Papa
Beato Urbano II
EnciCato
(Otho, Otto u Odo de Lagery), 1042-1099, nacido de una familia de caballeros en
Châtillon-sur-Mame, provincia de Champagne, alrededor de 1042; muerto el 29 de
julio de 1099. Bajo la dirección de San Bruno (posteriormente fundador de los
cartujos), Otto estudió en Reims, donde más tarde llegó a ser canónigo y
archidiácono. Alrededor de 1070 se retiró a Cluny y allí profesó bajo el gran
abad San Hugo. Después de ocupar el cargo de prior fue enviado por San Hugo a
Roma como uno de los monjes solicitados por Gregorio VII, y fue de gran ayuda
para Gregorio en la difícil tarea de reformar la Iglesia. En 1078 se convirtió
en Cardenal Obispo de Ostia y consejero y asistente principal de Gregorio.
Durante los años 1082 a 1085 fue legado papal en Francia y Alemania. Mientras
regresaba a Roma en 1083 fue hecho prisionero por el Emperador Enrique IV, pero
fue pronto liberado. Mientras estuvo en Sajonia (1084-1085) llenó muchas de las
sedes vacantes con hombres leales a Gregorio y depuso a quienes el papa había
condenado. Celebró un gran sínodo en Quedlimburgo, Sajonia, en el cual el
antipapa Guiberto de Ravenna y sus partidarios fueron anatematizados de nombre.
Víctor III ya había sido elegido cuando Otto regresó a Roma en 1085. Otto parece
haberse opuesto a Víctor al comienzo, no por alguna animosidad o carencia de
buena voluntad, sino porque él juzgaba mejor, y crítico a la vez, que Víctor
renunciara al honor que no deseaba retener. Después de la muerte de Víctor se
envió una citación a tantos obispos del grupo de Gregorio como fue posible para
asistir a una reunión en Terracina. Se dio a conocer en este encuentro que Otto
había sido sugerido por Gregorio y Víctor como su sucesor. Por consiguiente, el
12 de marzo de 1088, fue elegido por unanimidad, tomando el título de Urbano II.
Su primer acto fue proclamar al mundo su elección y exhortar a los príncipes y
obispos que habían sido leales a Gregorio para continuar en su fidelidad: Otto
declaró su intención de seguir la política y el ejemplo de su gran predecesor
—“todo lo que él rechazaba, yo lo rechazo, lo que él condenaba, yo lo condeno,
lo que él amaba, yo lo abrazo, lo que él consideraba como Católico, yo lo
confirmo y apruebo”.
Fue una tarea difícil la que afrontó el nuevo papa. La entrada a Roma era
imposible. Los Normandos, con quienes, junto con Matilda, sólo podía contar,
estaban ocupados en una guerra civil. Antes de que pudiera hacerse cualquier
cosa, Roger y Bohemund debían reconciliarse y para efectuar esto, el papa partió
para Sicilia. Se reunió con Roger en Troina, pero la historia no dice nada sobre
lo que ocurrió entre ellos. El año siguiente, sin embargo, hubo paz entre los
dos príncipes, y la primera entrada de Urbano en Roma en noviembre de 1088,
según afirman algunos, se hizo posible gracias a las tropas Normandas. Su
difícil situación en Roma era verdaderamente lamentable; toda la ciudad estaba
prácticamente en manos del antipapa, y Urbano tuvo que refugiarse en la Isla de
San Bartolomé, siendo resguardado el acceso por Pierleone, quien había
convertido el teatro de Marcelo en la ribera izquierda del río en una fortaleza.
En Alemania no se contemplaba la perspectiva de ofrecer esperanzas de triunfo
del grupo papal; sus partidarios más fieles en el episcopado habían muerto, y
Enrique estaba ganando terreno continuamente. En medio de la pobreza y escasez
de su miserable refugio, Urbano dictó sentencia de excomunión contra el
emperador e igualmente el antipapa. Guiberto replicó realizando un sínodo en San
Pedro antes del cual citó a Urbano a asistir. Las tropas del papa y el antipapa
se trabaron en un combate desesperado que duró tres días; Guiberto fue sacado de
la ciudad, y Urbano entró triunfante a San Pedro. Ahora estaba decidido a unir a
sus seguidores en Italia y Alemania. La Condesa Matilda había perdido su primer
esposo, Godofedo de Lorraine. Ahora era ya de edad avanzada, pero esto no evitó
su matrimonio con el Conde Welf de Baviera, un joven de dieciocho años, cuyo
padre, El Duque de Welf IV de Baviera, estaba en armas contra Enrique. Urbano
encaminó de nuevo sus pasos hacia el sur. En el otoño de 1089, setenta obispos
se reunieron con él en el sínodo de Melfi, donde se promulgaron decretos contra
la simonía y el matrimonio clerical. En diciembre regresó a Roma, pero no antes
de haber construido una paz duradera entre Roger y Bohemund, y de recibir su
completa lealtad. Los volubles Romanos habían de nuevo renunciado a él ante las
noticias del éxito de Enrique contra Matilda en el norte de italia, y habían
llamado a Guiberto de regreso a la ciudad. Este celebraba la Navidad en San
Pedro mientras Urbano lo anatematizaba desde extramuros.
Por tres años Urbano fue obligado a vagar en el exilio por el sur de italia.
Pasó el tiempo celebrando concilios y mejorando el carácter de la disciplina
eclesiástica. Mientras tanto Enrique por fin sufrió una represión de las fuerzas
de Matilda en Canossa, la misma fortaleza que había presenciado su humillación
ante Gregorio. Su hijo Conrado, aterrorizado, se dice, ante la depravación de su
padre, y rehusando convertirse en su socio en el pecado, huyó al bando de
Matilda y Welf. La Liga Lombarda – Milán, Lodi, Piacenza y Cremona – lo recibió
con gusto y fue coronado rey en Milán, el centro del poder imperial en Italia.
El camino estaba ahora despejado para el ingreso de Urbano en Roma, pero todavía
los partidarios de Guiberto mantenían las posiciones fuertes de la ciudad. Esta
vez el papa fijó su residencia en la fortaleza de los Frangipani, una familia
que le había permanecido leal y que había establecido una posición defensiva
bajo el Palatino cerca a la Iglesia de Santa María Nuova. Su situación era
lastimosa, pues tenía que depender de la caridad y ya estaba lleno de deudas. Un
abad francés, Gregorio de Vendôme, sabiendo de la difícil situación de Urbano,
corrió rápidamente a Roma “que podría convertirse en partícipe de sus
padecimientos y trabajo y mitigar su necesidad”. En retribución por esto fue
erigido Cardenal Diácono de Santa Prisca. Un poco antes de la Pascua de 1094, el
gobernador del palacio de Letrán ofreció cederlo a Urbano mediante el pago de
una gran suma de dinero. Gregorio de Vendôme suministró este dinero vendiendo
ciertas posesiones de su monasterio; Urbano ingresó al Lateranense a tiempo para
la solemnidad pascual, y se sentó por primera vez en el trono papal justo seis
años después de su elección en Terracina.
Pero no era época para permanecer largo tiempo en Roma. La causa de Enrique
estaba constantemente volviéndose más débil, y Urbano corrió al norte para
celebrar un concilio en Piacenza con intereses de paz y reforma. La infortunada
Praxedis, segunda esposa de Enrique, había sufrido injusticias que eran ahora la
propiedad común de los Cristianos. Su causa fue escuchada, sin tratar Enrique de
defenderse. Ella fue públicamente declarada inocente y absuelta de toda censura.
Luego se trató el caso de Felipe de Francia, quien había repudiado a su esposa
Bertha y se había desposado con Bertrada, la esposa de Fulk de Anjou. Varios
obispos habían reconocido la unión, pero el Arzobispo Hugo de Lyon había tenido
el valor de excomulgar a Felipe por adulterio. Tanto el rey como el arzobispo
fueron convocados al concilio, y ambos fallaron a la cita. A Felipe le fue
concedida una prórroga adicional, pero Hugo fue suspendido de su cargo. En este
concilio Urbano pudo empezar a hablar del tema de las Cruzadas. El Emperador de
Oriente, Alexius I, había enviado una embajada al papa en busca de ayuda contra
los Turcos Seljuk quienes eran una seria amenaza para el Imperio de
Constantinopla. Urbano tuvo éxito en inducir a muchos de los presentes a
prometer ayuda para Alexius, pero no fue tomada ninguna acción definitiva por
parte de él hasta pocos meses más tarde, cuando convocó el más famoso de sus
concilios, el de Clermont en Auvergne. El concilio se reunió en noviembre de
1095; trece arzobispos, doscientos treinta y cinco obispos, y más de noventa
abades respondieron a la citación del papa. El sínodo se reunió en la Iglesia de
Notre-Dame du Port y comenzó reiterando lo Decretos Gregorianos contra la
simonía, la investidura y el matrimonio clerical. La sentencia que durante
algunos meses había estado amenazando a Felipe de Francia, se puso ahora en
acción contra él, y fue excomulgado por adulterio. Luego se discutió el candente
asunto del Oriente. La recepción de Urbano en Francia había sido muy entusiasta,
y el entusiasmo por la Cruzada se había difundido en cuanto el papa viajó allí
desde Italia. Miles de nobles y caballeros se habían reunido para el concilio.
Se decidió que un ejército de caballería e infantería marcharía a rescatar de
los Sarracenos a Jerusalén y las Iglesias de Asia. Se concedió indulgencia
plenaria a todos los que emprendieran el viaje pro sola devotione, y para ayudar
más al movimiento, se ofreció la Tregua de Dios, y los bienes de aquellos que
habían tomado la cruz serían vistos como sagrados. Aquellos que fueran incapaces
para la expedición eran vedados para emprenderla, y los fieles eran exhortados a
tomar el consejo de sus obispos y sacerdotes antes de ponerse en marcha.
Saliendo al frente de la iglesia, el papa se dirigió a la inmensa multitud.
Utilizó al máximo sus maravillosos dones de elocuencia, describiendo la
cautividad de la Ciudad Sagrada donde Cristo había sufrido y muerto –“Déjenlos
volver sus armas goteantes con la sangre de sus hermanos contra los enemigos de
la Fe Cristiana. Déjenlos – opresores de huérfanos y viudas, asesinos y
violadores de iglesias, ladrones de la propiedad de otros, buitres atraídos por
el olor del combate – déjenlos precipitarse, si aman sus almas, al rescate de
Sion, bajo el mando de su capitán, Cristo.”- Cuando el papa dejó de hablar un
poderoso grito de Deus lo volt brotó de la multitud. Sus más optimistas
esperanzas no habían anticipado tal entusiasmo como el que ahora prevalecía. Se
le trató de persuadir reiteradamente a dirigir personalmente la Cruzada, pero él
designó a Ademar, Obispo de Le Puy, en su lugar, y dejando Clermont viajó en
Francia de ciudad en ciudad predicando la Cruzada. Se enviaron cartas a los
obispos que no habían podido asistir al concilio, y se enviaron predicadores por
toda Europa para despertar entusiasmo. En toda forma posible Urbano animó al
pueblo a tomar la cruz, y no dispensaba fácilmente de sus obligaciones a
aquellos que se habían eximido por sí mismos de emprender la expedición.
En marzo de 1096 el papa celebró un sínodo en Tours y confirmó la excomunión del
rey francés, el cual ciertos miembros del episcopado francés habían intentado
remover. En julio de 1096, el rey, habiendo despedido a Bertrada, fue absuelto
por Urbano en un sínodo celebrado en Nimes, pero habiendo reincidido, fue
nuevamente excomulgado por el legado del papa en 1097. Algunos de los más
grandes prelados de Francia debían ahora someterse al papa, estando entre ellos
el Arzobispo de Viena, quien había rehusado atenerse a la decisión papal
considerando la jurisdicción del Obispo de Grenoble, y el Arzobispo de Sens,
quien había rehusado reconocer al Arzobispo de Lyons como legado papal. Después
de un triunfal progreso a través de Francia, Urbano regresó a Italia. En su
camino a Roma se encontró en Lucca con los príncipes cruzados, y otorgó el
estandarte de San Pedro sobre Hugo de Vermandois. Algunos afirman que este
ejército cruzado hizo posible a Urbano entrar en Roma, la cual en este momento
estaba de nuevo ocupada por el antipapa. Si esto fue así, de acuerdo con el
relato de un testigo ocular, el ingreso parece haberse efectuado sin combate.
Sin duda la presencia de tropas bien disciplinadas, bajo los más distinguidos
caballeros de la Cristiandad, infundió terror en los fieros partidarios de
Guiberto. Pero el triunfo final de Urbano sobre el “imbecile”, estaba ahora
asegurado. Italia central y del norte estaban bajo el poder de Matilda y
Conrado, y Enrique fue finalmente obligado a abandonar Italia. Se celebró un
concilio en el Lateranense en 1097, y antes de finalizar el año, Urbano pudo ir
nuevamente al sur para solicitar ayuda de los Normandos para facilitarle
recuperar el Castillo de San Angelo. El castillo capituló en aosto de 1098.
Ahora pudo disfrutar de un breve período de reposo después de una vida de
incesante actividad y feroz contienda, que lo había llevado al exilio y la
penuria. Su amistad con los Normandos se fortaleció por la designación del Conde
Roger como legado papal en Sicilia, donde la Iglesia había sido casi barrida por
los Sarracenos; el antipapa estaba dentro de su Arzobispado de Ravenna, y el
poder de Enrique, aunque fortalecido por el Conde Welf, quien había abandonado a
Matilda, no era suficientemente fuerte para seguir siendo una amenaza seria.
En otubre de 1098, el papa celebró un concilio en Bari con la intención de
reconciliar a los Griegos con los Latinos sobre el problema del filioque (Nota
del Traductor: Fórmula adicionada al Credo de Nicea en el Concilio de Toledo en
589: “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo” - Credo in
Spiritum Sanctum qui ex patre filioque procedit) ciento ochenta obispos
asistieron, entre los cuales estaba San Anselmo de Canterbury, quien había huido
hacia Urbano para colocar ante él sus quejas contra el Rey Rojo. El final de
Noviembre vio de nuevo al papa en Roma; ese fue su regreso final a la ciudad.
Aquí celebró su último concilio en Abril de 1099. Una vez más elevó su elocuente
voz en medio de las Cruzadas, y muchos respondieron a su llamado. En julio 15 de
1099, Jerusalén cayó ante el ataque de los cruzados, pero Urbano no vivió para
escuchar las nuevas. Murió en la casa de Pierleone que tan a menudo le había
brindado refugio. Sus restos no pudieron ser sepultados en la Lateranense porque
los seguidores de Guiberto aún permanecían en la ciudad, sino que fueron
llevados a la cripta de San Pedro donde fueron enterrados cerca a la tumba de
Adriano I. Guiberto de Nogent asegura que se obraron milagros en la tumba de
Urbano, quien figura como santo en muchos de los Martirologios. Así parece haber
existido un culto de Urbano II desde el momento de su muerte, aunque su fiesta
(julio 29) nunca ha sido extendida a la Iglesia Universal. Entre las figuras
pintadas en el ábside del oratorio construido por Calixto II en la Palacio de
Letrán está la de Urbano II con las palabras sanctus Urbanus secundus debajo de
ella. La cabeza está coronada por una nube cuadrada, y el papa es representado a
los pies de Nuestra Señora. El acto formal de beatificación no tuvo lugar hasta
el pontificado de León XIII. La causa fue presentada por Monseñor Langenieux,
Arzobispo de Reims en 1878, y después de haber pasado por varias instancias la
decisión fue tomada por León XIII el 14 de julio de 1881.
R. URBAN BUTLER
Transcrito por Carol Kerstner
Traducido del Inglés por Daniel Reyes V.