ACTITUDES DEL EVANGELIZADOR 


ANUNCIAR EL EVANGELIO HOY
A propósito de la «nueva evangelización»


Al enunciar nuestro punto de vista sobre la "nueva 
evangelización", queremos resaltar lo que nos parecen algunas de 
las condiciones para un anuncio eficaz de la Buena Nueva aquí y 
ahora. Queremos, sobre todo, compartir una esperanza con todos 
aquellos y aquellas que desean irradiar el Evangelio. No es 
cuestión, en nuestro caso, de hablar como especialistas de la 
animación cristiana: la misión pertenece al conjunto de los 
creyentes; es a todo el Pueblo de Dios al que ha sido confiada 
esta responsabilidad.

1. Para evangelizar, salir de las fronteras del «mundo católico»
La llamada que nos ha sido hecha habla de "nueva 
evangelización". Pero es preciso no privar a la palabra de su 
fuerza. Evangelizar es hacer de manera que el Evangelio sea una 
buena noticia allí donde ya no está, o no está todavía, y 
transforme el espíritu y la vida de quienes lo reciben.
No se trata únicamente, por tanto, de asegurar más firmemente 
nuestra identidad católica ni de devolver su consistencia a una 
cultura cristiana en vías de extinción. No se trata de unirse a 
quienes, en el tropel de las actuales tendencias a la restauración, 
pretenden "volver a poner a la Iglesia en medio de la ciudad", ni se 
trata de recuperar una audiencia perdida.
¿No conviene, por el contrario, levantar acta, con toda 
franqueza, del pluralismo de nuestra sociedad y procurar descubrir 
en ella la acción. del Espíritu de Dios y entregarnos a esa acción?
Esta búsqueda implica un compromiso con el mundo muy 
concreto de nuestro país para descubrir en su interior, entrando 
en su juego -un juego en el que nosotros no hemos dictado todas 
las reglas-, las semillas de vida, los nuevos valores que podrán 
contribuir a anunciar la Buena Nueva.
Un camino semejante, hecho de interpelaciones y de cuestiones 
que nosotros todavía no hemos resuelto, nos conducirá a perder 
un poco de nuestras seguridades y a tomar la medida de la poca 
eficacia de nuestras respuestas o, al menos, de nuestras maneras 
de responder hasta aquí.
Con relación a las posiciones actuales de nuestro catolicismo, 
esta actitud comporta riesgo e incertidumbre, entrar en una suerte 
de "vacío" (una "kénosis", como dicen los teólogos)
Para muchos de entre nosotros (para todos en cierta medida) y, 
sin duda, para nuestras instituciones, esta llamada a evangelizar 
resuena como una invitación a un cambio profundo, incluso a una 
conversión. Lo que se pide es ciertamente reconocer nuestras 
mediocridades espirituales, pero también ponernos a buscar lo 
que Dios espera de nosotros, en el mundo tal como es.

2. Confesar nuestra fe en Ia cultura contemporánea
Este mundo donde el Espíritu obra escapa a nuestro dominio: 
nos trastorna. No solamente a los cristianos. De cara a las 
cuestiones inéditas que suscitan las transformaciones sociales 
actuales, todos estamos obligados a vivir en medio de problemas 
no resueltos y a buscar continuamente resolverlos. Vivimos, sin 
embargo, en esta cultura que no nos es extraña, puesto que 
nosotros la hacemos. Es en ella donde nos es preciso reconocer y 
confesar a Jesucristo.
Sin duda, a veces es fuerte la tentación de reservarnos enclaves 
o de volverlos a crear. Sin duda, hay también espacios en nuestra 
vida que están ya evangelizados. Pero a lo que no estamos 
invitados es a rendirnos, si no queremos quitar su valor a la 
palabra "evangelizar".
Todos no están llamados a hacer la misma cosa. Pero es 
esencial al cristiano vivir con esperanza la cultura de su tiempo.
Es importante que algunos de nosotros se comprometan -como 
lo han hecho nuestros predecesores- en las prácticas culturales 
contemporáneas, para mejor descubrir en ellas las promesas y las 
esperanzas, para conocer también sus ambigüedades y aporías. 
El desafío ¿no es al mismo tiempo hacerse capaz de interrogar la 
cultura a partir de nuestra fe y ponerse en situación de recibir de 
esta cultura algo que renueve nuestra exposición cristiana? 
Ciertamente, las respuestas que podremos proponer no tendrán 
una evidencia tal que puedan convencer a todos los espíritus, ni 
siquiera serán plenamente satisfactorias para nosotros. Pero la fe 
no avanza sin renovaciones permanentes y sin búsquedas. 
Evangelizar no puede ser simplemente repetir las verdades 
conocidas con las fórmulas inmutables debidamente 
autentificadas. Por la libertad que da el Evangelio, ¿no tenemos 
que inventar nuevos lenguajes, manifestar aperturas, indicar 
alternativas inéditas, abrir caminos no señalados? La fe en 
Jesucristo, lejos de encerrarnos en un cuadro de soluciones 
hechas, debe darnos dinamismo para esta búsqueda..
En una sociedad masivamente tecnificada, la fe cristiana ha 
dejado de ser un elemento central y organizador: se presenta 
como una opción entre otras.
No somos nostálgicos de la cristiandad. Tomar parte en este 
pluralismo no es, a nuestros ojos, un abandono. Aquí también nos 
es preciso escuchar "lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
No se presenta el Evangelio como la única vía. Esto es una 
suerte para que resplandezca en su trascendencia y en su 
gratuidad. Si el Evangelio puede tener un impacto en el seno de 
nuestra cultura, es porque será seductor para ayudar a vivirla a 
aquellos que se dejen seducir.
Pero ¿qué seducción sería posible si no se nos ve 
comprometidos en las tareas y los problemas de nuestro tiempo, 
con todos los otros ciertamente, pero animados por esta Presencia 
que da sentido a lo que vivimos, "prontos a dar cuenta de la 
esperanza que nos invade"?
La insistencia en la seducción no debe, sin embargo, velar todo 
el carácter "racional" del trabajo molesto y de la cultura 
contemporánea; la indagación del sentido en las mediaciones, 
entre otras, de las disciplinas científicas que buscan captar los 
elementos de esta cultura, deja un camino en el cual la seducción 
se enunciará quizás en términos de coherencia, pero no podrá ser 
el camino sin salida de un trabajo a menudo austero sobre tierras 
áridas.

3. Escuchar al otro
Una característica de nuestro catolicismo es, sin duda, la 
multitud de sus instituciones. Esta riqueza nos hace a veces más 
difícil escuchar al "otro". Para evangelizar en el sentido que hemos 
dicho, el primer paso es quizás el cambio de costumbres.
Para desestabilizarnos en el interior de nuestras confianzas nos 
es preciso comenzar por escuchar lo que dicen los hombres y las 
mujeres de nuestro tiempo. La mayor parte, por lo demás, no 
esperan al principio una palabra, sino que se les escuche. Para 
hablar diez minutos, decía uno de nosotros, es preciso saber 
escuchar tres horas con "simpatía".
Escuchar al otro, al diferente, cualquiera que sea su estatura, su 
prestigio o su habilidad, no es cosa natural. Es alcanzar de este 
lado (¿o del otro lado?) lo que pueda decir de sí mismo. Es 
acercarse a él como Jesús a la Samaritana o a los discípulos de 
Emaús, con una pregunta que no es de pura pedagogía -¡Dios nos 
libre de ese género de estrategia!-: ¿Dónde estás tú? ¿Qué dices 
tú de ti? ¿Cuál es tu esperanza y tu sufrimiento?
Nosotros no tenemos influencia sobre la Palabra revelada; es la 
Palabra la que se revela a nuestra escucha: nosotros discernimos 
su marcha en los corazones y en la historia. "Contemplativos en la 
acción": esta bella fórmula de la tradición ignaciana no designa 
poca cosa. Quiere decir "en nuestras diversas tareas". Sean 
propiamente ministeriales o, más ampliamente, sociales, políticas, 
culturales, científicas. Contemplativos de la acción del Espíritu en 
nuestro mundo. Buscadores de Dios en la modernidad. Antes de 
hablar, dejarnos evangelizar por este Espíritu que "hace nuevas 
todas las cosas".

4. Los jóvenes y la novedad del mundo
Los jóvenes a menudo nos despistan. Aparte de su diversidad, 
aparecen en su conjunto como muy diferentes a nosotros. Algunos 
de sus problemas son también, sin duda, los nuestros. Pero ellos 
se los proponen de otra manera. Como reacción, a veces, contra 
nuestros modos de vivir o de pensar, rechazan nuestros análisis. 
Su modo de conocimiento y razonamiento está formado tanto por 
las asociaciones de imágenes como por las conexiones lógicas. La 
informática está a punto de modificar su aprendizaje y su manera 
de reaccionar.
Se puede observar que, en general, su marcha hacia la edad 
adulta es inversa a la nuestra. Nosotros hemos empezado siendo 
miembros de una familia, habitantes de un pueblo, de un país. 
Ellos son de todas partes, asaltados por mil doctrinas y mil 
imágenes. Hijos de la cerrada red de las comunicaciones. Mientras 
que nosotros, muchas veces, hemos debido dejar las células 
protectoras de la familia o del grupo, ellos aparecen a menudo a la 
búsqueda de una red próxima, afectiva, donde puedan ser 
reconocidos en lo que tienen de propio.
Sin duda, sus aspiraciones son en parte parecidas a las de 
todos los jóvenes de la historia, pero su voluntad de integración en 
el conjunto del grupo social es diferente de la nuestra. Se oponen 
a ser catalogados con referencia a valores o instituciones que les 
parecen anticuados.
Aspiran a ser los amos de su propio destino y comparten a 
menudo el sentimiento de impotencia de muchos adultos de cara a 
la complejidad del mundo que les rodea. Experimentan a veces la 
necesidad de verse acompañados en este aprendizaje de un 
mundo cuya herencia no pueden rechazar. En este sentido, 
desean poder compartir no sólo un "savoir-faire", sino también una 
experiencia de vida. Volveremos sobre esto.
Estos rasgos no pretenden tanto trazar un retrato de los jóvenes 
cuanto esbozar el contenido de su novedad. Los jóvenes son la 
novedad del mundo. Destinados a vivir en un mundo muy diferente 
del de nuestra juventud, constituyen el futuro del mundo.
Pero lo que ellos nos aportan y nos enseñan no es solamente 
"el mundo de los jóvenes", es "el joven mundo" de la eclosión, a la 
vez amenazado y prometedor. Lo que nosotros tenemos que hacer 
es quizás, antes de nada, reconocer lo que en él se busca de Dios 
y del Reino. Lo que nosotros podemos aportarles es, sin duda, 
ante todo, este reconocimiento, esta otra visión.

5. Leer positivamente la nueva cultura
No queremos más que indicar una actitud, sugerir una dimensión 
esencial de la tarea evangelizadora. Hablar de la juventud es 
abordar, lo hemos dicho, un mundo que cambia y que 
desconcierta. Todo cambio comporta, ciertamente, su parte de 
ambigüedad y de error. Y a este propósito, es sin duda demasiado 
fácil denunciar, una vez más, la droga, la violencia o, a la inversa, 
el nuevo conformismo de una juventud fascinada por el éxito 
económico. Adoptar una actitud semejante es intentar ratificarse a 
bajo costo o justificarse sin entrar en la cuestión. Lo que importa 
hacer es, más bien, ayudar a los jóvenes a discernir la parte 
positiva y la parte negativa de sus experiencias, comenzando por 
reconocer que están llenas de promesas.
Buscar signos de esperanza. ¿Cómo? En principio, no sólo en 
las nuevas comunidades donde los jóvenes se encuentran 
descubriendo con asombro el frescor del Evangelio. No sólo en 
esos nuevos lugares de meditación donde la hospitalidad hindú se 
une a la tradición contemplativa o cristiana y donde algunos optan 
por echar mano de todo. Estos índices, que tienen su valor, son 
demasiado limitados para que se pueda hablar de "signos de los 
tiempos". No; es en lo que marca la "nueva cultura" donde hemos 
de leer la esperanza: en este mundo brillante, sobreinformado, 
planetario, en este mundo del pensamiento asociativo, en este 
mundo de la red [o en-redado].
Leer la esperanza allí donde están los jóvenes.
En su ausencia de raíces y su olvido de la historia, leer la aptitud 
para reinventar las reglas del vivir juntos, de recomenzar de 
nuevo, de responder a las llamadas inéditas del Espíritu.
En su gusto por el consumo inmediato y su negativa a acumular, 
leer la disponibilidad a vivir con poco, a preferir la calidad de la 
vida aquí y ahora, a ser como "los lirios de los campos y los 
pájaros del cielo".
En su búsqueda de relaciones humanas más cálidas y sin 
barreras, leer la preocupación de acoger a cada uno por lo que es 
él en sí mismo y no solamente a partir de lo que hace o de lo que 
gana.
En las distancias tomadas con relación a la institución del 
matrimonio, leer la fe en la inventiva del amor.
El el "nunca más eso" de los jóvenes parisinos después de la 
muerte de Malik Oussekine, percibir el rechazo de Dios de cara a 
nuestras violencias.
En las muchedumbres de jóvenes que se manifiestan contra la 
carrera de armamentos, ver la lucha del Dios de Jesucristo contra 
las fuerzas de muerte operantes en la historia.
Sin duda, este primer tiempo de lectura no dispensa de análisis 
más complejos, por ejemplo para estudiar y combatir las causas de 
la violencia.
Pero no es preciso rechazar esta etapa de la lectura favorable 
en busca de signos de esperanza. Sería falta de sabiduría 
condenar demasiado pronto sin tomarse la molestia de buscar la 
significación de los acontecimientos y los comportamientos. Creer 
en la Buena Nueva invita a sobrepasar esta lógica del buen 
sentido, de corta vista y de mirada superficial.

6. Hablar, en primer lugar, por nuestros actos
Leer nuestro tiempo como el hoy de Dios no puede bastar. 
Nuestra misión es también decir el Evangelio. ¿Cómo hablar sin 
actuar? La primera palabra es, evidentemente, el testimonio de 
nuestras comunidades y los compromisos de cada uno.
Soñemos. Soñemos con todo un Pueblo de Dios constituido por 
comunidades alegres, dinámicas, acogedoras -¡las hay!-. 
Soñemos con una Iglesia que no fuera tanto "cuerpo constituido" y 
sí un poco más fermento de fraternidad y de reconciliación, 
testimonio de un entendimiento posible en nuestras diferencias, 
aprovechando todas las ocasiones para anunciar por nuestros 
actos que un entendimiento es posible.
Que se nos reconozca nuestra pasión por la apertura al otro, al 
diferente.
Que se nos reconozca nuestra resolución de luchar contra todo 
lo que aliena al ser humano, lo que prejuzga sistemáticamente; 
como en el Evangelio, que nos hace ver la realidad con los ojos de 
las víctimas, de los abandonados a su suerte, de los que el 
Evangelio llama los "pobres", los "pequeños", los "insignificantes", 
los "pecadores" (a los ojos de los prudentes).
Que se nos reconozca nuestra solidaridad frente al miedo de los 
jóvenes ante el paro, nuestra insistencia en reclamar y buscar 
tareas sensatas -no es que falte el trabajo en términos de 
necesidades sociales.
Que se nos reconozca nuestro no conformismo en el uso del 
dinero...
Soñemos aún. Soñemos ver multiplicarse entre nosotros los 
lugares, aunque pequeños, donde este estilo evangélico pueda a 
la vez vivirse y decirse: esos lugares de experiencia sin los cuales 
una palabra del Evangelio o una catequesis, incluso válida en sí, 
corre el peligro de seguir siendo inoperante durante mucho 
tiempo.

7. Hablar es también decir lo que nos hace vivir
... pues ¿cómo vivir sin decir también lo que nos hace vivir? No 
hablar de un Dios venido del exterior de nuestra experiencia del 
mundo, sino del de nuestra "contemplación en la acción". El que 
da un nombre a lo que nosotros vivimos, el que nos da el don de 
creer, de esperar, de amar, allí donde nosotros amamos, creemos, 
esperamos verdaderamente. El que nos seduce.
Seducción: es la palabra que vuelve una vez más. Seducción, 
lenguaje de amor. Uno habla, y la palabra resuena en el otro 
dejándole su libertad, despertando su libertad. Uno habla por 
amor. Por amor del Otro y de los otros.
Decir es proponer, no imponer. Incluso en la educación. Es dejar 
trabajar a la Palabra. Es abrir el camino al reconocimiento de la 
acción de Dios en Jesucristo, con la conciencia viva de que "nadie 
viene a El si el Padre no lo atrae".
Evangelizar es relatar la experiencia de Jesús. La vivida por 
Juan, por Pablo, por la comunidad de Mateo o de Lucas. Y también 
por las comunidades de nuestras ciudades y de hoy. Es relatarla 
de tal suerte que aquellos y aquellas que están ya "atraídos por el 
Padre" vengan a Jesucristo. Es hacer de manera que lo que hay 
de mejor en ellos se reconozca en el rostro de Jesucristo. Fuera 
de eso, decir que Jesús es Hijo de Dios tiene el peligro de que no 
tenga casi sentido para las personas a quienes se habla.
Decir la Buena Nueva es ponerse al servicio del Espíritu, es una 
"diaconía del Espíritu". Sin ingenuidad. La palabra que anuncia la 
esperanza, más allá de la ambigüedad de las situaciones vividas 
en nuestro país, en nuestra época, no desconoce los riesgos. 
Riesgos de errar, de compromisos con el espíritu del tiempo, de 
ver con el espíritu del mal, hábil para tomar las apariencias de 
espíritu de luz. Tarea de discernimiento, pues, para la cual 
nuestra tradición jesuítica nos ha formado, pero que es una 
herencia de la Iglesia. Es allí donde Dios actúa, allí donde nos 
llama a actuar, a evangelizar.

8. Evangelizar, por tanto, aquí y ahora...
-es salir de nuestras fronteras y arriesgarnos en terreno 
descubierto;
-es ir allí donde se presentan las cuestiones cruciales de 
nuestro tiempo, de las cuales no tenemos todavía las soluciones;
-es renunciar a presentarnos como los únicos poseedores de la 
verdad y levantar acta, tranquilamente, alegremente, del 
pluralismo de nuestra sociedad;
-es tratar de comprender lo que dicen los "otros", los no 
cristianos, por quienes Dios nos habla también;
-es creer en el mundo de los jóvenes y en la juventud del 
mundo;
-es leer la esperanza en el corazón de la cultura en gestación;
-es creer verdaderamente que el Evangelio es Buena Nueva y 
contemplar los signos de la venida del Reino de Dios, y es decir 
nuestra contemplación;
-es también proponer sin imponer, lo cual supone discernir, más 
que condenar; y anunciar, más que denunciar;
-es dejar que obre en nosotros, alrededor de nosotros, de 
nuestras comunidades, en nuestras ciudades, la seducción del 
Evangelio, porque primero nos ha ganado el corazón a nosotros.
(_SAL-TERRAE/88/04.Págs. 315-323)
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2.¿Qué se entiende por evangelizador? 
Con el término "evangelizador" me refiero a ese don particular 
edificativo del Cuerpo de Cristo al que se refiere la carta a los 
Efesios (/Ef/04/11), en donde se habla de los dones de Jesús 
subido al cielo. Estos dones hacen a algunos apóstoles, a otros 
profetas, a otros evangelistas, a otros pastores, a otros doctores. 
Son cinco dones que San Pablo enumera como constructivos de la 
comunidad cristiana para la edificación del Cuerpo de Cristo. 
Sabemos que no son los únicos dones, porque en otras cartas de 
Pablo encontramos señalados otros carismas; pero en este 
versículo de la carta a los Efesios el Apóstol piensa 
específicamente en la construcción de la Iglesia. El apóstol es el 
que pone el primer fundamento de una comunidad y la sostiene; el 
profeta interpreta los designios de Dios para el momento actual 
de la comunidad; el evangelista proclama el kerigma, la buena 
noticia, y por tanto agrega a la comunidad nuevos fieles que son 
atraídos por la palabra de salvación; el pastor protege y conduce 
el rebaño que se ha creado; el doctor profundiza, por medio de la 
catequesis, la doctrina y la teología, todo lo que forma el cuerpo 
de la comunidad. Una comunidad sana, bien fundada, es la que 
desarrolla todos estos carismas que, en la historia de la Iglesia, se 
han manifestado de diversas maneras: los fundadores de 
comunidad es, es decir, los apóstoles y los profetas que 
interpretan para el propio tiempo la palabra de salvación, han 
pasado luego a otros oficios, a otros servicios eclesiales y, hoy, les 
corresponde a los Obispos desempeñar el oficio de apoyo para la 
unidad de la comunidad y el compromiso de interpretar para la 
comunidad los designios de Dios sobre el presente. Es la acción 
magisterial y unificadora del Obispo.

Los dos carismas siguientes, evangelistas y pastores, aunque 
son también propios del Obispo, se refieren en particular a los que 
tienen el cuidado específico de varios miembros y situaciones de la 
comunidad. Concretamente y para buena parte la Iglesia confía 
hoy a sus presbíteros la doble tarea de evangelistas y de 
pastores; incluso, sobre todo la tarea de evangelistas no está 
-como nos lo demuestra el Nuevo Testamento- ligada 
exclusivamente a los miembros de la jerarquía y se puede 
extender, bajo su guía, a los laicos, como sucede hoy.

Pero la función principal, la responsabilidad fundamental del 
evangelizar y pastorear es la que los Obispos condividen con los 
presbíteros y que los presbíteros ejercen en cada lugar y en cada 
comunidad. La Iglesia vive, si mantiene en sí estos dos dones de 
evangelizar y de pastorear en un equilibrio que, evidentemente, 
puede variar según las circunstancias y las situaciones. Cuando el 
equilibrio se rompe y una Iglesia, por ejemplo, se vuelve solamente 
evangelizadora sin pensar en guiar y sostener las comunidades, 
tenemos entonces ese tipo de Iglesias entusiastas, en las que 
dominan únicamente las fuerzas de ataque, pero no se construye. 
Cuando, en cambio, todo el peso se lleva sobre la acción pastoral, 
entonces la Iglesia se pastorea a sí misma indefinidamente y 
pierde ese punto de expansión que la hace ser Iglesia.

He aquí la importancia de estos dos carismas unidos, 
evangelizadores y pastores.

En los evangelizadores prevalece, en cierto sentido, la iniciativa, 
el agarre, el ataque, la capacidad de afrontar situaciones diversas, 
de captar el mundo que piensa diversamente, de interpretar las 
necesidades de los que parecen lejanos, de entrar en el deseo 
profundo de verdad, de justicia, de Dios, que hay en cada uno y 
hacerlo explícito. Es una actividad que va, en vez de esperar; que 
se mueve, en vez de hacer la torre a la que hay que entrar.

Esta actividad se encuentra especificada aquí y allí en el Nuevo 
Testamento, pero sobre todo es muy clara en la figura de Felipe. 
Felipe es el evangelista, el que representa este tipo de acción. En 
Hechos 8, 40 evangeliza varias ciudades corriendo de una a otra; 
está presente cerca del carro del eunuco etíope, y luego lo 
volvemos a encontrar en otra parte de Palestina, con el ánimo 
atento a las nuevas necesidades de la gente. Felipe se atreve a 
afrontar al hombre que va leyendo sobre la carroza, y sin esperar 
que le pregunten le suscita la pregunta, se la aclara interiormente. 
Se le dice, pues, evangelizador al que tiene este don de 
euangelistés (Ef 4, 1 1), llamado luego nuevamente en Hechos 
21, 8 en referencia a Hechos 8, 40, en donde se describe así su 
actividad: "Felipe... recorria evangelizando todas las ciudades". He 
aquí una idea concreta de este tipo de carisma que tiene cierta 
capacidad para entrar en el ánimo de los demás, para descubrir 
las necesidades aunque no expresadas por la gente, para 
encontrarse en situaciones en donde parece que hay alejamiento 
del Evangelio, para ayudar a recorrer un camino de conversión 
descubriendo los gérmenes de la gracia, etc. 

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIZADOR EN SAN LUCAS
PAULINAS.BOGOTA 1983
.Págs. 16-18