El progreso del cristianismo
En la civilización cristiana, y sólo en ella, se han desarrollado las ciencias tal
como hoy las conocemos. La primera razón la tenemos en que las demás
civilizaciones son paganas, es decir, creen en numerosos dioses, que andan
mezclados con las realidades materiales del universo. Así la existencia de los
hombres se creía dominada por ciegas fuerzas de carácter sobrenatural: el fatum o
destino. Con el cristianismo, la situación cambia radicalmente, pues enseña que
hay un único Dios, trascendente al mundo, el cual ha entregado a los hombres
como su heredad, para que lo cuiden y trabajen. El hombre es radicalmente libre; el
destino inexorable no es señor de su vida, sino que cada persona queda en manos
de su propia responsabilidad. El mundo no es resultado de la casualidad ni de
ciegas fuerzas desconocidas: es obra de un Dios personal, que es Inteligencia y
Amor, y que ha hecho al mundo inteligible, dotándolo de unas leyes y un orden que
el hombre puede y debe descubrir. No hay, por lo tanto, misterios en la naturaleza,
sino el orden de una racionalidad que Dios mismo le ha dado.
Pero la influencia del cristianismo no se ha limitado a crear una mentalidad que
haga posible las ciencias, pues también se deben al cristianismo los medios
concretos y prácticos que han conducido al desarrollo, de hecho, de las ciencias. La
principal de las instituciones creadas por la Iglesia para alcanzar ese fin es la
universidad. Las civilizaciones no cristianas consideraban los conocimientos como
una fuente de poder sagrado, que procuraban mantener oculto toda una casta de
magos, brujos, chamanes y hechiceros. En la universidad, la Iglesia proporcionaba
los medios para progresar en el conocimiento, y era un lugar en el que se
practicaba una de las primeras y más importantes obras de caridad y misericordia:
enseñar al que no sabe.
Tirso de Andrés Argente
de Cristianismo y progreso