor de personalización,
posible factor de socialización y posible camino hacia Dios.
Sexualidad: don divino confiado a los seres humanos.
Ya la concepción vetero-testamentaria de la sexualidad presenta
trazos muy originales en relación al medio ambiente. Al contrario de lo
que pasa con los pueblos vecinos, para el Pueblo de Dios la
sexualidad es una realidad creacional, que tiene su culmen en
Jesucristo Primogénito de toda creación. Aquí se oculta una
dimensión profundamente religiosa, ya que Dios se presenta como
origen de todo. Pero también se esconde un proceso desacralizador,
ya que la sexualidad es un don que el Creador confía a los seres
humanos para que ellos la administren sabiamente3.
La tarea de administrar sabiamente ese don, presupone que la
sexualidad sea vivenciada al mismo tiempo en sus dimensiones
igualitarias y en sus diferencias. El varón y la mujer deben formar "una
sola carne", donde no existan relaciones de dominación sino de
igualdad fundamental. Por otra parte, además de la humanización de
la sexualidad pasa por el cultivo de las diferencias. En ese cultivo es
donde se da el enriquecimiento de cada componente, sea
considerado bajo el mismo prisma de las personas, sea bajo el de los
dos pueblos.
Las marcas de una ambivalencia radical.
La aprehensión rectilínea de la sexualidad, en su positividad, es
tentadora. Pero se constituye solo en media verdad. La otra
coordenada bíblica, a punta a lo que se puede denominar
ambivalencia radical. Como todas las realidades creadas, también la
sexualidad puede ser factor de integración, pero a la vez puede ser
también factor de desintegración personal, familiar y social. Todo
depende de cómo se la dirige.
Una primera lectura de los datos bíblicos, y posteriormente también
patrísticos, resalta sobre todo la negatividad de la sexualidad. Aunque
se afirme su positividad, porque remite al Creador, se sigue una
afirmación muy fuerte de la negatividad, encarnada en el placer La
teología cristiana siempre ha tenido problemas con el placer4. Sin
duda es necesario hacer un rescate del valor del placer. También él
es un don de Dios y desde que se ha vivenciado en el contexto total
de la vida es constructivo, pero el placer egoísta y aislado esclaviza y
aliena. Queda claro que a través del placer emerge la ambivalencia
profunda de la sexualidad misma,.
La concepción equilibrada de la negatividad y positividad, se
encuentra muy bien expresada en el Libro de Tobías: No es cualquier
vivencia de la sexualidad la que conduce a la vida. Unas conducen a
la vida, otras a la muerte. Unas apuntan a la salvación, otras a la
perdición.
Esa compresión de la sexualidad como realidad ambivalente es tal
vez, la contribución más original del cristianismo5. Sin percibir este
trazo, es difícil comprender ciertas palabras de San Pablo, por
ejemplo y de algunos padres de la Iglesia. Una lectura superficial solo
ve ahí lo negativo. Pero quien sabe leer detrás de las palabras, no
dejará de percibir también lo positivo. Con esto se evita tanto el
optimismo ingenuo como el pesimismo del fondo dualista.
Quiebra de la soledad.
Teológicamente hablando, la sexualidad puede entenderse como
una poderosa energía vital que Dios colocó en el ser humano para
facilitar la quiebra de la soledad. La ambivalencia de la sexualidad
consiste precisamente en esto: por una parte, todo ser humano se
siente envuelto en un aislamiento desafiante: Todos nacen con una
tendencia muy fuerte por cerrarse en sí mismos; por otra, todo ser
humano se siente como empujado fuera de sí mismo. Solo saliendo de
sí mismo se establece un diálogo profundo con el otro, y se afirma
como diferente.
La salida de sí mismo se da por medio de múltiples "ventanas" de la
sexualidad: al mismo tiempo que se presenta con características
genéticas, biológicas, cerebrales, hormonales, se presenta también
con dimensiones psicológico-afectivas, socioculturales,
ideológico-políticas y religiosas. Todos son puntos de contacto para el
mundo externo. Todos esos puntos, unidos por la "personalidad", nos
hacen percibir la sexualidad como algo muy amplio, que en ninguna
hipótesis puede confundirse con la genitalidad. Esta es solo una de
las "ventanas" pero no la única ni la más importante6. La persona
madura no es la que establece mejores contactos genitales, sino
precisamente la que establece los mejores lazos de comunión. Esto
solo sucede cuando el motor de la vivencia sexual no es el placer
egoísta y aislado de un contexto vital de donación, sino del amor.
La búsqueda de la Gran Familia de Dios.
El amor que mueve la sexualidad no se reduce a los cuadros de las
relaciones interpersonales, por más importantes que se presenten. El
amor impele a la superación del plan interpersonal, a proyectarse en
un "nosotros". La quiebra de esta segunda soledad se establece,
inicialmente, por los lazos familiares. Pero así mismo, el amor no se dá
por satisfecho: siempre impulsa a la búsqueda de un horizonte mayor.
El horizonte de la Gran Familia de Dios es el que quiebra todas las
barreras: ideológicas, raciales, sociales, geo-políticas, y hasta
religiosas. En ese nivel es donde se esbozan los proyectos de Dios,
no solo para las personas o grupos, sino para toda la humanidad.
Estas afirmaciones nos hacen entrever algo en la línea de los
proyectos divinos referentes al propio matrimonio y a la familia: ellos
sólo se afirman en su identidad profunda, cuando se sobreponen a sí
mismos, sumergiéndose en algo mayor que ellos mismos. Con esto
llegando a otro dato teológico que es el de la sexualidad como posible
camino hacia Dios. Ese es uno de los grandes desafíos, tanto teóricos
como prácticos, presentados por la sexualidad humana.
Del amor al Amor.
La sexualidad y Dios parecen términos antagónicos. Dios nada
tendría que ver con la sexualidad ni ésta con Dios. Pero como hemos
visto, el concepto bíblico de la sexualidad es dialéctico: Dios no es
sexuado, pero está en el origen de la sexualidad humana. Dios no es
procreador, pero se encuentra en el origen de la fecundidad.
De esta manera, nada sería más distante de la teología bíblica y de
la Gran Tradición teológica, que contraponer realización sexual y
realización espiritual. El trazo divino que anota más directamente la
sexualidad como posible camino hacia Dios, es precisamente el del
Amor. Dios no ama, El es amor. Los seres humanos solo entran en la
dinámica de la salvación en la medida en que amen verdaderamente.
Amar significa asumir las diferencias en búsqueda de una comunión
enriquecida. Amar significa abrir el camino a la vida y cerrar los
caminos de la muerte; generar vida; dar su vida por los hermanos. El
Dios de Amor y de la Vida, que se encuentra en el origen de todo
amor y de toda vida, no puede ser instrumentalizado como barrera a
la energía humana que posibilita la comunión de vida. Por el contrario,
debe surgir como el camino de la realización humana en todos los
sentidos, pero más particularmente en este de la sexualidad. Los
planes salvíficos de Dios pasan por la sexualidad y, por consiguiente,
su amor: sintonizados o no con los grandes proyectos de Dios.
Matrimonio y familia: La búsqueda de su lugar.
La teología del matrimonio y de la familia se apoya, normalmente, y
con propiedad sobre datos bíblicos de sello más personalista. Ese
fundamento no sólo continúa válido, sino que no puede ser
descuidado porque los planes de Dios pasan por el matrimonio y la
familia.
No obstante, en la medida en que las realidades comienzan a ser
siempre más interpretadas en clave social, ¿ no podría enriquecer
también la teología del matrimonio y la familia? ¿Será que no existen
filones teológicos descuidados por factores históricos, que debería
recuperarse? Esas cuestiones son particularmente pertinentes en un
periodo y en un contexto en que la Pastoral de la Familia parece
perder mucho de su eficacia evangélica. Tal vez fuese el caso de
pensar más en una pastoral familiar articulada a la pastoral social.7
Dos grandes filones bíblicos abren perspectivas iluminadoras en
este particular. El primero viene dispuesto en torno a la Alianza, El
segundo, viene iluminado por la propuesta de Jesucristo para ser el
nuevo pueblo de Dios. De ahí las dos cuestiones básicas: ¿Cuál es el
lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta de la Alianza?
¿Cuál es el lugar del matrimonio y de la familia en la propuesta del
Reino? Para facilitar la comprensión de estas coordenadas,
preferimos subentender el matrimonio y hablar especialmente de la
familia.
El lugar de la familia a la luz de la Alianza.
La alianza es una palabra-clave de la teología vetero-testamentaria.
Por lo mismo, la Alianza viene siendo siempre más estudiada bajo
todos los prismas8. Ella puede también ser la clave de la
interpretación para iluminar el lugar de la familia y de la pastoral
correspondiente. Como veremos, la grandeza de la familia está en
hacer parte del Pueblo de Dios y participar, así, en la construcción de
una sociedad diferente que dé testimonio de un Dios diferente.
La grandeza de la familia: hacer parte del Pueblo de Dios.
FAM/GRANDEZA: Al estudiar la historia de la Alianza, se
encuentran muchos personajes claves. Dios tiene mediadores, pero la
Alianza que El propone, no destina ni a personas ni a familias
individualmente consideradas, sino al Pueblo. La propuesta de Dios
repercute sobre individuos, sobre matrimonios, sobre las familias,
pero ella los sobrepasa a todos.
Desde el punto de vista religioso el eje de la unión entre los
miembros del Pueblo se establece por la misma fe. Desde el punto de
vista sociológico, los elementos estructurales son "la casa", la tribu y
el Pueblo (Jc. 7, 16-18). Curiosamente, en esa estructura social es
donde aparece el primer concepto de la dignidad de la persona
humana. No se reconocen familias o individuos aislados, dispersos o
cerrados en sí mismos, sino personas, matrimonios y familias que
adquieren esa dignidad por pertenecer a una "casa", a una tribu y al
Pueblo de la Alianza.
Aquí surge un elemento importante: los lazos de la sangre
adquieren su sentido más profundo en pertenecer al pueblo de Dios y
en la identificación con un proyecto común a todos. La genealogía
también se subordina a la esperanza del Mesías, en quien debe
concretarse el Plan Mayor.
Lo que une y asegura a la familia: un proyecto que le sobrepasa.
Sin sombra ninguna de dudas, la Alianza propuesta por Dios tiene
un carácter profundamente religioso. Pero revela también una
dimensión religiosa. En el aspecto religioso se resalta un don; en el
social, aparece más la tarea. En Israel lo social y lo religioso no se
confunden pero tampoco se oponen. Al mismo tiempo que sus
miembros sienten la pertenencia a Dios, tienen conciencia de una
tarea histórica: construir, en nombre de Dios y de acuerdo con sus
designios, una sociedad diferente.
La sociedad-testimonio a ser construida puede sintetizarse en dos
palabras; sociedad-participativa. Participativa, en todos los aspectos:
religioso, politico-administrativo y económico. Porque el Pueblo de
Dios debe ser también un pueblo de hermanos. Viendo lo que pasaba
con el Pueblo de Dios, los otros pueblos solo podían exclamar: "…
sabia e inteligente es, en verdad, esta gran nación. Pues, cuál es la
gran nación que tiene dioses tan cercanos?" (Dt. 4, 11)
En el seno de este plan que las sobrepasa, las familias y las
personas encuentran su estímulo y su tarea. El impulso proviene de
contribuir a una gran causa; la tarea, de realizar, un punto menor, la
propuesta mayor: cada familia deberá construirse en un miniproyecto
participativo y el pueblo y el Pueblo de Dios en un todo, sería la única
Gran Familia.
Es importante notar que, partiendo de la globalidad, no se anulan
sino que se refuerzan las mediaciones. Pero también es importante
notar que las mediaciones no pasan de mediaciones; no tienen una
finalidad aislada en sí mismas. Dios siempre piensa en grande y
espera lo mismo de sus hijos e hijas. La realización de sus planes
sobre las personas y familias, se da en la realización de sus planes
referentes al Pueblo. Lo social y lo familiar se articulan como piezas
inseparables.
La familia a la luz del Reino.
Es curioso, pero la teología bíblica del matrimonio y de la familia, es
más transversal que directa… Emerge como por reflejo, sea de la
Alianza, sea partiendo del Reino. La mejor teología del matrimonio y la
familia se encuentra en las parábolas del Reino. De nuevo, aquí el
novio y la novia, el esposo y la esposa, los padres y los hijos, se
encuentran como figuras de un inmenso cuadro donde entran como
pequeños puntos, aunque importantes.
-El reino re-dimensiona los lazos de la sangre,
En este contexto no hay necesidad de elaborar una teología del
Reino. Esto ya se hizo muchas veces y en tiempos recientes. Basta
recordar algunas coordenadas básicas par iluminar el tema central de
la familia.
El Reino de Dios indica un nuevo modo de ser y de relacionarse.
Esto, ante todo, en dirección a los hermanos y los consideran como
tales en la perspectiva del Padre común. El Reino sólo es acogido por
los que relacionan con las demás criaturas siendo franciscanamente
hermanas. De allí se desprende el alcance al mismo tiempo teológico,
socio-político y hasta cósmico de la expresión. Cristo anuncia y quiere
establecer un nuevo tipo de relaciones globales en el fondo de sus
mensajes se implanta la necesidad de una redimensión y una
reversión profunda. Ante el reino, todos tienen que convertirse, es
decir, resituarse bajo todos los aspectos.
De la misma manera, la familia tiene que resituarse. Ella no es un
absoluto. A la luz del Reino, ya no es decisivo el " yo me casé" (Lc.
14,20). El que se adhiere al Reino tiene que ser capaz de "dejar que
los muertos entierren a sus muertos" (Lc. 9, 59); tiene que amar más
a Cristo que a su hermano, su esposa, su esposo… (Mt 10, 37-39);
tiene que admitir hasta el caso extremo de ser entregado "por los
padres y hermanos, por parientes y amigos" (Mt 21,16).
Todo esto, que Cristo lo anunció en sus discursos lo vivió en su
experiencia personal. A los 12 años, en la escena del templo, dice que
tiene que "preocuparse de las cosas de su padre" (Lc. 2,49). En las
bodas de Canaá sobrepone el Reino a las interpelaciones de su
madre (Jn. 2). Cuando se le anuncia que sus hermanos quieren
hablarle, Jesús asume una postura a primera vista chocante: "¿Quién
es mi madre y quienes son mis hermanos?…" Y la respuesta no se
hace esperar: "… Todo aquel que hiciere la voluntad de mi padre…
ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mt 12,46-50). Cuando
alguien, entusiasmado, exclama: "Bienaventurados los pechos que te
alimentaron" (Lc 11, 27-28), Jesús corrige la perspectiva diciendo:
"Bienaventurados más bien los que oyen mi palabra y la ponen en
práctica", Hay situaciones en que la fidelidad al Reino exige el
rompimiento de los lazos familiares: "Pues vine a separar al hijo de su
padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra. Los enemigos
serán sus propios parientes" (Mt 10,35-36)
Frente a estos pasajes y a otros que pueden enumerarse, no hay
duda de que se impone una conclusión: Jesús no desprecia sino que
redimensiona los lazos de la sangre. El Reino presupone otros
vínculos en la base de la fe y de hacer la voluntad del Padre. El
proyecto global es más importante que los proyectos sectoriales,
aunque estos no sean excluidos desde que estén de acuerdo a Reino
y a su dinámica.
-La pequeña familia: señal de la Gran Familia de Dios.
Hemos visto que Cristo redimensiona los lazos de la sangre y, por
consiguiente de la familia. Pero redimensionar no significa disminuir su
importancia: significa, por el contrario, relacionar con el Reino.
Cuando una realidad menor se relaciona con algo mayor que ella
misma, esa realidad no se disminuye sino que se eleva. Siendo así,
nos corresponde buscar el lugar de la pequeña familia en los planes
de Dios revelados en Jesucristo. La repuesta es muy simple, pero
llena de consecuencias teológicas y pastorales: la pequeña familia
deberá ser señal de la Gran Familia de los hijos e hijas de Dios.
Ese sentido simbólico se encuentra implícito en el dinamismo que se
implanta en la raíz de todo matrimonio y de toda la familia: la
sexualidad. Entre tanto, la sexualidad, como vimos anteriormente, no
se reduce a la genitalidad sino que se presenta con muchas
dimensiones : religiosa, socio-cultural, psicológica y aún política.
Analizando el prisma religioso, que más importa aquí, descubrimos
la sexualidad como dinamismo que Dios implanta en cada ser
humano, en vista a la quiebra de la soledad, por medio del amor
compartido. Para sobrevivir, todo ser humano debe ser fecundo en el
sentido más profundo de la palabra: abierto a la vida. Esto no sólo a
través dela generación biológica de hijos, sino a través del amor: sol
que debe iluminar las relaciones humanas. Y a través del amor, la
sexualidad se transforma en energía que crea lazos profundos con
sus semejantes y con el mismo Dios, que es Amor. El amor, a su vez,
no conoce ni color, ni raza, ni fronteras.
De esta manera, en la raíz constitutiva de la familia, se revelan los
planes de Dios. El quiere que todos los pueblos, todas las razas y
todas las culturas se fecunden sus diferencias, haciendo surgir una
rica y única familia: la familia de los hijos e hijas de Dios. Como en la
pequeña, así también en la Gran familia, deben reinar la comunión, el
amor, la participación. La Iglesia como comunidad fundada sobre la fé
y no sobre los lazos de la sangre, es a su vez, la mediación entre la
pequeña y la Gran Familia. A la Iglesia le corresponde la misión de
dar testimonio de lo que, a los ojos del mundo, parece imposible y es
una realidad. En la comunidad de fe, pertenecer a la misma raza y
tener la misma sangre, es cosa secundaria.
Se percibe así que toda la familia bien constituida es un eterno
recuerdo de los proyectos de Dios para la Iglesia y para toda la
sociedad. Dios quiere que la humanidad se relacione de una nueva
manera, que supere las barreras establecidas por la convivencia
humana.
Pero no sólo los que contraen matrimonio y constituyen una familia
deberán anunciar los grandes proyectos de Dios. A partir de
Jesucristo y del anuncio de su Reino, emerge otra forma privilegiada
de anunciar una nueva humanidad: es la vida en el celibato, a causa
del Reino de Dios. Las personas que lo abrazan, descubren nuevas
formas de vivir el Amor, de ser fecundo y de integrar su sexualidad:
colocándose, de manera total al servicio del Reino.
Implicaciones pastorales.
Lo dicho en la primera parte no deja margen para dudas: la
sexualidad, el matrimonio y la familia, se encuentran profundamente
desestructurados. Esto es tanto más penoso cuanto que se tiene en
vista que el fenómeno no es privativo del Primer Mundo: ocurre
también aquí, donde la religiosidad y el cristianismo son marcas
características. La disgregación significa que el Gran Plan, no se está
trabajando debidamente: millones de miembros de la Gran Familia de
Dios se mantienen al margen de todo, de tal forma que no presentan
ni siquiera condiciones para constituir una familia o para integrarse
como personas.
Cuando una hidroeléctrica deja de funcionar, de nada sirve hacer
reparaciones en la red ni cambiar las lámparas. Es preciso examinar
la hidroeléctrica. Así, si en el diagnóstico percibimos que la
desestructuración del cuadro sexual y familiar apunta hacia un tipo de
sociedad en que vivimos es ahí donde deberán ser concentrados los
mayores esfuerzos, tanto en una línea de evangelización como en las
transformaciones globales de la sociedad.
Es cierto que ante las transformaciones tan amplias y profundas, es
todo un conjunto de factores y fuerzas que entran en juego: la
práctica evangelizadora no puede ser sobrevalorada. Pero para quien
cree en la fuerza transformadora del Evangelio, nada es imposible con
tal que la práctica evangelizadora sea efectuada dentro de ciertas
condiciones.
Un proceso evangelizador más eficaz en este campo, pasaría a lo
menos por dos condiciones básicas: que la sexualidad sea trabajada
también en sus dimensiones politico-ideológicas y que la pastoral de
la familia se transforme siempre más en pastoral familiar.
Cuando la sexualidad sobrepasa la intimidad.
Nada existe más íntimo en una persona que su sexualidad. Como
nada existe de más íntimo en la vida de un hombre y una mujer que
su vida sexual. Aquí nos encontramos nuevamente ante medias
verdades. Vimos anteriormente que la sexualidad es una energía que
presenta muchas dimensiones. Una de ellas es precisamente la
politico-ideológica9. Por más sorprendente que esa dimensión pueda
aparecer, (ya que está poco tematizada), es no obstante, una de las
más determinantes en los comportamientos. Por lo mismo, una
pastoral que no le dé la atención debida., será ineficaz.
El ángulo bajo el cual, la dimensión politico-ideológica de la
sexualidad puede ser más fácilmente palpable, es el económico.
Existe todo un comercio, sumamente ventajoso, basado en la
explotación de la sexualidad. Basta recordar películas, revistas
estimulantes, los más diversos tipos de contraceptivos
("absolutamente seguros e inofensivos"), ofrecidos
indiscriminadamente. Bajo este punto conviene no olvidar la
explotación comercial de la mujer, vendida "por partes", desde la
cabeza hasta los pies.
Por más importante que pueda parecer el aspecto comercial, no es
el más decisivo, cuando se comparan con lo estrictamente
politico-ideológico. Ya en la antigua Roma se sabía que las
reivindicaciones sociales pueden ser "acalladas" con pan y circo. Hoy
se obtiene un efecto mayor por medio del sexo y la droga, que ejercen
la misma función alienante. Sirviéndose especialmente de los jóvenes
que en nuestros países constituyen gran parte de la población, se
puede tener la certidumbre, dicen "los grandes", que disminuirían las
reivindicaciones sociales. Como también se muestran ellos muy
conscientes de que el predominio absoluto de una concepción
machista mantiene alejada la otra mitad de la población constituida
por las mujeres.
Aquí cabe una consideración estrictamente teológica: los proyectos
de Dios son tales que sólo serán históricamente concretizados, en la
medida en que todos sean comprendidos en ellos. Dios cuenta tanto
con la fuerza transformadora representada por la juventud y
destinada a impedir el marasmo social, como con la fuerza de la
feminidad, destinada a humanizar una sociedad endurecida por toda
clase de violencia. Una sociedad que no abre espacio a la juventud
está atacada de esclerosis. Una sociedad machista será siempre
deshumanizada.
Tratándose de la dimensión politico-ideológica, es preciso no
olvidar la función domesticadora y a veces genocida de ciertas
campañas respecto al control natal. Esto es más patente cuando se
tiene presente al fantasma de la "explosión demográfica". Claro que
una planificación familiar y demográfica, puede expresar el imperativo
de mejorar la calidad de vida. Todo depende de cómo se las discierna
o se las ejecute. Claro que existe un problema demográfico10,
reconocido muchas veces por documentos oficiales del magisterio de
la Iglesia (Cfr. MM 182s; PP 37s; HV 2; OA 19; SRS 25). Pero los
aspectos políticos ideológicos se encuentran , en la manera alarmista
como es enfocado el problema y en las soluciones pregonadas.
Subyacente a esta clase de enfoque se vincula la idea de que los
países pobres y las familias pobres son responsables de los
problemas sociales y económicos del mundo de hoy, pues llevarían a
la ruina las reservas de la humanidad. Con esto se pretende ocultar a
los verdaderos responsables.
En este mismo contexto conviene no perder de vista las campañas
antinatalistas que apelan a la esterilización en masa al "derecho de
abortar". Esas campañas son dirigidas tanto a las clases pobres como
a ciertas razas que, según el pensamiento de las clases dominantes,
deben ser impedidas para multiplicarse. En ese sentido, conducen a
verdaderos genocidios.
Finalmente, estas breves consideraciones nos llevan a percibir que,
aunque haya aspectos personales en el empeño por la integración
personal y familiar de la sexualidad, no son los únicos ni los más
decisivos. La tarea puede ser facilitada en gran manera o dificultada
por el contexto en que se vive. Es muy significativa la cita de la
Familiaris Consortio hecha antes: La disgregación de las personas y
de las familias no puede ser debidamente entendida fuera del
contexto de "…pobreza extrema derivada de estructuras
socio-económicas injustas…" que requieren "intervenciones sociales y
políticas (FC 81).
Pastoral familiar y no solo de la familia.
La relativa estabilidad del cuadro familiar hasta hace unas décadas,
era, en gran parte garantizada por una estructura agraria, hoy en vías
de desaparición y por una sociedad sacral, donde la religión
manifestaba toda su fuerza. En la familia, constituida básicamente en
su forma extensa, los padres y parientes próximos, ejercían el influjo
más determinante sobre los hijos y sobre la constitución de futuros
hogares. En eso eran sostenidos por patrones morales religiosos que,
aunque no eran siempre observados, les daban fuerza.
En este contexto, la familia podría ser trabajada en ella misma, pues
la mayor parte de sus problemas eran de orden interno, provenientes
de las personas que las constituían. Una buena pastoral de la familia
no sólo se revelaba eficaz, sino también, no dejaba de presentar sus
repercusiones inmediatas sobre la sociedad. Y de cualquier modo la
familia, la sociedad, la religión apuntaban en la misma dirección.
Aún teniendo presentes la diversidad de países y regiones
debemos reconocer que, de modo global, nuestra sociedad se hizo
muy compleja en los últimos decenios. Tiene su dinamismo propio,
constituido por otros factores, además de los familiares. No solo tiene
su propio dinamismo sino también sus propias normas de
comportamiento. En una sociedad urbana y desacralizada, que de
una u otra forma se va imponiendo en todo el Continente, los influjos
familiares y aún eclesiales, se van haciendo cada vez menores. Ellos
compiten difícilmente con las fuerzas de un medio ambiente y con los
poderosos MCS modernos. Ellos se transforman en el más importante
vehículo de una " nueva moralidad". Los modelos presentados en
términos familiares y aún personales, nada tienen que ver con el
evangelio o lo contrarían abiertamente. Bajo el pretexto de quitar los
"tabúes", se van quebrantando valores fundamentales como:
honradez, fidelidad, solidaridad, etc. A la ideología de una sociedad
que se cree moderna, no conviene ni a la solidez de la familia, ni la de
cualquier otro cuerpo intermedio. Las mediaciones se van
sustituyendo por un modelo empobrecedor en todo sentido. Pero no
se puede esperar la transformación de las macroestructuras, sin las
mediaciones.
Es cierto que la religión no ha dejado de tener su peso, pero es
contrabalanceado por otras fuentes, que van en sentido contrario...
es cierto que la familia permanece como institución social básica y
como mediación importante; pero también es cierto que su significado
se redefine bajo el impacto de las alteraciones de la sociedad.11
Siendo así, la pastoral de la familia parece no responder
adecuadamente a la nueva configuración social: al lado de ella se
requiere una pastoral familiar más amplia, que entienda y trabaje la
familia dentro de una dinámica social. La pastoral familiar no puede
descuidar las familias efectivamente existentes y bien constituidas.
Esas expresan el vivo amor que Dios tiene para con todos y si son
cristianos expresan el amor de Cristo por su Iglesia. Este es el sentido
profundo del sacramento del matrimonio. De la misma manera la
pastoral familiar interfamiliar con aquellas que buscan alcanzar un
mismo ideal. Y aquí cabe una tarea importante para los "movimientos
familiares", desde que estos hagan un verdadero eje contenidos y
metodología. Esto significa también que los movimientos efectúen la
conversión de un familismo hacia una dimensión social-eclesial más
de cara hacia aquellos que no están en su misma situación ni
comparten de manera total sus ideales.
Una pastoral que ignora a los que huyen de los parámetros
normales, es una pastoral destinada a debilitarse progresivamente.
"Una pastoral que se dirige solamente a las familias consideradas
cristianas, marcadas por el vínculo sacramental, sería una pastoral
imperfecta, desvinculada de la realidad. Gran número de familias en el
sentido estricto de la palabra y grupos familiares no siempre
completos existen, a quienes faltan muchas veces el vínculo jurídico o
sacramental... Todas esas familias, cualesquiera que sean sus
imperfecciones y deficiencias, deberán ser atendidas por la acción
pastoral de la Iglesia, teniendo en cuenta carencias, limitaciones y
necesidades". 12 Esto sólo es posible mediante una pastoral Familiar
y no simplemente de la familia.
Estas afirmaciones suscitan, ciertamente, un cuestionamiento: pero
¿Qué significa más concretamente pastoral familiar para mí?
¿Que la aproxima y la diferencia de una pastoral social?
Por lo que se dijo anteriormente, en el primer título, parece cierto
que los desafíos de la familia de hoy, sobrepasan sus propios límites:
para una parte muy significativa de la población, son desafíos que
brotan de una realidad hasta cierto punto externa, o sea, el contexto
de la nueva cultura y de la nueva sociedad en que vivimos. Muchas
familias dejan de establecerse no por propia voluntad, sino por
factores que no dependen estrictamente de ellas. Esto
particularmente es verdadero en el contexto del Tercer y cuarto
Mundos ( Cfr. SRS 14), en los cuales nos encontramos con lo que el
magisterio en general y en especial la última encíclica Solicitudo rei
socialis, llama "estructuras de pecado". Son esas estructuras las que
impiden el resurgir de las familias y de la Gran Familia de Dios.
Aquí conviene recordar un pasaje de la Familiaris consortio.
Después de observar que las uniones libres son siempre más
frecuentes, el Documento distingue varias situaciones y varias
razones.
" Algunos... se consideran como obligados a tales uniones por
situaciones difíciles de carácter económico, cultural y religiosos, ya
que, contrayendo un matrimonio regular, quedarían expuestos a
daños, a la pérdida de ventajas económicas, a discriminaciones, etc.
En otros por el contrario, se encuentra una actitud de desprecio,
contestación o rechazo a la sociedad, de la institución familiar, de la
organización socio-política o de la mera búsqueda del placer. Otros,
finalmente, son empujados por la extrema ignorancia y pobreza,
aveces por condicionamientos debido a situaciones de verdadera
injusticia..." (F.C. 81)
La integración sexual en la familia y en el matrimonio exige un
mínimo de satisfacción de las necesidades básicas. En efecto la
extrema pobreza y la máxima riqueza generalmente se constituyen en
obstáculos para el matrimonio y la familia.
Vemos aquí que la pastoral familiar no es solamente un servicio en
favor de las "buenas y bien constituidas familias" sino muy
especialmente en favor e las familias desestructuradas. Por lo tanto la
pastoral familiar debe tender a crear condiciones reales que
posibiliten a las familias "ser lo que deben ser".
Teniendo en vista el mismo cuadro de fondo, de una sociedad
armada de tal forma que excluye las grandes masas de los bienes de
todo orden, en los últimos decenios muchas diócesis fueron dando
privilegio a la pastoral social. Aquí se escondería el verdadero
problema. La pastoral social, claro está, no puede entenderse como
simple promoción humana. Lo que marca toda y cualquier pastoral es
siempre la perspectiva evangélica. No se trata de cualquier tipo de
"desarrollo" como sería aquel deshumanizante. Se trata de luchar en
nombre de la fe por un desarrollo integral, que integre todas las
dimensiones de lo humano. Se trata de implantar el fermento
evangélico en los diversos campos donde la vida humana se
concretiza. La pastoral social, como cualquier pastoral, parte del
presupuesto de que la humanización pasa por Dios y sus planes. Así
el binomio evangelización y promoción humana es inseparable. Como
también el binomio pastoral social y pastoral familiar.
Sería ingenuidad afirmar que la lucha por la justicia resuelve todos
los problemas familiares, pues estaríamos absolutizando un único
factor: el económico-social. ¿Cómo comprender, entonces, los
problemas familiares encontrados en los países superdesarrollados y
en las clases más elevadas de la sociedad?
Pero en nuestro contexto también sería ingenuidad ignorar factores
económicos-sociales. Sociedad y familia, persona y comunidad, viven
en una dialéctica tensa y continua.
De aquí se concluye que sólo se pueden esperar mejores
resultados en el campo de la familia, en la medida en que haya un
trabajo sincronizado de las dos vertientes: en la familia y en la
sociedad; o mejor: de la familia en la sociedad. Queda también cada
vez más claro que cualquier Pastoral de la Familia que ignore el
ángulo social, está destinada a una pérdida creciente de eficacia.
Como tampoco sería genuina , una pastoral familiar desligada del
conjunto del proceso total de evangelización; catequesis, liturgia, la
pastoral social, misionera, etc.
Esto significa que no hay problemas estrictamente familiares, que
apunta más hacia ángulos de personalidades que constituyen la
respectiva familia y que, por lo tanto, requieren atención personal.
Significa, sencillamente , que en la mayor parte de las veces los
factores económicos-sociales, presentan un peso muy grande. Si es
cierto que la familia puede y debe ser protagónica de una nueva
sociedad, es verdad que ella puede y debe ser protagonista de una
nueva sociedad, es verdad que ella puede y está efectivamente,
siendo su víctima. Bien observa la Familiaris Consortio "el llamamiento
del concilio vaticano II a que supere la ética individualista tiene
también valor para la familia como tal." (FC 45)
CONCLUSION
El cuadro sexual y familiar, bien poco animador, con el cual nos
encontramos, nos lleva de inmediato a preguntarnos por las razones
de fondo de la notable dicotomía entre fe y comportamiento. ¿Será
que nuestro proceso evangelizador estará perdiendo su fuerza?
¿Será que todavía no se han desentrañado todas sus
potencialidades? Pues si el pasado, en este particular, no puede ser
demasiado idealizado, seguramente el presente nos revela un
descrédito acentuado de las normas morales. Mientras los
evangelizadores continúan con sus convicciones, el pueblo va
escribiendo otra historia muy diferente.
Cuando nos preguntamos, por las razones de fondo de esta
irregularidad entre teología y práctica, no podemos dejar de
considerar dos hipótesis básicas que nos parecen verdaderas.
La primera es que la sexualidad debería ser pensada en
coordenadas que sobrepasan el nivel estrictamente personal. Como
dinamismo implantado por Dios al servicio de la comunión, la
sexualidad, de inmediato, apunta a la quiebra de la soledad.
Apunta, sobre todo, a la Gran Familia de Dios, Por eso mismo, la
educación para el Amor, capítulo central del proceso evangelizador,
no puede quedar reducido a los planes personales e inter-personal.
Por tener su origen en Dios, todo amor verdadero transforma todas
las entidades: personas, parejas, familias, Iglesia y sociedad. Esto
parece no siempre ser percibido con mucha claridad.
La segunda razón de fondo, implícita en la primera, manifiesta más
claramente en el ámbito del matrimonio y de la familia. Sin negar nada
a la teología clásica, nos parece que la Palabra de Dios apunta a
dimensiones que por mucho tiempo quedaron en la sombra. Tanto la
Alianza, restringida a un pueblo, pero significativa para todos los
pueblos, como la Teología del Reino, nos hacen pensar que los
proyectos divinos van mucho más allá de la simple armonía conyugal
y familiar. Ellos se sitúan en la dinámica de una historia que deberá
culminar en una única Gran Familia de Dios, que supere todas las
barreras. A la luz de esta Gran Familia, la pequeña Familia encuentra
su grandeza.
Si esos dos presupuestos fueran verdaderos, entonces tanto la
educación para el Amor, como la pastoral vuelta hacia la familia,
deberán ser insertadas en el conjunto del proceso evangelizador y no
vistos como capítulos aparte. Es verdad que la humanización de la
sociedad presupone la humanización de la sexualidad en todas sus
dimensiones. Pero también es verdad que la integración personal,
conyugal y familiar, se facilita o dificulta por las condiciones
socio-políticas, además, naturalmente, de las religiosas. Esto no
significa que esas realidades no presenten aspectos específicos. Ellas
lo presentan. Con todo, esos aspectos específicos solo serán
debidamente trabajados si son insertados en el contexto de la
sociedad en que se vive. Así considerados, no sólo estarán ayudando
a las personas, matrimonios y familias a situarse mejor en ellos
mismos, sino que estarán contribuyendo al surgimiento de una nueva
sociedad que refleje mejor los designios divinos para cada uno y para
con todos.
Mosser-Antonio
........................
NOTAS.
1.Lepargneur, H. Descompeno entre teoría e práctica. Una investigaciao nas raízes
de moral Vozes, Petrópolis. 1979.
2.Joao Pablo II Homilía en Puebla, 3 AAS LXXX, p, 148.
3.Cf. Grelot, P., Le couple humain dans L ´Escriture, Foi Vivante, cerf, París, 1969,
13 s.
4.Pohier, J.M., A prazer coloca un problema para o Cristianismo, Concilium a,
100(1974), 131 ss
5.Idem.
6.Snoek, J., Ensaio de Etica Sexual, Paulinas, Sao Paulo, 1981, cap II-VI
7.Cf. Mosser, A., Pastoral Familiar: Desafíos e perspectivas, REB 189, 1980, 110s.
8.Cf. Mosser, A., Patoral Familiar: Teología moral: Impasses e Alternativas, Vozes,
Petrópolis 1987, 99 s.
9.Cf. Mosser, A., Integración afectiva y compromiso social en América Latina, Clar,
Bogotá 1988, 46s. Latina
10.Cf. Mosser, A., O problema demográfico e las esperancas de un mundo novo,
Vozes, Petrópolis, 1978,15s.
11.Cf. Macedo, C.C, "Familia y sociedad", en Vida Pastoral, 92 (1980), 30-31.