Papa
San Pío V
EnciCato
(MICHELE GHISLERI).
Nacido en Bosco, cerca de Alejandría, Lombardía, el 17 de enero de 1504. Elegido
el 7 de enero de 1566; murió el 1 de mayo de 1572. Era de una pobre aunque noble
familia, su destino habría sido ejercer de comerciante, pero fue acogido por los
dominicos de Voghera, dónde recibió una buena educación y fue adiestrado en una
piedad sólida y austera. Ingresó en la orden, fue ordenado en 1528 y enseñó
teología y filosofía durante dieciséis años. Entretanto fue maestro de novicios
y, en varias ocasiones, elegido prior de diferentes casas de su orden en las que
se esforzó por desarrollar la práctica de las virtudes monacales y extender el
espíritu del santo fundador. Fue un ejemplo para todos. Ayunaba, hacía
penitencia, pasaba muchas horas por la noche meditación y oración. Viajaba a
pie, sin capa, en silencio profundo o hablando únicamente a sus compañeros de
las cosas de Dios. En 1556 fue nombrado obispo de Sutri por Pablo IV. Su celo
contra la herejía lo ocasionó ser elegido como inquisidor de la fe en Milán y
Lombardía y en 1557 Pablo IV le nombró cardenal e inquisidor general para toda
la cristiandad. En 1559 fue transferido a Mondovi dónde restauró las purezas de
la fe y la disciplina, gravemente dañadas por las guerras del Piamonte.
Frecuentemente llamado a Roma, mostró su firme celo en todos los asuntos en que
fue consultado. Así ofreció una insuperable oposición a Pio IV cuando éste quiso
admitir a Fernando de Medici, entonces con sólo trece años, en el Sacro Colegio.
De nuevo fue él quién derrotó el proyecto de Maximiliano II, emperador de
Alemania, de abolir el celibato eclesiástico. A la muerte de Pio IV, fue, a
pesar de sus lágrimas y súplicas, elegido papa, con gran alegría de toda la
Iglesia.
Comenzó su pontificado dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir
sus gratificaciones de modo casual, como sus predecesores. Como pontífice
practicó las virtudes que había mostrado como monje y obispo. Su piedad
disminuyó y, a pesar de los pesados trabajos y angustias de su cargo, hacía al
menos dos meditaciones diarias, postrado de rodillas, en presencia del Santísimo
Sacramento. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del
enfermo, consolándoles y preparándoles para morir. Lavó los pies de los pobres y
abrazó a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle
besar los pies de un mendigo cubiertos con úlceras. Era muy austero y desterró
el lujo de su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San.
Carlos Borromeo, para reformar el clero, obligó a los obispos a que residieran
en sus diócesis y a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad.
Disminuyó los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios
distantes y prohibió la lidia. Reforzó la observancia de la disciplina del
Concilio de Trento, reformó el Cister y apoyó las misiones del Nuevo Mundo. En
la Bula “In Cæna Domini" proclamó los principios tradicionales de la Iglesia de
Roma y la supremacía de la Santa Sede sobre el poder civil.
Pero el gran pensamiento y la preocupación constante de su pontificado parecen
haber sido la lucha contra protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los
católicos oprimidos por los príncipes heréticos. En Francia animó la Liga con
sus consejos y con ayuda pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. En
Inglaterra, finalmente, excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y
le escribió para consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar
severidad contra los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso
a la actividad de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos
historiadores que han exagerado su conducta. A pesar de todo lo que en ellos
había a su favor, condenó los escritos de Baius (q.v.), quién acabó
sometiéndose.
Trabajó incesantemente por unir a los príncipes cristianos contra el enemigo
heredado, los turcos. En el primer año de su pontificado ordenó un júbileo
solemne, exhortando a los creyentes a la penitencia y a la limosna para obtener
de Dios la victoria. Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la
fortificación de las ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones
mensuales a los cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a
Maximiliano, Felipe II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el
mismo propósito, recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. En
1570 cuando Soliman II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental,
no descansó hasta unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su
bendición a D. Juan de Austria, comandante en jefe de la expedición,
recomendando que dejara atrás a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole
la victoria si así lo hacía. Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias
súplicas al cielo. En el día de la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571,
estaba trabajando con los cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su
trabajo, abriendo la ventana y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el
trabajos; nuestra gran tarea ahora es dar gracias a Dios por la victoria que
acaba de dar al ejército cristiano”. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar
de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. En
memoria de este triunfo instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del
Rosario y agregó a la Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos."
Deseaba acabar con el poder del Islam formando una alianza global de las
ciudades italianas, Polonia, Francia, y toda la Europa cristiana, y había
empezado las negociaciones para este propósito cuando murió de litiasis,
repitiendo “ ¡Oh Señor, aumenta mis sufrimientos y mi paciencia!". Dejó un
recuerdo de una virtud poco común y una integridad inagotable e inflexible. Fue
beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.
MENDHAM, Vida y Pontificado de San. Pio V (Londres, 1832 y 1835); Acta SS., I
mayo; TOURON, Hombres ilustres de la orden de Santo Domingo, IV; FALLOUX,
Historia de San Pío V (París, 1853); PASTOR, Gesch. der Papste, ARTAUD DE MONTOR,
Historia de los Papas (Nueva York, 1867); Papa Pío V, el Padre de la
Cristiandad, en Dublín Review, LIX (Londres, 1866), 273.
T. LATASTE Transcribed por Alberto Judy, O.P
Traducido por Quique Sancho