II.- El Don de Inteligencia.



Inteligencia es el conocimiento íntimo de un objeto : «intelligere ese intus legere». El don de inteligencia es una luz que el Espíritu Santo concede para penetrar las verdades oscuras que la fe propone. Dice Santo Tomás, que esta penetración debe hacer concebir una idea verdadera y una justa estimación del fin último y de todo lo que con él se relaciona; ya que de otro modo no sería un don del Espíritu Santo.

La fe considera tres clases de, objetos: primero, Dios y sus misterios; segundo, las criaturas en lo que con Dios se relaciona; y tercero, nuestras acciones para dirigirlas al servicio de Dios. Naturalmente somos muy cortos en la proporción en que el Espíritu Santo nos ilumina por remedio de la fe y de las demás luces que nos comunica. Lo que la fe nos hace creer simplemente, el don de inteligencia nos lo hace penetrar con más claridad y de una manera que parece hacer evidente lo que la fe enseña, aunque la oscuridad de la fe permanece siempre; por eso se extraña uno de que algunos no quieran creer los artículos de nuestra fe o que puedan dudar de ellos.

Los que tienen el cargo de instruir a los demás – como los predicadores y los directores – deben estar llenos de este don. Ha resplandecido en los santos Padres y en los Doctores y es particularmente necesario para comprender el sentido de la Sagrada Escritura, sus figuras alegóricas y las ceremonias del culto divino.

Es difícil entender la Sagrada Escritura, porque Dios habla allí según sus sentimiento, que están incalculablemente separados de los nuestros; pero El los modera de tal forma que podemos entenderlos si nuestro corazón está bien purificado. Por ejemplo, nos dice San Juan en su primera epístola: Esta es la última hora» (1); lo que repugna a nuestro sentido porque no podemos comprender cómo el santo Apóstol ha podido decir, hablando de sus días, que estaba en la última hora. Y sin embargo, esto es verdadero en el sentir de Dios.

Todos los demás libros espirituales son en parte obra da la gracia y en parte obra de la naturaleza; pero el medio de recibir al Espíritu Santo y de ser conducidos por el, es leer con frecuencia la Sagrada Escritura. Es un gran abuso leer tantos libros espirituales y casi nada la Sagrada Escritura. San Gregorio Nacianceno, que es el único que no tiene en sus obras ningún error de los condenados por la Iglesia, y San Basilio, cuya doctrina es tan sólida, no leyeron más que la Sagrada Escritura durante once o doce años. Deberíamos leerla antes que a los Santos Padres, ya que con pureza de corazón se entra poco a poco en los diversos sentidos que tiene, y aunque se la haya leído cien veces, aprovechando la pureza de corazón, se la sigue leyendo y se profundiza cada vez más sus misterios.

El vicio opuesto al don de inteligencia, es la grosería respecto de las cosas espirituales. Este vicio es natural, y nosotros lo aumentamos todavía más con nuestros pecados y con nuestras pasiones y afectos desordenados. Se nota esto mucho más en las personas que están en pecado mortal. David tenía un corazón excelente para amar a Dios. Había recibido de El hermosos conocimientos y altos sentimientos. Sin embargo, después de su adulterio y después de que hizo morir a Urias estuvo nueve meses sin reconocer su pecado, y quizá no hubiera abierto los ojos si Dios no le llega a enviar al profeta Natán para ponerle delante su situación lamentable.

A este, don corresponde la sexta bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón» (1). Dice Santo Tomás que esta pureza se extiende a todas las potencias del alma, quitando todo le que la puede manchar: las pasiones, los movimientos desordenados del apetito concupiscible, los afectos viciosos de la voluntad, los errores y las falsas máximas del entendimiento. Incluso regula de tal manera la imaginación, que no le viene ningún pensamiento más que en el tiempo y lugar conveniente y con la duración necesaria. Así San Bernardo, cuando quería rezar, dejaba los pensamientos de las demás ocupaciones y los recogía una vez terminada la oración. Esto es lo que sucede a las almas que están muy purificadas. Por su pureza han logrado este perfecto dominio sobre ellas mismas.

El fruto del Espíritu Santo que se relaciona con este don y con todos los demás que ilumina el entendimiento, es la fe. La fe precede a los dones y es su fundamento; pero los dones a su vez perfeccionan la fe. Dice San Agustín que es indispensable creer primero y afianzarse bien en este piadoso afecto tan necesario a la fe. Después vienen los dones del Espíritu Santo y la hacen más penetrante, más viva y más perfecta (2). (1) Sit primum pietas credentu, ~rit postes fructua ice. lligentis. San Agustín. (2) Haec est novissimc hora. I Joon.. Il, 18. Beati mundo carde. Mat., V. S.

Cortesía de http://www.xs4all.nl/~trinidad/dones/sabiduria.html
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL