Si las sectas avanzan, es por algo. ¿Qué pasara el día en que les arrebatemos sus grandes banderas? Se desplomarán, habiendo cumplido con su misión, que es la de despertar al gigante adormecido, la Iglesia Católica.
Estábamos acostumbrados a un catolicismo de masa, cuya mayoría era
religiosamente indiferente y apática. Nos parecía que este era el
destino de la religión: ir cada día más relegándose a las sacristías con
grupitos de incondicionales frente a una masa amorfa e indiferente.
¿Y qué pasó? Que con la explosión de las sectas nos dimos cuenta de
que nuestros análisis no era correcto. De pronto los apáticos se
volvieron activos y entusiastas. Pues bien, ¿a qué se debe este cambio?
Primera bandera:
La Palabra de Dios es para todos
Pensábamos que la Palabra de Dios era algo difícil, reservada a los
seminarios, los conventos y las escuelas de teología. Para el pueblo
sencillo eran suficientes el catecismo y el devocionario.
Pues bien, llegaron las sectas y demostraron que no es así. La Biblia es
para todos: niños y adultos, eruditos e ignorantes. El pueblo corrió
tras ellos en búsqueda de alimento espiritual más sólido y genuino. Y
nosotros, la Iglesia de Cristo, nos quedamos atrás, con nuestro tesoro bien
cuidado. Poseyendo la plenitud de la verdad, lo escondimos. Los demás,
abriendo la Biblia, dieron la impresión de contar con riquezas más grandes que
las nuestras. Y muchos se fueron con ellos.
¿Qué pasará el día en que nosotros católicos pongamos la Biblia en el lugar
que se merece, volviéndose en el principal alimento espiritual de todo
creyente, empezando desde los niños que apenas se abren a la fe?
Segunda bandera:
La entrega a Cristo es para todos
Nosotros católicos pensábamos que la entrega personal a Cristo era solamente
para los sacerdotes y las religiosas. Pues bien, llegaron las sectas y nos
abrieron los ojos, recordándonos que la entrega a Cristo es para todos, una
entrega consciente y definitiva a El como el único Salvador y Señor de la
propia vida. Algo realmente entusiasmante y sencillo al mismo tiempo, al
alcance de todos, que da sentido a la vida y crea la conciencia de una igualdad
esencial entre todos los miembros del pueblo de Dios.
¿Qué pasará el día en que entre nosotros católicos todo esto se vuelva «ley»,
eliminando en los laicos aquel profundo complejo de inferioridad, que los atrapa
y les impide elevarse hacia las cumbres del compromiso apostólico y la
santidad?
Tercera bandera:
La experiencia de Dios es para todos
Para muchos católicos sencillos, Dios es un ser familiar, con el cual tienen un
trato continuo y amoroso, que da una profunda serenidad a la propia vida.
El problema está en que no tienen una conciencia clara acerca del «tesoro»
que poseen.
Al contrario, las sectas buscan a propósito este tipo de experiencia y hacen
alarde de ella, utilizando los recursos más variados: oración, ayuno, canto,
testimonio, etc. Saben que se trata de un tesoro que se tiene que
encontrar a como dé lugar, y, al encontrarlo, o tener la impresión de haberlo
encontrado, sienten la obligación de comunicar la buena nueva, creando en la
comunidad un clima de euforia contagiosa.
¿Qué pasará el día en que entre nosotros católicos esa búsqueda se vuelva
«ley», haciendo del Dios lejano el Dios amigo e inseparable?
Cuarta bandera:
La misión es para todos
El que encontró a Dios y quedó marcado por esta experiencia, no puede quedar
callado. Para él la misión se vuelve en el paso obligado. Si a
esto se añade una mística particular y un sistema de «conquista» bien
planeado, no hay que extrañarse de los resultados.
¿Qué pasará el día en que en el mundo católico se vuelva en un estilo
normal de acción pastoral, haciéndose «ley» la búsqueda constante de la
oveja perdida, contando con una mística y una metodología específica con
miras a recuperar a los alejados?
Lástima que aún estamos muy lejos de poder vislumbrar este cambio, empezando
por los seminarios y las casas de formación para religiosas. Ni modo.
Le tocará al laicado dar este paso tan importante en la vida de la Iglesia,
como ya está pasando con muchos movimientos apostólicos.
De todos modos, el día en que esto suceda, podremos decir con toda razón: «¡Benditas
las sectas que vinieron a despertarnos!».
Papel de las sectas
En realidad, este es el papel de las sectas: poner de manifiesto ciertas
deficiencias presentes en la Iglesia y tratar de dar una respuesta. En la
medida en que su análisis es correcto y su respuesta acertada, las sectas
avanzan.
Hasta que la Iglesia no tome conciencia de sus cuestionamientos y no les
arrebate sus mejores banderas. Entonces las sectas se desplomarán
habiendo cumplido con su misión, que consiste precisamente en despertar al
gigante adormecido, que es la Iglesia Católica.
Lo mismo sucedió con el marxismo. Su misión consistió en despertar al
mundo capitalista acerca del problema de la justicia social. Cumplida su
misión, desapareció de la escena mundial. Lo que les deseamos a las
sectas de todo corazón.