¿La fe aleja de la "vida real"?


O se vive como se piensa...

—Las razones que has venido dando hasta ahora son interesantes... para pensar en ellas. Pero a veces, luego, parece como si la vida real fuera por otro lado.

A veces lo parece, desde luego. Recuerdo lo que contaba el profesor Bloom. Un día se le acercó un estudiante y le dijo que después de leer El banquete, de Platón, había concluido que hoy sería imposible aquel ambiente cultural ateniense en el que hombres amistosos y educados, situados en pie de igualdad, se reunían para mantener apasionantes conversaciones sobre el significado de los anhelos de su espíritu.

Lo que ese alumno no sabía –continuaba el profesor Bloom– es que aquel ambiente cultural tenía lugar en Atenas en medio de una terrible guerra.

El amor por la sabiduría de aquellos hombres aportó a la civilización occidental unas conquistas intelectuales de un valor inestimable. Mostraron lo mejor que hay en el hombre que busca apasionadamente la verdad, por difíciles que sean las circunstancias en las que viva.

No es sensato escudarse
en la vida real
para dejar de pensar
en la verdadera realidad.

En nuestra época no es menos necesario pensar. Al contrario: nuestros problemas son tan complejos y sus fuentes tan profundas, que para comprenderlos necesitamos reflexionar y buscar soluciones quizá más que nunca.

 

Los riesgos del eufemismo

El hombre tiende a establecer una cierta barrera entre las ideas y lo que llama la vida real. Y quizá, por ejemplo, cuando piensa en la fe, su imaginación representa en su mente un viejo y destartalado templo donde un sacerdote vestido con ropas extrañas se dirige a unas personas grises y serias, que además cantan mal, y que a su juicio pierden lamentablemente el tiempo, lejos del mundo real en el que ellos sí están.

Y probablemente concluya que la religión no tiene sentido. O que la Iglesia funciona mal, cuando lo que parece funcionar fatal es su conocimiento de la fe y de la Iglesia, o al menos su imaginación, que impide a su inteligencia contemplar lo que hay detrás de todo aquello que ve.

Algunos tienen una pobre imagen de la fe y de la Iglesia sin culpa de su parte, o al menos con poca culpa. Otros, fomentan su autoengaño para tranquilizar su conciencia, que quizá les reprocha algunas cosas a las que no se atreve a llamar por su nombre.

Y es que, o se vive como se piensa, o se acaba pensando como se vive. Y lo peor es que ese trayecto mental suele recorrerse de forma casi inconsciente. Es un proceso sencillo, en el que lo que se hace en la práctica acaba por apuntalarse con la correspondiente teoría. Y quizá a partir de entonces la comisión ilegal deja de parecerme tan mala... porque yo estoy cobrándola.

Al comienzo fueron vicios, hoy quieren llamarse costumbres, decía Séneca. Hay personas –dice José Eulogio López– que cuando no han sido fieles a su mujer reconocen su debilidad; y otras, que lo que hacen es acusar a los demás, y exigir a la Iglesia que dé marcha atrás en una regla que ellos ya no pueden seguir. Es como si a un grumete le mareara navegar y, en vez de esforzarse por acostumbrarse al mar, exigiera al patrón que todos los barcos se quedaran a faenar en el puerto. Son como esos creyentes a los que les gustaría reformar la Iglesia para no tener que reformarse a sí mismos (a pesar de que parece hacerles bastante falta).

 

¿Es una vida más cómoda?

—Pero la vida sin fe suele ser más cómoda...

Habría que matizar eso. La voz de Dios está dentro de cada hombre. Quien vive en el nihilismo o el ateísmo se enfrenta constantemente a preguntas sin respuesta. No es verdad que la vida sin fe sea más cómoda. Al contrario, la falta de fe hace la vida más oscura, con menos esperanza.

Cuando una persona vive bien su fe, encuentra en ella una felicidad que no se consigue de ninguna otra forma. Pero ha de ser una fe bien vivida, entendida no como un paquete de obligaciones y prohibiciones, sino como una luz que ilumina hacia dónde podemos ir.

La conquista de la libertad
es un camino de conocimiento
y de exigencia personal.

El conocimiento es importante porque favorece la libertad. Si un navegante conoce la proximidad de un temporal, puede cambiar el rumbo, y sortearlo, o bien refugiarse en el puerto. Pero si lo ignora, se pondrá en peligro, y aunque se sienta muy libre, está camino de perder su libertad. Por eso, escoger el error, aunque la elección sea libre, no puede llamarse propiamente libertad.

Para ser libre hay que ponerse en guardia contra el influjo de la masificación y las corrientes de pensamiento de moda. No hay que olvidar que gran parte de nuestro acceso a la realidad es a través de medios de comunicación que poseen una gran capacidad de persuasión, y si una persona se descuida puede hacer lo que le viene en gana creyéndose muy libre al seguir esa imperiosa espontaneidad, sin darse cuenta de que está siendo dirigida por los mensajes de una ingeniosa propaganda. Por eso dice José Antonio Marina que la libertad es siempre cautelosa y algo desconfiada, y en cambio el hombre excesivamente espontáneo es carne de agencia de publicidad.

Y luego, además del conocimiento, está la exigencia personal, pues

la verdadera libertad
empieza por ser capaz
de obedecer a los propios mandatos.

Querer liberarse de la exigencia es un engaño utópico. Kant contaba la parábola de la paloma que creía que sin la resistencia del aire volaría con más libertad. Pero esa resistencia es, precisamente, lo que la mantiene en vuelo.

Las cadenas surgen al hombre como a la tierra los abrojos, dice Martín Descalzo. Crecen y rebrotan a poco que uno se descuide. Lo comprobamos a diario cuando sustituimos la libertad por el capricho, por los prejuicios, por lo más barato de nosotros mismos. ¿Soy yo libre cuando "libremente" hago el idiota? Cuántas veces la única libertad que ejercemos es la de elegir nuestra propia servidumbre.

La libertad es cara y dolorosa,
y por eso a veces elegimos
una cómoda esclavitud
frente a una costosa libertad.

Gentileza de http://www.interrogantes.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL