C U L T U R A    C R I S T I A N A

 

Mario Ángel Flores Ramos
Vice-rector del Seminario
de la Arquidiócesis de México
y asesor del Instituto Mexicano
de Doctrina Social Cristiana(IMDOSOC)

 

CULTURA/QUE-ES: Puede parecer extraño si comenzamos afirmando que no existe una cultura cristiana, ya que es muy común usar esta expresión para indicar toda una mentalidad y una manera concreta de desenvolverse en la vida. Sin embargo, si aclaramos que más bien existen culturas cristianizadas, podemos llegar a un punto de acuerdo. Por otra parte, la mentalidad actual de la Iglesia va más por esta segunda forma de entenderlo. «Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil»(1). Por ello las culturas establecen los distintos estilos de vida en común, las diversas escalas de valores, las diferentes maneras «de servirse de las cosas, de trabajar, de expresarse, de practicar la religión, de comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias, las artes y de cultivar la belleza»(2). En otras palabras, la cultura es el modo particular con que un pueblo cultiva su relación con Dios, con los demás y con la naturaleza, de tal forma que las costumbres recibidas forman el patrimonio propio de cada comunidad humana, como un proceso histórico y social que brota de la actividad creadora del hombre.(3)

La cristiandad

Durante algunas épocas de la historia de la Iglesia se han hecho intentos de circunscribir "lo cristiano" sólo a una determinada manera de establecer esa triple relación: Dios, hombre, mundo, haciendo de tal concepción cultural una sola cosa con el cristianismo. Podemos considerar como una expresión cultural llena de riqueza la que se desarrolla en el medioevo europeo cristianizado, pero de allí a pensar que únicamente ese esquema es posible hay una gran distancia. De igual forma es notable la cultura italiana del siglo XII o la española de los siglos XV y XVI, profundamente cristianas, pero no podemos aceptar que sean expresiones inseparables al mensaje del Evangelio, tal como se pretendió erróneamente en su momento. Baste recordar que la evangelización de China no fue posible en los siglos XVI y XVII, a pesar de la magnífica labor iniciada por San Francisco Javier y Mateo Ricci, debido a la reticencia del occidente latino a la aceptación de otras pautas culturales. De hecho, en el término "cristiandad", se entiende no sólo la madurez de una cultura cristianizada, sino también el intento absolutizador de la misma, llegando a identificar la evangelización con la imposición de un modelo cultural.

La cruz, crucero de culturas

Llama la atención cómo desde la cruz de Cristo se establece una encrucijada de culturas mediante las cuales comienza a expresarse el mensaje cristiano. Efectivamente, nos narra San Juan en su Evangelio, tan lleno de precisiones y detalles, que sobre la cruz de Jesús se colocó una inscripción que había redactado el mismo Pilato, llena de ironía, que decía: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos». El letrero, señala San Juan, estaba en hebreo, latín y griego, exactamente las tres culturas implicadas en el ambiente de Palestina en tiempos de Cristo (ver Jn 19,19-20). Desde la cruz nace ya un primer sentido de catolicidad, ya que el cristianismo originario se desarrolla gracias al concurso de todas estas líneas culturales. Efectivamente, contra lo que pudiera pensarse a primera vista, la Iglesia no es un fenómeno exclusivamente hebreo. Baste pensar que desde ese sustrato inicial del judaísmo la Buena Noticia se comunica en lenguaje y mentalidad griega a través de los textos escritos en koiné, y los apóstoles recorren el territorio del Imperio romano por los caminos y ciudades que de alguna manera son indispensables para tal comunicación. Una figura notable que resume en su propia persona este conglomerado de culturas que se entrelazan desde la cruz es, sin duda alguna, Pablo de Tarso: judío por raza y tradición, griego por cultura y formación, romano por ciudadanía.

Lo mismo podemos destacar en el contexto del nacimiento de la Iglesia: Pentecostés. La festividad judía que celebraba la constitución de Israel como un pueblo exclusivo de Dios, a tal grado que debía tomar distancia de todos los demás pueblos, se convierte en la ocasión de constituir un nuevo pueblo de Dios, pero ahora formado por los pueblos de todas las latitudes y culturas, sin distingos. Los Hechos de los Apóstoles nos describen un cuadro multirracial y plurilingüístico, donde los lugares mencionados simbólicamente representan todas las direcciones de la tierra: «¿Cómo cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios» (Hch 2,7-12). El mensaje del Evangelio se propaga no como una cultura que se sobrepone a las otras, sino como un elemento que las cualifica con nuevo sentido y con valores. De ahí aquellas expresiones de Jesús a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra... ustedes son la luz del mundo...» (ver Mt 5,13-14); o bien aquella parábola sobre el Reino, del que la Iglesia es primicia: «El Reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo...» (Mt 13,33).

Las semillas del Verbo

Cuando San Justino habla en el siglo II de las "semillas del Verbo", lo hace convencido de que la acción de Cristo tiene que ver con todas las culturas, de tal forma que la Verdad, donde quiera que se dé, es de Cristo, es cristiana. Por consiguiente, la salvación es siempre y sólo obra de Cristo. No es extraño por eso encontrarnos con fragmentos de sabiduría y verdad entre los griegos, ya que ellos, reflexiona Justino, han tenido de manera ingénita la Semilla del Verbo («Sporas tou Logou») (4). El anuncio del Evangelio delante de las culturas comienza por indagar y destacar todos aquellos aspectos que ya están iluminados de alguna forma por el mismo Cristo: «Cuanto de bueno está dicho en todos ellos, nos pertenece a nosotros los cristianos, porque nosotros adoramos y amamos, después de Dios, el Verbo, que procede del mismo Dios ingénito e inefable»(5).

CR/LEVADURA: En consecuencia, el cristiano pertenece a una cultura determinada, pero no busca establecer un modelo cultural único. Busca dar "luz y sabor" (=sentido y valores) a las distintas culturas. «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular... sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia conducta superan las leyes... Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo»(6).

La lucidez con que se expresa aquel anónimo y desconocido alejandrino del siglo II en esta pequeña obra maestra de oratoria del griego cristiano, conocida como Discurso a Diogneto, establece la relación del cristianismo con la cultura o culturas: «Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo...», es decir, una relación donde el mensaje del Evangelio quiere ser un principio vital para las culturas, un elemento que se agrega y da nueva proyección a los modelos culturales ya existentes, un factor que envuelve toda la expresión humana de una nueva proyección que brota desde Cristo. Por ello puede haber tantas expresiones culturales "cristianizadas", como el incontable colorido que conforma toda la gama pluricultural del hombre.

La Nueva Evangelización de las culturas

Nada más acorde con la original misión de la Iglesia que el propósito de la Nueva Evangelización, que pone en un lugar central la evangelización de las culturas. El tema ha sido ampliamente tocado en todas las latitudes eclesiales. Quiero destacar, sólo como un ejemplo, lo realizado en el II Sínodo diocesano de la Arquidiócesis de México(7). Sin embargo, esta evangelización de las culturas es parte de un proyecto más amplio que engloba los esfuerzos de toda la Iglesia en nuestros días. A nivel de nuestro continente, el tema ha sido abordado específicamente por la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Santo Domingo en 1992.

«En nuestros días —ha dicho el Papa Juan Pablo II en su discurso inaugural de este encuentro— se percibe una crisis cultural de proporciones insospechadas. Es cierto que el sustrato cultural actual presenta un buen número de valores positivos, muchos de ellos fruto de la evangelización; pero, al mismo tiempo, ha eliminado valores religiosos fundamentales y ha introducido concepciones engañosas que no son aceptables desde el punto de vista cristiano»(8). La ausencia de estos valores cristianos no sólo ha llevado al hombre a perder de vista la dimensión trascendente de la realidad, viviendo en la práctica como si Dios no existiera, sino también a un creciente desencanto social y a una ausencia de ideales personales.

«La Iglesia, que considera al hombre como su "camino" (ver Redemptor hominis, 14), ha de saber dar una respuesta adecuada a la actual crisis de la cultura. Frente al complejo fenómeno de la modernidad, es necesario dar vida a una alternativa cultural plenamente cristiana. Si la verdadera cultura es la que expresa los valores universales de la persona, ¿qué puede proyectar más luz sobre la realidad del hombre, sobre su dignidad y razón de ser, sobre su libertad y destino que el Evangelio de Cristo?»(9).

Así, de un franco reconocimiento de los valores existentes y de la verdad proclamada, estén donde estén, porque son de Cristo, única fuente de verdad, el cristiano debe pasar al compromiso de ser portador de nuevos valores para cualificar nuestras culturas. La cultura existente, la cultura adveniente, las culturas indígenas y afroamericanas, las culturas rurales, urbanas e industriales... todas deben ser llevadas a un nuevo proceso de auténtico humanismo, de auténtico cristianismo. Allí donde crece la cultura de la muerte, la violencia y el terrorismo, la drogadicción y el narcotráfico, la corrupción y la miseria; allí donde se desnaturaliza la dimensión integral de la sexualidad humana creciendo el ámbito de la permisividad y promiscuidad... Allí hace falta ofrecer la cultura de la vida, «ofrecer el Evangelio de Jesús con el testimonio de una actitud humilde, comprensiva y profética», en diálogo respetuoso, franco y fraterno. Sólo así se podrá avanzar con firmeza hacia las culturas cristianizadas(10).

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1 Gaudium et spes, 53.

2 Lug. cit.

3 Ver Puebla, 386.

4 Ver San Justino, Apología, II, 13.

5 Lug. cit.

6 Discurso a Diogneto, 5.

7 Ver el texto publicado al respecto con todos los documentos: Evangelización de las culturas en la Ciudad de México, II Sínodo diocesano, México 1995.

8 Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 21.

9 Allí mismo, 22.

10 Ver Santo Domingo, 235 y 248.