Segundo Concilio Laterano (1123)
EnciCato


La muerte del Papa Honorio II (Febrero del 1130) fue seguida de un cisma. Pedroleón, bajo el nombre de Anacleto II, por largo tiempo se mantuvo como un obstáculo para el legítimo Papa Inocencio II, quien fue apoyado por San Bernardo y San Norberto. En 1135, Inocencio II celebró un Concilio en Pisa, y su causa ganó firmeza, hasta que en Enero del 1138, la muerte de Anacleto ayudó grandemente a resolver la dificultad. A pesar de eso, para borrar los últimos vestigios del cisma, para condenar varios errores y abolir abusos entre la clerecía y el pueblo, Inocencio, en el mes de Abril del 1139, convocó en Letrán, el décimo Concilio ecuménico. Asistieron cerca de mil prelados de la mayoría de naciones cristianas. El Papa abrió el Concilio con un discurso, y depuso de sus oficios a aquellos que habían sido ordenados e instituidos por el antipapa y sus simpatizantes principales, Egidio de Tusculum y Gerardo de Angulema. Así como a Roger, rey de Sicilia, un partidario de Anacleto, quien había sido reconciliado con Inocencio, que persistió en mantener el sur de Italia en una actitud cismática, por lo que fue excomulgado. El Concilio condenó igualmente los errores de los seguidores de dos herejes activos y peligrosos, Pedro de Bruys y Arnoldo de Brescia. El Concilio promulgó en contra de estos herejes su canon 23, una repetición del tercer canon del Concilio de Tolosa (1119) en contra de los maniqueos. Finalmente, el Concilio redactó las medidas para enmendar la moral y disciplina eclesiásticas que se habían relajado durante el cisma. 28 cánones sobre esas materias, reprodujeron, en gran parte, los decretos del Concilio de Reims en 1131, y el Concilio de Clermont en 1130, cuyas realizaciones, se citaron desde esas fechas, frecuentemente bajo el nombre de concilios lateranos, adquiriendo de esa forma una mayor autoridad.

El mandato a los Obispos y eclesiásticos de no escandalizar a nadie por los colores, la forma, o extravagancia de sus ornamentos, sino para vestirse de una forma modesta y bien ordenada
7 y 11. La condena y represión de los matrimonios y concubinatos de los sacerdotes, diáconos, subdiáconos, monjes y monjas
Excomunión a los laicos quienes no pagasen los diezmos a los Obispos, o no cediesen a éstos últimos las iglesias cuya posesión tuviesen retenidas, ya porque fueron recibidas de manos de los Obispos, u obtenidas de príncipes u otras personas
Fijó los períodos y duración de los Armisticios de Dios
Prohibición, bajo pena de privación de un entierro cristiano, de justas y torneos que pusiesen en peligro la vida
Los reyes y príncipes deben dispensar justicia de acuerdo con los Obispos
Nadie debe aceptar beneficios de las manos de un laico
Se prohibe a las monjas cantar el Oficio Divino en el mismo coro con los monjes o canónigos
Ninguna iglesia debía dejar el cargo de Obispo vacante por más de tres años desde la muerte del último; se pronuncia un anatema en contra de aquellos canónigos (seculares) quienes excluyeran de la elección episcopal "personas piadosas", por ejemplo: canónigos regulares o monjes
H. LECLERCQ
Transcrito por Tomas Hancil
Traducido por Hugo Barona Becerra