LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La consigna está en la calle. Ha sido lanzada en numerosas ocasiones por el Papa y está siendo coreada por todo el episcopado del mundo. La consigna es la nueva evangelización. Tal consigna es de perenne actualidad para los seguidores de Jesús, pues no tenemos otra misión.

La nueva evangelización significa dos cosas. Obviamente, y en primer lugar, significa que de nuevo hay que volver a evangelizar, puesto que la secularización se está decantando en occidente como una galopante descristianización. Los valores del evangelio, tales como el amor, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad... han cedido estrepitosamente ante el empuje de nuevos valores como el progreso, la eficacia, el éxito, el consumo... Pues aunque los valores cristianos siguen en la boca, hace tiempo que ya no están en el corazón. No son los que nos mueven cada día, sino los que dejamos que nos conmuevan en días señalados y contados con los dedos de una mano.

Pero la nueva evangelización significa también, y sobre todo, que hay que evangelizar de nuevo, de una manera nueva, con nuevos métodos y metas y estrategias, para no incurrir en los errores del pasado. Nuestra meta no es otra cristiandad, sino el reino de Dios. Y eso nada tiene que ver con la ocupación del mundo, sino con la presencia en el mundo. No se trata de bautizar una cultura o un territorio, ni de avalar la unidad europea o americana, sino de bautizar al que crea, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje de Jesús. Para emprender la hermosa tarea de la nueva evangelización, hay que tener muy presente la sabia decisión del primer concilio de la Iglesia, en Jerusalén, de no cargar más que con lo estrictamente evangélico. La sabiduría apostólica en discernir el mensaje cristiano del evangelio del imprescindible vehículo cultural judío debería ser un objetivo muy claro para no lastimar ni desfigurar el evangelio, lastrándolo con las adherencias que le ha puesto la historia y posiblemente otros condicionantes ajenos.

Hay que volver a la raíz, para recuperar toda la savia del evangelio, sin quedarse en el tiempo, ni en aquel tiempo, ni en ningún tiempo pasado, pues por ahí andan acechando los demonios del fundamentalismo. No se puede retroceder hasta la cristiandad, ni siquiera a la primitiva Iglesia, en todo caso, hay que volver a Jesús. Pero tampoco se puede echar por la borda todo el pasado, como si nada hubiera pasado. Porque han pasado muchas cosas. Lo importante es recuperar la memoria, para conservar toda la fragancia de la tradición, desprendiéndose de los malos olores del tradicionalismo, que no es más que apego desordenado al pasado y miedo a seguir adelante.

Hay que conservar las virtudes cristianas, la fe en Pedro y Pablo, la esperanza de los mártires, la pobreza de Francisco y Domingo, la profunda vivencia de Teresa y Juan de la Cruz, la caridad de S. Vicente de Paul, de la Madre Teresa... Pero teniendo el máximo cuidado de no canonizar como virtudes cristianas lo que no son sino estrategias y argucias mundanas asumidas equivocadamente por algunos cristianos.

La nueva evangelización debe orientarse en el único sentido posible, el del evangelio: sal, levadura, luz... Sal que preserve de la corrupción, pero que no desvirtúe la vida cristiana como un bacalao; levadura que levante y dé sabor a la masa, sin pretender amasar todo el pan; luz que ilumine, que no se esconda bajo la mesa, o en la sacristía o en la intimidad de la conciencia, sino que disipe las tinieblas, para que se vea, y no para que nos luzcamos, y mucho menos para que deslumbremos o ceguemos a los demás.

LUIS G. BETES
DABAR 1992/30