Santa Juana de Arco
BC
En francés Jeanne d'Arc; comúnmente conocida por sus contemporáneos como la
Pucelle (la "Doncella").
Nacida en Domremy, Champagne, probablemente el 6 de enero de 1412 y muerta en
Rouen, el 30 de mayo de 1431. El pueblo de Domremy estaba situado sobre los
confines del territorio que reconocía el dominio del Duque de Burgundy, pero en
el prolongado conflicto entre los Armagnacs (el partido de Carlos VII, Rey de
Francia), por un lado, y los Burgundios aliados con los ingleses, por el otro,
Domremy siempre se mantuvo leal a Carlos.
Jaime de Arco, el padre de Juana, era un pequeño campesino agricultor, pobre,
pero no necesitado. Juana, al parecer, era la menor de una familia de cinco
personas. Nunca aprendió a leer o escribir, pero tenía habilidad para trabajar
cosiendo e hilando, y la tradicional idea de que ella pasaba los días de su
infancia en las praderas, sola con sus ovejas y sus vacunos, parece ser
infundada. Todos los testigos durante el proceso de rehabilitación, hablaron de
ella como una niña singularmente piadosa, seria más allá de su edad, quien solía
arrollidarse en la iglesia absorta en la oración, y amaba tiernamente a los
pobres. Enormes intentos fueron hechos durante el juicio que se siguió a Juana
para imputarle ciertas prácticas supersticiosas, supuestamente llevadas a cabo
en torno a determinado árbol, popularmente conocido como "El Arbol de las Hadas"
(l'Arbre des Dames), pero la sinceridad de sus respuestas dejaron perplejos a
sus jueces. Ciertamente, ella jugaba y bailaba allí junto con los demás niños, y
hubo tejido coronas para la estatua de Nuestra Señora, pero desde que ella
cumplió sus doce años se mantuvo distante de tales pasatiempos.
Fue a la edad de trece años y medio, en el verano de 1425, cuando Juana tomó por
primera vez conciencia de tal manifestación, cuyo carácter sobrenatural sería
ahora cuestionado precipitadamente, y que posteriormente ella comenzó a llamar
sus "voces" o su "consejero". Al principio fue simplemente una voz, como si
alguien hubiera hablado muy cerca de ella, pero parece claro también, que dicha
voz era acompañada por un resplandor; y más adelante ella descubrió claramente,
de algún modo, la apariencia de aquellos que le hablaban, reconociéndolos
individualmente como San Miguel (quien estaba acompañado por otros ángeles),
Santa Margarita, Santa Catalina y otros. Juana fue siempre reacia a hablar
acerca de sus voces. No mencionó nada acerca de ellas a su confesor, y
constantemente rechazó, en su juicio, ser embaucada en descripciones sobre la
apariencia de dichos santos ni explicar cómo los hubo reconocido.. Pese a todo,
ella les dijo a sus jueces: "Los he visto con estos mismos ojos, tan bien como
los puedo ver a ustedes".
Enormes esfuerzos fueron hechos por los historiadores racionalistas, tales como
M. Anatole France, para explicar dichas voces como el resultado de condiciones
de exaltaciones religiosas e histéricas fomentadas en Juana por la influencia
sacerdotal, combinada con determinada profecía corriente en la campiña acerca de
una doncella del bois chesnu (bosque de roble), cercano de donde el Árbol de las
Hadas estaba situado, quien debía salvar a Francia por medio de un milagro. Pero
el poco fundamento de este análisis del fenómeno ha sido vastamente tratado por
varios escritores no católicos. No existe ni siquiera una sombra de evidencia
para sostener esta teoría de consejos sacerdotales preparando a Juana de esta
parte, y en cambio mucha que la contradice. Es más, a menos que acusemos a la
Doncella de deliberada falsedad, cosa que nadie es capaz de realizar, fueron las
voces quienes crearon el estado de exaltación patriótica, y no la exaltación
quien precedió a las voces. Su evidencia, en estos puntos es clara.
Pese a que Juana nunca realizó ninguna declaración hasta la fecha en la cual las
voces le revelaron su misión, parece cierto que la llamada de Dios le fue dada a
conocer gradualmente. Pero, para el mes de mayo de 1428, ella no tenía ya dudas
de que era conminada a ir en ayuda del rey, y las voces se tornaron insistentes,
urgiéndole a presentarse ante Roberto Baudricourt, quien gobernaba para Carlos
VII en la vecina ciudad de Vaucouleurs. Ese viaje lo consumó un mes después,
pero Baudricourt, un soldado grosero y disoluto, la trató a ella y a su misión
con escaso respeto, diciéndole al primo que la acompañaba: "Llévala nuevamente a
casa junto con su padre y propínale una buena paliza".
Mientras tanto, la situación militar del Rey Carlos y sus seguidores iba
tornándose desesperante. Orléans fue sitiada (12 de octubre de 1428), y para
finales del año la derrota total parecía inminente. Las voces de Juana se
convirtieron en urgentes, y hasta amenazantes. Era en vano que ella se
resistiese diciéndoles: "Yo soy una pobre chica; no sé montar ni pelear". Las
voces sólo reiteraron: "Es Dios quien comanda esto". Rindiéndose finalmente,
ella partió de Domremy en enero de 1429, y visitó nuevamente Vaucouleurs.
Baudricourt permanecía aún escéptico, pero, dado que ella permanecía en la
ciudad, su perseverancia gradualmente causó efecto sobre él. El 17 de febrero
ella profetizó una gran derrota que padecerían las fuerzas francesas en las
afueras de Orléans (la batalla de los Herrings). Dado que dicha declaración fue
oficialmente confirmada unos pocos días más tarde, su causa ganó terreno.
Finalmente ella se vio afectada a buscar al rey en Chinon, y comenzó su camino
hacia allí con una modesta escolta de tres hombres armados, estando vestida, por
propia requisitoria, con vestuario masculino — indudablemente como una
protección a su pudor en la áspera vida del campamento militar. Ella siempre
durmió completamente vestida, y todos aquellos quienes estuvieron más
íntimamente cerca de ella, declararon que había algo alrededor de ella que
reprimía cualquier pensamiento impropio a su reputación.
Ella llegó a Chinon el 6 de marzo, y dos días después fue admitida en la
presencia de Carlos VII. Para probarla, el rey se había disfrazado, pero ella
inmediatamente lo saludó sin hesitar en medio de todo un grupo de espectadores.
Desde el principio una importante porción de la corte — La Trémoille, la
favorita de la realeza, la principal entre todas ellas — se opuso a ella como
una visionaria loca, pero un signo secreto, comunicado a ella por medio de sus
voces, que ella dio a conocer a Carlos, indujo al rey, sin demasiado entusiasmo,
a creer en su misión. Juana nunca reveló en qué consistía dicho signo, pero
actualmente la creencia principal indica que aquel "secreto del rey" era una
duda concebida por Carlos acerca de la legitimidad de su nacimiento, y que Juana
hubo sido autorizada sobrenaturalmente para aclararla.
Aún así, antes de que Juana pudiera ser empleada en operaciones militares fue
enviada a Poitiers para ser examinada por un numeroso comité de sabios obispos y
doctores. El examen fue de un carácter profundo y formal. Es lamentable al
extremo que las actas de los procesos, a las cuales posteriormente Juana apeló
con frecuencia durante su juicio, hayan desaparecido todas. Todo lo que sabemos
es que su ardiente fe, simpleza, y honestidad causaron una impresión favorable.
Los teólogos no encontraron nada herético en sus afirmaciones acerca de las
orientaciones sobrenaturales, y, sin pronunciarse sobre la validez de su misión,
ellos pensaron que ella podrías ser empleada de un modo seguro y probada
adicionalmente.
De vuelta en Chinon, Juana hizo sus preparativos para la campaña. En lugar de la
espada ofrecida por el rey, ella rogó que se realizara la búsqueda de una
antigua espada enterrada, según ella aseguró, detrás del altar en la capilla de
Santa Catalina de Fierbois. Esta fue encontrada en el mismísimo punto indicado
por sus voces. Fue hecha para ella en el mismo momento en que el abanderado
pronunció las palabras Jesús, María, junto con un cuadro de Dios Padre y varios
ángeles arrodillados presentando una flor de lis.
Pero tal vez el hecho más interesante relacionado con esta primera etapa de su
misión es una carta de un Sire de Rotslaer escrita desde Lyons el 22 de abril de
1429, la cual fue transportada a Bruselas y debidamente registrada, tal como lo
atestigua el manuscrito de dicho día, antes de que cualquiera de los hechos
referidos en ella tuvieran su realización. La Doncella, reporta él, dijo "que
ella salvaría a Orléans y obligaría a los ingleses a levantar el sitio, que ella
misma en una batalla previa a Orléans sería herida por una asta pero que no
moriría de eso, y que el Rey, durante el transcurso del verano venidero, sería
coronado en Reims, junto con otras cosas que el Rey conservaba en secreto."
Antes de entrar en la campaña, Juana emplazó al Rey de Inglaterra a retirar sus
tropas del suelo francés. Los comandantes ingleses estaban furiosos por la
audacia de la demanda, pero Juana a través de un movimiento rápido ingresó a
Orléans el 30 de abril. Su presencia allí inmediatamente obró maravillas. Para
el 8 de mayo las fuerzas inglesas que rodeaban la ciudad habían sido todas
capturadas, y el estado de sitio levantado, pese a que el día 7 Juana fue herida
en su pecho por una flecha. Ni bien la Doncella se marchó ella deseó hacer el
seguimiento de todos esos éxitos con toda rapidez, por un lado debido a un
sonoro instinto guerrero, y por otro lado porque sus voces le habían dicho que
disponía sólo de un año para terminar. Pero el Rey y sus consejeros,
especialmente La Trémoille y el Arzobispo de Reims, fueron lentos para moverse.
Sin embargo, cuando Juana elevó una súplica formal, una breve campaña fue
comenzada sobre el Loira, la cual después de una serie de éxitos, finalizó el 18
de junio con una gran victoria en Patay, donde los refuerzos ingleses enviados
desde París bajo el mando de John fueron completamente derrotados. El camino
hacia Reims estaba ahora prácticamente abierto, pero la Doncella tuvo la mayor
dificultad en persuadir a los comandantes de que no se retirasen antes de Troyes,
el cual estaba al principio cerrado contra ellos. Ellos capturaron la ciudad y
luego, todavía a su pesar, la siguieron hacia Reims, donde, el domingo 17 de
julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado, con la Doncella a su lado
junto con su estandarte, porque – como ella explicó – "así como fue compartido
el esfuerzo, es justo que debiera ser compartido en la victoria".
El principal objetivo de la misión de Juana fue obtenido de este modo, y algunas
autoridades aseveraron que era ahora su deseo el regresar a casa, pero ella fue
detenida con el ejército contra su voluntad. La evidencia es hasta cierto punto
conflictiva, y es probable que Juana misma nunca haya hablado en igual tono.
Probablemente ella vio claramente cuánto debió haber sido hecho para provocar la
rápida expulsión de los ingleses del suelo francés, pero por otra parte ella fue
constantemente oprimida por la apatía del rey y sus consejeros, y por la
política suicida que abarcó todos los señuelos diplomáticos desperdigados por el
Duque de Burgundy.
Un intento fallido en París fue llevado a cabo a finales de agosto. A pesar de
que St-Denis fue ocupada sin oposición, el asalto que fue realizado en la ciudad
el 8 de septiembre no fue respaldado con seriedad y Juana, mientras alentaba
heroicamente a sus hombres a cubrir el foso fue herida en el muslo con una
ballesta. El Duque de Alençon la retiró casi a la fuerza, y el asalto fue
abandonado. Este traspié indudablemente debilitó el prestigio de Juana, y poco
después, cuando, a través de los cancilleres políticos de Carlos, una tregua fue
acordada con el Duque de Burgundy, ella bajó tristemente sus armas sobre el
altar de St-Denis.
La inactividad del siguiente invierno, mayoritariamente gastada entre el
mundanismo y los celos de la Corte, debió haber sido una experiencia muy penosa
para Juana. Debe haber sido con la idea de consolarla que Carlos, el 29 de
diciembre de 1429, ennobleció a la Doncella y a toda su familia, quienes de allí
en adelante, desde las azucenas de su escudo de armas, fueron conocidos por el
nombre de Du Lis. Llegó abril antes de que Juana estuviera en condiciones de
salir al campo nuevamente para la finalización de la tregua, y en Melun sus
voces le hicieron saber que ella sería tomada prisionera antes del día de San
Juan (24 de junio). Tampoco esta vez el cumplimiento de las predicciones resultó
demorado. Parecía que ella se hubiera lanzado a sí misma a la campaña el 24 de
mayo al amanecer para defender la ciudad contra los ataques de los Burgundios. A
la noche ella resolvió intentar una retirada, pero su pequeña tropa de unos
quinientos hombres se encontró con una fuerza muy superior. Sus seguidores
fueron repelidos y abandonaron la lucha de manera desesperada. Por algún error o
pánico de Guillaume de Flavy, quien comandaba en Compiègne, el puente levadizo
fue elevado mientras aún muchos de aquellos que habían emprendido la retirada
permanecían afuera, con Juana entre ellos. Ella fue derribada de su caballo y
fue hecha prisionera de un seguidor de Juan de Luxemburgo. Guillaume de Flavy
había sido acusado de traición deliberada, pero entonces no parecía una adecuada
razón para suponer eso. El perseveró en mantener resueltamente Compiègne para su
rey, mientras los pensamientos constantes de Juana durante los primeros meses de
su cautiverio consistían en escaparse y acudir a asistirlo en esta tarea de
defender la ciudad.
No existen palabras que puedan describir adecuadamente la desgraciada ingratitud
y apatía de Carlos y sus consejeros en dejar librada a la Doncella a su propio
destino. Si las fuerzas militares no habían servido, ellos aún tenían
prisioneros tales como el Conde de Suffolk en sus manos, por quien ella podría
haber sido cambiada. Juana fue vendida por Juan de Luxemburgo a los ingleses por
una suma que representaría unos cuantos cientos de miles de dólares en moneda
actual. No puede dudarse de que los ingleses, por una parte debido a que temían
a su prisionera con un terror supersticioso, y por otra parte porque estaban
avergonzados del pavor que ella inspiraba, estaban determinados a tomar su vida
a cualquier precio. Ellos no podían condenarla a muerte por haberlos derrotado,
pero podían sentenciarla como una bruja o una hereje. Por otra parte, ellos
tenían entre sus manos una herramienta lista en Pierre Cauchon, el Obispo de
Beauvais, un hombre inescrupuloso y ambicioso quien era la razón de ser del
partido Burgundio. El pretexto para invocar su autoridad fue hallado en el hecho
de que Compiègne, donde Juana fue capturada, estaba ubicada en la Diócesis de
Beauvais. Aún así, dado que Beauvais estaba en manos de los franceses, el juicio
tuvo lugar en Rouen - — sede que, para dicha época, se encontraba vacante. Esto
sacó a flote muchos aspectos de legalidad técnica los cuales fueron
minuciosamente resueltos por los partidos interesados.
El Vicario de la Inquisición, al principio, debido a algunos escrúpulos de
jurisdicción, se negó a asistir, pero esta dificultad fue superada antes de que
el juicio finalizara. A lo largo del juicio los asesores de Cauchon eran casi
enteramente franceses, la mayoría de ellos teólogos y doctores de la Universidad
de París. Las sesiones preliminares de la corte tuvieron lugar en enero, pero
fue recién el 21 de febrero de 1431 cuando Juana apareció por primera vez ante
sus jueces. A ella no le fue permitido contar con un abogado defensor, y, a
pesar de haber sido acusada en una corte eclesiástica, ella fue, desde el
principio hasta el fin, ilegalmente confinada en el Castillo de Rouen, una
prisión secular, en donde era custodiada por soldados ingleses disolutos. Juana
se quejó con amargura de esto. Ella trató de que la alojaran en la cárcel de la
iglesia, donde iría a tener asistentes femeninas. Ha sido indudablemente para
mayor protección de su pudor, ante semejantes condiciones, que ella persistió en
conservar su atuendo masculino. Antes de que hubiera sido entregada a manos
inglesas, ella había intentado escapar tirándose desesperadamente por una
ventana de la torre de Beaurevoir, un acto de aparente atrevimiento por el cual
ella fue sumamente intimidada por sus jueces.. Esto también sirvió como pretexto
para la aspereza exhibida durante su confinamiento en Rouen, donde ella fue al
principio retenida en una jaula de hierro, encadenada por el cuello, manos y
pies. Adicionalmente, no le fueron concedidos privilegios espirituales — por
ejemplo, asistir a una Misa — en consideración de los cargos de herejía y los
vestidos monstruosos (difformitate habitus) que ella lucía.
Por lo que se refiere a la constancia oficial del juicio, la cual, hasta donde
indica la versión en Latín, parece haber sido preservada completa, nosotros
probablemente podamos confiar en su exactitud en lo que respecta a las preguntas
realizadas y las respuestas proporcionadas por la prisionera. Dichas respuestas
son bajo todo concepto favorables a Juana. Su simplicidad, piedad y sentido
común afloraron en todo momento, a pesar de los intentos de los jueces para
confundirla. Ellos la presionaron en lo referente a sus visiones, pero sobre
muchos puntos ella se negó a responder. Su actitud siempre fue carente de temor,
y para el 1 de marzo, Juana anunció enfáticamente que "dentro del espacio de
siete años, los ingleses deberán pagar un precio más alto que Orléans." En rigor
de verdad París fue perdida a manos de Enrique VI el 12 de noviembre de 1437 –
seis años y ocho meses después. Probablemente haya sido porque las respuestas de
la Doncella habían perceptiblemente ganado simpatizantes a su causa en una gran
asamblea que Cauchon decidió conducir el final del proceso ante un pequeño
comité de jueces dentro de la misma prisión. Es posible remarcar que el único
aspecto del cual algún cargo de prevaricato puede ser razonablemente imputado en
contra de los argumentos de Juana han ocurrido especialmente en esta etapa del
proceso. Juana, presionada acerca del signo secreto proporcionado al rey,
declaró que un ángel le trajo a él una corona de oro, pero en preguntas
adicionales ella pareció haber ganado en confusión y haberse contradicho a sí
misma. La mayoría de las autoridades (como por ejemplo, M. Petit de Julleville y
Mr. Andrew Lang) coinciden en que ella trataba de proteger el secreto del rey
mediante una alegoría, según la cual ella misma era el ángel, pero otros – por
ejemplo P. Ayroles y Canon Dunand — insinuaron que no podía confiarse en la
exactitud del procès-verbal. En otro punto, ella fue prejuzgada por su carencia
de educación. Los jueces le sugirieron que se entregase a ella misma a la
"Milicia de la Iglesia". Juana claramente no entendió dicha frase y, a pesar de
su voluntad y su ansiedad por apelar al Papa, se vio desconcertada y confundida.
Más tarde fue aseverado que la renuencia de Juana a adherirse a la simple
aceptación de las decisiones de la Iglesia fue debido a algunos insidiosos
consejos traicioneramente impartidos a ella para conseguir su ruina. Pero las
constancias de esta presunta perfidia son contradictorias e improbables.
Los exámenes finalizaron el 17 de marzo. Setenta proposiciones fueron entonces
preparadas, formando una muy desordenada y desleal presentación de los
"crímenes" de Juana, pero, después de que a ella le fue permitido oír y
responder a tales acusaciones, otro conjunto de doce proposiciones fue
preparada, mejor fundamentadas y con menor cantidad de palabras extravagantes.
Con todo este sumario con sus fechorías delante de ellos, una amplia mayoría de
los veintidós jueces que tomaron parte en las deliberaciones declararon que las
visiones y las voces de Juana eran "falsas y diabólicas", y decidieron que si
ella se negaba a retractarse sería entregada al brazo secular – que equivalía a
afirmar que sería quemada viva. Ciertas admoniciones formales, primeramente de
índole privada, y luego públicas, fueron administradas a la pobre víctima (18 de
abril y 2 de mayo), pero ella se negó a hacer ninguna presentación que los
jueces pudieran haber considerado como satisfactoria. El 9 de mayo ella fue
amenazada con tortura, pero aún se mantuvo firme. Mientras tanto, las doce
proposiciones fueron remitidas a la Universidad de París, la cual, comportándose
con una simpatía extravagante por los ingleses, denunció a la Doncella con
violentos términos. Fortalecidos por esta aprobación, los jueces, que eran
cuarenta y siete, tomaron una deliberación final, y cuarenta y dos de ellos
reafirmaron que Juana debería ser declarada hereje y derivada al poder civil, en
caso en que ella aún continuase negándose a retractarse. Una admonición
adicional le fue realizada en la prisión el 22 de mayo, pero Juana se mantuvo
inquebrantable. Al día siguiente fue colocada una estaca en el cementerio de St-Ouen,
y ante la presencia de una gran multitud ella fue solemnemente amonestada por
última vez. Después de una enérgica protesta contra las insultantes reflexiones
del predicador acerca de su Rey, Carlos VII, las connotaciones de la escena
parecieron finalmente haber hecho mella sobre su mente y su cuerpo agotados por
tantas luchas. Su valor le falló por una vez. Ella consintió en firmar una
especie de retractación, pero nunca se sabrán cuáles han sido los términos
precisos de tal retractación. En la versión oficial del proceso una fórmula de
retractación figura incluida, la cual es muy humillante en cada apartado. Se
trata de un extenso documento que hubiera llevado media hora para ser leído. Lo
que fue leído en voz alta a Juana y fuera firmado por ella debe haber sido algo
bien diferente, según cinco testigos en el juicio de rehabilitación, incluyendo
a Jean Massieu, el oficial que personalmente tuvo a su cargo la lectura en voz
alta de dicho documento quien declaró que se trató de sólo un tema de unas pocas
líneas. Aún así, la pobre víctima no firmó incondicionalmente, sino que
llanamente declaró que ella sólo se retractaría siempre y cuando fuera la
Voluntad de Dios. Empero, en virtud de tal concesión, Juana no fue quemada viva
entonces, sino que fue conducida nuevamente a prisión.
Los ingleses y los Burgundios estaban furiosos, pero Cauchon, al parecer, los
aplacó diciéndoles "Ya la tendremos". Indudablemente la posición de Juana sería
ahora, en caso de una reincidencia, peor que antes, dado que una segunda
retractación ya no podría salvarla de las llamas. Por otra parte, dado que uno
de los puntos acerca del cual ella había sido condenada era la utilización de
indumentaria masculina, una reiteración de dichos atuendos constituirían por sí
mismos una reincidencia en la herejía, y esto ocurrió a los pocos días
siguientes, obedeciendo, según fuera alegado posteriormente, a una trampa
tendida deliberadamente por sus guardias con la connivencia de Cauchon. Juana,
ya sea para defender su pudor del agravio y la indignación, o porque sus prendas
femeninas fueron alejadas de ella, o, tal vez, simplemente porque ella estaba
agotada de la lucha y estaba convencida de que sus enemigos se hallaban
determinados a derramar su sangre bajo cualquier pretexto, una vez más se colocó
las vestimentas de varón que habían sido dejadas adrede en su camino. El final
llegó pronto. . El 29 de mayo una corte de treinta y siete jueces decidió
unánimemente que la Doncella debía ser tratada como una hereje reincidente, y
esta sentencia fue llevada a cabo al día siguiente (30 de mayo de 1431) bajo
circunstancias de intenso patetismo. A Juana le dicen, cuando fue visitada por
sus jueces temprano por la mañana, primero que hiciera cargo a Cauchon de la
responsabilidad de su muerte, acusándolo solemnemente ante Dios, y
posteriormente que debería declarar que "sus voces la habían engañado" Acerca de
este último discurso, una duda quedará flotando para siempre. No podemos estar
seguros si semejantes palabras llegaron a ser mencionadas y aún si lo hubieran
sido, su significado no es claro. A ella le fue permitido, sin embargo, hacer su
confesión y recibir la Comunión. Su comportamiento en la estaca fue suficiente
como para conmover hasta las lágrimas aún a sus más encarnizados enemigos. Ella
pidió un cruz, la cual, luego de que fuera abrazada por ella, fue sostenida ante
ella mientras continuamente recitaba el nombre de Jesús. "Hasta el fin," -dijo
Manchon, el anotador del juicio-, "ella declaró que sus voces provenían de Dios
y que no la habían engañado". Después de su muerte, sus cenizas fueron
esparcidas en el Sena.
Veinticuatro años más tarde, una revisión de su juicio, el llamado procès de
réhabilitation, fue abierto en París con el consentimiento de la Santa Sede.. El
sentimiento popular era entonces muy diferente, y, excluyendo algunas raras
excepciones, todos los testigos estaban ansiosos de rendir su tributo a las
virtudes y a los dones sobrenaturales de la Doncella. El primer juicio había
sido llevado adelante sin referencias al Papa, más aún había sido realizado a
despecho de la apelación de Santa Juana a la Cabeza de la Iglesia. Luego, una
corte de apelación constituida por el Papa, después de largas investigaciones y
exámenes de testigos, reversaron y anularon la sentencia pronunciada por el
tribunal local que presidía Cauchon. La ilegalidad de los procedimientos
anteriores fue puesta de manifiesto, lo cual habló bien de la sinceridad de esta
nueva investigación, la cual no ha podido ser hecha sin incluir algún grado de
reproche tanto sobre el Rey de Francia y la Iglesia en general, al haberse
comprobado que había sido plasmada tamaña injusticia y sufrida por demasiado
tiempo como para continuar sin reparación. Aún antes del juicio de
rehabilitación, observadores mordaces, como por ejemplo Eneas Sylvius
Piccolomini (más adelante el Papa Pío II), pese a conservar dudas en lo
referente a su misión, hubo discernido algo del celestial carácter de la
Doncella. En los tiempos de Shakespeare ella era aún recordada como una bruja,
ligada con los espíritus impuros del infierno, pero una estimación más justa
había empezado a prevalecer aún en las páginas de la "Historia de Gran Bretaña"
de Speed’s (1611). Para los comienzos del siglo diecinueve, la simpatía por
ella, aún en Inglaterra, era general. Escritores tales como Southey, Hallam,
Sharon Turner, Carlyle, Landor, y por encima de todos, De Quincey, saludó a la
Doncella con un tributo de respeto que no ha sido superado ni siquiera en su
propia tierra nativa. Entre sus compatriotas católicos, ella había sido
recordada, aún en las épocas de su vida, como divinamente inspirada.
Por último, la causa de su beatificación fue introducida ante la Santa Sede, en
1869, por Monseñor Dupanloup, Obispo de Orléans, y, después de atravesar por
todas las instancias y siendo indudablemente confirmada con los requeridos
milagros, el proceso finalizó con el decreto publicado por Pío X el 11 de abril
de 1909. La Misa y el Oficio de Santa Juana, extraído del "Común de las
Vírgenes", con sus "propias" oraciones, fue aprobado por la Santa Sede para ser
utilizada en la Diócesis de Orléans.
(Nota del traductor: Santa Juana fue canonizada en 1920 por el Papa Benedicto XV).
HERBERT THURSTON
Transcrito por Mark Dittman
Traducido por Christian Longarini